Archivos para junio, 2018

Si fuera marica no celebraría el día del orgullo homo y lesbiano (incluyo a los trans, que en definitiva son lo mismo). Aunque me jodiera.
Sinceramente, todos los colectivos me provocan una seria irritación cerebral.
Lo cierto es que nunca perteneceré a ningún grupo social, secta, religión o corporación.
Hablando en plata: a ningún rebaño de mierda de ninguna especie de mierda.
Por otra parte, los maricas son demasiado chillones, son demasiado alegres y desbocados, como si sufrieran una neurosis aguda.
Hoy tocaba ser incorrecto y todas esas cosas.
Hay que joderse.
Porque si yo me jodo, ¿qué de malo tiene que se jodan los demás?
Hay personas queridas y otras simplemente invisibles o absolutamente despreciables.
Yo soy un despreciable, porque sinceramente, me importa una mierda lo que les ocurra a muchos. Exactamente igual que lo que les importa a muchos lo que ocurra conmigo.
Celebraciones son las cosas que distraen a las bestias que no tienen un intelecto suficientemente desarrollado para ofender y defenderse por sus propios medios, normalmente es una cuestión de cobardía.
El día del orgullo gay y el del trabajador… Son ejemplos de la celebración de la cobardía y de la absoluta ausencia de individualismo que se come esta puta sociedad ladrona de identidad y creación.
A la mierda… Los orgullos son vanidades coloridas hasta el asco, injustificadas, culos al aire que bailan al son de la cobardía y la indecencia de la colectividad, cáncer de la libertad.
Maricas, tortilleras, trabajadores y otras hierbas.
¡Qué cansinos, qué deprimentes, qué decadentes!
Y yo un perfecto cabrón.
Me parece bien.

En Telegramas de Iconoclasta.

En algún momento de la historia de la humanidad, dos hijos de puta cerraron un trato que se llamó con el tiempo pacto o contrato social.
Uno de los cerdos le propuso a otro cerdo que le vigilara las tierras, lo cosechado y que negociara con extraños y enemigos para no ser robado; a cambio le pagaría con parte de sus productos.
Y desde ese mismo momento, pagamos por tan solo nacer.
Aquel hijo de puta cobarde prefirió someterse a la autoridad de otro que lo protegiera.
Y el otro hijo de puta que aceptó, se convirtió automáticamente en el primer rey y corrupto. Porque tenía que ser ambicioso hasta la náusea.
Es la base de la actual sociedad, donde unos pocos mandan y crean leyes para gobernar a millones.
¿De verdad alguien puede pensar que hay que luchar por mejorar esta sociedad?
Si está podrida desde su puto nacimiento, con aquel primer pacto social de cobardía y ambición.
La sociedad actual debe ser destruida, arrasada. Y crear otra de nuevo. Que mueran cuantos deban morir; pero si se firma otro pacto social, que sea entre valientes con cierta ética. Hay pocos, pero los hay; por alguna ley planetaria, siempre sale alguna flor entre los excrementos.

En Telegramas de Iconoclasta.

«Soy un cowboy del espacio azul eléctrico.
A dos millones de años luz de mi casa estoy.
Quisiera volver, no termina nunca esta misión.
Me acuerdo de ti como un cuento de ciencia ficción.»

(Canción Llamando a La Tierra, de M-Clan. Versión de Serenade, de Steve Miller).

No hay tiempo o situación que no te piense.
Estás en el bosque, en el cielo, en el río, en la tierra y el infierno.
En las calles todas, donde paseamos de la mano, por fin serenos.
Por fin nosotros.
Estás en mi pensamiento constantemente, sin pausa. Como una pertenencia absoluta y con una carencia que rompe cualquier asomo de alegría.
No sé que hubiera sido de mí en otro tiempo donde la tecnología no comunicaba a nadie con la inmediatez de hoy.
No te habría conocido, no sabría de tu voz.
Estaría más relajado, menos melancólico, menos triste.
Ante la certeza de tu existencia se crea una enorme masa de ausencia en mis brazos y la piel parece querer ir donde te hallas.
Tira de mi carne con cierto dolor inconsolable.
¿Cómo conciliar el conflicto de amar y no tocar?
Es tan sencillo como doloroso: olvidando con fuerza idéntica y contraria al deseo.
Temo mi fuerza excesiva, la misma que te ama en todo momento y lugar.
Temo que mi fuerza me lleve al otro lado del amor: al olvido.
La vida es corta y un prolongado pesar es un largo morir.
Se impone el criterio de la supervivencia y la dignidad.
Convertir tu rostro, tu voz y tus palabras en una triste película; cuyo cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia. Un drama que pasó durante algo más de una hora en una pantalla de cine.
Tenemos que ser dignos. Es una hipocresía, es una aberración amarnos, prometernos en la eternidad, excitarnos… Y sin embargo, follar, comer y dormir con alguien a quien no queremos, a quien no decimos nada de eso.
No quiero morir indigno e hipócrita. La película ha durado demasiado, y ahora que sé que la muerte está muy cerca, no quiero evaporarme con tanta infamia.
¿Cómo se gestiona el dolor de la muerte de quien no tuviste jamás?
Porque yo moriré antes, voy directo al final. Veloz como un cometa.
Solo que no volveré más, no soy un cometa y no hay universo en la muerte.
Estoy harto de la vida, estoy agotado de amarte, estoy enfadado, cielo.
Soy viejo para esto y lo malo es que aún soy demasiado fuerte.
Debo olvidarte y esconder con vergüenza todos los recuerdos que hemos tejido.
Que no te duela, no te enfades.
Te amé hasta la infamia, cielo.

 

– La carta no llegó jamás a ella. Él murió y ella lo supo tarde, cuando sin darse cuenta ya lo había olvidado.
Cualquier parecido con la realidad es cierto. –

 

 

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Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

¿Alguna vez le he deseado a un extraño buenos días, tardes o noches con sinceridad?
Jamás, no soy empático. Solo ejercito una educación que me da una vida social cómoda.
De boca para adentro soy absolutamente hermético.
Y mi pensamiento está metido dentro de otro pensamiento como medida de seguridad.
Una vez conocí a una puta poblana (de México) que decía como si fuera un credo, que ella iba siempre con la verdad por delante; que no había nada que odiara más que la mentira.
Pues mentía hasta por el coño.
De su boca no salía una sola verdad, porque entre otras cosas, carecía de cultura e inteligencia para discernir lo que su propio cerebro contenía. Demasiada maría, demasiada farlopa y mucho hablar de dignidad para luego arrodillarse entre orines, de forma habitual, diaria. Feminista acérrima, por supuesto. Así conseguía algún porro o un favor laboral, incluso una vuelta en un automóvil lujoso.
Es solo un ejemplo de tantos, una de las razones por la que desconfío de la humanidad en general y por sistema.
Conozco hombres peores, maricones, cabrones e hipócritas. Pero he preferido evocar la puta mexicana porque me apetece herir sensibilidades de quien postula la moda de la Teología del Super Feminismo Talibán.
No, jamás he deseado ni deseo que sean buenos los días a un extraño, podría no merecerlo.
El temor a que sean parecidos a la puta mexicana me tiene con las orejas tiesas. No quiero hipocresías innecesarias.
Cuando digo buenos días, pienso: vete a la mierda.
Sé que transmito con ello un carisma de borde; pero me la pela.
Voy en bici, siempre solo, salvo un par de días cada dos meses que gozo de la compañía de mi hijo. Disfruto la soledad, de hecho me considero privilegiado de no sentir durante horas y horas más que mi propia voz, como por ejemplo, si hablo por teléfono o pido un café.
No puedo aceptar, no puedo entender esos grupos humanos de decenas de individuos que caminan juntos o uno tras otro, o van en bici o patinan.
No puedo, me produce náuseas pensar en que yo pudiera estar entre ellos.
Con solo imaginarlo me siento enfermo y doy gracias a mí mismo por estar tan sano y no necesitar ir en compañía de nadie a ningún sitio.
Me marean, me hacen sentir miedo ante la posibilidad de que yo hubiera sido como ellos.
¿Cómo les voy a desear buenos días si son una ignominia, una blasfemia a mi dignidad?
Una niña cantaba que, antes muerta que sencilla. Yo prefiero morirme que hacer cinco kilómetros de ruta entre cuerpos extraños, palabras vanas y una ostentosa cobardía que disfrazan de camaradería, competitividad o cualquier otra idea de mierda que esté de moda.
Ser un borde me ha salvado de la indignidad y la cobardía. Y por tanto la vida.

Había en la plaza mayor un polluelo muerto en el suelo, aún sin plumas, con el pico abierto; había quedado mudo de muerte durante un piar plagado de miedo e incomprensión.
Lo puedo imaginar.
Tenía el tamaño de mi dedo pulgar.
Miro al cielo y el sol me deslumbra y pesa como una losa en mi rostro. Ha debido caer del nido desde un tejado.
¿Se les habrá caído a sus padres de entre las patas? ¿Lo habrán empujado al vacío cansados de oírlo piar? Como hacen los humanos…
No sé… Quiero buscar algo más que un simple azar de morir, dar más importancia a toda esa muerte. Tan poca cosa y tanta aflicción…
¿Por qué los seres tan pequeños acumulan tanta tragedia?
El drama más silencioso del universo: nacer para morir.
Para morir rápidamente sin llegar a tener conciencia de la propia vida.
Y pierdo un latido del corazón, un pequeño paro ante lo fácil que es morir.
Hubo tanta angustia en su muerte… Se nota en su cuerpo desgarbado, el cuello estirado buscando un camino que lo alejara del negro sueño eterno que lo tragaba.
Y así, por un simple cálculo de media toda su vida fue agonía.
Existimos seres con el super poder de concentrar una ingente cantidad de mala suerte en poco tiempo y espacio.
Dan ganas de reír.
El polluelo pía mudo y abandonado entre gigantes y un sol que lo seca y lo pudre.
Malditas las ganas de reír.
Pienso si mi cadáver provocará ternura.
No.
Los cadáveres grandes solo apestan y dan grima.
Náuseas si han empezado a pudrirse.
Pienso si tendré tiempo de formar un pensamiento que dé algo de importancia a mi muerte.
Morir piando unas palabras como el polluelo.
Una oración a un padre muerto también.
A ella y su coño… Mmm…
Somos un selecto club los que lloramos muertes pequeñas y somos pequeñas muertes en potencia.
La parca es jocosamente sarcástica si la ves de cerca.
Y yo absurdo.
Tengo un pensamiento para el final: Perdóname padre porque no he pecado suficiente.
Es retórica romántica, no necesito perdón de nadie.
Escupo la colilla que pende de mis labios y camino.
Certifico que lo que se mueve no está muerto aún.
Precioso…

 

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