Archivos para octubre, 2009

Yo idiota

Publicado: 7 octubre, 2009 en Amor cabrón

Joder, qué nervios…
Esto de amar está bien, mola mazo.
Bueno, no puedo negar que tiene su punto emotivo e incontrolable.
Es un coñazo.
No, es maravilloso.
Está bien, no me andaré con eufemismos ni circunloquios: amar me hace idiota.
O eres fuerte, pero que muy fuerte, o te olvidas de que un día estabas tan solo entre la humanidad, que el sabor a vómito se quedaba impregnado en el filtro del cigarrillo y te fumabas sin remedio toda esa soledad como si se tratara de una hachís pútrido.
Creía amar. Cándido desgraciado…
El amor, además de emotividad (por decir algo, por decir lo mínimo) es lujuria. No puedes amar solo una mente, es imposible, en cuanto amas la mente el cuerpo es un objetivo follable, penetrable, lamible, bebible, tocable… Arañable.
Soma y psique están intrínsecamente ligados, hasta tal punto que no existe lo uno sin lo otro y no como afirman grandes filósofos, que el alma es un ente diferenciado. Si el cuerpo muere, no hay alma.
No tiene sentido acariciar el aire. Está la piel… Su piel.
No tiene sentido acariciar su fotografía y su voz, y obviar el cuerpo.
Soy un hombre, coño, no soy un alma en pena.
Pues lo parezco.
Yo soy demasiado simple y creo que su alma está en su cabeza y en su coño. Su deseado coño en el cual hundiría mis dedos para que sus labios se abrieran en un placer obsceno y salvaje.
No sé que ocurre, porque ya he dicho que el amor me hace idiota y de la misma forma, sufro esporádicos ataques narcolépticos, en los que me despierto gruñendo con el rabo entre las manos, con semen en el puño, en el vientre, en el pubis, entre los muslos.
Sólo sé que a veces el pene me duele de tan duro.
Soy idiota.
Ya sé que la imagen no es sugerente, dijéramos que no es del agrado de todos (yo lo disfruto como un cochino). Hasta ahí el amor, bien. Cumple su función y me deja disfrutar de ella viviendo un placer intenso. Siendo ella todo lo que veo, toco y respiro. Y siendo yo algo que pende de ella. No es exagerar, es un hecho demostrado y bla, bla, bla…
De verdad, agradecería a los dioses de mierda si existieran, esos orgasmos con los que me bendicen.
Me siento feliz, en serio. Cuando eyaculo el semen brota con una fuerza casi destructora (esto no es un vano alarde de potencia, podríais observarlo tomando las debidas precauciones: gafas, impermeable, gorro y botas), contrayéndome el vientre y lanzando un bronco suspiro; es entonces cuando soy uno con el universo. Soy uno con ella.
Poéticamente: tengo un tótem entre las piernas que lleva el nombre de mi diosa y es ella la que decide cuando brota y me regala un placer.
No sé… No quiero ser desagradecido.
Ella me llena, es todo.
Me siento feliz amándola, de puta madre. Dos veces bien.
Pero se me escapa una lágrima traidora en esos momentos… A veces no quisiera estar tan solo cuando el semen brota. Hay algo inevitablemente trágico en escupir el deseo en soledad.
No soy una nenaza, yo soy un tío curtido.
Pero se enfría tan pronto cuando no está ella. Es aterrador sentirlo frío y muerto en mi piel. Con ella no pasa, nos abrazamos y las pieles confortan e incuban los fluidos.
Y cuando al ponerme en pie una gota se desprende de mi bálano aún latente y cae al suelo, siento el vértigo de su lejanía. La gota se estrella con una inmensa tristeza y parece gritar, como yo.
Con el semen enfriándose en mi piel sola, siento una pena y una profunda melancolía. Como si me arrastraran hacia abajo, a un pozo inundado de añoranzas que se me pegan a la piel y me entran por la nariz y la boca y no me dejan respirar. Arrastro las manos por mi cuerpo intentando quitarme esas telarañas tejidas en deseos y esperanzas desesperantes.
Y es entonces cuando miro mis manos y tengo que tragar saliva para contener un profundo gemido que se me escapa como un llanto, una especie de "ay" gutural de hombre curtido y enamorado. Del hombre tan curtido que cuando huele flores se pregunta donde está el muerto. De esos que ya no creen en el amor y se conforman con pasar por la vida con las manos en los bolsillos, el cigarrillo en los labios y la cabeza agachada para evitar ver más de lo mismo. Misma porquería, mismo día, mismas horas.
Y me tapo los ojos para que la nada no me vea llorar.
Con ella, la miseria que me rodea deja de importarme, ella decora el mundo, lo dibuja con trazos de misterio e ilusiones.
¿Veis lo que os quiero decir? Es una putada, te deja débil el amor.
No es justo.
Yo idiota, hombre que mata ratas a bocados, se fuma la vida, y escupe trozos de pulmones sin temor a morir; a veces mi espalda se agita inevitablemente en un llanto lacónico.
Y aún puedo dar gracias de que no he hecho más el ridículo. Ella lanza su amor y no hay duda alguna. No he tenido que pasar por ese proceso estúpido de deshojar la margarita arrancando un pétalo con un sí y otro con un no. Todos los pétalos gritan que me quiere. Seguramente, casi tanto como yo la amo a ella.
Ella es rotunda, salvaje y felina.
Aunque a veces la miro sin que se de cuenta y la encuentro indefensa, y mi pecho se inflama; quiero abrazarla; que apoye su cabeza en mí y decirle que todo está bien.
Han sido tantos años de andar buscándola, y cuando ya estás convencido de que es sólo literatura barata; aparece una sonrisa y unas palabras profundas como un desfiladero que se te clavan en el cuerpo, metralla de pétalos aterciopelados de la que no me quiero esconder. Dice que me ha querido siempre y yo me tengo que doblar sujetando el vientre ante el vértigo del tiempo perdido, de los segundos que veloces corren cuando su voz usurpa el ruido del planeta.
Hay momentos en los que se echa de menos acariciarla, yo la huelo; pero creo que me faltan muchos matices. Es un problema en el que estoy trabajando.
Tampoco pido una barbaridad, no he sido especialmente malo, tengo derecho a tenerla. Vale, he sido un poco cabrón y no he amado al prójimo. Mea culpa.
Aunque sólo sea un rato. Dos dedos por su sonrisa y el corazón por besar sus labios y suspirarle mi amor en el oído, acariciando su hombro.
Maldito romanticismo…
Cierro el puño y exprimo sangre que cae al suelo.
Es menos triste la sangre que el blanco bálsamo del deseo.
Se enfría como el semen.
Todo es frío con ella allí.
Tiene la culpa de todo, me hace hombre, me ve ángel, me quiere bestia.
El amor aparte de hacerme idiota, intuyo que también me está haciendo esquizofrénico.
No sé, es tan difícil…
Es que soy idiota.
No, el amor no es difícil, siempre es así. Lo que pasa es que al no conocerlo, cuando irrumpe te pilla en pelotas, con el culo al aire y el mundo gira al revés.
Sólo las cosas fáciles pueden hacerse difíciles. Entonces y sólo entonces se puede hablar de la complejidad de la materia o el sentir. Los filósofos sólo juegan con cosas fáciles para poderlas complicar. Si conocieran el amor, hablarían de idioteces banales para poder sobrevivir a la metafísica del amor.
Pero no… No puede ser fácil el amor, no con ella. Tampoco es complicado.
Simplemente fluye, abres el pecho y te lanzas al vacío, con valentía y resolución. Sin miedo a la caída.
Sin miedo a la caída no, que el amor, además de volverme idiota me hace un poco cobarde.
Si me quedo sin ella, me muero de pena.
A veces ceceo como un idiota, un payaso triste.
Esta nota se autodestruirá en cinco segundos, y cuando me encuentre con ella, jamás reconoceré que lloré como un idiota soñándola.
Tengo mi dignidad.
Soy un hombre curtido.
Y ahora idiota…
Maldita sea la divina dicotomía del amor.


Iconoclasta

El mar y el hombre sin alma

Publicado: 4 octubre, 2009 en Reflexiones

Que tenebroso sería el mar mudo: una bestia acechante, silenciosa.
Peligrosa.
Guardaría para sí sus suspiros de sosiego, sus bramidos de ira. Nos lo robaría todo: el coraje y la serenidad.
El rumor del mar era un rítmico bramido, la espuma de las olas se precipitaba hacia la voraz orilla y desaparecía lánguidamente con un burbujeo prolongado.
La tierra está sedienta y el mar no consigue saciarla.
El poder del mar está sobrevalorado.
– El mar calla astuto y peligroso cuando en la playa lo odio. Las olas lamen mis pies conteniendo su deseo de desgarrarlos -recitó en un susurro de delirio el hombre cansado.
Algo ocurrió cuando el hombre llegó a la orilla; el mar se detuvo y enmudeció; una ola quedó paralizada con la cresta rompiendo en la orilla y la espuma no fue devorada por la arena.
El silencio que duró apenas un microsegundo, congeló el ánimo de miles de seres que sintieron un escalofrío que no entendieron.
El mar se puso en movimiento de nuevo; pero allá donde se encontraba el hombre inmóvil, no había sonido ni movimiento alguno. Un ojo analítico hubiera dicho que estaba encerrado él y esa parte del mundo en una bola de cristal.
A sus pies no llegaba el agua, el mar se separaba como si una enorme cuña estuviera frente a él. O simplemente sintiera recelo el mar taimado de acercarse al extraño.
– ¿Por qué me odias? -preguntó el mar.
– Nos has abandonado, nos has aislado. Eres el camino más recto para llegar a Ella. Te quiero sólido, deja que una senda de arena se forme y pueda llegar. Está sufriendo; me espera. Se marchita por un simple abrazo que no llega. Y yo con ella.
– ¿Qué te hace pensar eso? -respondió el mar. – ¿Qué te hace pensar que te escucho?
– Porque avanzaré en ti, sobre ti o dentro de ti y cada paso o brazada que dé, cada paso en el que me hunda en ti, te dejará mudo de tristeza. Te robaré tu bramido. Dejaré sin voz al creador de vida.
– ¿Acaso crees, mísero hombre, que puedes silenciar todo lo que soy, mantengo y creo? Si hay silencio a tu alrededor, si no mojo tus pies, es por mera casualidad. Una pequeña ostentación de mi poder. Algo casual que me permito hacer cada cien mil años.
– Si es así, hazlo. Deja que llegue a ella y ciérrate tras de mí. Borra mi rastro y que nadie recuerde que una vez existí en este lado de ti -una lágrima cayó del rostro del hombre y quedó en la superficie de la arena, una cúpula de tristeza cristalina esperando ser evaporada por el sol.
La tierra no quería aquella tristeza, estaba saturada de ella y se negaba a beber esa gota amarga.
– No lo voy a hacer. Yo no ayudo a nada ni a nadie, no necesito hacer eso. Tú eres noventa por ciento yo. Tan sólo ocurrirá que un día morirás y ese noventa por ciento de ti, vendrá a mí. El resto será para alimentar lo verde de la tierra. No es nada personal; pero así funcionan las cosas. No voy a hacerte ningún favor. No tienes nada que ofrecer.
El hombre suspiró cansado y encendió un cigarrillo; el chasquido del encendedor provocó un ligero estremecimiento en el silencioso mar que lo observaba con cierto recelo.
-Tengo un trato: he vendido mi alma -dijo exhalando una bocanada de humo.
Abrió su camisa y le mostró al mar el agujero en su pecho. Los vasos capilares estaban seccionados y pequeños tubos de tripa animal empalmaban los cabos conduciendo la sangre que circulaba por alguna razón inexplicable, por alguna voluntad ultra terrenal. Pequeñas gotas de sangre cayeron en la arena, y la tierra se negó también a beberlas.
Ni siquiera las divinidades pueden hacer suturas perfectas.
-Pues el jefe debería haber hablado conmigo. Vuelve a casa y espera instrucciones.
-No tengo tiempo; si espero más no podré abrazarla lo suficiente para que todo mi amor se aloje en ella.
El mar se enfureció y a unos metros frente al hombre sin alma emergió y se elevó en el aire una ballena que se precipitó en la arena haciendo temblar la tierra. De su boca salía espuma sanguinolenta y expulsó un feto de su vientre.
Los chillidos de agonía y dolor del animal evocaron en el hombre sin alma las veces que él había gritado así por dentro, desde dentro. En la penumbra nocturna de la desesperación.
– ¡Haz eso conmigo! Envíame aunque sea roto ante ella. O me adentraré dentro de ti y sabrás de la tristeza. Ya no tengo alma, sólo un vago recuerdo de que fui hombre y sentí; sentí tanto que no era compatible la vida con toda esa carga que ahora se va diluyendo en lo inhumano. Mi pena se desparrama, no tiene alma que la sujete. Él me dijo que el agujero en mi pecho es el recibo de venta. No puedes negarte. No he llegado al fin de mi vida para morir triste aquí como ella -gritó señalando la ballena muerta.
El mar no habló, una ola silenciosa mojó los dedos del hombre. Astuta, peligrosa…
Y se retiró apresuradamente.
– ¡Eh, triste! Tengo tal cantidad de penas en la profundidad, tengo tantos muertos y tanto miedo en mi interior, que no representas nada.
– Insisto: he vendido mi alma, y se me ha dicho que gozo de ciertas prerrogativas, y durante lo que dure mi vida, seré lo suficientemente poderoso para recibir lo pactado.
El hombre sin alma se adentró en el mar hasta las rodillas. En ese momento un banco de arena se elevó por encima del nivel del agua con una alfombra de peces aleteando en seco, boqueando con sus acuosas pupilas enormemente abiertas. Querían respirar por los ojos.
– Es deprimente tu tristeza, loco hijo de puta. No se puede amar así, ya has visto donde te lleva.
– Me lleva a Ella. No puedo evitarlo. Hazme llegar rápido, no dejes que muera en el camino, tengo un contrato. No le diré a nadie que un día fuiste bueno.
– Deja que me lo piense unos días… -ironizó el mar.
El camino de arena se hundió en el agua, y el hombre sin alma se hundió también. El mar lanzó un bramido de furia y dolor.
Las aguas se separaron temerosamente del humano sin corazón.
– Estoy harto de este juego de almas, dioses y diablos. Que venga tu comprador y te lleve él en brazos.
El hombre sin alma avanzó hacia el horizonte y el mar colérico se abrió formando un pasadizo estrecho, y frente al hombre cerró el paso con un muro de altura imposible.
– No sigas, hombre sin alma, te aplastaré y ni siquiera el que me creó podrá aprovechar nada de ti.
Un enorme tiburón en el interior del muro de agua, amenazaba con sus dientes la cabeza del hombre triste, sus pequeños ojos estaban llenos de una ira venenosa. Estaba tan cerca, que el hocico de la bestia permanecía fuera del agua.
Desde la playa alguien avanzaba hacia la orilla. Un hombre de mediana estatura, su espalda era grotescamente ancha y provocaba que los botones de la camisa hawaiana quedaran tirantes en el pecho. Unos desgastados pantalones caquis con bolsillos de parche ocultaban algo pesado Su caminar era lento y pausado. Sus pisadas se hundían en la arena como si fuera mercurio.
Cuando llegó a la orilla, llevó el brazo por encima de su cabeza y metió la mano por el cuello de la camisa, entre los omoplatos. Tenía escarificado en el antebrazo la cifra 666; la sangre resaltaba el grabado, una sangre líquida y fresca que no se coagulaba jamás. Cuando sacó la mano había un puñal en ella.
Lo clavó en el agua hasta hundir toda la hoja en la arena.
Gritó por encima del ruido del mar, por encima del silencio que rodeaba al hombre sin alma. Bramó tan fuerte que la ballena muerta abrió los ojos aterrorizada y el tiburón desapareció muro adentro.
– ¡Haz lo que te dice, mar de mierda! Llévalo, condúcelo. Tengo su alma aquí en mi garganta, tiene sus derechos. Sé que te gusta más ese Dios maricón que te creó; pero no te gustará mi ira, pudriré toda la vida que hay en ti hasta que te seques. Hasta que ese Dios pervertido gire la cara de asco al verte y te abandone como abandonó al hombre y a su amada.
– Si tú eres el Mal puro ¿Por qué lo respetas? Mátalo, mátalo, mátalo -respondió el mar agitándose con tal fuerza que el agua invadió la tierra y ahogó a todos los habitantes del pueblo que se encontraba a unos cientos de metros de la orilla – Ya tienes su alma.
Los ojos de aquel hombre eran dos rendijas que escondían una fragua al rojo vivo.
Del bolsillo de la camisa sacó un cigarro y lo encendió a conciencia, lentamente, pipando con placer las primeras caladas mientras un par de cadáveres pasaban por su lado mar adentro.
– Hoy me siento especialmente sensible. ¿Te vale? Y ahora, no me jodas más y hazlo.
Metió el brazo en el mar y cerró el puño. La sangre en las cifras escarificadas seguía allí, inundando la piel tallada. Resaltando su identidad inmortal e innombrable.
Al mar le dolió con locura, las olas se convirtieron en surtidores de agua que dejaban ir lamentos ensordecedores.
Alrededor del cuchillo hundido en la arena, se formaban nubes de vapor.
El hombre sin alma reconoció a su comprador. Y cerró los ojos cansado, esperando estar con ella. Llegar a ella de una vez por todas. Se sentía ya derrotado.
Aún resonaba en sus oídos el eco de la risa violenta y cruel del que compró su alma, antes de que una lengua de arena y mar lo llevara hacia el horizonte a tal velocidad que su mente se disgregó y quedó sumido en un delirio de ruido y miedo.
– ¿Ves, imbécil? Eres como estos primates, tengo que hacerte daño para que aprendas. Y llévate de aquí esta puta ballena y su feto, que empiezan a apestar ya.
El hombre sin alma apareció en una cálida playa de fina arena blanca, como Ella la describía. A pesar de estar empapado de agua, en su camisa se extendía una gran mancha de sangre; los empalmes de las arterias se estaban desmoronando.
En ese momento, una mujer de larga melena negra arrastraba a la fuerza a una mujer aferrando su mano.
Era Ella.
– Vamos, mujer, no tiene tiempo ya. Lo ha hecho por ti, aprovecha tu suerte, no siempre mi Dios Negro cumple su palabra. Habéis tenido suerte de que el mar lo ha retado.
El hombre sin alma, se puso en pie usando sus últimas fuerzas.
– Mi vida… -suplicó abriendo sus brazos a la mujer que amaba, a la que tanto había deseado en la distancia -Si tuviera corazón, latiría por ti, sólo por ti, mi amor.
– Cielo… – fue capaz de decir la mujer abrazándose a él.
El hombre sin alma apenas podía pasar los brazos por sus hombros. Ella vio la sangre en su pecho, caía en pequeños chorros por los faldones de la camisa. Alzó sus brazos y le ayudó a que la abrazara. Lo mantuvo en pie, más que con su fuerza, con un amor y un anhelo desesperados.
– Te juré que encontraría el medio de llegar a ti, mi bella.
El hombre sin alma sonreía. Y su amada con él.
Los amantes fundieron sus bocas y el beso eterno duró ciclos lunares, el planeta giró a gran velocidad. Las arterias en el pecho del hombre sin alma, se desintegraban a la misma velocidad.
La mujer sintió la muerte de su amor empapar sus pechos, y su beso se tornó más ávido. Quería insuflarle vida, su vida.
La Dama Oscura les dio la espalda y se alejó de ellos. Sus oscuros ojos reflejaban la blanca arena y por un segundo evocó que una vez fue humana que una vez sintió. Y también sintió que en aquel día ya había habido bastante dolor. No mataría a esa primate.
-Me parece bien. Y sin que sirva de precedente, mi Dama Oscura -sintió la voz de 666 desde la otra parte del mundo, sonriente; sarcástica y deliciosamente vanidosa.

Lo amaba con la misma fuerza que se amaban los amantes rotos.
La mujer, ensangrentada con su hombre en brazos ya muerto, lanzó un grito de dolor y otra vez más en aquel día, el mar volvió a agitarse ante el poder de un amor trágico. De un romanticismo a prueba de dioses, contra natura. De un dolor inmenso.


Iconoclasta

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INXS – Baby Don’t Cry por INXS

JUPITER

El 5º planeta y once veces mayor que la Tierra. Es llamativa en la superficie una gran mancha roja; es el reflejo de miles de rótulos de neón del gran centro de ocio y prostitución del planeta: The Lujurious Ludopata’s Jupit Center.

Las bandas alternadas entre claro y oscuro que envuelven el planeta, indican la caprichosa concentración de mierda en la atmósfera; más oscuro, más mierda.

Usan en sus vehículos y centrales eléctricas un combustible sólido que atufa el aire cosa mala.

Los jovianos y jovianas carecen de conciencia ecológica porque les sobra planeta por todos lados.

El joviano es muy rápido en sus movimientos y no tengo claro si es algo genético o se debe a su estrés ludópata; algo neuróticos, vamos.

Cuando tomaba tierra en Júpiter, aparecieron una gran cantidad de cintas transversales que cruzaban la pista de aterrizaje, resultaron eficaces y acortaron en más de 2 Km. la carrera de frenado.

En un primer momento pensé que los jovianos estaban obsesionados por la seguridad.

A todas las naves que aterrizamos al tiempo, nos extendieron una alfombra azul que iba desde la escalerilla hasta el edificio de la aduana. Unas letras jovianas impresa en la alfombra y al pie de la escalerilla parecía ser un mensaje de bienvenida.

Soy una persona de una gran sencillez y no me dio la gana de caminar por aquella alfombra que tenía más mierda que el palo de un gallinero. En apenas unos segundos comprendí porque en Júpiter todos se mueven con tanta rapidez. Puse el pie en el asfalto y lo noté húmedo.

-Aquí pasa como en la Tierra, el suelo está bien limpito y recién fregado y nos ponen una alfombra mierdosa para que no dejemos marcas.-recuerdo haber pensado.

La misma lógica de la Tierra parece extenderse como una pandemia por todo el Sistema Solar. La cuestión es esforzarse por ser idiota en cualquier parte del universo.

Avancé el primer paso y salí disparado hacia la aduana. Deseé estar descalzo y no haberme cortado las uñas de los pies en 20 años; el suelo estaba cubierto por una capa oleosa, la lluvia joviana que devolvía la mierda lanzada a la atmósfera, de nuevo a la superficie. Concluí que el combustible no tenía propiedades biodegradables y que ni el suelo estaba limpio ni habían pasado el mocho por las pistas.

En mi vertiginoso resbalar hacia el edificio de la aduana, pude leer en la alfombra y en español (unos 50 cm. más adelante de la bienvenida en joviano: "Caminen por la alfombra, el firme es deslizante".

Llegué el primero y agradecí que unos metros antes de las cristaleras del edificio, hubieran montado una barrera con viejos neumáticos que dulcificó el impacto. Un grupo de jovianos se intercambiaban billetes de 10 sistemas gritándome y jaleándome en los últimos metros de mi resbalosa carrera.

Dos de ellos me miraron con odio y los otros me dieron palmadas en la espalda agitando el dinero en las manos.

Como no hablábamos el mismo idioma, les saludé.

-Hola, hijos de puta.

No tuve que lamentar daños físicos pero; psicológicamente la humillación de aquella entrada triunfal me hundió por cuatro o cinco segundos.

El joviano agente de aduanas me deseó que disfrutara de la estancia y le respondí que ya lo estaba haciendo.

Los jovianos tienen un tono de piel azul pálido. Las hembras tienen tres tetas dispuestas verticalmente. Los machos dos cuernos en la frente, pequeños como chichones.

Y ambos sexos tienen la raja del culo horizontal, de ahí su característico caminar torpe e inclinado adelante.

En los inodoros me tenía que sentar de lado para no dejar medio culo colgando.

No cuidan el turismo.

Lo más llamativo es su elegancia en el vestir y sus pies descalzos.

Las uñas de los dedos de manos y pies son largas, gruesas, duras y eternamente sucias.

Como mejillones de roca.

Las paredes de la ciudad estaban llenas de de arañazos y restos de uñas clavados. Daba grima ¿os acordáis de aquel pozo de la vieja película El silencio de los corderos?

El suelo lucía la misma decoración.

Un joviano corría veloz por la acera tras una joviana, ella cruzó la calle con el semáforo en verde, el joviano aún no había llegado al cruce cuando el semáforo cambió a rojo y los coches arrancaron.

Entendí el porque sus uñas eran tan fuertes y miré con tristeza y complejo las mías. Y el resbaladizo y peligroso suelo.

No decía nada el folleto de la agencia de viajes respecto a ese característico suelo y por ello no creí conveniente dejarme crecer las uñas y hacer un tratamiento endurecedor.

Para frenar su carrera, el joviano clavó las uñas de los pies en el suelo y en la pared las de las manos. Muy desagradable aquel sonido penetrante, chirriante.

Tardó 3,9 segundos en detenerse y recorrió 10 m., un coche le pisó el pie derecho y le debió decir al conductor auténticas barbaridades a juzgar por los gritos.

Llegar al hotel que se encontraba a 300 m. del aeródromo (más silencioso que los del famoso centro de ocio) me costó más de 60 resbalones. Cuando no resbalaba y respiraba tranquilo un joviano o joviana usaban sus uñas para detenerse y me rechinaban los dientes. Aquellos sonidos eran constantes y me llenaban de desasosiego.

Cuando por fin puse los pies en mi enmoquetada habitación, lloré prolongadamente para desahogarme de los nervios pasados en los ¾ de hora que llevaba visitando Júpiter.

Recobré la entereza encendí el televisor y cambié de canal hasta dar con el pornográfico.

Además de la extrañeza de ver follar a tíos y tías con el culo horizontal y las tres tetas verticales, y tener cuernos, sentí asco y repugnancia por sus uñas.

Me alegré que la película no tuviera escenas fetichistas en las que se chupan los dedos y por consiguiente meterse las uñas hasta las amígdalas.

Pensar en sorbetes de mejillón me descompuso por unos segundos.

Me relajé, dejé que mi nabo se expandiera por todo el universo, me la pelé y me sentí preparado para irme de putas.

Que no se piense nadie que siempre pago por follar. Esto sólo lo hago en vacaciones porque hay poco tiempo y mucho que follar; no puedo pasarme dos horas dorándole la píldora a una tía para follármela.

Uso a mi conveniencia los recursos que me ofrece el Sistema Solar como todo buen ciudadano.

No soy como esos tontos que se va a follar a Cuba, donde creen que ligan y luego se traen montada en la chepa a una cubana más puta que las gallinas y que se va a quedar con su mierda de piso cuando a ella le salga del coño divorciarse.

Me acerqué medio resbalando a uno de los cientos de casinos que había a lo largo de las 178 avenidas.

Localicé y detecté como puta a una joviana alta y de verde melena. Sus tres tetas eran enormes y se amontonaban una encima de otra, los tirantes del sujetador se transparentaban bajo la blusa de seda blanca y subían desde la entrepierna hacia los hombros.

Parecía un arnés de seguridad pero; me la ponía dura.

Distraído en admirar sus largas piernas di un paso descuidado y me planté contra la pared en la que ella se apoyaba haciendo girar el bolso, a su lado. Casi íntimamente cerca.

Me dolía mucho la nariz y sangrando con un fuerte acento nasal, la saludé.

-Hola, puta. Quie…

No me dejó acabar la frase.

-Hola, putañero, límpiate la sangre de la nariz. 60 sistemas el completo, 10 de la habitación y una copa de Delapierre dulce.

-Claro y si quieres te lo chupo.

-Está bien, putañero, te perdono la copa de cava.

Hasta para hablar eran rápidos.

Los chirridos de uñas continuaban, me estaba poniendo en tal estado de nervios que se me pasaron las ganas de regatear el abusivo precio del quiqui.

Un taxi paró ante nosotros antes de que acabara de levantar el brazo.

-La pensión está aquí mismo.-díjome la puta.

-Estoy reventado, no puedo dar un paso más.

Creí que quería decir que la pensión se encontraba a unos minutos de allí. Subimos en el taxi, arrancó y apenas recorrimos 8 m., paró frente a una pensión.

¿Nunca habéis tenido la sensación de que sois idiotas? Yo nunca hasta aquella noche y en aquel instante.

El taxista y la puta debieron contarse algo jocoso porque se reían sin ningún disimulo y con ganas.

El micro-paseo me costó 5 sistemas que el uñilargo no se cortó un pelo en cobrar.

Con paso firme y decidido recorrí los treinta y cinco metros que había del taxi a la recepción de la pensión. Pasé como una exhalación entre dos jovianas que manejaban dinero observándome e incluso señalándome. Me dejé tres uñas clavadas en la pared de la recepción durante la frenada.

La puta chirrió hasta mí con suma elegancia y naturalidad.

Ya en la habitación pude moverme con seguridad y fui más rápido que la puta poniéndome en pelotas. Claro que ella sólo se sacó la blusa y el arnés.

Me dejó chuparle los pezones y aprovechó para darse una capa de barniz de poliuretano rosa en las uñas de las manos, cosa que me desmotivaba bastante.

Esnifar prolongadamente aquel barniz me provocó una hilaridad tonta.

A los 10 segundos (me esforzaba por ser rápido) la dije:

-Ahora te jodo, puta.

Apenas vi como lo hizo, pero se quedó en pelotas; el pubis estaba poblado de vello rojizo y los muslos brillaban empapados. Era una máquina de follar.

-Estírate putañero.

Era una mujer poco agradable y cordial.

-No. Yo monto.-me impuse.

Separó bien la cama de la pared (no le pregunté por ese tonto capricho) y se estiró sumisa y aburrida en la cama; cuando abrió las piernas mostró la enorme vulva de enormes labios que goteaban fluido.

Eso me puso como un toro.

Casi me lancé encima de ese cuerpazo. Si la cabecera de la cama hubiera estado atracada contra la pared, ahora estaría sorbiendo líquidos por una pajita. Se lo agradecí en mi interior.

Era resbaladiza como una serpiente en el fango. Cuando tomé impulso alzando el culo para penetrarla, salí disparado por encima de su cuerpo y recorrí con la polla los tres pezones y la barbilla; se me dobló el torso al quedar en el vacío y tuve que apoyar las manos en el suelo para no caer.

-La mamada te va a salir por 15 sistemas más.-pronunció lentamente, con dificultad. Mascullando cada palabra con la boca llena de polla.

Fue un accidente que liberó un poco la tensión acumulada en mí y que a ella le sentó como una patada en el coño.

-Mira putañero, vamos a hacerlo bien.

Me tumbé panza arriba con el pene erecto, un regalo para la puta.

Se sentó encima sujetando y guiando el bálano y cerré los ojos para disfrutar plenamente. Al instante sentí una especie de movimiento sísmico, la cama vibraba y las paredes parecían moverse.

Sentí algo extraño y fugaz en mi pijo y grité:

-¡Ahhhhh!-y me corrí.

El polvo duró cinco segundos escasos.

Con la misma rapidez le pagué a la puta y ni la noche pasé en el hotel que había pagado.

Acabé hasta la polla de Júpiter; volví a resbalar por la pista hasta mi nave para ir más rápido y me largué del resbaladizo Júpiter.

Con el piloto automático activado, me pude duchar y me froté la piel como un neurótico, tenía grasa en cada poro, en cada vello. También me unté crema hidratante en el pene escaldado por el veloz coito al que me sometió la puta joviana.

Lloré por unos segundos de nuevo y luego, ya más sereno me puse hasta el culo de comer lentejas con chorizo.

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SATURNO

El 6º planeta por su distancia al Sol y el más bello por su gran disco y el esplendor de los anillos que lo forman.

Como curiosidad: un día saturniano dura 10 horas y 14 minutos.

Es todo un espectáculo ver Saturno a medio millón de Km. de distancia; el rico colorido de su disco produce al observarlo una gran serenidad. Cuando aterricé en Saturno, quedé anonadado por su atmósfera clara y cristalina; las distancias se hacían engañosamente cortas merced a aquella nitidez.

Los saturnianos son seres soberbios, orgullosos y xenófobos. Los más hijo putas del Sistema Solar.

Y más horteras que un cerdo con diente de oro.

Su piel es tornasolada, nacarina. Dan ganas de vomitar ante tanta belleza.

Son altos y espigados. Las mujeres no tienen mamas y los sexos se distinguen por el color de la nariz: hembras verde y machos marrón.

En la aduana, el agente le dijo a su compañero cuando me coloqué frente a su ventanilla:

-Mira, otro terraca.

-¿Motivos de su visita?-me preguntó.

-Follarme a una saturniana.

Me miró con los ojos cruzados y hostiles.

-¿Cuánto tiempo tiene previsto permanecer en Saturno?

-Lo que me cueste comprar una puta y tirármela.

Me sonrió más amable, no hay nada como ser un hijo puta entre hijo putas. He viajado mucho.

Me sellaron el pasaporte y al entregármelo le pregunté:

-¿Tiene alguna hermana guarra que sea puta?

-Yo no, pero la mujer de mi colega lo hace por 90 sistemas e incluye a su hija sin costes.

Anoté la dirección del domicilio del agente y me tendió la mano de mala gana, se la estreché sin cordialidad. A mí no me gana nadie a borde si me lo propongo.

Compré unas gafas polarizadas para atenuar el efecto estroboscópico de tanto tornasolado, y luz nítida de bellos matices.

Un auténtico coñazo, la belleza hace bostezar a las ovejas.

No había mucho ambiente en la calle, la peña se apeaba rápidamente de sus coches para meterse en su casa y los pocos que paseaban, al cruzarme con ellos me giraban la cara ostentosamente.

Los termómetros marcaban 45 ºC.

Los comercios vendían artículos de lujo a precios astronómicos; por ejemplo: una gorra con un disco como el del planeta a modo de visera: 45 sistemas; justo la mitad que un ménage a trois con la mujer del agente de aduanas y su hija.

En las tiendas en las que entré a curiosear me seguían y controlaban; era una situación violenta porque cuando era un nariz marrón el que me seguía, no sabía decirle que no era maricón como él. Mi saturniano es muy limitado.

En cambio, a las saturnianas les ofrecía pasta por un quiqui rápido. La dueña de una lencería, me seguía constantemente y le ofrecí 20 sistemas por una follada.

-Palurdo terraca…-y me dejó tranquilo mientras acababa de darle un vistazo a las bragas, sostenes no había.

Como quiera que no conseguía intuir en que zona se encontraban las putas (no habían zonas deprimidas ni bulliciosas) intenté preguntar a algún aborigen, pero me hacían un gesto para que no me acercara más y decían no llevar nada suelto encima.

No podía soportar más el calor y entré en un bar. Supe que era un bar porque miré por las cristaleras haciendo pantalla con las manos, porque no había letrero alguno en el exterior que lo indicara.

Estaba decorado con decencia y buen gusto, era como esos de la Tierra que están hechos para las mamás que tras el gran trabajo de dejar a sus hijos en el cole, necesitan relajarse cotorreando con sus colegas.

Resumiendo, parecía una granja bollería.

Estaba a rebosar de napias verdes y deduje que estando todas las saturnianas allí metidas, era imposible que hubiera ambiente de vida en el exterior.

Tal vez sea porque soy de naturaleza frívola y sexual y un tanto simple, la cuestión es que todas aquellas narices verdes y respingonas me pusieron cachondo.

Además, allí en el bar, no habían los 45 ºC de calor que hacía en la calle. Comprendí que era normal que estuviera tan lleno el local, aunque seguía sin cuadrarme el que no hubieran narices color mierda.

Paciencia y perseverancia son mis apellidos, si uno va reuniendo datos, acaba entendiendo el porque de las cosas.

No soy un ejemplo de higiene para la humanidad pero, tampoco soy un cerdo, por lo que deduje que si se taparon la nariz las mujeres más cercanas, fue porque tenían un sentido del olfato patológicamente desarrollado en su desmesurada sensibilidad.

Me olisqueé los sobados peludos (llevaba camiseta de tirantes) y aún olían al desodorante de dos días atrás.

Dejé de preocuparme ya seguro de mí mismo.

Me acerqué hasta la barra y le pregunté a la camarera:

-¿Dónde coño están las putas?

Me sonrió con amabilidad y el resto de mujeres pareció relajarse y observarme con menos soberbia.

-Todas estas lo son; hace tanto calor ahora que no hacen la calle.

La miré asombrado y cogí una de las tarjetas del dispensador de plata y diamantes. Estaba escrita en varios idiomas, incluido el terraca y decía:

Casa de putas La Lujuria Solar.

Las más exquisitas bellezas saturnianas.

Abierto las 10 h. y 14 m. del día.

Gran variedad de precios y servicios.´

Todas las chicas con certificado médico.

-Pues ya podríais haber colocado un letrero, coño. Ponme una cocacola.

Caminé entre las mesas examinando la mercancía. Puede que no tuvieran tetas; pero sus piernas largas, esbeltas y discretamente musculadas prometían esconder entre ellas el más sugerente de los coños. Su actitud orgullosa y altiva las hacía deseables.

Opté por sentarme con una solitaria porque en el caso de hacer el ridículo, prefiero ser discreto. Cuando me acerqué a ella creí entender que decía al verme:

-Vaya mierda.

-Desde luego, el calor ahí fuera es insoportable.-intenté mantener mi dignidad.

-¿Vamos a follar?-le pregunté ya cansado de prolegómenos.

-Vale terraca; pero antes paga.

Le dejé en la mesa 90 sistemas y me reprochó que faltaran 10; tenía mucha calderilla y vacié el monedero en la mesa; sumé los céntimos hasta llegar a 8,5 sistemas.

-Ya está bien, potentado.-me dijo haciendo acopio de paciencia.

Me guió hasta una zona de habitaciones a la que accedimos a través de una cortina de terciopelo rojo con brocados de hilo de oro y una cruz de calatrava del tamaño de un cerdo.

Si el mal gusto y la vulgaridad fueran delitos, los saturnianos morirían en la trona-láser.

Nos desnudamos y no le encontré el chocho.

-¿Dónde tienes la raja?

Y me enseñó el culo.

-Digo la otra, el coño, puta.

-Las saturnianas no tenemos esa porquería entre las piernas, no somos unas tiradas.

-¿Y los narices color mierda no tienen pene?

-¡Qué asco…! ¡No!

Encima de puta, delicada.

-¿Y cómo os reproducís?

Me dio unas gafas de protección como las de los soldadores, me las puse intrigado sintiéndome fetichista.

Hizo una serie de arrancadas con la garganta e hizo emerger el pollo a la boca y me soltó un escupitajo de color verde, como los genuinos, que me lanzó atrás.

Se me revolvieron las tripas y cuando me aferré a las cortinas de seda para limpiarme con ellas, sentí un placer extendiéndose desde el moco hacia las extremidades incluidas el nabo.

-Te perdono porque está guay, pero que no toque la cara.

-¿Ya estás, no?

-Claro que no.-dije con el pecho chorreando mocos.

Y con la picha más dura que pata de cabra.

-Pues nuestros hombres ya se hubieran corrido.

-Oye puta, no he pagado 89,5 sistemas para que me escupas y largarme con un calentón, así que sigue.

-No me quedan más pollos.

-Pues me devuelves la pasta o me la chupas.

-Yo no me meto eso en la boca.-dijo señalando mi pene que cabeceaba pidiendo más.

Salió fuera del folladero y la sentí hablar con sus compañeras.

-Arreglado, te irás satisfecho.

Fui escupido 15 veces por 15 putas diferentes y aún así, no miro con buenos ojos la escatología.

Me entró complejo de Jesucristo.

Cada escupitajo superaba y se sumaba al placer del anterior y antes de que me llegara el 15, ya me estaba corriendo.

Debía ser una droga con un efecto neurológico general, porque nunca me había corrido castañeteando los dientes y haciendo el pino. Yo no sabía hacer el pino.

¿Entendéis por qué quiero ser discreto y no estar demasiado acompañado? Nunca se sabe cuando puedes caer en el ridículo más espantoso.

-Tenéis poca clase hasta para esto.-comentó despectiva la puta nº 15.

No le pude responder porque aún me repicaban los dientes y como estaba haciendo la vertical con las manos, hacía también el ridículo; el semen y los mocos se escurrían por mi nariz, por el pecho, la boca…

Y no por este orden.

Era muy desagradable sobre todo porque los fluidos se habían enfriado y estaban más espesos.

Entró un grupito de 20 putas más para observar mi extraño orgasmo, me hicieron fotos y no tuvieron la delicadeza de darme un cacahuete las muy racistas.

Recapacitando, el sonido que hacían para sacar el moco del gaznate era muy desagradable y el tacto repugnante, pero cuando hacía efecto se convertía en un cortejo sexual exquisito.

No obstante, me sentí herido en mi orgullo machista y cuando recuperé la compostura, arranqué una miasma cargada de alquitrán y nicotina de lo más profundo de mi ser y se lo escupí contra el pecho de tabla a la puta 1 cuando se estaba vistiendo.

-Hijo de pu….-intentó decir, aunque nunca supe que era lo que quiso comunicarme.

No pudo acabar su frase, se tiró al suelo gimiendo como una perra y extendiéndose el escupitajo por la caja torácica, retorciéndose de placer sincero.

Y pensé orgulloso que había nacido para dar placer a las hembras fuera como fuera.

-¡Más! ¡Más! ¡Cabrón, dame más!

La escupí hasta quedarme seco.

Era de locos, me tuve que masturbar por lo caliente que me puso de nuevo la saturniana.

Le di un beso en la boca para que se sintiera más mujer; un arrebato romántico.

-Eres un guarro.-me insultó con náuseas.

Cuando salí al salón no había una sola puta y era de noche. No había pasado ni una hora y media desde que entré.

-¿Cómo puede ser de noche ya?-le pregunté a la camarera.

-Terraca, aquí el día dura 10 horas terráqueas.

-¿Y las chicas?

-Haciendo la calle.

Salí de la casa putas satisfecho, asqueado, excitado y apestado; no me permitieron ducharme porque les daba asco el pelo de mis sobacos.

En la calle había gente hasta en las alcantarillas y no hacía el asfixiante calor de hace un rato. Ni siquiera hacía calor.

Es lo que tiene viajar solo y no hacer ni puto caso de las guías turísticas, es muy difícil dar con el lugar y el momento idóneo llevado por la sed de aventura.

Camino del aeródromo pasé ante un corrillo de putas que me escupieron con suavidad, para incitarme.

-Iros a la mierda, guarras.

Me sonrieron con simpatía.

Cuando despegué y me sumergí en el espacio, sentí la experiencia como un sueño subrrealista; me duché y con lana de acero tuve arrancarme los restos de escupinajos y semen. Afortunadamente no me escupieron en los huevos.

Fumando un cigarrillo y tomando un café, repasé la guía turística, no me había equivocado, allí decía: "se practica el sexo a todo trapo*"

Pasé por alto la nota del asterisco que decía así:

"N.T., errata, léase escupitajo".

No importa, hubiera ido de todas formas, no soy delicado con estas cosas del follar.

Lancé un pollo al suelo y me eché en la cama para reflexionar con un condón de precioso tornasolado color verde metálico en la picha.

 

 

Iconoclasta

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