Posts etiquetados ‘prosa poética’

Una imagen de un campo

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Es demasiado viejo para estar derecho.

¿Sufren de artrosis las cosas? Aunque no tengan huesos.

Aunque estén vacías.

(Un quebranto que nadie escucha)

Porque lo están ¿verdad?

(Podrido)

Demasiado decrépito para soportar los cables y ahora es el despojo de una marioneta cuyos hilos penden sin que nadie le dé vida.

(No tiene un corazón tallado en su madera)

Está abrumadoramente solo, lejos de toda vida. Se nota en la mirada triste del aislador a la cámara.

(Avergonzado entre tanta vida y verticalidad)

Humillado ante el poste recto y firme de cables tensos.

Solo es un efímero reloj de sol antes de tenderse inútil en la tierra.

(Las cosas no fabrican esperanza)

Pero tampoco hay nadie que dibuje en la tierra las horas que marca. Su sombra es anciana y contaminaría el tiempo con un adelanto de la hora estimada de la muerte.

(Un Pinocho huérfano de hada azul)

Si alguien se apiadara de las cosas, sería culpable de no apiadarse de los humanos.

Deberá tener coraje hasta convertirse en leña.

(Un llanto mudo)

Carta

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Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

She’s a rainbow (Ella es un arcoíris), es una bellísima canción de The Rolling Stones, de 1967. Forma parte del álbum Their Satanics Majesties Request (Sus Satánicas Majestades Solicitan).

He escrito los versos de la letra traducida del inglés y resaltada en negrita, para responder a cada verso en texto normal con la torpeza y la urgencia de mis emociones, de la ternura, del amor que rompe los corazones y los recompone y los pinta y los saca fuera y los mete dentro…

Que los Rolling me perdonen.

Y ella por mi torpeza.

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Ella trae colores a todas partes

está todo tan oscuro, mi amor…

y el cielo me pesa en los hombros

peina su cabello

cada mañana la sueño así a ojos abiertos, y desespero

es como un arcoíris.

solo ella puede dar color a mi sangre

Llegan colores en el aire.

cada vez que aparece, con su mirada…

¡Oh, por todas partes!

en todos los rincones de mi mundo y dimensión

Ella viene con colores

¡Como os espero!

trae colores a todas partes

mi amor hace magia

peina su cabello

y coquetea consigo misma

a veces, con una melancolía hermosa en la mirada.

es como un arcoíris.

es un rayo de amor y deseo

Llegan colores en el aire

y su voz arrasando mi serenidad

¡Oh, por todas partes!

¡Oh, desesperación!

Ella viene con colores

es la fuerza armada de la esperanza

¿La has visto vestida de azul?

la he besado en todos los colores

Ves el cielo enfrente de ti

y crees estar loco de contento

y su rostro es como una vela

plena de mis besos al viento

de un color tan hermoso y pálido

que siento ser cosa sin vida

¿Has visto a una mujer más bella?

es imposible, no hay cosa más hermosa

Ella trae colores a todas partes

no cesa, contagia el mundo de luz y color

peina su cabello

¿sonreirá pensando en mí en algún momento?

por favor…

es como un arcoíris.

es un trallazo de amor que deslumbra

Llegan colores en el aire

y se prenden en mi piel ceniza

¡Oh, por todas partes!

en toda mi carne

Ella viene con colores

soy un dibujo sin colorear sin ella

¿La has visto toda en dorado?

y he sentido mi alma retroceder al corazón mismo

Como una reina en la antigüedad

siempre existió, nací para ella

dispara sus colores a todo alrededor

no tiene piedad con su desmesurada sensualidad

como una puesta de sol

como una diosa

¿Has visto a una mujer más bella?

da terror no ser suficiente para ella

Ella trae color a todas partes

como si fuera fácil

peina su cabello

y cubrirá mi rostro con él en una caricia vertical

es como un arcoíris.

y yo la tierra mojada donde nace

Llegan colores en el aire

qué pasará cuando me pinte de ternura

¡Oh, por todas partes!

Desesperadamente…

Ella viene con colores

viene con mi vida goteando de sus dedos

es como un arcoíris.

y yo una lluvia que cesó ante ella

Llegan colores en el aire

que no tarden, no hay tiempo

¡Oh, por todas partes!

mis ojos están llenos de ella

Ella viene con colores…

y conjura la pálida muerte

Carta

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Iconoclasta

La primavera tendrá mucho trabajo para cubrir lo que el invierno devastó.
El caos que creó.
Necesitará millones de hojas para cubrir la vergüenza de los árboles desnudos.
Pero esa destrucción no obsta para caminar serenamente.
Incluso el ave podría volar, y sin embargo deambula majestuosa.
No hay fronda o color que distraiga o disimule los cables de la humanidad y sus postes de progreso.
Pero tampoco somos delicados. Somos bestias de aquellas del “camina o revienta” por donde sea y como sea.
Yo reviento, el pájaro no, está en mejor forma que yo. Aunque padece un ataque de vanidad aguda. Se exhibe con demasiada prepotencia para mi gusto.
Pájaros…
A pesar de mi cultivado cinismo, sin drama alguno se me escurre un lirismo que se derrama de los ojos a mi mano que lo escribe: los cables tendidos forman un pentagrama vacío.
Una música que nadie escribió.
O murió, como los árboles están aún en coma.
Tal vez el músico simplemente tenía frío y no prestó atención al pentagrama triste y sin música.
Suele pasar que la tristeza y la piedad atacan en cualquier momento, cuando parece que no hay peligro.
Soy yo el pentagrama vacío.
Cielo…
¿Dónde estás amor, para escribir las notas que no son, o no pudieron ser?
No importa el decorado, sea infernal, invernal o primaveral; siempre encuentro un lugar para ti en mi mundo. Una urgencia para que llegues.
Aquí, donde me he dado cuenta de que soy una nota caída, abandonada por su compositor.
Una música que murió sin sonar…
Siempre encuentro una causa para fundir mi pensamiento con el tuyo. Si no existieras ¿qué sería de mí?
Soy tenaz amando, no hay nada que lo impida.
Bueno… Morir es trampa, eso no vale para este caso. Si muero me llevo el punto ganado.
Ven, cielo. Llega a mí y compón la canción olvidada, cuelga las notas precisas en este caos.
No quiero ser desolación, no más.
No quiero ser lo que pisa el ave.
Quiero ser lo que te abraza y tú susurras las notas de la canción que no fue en el pentagrama abandonado.
Por favor…

Iconoclasta

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Pienso en lo que no pude ser y estoy satisfecho, nunca he ansiado ser nada.
Solo observo el mundo a niveles profundos, atómicos.
Nunca me he planteado ser, porque soy. Lo mío es existir.
Sin complicaciones.
He llegado a este instante donde he adquirido ciertos superpoderes para codificar mi pensamiento profundo a la tridimensionalidad en la que habito, con precisión y fluidez. Sin límite ni prejuicio de cómo y con lo que quiera expresarme. Soy absolutamente libre y salvaje haciendo tinta del pensamiento. Y concluyo que soy un cochino sabio que al saberlo todo, no se asombra de nada. Excepto de mí mismo y mi podredumbre mental.
Desconozco los límites concretos a los que aún puede llegar el dolor y la ruindad en los humanos, pero solo es un dato cuantitativo. Sé que, grosso modo, llegará a rangos pornográficos para la cordura, la dignidad y la inteligencia. De hecho, no dejan de batir marcas todos los días. Crecen sin freno.
Lo que me desconcierta es que hay momentos en los que no sé si la amo a frecuencia de alto impacto o es mi reto.
Siempre hay una faceta de mi amada que no conocía. No puedo decir de ella lo que digo del mundo, que lo sé todo.
En las mañanas cuando mira por la ventana hacia el horizonte y me sonríe en silencio, al llevarse la taza de café a la boca, he visto una luz dorada en lo profundo de sus pupilas. Sin que el sol la iluminara aún.
Me fascinan los brillos diamantinos y texturas de su alma, tan extraterrestres y distintos.
Me descoloca e hipnotiza su ser mutable y desconocido.
Y quedo desordenado en sus dimensiones como un muñeco con la cabeza en el culo.
Es girar un diamante y observar la distinta refracción de la luz en cada una de sus innumerables facetas, en cada mujer que descubro en ella.
¿Por qué esa luz en sus ojos?
Y afirmo que las estrellas se refugian del frío cosmos en ella…
No sé si soy amante o discípulo. Quisiera ser solo amante y menos siervo de su multiplicidad.
Comparten todas ella la misma alma, la misma piel que beso y los ojos que absorben la luz, y a mí.
Y yo tan sabio, tan uno.
Tan nada…
Imagina cosas que creía imposible que pudieran ser escritas.
¿De dónde viniste, amor?
Me desconcierta ese nuevo ser que has creado ahora, en el mundo plata que reflejan tus ojos, engastados como gemas en un lugar de belleza imposible, de emociones como embates de agua tibia en las entrañas.
Soy incapaz de vislumbrar tu nuevo mundo, solo lo intuyo en tu presencia; de lo que emanas a tu alrededor. Y me pregunto dónde cabría yo tan carne y tan opaco en tu nueva creación. Y si deberé enamorar de nuevo a esta desconocida.
¿Y si no puedo?
Si tu nuevo ser no me amara, me desintegraría como mis sueños al despertar.
No tendría sentido una existencia sin vosotras, sin ti.
Eres descarada y carnal hasta excitar cada célula de mí. Y en otros momentos eres una ternura que se derrama suave y melancólica hacia el cielo, desobedeciendo a la ley de La Tierra.
No quiero conocerte, quiero descubrirte en cada momento; incluso cuando no existo porque estás atareada cambiando el universo en un extraño orden que no puedo ni quiero entender, solo quiero asombrarme. Fascinarme a tu lado.
¿Cómo puedes hacer eso? Eres de carne y piel, te he follado…
¿Qué has hecho de la vida en ese momento que has llevado el cigarrillo a la boca mirando las nubes?
Me siento tan dimensionalmente extraño en este universo-aura que dimana de ti, que siento ser una creación tuya que no sabe dónde está ni desde cuándo.
De alguna forma, siempre consigo reaccionar y rozar con los labios tu piel y crear un momento sólido y cálido donde afianzarme en tus universos sutiles y etéreos.
No me pierdas, no me dejes fuera de tu creación. Existo, quiero existir en ti, todas tú.
Y no concibo la vida sin ti.
Eres mi asombro y un hambre carnal.
Todos esos cosmos que inventas, están unidos a ti con sutiles hilos de tu alma. Una telaraña incruenta que lleva a cada una de las mujeres que amo.
Soy un amor deslizándose por esas sedas buscando el origen donde se forman, tu alma nuclear y profunda; pero no hay manera. Cuando desbocas la imaginación me desoriento y no encuentro el hilo primigenio, el que surge de ti y se derrama en líquidos sueños a tu alrededor.
He visto en tus ojos una ola romper contra el acantilado y destrozarse en rubís y esmeraldas tiñendo el cielo del color del paraíso.
No lo entiendo. ¿Cómo puedes hacer todo eso y tener tiempo para amarme?
Cuando te digo que os amo, te ríes de lo absurdo.
Y pienso que no recuerdas que tus ojos han contenido un mar sereno hace un segundo. Que algo has cambiado.
Lo que conozco de ti a ciencia cierta es el sabor de tu piel. Tanto besarte, tantas caricias…
Y la forma en la que te llevas las manos al rostro cuando te corres.
Todo lo demás es cambiante, un parque de atracciones, un drama desconsolado, una hoja que revolotea al viento, un sol de vida en tus manos…
Un niño que ríe.
Una niña coqueta que lo besa.
¿Qué has hecho? ¿A qué vienen ahora esos osos panda buceando entre corales de mercurio dorado, que desprenden burbujas haciéndose jirones de dulces almas ?
Mi amante creadora, solo soy una carne inofensiva, no puedo hacer daño.
No me dejes nunca fuera de tus mundos, ten piedad y espera a que muera.

Iconoclasta

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Las violetas son flores otoñales, pequeñas y abundantes, tan fuertes como bellas.
Los colores del otoño son sólidos y radiantes, tal vez como rebeldía a los grises que pronto traerá el invierno cubriendo la tierra y los seres.
Las pequeñas lilas son inconformidad. Florecen cuando la savia de los árboles bombea la última sangre y más espesa a sus hojas tiñéndolas de rojos trágicos, marrones y dorados; para al final morir en una bella tragedia. Cuanto más muere el bosque, más lucen estas pequeñas sus aparatosos violetas. La desgracia de unos seres es el placer de otros. Y también de una dulce melancolía que propagan todos esos millones de muertes incruentas.
Tal vez las margaritas áster saludan al frío, alegres de que se aleje ese sol abrasador omnipresente e inagotable que ha desecado la tierra y el pensamiento mismo.
Cuando las lilas, violetas y cardos lucen su radiactivo color, las lagartijas dejan de cruzar los caminos y trepar por los muros. Como mini dinosaurios que vuelven a extinguirse. Es un poco triste el paseo sin ellas…
Los cuervos no temen al frío o al calor, graznan malhumorados todo el año. Siempre tornasolados, metálicos. Inteligentes. Son la banda sonora del letal silencio del invierno.
Y ocurrirá que las pequeñas flores de otoño morirán cuando llegue el riguroso frío. Se marchitarán bajo la grisentería que enferma el bosque todo; haciendo de los árboles esqueletos con los brazos elevados al cielo pidiendo piedad.
Pisando hojas muertas me pregunto sin tristeza y con curiosidad si será el invierno o la primavera quien me marchite. Si pudiera elegir, quisiera caer muerto en el camino; preferiblemente en invierno. Hay menos gente, los cadáveres somos celosos de nuestra intimidad.
Me parece un final feliz.

Iconoclasta

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El viento arrastra las hojas y, de alguna forma, el río las atrapa antes de que lo crucen.
Aunque más bien pareciera que las hojitas se lanzan sobre él porque aún no quieren secarse. Quieren ser verdes un tiempo más.
Un poco más de vida y moverse, viajar dulcemente hacia la muerte.
La naturaleza, su contacto, te hace susceptible a los seres vivos y muertos que la habitan. Y sin darte cuenta escribes una ternura inimaginable en una granja humana pintada de mezquindad; una ciudad cualquiera elegida al azar.
Debería hacer más calor para que la chusma huya a la playa y dejar espacio para que las hojas lleguen al río, para que el trepador azul píe cerca de mí subiendo y bajando por el tronco del sauce. ¡No para quieto! Qué buen escalador…
Y que el cuervo pueda graznar su eterno enojo. Y que dejen conversar a los árboles con la brisa.
Que los ratoncitos muertos descansen en paz.
Que el águila chille cerca, sobre nuestro rostro al mirar al cielo.
Que las lavanderas en su coreografía inquieta, caótica y voraz cacen los escarabajos que vuelan como peonzas por encima del río.
Y que los patos hagan el pino en el agua con esa gracia que me hace reír tontamente.
Para que no rompan el fluir del agua y de la vida, porque hay momentos en los que vale la pena callar y escuchar algo que no sea los propios gruñidos.
Si fuera cadáver y no tan gordo, me gustaría que al igual que las hojitas, el río me llevara.
Solo cuando dejas caer la pluma en el cuaderno, te das cuentas de la ingenuidad escrita: flotar en el agua con toda esta gravedad que me aplasta contra el suelo. Yo no merezco el río. No soy sutil…
Pero ¿sabes? Ahí está el mirlo, muy cerca mirándome con una lombriz retorciéndose en su pico. Y eso está bien, está bien no flotar y morir así, no es tan malo.
Larga vida, hojitas navegantes.
Yo me quedo aquí un ratito más, lo que dure.
Bye…

Iconoclasta

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Nadie sabe nada de nadie. Y por suerte es innecesario ese saber.
Habitualmente, cuanto más sabes menos te gusta.
Mejor no preguntar.
Mejor aún, callar.
Callar está bien, es relajante, te libera de presiones, te hace indiferente a todo. Y el pensamiento se inquieta menos.
Y por eso ocurre que, cuando una simple brisa me acaricia la piel, los brazos, el rostro sudoroso, la espalda al filtrarse el aire fresco juguetonamente por entre la tela; de una forma instintiva pienso que es un consuelo.
El planeta, su departamento del cariño, me dice que ya está, que todo fluye en la dirección adecuada, que me abandone a ella. Que descanse.
Y es tan agradable y sensual la caricia, que se me pierde un latido cuando demasiado relajo incluso el corazón.
Has de hacer las cosas bien, el follar o el matar, el trabajo o el reposo.
Por eso me quedo en equilibrio al filo de la muerte y la vida cuando la brisa susurra ternuras en mi carne.
Sería el mejor momento de mi vida para morir. Tranquilo, sereno, satisfecho, incluso feliz. Sin cansancio, solo porque ya está todo hecho; o dulcemente vivir. Así…
Cierro los ojos para ver la luz dentro de mí. Siempre almacenamos un poco de sol aunque no queramos. Cualquiera que ha vivido momentos de hermosa soledad e intimidad lo sabe.
Imagino que esa luz sirve para no perdernos dentro de nosotros. Saber que aún estamos vivos cuando desparecemos tan plácidamente la faz de la tierra al meternos dentro de nos. Tan plácidamente como yo escribo esto, sin ser consciente si estoy dentro o fuera de mí.
Si acaso, solo el movimiento de los vellos de mis brazos, me indica que mi cuerpo está allá fuera. Que aún siente la caricia del departamento planetario del cariño.
Puedo seguir un rato tranquilo, si le ocurre algo malo a mi piel lo sabré.
Que me quede dentro de mí, si me place; me dice la brisa.
Tranquilo, pasará lo que deba, susurra con un cariño.
Y me quedo.

Siempre solo y con placer: un servidor (no sé quién soy, mejor no preguntes).

P.S.: No tardo, cielo, sabes que no puedo estar mucho tiempo sin ti.

Iconoclasta

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Me aproximo al gran abeto de mi ruta habitual y ya percibo un aviso. Cuando llego a su fronda, mis pulmones se llenan de olor a clorofila y resina tibias.
Una esnifada de eufórico bienestar.
Y me la pone dura.
Es la primavera, la época de las fragancias de mediodía. Cuando llegue el verano será tan fuerte el calor que evaporará los aromas a esta hora. Convertirá el vapor en vapor de vapor… La naturaleza tiene la cualidad de lo superlativo.
Doy media vuelta a la bici y vuelvo al abeto y sus enormes ramas. Aspiro hondo zambulléndome en el aroma de la primavera.
Es la primera gran bocanada que trago con hambre, ferozmente.
Nunca se sabe si podré volver a respirar otra, la muerte no es algo que se pueda obviar frívolamente, ha de entrar en todos tus planes como un azar cualquiera.
Jamás se podrá igualar semejante aroma por la industria del perfume. No se puede añadir libertad a un frasco. Ni un cansancio acumulado que provoca un suspiro de alivio.
Y mucho menos la sangre a presión que le da un color cereza a mi bálano y pulsa como un corazón más.
Otros se deberán conformar para enaltecer su ánimo con la gris y anodina cocaína, por muy blanca que digan que es. Se empolvarán la nariz con grisentería, con más mierda de la misma.
Corto y cierro, salgo de la trampa narcótica del árbol y continúo mi camino.
Las nubes en un cielo azul saturado, como tranquilas vacas gigantes, llenan los espacios vacíos; moviéndose lentamente, con cierto capricho. Las hay que siguen rumbo norte, otras van hacia el este.
Vacas tontas y desorganizadas…
Observo a través de la desnuda rama de un árbol el caminar de una nube que la rebasa serenamente, sin prisas. Pierdo con delectación el tiempo… No es que me sobre, es que es mío y hago lo que me sale de la polla con él.
Tal vez llueva en algún momento. No hay problema, soy sumergible, no me oxido, no me asusto.
Y si alguna vez lloro es por ella; porque pensar en compartir juntos el movimiento del planeta me aboca inevitablemente a una trágica y bella melancolía de no tenerla aquí y ahora. De necesitarla…
Los hombres no lloran por miedo, no deberían. Lloro solo por el deseo atávico de poseerla, de metérsela y que ella decida si la amo. Porque más no puedo sentir, más no puedo desearla.
Algunos excursionistas asan carne, lo huelo.
Tal vez sea hora de comer, lo único que falta para que el día se complete.
Lo demás, lo he sentido todo; con esta pasión tranquila y un poco triste, con esta condenada erección, con el cigarrillo cuyo humo difumina mi visión dulcificando un poco el mundo.
Pinche abeto, qué buena esnifada…

Iconoclasta

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Te necesitamos, te extrañamos.
Queremos que te reflejes en charcos de sangre estrangulando la risa idiota, el gimoteo cobarde.
Sentada con tus patas abiertas sobre el lomo de un cadáver humano. Reptando sobre los casquillos humeantes de las balas disparadas.
En la pantalla rota salpicada de carne cruda de un teléfono.
En un televisor muerto que ciego refleja pedazos humanos.
Te quiero ver en la ira que ilumina el rostro del hombre que mata, en la risa del piloto que deja caer sus bombas sobre ellos, los otros, los que no quiero. Y sobre mí.
En el llanto ensangrentado de los que ahora gimen infantilmente, mientras fumo.
En las bocas de quienes hambrientos, devoran ratas apenas muertas y trozos de carne corrupta de un cadáver sin rostro.
Indecente y translúcida, cubierta con jirones de gasas sucias de sangre y pus que dejan caer los médicos como serpentinas sin alegría.
Necesito ¡oh, Aniquilación!, que incineres la banalidad y a los adultos aniñados.
Necesito ¡oh, Aniquilación!, la paz de una palabra grave, seria como un filo quirúrgico. El placer de un pensamiento pornográfico y su palabra sucia. Gozar de una violencia liberadora al fin, de la libertad, la puta libertad de mi pensamiento desinhibido.
Necesito que me saques de encima esta masa amorfa que intenta infectar mi razón de ella misma.
¡Oh, Aniquilación! Te siento tan cerca que desespero.

Iconoclasta

El silencio total existe si tú lo conjuras.
No hay cosa más fácil en el mundo que no escuchar.
Y sin darte cuenta, en el estruendo de la vida, tu pensamiento se alza potente y el mundo enmudece tristemente.
Salvo un águila vanidosa que chilla al cielo y a la tierra con aristócrata desdén.
Qué cruel el pensamiento que lo enmudece todo, como si lo asesinara.
El exterminador que llevo dentro…
¡Eh, águila imperial! Soy un genocida.

Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.