Archivos para noviembre, 2009

Oda a la furia

Publicado: 29 noviembre, 2009 en Reflexiones

Nadie lo sabe, nadie consigue imaginar a veces lo que siento cuando todo esto que tengo aquí dentro, como un cáncer caliente y viscoso pugna por salir.

Es una infección; un peligro biológico.

Es que no le temo a la muerte porque temo ser ella. Porque temo matarme a mí mismo de un ataque de furia que nace de millones de cosas que escribir, cosas odiosas.

Como una lepra del alma que me desintegra.

Creo que me transformo, creo que mis dedos se retuercen y sangran las uñas por toda esa ponzoñosa sangre que impulsa mi corazón insano y llagado. Hipertrofiado.

Porque hoy estoy furioso de una forma totalmente descontrolada.

¡Que poco me importa nada ni nadie! Sangre y destrucción. Esta presión aquí, en mis sienes… Nadie canta a la furia ni a la ira que no comprendemos; que nos lleva su mensaje de destrucción. ¿Y entonces cómo se hizo el hombre amo y asesino del resto de especies ¿De la suya propia?

Adoro la furia que me hace superior. Soy el puto dios Iconoclasta y matador. A veces creo que alguien se pasó con mis genes. Que mi cerebro primitivo es demasiado grande. Que estoy loco. Maravillosamente loco. Que la sangre arrastra aromas de carnes abiertas, de hombres gritando. De hombres luchando por la hembra.

Como animales-hombres. Follando sin placer, disfrutando con el dolor de ella. Animales…

Y de pronto, todo esto se diluye, me quedo más tranquilo. Como si hubiera cagado ¿a que soy un puto loco sincero?

Toda la mierda en el blanco, sin pudor. Sin rubor. Aquí está el prodigio de la escritura. Como el cabrón que soy.

Soy un mierda.

Algo de furia… Estoy hasta las pelotas de exquisiteces.

Que la destrucción me lleve.

Y la sangre.

Iconoclasta

Vendo sistema nervioso

Publicado: 26 noviembre, 2009 en Amor cabrón

Vendo sistema nervioso central: ocasión única.

Los troncos centrales medulares se encuentran en perfecto estado. Compatible con seres angustiados y claramente colapsados por la desesperación.

O simplemente, seres a los que les gusta arrancar a la vida lo más profundo sin miedo al dolor que van a encontrar entre esporádicos placeres.

Edad de la red nerviosa: 47 años.

Pocas cicatrices (recuerdos latentes); aunque no exento de espasmos ocasionales; eso sí, de una solidez y conductibilidad garantizadas.

Yo no quiero morir viejo, no quiero que ella arrastre mi vejez, tengo mi dignidad.

Obsequio de kit anti rechazo (una dosis inyectada en el nervio óptico central a través del iris, que tiene un efecto de diez años).

La inyección en el ojo, es puro dolor. Como verla a ella a eones de distancia estirando su mano hacia a mí. No es nada el ojo atravesado, comparado con la desoladora lejanía que un día sentí por ella. Aquello dolía de verdad.

La mente del donante puede que esté hecha papilla, el cerebro casi podrido de amor; pero el sistema nervioso central está intacto. Se acompaña certificado forense.

No se aceptará una rebaja en el precio alegando que los sesos están hechos gelatina.

Fecha aproximada de la terminación del donante (un servidor): tres semanas a partir de la publicación de este anuncio (adelanto negociable según necesidades del receptor).

Método de terminación: auto-seccionamiento profundo de la vena femoral a la altura de la ingle por medio de navaja de afeitar, acomodado en bañera antideslizante. Máxima higiene y temperatura controlada para una óptima conservación.

Tengo un miedo que me cago a que mi bella un día despierte al lado de un anciano.

Monitorización de las funciones vitales para la pronta intervención de extracción del tronco nervioso.

El comprador se hará cargo del coste del desguace del sistema nervioso cuidando de no afectar otras zonas y órganos de las que no son dueños.

Porque ella es la verdadera dueña de mí.

Desde el momento de mi terminación, mi bella será la beneficiaria de la venta.

Me alegro de estar muerto para no verla llorar, porque de lo contrario, no podría terminarme ante el tizón ardiente que es su mirada de amor.

El pago se efectuará en dos partidas: veinte mil euros a la entrega de mi cuerpo y treinta mil cuando el sistema nervioso ya desguazado se encuentre en solución salina y se haya verificado el buen estado del resto del cuerpo (las uñas no cuentan, así como tampoco la pierna derecha afectada de cáncer y trombosis).

Si quieren aprovechar el tumor para crear células madre malignas, pueden hacerlo e infectar con ello a toda la puta humanidad. A mí me la pela.

Sólo mi bella me importa por encima de todas las cosas y por encima del padrenuestro de cada día, amén.

Y cuando el donante tenga mis nervios funcionando en su cuerpo, es una cláusula de obligado cumplimiento, que acaricie durante un segundo la piel de mi bella (sus largos y hábiles dedos) y los nervios puedan olvidar dulcemente y con el mínimo trauma, todo lo que un día sintieron y diluirme así en la nada con el último tacto de su piel recorriendo mis nervios, ya propiedad del receptor.

Que me entierren en una fosa sin ataúd, como a una bestia; como animal y salvaje la amo. Sin cuidado alguno, porque aparte de muerto, no tendré nervios. Está todo controlado y calculado. Es bueno morir siendo maduro para no olvidar detalles y matices.

Son importantes.

Que una lágrima de mi bella caiga sobre la tierra que me cubrirá. Sólo eso, no necesito flores si no salen de sus labios.

Pueden pujar en http://www.laamomasqueamiputavida.end

Iconoclasta

Sexo en el Sistema Solar: Vagilonia

Publicado: 23 noviembre, 2009 en Reflexiones

Estaba fumando un cigarro con Estrella, la jefa de contabilidad de la fábrica de condones, que se había ofrecido a probar con su boca la integridad del lote de preservativos 36B. Es una mujer simpática, pero con unos dientes demasiado grandes. Tras la felación le pedí que me aplicara crema hidratante al bálano mientras yo fumaba. Y ella aplicaba crema una, y otra, y otra, y otra vez.

-Si quieres, mi prima llega mañana de Vagilonia, ella sí que tiene una buena boca.

-¿Qué es Vagilonia? -pregunté sumamente intrigado.

Estrella me contó entre beso y beso en mi desnudo glande, que Vagilonia es un pequeño planeta en los límites del Sistema Solar y que no sale en los libros para evitar la masificación de emigrantes y turistas en un planeta que vive exclusivamente de un amor intenso y donde el sexo se eleva a la categoría de milagro por su divinidad.

A pesar de las angustiosas situaciones que viví durante mi odisea sexual por los planetas más adocenados del Sistema Solar, sentí la necesidad de volver con renovadas energías a mi faceta de sexólogo interestelar.

Me faltaron piernas para salir con mi rabo aún lleno de crema, hacia el despacho del Consejero Delegado, para que me subvencionara un viaje a aquel planeta exótico, erótico y con toda probabilidad humedótico. Mi léxico no será muy ortodoxo, pero es claro como la mierda en la nieve.

Se resistió a darme permiso y por supuesto a soltarme ese puñado de sistemas que costaba el viaje. Yo le insinué que si no me dejaba ir, los lotes de condones comenzarían a salir defectuosos sin ninguna razón clara. Incluso, que empezaba a sentir dolor de polla y posiblemente tuviera que coger la baja laboral.

Durante dos eternos segundos estuvo pensando, para decir al fin:

-Está bien, que Ahmed se ponga en el potro, que los próximos lotes de la serie Hard Culo’s Maricuelas Team, los probará con él mi sobrino. Ya tiene quince años y ha de empezar a conocer el oficio.

-Y Ahmed va a ser más feliz que mierda en bote -ironicé sutil yo- A mí eso me suda la polla. ¿Me da la visa? Voy a salir esta tarde hacia Vagilonia.

Estrella aún se encontraba en mi departamento, se acariciaba distraídamente el coño mirando las fotos de mi pene en acción, unos panfletos publicitarios que la empresa regalaba a los colegios de primaria y sus alumnos cuando acudían a la fábrica como visita escolar para conocer la industria del látex en la asignatura de Tecnología.

-Ya está. Esta tarde parto a Vagilonia. ¿Te vienes?

-Conociendo a mi prima, ya tengo bastante. La última vez que estuvo aquí, consiguió que cuatro ligones de discoteca se tiraran a las vías del metro desesperados de amor.

Como respuesta, solté una gran carcajada. Yo no me enamoro, yo sólo follo y ellas me adoran. Es una constante universal.

-El amor es un sentimiento que nace directamente en los cojones -respondí.

Ella sonrió un tanto perversa, y apoyó el dedo índice que olía a su coño encima de los labios.

-Qué boquita tienes, cielo. Buen viaje -y se largó riendo.

Al salir de la fábrica, cogí quince cajas de condones del almacén y compré ciento ochenta cajetillas de tabaco. Cargué las provisiones en la bodega de mi nueva y flamante nave: Láctea Intruder. Y salí disparado hacia el infinito y más allá, como diría Buzzlightyear.

He aquí mis vivencias.

Vagilonia es el planeta de la sensualidad elevada al grado divino. No hay putas, allí te enamoran sin más preámbulos y luego si puedes follas.

Este planeta se encuentra tras los Cuernos Estelares de la galaxia en espiral La Cabra en Celo que Mira las Hespérides con las Mamas Hinchadas.

Resumiendo, giras por Venus a la izquierda, y en el cúmulo de asteroides que parecen talmente cagadas de caballo, giras a la derecha y te saltas la raya continua sin que nadie te vea. Son unos hijoputas los policías de tráfico que rondan los Cuernos Estelares.

Sinceramente, Vagilonia me parece un derivado de la palabra coño y esperaba ver un planeta con esa forma, no me preguntéis porque; pero mi mente eficaz es así de soñadora.

Así que no entiendo porque coño le llaman Vagilonia a Vagilonia. Si es un planeta redondo.

Y para mayor inri son todo mujeres.

Nacen hombres que las fecundan una vez; pero en lugar de ser decapitados por las hembras como hacen las mantis religiosas con sus machos en plena cópula, ellos salen llorando y se tiran de cabeza al Despeñadero del Amor. Llegan a lanzarse tantos machos por día, que a mitad de la tarde, el que se lanza al vacío sale ileso por la acumulación de cuerpos. Y tiene ochocientos metros de caída libre.

Fotografié el terrible, dantesco y dramático espectáculo de un suicidio y le pedí al macho nativo de Vagilonia (me parece indigno llamar vagilonenses a esos hombres tan bien dotados, un insulto a la masculinidad. Los machos debemos apoyarnos entre nosotros, sea cual sea el planeta donde nos encontremos follando) que me saludara mientras lo filmaba. Me sonrió llorando vivamente y dijo algo así: "Claspicranticrosticosfrigileniospubistastics", repetido seis veces exactamente). Gracias a mi habilidad innata con los idiomas he podido transcribir el último deseo de un macho que ha tenido la suerte de fecundar a un hembra. En definitiva dijo: "Dile que la amé, que la amaba, que la amo y la amaré". Era patético porque tenía el rabo más duro que pata de cabra. No era nada estético aquel perfil.

La única prenda que vestían era un tanga. Coñoland (entre los anglo-latinos es más fácil de usar este nombre que Vagilonia) es un planeta con un clima privilegiado y de los árboles, brotan hojas de oro. Y una mierda, es hermoso, pero no para tanto.

Yo bostezaba sonoramente escuchando el mensaje del suicida y cuando al fin se lanzó al vacío, tuvo la suerte (digo suerte, porque de no haber salido bien, tendría que haber vuelto a subir para intentarlo de nuevo) de dejarse el cerebro contra un canto rodado, en un pequeño espacio entre sesenta cadáveres que apestaban. Yo no le hice ni puto caso, llegué allí para follar, no para hacer de mensajero.

Aquel ser se suicidó porque el amor que sentía por la vagilonesa con la que se apareó era insoportable. La naturaleza en todos los lugares del universo se las ingenia para que ninguna especie llegue a nivel de plaga. La Tierra es la excepción a esta regla y los que van a la playa, son la prueba y resultado de esta excepción.

Tiré la colilla de mi cigarro a los muertos y me dirigí a Vagilonia Land (capital de Vagilonia City) para encontrar una maciza de buenas tetas a las que agarrarme cuando todo mi ser sucumbiera ante el orgasmo anhelado.

Debería haber pensado que algo huele a podrido en Dinamarca, cuando la agente de aduanas, bellísima, hermosa y de rotundos pechos, me preguntó:

-¿Lleva algún tipo de droga: ansiolíticos, bartitúricos o bebidas alcohólicas?

-No -dije muy serio y definitivo.

-¿Y por qué no? -contestome ella mirándome como un bicho raro.

-¡Qué valiente eres, mi amor! -gritó con los ojos llenos de admiración.

La intenté besar y fue ella la que saltó el mostrador me abrazó y me morreó.

-Te amo -le respondí

Casi lloré como una mujer recién perdido su virgo.

Fue una meláncolica tristeza extraña, con una anómala y escandalosa erección.

Y en ese momento entró una andanada de turistas alemanes que me empujó lejos de ella, entre una lluvia de escupinajos de chucrut.

Sentí un inmenso vacío en mi corazón cuando me arrancaron de sus brazos y mi pene continuaba endureciéndose dentro de mis pantalones. Ella besaba en ese momento a dos alemanes de barriga cervecera, perdidamente enamorada. Así que una lágrima celosa surcando mi rostro curtido y hermoso, me acomodé bien el paquete genital y salí del aeródromo. Fue entonces cuando vi correr al suicida, llorando como una mujerzuela y lo seguí.

Habían pasado ya casi cuarenta minutos desde que aterricé en Vagilonia y me encontraba más sensible que una menopáusica seca de estrógenos.

Se me escapaban aún unas lágrimas de amor pensando en la agente de aduanas. Y el sucida me preguntó si me quería suicidar con él. Durante el tiempo que vivió el desgraciado, tuvimos una gran amistad.

En el espacio infinito, el tiempo te hace malas pasadas y los minutos pueden llegar a tener hasta sesenta y dos segundos.

Horrible.

Al llegar al centro de la ciudad, a cada momento se podía escuchar algún chirrido de frenos por culpa de un macho que se suicidaba lanzándose bajo las ruedas de un coche, ya que el Despeñadero del Amor les quedaba muy alejado.

En el Boulevard de la Vagina Sagrada se encontraba el centro neurálgico del Amor, llamarlo sexo, según las vagilonesas, era algo frívolo. No entendí bien el porque hasta que llegué a la tierra y el tratamiento causó efecto.

Había un grupo de mujeres, que talmente parecían putas. Saqué mi dinero y me dijo la más bella de ojos negros como el azabache y pezones rosados y tiernos:

-Hola mi amor; no cobramos, mi dios. Sólo amamos.

Yo me quedé atónito abanicándome con el fajo de sistemas el rostro.

Sentí que se me convertían en agua las tripas.

-¡Eres bello! -insistió.

Qué pena de miopía en aquellos enormes ojos.

Juro por la vida del rey de mi país, que no soy un hombre dado a la sensiblería facilona. Pues bien, sentí ganas de escribir poesía. Cosa inaudita porque yo sólo sé una rima: mi polla es una joya. Lloré como una mujer terráquea a la que le ha tocado un crucero por las islas griegas en un concurso de la tele. Me abrazó, me giró de espaldas al suelo, sosteniéndome ella a mí (no soy machista y si me lleva la mujer, me parece bien) y me dio un beso que bajó directamente a mi polla dura, rebotó en los testículos, subió al corazón, se dio una vuelta por mis tres neuronas y luego quedé perdidamente enamorado.

-Vamos, mi hombre, ven conmigo. -y de la mano me llevó a una pensión.

No eran putas; pero la verdad, se comportaban como tales. Solo que era imposible llamarlas putas, porque cuando amas a alguien, no puedes insultarle. Pero que no se fíen.

Yo la amaba.

Subimos al primer piso, era una habitación limpia, con paredes de color salmón y techo azul. Dos ventanas pequeñitas con cortinas de flores y lamparitas de tulipa de papel en las mesitas de noche. Casi esperaba ver salir a Blancanieves del armario de madera con forma de capilla primorosamente barnizado.

-¿Te has tomado la psico-medicina, mi amor?

-No estoy enfermo, mi vida. No necesito nada.

Me miró con sus grandes ojos a lo profundo de mi alma y dijo:

-Tú mismo -con una sensualidad que me puso el miembro duro con la rapidez de un calambrazo.

Llevó la mano al bulto de mi pantalón (estaba enamorado, pero ni de coña me iba a vestir con un simple tanga), y sentí todo ese calor de su mano penetrar directamente por mi hipersensibilizado glande.

Eyaculé vergonzosamente rápido y ella se arrodilló ante mi paquete ahora viscoso, bajó la cremallera, deslizó una lengua hábil para acariciar mis testículos aún hirviendo (rompió la cremallera del pantalón para hacer sitio a tantos órganos allí) y con sus manos recogió todo aquel semen que se untó en los pechos. Una parte de mí se cagaba en la puta madre que la parió por haberme provocado aquella humillante eyaculación de adolescente para mi edad y experiencia. Pero fue sólo una idea fugaz. Por momentos la amaba más y necesitaba besarla desesperadamente.

Y allí en aquella habitación digna de Disneylandia, con ella arrodillada ante mí, con sus tetas chorreando semen y mi polla colgando a media asta por la bragueta del pantalón, protagonizamos la más tierna historia de amor que yo jamás pueda recordar y que no olvidaré jamás.

Se puso en pie para besarme la boca con aquellos labios aún húmedos de mi requesón y la abracé llorando en su hombro .Ella me daba palmadas en la espalda y sentí el ya frío semen untado en sus pechos, manchar mi camisa. Siempre me he maravillado de lo rápido que se enfría el semen con lo caliente que sale. No usamos buen material los humanos, no conserva nada bien el calor la leche. Es muy molesto cuando te das la vuelta en la cama y te pringas con un gotarrón frío de leche.

Cuando he acabado de dar placer a la mujer y me doy la vuelta (pierdo el interés en cuanto me corro), más de una vez, me he acostado sobre mi propio semen (nunca he entendido porque se encuentra por todas partes, y porque no son más cuidadosas las mujeres cuando brota la leche) y arqueo inmediatamente la espalda con un gritito agudo ante la sensación de frío. Cosa que aprovecha la hembra que tengo al lado para tomárselo como otra nueva invitación a cabalgar.

Si no tienes un carácter fuerte para disfrutar en Vagilonia, cuando vuelves a La Tierra, uno se pegaría un tiro sumido en la mayor de las desesperaciones.

Cuando miras a las vagilonesas se te pone dura. Cuando te dicen que te aman, ardes en deseos de abrazarlas y apenas las has abrazado, se ponen de rodillas y te hacen una mamada que eyaculas riendo, llorando y gimiendo de placer como un gorrino con trastorno bipolar.

Uno no sabe que pensar ante todo ese cúmulo de emociones, yo diría que junto con el semen corre la baba de la idiocia más profunda por nuestros pragmáticos y terráqueos rostros.

Con ella entre mis brazos, volví a tener una fuerte erección y ella dijo con una sonrisa perversa, tirándose de espaldas en la cama impoluta con las piernas muy separadas.

-Mi Dios… Este coño os pertenece.

Yo puedo ser muy romántico, sensible y todo eso; pero cuando se trata de follar, no soy delicado. Le abrí más las piernas con mis poderosos brazos y la penetré con una fuerte embestida. Ella gimió como una perra en celo.

-Mi Dios… Si supieras como te siento aquí en mi vientre -decía acariciándose el monte de Venus.

-Párteme en dos con ese rabo duro, mi cabrón.

Me gustan esas salidas obscenas de las mujeres que están gozando conmigo como ningún otro hombre las ha hecho gozar. Y siento pena por ellas, porque muchas acaban frígidas perdidas al no poder disfrutar de la experiencia que las hago vivir con otros machos.

Al décimo pistonazo, contraje el culo y lancé mi andanada de pequeños y futuros probadorcitos de condones sobre su pubis. Salió una cantidad respetable, a pesar de ser la segunda eyaculación en siete minutos.

Ella se agitaba en unos espasmos tan fuertes, que sentí deseos de buscar una cuchara de madera para ponérsela en la boca. A mí me parecía epilepsia pura y dura.

Estaba preciosa… La amaba, la amé, la amo, la amaré…

Sentí deseos de ir a fumarme un cigarro al Despeñadero del Amor.

Si los selenitas son románticos, las vagilonesas son hijas directas del Dios Eros y les gusta. Se siente bien. Y cuando tienen un orgasmo, son tan poco discretas como las putas marcianas, sólo que con mejor voz. Cosa que no es nada buena para ser frío y maduro a la hora de partir de regreso a la Tierra, dejando a la mujer más bella y que más amas en el mundo allí, en aquel planeta hermoso y lujurioso.

Nunca había llorado con un llanto tan profundo como dura era la erección.

Es de locos.

Aún ahora, siento correr unas lágrimas estúpidas y beso el condón con el que la bella Galatabriendomajalatía jugó obscenamente metiéndoselo en la boca y estirándolo infantilmente como si fuera un chicle.

El nombre de mi amada, era un tanto complicado y se trata sólo del diminutivo; pero cuando amas de la verdad, te la pela la longitud del nombre. Incluso lo pronunciaba con rapidez supersónica en mis delirios cuando me sedaron.

El amor nos suele vestir de un manto melífluo del cual es difícil evadirse.

A veces tengo estos arrebatos de lirismo que me hacen ser simpático e incluso culto. Son pequeños recursos literarios para hacer el texto más intrigante.

Cuando me dirigí a una de las pequeñitas ventanas, con el rabo duro otra vez y unos lagrimones surcando mis sonrosadas mejillas, ella lloraba emocionada.

-No hagas eso, hombre amado, tú no eres nativo, no tienes porque hacerlo. Lloraré tu ausencia durante toda mi vida; pero no te mates por el amor que nunca volverás a sentir más que conmigo.

Si uno lo mira fríamente, esto es, cuando te han metido doce pastillas de valium en el cubata de ron; caes en la cuenta de que esas mujeres no son nada buenas psicólogas y tienen una extraña manera de intentar convencer a sus machos para que no se maten.

O son de verdad tan espirituales y místicas, o es que se las come la maldad pura. Pero no podía ser, ella lloraba casi tanto como yo.

Galatabriendomajalatía reaccionó a tiempo, se arrodilló ante mí y se metió de nuevo mi polla en la boca, con lo cual tuve que detener mi avance hacia la muerte. Me detuve sumiso hipando con un llanto quedo; ya que es mejor follar que matarse, pensé lleno de confusión y contento de que mi instinto de supervivencia aún funcionara.

Y mientras mi amor intentaba decir lo muy hombre que yo era, con la otra mano usaba el teléfono móvil. Estaba hermosa con sus mofletitos llenos de mi polla. Una monada…

En unos minutos, unos machos con los ojos tapados y guiados por una hermosa vagilonesa no-puta de pelo dorado, entraron en la habitación. Sin ningún tipo de cuidado me inyectaron algo en el cuello y me quedé profundamente dormido.

-Mi Dios… Te esperaré eternamente -oí aún que decía.

-¿A mí? -respondieron al unísono los sanitarios.

– Galatabriendomajalatía ¿Es que no puedes callarte?

-Estoy en celo -respondió mi amor.

-Anda y vete a casa o al final vas a matar a un turista -le respondió irritada la hermosa del pelo dorado.

Y me dormí con la polla tiesa, asomando fuera del pantalón.

Aún insconsciente me metieron en mi nave, conectaron el piloto automático rumbo a La Tierra y pusieron una piedra encima del acelerador.

En apenas dos meses, ya estaba de nuevo en mi planeta con una resaca del carajo.

De vez en cuando, aún lloro alguna noche de pie en el borde del vertedero de basuras mirando al universo infinito, esperando que mi bella Galatabriendomajalatía sea feliz.

Eso sí, con el rabo muy tieso, que el espíritu no vale una mierda sin la carne.

Los cosmonautas del sexo, somos hombres de recio carácter, prácticos y duros que siempre saben sobreponerse al embrujo del voraz amor.

Sonó la alarma de mi teléfono móvil vibrando suave y muy cerca de mis cojones, y me tragué cuatro comprimidos de diazepán.

Precioso.

Estrella, aún se ríe de lo que aconteció entre mamada y mamada de los lotes de control.

Me cago en su prima.

Buen sexo.

 

 

Iconoclasta

Gracias, Aragón, tuya es la idea. Besos.

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Vidafaro (5 de 5)

Publicado: 21 noviembre, 2009 en Reflexiones

Hay entrada libre para ver la ejecución; pero casi siempre es la víctima la única que asiste a la ejecución. Es la única capaz de soportar los alaridos y las demandas de clemencia del violador. De sí mismo.

Todos estos episodios de violencia y robo son muy raros, la gente muere sin tener una idea aproximada de cuando ni donde ocurrirá y no se molestan demasiado en envidiar a otros. Viven su vida intensamente.

Es toda una filosofía adaptada a una vida extraña y sin vistas de futuro. Tan apasionada como cruel en su final.

Y es algo a lo que jamás conseguiré acostumbrarme. No me acostumbraré, a ver morir a un amigo en su propia casa, en plena conversación. No puedo mantener un semblante grave y controlado ante la muerte de un bolcariano. A veces grito tanto que alguien avisa a Euni para que me venga a consolar. Y ella me lleva a mirar sus ojos, a besar sus labios y olvidar aquel cuerpo que se ha enfriado tan rápidamente.

Algo me corroe las entrañas cuando una madre bolcariana grita por su pequeño muerto entre los brazos. Me sujeto el vientre clavando las rodillas en el suelo de puro dolor. De puta pena.

Y todo ese sentimiento, a pesar del dolor, me llena, me hace sentir vivo y más hombre.

Pero ese dolor se acumula. Pesa en los hombros, en la espalda.

Soy feliz aquí, a pesar de que mis dientes se han teñido de verde y mis lágrimas son ahora más oscuras, como la orina. Nunca serán negras como las bolcarianas.

Lidris, un médico, me dijo que es algo normal debido a la alimentación, no se oscurecerán más. Me han implantado una membrana artificial en cada oído y ya puedo comprender los sonidos que salen de los aparatos artificiales e incluso silbo alguna música bolcariana.

Todo ha adquirido una deliciosa cotidianidad. No quiero que nada cambie.

Cuando observo a Euni leer o realizar cualquier actividad, mi mundo interior se torna líquido y tranquilo. Suave. Jormen mi hijo me llena de un estúpido orgullo; sólo cuando Jormen muera cumpliré mi palabra y fecundaré a Euni, nuestro hijo nacerá bolcariano. De alguna forma mi mensaje genético quedará anulado en el vientre de ella.

Ha sido todo tan extraño y tan rápido que este diario me servirá para recordar todos y cada uno de los momentos vividos con todos sus matices, hasta este mismo instante en lo que todo ha adquirido una tranquila uniformidad. Donde todo fluye tranquilo y mis sentimientos se desarrollan libres con mis amados y amigos bolcarianos.

Ya no siento necesidad de escribir en el diario. Ya no es necesario.

Lo tengo todo ya.

La vida en Bolcar

A pesar de los cinco años que lleva Néstor viviendo en Bolcar, no ha sentido el paso de los años, no ha envejecido ni arruga alguna se dibuja en su rostro.

Néstor sentía cierta inquietud por ello, temía a veces vivir demasiado tiempo.

Jormen ya había alcanzado su desarrollo de adulto y sobrepasaba en altura a Néstor en unos cuantos centímetros.

Acudían juntos al bosque para cazar y se separaban para así cada uno acechar y matar a su propia presa. Sólo lamentaron la pérdida del dedo meñique de Jormen, que fue dolorosamente arrancado y devorado por un dramor agonizante.

Euni y Néstor irritaban a Jormen llamándole "el sinmeñique tontín", Jormen montaba en una fingida cólera y los invitaba a que se fueran a follar a cualquier lugar lejano y remoto, dejándole tranquilo. También los llamaba "sádicos pervertidos". Al final de ese arranque, todos reían a mandíbula batiente.

A pesar de saber que en cualquier momento podían morir.

Euni y Néstor, como otros muchos días salieron a pasear por la Plaza Cósmica, a pedir unos bloques de música Jinga que estaban de moda. Y cuando dio comienzo el movimiento de los astros, Néstor apretó la mano de Euni y se sentaron en uno de los bancos para contemplar el ciclo diario. Fue Néstor el que acostumbró a Euni a este silencioso ritual diario, en el que admiraban el firmamento sobrecogidos por el decorado estelar.

Néstor sentía un vértigo que lo elevaba a un nivel de conciencia superior cuando los planetas cambiaban la faz de Bolcar. Se le encogía el alma y parte de él parecía ubicarse en el cenit junto con las dos lunas.

Ella murió allí, a su lado. Sentada. Néstor pensó en un principio que ella usaba su hombro de apoyo para la cabeza, como solía hacer en muchas ocasiones pero; percibió un extraño movimiento por el rabillo del ojo, Euni intentó tocar su pierna en un movimiento breve en el que no tuvo tiempo de recorrer aquella mínima distancia.

Néstor lanzaba alaridos como un animal, con la cara apuntando a las lunas bolcarianas con Euni fría entre sus brazos.

Le pedía a los astros que le devolvieran la vida. Parecía un dramor agonizante. Lágrimas de oscuro ámbar se deslizaban por sus mejillas.

Jormen corrió a abrazar a su padre, lloró con él unos minutos; se separó de Néstor cuando quedó en silencio y caminó por entre la silenciosa gente.

La gente aguantaba incluso la respiración ante aquella desgarradora desolación de Néstor. Los funerarios, tristes como siempre, esperaban pacientes que Néstor se separara del cadáver.

Jormen encontró a una joven entre la gente, debía cubrir el dolor como fuera; con un amor. Se abrazaron y el joven Jormen dejó de llorar.

La mano de la bolcariana se aferró a la suya con fuerza, le proporcionaba coraje y consuelo.

Algunos bolcarianos recogían las negras lágrimas de sus rostros con el dorso de sus manos ante el dolor de Néstor.

Jormen se acercó a su padre, con su compañera de la mano.

– Déjala Néstor, no la llores más, no aquí. Ve a casa y ámala, añórala tranquilo, sin llorar.

La joven pasó su mano por encima de la de Néstor, acariciándola con su peculiar saludo; y por unos segundos una especie de consuelo se apoderó de él.

Pero volvió a gritar desconsolado.

-¡Euni ha muerto! ¡Ha muerto mi vida!

Las lágrimas de Jormen brotaron de nuevo, negras como la muerte. Y Néstor comprendió el dolor que le estaba causando.

Se abrazó a él dejando a Euni en el suelo y lloró por unos segundos en su hombro, apretando en él la boca para ahogar los lamentos que salían de su interior.

Los funerarios realizaron su trabajo y Néstor marchó solo a casa; sin mirar la recogida del cadáver.

La gente retomó su ritmo y algunos rozaban la mano de Néstor al cruzarse con él. Algún niño se abrazó a sus piernas y se sintió mejor. Les sonreía agradecido a pesar de que su corazón se encontraba roto. Sinceramente agradecido por todo aquel cariño recibido.

Y el universo pareció borrar a Euni, como si jamás hubiera existido.

Cuando entró en casa todo olía a Euni y recordó sus primeras palabras. Recordó que debía encontrar otra mujer a la que amar.

Pero no podía, ahora no. Había tanto dolor y amor en su interior que se encontraba colapsado.

Y se meció en el amor tranquilo que sentía por Euni, en sus besos, en sus orgasmos, en su sonrisa, en sus bromas…

En sus enfados por pequeñas cosas que al final los hacía reír.

Y su alma se relajó; toda aquella agua que le inundaba por dentro, que convertía sus entrañas en algo viscoso, se fue secando con una sensación de calor; con un rubor en las mejillas.

Pasaron dos horas hasta que hizo acopio de ánimo para salir al exterior. Se sentó en el banco donde murió Euni y dirigió los ojos a las lunas. Se enfriaba, las sensaciones de amor se desvanecían poco a poco para dar paso a una indiferencia que devoraba las emociones. La pena y el dolor se estaban convirtiendo en anécdotas y aquella transformación, el retorno a una mente fría y cínica lo asustó. No quería volver a ser aquel humano cínico sin interés por nada ni nadie.

El poderoso deseo de sentir amor lo impulsó a ponerse en pie y caminar, buscar.

Se aproximó a una mujer bolcariana que lo observaba atentamente. La abrazó y ella a él. La mujer se separó atrás y asintió con la cabeza, en silencio.

– Soy Néstor, compañero de la muerta Euni. Tengo un hijo que ya tiene compañera. ¿Quieres amarme?

– Soy Zira y necesito amarte.- le dijo la bolcariana de ojos rojos.

Y se fundieron en un abrazo y un beso profundo y prolongado, las emociones corrieron por el cuerpo de Néstor como una descarga eléctrica; y a pesar de renacer otra vez todo aquel dolor por la muerte de Euni, amó a Zira con idéntica devoción; ayudándose de ese amor para combatir la cancerígena pena de haber perdido a Euni.

Zira quiso vivir en el hogar de Néstor y dejar su vivienda a Jormen y su compañera. Así no era necesario que Roniqueus les acomodara en otra vivienda.

Néstor dudaba de ser capaz de soportar otra desaparición. El temor le pesaba día a día en la mente, como si un tumor creciera. Sentía un miedo atroz a que Zira muriera. Le costaba un sacrificio enorme pensar sólo en la vida, vivir sin tener en cuenta la muerte súbita.

Esas muertes…

Cuando salía a cazar su mente se encontraba dividida entre la presa y Zira, la echaba de menos. Temía su muerte.

Jormen decidió no separarse de su padre en las cacerías; comprendía que el amor de Néstor hacia Zira no consolaba el dolor de la muerte de Euni. Eso no ocurría con los bolcarianos.

-No es bueno que ahora estés solo Néstor.

Pero Néstor temía que un día Jormen se tornara frío de repente. Temía la sobrecogedora y fría muerte de los bolcarianos.

Intentó vivir con esa desazón, se esforzó por acostumbrarse al miedo. Leía el diario de sus primeros días en Bolcar sólo por evocar a Euni.

Y a pesar de toda esa carga de dolor que ahora arrastraba, jamás volvería a La Tierra, jamás abandonaría a Zira ni a Jormen. Jamás se arrepintió de los muertos que provocó en Africa.

Su cerebro no era bolcariano, no podía obviar aquella vida de ruletas rusas. Su mente era increíblemente sensible ante aquellos seres.

Tan sensible que sería incapaz de matar a uno de ellos si de ello dependiera la vida del resto de la colonia. Aunque ese ser llorara años enteros, no podría convertir su pena en ira.

Había un exceso de dolor en su mente que no encontraba sitio hacia donde expandirse y comenzaron unos dolores de cabeza fuertes y continuos.

Sólo los abrazos de Zira calmaban esa presión, sólo la calidez de un roce bolcariano podían aliviar esa tensión interior.

En uno de esos espantosos dolores de cabeza, acudió al domicilio del doctor Lidris. Éste le aseguró que no era grave, que su mente con el tiempo se haría más fuerte. Le recetó una hierba llamada chala, aquello le proporcionaría un alivio instantáneo.

– Según los análisis de ADN que te he realizado, no sufrirás enfermedad alguna. Tu esperanza de vida se sitúa en los ciento cincuenta años. Posiblemente nos verás morir a todos, condenado hombre con suerte.

– No podré aguantar esto tanto tiempo, Lidris. Será excesivo, amigo mío -le respondió Néstor abatido.

Lidris tragó saliva y acarició su mano.

Néstor marchó tremendamente cansado a cazar. Solo.

Un tiro no suficientemente certero dejó malherido a un dramor.

– No me mates. Cúrame. Estoy sufriendo. Tengo familia -el dramor vocalizaba con voz gutural y agónica cada palabra. Sus ojos verdes estaban inyectados en sangre y no se correspondía ese brillo cruel con las palabras demandando piedad que vocalizaba. Las membranosas orejas del dramor se agitaban espasmódicamente, como las alas rotas de un ave que intenta volar.

Néstor apuntó a su cabeza.

– No me mates…

No pudo disparar porque unas lágrimas emborronaban su visión. Las oscuras lágrimas…

Y bajó el fusil.

El dramor saltó hacia él, sus garras mortales hicieron cuatro grandes cortes paralelos en su cuello, seccionando la carótida. Un pequeño surtidor enviaba la sangre al rostro y de ahí entraba en los labios, dulzona y acre.

Y mientras se ahogaba con su propia sangre, el dramor moría triturando su pie derecho. Néstor no lo sentía, no movía el pie.

– Zira, mi vida, muero amándote. Jormen hijo mío, me alegro de morir antes que tú. Me muero amandoos.

– Ciento cincuenta años… ¡Ja! -deliraba mirando los ojos ya muertos del dramor que apoyaba la cabeza en los restos de su pie.

Murió así Néstor.

Jormen encontró a su padre a las cinco horas de su muerte. Allí en el bosque, sin que nadie le viera u oyera lloró durante más de una hora.

Su prolongado llanto llegó a asemejarse a un canto de ballena, oyó las voces de los dramor, de ocho individuos, que parecían corear su dolor. Y prosiguió su llanto hasta que aquella frecuencia deshizo el cerebro de aquellas bestias.

Cargó el cadáver de Néstor en el Serpiente Verde y lo entregó él mismo a la funeraria entrando por la negra puerta, y respirando el hedor a carne carbonizada.

Acudió a la casa de su madre, Zira, y aguantó con entereza su llanto. La consoló abrazándola hasta que le dolieron los brazos. Bendito dolor comparado con el de la muerte.

Marchó a su hogar cuando Zira rozó su mano agradeciéndole su ayuda.

Cuando aún pesaroso llegó a su casa, su compañera Tiris le recibió con el cadáver de su hijo de tres meses frío entre los brazos.

Y abrazó el frío cadáver intentando darle su propio calor. Cambiar su vida por la de su pequeño hijo.

Lo dejó en el suelo y secó las negras lágrimas de Tiris, la abrazó con fuerza, amándola. Hasta que ella comprendió que no debían morir de pena. Jormen tragó en silencio durante todo el proceso, el dolor de la muerte de su hijo, la de su padre…

Como una píldora amarga y dolorosa de cristal molido.

Tiris vio súplicas de vida para ella misma en los ojos de su amado, le suplicaban que no muriera. Los grises ojos de Jormen, la confortaron.

Y la fecundó de nuevo; allí, olvidando toda aquella pena y convirtiéndola en amor.

Como tristes alquimistas transmutadores de plomo en oro.

Es la vida en Bolcar.

Iconoclasta

Vidafaro (4 de 5)

Publicado: 18 noviembre, 2009 en Reflexiones

Aún estábamos sorbiendo los últimos restos de té cuando en el receptor de televisión apareció un aviso, alguien esperaba en la puerta.

Euni abrazó a un hombre de mediana altura y ojos rosados. Estaba muy delgado pero; unos músculos finos y estriados dejaban ver un vigor importante; estoy seguro de que éste debió nacer para correr en los mil metros lisos.

-Néstor, él es Roniqueus nuestro representante -anunció Euni sonriente.

Avancé hacia él e inició el saludo bolcariano de presentación, el abrazo que yo tímidamente deseaba realizar con aquellos seres y así sentir esa increíble e inquietante sensación de calidez y aprecio. Todas esas sensaciones que en La Tierra me era imposible sentir.

-Bienvenido, amigo Néstor, amado de Euni y padre de Jormen -sus brazos me rodearon al tiempo que yo le abrazaba.

-Encantado de conocerte, Roniqueus.

-Sabíamos de tu llegada desde que partiste de la Tierra; nuestros satélites se hallan en puntos estratégicos del hiperespacio y controlamos las transmisiones -no había alarde en su tono de voz, ni asomo de autoridad; pero expresaba preocupación.

Prosiguió hablando sin esperar comentario alguno por mi parte.

-Conocemos las intenciones de los terráqueos, queréis nuestros metales preciosos, los cuales tarde o temprano descubrirás. ¿Piensas exterminarnos por ellos? Hemos descubierto tu sensibilidad hacia nosotros, sabemos de tu amor por Euni. ¿Vas a matarnos a pesar de ello? -su rostro adoptó una mirada ofensiva y hostil, me miró fijamente al interior de mi cerebro, noté su mirada en el córtex.

Quedé callado, helado. De repente quise llorar ante lo que tuve en mente hacer. Si hubiera encontrado algún metal precioso habría llegado a la ciudad y sin bajar del Serpiente Verde hubiera creado un holocausto nuclear. Me sentía como si lo hubiera hecho.

-No voy a mataros Roniqueus. Incluso he comenzado a olvidar el porque me encuentro entre vosotros.

-Lo sabíamos -y me abrazó de nuevo.

-Hemos inutilizado las armas nucleares y los artefactos explosivos; tememos accidentes. Las armas de mano y caza están intactas y puedes hacer uso de ellas cuando te plazca. Pero queda un problema: ¿Qué pasará con tu silencio? ¿Cómo lo interpretará Barcelonamarenostrum Confederada? -sus ojos me observaban atentamente, no parpadeó verticalmente ni un solo instante pendiente de mis reacciones.

-Enviarán otra nave si no obtienen respuesta en cinco días; esta vez con tres tripulantes. No bajarán de la nave, no harán contacto con nadie; ni siquiera les preocupará la atmósfera. Encontrarán una partícula de metal precioso y procederán a la destrucción.

-¿Y por qué no lo habéis hecho desde un principio?

-Es una cuestión de respeto a los científicos, a los investigadores. Yo soy la única toma de contacto entre vosotros y ellos. Esperan que les explique lo que he visto, que envíe los informes y análisis propios de un protocolo para una nueva forma de vida descubierta. Esto es un proceso de transmisión manual, secundario. No como la transmisión de alerta de metales preciosos que está automatizada, en el mismo instante que se detecta cualquiera de los metales o minerales listados el proceso es imparable. Incluso yo muerto, el proceso seguiría por control remoto.

-¿Qué podría provocar la indiferencia hacia Bolcar?

-Lo contrario de la causa de su destrucción: ausencia de metales y minerales preciosos y mi inmersión en el hiperespacio rumbo a La Tierra; la entrega de informes a los investigadores… En fin todo aquello que pudiera demostrar que aquí no hay nada de valor.

-Habéis destruido catorce planetas y cuatro de ellos con vida inteligente ¿Tanta riqueza precisáis?

-Casi todos los humanos tienen carencia de emociones, de ciertas emociones dijéramos, piadosas. Nuestros cerebros mutaron a consecuencia de modificaciones transgénicas en algunos alimentos, concretamente en los tomates. El nivel de inteligencia aumentó en la misma medida que nuestra agresividad. Los políticos sólo pueden ganarse al pueblo regalándole riquezas y descubrimientos.

-Néstor, si nosotros llegáramos a transformar nuestra serenidad en ira, vuestro planeta desaparecerá del universo. Tenemos un nivel superior a vosotros, no tenéis la más mínima posibilidad de sobrevivir a un ataque nuestro. Así que ahora está en tus manos, por decirlo de una forma amable: ¿Vuelves a La Tierra y los engañas después de que hallamos falsificado una señal de hallazgo negativo de metales? O bien, te quedas con nosotros y asistes a una lección que daremos a La Tierra, algo que no olvidarán en milenios.

-A mi no me importan los terráqueos; amo a Euni y Jormen, sois vosotros los únicos que me han permitido hasta ahora sentir este tipo de emoción. Y no pienso volver allí.

-¿Podrás soportar la destrucción de vida animal (humana e irracional) en todo el continente africano? ¿Podrás soportar como novecientos setenta y cinco millones de seres humanos van a deshacerse literalmente durante tres minutos y que su agonía será horrible?

-Lo podré soportar pero; ¿cómo conseguiréis eso? ¿Por qué Africa?

-Crearemos el holocausto gracias a una bacteria que diseñamos unos años atrás. Se liberará cuando tu nave se estrelle en Africa; y será Africa la que sufra las consecuencias porque es el continente más rico y la cuna de la civilización humana. Donde nació el primer homínido según vosotros, será un golpe psicológico total.

-Tras la extinción africana, liberaremos una bacteria inocua para la vida pero; eliminará la bacteria licuadora. Si observamos que se insiste en la prospección metalífera planetaria, acabaremos con la especie humana en apenas dos semanas.

A mí me daba igual, son unos cabrones los terráqueos, tanto como yo.

-Nos hemos de poner en movimiento, redactaré con los datos de la sonda los informes atmosféricos, biológicos y geológicos preliminares de Bolcar. He de conducir el Serpiente Verde cada día por 5 horas para que se cumpla el protocolo de análisis. Esto durará 7 días.-hablé tranquilo y decididamente, sin pensar por un segundo en los seres que iban a morir, es la gracia de carecer de sentimientos.

Se instalaron sensores en el Serpiente Verde para la monitorización del supuesto armamento nuclear. Durante una semana seguí las rutas que Roniqueus me indicaba, en las cuales sería imposible hallar una partícula de metales. Debía conducir yo solo puesto que el vehículo detectaba la presencia de vida extraña o ajena a la misión.

Durante una semana conduje cinco horas diarias el vehículo; el proceso era sumamente sencillo; los técnicos bolcarianos simulaban señales e incluso las averías probables del vehículo.

Lo más difícil de todo aquello fue soportar el no estar cerca de Euni durante tanto tiempo.

Todo era por ella y por mi hijo Jormen.

Pasé dos noches en la nave, debía establecer comunicaciones rutinarias con La Tierra.

Al octavo día, el ordenador del Serpiente Verde, me aconsejaba la redacción de informes y la conservación criogénica de las muestras recogidas antes de emprender el regreso a La Tierra. Resultado negativo.

Se insertaron videos en el disco duro del ordenador de la nave, en ellos expresaba mi preocupación por la elevada temperatura del propulsor nuclear de la nave.

Se cargaron ciento veinte contenedores que portaban la bacteria licuadora y la nave se envió de vuelta a La Tierra el noveno día.

El gobierno bolcariano lanzó satélites y sondas al hiperespacio rumbo a La Tierra para monitorizar el proceso. En una de las sondas se cargaron diez contenedores con la bacteria neutralizante, la que se encargaría de frenar el proceso de licuación una vez se hubiera extinguido la vida en Africa.

A los veinticinco días de mi llegada a Bolcar, llegaron las primeras imágenes de La Tierra. Gente que aullaba de dolor caminando y dejando un rastro sanguinoliento de si mismos en el suelo; andaban sin saber donde ir, tal vez el dolor de ese deshacerse los volvía locos.

La licuación de los tejidos comenzaba por los pies y los que más tiempo llevaban contaminados, se arrastraban por el suelo con los pies convertidos en muñones de gelatina rojiza.

Los enfermos se abrazaban entre si y sus cuerpos, sus tejidos, se mezclaban de forma horrorosa; se separaban dejando sus huesos al aire, dejando tejido de más en la otra persona según el estado de licuación de cada uno.

Hombres, mujeres y niños parecían medusas hacia el final de su agonía.

Bolcar se sintió conmocionado por las imágenes recibidas, pero todos eran conscientes de que estaba en juego sus vidas. A mí no me afectaba mucho; sinceramente, apenas nada. Y me indignaba ver a Euni y Jormen atónitos y tristes ante las imágenes de dolor que sucedían en aquel planeta tan lejano como hostil, me dolía su pena. Intentaba consolar a Euni y a Jormen sin sentir gran cosa por aquellos humanos que se deshacían entre gritos y gestos de dolor.

Y miedo.

A los cuatro días se liberaron las bacterias neutralizadoras en Africa

Las imágenes de dolor dieron paso a las de miles de manifestaciones, gobernantes defendiéndose y atacándose. Eludiendo responsabilidades.

Había tal clima de crispación que el ejército tomó las calles de las grandes ciudades. Los terráqueos achacaron a la contaminación de mi nave el holocausto africano. Nadie pensó que la nave que se desintegró en una pequeña localidad del valle del Rif, fuera una efectiva arma biológica.

Se anularon las exploraciones planetarias. Fueron cesados gobernantes y funcionarios de sus cargos. Toda la responsabilidad recayó en Barcelonamarenostrum Confederada. El departamento de Demoliciones y Prospecciones Planetarias se disolvió y su director Josep Aguilator fue condenado a muerte en nombre de los novecientos cincuenta millones de muertos. Fue decapitado en el Parque Güell ante el alborozo y festividad de los miles de seres que asistieron al acto.

Pero eso no me importaba, lo que me importaba es que sin apenas ser consciente, me encontraba admirando a Euni y Jormen con un tranquilo amor, cada día. Serenamente.

Amaba a Euni por encima de mí. Con Jormen comprendí el significado de ser padre.

Yo cazador

Encontré una actividad con la que integrarme en la sociedad bolcariana. Fue Roniqueus quien la propuso: cazador.

Había una gran demanda de carne para consumo bolcariano en aquella región. A veces pasaban semanas enteras sin ver a una de aquellas gigantescas naves de abastos, aterrizando en aquella desmesurada autopista que pasaba frente a la colonia.

Ocurrían averías que retrasaban el suministro de carne y otros productos que no se elaboran en la colonia; o simplemente no se había dado bien la temporada de caza, no habían granjas de dramors.

Para los bolcarianos el dramor era carne de ternera de primera.

Su sensibilidad, les hace casi imposible matar a un dramor, un extraño animal de carne sabrosa. Cuadrúpedos, pelaje blanco y negro, de entre 80 y 90 kg de peso. Recuerda vagamente su silueta a los jabalís.

Son mortíferos.

Ante un ataque sus garras descubren cuatro largas uñas afiladas como chuchillos. Sus belfos son auténticos labios insertados sin ninguna estética en una jeta rosada y pelona; tersa y brillante. Como aquella mariposa, los ojos de estos animales tienen un desagradable aspecto humano y feroz. Sus incisivos son enormes, como los de los rumiantes, pero cuando contraen los belfos (parece la sonrisa de un psicópata) dejan al descubierto unos colmillos comparables a los de los babuinos. Molares afilados en forma de sierra rematan una peligrosa boca capaz de triturar madera.

Se alimentan principalmente de gorsna; aunque si pueden matar a un bolcariano y devorarlo, también lo harán. Son astutos y hay tantos que no es popular entre los bolcarianos salir al bosque si no van armados.

No tienen un enemigo natural, el animal que les sigue en tamaño es una especie de oveja cuya carne es de sabor repugnante.

La cuestión es que si un dramor cae malherido por un disparo no certero, los bolcarianos serían incapaces de rematarlo si no han sido antes entrenados para tal fin.

Incluso para mí, un ser sin capacidades emotivas en ausencia de un bolcariano, se hace difícil rematar a un dramor agonizante.

Cuando un dramor agoniza, da comienzo a una letanía que es igual sea cual sea el individuo, la pieza:

-No me mates, cúrame; estoy sufriendo. No quiero acabar así. Tengo compañero e hijos -mascaban estas frases con voz gutural y ronca moviendo aquellos obscenos labios. Babeando sangre.

Si uno mira sus ojos, no sabría distinguirlos de un bolcariano o terráqueo por la intensidad de su maliociosa astucia.

Esto no lo puede soportar un bolcariano así, de repente. Los cazadores bolcarianos precisan más de un año de entrenamiento para dominar sus emociones ante estos animales.

Si uno se acerca a un dramor llevado por la piedad, éste lo degollará de un zarpazo o le abrirá el paquete intestinal. Y morirá escuchando la risa del dramor, una risa jadeante y nasal, sarcástica. E intentará devorarlo hasta que las fuerzas se lo impidan.

En su actividad diaria y normal, los dramor sólo emiten una especie de berrido, como el de los ciervos en celo y jamás pronuncian una sola palabra bolcariana.

Casi nunca llego a oír sus ruegos de agonía, soy muy bueno apuntando con el fusil LSB1, dispara cápsulas de mercurio indeformables impulsadas por una pequeña explosión de hidrógeno que se crea en la cámara. Si las encuentro las puedo usar indefinidamente.

El Serpiente Verde me sirve de transporte.

Durante tres días a la semana cazo y despiezo estos animales. Euni, tras su actividad docente, me ayuda a dispensar la carne a quien lo desea. Le encanta hacerlo. A mí también, el saludo bolcariano me sigue proporcionando calma y paz.

Hay momentos en los que me encuentro solo en el bosque, en los que deseo cruzarme con un bolcariano al que saludar, al que apreciar.

He comenzado a entrenar a Jormen, el cual ha sido cautivado por la admiración que sienten los habitantes de la colonia por mi trabajo.

Le disparé a un dramor justo en un pulmón para que su muerte fuera lenta y Jormen conociera su letanía de muerte.

Y huyó llorando, llamando a Euni. Me llamó malvado.

Con el tiempo, aprenderá a obviar aquella letanía. Y será un cazador como yo en pocos años.

Y amo a Euni. No pienso ya en los terráqueos si no es de una forma meramente anecdótica y despistada.

Bolcar no es perfecto, hay asesinatos y ofensas que se resuelven con peleas y venganzas. El robo no es habitual y cuando se realiza alguno, al ladrón se le despoja de todo lo que tiene; aquí las leyes son sólo costumbres y lo único regulado es el censo de individuos y el control ambiental.

Las violaciones, que las hay, se pagan con la muerte; hay una jaula transparente en casa de Jadis, un bolcariano grande y afable, que se dedica a resolver este tipo de ofensas.

Al violador lo meten en la jaula y se le clavan las manos a un poste y se le corta de un hachazo la punta de los pies. Cuando Jadis sale de la jaula, abre una puerta.

Por ella salen dos dramors hambrientos que capturé vivos para tal fin. Lo devorarán empezando por los pies; no es habitual que usen sus mortíferas garras si no se sienten amenazados, así que al violador le espera un tormento de varias horas antes de entrar en shock.

Iconoclasta

Carta de amor tardía a G.

Publicado: 16 noviembre, 2009 en Amor cabrón

En algún lugar del tiempo y el espacio, donde la amo. Era Eterna de Mi Bella. Año Cero de nuestro señor.

Hola mi bella:

"-Nunca me escribiste una carta". Me dijiste.
El simple comentario me hizo feliz. Y triste: no tiene una carta como cualquier amante posee para abrazar en su pecho cuando el amor duele.
Comprendí con un relámpago clarificador, que no te podía amar como escritor, que no podía haber asomo alguno de intención literaria. Y en algún momento rechacé la posibilidad de escribirte, porque estás en todas partes, eres omnipresente en mi vida. Era necesario hablarte, mirarte y mimarte.

No fue un plan, no sabía porque no te escribí una carta de amor; sólo el tiempo lo ha desvelado, en un momento de lucidez de los pocos que tengo viviendo en ti. Fue un instinto no escribirte mi amor. No soy tan inteligente como para trazar un plan.
Si hubiera escrito una carta para hacerte saber lo que te amo, mi amor se hubiera visto diluido entre palabras románticas e ilusiones. Un escritor más idealizando. Escribo tanto, mi bella, que temía perderte entre letras y sueños. Como si escribirte, te eternizara plana en el papel, algo que archivar, algo que publicar.

No se puede escribir tu sensualidad, es un baño puramente sensorial. No se puede describir…
No podía arriesgar más tiempo en unas palabras que te hicieran sonreír y decidir que soy hábil.
"No más escribir de ella en secreto", pensaba, "la necesito". Necesito la crudeza de un "te amo" a bocajarro, algo no usual. Algo definitivo.
Que no cupiera una sola duda de que mi pensamiento era íntegramente tuyo.
En cada renglón de aquel cadáver exquisito que un día comenzamos cincelaba como un atormentado escultor mi deseo en cada línea. Estabas allí, deseable hasta la tortura. Eras tú sudando, eras tú buscando, eras tú amando y deseando. Estabas sola como yo, porque todo ese amor, toda esa densa pasión, te abandona en el mundo, un mal lugar para el amor en estado puro. Y era yo triste como un llanto de ballena. Como un pez en la arena ahogándose de tanto aire.

"-Te amo", te dije.
"-¿Si?", preguntaste haciendo que mi corazón se detuviera, tuve miedo tanto miedo en tan poco tiempo, mi bella, ante aquella pregunta.
Luego me lloró el cuerpo por dentro, liberado al fin, cuando te sentiste feliz al ser amada. Cuando sentí que lo deseabas. El universo estalló, mi bella. Una supernova calcinó lo plano y lo inamovible.
Detonamos en el cosmos miles de "te amo y te quiero y te he buscado tanto tiempo…"
No podía enmascarar más el amor, tenía que ser claro, directo y conciso. Como un telegrama urgente.
Era urgente amarte, sin metáforas ni eufemismos. Te amo orgánicamente.

Y cuando mi amor quedó asentado en nuestro libro de la vida, cuando te identifiqué como lo que en todas mis vidas busqué, supe que todo lo escrito y lo que queda por escribir serías tú.
Y ahora que todo está claro, ya sí que es el momento de escribirte una carta.
Un escritor debe amar sin la palabra; y con la palabra envolver el amor como envolvería tu cuerpo con el mío.

¿Sabes que pensar en ti, hace que mi nariz sienta el olor fresco de los frutos ácidos, de crujientes texturas, de pieles suaves y aterciopeladas? Siempre que entras, que hablas, que estás, mi olfato se afina y te siento. Y cuando te vas, cuando deseo llorar al quedarme solo, entonces siento ese olor más profundo en mí y produce una melancolía devastadora, mi bella. Ahora el universo tiene olor. Y sonido.
Es tu voz, que acaba por hacer el mundo mudo. No hay otra, es de locos; pero es tu voz, en serio mi amor. Es tu voz la que se sobrepone a los ruidos del mundo.
Eres una diosa.
Y una ornitorrinca. Los amantes hacen chistes en la trágica distancia, reventando con risas la desesperación. Qué valientes somos, mi bella.
Y eres mi vida.

Perdona la carta de amor tardía. Perdona que te amara primero sin concesiones, con la brutalidad de un hombre primitivo, de un hombre muy poco listo.
Si supieras como odio lo que te ha hecho daño… Si supieras que podría ser el más frío aniquilador de la humanidad por ti.
Te sonreiría enamorado cortando el cuello del malo.
Pecas de sangre en mi rostro, como un asesino de asesinos travieso.

Perdona la carta tardía mi bella. Necesitaba amarte primero brutalmente, como hombre.
Ahora sólo descanso tranquilo, ronroneo con cierta pereza mis palabras a tu alma. A ti.
Esta es mi primera carta de amor en un milenio. No ha sido por desidia, es porque te quiero tanto, que me demoro en pensar.
Siempre dije que yo salía ganando en este amor. Eres lo más valioso.
¿Ves mi bella? Me había olvidado que sabía escribir desde que te encontré.
Qué idiota…

Te puedo contar de largos fines de semana, de mirar correr las horas lentas. Yo también soy parecido a ti en eso, en ser un dios. Un dios aburrido en su trono e impotente ante un tiempo que no acaba de avanzar hacia el momento de encontrarse con su diosa.
Un dios que tamborilea aburrido los dedos en su mandíbula, esperando el momento de soltar todos esos "te amo" acumulados en su garganta, en los pulmones, en la boca, en el corazón. En los huesos.

Mi vida, perdona la carta de amor tardía que ambos necesitábamos para abrazarnos en los momentos duros.
No soy malo, sólo tonto, cielo.
Un beso, mi bella G.
Hasta siempre, mi amor.

P.

200911161250


Iconoclasta

Vidafaro (3 de 5)

Publicado: 16 noviembre, 2009 en Reflexiones

Era el crío que jugaba con la pelota metálica, el que recibió la descarga divertido; con el que algunos reímos hace apenas una hora.

Euni se abrazó a mí y me besó profundamente. Yo lloraba, aquel llanto atroz de la madre atravesó mi médula y me retorcía por dentro.

Euni me forzaba a mirar sólo sus ojos, otra vez húmedos con la negra línea que formaban las lágrimas que se acumulaban en ellos.

Un rimmel de dolor enmarcando unos ojos felinos y preciosos de un saturado color miel.

Acudió el compañero de la mujer y cogió al crío, lo abrazó durante una triste eternidad y lo dejó después en el suelo. La pareja marchó abatida hacia una de aquellas puertas. Iban de la mano y las manos apretadas con profunda desesperación.

Los de la funeraria acudieron con su tristeza, sin mirar a nadie; recogieron el cadáver y se dirigieron otra vez a la puerta negra.

El murmullo general volvió a elevarse y risas y gritos resucitaron la ciudad, o este enorme barrio.

Recogimos a Jormen que se resistió a dejar de jugar, caminaba delante de nosotros enfurruñado y mascullando tacos.

Euni sonreía divertida y yo me moría por besarla.

Sexo bolcariano

Accedimos por una puerta a un bloque de pisos con forma de media luna, adaptado al contorno de la fachada exterior; a través de los ventanales del edificio se podía ver la carretera exterior. La vegetación, las supuestas montañas que vi desde el exterior eran un efecto mimético asombroso. No había vegetación alguna en la fachada.

Pude observar a través de uno de los ventanales, unos metros a mi izquierda al Serpiente Verde causando curiosidad en un grupo de bolcarianos.

Los materiales de las construcciones se basaban en mármoles y metales cromados de diversos tonos. Apenas se utilizaba pintura en paredes y techos.

Un conjunto de sonidos sin armonía para mí, provocaban un balanceo acompasado de las caderas en Euni y Jormen. Me di cuenta de que el interior de sus pabellones auditivos estaba cerrado de una membrana translúcida; tuve la impresión de que no llegaría a disfrutar de la música bolcariana.

Subimos por una rampa al piso superior y Euni sacó del bolsillo de su pantalón un pequeño mando a distancia con el que abrió la puerta frente a la que nos detuvimos.

Por la tenue luz de las lunas que se filtraba por una gran ventana pude apreciar un salón de unos nueve metros de ancho, cuadrado. Un gran tresillo blanco y dos butacas, una mesa en forma de rombo y cuatro sillas era lo único que había en el salón. No habían estanterías, ni adornos, ni cuadros en las paredes. Sólo unos paneles electrónicos empotrados lucían símbolos cambiantes de color azul.

Euni pulsó de nuevo el mando y las paredes se iluminaron, se tornaron translúcidas y emitieron un tono de luz amarillento, cálido.

Euni y Jormen me desnudaron.

Rieron al verme, les hacía gracia mi vello corporal. Jormen cogió mi pene y lo comparó con el suyo más pequeño y oscuro, casi negro. Lo que contrastaba mucho con su piel amarillenta.

Euni sonrió y me lo cogió también para examinarlo.

Me sentía bien, no sentía vergüenza y sonreía con ellos.

Y me sobrevino una erección. Euni tragó saliva y entendió.

-No lo puedo controlar Euni.

-Ya lo controlaré yo más tarde, Néstor.

Cenamos; la gorsna resultó ser una especie de planta carnosa, me recordaba la carne de cerdo. La treidia azul era un licor que llegó a marearme, apenas ardía en la garganta pero en el interior, parecía expandirse por todas las terminaciones nerviosas.

Jormen, tras cenar, se sentó en el tresillo frente al televisor mural; decían algo cómico a juzgar por las risas del chico. No era capaz de comprender las palabras que emitían los altavoces.

Me sentí de repente muy cansado y sin hablar me senté allí, al lado de Jormen; entre el sopor en el que me sumí, pude ver imágenes del Serpiente Verde en la pantalla, pero no importaba, me sentía muy cansado. Se me cerraron los ojos en algún momento.

Sentí la mano de Euni en la mía.

-Te amo, Euni. No me dejes solo aquí.

Y besó mis párpados cerrados.

No sé cuanto tiempo estuve dormido. Me despertó agitando mis hombros suavemente. Admiré su cara y las dos lunas a través de la ventana; por segunda vez sentí años perdidos, años sin conocer aquel sentimiento. Esta paz.

Una melancólica sensación de haber malgastado vida.

Jormen dormía en alguna habitación, roncaba; me puse las manos en la mejilla con las palmas enfrentadas e imité los ronquidos de Jormen.

Se nos escapó la risa.

Bajó su pantalón frente a mí y aprecié su sexo. La vagina nacía en el pubis y subía hasta mitad del vientre.

Lejos de extrañarme me excitó.

Se sentó en mis rodillas acomodando mi pene bajo su muslo.

-Néstor, las mamas, chúpalas con fuerza. Succiona, mi vida.

Comencé a lamer sus pezones, se contrajeron rápidamente haciéndose duros y firmes; una red de finas venas azuladas radiaba desde las aureolas, se hicieron patentes con lentitud, a través de la piel.

Euni parecía estar en estado de shock, respiraba rápida y entrecortadamente dejando los ojos en blanco; de su boca manaba una saliva espesa que se escurría por la barbilla. Sudaba; y esa humedad la tornó más sensual.

Aferró con una mano mi nuca y me aplastó la boca contra su pecho izquierdo con una fuerza insólita, me costaba esfuerzo respirar. Abrí la boca para acaparar el pezón abarcando la aureola y succioné con fuerza. Euni rogaba que lo hiciera con más fuerza entre roncos gemidos.

Hice presión con los dientes y respondió con un grito contenido, se masajeaba el pezón libre con la otra mano. Temía hacerle daño y en respuesta a mi atenuación en la caricia, aprisionó mis dedos con los suyos con tal fuerza que sentí pánico a herirla y quise apartar la mano, pero ella la retuvo allí con firmeza.

Se agitaba descontrolada de placer en mis piernas y mi pene se agitaba ya duro y entumecido con sus espasmos. De sus pechos comenzó a manar un líquido dulce y denso que discurría por su vientre y empapaba los labios vaginales, regándolos.

Sus manos abandonaron pechos y manos y bajaron arrastrándose por el vientre hacia el coño que estaba ansiando. Abrió los labios mayores y un clítoris largo y fino quedó al descubierto, pulsaba entre los pliegues; se incorporó para sentarse ahora a mi lado, sus dedos subían y bajaban por el vientre conduciendo aquel líquido a la vagina.

Su coño se mantenía abierto, carnoso y húmedo.

Me arrodillé ante ella, ante sus piernas abiertas. Y tensó la vagina abriéndola con las dos manos y el clítoris se puso erecto y duro; lo lamí, lo succioné. Besé su coño entero, lo mordí y lo pellizqué.

Euni parecía llorar, pero su lengua se movía entre los dientes esmeralda con lujuria, paladeando el placer. Yo lamía como un perro desde su coño hasta su vientre totalmente abandonado al placer y a sentir sus continuas contracciones de placer; sus pezones seguían derramando aquel líquido lubricante que tanto me excitaba. Sentía que la polla me iba a reventar.

Del interior de la vagina brotó un esperma acuoso, desleído.

Me mostró lo que debía hacer ahora.

Mojó la mano entre los pezones y se la introdujo en la vagina, entera. Hasta la muñeca.

Aquello me hizo enloquecer, ella movía frenética la cabeza al ritmo de la mano que entraba y salía de aquella profundidad de placer. Yo sujetaba mi pene fírmemente, me cogía los cojones para no correrme allí, ante ella.

Retiré su mano con violencia y me apoyé en el respaldo del sofá, estiré mis piernas y me clavé a ella verticalmente, Me hundí literalmente en ella. Su coño se adaptó a mi pene presionándolo, lo necesearo para que me pudiera mover dentro de ella.

El glande se empapó en aquel pozo líquido y caliente.

Emitía grititos que me hacían temer que Jormen despertara, ahora pellizcaba con brutalidad los pezones y el lubricante llegaba más abundante a nuestros sexos unidos.

Yo no pude más y dejé correr mi semen en su interior, contrayendo todos mis músculos por un orgasmo intenso de placer atrasado, acumulado a lo largo de los años. No sabía si había hecho lo correcto.

Euni se puso rígida, su cara se congestionó y dejó de respirar. Sus verticales párpados se cerraron y los besé. Sus pies golpeaban el suelo y sus pezones se congetionaron de sangre, se amorataron, se secaron y se mantuvieron duros y erectos.

Nuevamente me llevó a succionarlos, ahora suavemente; su respiración recuperaba la normalidad y los músculos se relajaban. Los labios le temblaban ligeramente y los acaricié con los dedos mientras alternaba la caricia bucal entre los dos pezones.

Me retiró atrás, se recostó y desesperzó como una gata, poniéndose en pie. Me senté de nuevo y quiso cobijarse entre mis brazos, recostada en mi pecho y rodeando mi cuello, clavó la mirada en las lunas.

Y en algún momento me dormí susurrándole al oído todo el amor que sentía.

Me desperté encima de un colchón que levitaba a veinticinco centímetros del suelo. Tenía apenas tres centímetros de grosor y me sentía totalmente relajado.

Me dolían las mandíbulas por el ejercicio de succión en los pechos de Euni y la polla volvía a estar dura (esto último no era una influencia bolcariana)

Cuando me atreví a alzar la mirada hacia la luz, me encontré un primer plano del rostro de Jormen.

-Buenos días, Néstor.- me dijo.

-Buenos días, Jormen.

Euni debió escucharnos y vino corriendo a la habitación, se acostó a mi lado y me apresó las piernas con las suyas. Nos besamos abrazados.

-Buenos días, amado terráqueo.

Jormen reía feliz.

Euni me cogió el pene.

-¿Qué haré contigo? ¿Cómo controlar esto? -dijo traviesa, sacando la lengua por entre sus finos labios, una lengua por la que me moría por cruzarla con la mía.

En Bolcar el tiempo se medía en horas de cuarenta minutos y los minutos tenían cien segundos; no tiene importancia, uno se acostumbra. La cadencia de las comidas es parecida a la terráquea.

No había dinero, por lo visto cada cual hacía lo que deseaba. Había individuos que deseaban construir, otros enseñar, curar, trabajar el campo, limpiar…

Euni me explicó que a ella le gusta especialmente enseñar. Dedica medio día a la enseñanza de los niños.

– ¿Pero… y todos esos vehículos, los enseres que tenéis en las casas, las calles? ¿Cómo lo mantenéis? -yo no lo entendía.

– Néstor, cada cual nace con un deseo, somos tantos que hay muchos deseos, hay muchas cosas que hacer y las hacemos. Entre todos. Hay gente que desea mantener la limpieza y gente que desea construir e inventar. Nacemos así, con una voluntad y la cumplimos cuanto antes porque no sabemos cuando moriremos.

Los científicos han investigado y han aislado el gen que programa nuestra muerte; está íntimamente ligado al desarrollo de nuestro cerebro de tal forma que es imposible extirparlo o mutarlo.

Por esto debes entender que no precisamos de muchas cosas; pero amar y saber que en nuestra muerte alguien nos quiere, eso lo necesitamos.

Y comencé a entender. Y temer.

-¿Y si yo quiero un vehículo de lujo? -desvié la conversación hacia algo menos doloroso.

-Lo tendrás en función del trabajo que ofrezcas, en eso pretendemos ser justos. No está bien que quien por ejemplo, tenga la ingrata tarea de limpiar, no sea recompensado con algo más que un intercambio. Hay personas que controlan las actividades. Y además educamos a nuestros hijos en el respeto hacia lo que hacemos y muchos de ellos, siguen nuestros pasos.

-¿Y yo que haré durante mi estancia?

Euni me miró con una profunda tristeza en los ojos y las negras lágrimas amenazaron con desbordarse.

-Prometiste amarme hasta mi muerte. No me dejes Néstor.

-Mi vida, moriré contigo y por ti, aquí -la abracé con fuerza, con ansia-. No lo he olvidado, mi vida. Es que no ha pasado un día entero y me cuesta asimilar esta vida.

Se relajó en mis brazos.

Yo sentía deshacerse mis entrañas con aquel contacto, con el inexperimentado amor.

El representante de la colonia: Roniqueus

-Néstor, vamos a desayunar, el trivel ya está a punto.

Me dio unos pantalones de Lorton, su difunto compañero de vida. En el salón nos esperaban unos vasos humeantes que Jormen había preparado para el desayuno; nos sentamos alrededor de la mesa para desayunar. Era té y una especie de galletas que sabían a lechuga. Ese extraño almuerzo me agradó al paladar y sació un hambre que no sentía hasta ese momento. En el receptor se veía un programa informativo y el Serpiente Verde volvió a aparecer.

-¿Qué ocurre con él, Euni? ¿Soy bien recibido?

-Eres famoso Néstor, hacía más de cincuenta trilidios (seis siglos) que no llegaba ningún extranjero a Bolcar.

-Tu vehículo se estacionará a cubierto, como todos, y puesto a tu disposición hacia el mediodía. Hoy se presentará ante ti el representante de la colonia para darte la bienvenida y preguntar los motivos y deseos de tu visita a Bolcar.

-¿Y cómo nos encontrará el representante?

-Nos unimos en el parque ante más quinientas personas que nos observaban atentamente. Incluso él podría haber estado allí. Nos conocemos unos cuantos y unos cuantos conocemos a otros tanto. ¿No funciona así en La Tierra?

-Euni, en La Tierra nadie mira a nadie.

Acarició mi mano.

En la televisión un bolcariano bailaba y movía los labios. Euni mecía la cabeza al ritmo de una música que yo no conseguía captar, y fue una de las pocas cosas que eché de menos.

Iconoclasta

Quién soy

Publicado: 14 noviembre, 2009 en Reflexiones

– ¿Quién soy?

El pequeño se acercaba por detrás de su madre, sigilosamente. Se le escapaba una risa traviesa que ella escuchaba divertida, simulando estar mirando la televisión.

– ¿Quién soy? -le preguntó el niño tapándole los ojos con las manos.

Y como una flecha directa a la frente, una sucesión de emociones y recuerdos invadieron su mente.

– No lo sé… -se le escapó en un susurro.

– ¡Mamá…! -exclamó desencantado el pequeño Víctor.

-Eres un osito de peluche -respondió Julia.

– ¡No! ¿Quién soy? -volvió a preguntar el pequeño.

-Eres un rollito de primavera… ¡Qué me voy a comer de un bocado!

Julia se giró en el sillón y atrapó a Víctor. Lo sentó en sus rodillas y le dio besos, le hizo cosquillas hasta que al pequeño le falló la voz de tanto reír.

Cuando ambos se calmaron, Julia se puso en pie.

-Y ahora a la cama, ya es tarde.

-Un rato más.

-Mañana hay cole y siempre que te quedas a ver la tele, no hay quien te despierte.

"¿Quién soy?"

"No lo sé…"

Una vez supo su nombre, y lo olvidó.

Estaba cansada.

Cansada de un largo día de trabajo, cansada de un marido que trabajaba las noches y el día dormía. Cansada de estar caliente.

Arropó a Víctor y aprisionado entre las sábanas, aún le hizo más cosquillas. Le besó y se desearon buenas noches. Apenas apagó la luz del cuarto y entornó la puerta, Víctor bostezó y lanzó un suspiro de cansancio. En apenas unos minutos se quedaría profundamente dormido.

"¿Quién soy?"

"No lo sé…"

Cuando la casa quedaba en silencio, Julia clamaba por aquel ser que reinventó aquel juego infantil, un juego que se abría paso en su deseo y en su mente como un cuchillo al rojo vivo. Que hacía arder su piel y su sexo ahora sensibilizado por recuerdos y emociones.

Cuando se quedaba sola, cuando el peso de la ausencia de aquel que no recordaba se convertía en ansia, soñaba con su aliento en su nuca.

"¿Quién soy?"

Instintivamente presiona los muslos para retener el agua que le mana desde lo profundo y la empapa. La humedad de su sexo ceba más el deseo y sus dedos se insinúan en el elástico de la braguita; con los labios entreabiertos, exhala un suspiro lento y prolongado.

El olvidado. El ser que aparecía y la obligaba a darle la espalda. Como si el amor que ambos consumaban fuera a escapar al mirarlo directamente a los ojos.

Es mejor amar a alguien olvidado que morir sola.

Sólo ellos dos podían amar y amarse. Se dieron cuenta de que en realidad nadie existió antes, nadie existiría ya. El círculo se había cerrado en aquella vida.

El otro, el que no amaba, era su marido; el bueno, el que no excitaba el flujo de su sexo con el caudal que producía el que se obligaba a olvidar en cada encuentro. Era aquel, el desconocido, el que catalizaba en su sexo un lubricante denso y abundante que en ese mismo instante, estaba alimentando su libido. Mojando la cara interior de sus muslos.

Los dedos acarician el rasurado monte de Venus, suavemente, acercándose demasiado al vértice del placer.

El que no amaba trabajaba las noches. Todas las noches del mundo en la fábrica de botellas de plástico.

"¿Quién soy?"

Aquel al que olvidaba y que cada cierto tiempo le enviaba un mensaje que decía: "Quiero follarte", hacía que se derramara en agua y que sus propios dedos dieran paz a un sexo que hervía, que parecía sudar.

Era alguien que hablaba con ella en el café, durante el desayuno en la fábrica. Era alguien con quien intercambió un número de teléfono. Era un compañero de trabajo de una mirada intensa que clavaba en sus pechos con ruda fiereza. En su sexo cubierto que ella sentía arder.

Un mensaje hace tiempo, hace semanas, hace años.

Podrían haber pasado siglos.

"Quiero follarte".

Una respuesta: "A las 22:30 en mi casa".

Dejó la puerta de entrada abierta cuando lo vio aparcar el coche frente a la puerta. Se dispuso a preparar unas bebidas. Víctor estaba en casa de sus padres, porque estaban pintando y renovando la decoración de la habitación del pequeño.

Estaba sola…

-¿Quién soy? -le preguntó en un susurro que le erizó la piel, tapándole los ojos suavemente desde su espalda.

-Eres…

Julia intentó decir su nombre y aquel al que olvidaba, le cubrió los labios suavemente con una mano.

-No lo digas, mi amor. Que no acabe el misterio jamás, que podamos continuar durante toda la eternidad este juego de deseos e ignorancias alevosas. Premeditadas.

-Eres…

-Olvida mi nombre y deja que mis manos cubran tus ojos todo el tiempo posible, todo el tiempo del mundo. Seamos tramposos y que nunca me separe de ti.

-Eres…

-Nuestro destino es un juego de ciegos y tontos. ¿Quién soy?

-No lo sé -respondió Julia como en un sueño.

El dedo corazón, ávido ha encontrado el mismísimo centro del placer y lo presiona, lo acaricia. Sus pechos están duros hasta el dolor. Se lleva el dedo empapado de sí misma a los pezones y bajo la camiseta los unta de deseo puro. Reaccionan casi con dolor a esa baba cálida.

"¿Quién soy?"

"Eres…"

Recuerdos, placeres en el cerebro y entre las piernas. Ahora en sus dedos.

"Nunca me recuerdes porque temo que cuando me conozcas, llegue a ser uno más, un vulgar".

Julia se quitó el pantalón del pijama, y se sentó frente al televisor apagado, la pantalla la reflejaba. Su media melena negra, oscilaba al ritmo de sus caricias. Ojos negros y felinos se entrecerraban de un placer próximo a la explosión de una estrella. Separó las piernas y observó con creciente excitación la mancha oscura en sus braguitas.

"Dame la oportunidad de ser especial para ti, toda la vida a ser posible".

"No lo digas, no lo adivines jamás".

"Sólo soy algo, eso que te ama".

"Calla mi vida, suspira y gime. Nada más, por favor. No soy".

Cada ruego, cada frase la sumía más en el olvido, la empujaba a follar a un desconocido en cada encuentro. Cada cita un descubrimiento.

A veces insistía:

-Eres…

Su dedo se ha introducido profundamente en la vulva y encuentra el bendito agujero por el que todo fluye.

Por donde él se la mete, y la empuja y la llena.

El olvidado…

-Por favor, no lo digas; no me despojes de misterio. Déjame seguir siendo el extraño por el que cada día luchas por recordar. Borraré tu memoria mordiendo tus labios, atenazando tu coño con mi mano, con la violencia de una pasión desbocada. Joderé hasta tu memoria.

El olvidado era implacable y hendía el cuchillo en su memoria desgarrando.

Desgarraba su coño y su ano.

Ahora son tres dedos mojados de si misma, que salen resbaladizos para acariciar los dilatados labios entre sus muslos. Resbalan sobre la dura perla del placer que ahora azota sin cuidado llamando a la lujuria, ordenándole que le traspase el vientre y se enrosque en sus pezones. Que se los arranque, el relámpago del goce.

Y su cuello se tensa, las venas se han dilatado para llevar el máximo placer al cerebro. Venas que vienen directas de su sexo hirviendo.

Sus muslos se alzan temblando y un fino hilo de baba se desprende de entre sus labios y su sexo, manchando la tapicería. Las bragas, en algún momento han caído al suelo.

El teléfono avisa de un mensaje y corre hacia el bolso.

Y aún con los dedos mojados, pulsa las teclas para leerlo.

"¿Quién soy? No me mires, gírate cuando entre en la casa. No sepas quien soy".

-¿Quién será? -se pregunta en voz alta.

Se sienta en una silla de respaldo recto, dando la espalda a la entrada.

La puerta se abre y los pasos se hacen familiares.

¿Quién es? Su deseo ha borrado la memoria y su volición es seguir el juego, abandonarse a esa isla de misterio y placer, rodeada por todas partes de hastío y monotonía.

-¿Quién soy? -las manos del desconocido cubren su rostro.

Las manos de quien olvida son diferentes a como las recordaba. Si algún día lo hizo.

Y su voz.

Tal vez el juego va tan lejos que su mente se ha girado también de espaldas al amante. Como cierra los ojos cuando él se come su boca.

Como su cuello gira rompiéndose con un trallazo de dolor cuyo grito no tiene tiempo de expulsar. La muerte se propaga más rápida que un orgasmo.

Y los ojos de Julia miran sin pestañear el rostro de aquel al que no quería, y más allá la del olvidado sobre un charco de sangre en la entrada de la casa.

El que no era querido por su mujer, se sienta en el suelo y llora la letanía del olvido balanceándose mecánicamente adelante y atrás.

-¿Quién soy? ¿Quién soy? ¿Quién soy?…

Tantos años recordado… El también tenía derecho al olvido.

Él también tenía derecho a su misterio.

A una isla en medio del Mar de la Repetición.

Y olvida quién es ella y acaricia el sexo muerto, el coño aún húmedo por obra y gracia del olvido.

El frío coño del recuerdo.

El pequeño Víctor con sus enormes ojos abiertos, en la puerta del salón, se pregunta si es un sueño, si un día olvidará que despertó y no entendió toda aquella insania.

Iconoclasta

Vidafaro (2 de 5)

Publicado: 12 noviembre, 2009 en Reflexiones

Sus sonrisas dejaban entrever unos dientes de color verde. De un intenso verde esmeralda.

Sus cabezas eran lisas como bolas de billar, sin pelo; al igual que en sus cuerpos donde no había rastro alguno de vello.

Una sonrisa de un vidafarense me llevó a preguntarme si esos dientes serían realmente piedras preciosas; imaginé que si aplastaba a uno bajo las ruedas del serpiente, saldría de la duda al instante.

Si fueran esmeraldas, no imagino la forma en que los de Barcelonamarenostrum Confederada intentarán hacerse con ellos. Aunque sí lo imagino: sus dientes serán arrancados de sus cadáveres calcinados. Calcinados en vida si es preciso.

Ojalá no supiera estas cosas y poder así alegar ignorancia cuando todos mueran. Aunque tampoco me preocupa mucho, es sólo una pequeña huella de cargo de conciencia heredada de viejos cerebros no mutados, una sombra de sentimiento.

Las mujeres eran obvias por sus pechos ostentosamente enhiestos. Sus pezones eran desproporcionadamente grandes y de un rojo intenso.

El contacto con los vidafarenses

Cuando le estaba dando un repaso a una de aquellas mujeres, se me puso dura y me sentí incómodo.

Un vidafarense se acercó hacia mí con un andar tranquilo y afable, sonriendo y exhibiendo sus verdes piños.

-¿Dónde puedo conseguir agua? -le pregunté apenas se acercó a mí.

Lo único universal para la vida orgánica es el agua. Esa tontería de las matemáticas como lenguaje universal, me la pela.

"¿La raíz cuadrada de ochenta y uno?", no me veo preguntando semejante idiotez.

Aquel sujeto me miró con atención y parpadeó verticalmente; movió sus labios y habló un galimatías indescifrable. Como mucho, fueron unos seis segundos lo que tardó mi cerebro en entender el significado de aquello. Fue un entendimiento ajeno a mí; como una frecuencia clarificadora oculta entre aquellos sonidos vocalizados. Subtítulos en español.

Aquella especie de invasión en mi mente me preocupó, me causó cierta desconfianza, cierta intranquilidad.

– Imagino que por agua entiendes un líquido para saciar la sed, aquí le llamamos treidia y tenemos fuentes. Sé bienvenido, extranjero. Mi nombre es Loster -eso fue lo que entendí de aquel ser.

Loster sonrió y me abrazó.

Había un tacto cálido en aquel ser. El abrazo me produjo bienestar, me hizo sentir cómodo, bienvenido.

Lo seguí y entramos en una de aquellas montañas a través de una de las cientos de puertas que se hallaban disimuladas entre la vegetación, una vez cerca de ellas se hacían bastante patentes, cada una de ellas tenía un cartelito.

Accedimos a un túnel iluminado de unos cincuenta metros de largo, las paredes lucían carteles publicitarios.

Loster emitió una sonrisa que parecía una tos asmática.

A los pocos segundos entendí:

-Ya no saben que anunciar. -y seguí su dedo para fijarme en la foto de una mujer que mostraba en sus pechos unos cubrepezones y en su cara una mueca de placer obsceno.

Loster me explicó que eran parches masturbatorios; por lo visto las mujeres tienen un fibrado núcleo nervioso en los pezones, que al ser acariciados se transforman en enormes clítoris. Por lo visto, un vidafarense tuvo la brillante idea de encargarse de suministrar instrumentos de placer a las mujeres de aquella colonia.

Me excité con aquella imagen de esa hembra caliente.

-Calentorro… -entendí que me decía Loster con complicidad.

Loster provocó en mí una inusitada simpatía hacia los vidafarenses. Reí dándole una palmada en el hombro. No recuerdo haber hecho una cosa así con anterioridad.

Salimos del túnel para desembocar en una colosal plaza rodeada de edificios de tres y cuatro pisos de altura que no sobrepasalían por encima de las montañas. Calculé que el diámetro de la plaza debía de rondar los diez kilómetros de diámetro, apenas eran visibles los edificios más lejanos en el horizonte. Había gente paseando, familias, parejas, solitarios…

Los niños chillaban al jugar como en cualquier otra parte de la Tierra; varios de ellos dejaron de jugar para abrazarse unos segundos a mí, algunos a las rodillas. Me sentí profundamente turbado.

Y pensé en el holocausto nuclear que podría crear. Tuve la certeza en aquel instante de que no lo haría.

Me condujo hacia una zona de juegos infantiles donde se encontraba una fuente de treidia refrigerada.

-Tu agua -Loster accionó un pulsador y manó un chorro de un increíble color verde, aquel líquido parecía tener una densidad similar a la del agua.

– Treidia -dije yo.

Loster sonrió y en el momento que me incliné sobre la fuente, me dejó solo mezclándose entre la gente. Bebí aquella agua verde con sed, tenía un ligero sabor a menta. Sacié mi sed y temí que mis dientes se hubieran teñido de color verde.

Pero no me importaba gran cosa. No soy delicado.

Un grupo de niños estaban jugando a pasarse de unos a otros una bola en apariencia metálica, pequeña y pesada.

Uno de ellos, en el instante de atraparla, sufrió un sobresalto y se le escapó la saliva de la boca. Sus compañeros reían a carcajadas y él exhibía sus dientes que habían virado al color rosa.

Reí con ellos sin poder contenerme.

El renacuajo de dientes rosados decía con la boca apretada:

– ¡La madre que os parió, cabrones!

Saber lo que decían aquellos enanos y ver a sus padres reír divertidos provocó en mí un feliz ataque de hilaridad. Me tuve que secar las lágrimas con las mangas de mi traje.

Euni, mujer bolcariana

Otro vidafarense me dio la bienvenida, sin mediar más palabra ni preguntar. Sabía de mi reciente llegada y me sentí bien.

Una pareja cogidos por la cintura, atrajeron mi atención. Bueno, mi atención la captó ella; tenía un culo respingón y bien formado, sus pechos eran firmes y opulentos, y cuando la pareja pasó ante mí y admiré de cerca a la mujer, sentí tal excitación que metí la mano en el bolsillo del pantalón y me toqué el pene excitado.

Se acercaron a un crío que trazaba símbolos y dibujos infantiles en el suelo con una especie de puntero láser. Le acariciaron la cabeza cariñosamente.

-Vamos a por eskelibol.

El niño apenas les hizo caso.

Se cogieron de la mano y siguieron caminando.

El hombre, de repente cayó desmadejado al suelo.

La mujer quedó paralizada a su lado, parpadeaba verticalmente y unas lágrimas negras se deslizaban por su rostro. Miraba a sus congéneres y éstos la miraban sin mover un solo músculo. Contenían una pena.

Lloraba de tal forma que mi puto corazón se encogió de pena.

Y me acerqué a ella, me arrodillé junto al hombre y lo toqué. Estaba frío como el hielo. Retiré asustado la mano de su cuerpo.

Me puse en pie y brotaron lágrimas de mis ojos.

Ella se acercó a mí, me desabrochó la parte superior del traje para que desnudara mi torso.

Y quedé con el torso desnudo.

El silencio flotaba como una nube en la plaza, nos miraban, nadie se movía. Un crío pequeño gritó y rompió por unos segundos la atmósfera dando un nuevo impulso al corazón pausado.

Luego nada, silencio otra vez.

Todos aquellos ojos, lejos de ser opresivos, me dieron apoyo ante aquella extraña situación.

La mujer se abrazó a mi pecho, sus senos se aplastaron contra mí. Me estaba matando de amor, me inundaba un torrente cálido las entrañas. No sabía que estaba ocurriendo. Llegué a querer morir sólo por secar aquellas negras lágrimas de los ojos de la mujer; porque dejara de llorar.

Me estaba volviendo loco de amor, mi mente insensible luchaba contra la emoción y a la vez se mecía en aquella droga que era un mundo inexplorado por mí.

Y sin pretenderlo la estreché con fuerza. Besé su cabeza y sus mejillas.

-¿Me quieres amar? -preguntó casi suplicante -¿Prometes amarme aún que estoy viva, hasta que muera? Mi vida, dime que sí.

Y dije que sí. Y la abracé con más fuerza. Me separó dulcemente a pesar mío.

Me cogió de la mano.

La gente rompió el silencio y reemprendieron sus actividades. Algunos nos felicitaban.

Dos hombres metieron el cadáver en una bolsa, entraron con ella través de una puerta negra con un círculo pintado en cuyo interior una raya cruzaba la cabeza silueteada de un vidafarense. Aquello era escesivamente obvio.

El pequeño corrió hacia nosotros, ella lo elevó para que lo cogiera entre mis brazos. Lo abracé, besé su pequeña cabeza; su cuerpo era menudo y cálido. Durante un micro-segundo mi corazón se detuvo.

-Es Jormen, nuestro hijo.

Yo sólo me dejaba llevar por todo aquello, todas aquellas sensaciones me estaban atrapando. Había allí amor en estado puro. Por alguna razón, mi mente me llevó a seguir esa cadena de sucesos, a integrarme en aquello.

-¿Cuál es tu nombre?

-Euni.

-Yo soy Néstor.

-Ahora debes amarme, Néstor; no dejes que muera sin amor.

Aquellas palabras me llenaron de temor, de pena. Había un triste final en ellas. La intuición de una tragedia.

-Si muero antes que tú, cuidarás de Jormen. Tú no morirás antes si estás sano, es casi seguro. Si muere Jormen, me consolarás para que no me muera de pena, me amarás hasta que tus ojos me supliquen que no muera. Y me darás otro hijo. Si muero deberás buscar a otra mujer y no llorar mi muerte durante más de dos horas. Si lloras mi muerte más de dos horas delante de ellos te matarán porque no pueden soportar el dolor tanto tiempo; no podemos. Morirían con tu pena. Uno de ellos convertirá su cariño en odio y te matará; lo hará para salvar al resto de la colonia. Para evitar sufrimiento.

Y pegó sus labios a los míos, su lengua increíblemente fina se hundió en mi boca asombrada y mi mente comenzó a desearla. Mis brazos sobreentrenados la apretaban fuertemente y noté que era feliz.

Hice feliz a aquella mujer que lloró negras lágrimas. Y yo me sentí amado. Me sentí tan querido que comencé a odiar mi pasado reciente.

Lamenté en ese mismo instante haber perdido cuarenta años de vida por no conocer este amor. Este nuevo sentimiento profundo y placentero.

-¿Cuál era su nombre?, el de tu hombre.

-Lorton, lo he amado durante nueve años. Y ahora te amo a ti, Néstor.

Había en aquellas palabras una sinceridad brusca que huía de la inocencia y puerilidad. Euni hablaba con una entereza extraordinaria a pesar de que un líquido negro amenazaba con rebosar de sus ojos.

Cogió mi mano y nos dirigimos hacia uno de los edificios que nos rodeaban, nos acercamos a una puerta blanca; las puertas eran una completa bacanal de colores. Abrió la puerta de una forma natural, sin llamar.

-Vamos a pedir comida.

Accedimos a una sala en la que tan sólo había un mostrador y un par de sillas alrededor de una pequeña mesa.

-Buenas tardes, soy Euni y necesito gorsna y treidia azul.

Habló aproximándose a lo que sin duda era un micrófono, una varilla cromada rematada con una pequeña bola blanca y pulida, pendía del techo.

No pasó mucho tiempo cuando apareció un vidafarense con una bolsa dorada en una mano y una botella azul en la otra.

Se las entregó a Euni y ésta acarició su mano brevemente. Me explicó que era el saludo habitual entre los amigos y conocidos de Bolcar, el nombre de este planeta al que conocía como Vidafaro. Acaricié la mano del bolcariano, su torso, y esa sensación de calidez me volvió a invadir. Cuando el hombre me devolvió el saludo me sentí bien.

Salimos al exterior y la noche avanzó de forma vertiginosa, potentes luces se encendieron para dar una claridad asombrosa a la ciudad; dos lunas amarillas se movieron veloces hasta ubicarse en el cenit.

Y cogí la mano de Euni con el corazón contrito por el vértigo de ese acelerado movimiento planetario.

Parecía el apocalipsis.

Yo era frío, cínico… Y ahora se encoge mi alma por la vida de este lugar.

Solo pensar en mi misión siento náuseas.

El contacto con estos seres me está trastornando.

Euni coge mis sienes y me lleva hasta su boca. Su lengua estrecha e inquieta me invade, me lleva a ningún lugar y floto abandonado en su cueva húmeda.

Vuelvo a sentir sus duros pezones en mi pecho y a medida que se estrecha más a mí, se contraen con más fuerza.

Me habla, me instruye.

– Néstor, morimos sin previo aviso, no envejecemos demasiado. Nacemos sin esperanza de saber durante cuantos años viviremos, no miramos más allá de lo que tenemos y no dejamos de desear. La tristeza está prohibida, nadie quiere morir llorando. Un día estaré a tu lado y moriré sin previo aviso, sólo sabrás de mi muerte cuando me veas inmóvil y fría. Son muy pocos segundos lo que tardamos en morir. No hay despedidas.

Recuerda lo que te dije, mi vida; que no te maten por lo que para nosotros es un exceso de tristeza. No mueras, busca a otra mujer y ámala como yo te he amado. Como te amo.

-Euni, por favor…

Un sonido de dolor puro, como llanto de ballena silenció la ruidosa noche de la ciudad.

Una madre sostenía en un ademán inconsolable a su pequeño hijo entre los brazos. Inerte, muerto.

Iconoclasta

Vidafaro (1 de 5)

Publicado: 9 noviembre, 2009 en Reflexiones

El viaje

Durante dieciséis años y veintinueve semanas estuve viajando por el hiperespacio hacia un planeta que en la Tierra bautizaron como Vidafaro, brillaba ténuemente en una galaxia lejana y oscura; el único brillo de aquel aglomerado de estrellas.

Por ello los astrónomos lo bautizaron así. A veces los científicos van de sensibles.

El ordenador me acompañó en ese solitario viaje; me transmitían noticias monótonas y aburridas. Al cabo de un breve tiempo ya había cerrado ese tipo de transmisión que no me importaba en absoluto y me dediqué a leer y pensar. Comer y dormir.

Me masturbaba cuando me apetecía gracias a Verónica, mi amante virtual formada por precisos isótopos de radio inerte. De una solidez táctil pero; indisimuladamente artificial. La verdad, sin ella me hubiera hecho las mismas pajas.

Practicaba ejercicios físicos rutinariamente y cuando era necesario dejaba brotar unas lágrimas de rabia; a veces uno se ha de desahogar sin que ningún psicólogo te examine.

Ese terciopelo negro festoneado de tachuelas es inmenso. Promete soledad y aislamiento de una magnitud colosal, cósmica, valga la redundancia.

También la música me acompañaba en mi camino a la muerte.

A los seis años bauticé a la nave como Féretro Eterno y me meé por todas los rincones de la nave, cosa de la que me arrepentí en cuanto se calmó esa crisis de histeria.

De repente me encontré sin esperanza alguna de salir vivo de la nave. Llegué a temer que Vidafaro no existiera. Y antes que pasarme otros dieciséis años en la puta nave, me achicharro los sesos con mi electroplasma de cañón reducido.

Uno no cierra los ojos y se ve en el planeta de destino, la cosa no funciona así en el hiperespacio; una hora se convierte en una semana, la siguiente en meses, la siguiente en años y así en progresión geométrica hasta que llegas al punto de destino.

La mente sigue sujeta a la Tierra y no acepta la aberración temporal que es el hiperespacio, el atajo del tiempo.

El viaje por el hiperespacio es una atrocidad para la mente; un peaje demasiado caro.

A uno se le quitan las ganas de ser Dios en el oscuro e inlocalizable universo. Allí nadie te quiere ni te odia.

Es asepsia emocional.

Halcón XV, un telescopio-sonda de navegación intergaláctica, descubrió un planeta que podría contener vida. Los análisis espectrocromáticos de sus ondas electromagnéticas dieron un 89,95 % de probabilidades de vida orgánica; carbono y oxígeno como en la Tierra. Me ordenaron partir hacia Vidafaro, en Casiopea.

Salí de Barcelonamarenostrum Confederada a las 23:03 del 20/05/2625.

Por caprichos del tiempo y la mierda esa del infinito, la relatividad del tiempo y el hiperespacio; para mi mente los dieciséis años y pico fueron un cuarto de vida tirada a la basura; para mi cuerpo (físicamente) y para los habitantes de la Tierra, pasaron apenas quince días desde mi salida a mi llegada a Vidafaro.

En Vidafaro

Cuando aterricé en Vidafaro, en una región de lomas bajas y gastadas, recubiertas de pequeños matorrales verdes desleídos y tonos marrones viejos y secos de tierra pelada, un sol tenue de mediodía mataba el poco relieve del terreno. Como en uno de esos días antipáticos en La Tierra en lo que todo es tan uniforme que dan ganas de sentarse en el sillón de casa con las persianas bajadas y aislarse de toda esa monotonía.

O sea, más de lo mismo.

No hay alegría tras un viaje tan largo por el espacio. La frialdad se apodera del corazón y nos convierte en más cínicos y escépticos.

Tras unos análisis preliminares de la atmósfera me deshice de la escafandra y el equipo de respiración autónoma; un intenso olor a tierra y clorofila invadió mi pituitaria, el polen durante tanto tiempo olvidado me hizo estornudar y me tragué dos píldoras de antihistamínicos.

Lancé la sonda exploradora y esperé pacientemente los resultados definitivos tumbado en el polvoriento suelo, era más cómoda la cama de mi camarote pero estaba hasta el asco de ella.

Entrecerré los ojos en un guiño al sol con las manos bajo la cabeza, absorbiendo el calor de la tierra que mis huesos necesitaban. Ese sol parecía hacer un recorrido similar al de la Tierra, pero no abrasaba, parecía un poco más lejano y respetar más mis ojos.

Pude observar extraños insectos, no se acercaban a mí y eran notablemente más grandes que los terráqueos. Acojonaban aquellos bichos; muchos de ellos estaban recubiertos de piel y pelo. Como horribles mutaciones.

Lo más parecido a una mariposa pasó por delante de mis ojos para ir a posarse sobre un espinoso arbusto unos metros más allá. Oí un crujido extraño, continuo y cadencioso. Lo hacía la mariposa y me acerqué lentamente reptando por el suelo, se estaba alimentando de espinas, una boca de colosales e ilógicos dientes en ella roía las espinas con tanta hambre que se le escurrían finos hilos de baba.

Por un momento, nuestras miradas se cruzaron y nuestras pupilas, idénticas, se nos abrieron desmesuradamente. La oruga era rosada, con una piel semejante a la de un bebé. Cuando acerqué la mano para atraparla y examinarla lanzó un agudo grito femenino y escapó volando torpemente.

Sentí un escalofrío con aquel grito, con aquellos ojos tan humanos expresando sorpresa y temor.

Como los míos.

Me entraron ganas de meterme en la nave y cerrar la compuerta. Pero no sentí nada hostil a mi alrededor. Y esperé fumando. Me abrí la parte superior del traje y dejé que cayera para dejar el torso al aire. Tenía calor, el frío del viaje ya no existía.

La sonda regresó y los análisis biológicos de la atmósfera dieron negativo en agentes patógenos. Por eso me quité el equipo de respiración autónoma, porque lo supe por instinto, lo juro.

A unos treinta kilómetros, hacia el sur, se hallaba una ciudad cuyos edificios eran las propias montañas o estaban construidos a imagen y semejanza de ellas; una autopista la cruzaba.

La forma física de los habitantes era antropomórfica y se cubrían el cuerpo con ropa.

Aparte de extraños vehículos y algún detalle de flora y fauna un tanto curioso, no había nada más revelador, como armamento o fuerzas armadas patrullando. Las fotos no eran de gran calidad, supongo que las condiciones de luz engañaron a los sensores de la cámara de la sonda y las imágenes no se reprodujeron lo nítidas que prometía el manual.

Cosa que tampoco era demasiado rara. Es la historia de siempre, te lo venden diciendo que es la hostia puta en definición y luego no aprecias un pijo si está más allá de veinticinco kilómetros.

Una foto captó una aglomeración de veinte individuos ante unas puertas abiertas, formando cola. Tampoco es que fuera demasiado sugerente la vida en este lejano planeta.

Accioné el mando a distancia de la nave y la compuerta de la bodega bajó formando una rampa, ascendí por ella y me metí en el vehículo ultraterreno bautizado como Serpiente Verde, estaba articulado en el centro, disponía de ocho ruedas motrices y en los terrenos difíciles parecía reptar como una serpiente. Era de color verde.

En su interior disponía de toda clase de instrumentos y armas, había además, una pequeña cama; si fuera necesario podría pasar encerrado un año en él.

Tras todos esos años de viaje que pasé (o lo que le parecía a mi mente y a mi cuerpo engañado por ella), me encontraba excesivamente tranquilo y sereno. Tenía la certeza total de que en este lugar no había peligro alguno. Aunque no sé si era el producto de mis deseos de ver a alguien; de sentir otra voz o de mirar unos ojos que no fueran los míos.

O los de un insecto.

El motor nuclear comenzó a silbar en cuanto tecleé la contraseña en el ordenador y los mil doscientos caballos de potencia se repartieron entre las ruedas.

Bajé el vehículo a tierra, cerré los accesos a la nave y accioné el escudo energético que protegería la nave de agresiones y robos.

Me dirigí rumbo sur con una grata sensación de optimismo e ilusión. Pero sólo era una momentánea euforia, yo no sentía una mierda de emoción.

Las ruedas trituraban las piedras más grandes y unas líneas paralelas se dibujaban en el terreno con el avance del vehículo; lo veía a través de la cámara trasera del Serpiente. Eran las únicas de aquel páramo.

Unos microaspiradores recogían muestras de polvo y rocas para su análisis en continuo con el espectómetro de masas de a bordo. Con ello se descubriría oro o materiales preciosos.

Si el resultado fuera positivo, el equipo informático lanzaría un mensaje a la Tierra para proceder a la invasión y colonización de Vidafaro y explotar después todos los recursos metalíferos del planeta.

Pertenezco al departamento Demoliciones y Prospecciones Planetarias.

Si durante el recorrido hacia la ciudad, el espectómetro lanzara el mensaje de aviso de metales preciosos hallados, cuando llegue allá, detonaré ocho cargas nucleares de hidrógeno para crear la destrucción, la muerte y el caos. No importa demasiado el orden porque todo va demasiado comprimido.

Mi vehículo me dará cobijo y durante tres días veré morir seres desde el interior; tranquilo y seguro.

Al cuarto día detonaré una carga de helio ultralicuado que congelará los movimientos orbitales de los isótopos radiactivos. Y por último, durante dos horas, los cañones del Serpiente Verde lanzarán bombas de explosivo convencional que romperán las partículas congeladas. Según los cálculos de la sonda, los setecientos mil habitantes de esta ciudad perecerán así: las tres cuartas partes durante la explosión de las ocho bombas nucleares. El resto perecerá ardiendo en combustión espontánea debido a las altas dosis de rayos gamma que se producirá en su entorno.

Y sin duda alguna, sus muertes serán conocidas por sus congéneres evitando así una larga y costosa guerra entre los dos planetas. No hay nada más efectivo que ser despiadado y provocar una masacre para que un país o planeta se rinda a los deseos de otro.

Barcelonamarenostrum Confederada duda mucho de que un planeta inexplorado y que no ha hecho toma de contacto con La Tierra pueda considerarse tecnológicamente adelantado a nosotros. Es por ello que dan por supuesto que someterán a los seres que pueblan el planeta.

A mí me da igual, tan solo quiero acabar mi trabajo e irme.

Mi trabajo no me acaba de gustar ni de desagradar; lo hago porque me enseñaron, sin ilusiones ni odio. Hubo un tiempo en que había muy poca gente como yo. Abundaba la gente que no podía dañar sin un buen motivo o sin estar psicóticos perdidos pero; sobre el año 2100, la enzima transgénica de un nuevo tipo de tomate fue mutando el cerebro de la humanidad y se anularon ciertas capacidades emotivas como la compasión hacia el prójimo y el remordimiento. Los hay que aún coservan su cerebro ileso, o mejor dicho, que no han sufrido ningún tipo de mutación. La verdad, yo no creo tener compasión y remordimientos porque a veces (demasiadas) desearía arrancar la cabeza de algunos de mis congéneres.

En las escuelas se encargan de ejercitar nuestras mentes para sacar el máximo provecho de esta ausencia de escrúpulos.

Casi sin darme cuenta entré en la ciudad, me costaba distinguir esas construcciones integradas en el paisaje. Una avenida ancha, demasiado ancha para el tráfico que allí había se extendía hasta el horizonte quebrado por impresionantes montañas pobladas de árboles altos y frondosos.

Un letrero elevado sobre el firme indicaba algo en una grafía formada por rayas quebradas y poliedros.

Varios automóviles me sobrepasaron y las manos de los conductores me saludaban.

Las gentes se detenían en las aceras para observar el Serpiente Verde; curiosas y asombradas pero gratamente sorprendidas. Otros sonreían con naturalidad. No había temor ni desconfianza en su actitud.

El espectómetro no había encontrado aún metales preciosos.

En la pistolera de mi pantalón coloqué un mini-cañón de Constantin. Lanza miniobuses que al entrar en el organismo, explotan tres veces a tal velocidad que parece una sola detonación. Hace tiempo practiqué con él en una granja de cerdos que se criaban para pruebas balísticas. Del cerdo no se pudo aprovechar nada. Nunca causa heridos, tácticamente es un error pero; como autodefensa es infalible.

Aquellos seres me miraban con sus extraños ojos curiosos, sin miedo. Algunos sonreían, como si vieran en mí a un turista, como si estuvieran de vuelta o acostumbrados a encontrar seres ajenos a su planeta.

Me acerqué a la acera, o al menos a la zona lisa donde la carretera cambiaba de color negro a gris y me apeé del vehículo. La clorofila seguía invadiendo el ambiente con su olor.

Los vehículos no dejaban ningún tipo de olor en el aire.

Los vidafarenses eran del mismo rango de estatura que los terráqueos, su tono de piel era amarillento y sus cuerpos no tenían una importante masa muscular, los habían gordos y flacos. Vestían simples pantalones cortos que subían cinco dedos por encima de lo que nosotros tenemos el ombligo. Sus pies macizos no tenían dedos; aunque por la forma, en otro tiempo los tuvieron. Ahora era un solo bloque de carne.

Iconoclasta