Archivos para marzo, 2016

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Te leo y siento que las llamas me devoran. Fumo y no sé si expulso el humo o mi alma que prendes fuego.
De cómo las palabras arden, de cómo tu piel es una cuenta atrás para la ignición, la mía.
De cómo eres sol y tierra.

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Me pregunto si te preguntas lo mismo que yo hacía mil años atrás, cuando fui consciente de mí mismo: ¿Las palabras explican la vida o la crean?
Porque mientras tú te preguntas eso, quisiera encontrar el momento preciso para responderte, para que no pierdas tiempo; para que seas infinitamente más lista que yo.
Las palabras crean y transforman la vida porque lo que hemos encontrado, no es nuestro, es ajeno, es de los muertos y está mal hecho.
No es quiera ser listo, es que amo tu vida a cada momento y no quiero que pierdas un segundo más con filosofías y teologías.
Si aún así, no te convenzo y encuentras que las palabras sirven para explicar, me convertiré en humo, no seré el hombre fuerte que creía ser, el que flotaba mirando al cielo, a los techos y a los dioses.
Si no soy un deseo, un sueño; soy nada.
Porque todo aquello que es especial, por definición es inexplicable.
No hagas de mí y lo que contengo una explicación.
Porque creí ser fuerte, ser valiente, ser tuyo.

Reflexiones redes 2 def

No contestes, no hables.
No sueltes el teléfono.
No es una llamada obscena, es una venganza a tu sensualidad, al placer que me inspiras, a la animalidad a la que me abocas.
No te toques aunque te diga que tengo tus braguitas negras dando vueltas entre mis dedos. Que mi pene siente espasmos ante la proximidad de la suave y transparente blonda que tantas veces ha empapado tu coño.
No te permito que acaricies tus pezones, no quiero que uses tu mano libre para dar consuelo a la humedad que empiezas a derramar, a la dureza implacable de tus pezones que se marcan sobre la suave tela que los cubre.
Solo quiero oír tu gemido desesperado, impaciente porque sabes que estoy envolviendo mi bálano con tu braguita, que ciño con fuerza la tela, que descubro mi glande y se marca entre el pérfido dibujo que en otros momentos a dejado de manifiesto la voluptuosidad de los labios de tu coño, que los he besado a través de la blonda con el dulce sabor de tu flujo.
Me conviertes en un perro sediento. Me sometes.
No hables, escucha. La humedad viscosa de mi glande parece literalmente deshacer la tela que cubría tu coño. La tela que yo despegaba y que arrastraba filamentos de deseo de entre tus labios henchidos y hambrientos.
¡Te he dicho que no te toques! Es una venganza por lo que te deseo, por hacerme descender a lo más profundo del animal que soy.
Separa tus muslos, quiero hablarle a la mujer obscena que hace de mí una red de venas que trabajan exclusivamente para ella, para llevar la sangre necesaria al miembro que parece reventar.
Sé perfectamente de como se forma la viscosidad entre tus labios, como se ha endurecido el clítoris. Sí, cielo, te permito gemir; pero no te toques.
Te lo prohíbo, maldita.
Maldita amada.
Maldita bella.
Maldita lujuria.
Como te amo, te odio, te deseo…
No estás ahora aquí para besar el glande cubierto con algo de ti; pero te ordeno que beses la tela que cubre mi desesperación, que escupas en ella, que poses tus labios y yo te invada la boca furioso.
¡No hables, no te toques!
Ahora el glande parece querer abrirse paso entre los dibujos de la tela, hay mortificación en mi sensible carne.
Si vieras como mi vientre se contrae ante la proximidad del orgasmo…
¿Me oyes gemir? No es solo placer, hay un dolor por tu ausencia, porque no estás.
Es la paja más triste… ¿Me sientes?
Es la masturbación más desesperada.
Te prohíbo que te toques. El semen empieza a brotar, como una marea blanca aparece entre los poros de la tela. Extendiéndose, haciéndola invisible.
¿Te imaginas mi corrida desesperada? La tela ya no la siento, me pasa como con tu coño, no distingo donde empieza mi piel o la tuya.
¿Has escuchado mi ronquido? Mi pene sufre espasmos escupiendo el esperma que debería estar en tu sexo, entre tus dedos, en tu boca…
Sí, preciosa, quiero esos perfectos y tallados labios jadeando, es mi venganza. Es el castigo a tu sensualidad implacable.
Desde aquí, mamo tu coño. Te lo juro por el semen que ha empapado tu braguita.
El placer solo es comparable a la tristeza de que no sea en tu sexo donde ahora suelte mis últimas gotas.
No te toques, gime, sufre; pero no te toques.
Ahora acaricio mis testículos, como tú lo haces, con suavidad, dando paz a todo esto que siento por ti; recuperando, ascendiendo a la cordura poco a poco desde lo profundo a lo que me has llevado.
Ahora ya solo puedo decirte que te amo, que me faltas a cada instante, que me llevas a mundos que no hubiera pensado.
Mundo de fetichismo y blonda…
Que observo tus braguitas empapadas de mi semen y siento ganas de llorar.
Y las froto en mi vientre.
No digas nada, calla.
Sufre, maldita amada, maldita hermosa, maldita mujer adorada.
Beso tu coño, muerdo tus pezones.
Buenas noches, adorada mía.

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Iconoclasta

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Hay tantos colores en tan poco espacio, que echo de menos los tonos de tu piel, la húmeda y brillante monocromía de tu coño.
Tu piel me da sosiego, eres mi refugio en el planeta.
Hay rincones casi idílicos en su variedad cromática; pero no consiguen eclipsar la suave monocromía de tu piel.
No necesito lugares saturados, acuarelas de ensueño.
No soy pintor, no soy nada. Solo una mirada profunda y hambrienta.
Tú observas la sorprendente anarquía de los colores y yo te abrazo desde atrás con las manos entre tus muslos, cubriendo mis ojos con tu cabello.
Colores y deseo…
Amarte me hace extraño al mundo.

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Es mejor evadirla cuando el concepto es la desesperación por encontrar alguna gracia a la miseria que la sociedad ha alcanzado.
Una miseria monumental y solitaria. Como una vergüenza que se oculta.

Escultura chatarra 0. Marzo 2016 Iphone

En Realidades Truncadas.

Patos y primavera

Yo no quisiera ser pato porque vuelan siempre uno al lado del otro, parecen aburridos.

No es que la primavera en sí misma, condicione el ánimo hacia la vida más cariñosa, tierna y relajada. No tiene nada que ver la floración de los vegetales y la actividad animal.

Ellos no follan, le llaman «pisar». He oído a especialistas en coitos ornitológicos decir: ¿Qué, compadre. Ya la ha pisao el macho?. Yo no piso, yo la meto.

Lo que ocurre es que cuerpo y mente, tras luchar contra el rigor del invierno, se relajan. El cambio o la mayor actividad hormonal, obedece a esta causa.

Yo no tengo equilibrio para pisar a una hembra de esa forma. Lo mío son las uñas arrastrándose por la piel que deseo. No sé como pueden tener huevos (me parece que se llama huevogenesis u ovogenesis en jerga culta) cuando todo depende de esos pies palmeados que tienen. Yo a veces los veo foll… perdón, los veo pisarse y me parece que simplemente hacen gimnasia acrobática. Resbala el macho sobre la hembra hasta el aburrimiento. Tal vez en algún momento se la mete, pero es tan breve que siento lástima por ellos.
No es elegante.

Yo nací con alguna carencia, porque el invierno no causa mella en mí, no me preocupa.
Mis erecciones y la humedad en mi glande se mantienen constantes a lo largo del año.
Soy incapaz de recibir la primavera con alivio o alegría. No siento que sea luz tras oscuridad. Echo de menos el invierno con las primeras subidas de la temperatura.
Echo de menos la templanza que hay entre tus muslos, en lo más profundo de ellos, los labios ocultos que también quiero besar.

Siempre dicen «cua-cua», su vocabulario es indecorosamente escaso. Lo que me lleva a concluir que su cerebro es muy pequeñito. Demasiado para mi gusto.
Aunque a veces pienso que a todo dicen «cua-cua» en un tono que viene a decir: «me la pela», «me importa una mierda» o «está bien; pero déjame en paz. ¿No ves que estoy agitando mis palmípedas patas en el agua?».

Así que no tengo semejantes, no tengo nada que compartir. Y lo que es mejor, no siento necesidad ni humor para hacerlo.

Y esa forma presuntuosa de nadar con tanta facilidad, son unos bordes.
Pedantes…

No varían, no fluctúan mis palabras y mis ojos con los cambios estacionales. Sigo observando el planeta con los párpados entrecerrados; si en un momento fue para protegerlos del frío, ahora para defenderme de la inmisericorde luz.
Sea como sea, no quiero abrirlos del todo, necesito ocultación y acecho a todas las cosas, a todos los seres.

No quiero ser pato porque no tienen bolsillos ni dedos para una pluma estilográfica y papel.

No me importa tampoco no ser un hombre clasificado como tal. Ni hombre, ni pato…
Solo soy manos, un pensamiento y un pene que se escapa de cualquier norma, que se ahoga en ellas, en las que se pudre.

No quiero ser pato, porque son felices con el mismo río, con las mismas piedras. Porque pareciera que nada cambia a su alrededor.

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Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

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Líneas rectas tan artificiales como sucias.
Resalta tanto la inmundicia en lo que hacen los humanos…
La humanidad es un hongo en el planeta.
Rectas sucias que marcan la horizontalidad y verticalidad de una vida debidamente nivelada. Es una desesperante geometría de la mediocridad.

Markéta Bělonohá def

En Telegramas de Iconoclasta.

Un café helado

No tenía ganas de escribir, me canso.
Designo un momento del día para ello, que a veces ocupa hasta el día siguiente, hasta la semana siguiente, hasta el sueño siguiente…
Las manos piden descanso y el cerebro dice que nasti de plasti.
Toda disciplina que me impongo se va a la mierda con los biorritmos de la humanidad.
«No hay descanso, no hay perdón ni para ti, ni para nadie. Espera a morir». Y suspiro, hago rendijas de mis párpados para enfocar cosas, seres y gamas cromáticas que forman moaré en el aire. Saco la pluma, el cuaderno y cuando ya he vertido el azúcar en el café, comienzo a escribir sabiendo que lo tomaré desagradablemente frío cuando todo esté plasmado en tres dimensiones.
La cámara fotográfica no podría captar el guapo subido de la camarera que me sonríe coqueta. He de darme prisa, soy un impresionista de la literatura, hay emociones de colores efímeras como el pulso del moribundo.
Es un hombre anciano, con deficiencia mental. Toma un café con leche y una magdalena que devora con una traviesa y desconcertante hambre infantil.
Lo acompaña una mujer mayor, aunque no tanto como él.
Me parece bonito que hablen sin sentir que entre ellos hay una barrera de íntimo y añejo dolor que traza un cerebro roto.
Hay una triste belleza en los ojos del viejo-niño, destellos de ilusiones infantiles, de tal forma que su pequeño y nítido rostro, en un cuerpo menudo y bajito me hace dudar si realmente es un anciano.
Tiene el escaso cabello tan blanco que resulta obscenidad su entusiasmo.
Observo y escribo tranquilo, pero con hábil velocidad para no perder los detalles de un parpadeo, lo que requiere cierta concentración. Y el niño-viejo por un momento me observa con una miga de su magdalena entre los dedos. No me he dado cuenta de que lo miraba con intensidad.
A veces siento que mi mirada es demasiado densa, que es un peso sobre las almas.
Se interrumpe el breve cruce de miradas cuando la mujer que lo acompaña, limpia las migas de su jersey verde-lima, tan infantil como su mente. Y hay en ese gesto un instante de tristeza profunda, de cansancio vital. No quería verlo.
Quiero irme de aquí, las tristezas son como insectos que te sobresaltan zumbando muy cerca del oído.
El viejo-niño dice con voz muy alta, que la magdalena está buenísima, y alguien de la mesa del rincón, le dice «¡Hala, como disfruta Daniel!».
Y es preciso pintar-escribir ese momento, porque la sonrisa ufana del viejo-niño, borra la tristeza de la mujer que lo acompaña.
Todo cambia en décimas de segundo.
La sonrisa radiante del viejo niño de jersey verde chillón, es excesiva, un regalo demasiado valioso para el planeta.
Margaritas a los cerdos.
No puedes perder ciertos instantes, sería negligencia.
A pesar de las tristezas, hay momentos por los que vale la pena vivir.
Mi cámara fotográfica son hojas de papel y tinta, de una resolución de ciencia ficción. Y una percepción del mundo cientos de años más vieja que mi cuerpo.
Soy lo contrario del viejo-niño.
Acabo de escribir y guardo en el bolsillo de la chaqueta la pluma y la mini libreta, dispuesto a no escribir más. Pase lo que pase.
Esa feliz sonrisa de la tierna, pueril y espantosa imbecilidad es un buen final.
Y ahora, las mesas parecen haberse vaciado. Vuelvo a estar solo conmigo mismo.
El café está helado no me gusta; pero ha valido la pena.
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Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.