Es de puercos responsabilizar a nadie del destino del futuro. Y los políticos por su ambición y codicia no cesan de hablar del futuro para robar hoy lo que no podrán mañana. Nadie se entera de nada, porque no hay inteligencia suficiente para sintetizar o analizar y resumir la idea de un discurso. Es por ello, que los lelos incapaces de respirar por la nariz, escuchan al político babeando y piensan que razón no le falta. No son conscientes de la ofensa y el desprecio que el político o jerarca les está escupiendo a la cara con esa sonrisa subnormal en el rostro. Los insulta y los denigra desde el mismo momento que a esa masa amorfa y anónima de ciudadanos, los condena en el presente, les perora que son un caso insoluble. No se pueden salvar de la ruina, sino dar su dinero y salud a los que no han nacido. Que los vivos solo son combustible para las próximas generaciones. Los presentes han de vivir como mierda para que los que vienen disfruten de su mísera vida sacrificada. Estos mensajes paternalistas, pseudo filantrópicos de los avarientos y ambiciosos jerarcas y políticos se vienen repitiendo desde que un primer mono hijo de puta, fue nombrado jefe de una tribu o rey. Han pasado más de seis mil años de civilizaciones sosteniendo la misma mierda de joder a los presentes por un bien de los futuros. Que la población viva miserablemente para que ellos, los ambiciosos y avaros en el poder, mueran ricos. La humanidad no es inteligente, solo algún individuo lo ha sido. La masa humana tiene un certificado de retrasada mental que le asegurará, hasta su extinción, trabajar para futuras generaciones muriendo con la boca llena de mierda. Tiene ese grado de imbecilidad clínica y no conseguirá sobrevivir para evolucionar y erradicarla de su genética. Son incapaces de entender los lelos que lo que hoy se consiga, gane y disfrute; servirá para los que están por nacer, si llegan a ello. Y a ellos les tocará sostenerlo y mejorarlo si pueden. No requiere sacrifico alguno el futuro. Nadie vive para alimentar a los no nacidos y cada cual tiene su vida que disfrutar y mantener. Los sacrificios solo los exigen sacerdotes, santones, presidentes, tiranos y reyes para morir podridos de dinero. Y nadie los mata, no en suficiente número y frecuencia; sino que cada vez nacen más futurólogos de mierda. El futuro de los jerarcas es la maldición eterna de los pobres, que lo son por idiotas.
La bondad no es una virtud, sino la reflexión y el acto que surge de la inteligencia y la búsqueda o intuición de la justicia. Esa justicia que degradaron y humillaron en códigos de leyes los gobiernos de las naciones del planeta Tierra, hasta convertirla en un puré corrupto de hipocresía para protección de la riqueza y sus poseedores. Esa inteligencia que ha pervertido la sociedad hasta reducirla a un único mensaje electroquímico insectil; millones de veces chirriado por los millones de humanos-orugas. La bondad es un acto medido, una emoción razonada. Y no persigue recompensa. Ser bondadoso indiscriminadamente es el mayor acto de injusticia para los que se la merecen; traicionarlos está muy lejos de la bondad, de la justicia y de la ética. Sin embargo la superchería o ideología o religión, prostituye la bondad como método para alcanzar una santidad, un paraíso, un premio. Y exige ante todo, bondad hacia los líderes, amos y ricos (el perdón, respeto y obediencia a pesar de sus delitos y negligencias). Luego, hacia todos los seres humanos; excepto a los infieles cuando un gobierno decreta guerra. No todo ser humano merece un acto de bondad. En algún momento las grandes supercherías o ideologías o religiones del mundo pervirtieron la bondad amasando mansedumbre y fanatismo. Esta “bondad” es conocida como moral, un libro sagrado del buen ciudadano según los dogmas escritos a lo largo de la historia de la especie humana. La bondad predicada por las más importantes supersticiones o religiones o ideologías del mundo es un mero trámite que da ciertos privilegios ante los dioses inventados por los líderes salvadores y redentores. Una cartilla de cupones. La bondad solo se da en anónimos seres humanos que viven el día a día sin mirar a nadie y hacen lo que deben cuando deben. Lo hacen según la razón y la justicia, sin exigir dinero, votos o fama. Sin exigir la fe en ellos. Sin exigir el paraíso. Luego se encienden un cigarrillo paseando a donde quiera que vayan hasta diluirse en el paisaje.
Es hermoso ver a los patos nadar río abajo y arriba. Divagando con vete a saber qué, mientras sus patas funcionan automáticamente, ajenas a su pensamiento. Es divertido observar cómo se dejan llevar indolentemente por la corriente y de repente, cambiar de opinión e ir en contra sin esfuerzo alguno, disfrutando de ser ellos. Solo les falta fumar. Reflexionar que son perfectos y hacen justo lo que deben, una línea de pensamiento que surge de una forma natural. No están obligados a pagar por el pecado original o el de haber nacido y sacrificar fuerza y salud a un dios o un líder por el simple hecho de vivir. El ser humano en sus sociedades antihigiénicas, antiéticas y criminales debe pagar caro el haber nacido. El ser humano en sus sociedades antihigiénicas, antiéticas y criminales debe pagar caro el haber nacido. No existe en el mundo, salvo los animales de ganadería, otra especie que nazca con pecado original y condenada al tributo o sanción por haber nacido. O deberíamos decir “nazido”, con absoluta propiedad y sin faltar a la realidad. Ningún ser no humano del planeta puede imaginar ser culpable de vivir. Solo la humanidad tiene la suficiente deficiencia mental para no concebir la vida sin pecado, ni pagar caro con una cadena perpetua a trabajos forzados y humillación el respirar. Un primer mono humano creó una sociedad donde el nacido es culpable y está condenado hasta la muerte. No es el gran secreto de la vida precisamente. No digo nada nuevo, solo me limito a describir mis observaciones de la naturaleza y los hechos evidentes. En algún momento un humano incapaz e inútil para la caza o subsistir; pero con el don de la envidia y la codicia, decidió vivir a costa de su clan de unos pocos monos. Y la humanidad evolucionó desde ese hijo de puta y de los idiotas que no le aplastaron la cabeza con una roca. Evolucionó endogámicamente desde esos genes que la definirán hasta su extinción. Y así hasta llegar a este momento, donde un ser humano, yo, debe escribir lo que es obvio para no olvidar ni por un segundo que es descendiente de un cabrón que no tenía la suficiente inteligencia y fuerza para cazar. Y por envidia y ambición lo estropeó todo convirtiendo a todo ser humano recién parido en criminal por vivir. Y claro, a los criminales hay que tratarlos con mano dura y darles unas cáscaras de premio si muestran obediencia. No hay que olvidar que el humano es esclavo de sí mismo por su intelecto inexistente, ergo también de la envidia y la codicia de los no aptos para la libertad: los gobernantes o líderes que nacieron sin habilidades para sobrevivir y tuvieron que parasitar a los aptos, que llamaron pecadores originales para seguir en el poder con la invención de dioses en forma de triángulo, becerros, toros, corderos, serpientes… La especie humana es una de esas mutaciones que no debería haber sobrevivido; pero por alguna aleatoriedad supo hacerse parásita en el planeta. Todo humano es pecador al nacer según dogmas, según políticos o religiosos (no hay nada que los distinga en esta era ya tecnológica). Según los poderosos (con “j” inicial por favor) para mejor definirlos. Es una ofensa a la dignidad y la razón que solo afecta a unos pocos seres humanos con una inteligencia eficaz que trabajan sin otra opción para alimentar a los puercos por una mera cuestión de supervivencia, no por respeto o porque se crean culpables de algún pecado original de mierda religiosa. Porque la religión es y era política, no hay diferencia. De ideologías y dogmas se alimenta la actividad insectil de la especie humana en su cobardía, envidia y estupidez. Por otra parte no hay donde elegir por mucho que conozcan la realidad. Deben hacerlo porque han sido paridos en un mal mundo, en una mala sociedad digna de ser exterminada y erradicar su podredumbre que afea el planeta. Les prohibieron aprender y ejercer su naturaleza, les castraron su posibilidad de vivir libres y por sí mismos apenas nacer. Que nadie se crea que nací indigno e incapaz como aquel primer mono con ambición por frustración, o de aquellos pobres idiotas que lo obedecieron cuando pudieron matarlo. Soy consciente de la mierda con la que intentaron cubrir mi pensamiento, mi inteligencia, desde el momento en el que nací. Afirmo sin duda ni retórica que la vida de cualquier ser humano es más mísera, pobre e indigna que la de cualquier otro animal en el planeta. Y esto, es un hecho, por mucho que quieran aplicar filosofías que solo son pobres sofismas para el consuelo de tantos miles de millones de seres ya, subhumanos. Nacidos con el pecado original y su condena. (Recuerdo vivamente aquel dibujo del libro de catecismo en el colegio, que indicaba en qué lugar de la cabeza del bebé se encontraba el pecado original.) Es denigrante la cochina realidad… Aquel gran error de imbecilidad e incapacidad de hace cientos de miles de años, cuando no mataron al más débil del clan. A aquel primer ambicioso inútil que grabó sobre la genética humana la única y exclusiva mirada que caracteriza desde entonces al ser humano, única en el planeta: la de la envidia. El verdadero y real estigma humano. No murió lo que debía, es así de simple y trágico. Una gran desgracia que se hizo una bola gigantesca hacia la degeneración y decadencia de una especie, de las más jóvenes del planeta y que afortunadamente, no tardará mucho en extinguirse dejando espacio a las especies perfectas, libres de los pecadores originales. Lo importante es que desaparezca la especie humana, no salvar a las abejas. Ojalá pudiera lavar mi sangre de aquella mierda heredada de los imbéciles.
El nacimiento del primer líder humano. Grar decidió no salir a cazar con la partida al amanecer. Pensó que mejor era alimentarse de lo que traía el resto de la manada de monos humanos. Si alimentaban a la vieja mona, a él también. Ya mostraba el brillo de la mirada envidiosa que caracterizaría para siempre a la especie humana. Aquella envidia le daba una inteligencia del engaño y la codicia, que no eran aptas para la supervivencia por sí mismo. Nunca se le dio bien cazar y a menudo era humillado por los cazadores útiles. Se quedó en el asentamiento a pesar de los gruñidos de reproche del resto del clan. La vieja hembra a la que Grar envidiaba, apenas podía caminar, su cadera atrofiada y deformada no daba más de sí. Se quedaba al cargo de la vigilancia, para avisar con gritos a la manada en caso de invasión de un clan rival. Grar y la vieja Bruhr se gruñeron con hostilidad cuando la manada se internó en el bosque. La vieja mona, con desprecio, lanzó al rostro de Grar un puñado de tierra y hojas. El macho inútil tomó del suelo una gruesa rama y la golpeó hasta matarla. Hasta que la cabeza se fundió con la tierra. Con la sangre de la mona se embadurnó el rostro y esperó a que llegara la partida de caza dormido al sol en un claro cercano. Al atardecer, las cinco hembras y los ocho machos, llegaron al asentamiento con tres torcaces, dos conejos y un jabato. Gritaron y gruñeron asombrados y furibundos al ver el cadáver de la anciana y el rostro ensangrentado de Grar. El macho alfa, Trun, un tipo pesado y osco, se lanzó con el puñal de sílex hacia el asesino. Grar había atado a la rama una gruesa piedra. Antes de que el puñal se acercara demasiado, la maza golpeó a Trun que cayó muerto en el acto con un surtidor de sangre manando de la sien. Acto seguido, Grar se acercó a uno de los monos más jóvenes, no más de diez años; ante la mirada atónita de la manada, le golpeó las tibias y el pequeño cayó al suelo aullando. Siguió golpeándolas hasta hacerlas pulpa. Le arrebató el conejo que aún llevaba en la mano y lo devoró desgarrándolo con dientes y dedos. El resto de la manada, de una forma inaudita, se acobardó. Ningún otro macho o hembra se atrevió a retarlo. No mató al pequeño. Hizo guardia a su lado para que nadie se acercara a ayudarlo. El crío, con toda probabilidad debía sufrir una trombosis pulmonar por las heridas, cada vez que respiraba tosía débilmente y expulsaba sangre. Cuando comenzaron a asar el jabato, Grar exigió blandiendo la maza, la mitad del asado. El pequeño que aún no tenía nombre, fue ignorado en su agonía. Un enjambre de insectos nocturnos cubría sus muñones ensangrentados y las garrapatas se engordaban enganchadas en brazos y nalgas. Lentamente se debilitaron sus gemidos y se convirtieron en rápidos jadeos. En un momento dado intentó coger aire y vomitó una gran bocanada de sangre. Murió por fin poco antes del amanecer. Y así fue en aquel amanecer, Grar era ya el primer líder político-religioso de un asentamiento humano. Folló a las hembras y parieron monos muy parecidos a él. El resto de machos, obedeciendo a Grar, no solo debía cazar, sino conseguir nuevas hembras robándolas de otros asentamientos. Antes de llevarlas ante Grar, eran montadas por los raptores en el bosque. La manada de monos humanos, creía que la agresividad de Grar les protegería de otras tribus rivales. No era así, Grar no era valiente con quien no conocía. Negoció hembras y crías como esclavos y comida a clanes rivales y se aliaron. Se formaron los cimientos de los gobiernos. A partir de aquel momento, los individuos serviles y no aptos para la caza y la supervivencia hicieron coro de adulación a los dominantes inútiles, y se convirtieron en hechiceros o en acusadores: jueces religiosos, adivinadores… Toda la parafernalia parasitaria de toda sociedad. Los crías que nacían, mayoritariamente portaban el gen de la obediencia y el miedo de forma ya irreversible. Descendemos de aquellos envidiosos y de aquellos cobardes. Y nada ha variado salvo la decoración. Y que nadie se equivoque, los monos inteligentes y creadores han sido la excepción en estos centenares de miles de años, el resto de monos simplemente usurpó el conocimiento y los descubrimientos de aquellas pocas rarezas con inteligencia inventiva e investigadora que surgieron como anomalías o mutaciones. En los últimos cinco mil años se perfeccionó y asentó la cobardía y la envidia en el ADN humano gracias a la higiene y el conocimiento de la curación o medicina, que dieron una vida más longeva a la humanidad y por tanto, se produjo una reproducción ratonil de los seres humanos convirtiéndose así en una amenazadora plaga. Si no hubiera sido por esas pocas mutaciones humanas con inteligencia que prolongaron la vida humana, a día de hoy lo único humano que se encontraría en el planeta estaría grabado en una piedra, sería un fósil. Más que sufrir el pecado original, la especie humana debería sentir vergüenza de lo que pudo ser y fracasó: un animal digno sin pecados, sin una vida humillada desde el nacimiento mismo.
Cuanto más pretenden educarme, mayor es mi hostilidad y rebeldía. Nadie tiene nada que enseñarme. Sé lo que he necesitado aprender. Y una vez aprendido, me he dedicado a adquirir conocimientos libremente. No voy a perder mi vida aprendiendo mierda. Porque aprender es absorber un método y un código para interactuar en sociedad. Y yo lo he aprendido todo. Lo que quieran obligarme a aprender, se lo pueden meter vía rectal, hijos de puta. No es casualidad que piense como lo hago. No es casualidad el desprecio que siento hacia una sociedad imbécil. Cuanto más aprendes, menos eres tú y más asfixiantes son ellos, los mezquinos, los vulgares. He tenido algunas cositas que desaprender para sentirme libre y salvaje. Aprender es para los niños, y yo hace mucho tiempo que escupo una leche cremosa por un pijo, por el capullo. Pretendieron enseñarme que lo correcto es glande. Elijo cada palabra con precisión, con voluntad, con la suficiente displicencia para dejar claro que nada aprendo y algunas cosas por las que tanto se esforzaron enseñarme, están pegadas en una tira de papel de limpiarse el culo. Mi idea del mundo y quienes lo forman está forjada en una fragua poderosa que hay dentro de mi puta cabeza. Cualquier ideología, dogma o fe, es agresión. Pasó el tiempo de aprender. Mi método para vivir en esto que me rodea es adecuado. La ideología o fe es algo anal. Y por el culo solo salen las cosas, no entran.
No deja de fascinarme que toda aquella frondosidad de hace cuatro meses atrás se haya convertido en un poblado fantasma de esqueletos de árboles. Xilocementerios… Sus ramas tan desprotegidas de hojas como los huesos de mi padre de carne. Y el río se arrastra satisfecho de su trabajo, se llevó al mar los cadáveres-hojas y está limpio de vida. Las malas hierbas que trepan por los troncos rematan a los agonizantes. Tal vez no sea tal tragedia. Se dice que cada cual cuenta la feria según le va. Yo lo hago. Jamás ha sido mi intención dar esperanzas de renovación a nada. No soy profeta o patriarca, solo juzgo en base a lo aprendido. Y digo que hasta que no llegue la primavera, no sabré cuantos han muerto. Me siento bien entre vivos y muertos, con ambos callo y pienso de la misma forma. Todo lo que me rodea, vivo o muerto a efectos prácticos, es puro ornamento. Es la sólida base sobre la que se edifica la soledad. No me quejo, simplemente hablo en voz alta ante la inexistencia absoluta; todo lo solo que puedo ser mientras vivo. No niego que podría ser un pensamiento podrido arrastrado por el río. ¡Psé! Bien, es algo que no puedo controlar, no puedo corregir. Me place la desidia de ser mera decoración. La muerte es descanso porque tiene esa liberación de dejarse llevar y no hacer nada. De podridos al río… Es la versión literal y cruda de la sentencia popular. Solo para humanos formados.
Que ya no fuera necesaria la fe, ni imaginarlo como ahora, con la imagen que cada uno cree que tiene. Que existiera con rostro y cuerpo, grande o pequeño; pero táctil, opaco. Lo que existe no tiene magia ni misterio. ¿Es que nadie lo entiende? Tener a ese Dios sería como ver siempre, durante toda la vida al mismo jerarca. Sus superpoderes e impunidad provocarían el odio hacia él. El miedo y siempre el mismo rostro, como un castigo durante toda la vida llevaría al hastío. La gracia de Dios está en su inexistencia inofensiva, protectora y bonachona de quienes le rezan por sus penas y banalidades. Crédulos… Es aterrador el infantilismo mezquino de la masa humana. Si Dios existiera te haría daño, te arruinaría, te asesinaría por tus errores que son pecados en su ley. Solo una vez mueras, se apiadaría de ti. Sus cochinos volubles designios… Devoraría a tus hijos para poner a prueba tu obediencia a sus órdenes, decretos, mandamientos. La existencia de Dios sería la absoluta humillación y esclavitud de la especie humana. Un rostro vulgar, una hipócrita y venenosa voz, una mirada malvada. Ver todo eso todos los días, sin poder escapar de él… Desearías asesinarlo antes de morir. Su existencia sería el infierno, con millones de miserables adorándolo. Algo tan sucio y grotesco como el cerdo que se folla a la puta en las películas enfermas. Así de obsceno sería ese Dios y sus creyentes. Un tirano inmortal que pasaría de padres a hijos, a nietos, a bisnietos… ¡Qué desesperanza de vida! El Dios que te hundiría la cabeza en mierda porque tu vecino reza más. ¡Hijo de puta! Imagina a Dios palpable, audible y visible destruyendo tu vida ocupándola en cada segundo con su mierdosa omnipresencia, hurgando en tu pensamiento. Destruyendo a los que amas por sus humores inescrutables, paranoicos y depravados. Favoreciendo a los indeseables, ignorantes, ruines y cobardes, colocándolos en el poder terrenal político. Desearías no nacer en semejante mundo. E imagina que naces, que ya estás en él. La tristeza y la grisentería en tu piel como un aceite ácido que te deshace día a día lentamente, sin cura.
La podredumbre de los actuales políticos es tan nauseabunda como esas orugas peludas y urticantes retorciéndose entre las viscosidades de sus nidos. Es tan repugnante observarlos que causa fascinación, una hipnosis que impide apartar la mirada de esa asquerosidad pulsante. En su pornógrafa vanidad, arribismo e hipocresía, se han autoproclamado los auténticos mesías salvadores de vidas y almas. Pero sus fauces babean de pura codicia de dinero y poder. Esa obscena voracidad viscosa de la riqueza fácil, de una pornográfica y publicitada impunidad que pringa toda dignidad. Y apenas unos pocos ven esa malignidad. En el año 2020 esta plaga de vomitivas orugas se expandió e infectó el planeta con el coronavirus o covid, retorciéndose impúdicas en sus nidos-poltronas, esperando que la seda del nido se rasgara para devorar la ética, la decencia, la libertad y todo asomo de razón. Jamás la plaga de políticos procesionarios fariseos había sido tan grande, tan numerosa. Lo han infectado y ensuciado todo, incluso a la especie humana. Los nidos de orugas políticas llenaron e infectaron las calles y el bosque mismo como nunca antes se había visto en ninguna era. Y pudrieron el clima y el agua. Mientras nos subían arcadas del estómago, ellos, los políticos-orugas, engordaban y erigían nuevas dictaduras analfabetas y usureras creando crisis con burda y obvia alevosía ante una masa humana ciega de miedo e ignorancia, de inmovilismo y amén. Oscurantismo y expolio… Cada día y a cada minuto las repugnantes orugas se retuercen lujuriosas de poder y mentiras en las pantallas de televisores, teléfonos y ordenadores, en las páginas de los periódicos. Y nadie las mata, nadie las extermina cuando dicen que la libertad es enfermedad y usan la doctrina evangelizadora del homosexualismo y su esterilidad para frenar la reproducción humana en las ciudades superpobladas por humanos y ratas. Las asquerosas y voraces orugas exigen más espacio que infectar. No pararán a menos que las quemen o envenenen en sus nidos. Y lo peor que podía ocurrir está pasando, que la mayor parte de esta sociedad decadente, infantilizada, superficial, asexuada, cobarde y analfabeta ha desarrollado amor, respeto y fe hacia ese horror repulsivo de las venenosas y voraces procesionarias. En algún aciago momento la repulsión y lo sucio se convirtió en adoración, como ocurre con toda religión. Sucede aquí y ahora. En todas partes. Estamos abandonados…
Las águilas son vanidosas, afirmo. Porque vuelan muy alto sin ser necesario. La vanidad es un pecado inventado por los religiosos. Una forma de decir y adoctrinar a los devotos y crédulos que solo dios es digno de sentirse orgulloso de sí mismo y todos los hombres y mujeres son indignos de respetarse o enorgullecerse. Vanidad u orgullo no es pecado, es la envidia y codicia del religioso. La enfermiza obsesión de los sacerdotes porque los creyentes sean débiles y tristes. Temerosos hasta la obediencia indigna e imbécil. Dicen curas y sacerdotes que ellos son los reparadores y sanadores de pecados. Y si no hay pecado se quedan sin trabajo y por tanto; su codicia desconsolada. Y quieren enfermar para curar con oraciones que matan. Quieren la miseria para dar limosnas que provocan más hambre y debilidad. Me gustan las águilas porque vuelan sobre toda mísera religión e ideología, como yo que soy mi propio dios. Y soy perfecto. Los fabricantes de pecados, miserias, debilidades y enfermedades, lloran cuando observan mi sombra planeando en el suelo. Mientras yo viva, habrá un hombre en la tierra. Un hombre portentoso. Y follo con las diosas. Y desde sus sexos de labios húmedos que me enloquecen de deseo y vanidad, gotea mi semen que riega las catedrales, iglesias, pagodas, sinagogas y mezquitas, dándoles un perfume humano y noble, bendiciendo los templos y sus ministros y sacerdotes con la cremosa verdad tangible e indiscutible, sin debilidades ni enfermedades. Con la vanidad que yo cultivo celosamente en mis cojones. Mis diosas orinan con traviesas sonrisas sobre crucifijos, lunas, tótems, pirámides y candelabros. Preciosamente… Soy el hombre dios que existe, suda y folla. No como esos dioses modelados con excrementos amasados con envidia, pereza, codicia, cobardía, fe y obediencia. Si Dios existiera, se hincaría de rodillas ante mí. Y le tiraría unas monedas al suelo y un trozo de carne podrida.
El río baja turbio, que es el color de la vida por mucha muerte que arrastre. El color de mi vida y mis muertos. Y se me detiene un segundo el corazón ante las aguas tan opacas, tan barro. Como si la sangre se hubiera achocolatado también. Pienso de un modo natural que las tragedias son contagiosas. Sin acritud, es un hecho. Es un buen color, el color menos mezquino. Las termitas humanas quieren colores más alegres y claros en su ropaje para reflejar la luz del sol y evitar un poco de calor en su hacinamiento paranoico y devorador. El río arrastra el polvo y las cosas calcinadas por el verano; con todo ello hace una sopa ruidosa y fría, con los cadáveres y trozos de árboles muertos. Y limpia sin cuidado ni alegría, los rostros a las piedras que sobresalen con su tez dorada por el sol. Rostros de granito sin alma que el verano ha quemado. El sonido del agua es la urgencia por llegar al mar. Una alegría y un llanto… Le ruge el caudal a los recodos y los cantos rodados que dejen paso. Y les canta un adiós y hasta nunca jamás, porque el agua pasada es tiempo muerto ya. Solo provoca unas lágrimas de pérdida íntima si estás lo suficientemente cerca para escuchar el río y a nadie más. Un agua empuja a otra y los patos, canoas vivas, incluso nadan contra la corriente si así les apetece; como a mí siempre. Jodidos patos malhumorados… No se quejan de los cadáveres, ni de lo turbio. Ni siquiera se quejan, hacen lo que quieren y lo que deben. Yo no siempre. No tengo la suerte de ser siempre pato. Pero mejor bajo la lluvia que bajo el techo. Mejor el rayo que la lámpara y mejor el trueno que la música. Mejor empapado que seco. Mejor partido que humillado. Soy de naturaleza asilvestrada, no puede hacer daño. Y que las lerdas y lentas babosas, caracoles indigentes, se arrastren por la tierra jaspeada de chorros de agua brillantes que se pierden mágicamente entre la hierba para enfriar el infierno. Las ninfas están sobrevaloradas y los diablos olvidados. Yo soy la turbia justicia de los tristes. Pareciera que el otoño se asoma secretamente camuflado ente las nubes, observando en qué estado ha dejado el planeta el verano, su enemigo mortal. Le han sentado bien las vacaciones; porque una repentina brisa fresca evoca una risa satisfecha y despreocupada. Antes de que un rayo de sol consiga destripar una nube, me dice retirándose sigilosamente: “Mantente vivo, no tardaré en llegar. El maldito verano está acabado, muerto. Te lo digo yo”. Le digo que vale; pero que no me queda mucho tiempo, y soy algo que el río quiere arrastrar. Lo dicen sus aguas al hacerse espuma contra un roca, lo que le pasará a mis sesos muertos. Sinceramente, no me voy a estresar por vivir, soy un recio de piel gruesa y curtida. “Pues si encuentro tu cadáver lo cubriré de hojas y te pudrirás en la tierra, soy bueno en lo mío”. Le doy las gracias por educación, porque me importa literalmente una mierda lo que le pase a mi carne muerta. Mientras no duela, me suda la polla. Y que los patos, si quieren, pellizquen mi carne tan encantadoramente malhumorados. El otoño es un buen tipo, pero con hipertrofia de ego. Mi ego va río abajo, a veces me desprendo de él si me place. Puedo ser absolutamente ajeno a mí mismo. Incluso no puedo evitar ver mi cuerpo golpearse contra las rocas y luego llegar al mar partido. Soy un delirio mudo. Mi pensamiento es turbio, tiene el color de la vida, aunque no quiera.
Hay una raza de reses humanas, la crédula. La más numerosa en el planeta; la predominante. Por su característica principal: la fe, la credulidad; ha desterrado la inteligencia de su genética, puesto que la fe no requiere intelecto, solo obediencia; la evolución la ha liberado de esa pesada carga que es el intelecto. Hoy, a esta raza que obedece a brujos, religiosos y políticos; para no humillar a sus individuos, se la conoce con el eufemismo “masa votante”. A lo largo de los milenios de la historia, cientos de miles de generaciones han luchado de forma instintiva, agresiva y voraz contra la inteligencia (infectándola), el sentido común (corrompiéndolo) y la libertad (destruyéndola) de una forma inconsciente e insectil. Por puros impulsos eléctricos en sus pequeños cerebros que ellos mismos son incapaces de entender y que son ni más ni menos, los preceptos que sus amos, brujos, sacerdotes de todo pelaje y políticos les han inculcado. Prácticamente, la raza crédula ha extinguido al primigenio ser humano cazador y creador o inteligente. Y grandes zonas del planeta han sido invadidas por individuos adaptados al servilismo medieval. En esta característica primordial de la raza crédula, políticos, dictadores, brujos, ideólogos y estafadores de todo tipo de sectas, encuentran la forma de acceder a la fama y al dinero millonario y fácil. Esto explica porque a la menor oportunidad las “democracias”, gracias a una simple epidemia, se han convertido en dictaduras con los aplausos de sus crédulos o votantes. Y cuanto más represiva ha sido la dictadura contra esta raza, más reses se han vacunado y revacunado y adoptado el bozal (mascarilla en argot fascista) como símbolo religioso y prenda de vestir cotidiana. Hay que precisar que los crédulos no han aceptado bozal, acoso, prisión y vacuna por miedo a su gobierno dictatorial, sino por fe. Por auténtica fe en la salvación que les promete su caudillo elegido por ellos mismos “democráticamente”. Dicen que todo pueblo se merece el gobierno que tiene; pero es mentira. No pueden elegir, es así de simple; carecen de capacidad de elección. Ayuda que los jerarcas de esta casta, obedecen a la ley de: Cuando el cerdo (el político) prueba la sangre (la dictadura represiva o fascista) no quiere otra cosa. Esta ley también explica por qué las dictaduras son los gobiernos más longevos de la historia de la humanidad. La gran virtud de esta casta humana, además de su fertilidad conejil natural y también forzada por la sanidad del estado (no todo iba a ser hediondo en los crédulos, algo bueno debía tener esta raza o casta para que tuviera tanto éxito demográfico); reside en la capacidad de recibir latigazos de su caudillo, sacerdote o brujo, sin renegar por ello o dolerse; esa insensibilidad al dolor hace que sea sumamente fácil y económico estabularla y conducirla. La letra con sangre entra o Quien bien te quiere te hará llorar, son sentencias aceptadas e inculcadas ya genéticamente en su básico intelecto, y explican clara y básicamente el funcionamiento intelectual de la casta crédula. Generación tras generación a lo largo de los siglos, la obediencia de esta raza se ha hecho más fanática y obediente a sus amos y mesías. Se puede afirmar que la raza crédula ha perdido su primigenia humanidad. Las próximas generaciones carecerán de las básicas características humanas como, la capacidad de esfuerzo, la determinación, la independencia y el coraje. Lo que nacerá en las próximas generaciones, será una cosa híbrida de mamífero vacuno. El auténtico ser humano, se extinguirá. Es muy difícil que un ser humano libre y pensante se decida a estropear su propio linaje con otra especie menor. Este es el tan cacareado fin de la humanidad propia y puramente dicha. No han sido precisas grandes catástrofes nucleares o naturales. La raza crédula ha ido extinguiendo al ser humano hasta llegar a nuestros días, en los que quedan tan pocos seres humanos libres, que la estirpe primera es irrecuperable ya. No me gusta nada; pero alguien debía decirlo, describirlo y escribirlo; antes de que no quede nadie inteligente y esa raza crédula y sus sacerdotes que la azotan, corrompan la historia y la hagan mierda relegando al olvido al ser humano real y verdadero.
Una anécdota ilustrativa: En marzo del 2020, con la epidemia de coronavirus o covid; algunos países decidieron emular la paranoica, genocida y delictiva dictadura de China: España, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Austria… Decidieron instaurar una férrea dictadura que conllevaba además, una libre actividad de corrupción y enriquecimiento fácil y rápido de la clase política. Y así adueñándose de la prensa y todo aparato de comunicación para instaurar su estado del terror, impusieron las más severas medidas de estrangulación, acoso y prisión contra la población y segregación racial (por su metodología). España fue la más dañina por su segregación, prisión y respiración, puesto que fue el único país occidental que obligaba a calzar el bozal en el hocico (mascarilla) a cielo abierto. Prácticamente el estado español, prohibía respirar. Hace unos meses atrás viajó a España la Merkel, la presidenta alemana. Le preguntó al Sánchez (presidente o caudillo español): – ¿Cómo es que tanta gente lleva mascarilla (bozal) por la calle, en espacios abiertos? –le preguntó fascinada al caudillo español- ¿Aún es obligatoria? – No, ya no es obligatoria; pero el pueblo español está muy concienciado de la prevención y profilaxis por la covid –respondió el caudillo con orgullo, obviando la cobardía y el pánico de un pueblo sumiso y sometido a una dictadura brutal. La pregunta de la alemana, por si sola, ilustra el nivel de paranoia fascista de unos cuantos países como España y su pasmosa facilidad para retirar el decorado de una democracia, y volver de nuevo a principios del siglo pasado a la menor oportunidad.