Archivos para enero, 2012

Soy onomatopeya

Publicado: 23 enero, 2012 en Reflexiones
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Soy solo una onomatopeya, en un mundo ruidoso. Algo que pasa desapercibido.

La onomatopeya del perro aplastado por un coche, la caída de un vaso. Un chasquido de rama seca. Un trago mal dado.

Una tos. Una enfermedad. Algo convulso e involuntario en un mundo que me asorda y roba mi voz y sonido.

Soy uno con la basura auditiva. Un ruido más que no destaca ni trasciende más allá de unos centímetros al filo de una oreja sorda.

Soy el ¡oh! de lo que falta, de lo que no tengo.

Soy el ¡ooooh! de un público decepcionado.

Soy un ¡ja! de lo ridículo, una burla a veces sutil. Otras burda: ¡jo!

Soy el ¡bang! de un tiro en la cabeza.

He sido el ¡chaf-chaf! de un pene penetrando una húmeda vagina; o no lo fui, tal vez fue un sueño. Tal vez no era un húmedo sexo, solo estaba acatarrado.

Y me confundí. Me engañé.

Soy el ¡crak! de mi alma rota. Soy el ¡fru-fru! de las heladas y estériles sábanas.

El ¡ras! de una tela rasgada, de los ojos deslumbrados ante un engaño. Soy el ¡plof! de mi ánimo aplastado, el ¡uf! de un cansancio.

El eco de unos rencores viejos como el mar.

Soy el atroz silencio de una noche estrellada de guiños fríos y lejanos, de imposibles distancias de entender. No llegaré a las mortíferas estrellas. Ni mi alma llegaría.

El coro de mil voces que ríe mi fracaso, mi ridículo: ¡je, je, je!

El zumbido de un video porno que no veo. El ¡aaah-aaah! sucio de esos cerdos que se tocan mirándolo. Que follan en el sucio lavabo.

Soy la onomatopeya muda de una corrida ajena.

El ¡zas! de la bofetada que te despierta a la realidad de un nuevo error.

El ¡fuuu! del aire que sale de la boca por un puñetazo en la barriga.

Unos labios sangrando, sin sonido. Son demasiado blandos y se deforman en una mueca de pena.

Soy la tranquila y aburrida palabra: ¡joder! que concluye lo que se negaba a admitir: no existe el viaje a la felicidad por mucho que lo recorra.

Soy el que escupe en toda esa mierda, con un sonoro ¡tchu!

Una ¡mierda! deprimente.

El ¡chan-chan! de una sorpresa final que nunca lo fue.

Soy el ruido de la orina en el inodoro, lo real, lo que no engaña, lo que debe ser.

Iconoclasta

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La podrida soledad

Publicado: 7 enero, 2012 en Absurdo
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Es un llanto roto en un rostro cárdeno. Una boca muda y abierta.

Y mi mano entre las piernas, sujetando los cojones que suben de terror hacia la garganta. Que duelen, que están demasiado llenos de hijos que no nacerán. De niños y niñas que se ahogan prematuramente en las cloacas del infierno, o del cielo (solo es una cuestión de orientación). Todo parece estar muerto cuando estoy solo. No quiero, no sé como ser solitario conmigo.

No sé gestionar mi insania.

Hay un corazón negro y una oscura boca que grita. Es un infarto macabro en un corazón pútrido. Se parte el músculo sin un solo sonido, derramando un racimo de uvas rojas que destilan vino muerto.

No lloran, los muertos miran sus putrefacciones sin mayor interés.

Ellos morían, mueren, morirán. Y me piden que vaya con ellos.

“Es hora de partir, de venir aquí, con nosotros”.

No encuentro la puerta. Quiero ir para que callen.

He pintado y resaltado con mis heces las paredes transparentes de un mundo sin dimensiones y no hay resquicios.

No callarán si no voy.

Hay un filo que brilla y una piel que pulsa con demasiada sangre. Las venas son serpientes que se han de cortar.

No soy bueno afrontando horrores.

¿He dicho errores?

Es un error la gota en mi glande caliente y sin meter. Ardiendo en mi puño. Una polla que debería estar (dentro de).

Clavándose, alojándose, bombeando, corriéndose.

Haría vapor en su boca si se la metiera. Si me la chupara.

Es un error estar pegado a un cuerpo que no encuentra consuelo, a una mente que no acaba de encontrar la belleza, ni la sonrisa.

Hierve el semen marchito en la bolsa de mis huevos. Quisiera arrancarlos, no sirven para nada.

El semen se derramaba de su sexo y aún caliente caía de nuevo en mi glande. Entre los pelos de mi polla se secaba.

No quiero estar solo con el vello apelmazado de miserias que no son lo que mana de su coño.

Hay mierda en las paredes dimensionales y mi dedo sangra. No es una pared perfecta. Hay rajas, hay púas. Y los muertos golpean e insisten al otro lado.

La mierda es mía, mi obra. Mi gran obra. Mi puta obra.

Si ella estuviera les daría la espalda. No puedo hacer otra cosa que estar con ellos.

Con los otros no me hace falta sexo, solo un vientre abierto y una longaniza de intestinos enredada en mis pies.

Un niño muerto lamería la mierda si pudiera. No puede deshacer con su lengua muerta e hinchada las paredes transparentes. La mierda está del otro lado, del mío.

“¿Lo ves? La mierda está ahí contigo. Pasa a esta lado”, me dice lamiendo la tranparente pared sin conseguir tocar las heces. Solo deja un rastro de sangre, pequeños coágulos que se deslizan hacia arriba y se secan a los pocos segundos.

Me pica el cerebro y me lo rasco solo. No hay nadie, no está ella para que observe los piojos. Para que los mate.

Que los maten a todos.

Los muertos deberían morir también, no es lógico que respiren, ya tuvieron su tiempo.

¿Por qué no dejan el mío tranquilo?

Yo no los jodo.

La jodo a ella cuando la tengo.

No llega, y aún me queda mierda en el vientre para pintar la dimensión pútrida. Prefiero el horror-error al vacío de ella.

Hay un resquicio pequeño, como si se hubiera roto por la presión de ellos, de los podridos, de los muertos. De los que no hacen caso de las cosas que se desprenden de sus cuencas vacías.

Y la cuchilla abre la vena. No duele.

El niño se asoma y lame el excremento: “No es buena tu mierda”.

Y me da la mano sin hacer caso de la sangre que baja por mis dedos.

Está helada su carne, pasar la pared dimensional duele, duele mucho. Es un fogonazo que me corta todo el tejido y el pensamiento.

Paso la lengua por la pared sucia de mierda, al otro lado donde nada huele ni duele.

Ella llora un cadáver que ya no me pertenece.

Iconoclasta

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