Posts etiquetados ‘suicidio’

Si tienes una mente fuerte y un cuerpo roto, eres puro conflicto. Te hace exótico; pero es una exclusividad que no da beneficio alguno.
Las cosas que sabes y quieres hacer no las puedes realizar por mucha espiritualidad de mierda y buen rollo que le eches al asunto. Y semejante paranoia, te lleva a ser muy cuidadoso con lo que sueñas para no desestabilizarte demasiado.
El optimismo lo enrollas y te lo fumas, mientras tanto palpas los bolsillos buscando algo que te pueda relajar tras haber incinerado toda esperanza. Y entonces la navaja te conforta.
Es la mejor y más precisa salida de emergencia en caso de que la mente se resquebraje también. Y nunca se está tan roto como para no desplegar suavemente la hoja.
Te dices: “Es mejor que te tranquilices, tienes la herramienta, la llave adecuada”.
De cualquier forma acaricias con un dedo el frío filo de la esperanza y se forma en la piel una sutil y milimétrica línea roja que al cabo de unos minutos te lanza algún mensaje de muy leve dolor y alarma. A la sangre no le gusta estar fuera de la carne porque se coagula, se «marchita”.
Pero dentro también se coagula, y a veces mucho; hasta matarte.
Tu boca se convierte en un géiser rojo que lanza los trombos o coágulos que los pulmones diluyen con una tos malsana, sintiendo en todo momento que alguien te pasa papel de lija por dentro de la espalda, algo te araña los delicados pulmones.
Más exactamente: algo ardiente como un hierro al rojo te quema esas membranas. Y no hay forma alguna de distraerse de ello por mucho que te masturbes. Porque cuando te corres, escupes una buena bocanada de sangre burbujeante. Y eso duele un cojón, el conjunto, no la sangre.
Acaricias otra vez la navaja con la absoluta certeza que no vas a volver a pasar por ello.
La sangre habla por hablar, como todo lo que existe quiere aportar su propia mentira al mundo. La sangre se pudre también dentro del cuerpo, qué cojones.
Es necesario en este momento de miedo y enfermedad epidémica contar estas cosas por el simple deseo de joderos; decir que nada va a salir bien es uno de esos deleites que sorbo prolongada y profundamente.

Iconoclasta

(El tristeópata toma de la bandeja de la impresora el e-mail impreso. Como si en una primera lectura no lo hubiera creído, se lleva el puño a la boca para ahogar un grito. Sus ojos están brillantes, desesperadamente húmedos. Una alarma del ordenador le recuerda que es hora de iniciar el nuevo curso. Guarda la carta en el cajón de la mesa y respira profundamente varias veces antes de salir de su despacho)

–¡Hola a todos, amigos tristes!
Soy Tristán Llanto, doctor en tristeología y tristeópata. Estudio la tristeza y guío a los seres entristecidos en la metodología para erradicarla.
Deberán disculpar mi vanidad; pero me considero un auténtico honoris causa de la tristeza, la he padecido en muchas ocasiones por las más variadas razones. Pudiera ser que algunos de vosotros hayáis padecido más que yo. La diferencia radica en que yo tengo una facilidad innata para gestionarla, sin duda alguna, debido a mi reticencia al trato humano. Porque como ya veremos, la tristeza se debe gestionar en soledad.
Que conste que no os odio, y mucho menos ante lo que pagáis por este curso. Casi tanto como para crearos otra nueva tristeza que os servirá para poner a prueba la utilidad de este máster.
Es broma, alegrad esas caras si podéis.
Hay distintos motivos de tristeza; pero solo una tristeza. Siempre es la misma ocurra lo que ocurra. Puede ser más larga o más breve; pero no hay tristezas distintas para un mismo humano.
Por lo tanto, los tristes nos gestionamos con una metodología única e invariable.
Suelen decir los psicólogos que hay que encontrar el motivo (en caso de desconocerlo) de la tristeza. Es un gran error, los psicólogos quieren ganar dinero, como yo. Solo que ellos lo ganan muchas más veces con un mismo ser humano.
Buscar causas que se desconocen es un error, mis tristes. La tristeza es una afección tan emocional, tan intrincada en el tejido emocional y tan etérea que no existe nada que la cure. La tristeza no se extirpa, irradia, electrocuta o se seda. Es básico entenderlo para no sumar frustración a esa tristeza. Porque por su naturaleza, tampoco se puede entender en demasiadas ocasiones.
Cuando la tristeza se desconoce, su motivo, no hay forma de dar con la causa; porque puede obedecer a una afección nerviosa, a un sueño, un proceso hormonal, una fiebre, a un recuerdo latente que ha desencadenado una sucesión de ideas que llevan vertiginosamente a esa melancolía profunda e insondable. Querer encontrar el motivo es perder el tiempo, lo único que importa es sacarse de encima toda esa pena. Y ya sin ese dolor, sin legañas y si hay suerte y con el tiempo, un día entenderemos el porque de aquel ataque de tristeza.
La tristeza se agota, es una batería alojada en algún lugar muy adentro de la carne, tal vez en la médula ósea y solo cesa la pena cuando se agota. A veces, debe estar en el intestino, yo al menos he tenido que llevarme las manos al vientre porque pulsaba allí dentro.
La duración de la tristeza varía en función de la edad y del íntimo momento que vivimos.
Sea cual sea su duración, el proceso para erradicarla es el mismo.
Mis amigos tristes, de la pena y el llanto no os libráis, nadie se libra.
Y llegado a este punto, es hora de tomar un café y/o fumar un cigarrillo. Porque tiene una belleza arrebatadora el humo que envuelve y protege el rostro triste, es romántico. Es algo que nos contagiaron aquellos escritores un tanto “malotes”, pero de una intensidad pavorosa. Lo malo de fumar, es que es reflexivo y no es narcótico, por eso es un “vicio” que a empresarios y gobiernos no gusta; prefieren el alcohol que es una droga que fabrica idiotas y mediocres en cantidades industriales cada fin de semana y cabestros obedientes los lunes. No es publicidad encubierta del tabaco, tristes míos, es bueno fumar y convertirnos en la metáfora de la tristeza, que es combustible, se agota. Se hace humo y se va…
Nos vemos en unos minutos en la sala de la cafetera.
(El doctor Tristán es el primero en salir del aula para dirigirse a su despacho, cierra la puerta tras él, baja la persiana y se sienta en el suelo apoyando la espalda en la pared. Enciende un cigarrillo, le tiemblan los dedos.)
–Señoras, señores. ¿Han acabado su café, desean que continuemos? Pues adelante, tristísimos amigos.
–Ha quedado claro que lo primordial es atajar la tristeza, encontrar el motivo es perder el tiempo y prolongarla. Si te duele la cabeza tomas un analgésico y luego buscas la causa si es necesario. No te vas a dedicar a preguntarte el porque mientras la cabeza parece que va a reventar. Hay una constante universal para todo ser humano: el dolor tiene la función de avisar de que algo va mal, no surge el dolor para convertirse en nuestro compañero y amigo a lo largo de la vida. Acabar con el dolor lo antes posible es pura supervivencia.
La alegría no cura la tristeza. La enmascara, te pasas un rato riendo y cuando llegas a casa rompes a llorar sin ninguna elegancia. Lloras por el tiempo que has consumido en banalidad y porque no ha servido para nada.
Imaginad que en pleno ataque de tristeza aguda, os ponéis a bailar para ahuyentar el “mal rollo”. Es importante la elegancia, y bailar llorando es patético. Os sentiréis ridículos ¿De verdad que además de transmitir tristeza, queréis impresionar al mundo aparentando un daño cerebral que provoca esa descoordinación motriz del baile? Ya sabéis lo mucho que los banales (son legión) se ríen de cualquier cosa hasta que les pegas un tiro en la cabeza (ha de ser en la cabeza, como en las películas, son como los zombis). Sed honestos y valientes. Sé que la valentía es un concepto en desuso; pero la alternativa es la mediocridad que se enquistará hasta formar un tumor y matará toda ilusión, toda ternura sencilla.
La amistad no la cura tampoco, nadie puede agotar, desgastar vuestra tristeza; es vuestro proceso y responsabilidad. Ningún consuelo puede superar en efectividad la secreta y oscura lágrima en soledad.
Que nadie os aconseje remedios. Si os los aconseja una buena amistad, dad las gracias (si os place); pero no los sigáis.
Debéis sacar el coraje necesario para apagar la luz, bajar las ventanas, sentaros en la penumbra y desesperar, debatiros hasta el llanto en esa tristeza asfixiante. No la evitéis, lanzaos a ella a pecho descubierto. Sin amigos, sin seres amados. Cualquier distracción provocará una nueva recarga de esa batería de voltaica tristeza que tenéis dentro. Cualquier palabra amiga, detendrá el proceso del desgaste de la tristeza y será mucho más largo el proceso.
Debéis imaginar la tristeza como una membrana osmótica (filtración del agua hasta su destilación completa) que funciona gracias a la presión que ejerce la angustia de esa melancolía. Si desciende la presión, no funcionará.
¡Ánimo, mis tristes! Que vuestro corazón bombee al doloroso ritmo necesario para que las lágrimas sean expulsadas con la presión adecuada!
Es mucho peor la tristeza que la soledad, aguantad en la oscuridad, pobres míos.
–Disculpadme unos minutos, aprovechad para reflexionar sobre el tema, debo atender un asunto de tristeza urgente de un compañero vuestro del curso pasado.
(Se dirige de nuevo al despacho. Del cajón de la mesa, saca de nuevo la carta: los resultados pormenorizados del examen médico de Dani, su hijo. Padece leucemia y el hospital propone un tratamiento paliativo urgente, porque no habrá cura, es la más agresiva. Y llora en silencio mordiéndose el puño, evocando el momento en el que su hijo, hace cuatro días, se desmayó durante la cena. Tiene cinco años y solo quiere morir, ir con él a donde quiera que vaya.)
–Perdonad la interrupción, los teléfonos móviles nos sirven para eso; para dar suspenso a algo aburrido y descansar de tanta cháchara. Que nadie asienta, es solo una ironía sutil, ni se os ocurra entristecerme.
Lo siento, pero es así: tenéis que llorar hasta el agotamiento, en soledad. Si tiene que doler, que duela.
Y a menos que optéis por el suicidio (de ahí que cobremos el curso por adelantado, listillos y listillas) llegará el momento en el que os sentiréis al fin vacíos, incapaces ya de derramar una sola lágrima.
Sí, hay una inercia en el llanto de la tristeza, cuando ya no quedan lágrimas, sentiréis que debéis llorar más; es normal, son los últimos coletazos del llanto oscuro.
Habréis llegado, sin apenas daros cuenta, a la tristeza seca, la menos dolorosa y delirante.
Con la tristeza seca, sin la opresiva angustia del desgarrador llanto, los buenos momentos brillarán más y en poco tiempo habrán solapado a los tristes. No dejéis aún la soledad y la oscuridad hasta que sonriáis plena y suavemente con los recuerdos de aquello perdido; como aquellos globos de la infancia que llevabais ilusionados de la mano y se escapaban con una angustia de vuestro corazón pequeñito. ¡Ah, las primeras e infantiles tristezas! Qué añoranza ¿verdad?
Al final, las grandes tristezas debidamente desecadas de lágrimas, se convierten en entrañables ternuras.
En definitiva, esencialmente la tristeza se agota dejando que fluya el dolor en soledad, en la oscuridad.
Y cuando salgáis a la luz, dejaos deslumbrar como lo hace el sol tras la tempestad.
Y hasta aquí, lo esencial de la tristeza y su tratamiento o desgaste, que sería más correcto.
Mañana tan solo haremos un repaso a los diversos métodos de psico respiración para afrontar la soledad y la oscuridad necesarias para agotar la tristeza; son casi lógicos, de hecho cualquier respiración medida y disciplinar serviría.
Y por supuesto, no existen clases prácticas, la tristeza y su desecación es absolutamente individualista. La terapia de grupo, es obscenidad para la tristeza, la tristeza en la intimidad brota y solo en la intimidad se destruye.
Ojalá, mis queridos seres tristes, nunca debáis volver a pasar por la tristeza; pero me temo, que es imposible. Sentíos ahora, Jedis de la Tristeza, pues.
Hasta mañana, y fin de la clase, invito a café y tabaco.
(Durante veinte minutos en la sala de la cafetera, Tristán comentó con los alumnos del máster algunas dudas, algunas posibilidades. Cerró la puerta de La Academia Triste tras la salida del último alumno. Y entró de nuevo en su despacho.
Sentía que le faltaba el aire y los intestinos contraídos hasta el dolor, como un cólico profundo. Llorando se desnudó en la oscuridad, del bolsillo del pantalón extrajo una navaja de hoja curva dentada y la hundió en el vientre. Un samurái en ritual de seppuku. Buscó frenéticamente entre los intestinos aquella batería cargada de tristeza, extrayéndolos del vientre, al fin sintió algo duro y frío en ellos, y lo arrancó. Sus lágrimas comenzaron a secarse y sintió el alivio de la tristeza seca. Y luego, el dulce y liberador desfallecer de las venas sin sangre.)

Iconoclasta

– Ya nos podemos ir, lo sabemos todo. No hay nada nuevo que ver.

– Todo no.

– Vaaaale… Digo cosas que nos ilusionen. Porque la cura del cáncer o un nuevo asteroide, me aburren hasta el bostezo.

– Es solo esa tristeza vital tan tuya. Pasará. Vivamos un rato más.

– Una mierda… Vivir duele y produce sequedad de boca y ojos.

– Mentira.

– Verdad. Tenemos algún órgano que se romperá tarde o temprano y nos dejará tirados en el camino. Como una muñeca en el vertedero a la que las gaviotas engañadas pican su cuenca vacía. Ha llegado el momento.

– Eres un pesimista, solo es eso. Escribir mirando adentro es suicida. Sal a caminar.

– ¿Otra vez? ¿No ves lo negra que está? Cojear todo el puto día es tan aburrido como doloroso.

– Y la autodestrucción fascinante ¿verdad?

– Es absolutamente hipnótica. La autodestrucción nos da la trascendencia absoluta y última. Nos hace importantes a nosotros mismos.

– Yo solo soy tu esquizofrenia, tu paranoia. Técnicamente no existo; pero quisiera ser un tiempo más. Las alucinaciones tenemos inquietudes…

Y hay seres que te quieren, no se puede soslayar.

– ¿Quiénes?

– No te lo digo. Lo negarías.

– Hay quien te ama.

– ¿Quién?

– No te lo digo. Lo negarías.

– Y amas.

– ¿A quién?

– No te lo digo. Es pecaminoso en algunos momentos.

– En el fondo lo sé; pero me haces reír. Pecaminoso…

– Pues no los digas porque cuando algo se nombra, se rompe.

– Tú también eres pesimista.

– No lo soy. Simplemente sé que eres peligroso para ti mismo. Para nosotros, todos los que somos.

– Ahora solo vivo para contrastar con el decorado. Soy un artículo decorativo que ya no espera nada. Como las ramas desnudas de hoja y vida que contrastan hermosamente contra el cielo, como frágiles esqueletos. Aunque yo no aporto esa plástica. Soy infinitamente más vulgar.

– Un día te inyectaron contraste en las venas. Tal vez sea un efecto secundario.

– Tal vez ha llegado la hora.

– ¿No te parece que este café huele rancio?

– A almendras amargas.

– Como el cianuro.

– Sí.

– Tú no tienes de eso.

– Bueno, tengo mis recursos.

– ¿Por eso está vacío el bote de superglú?

– Sí.

– Entonces va en serio. Nos vamos ya.

– Es necesario antes de degenerar en algo peor.

– Ha sido bonito vivir tan intensa y brevemente, escribiente fracasado.

– Ha sido un placer conocerte, mi amigo Paranoia.

– El final va a doler ¿lo sabes?

– Lo sé; pero durará poco. Cuando el cuerpo se convulsione, ya no estaremos.

– Tengo ganas de llorar.

– No puede hacer daño, es una buena idea.

Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

Es un día gris como un muro de hormigón, frío como la anestesia que en el quirófano me hiela la sangre dentro de la carne.
En los auriculares suena Oh Susie de Secret Service, como si quisiera salvarme de este gris hermoso y letal para el ánimo que me lleva a pensar en la vida y sus ataúdes.
Sin embargo, la vieja y rítmica canción me encanta: pero no mejora mi ánimo. Me provoca una súbita añoranza de triste juventud.
Y observo con los ojos lagrimeando frías gotas que me roba el viento, que los árboles sin hojas lucen grises, grises las farolas, grises las pieles de los humanos, gris mi pensamiento que tiñe el papel.
El cielo lo impregna todo, no hay salvación.
Y lo peor: no me comprendo, estoy bien bajo este cielo; de alguna forma trasciendo.
Los auriculares hacen lo que pueden con lo que tienen. Tienen buenas intenciones; pero se equivocan como yo con su aleatoria reproducción.
Y cuando parecía que iba a llevar una sosegada y gris melancolía sin demasiados sobresaltos, atruena en mi oído el brutal y colosal Concierto para Margarita de Cocciante. Mi pecho parece que va a estallar de tanto amor que le inyecta la canción. Sueño por un momento con la tragedia de amar y morir en un abrazo, en un beso fibrilador.
Porque las palabras del concierto, dicen con exactitud lo que fui, lo que fue, lo que deseé, lo que no se cumplió. Lo que debería haber sido en un mundo perfecto.
Lo que debería ser y ya no queda tiempo.
¡Por favor…! Es mágico, es impío en su operística contundencia.
Los buitres vuelan bajo en círculos, les incomoda ese gris, tal vez teman planear en plomo puro y que sus grandes alas se rompan. Dos gaviotas chillan alto y contrastan con un sedoso blanco, perfecto en toda esta grisentería.
Saco la navaja del bolsillo, en principio para cortar los cables de los auriculares, algo definitivo que me libre de esta bella y fascinante autodestrucción.
Sin embargo, por alguna razón el filo corta las venas ya cansadas de bombear tanta vida, tanta tristeza y esta fuerza que no me abandona y no me da descanso. Ser fuerte tiene sus inconvenientes en un mundo gris.
La sangre que sale de mi carne no es gris es de un rojo granate que, hipnótico se desborda por el asiento de madera de plomo que me sostiene.
Es un buen final, aprendí con el tiempo a cazar las oportunidades al vuelo.
Adiós, Susie.
Adiós Margarita.
Bye…

Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

Ser y no estar

¿Dónde estás?
No estoy, solo soy.
Y si solo eres ¿no estás?
No, fluyo por encima y entre las cosas y los seres.
Soy gas.
Estar es «vivir con», «vivir en».
No puede ser, no es posible no interactuar.
Yo también lo creía; pero no estoy porque no me encuentro.
No es lógico.
La lógica es para los que están. El que «soy» se escapa de todo cálculo. Es incuantificable. Es vapor en expansión.
Por eso me sedan, para que esté y poder medirme, clasificarme.
Es extraño reconocer la propia locura. Es muy raro ser y no estar.
A veces lloro sin tristeza. O sin alegría.
Se me caen las lágrimas.
Se caen y siento que no son mías.
El doctor está a punto de llegar con la inyección.
Se preocupan demasiado, se equivocan. Si no estoy no me puedo suicidar. Deberían no sedarme.
Me inyectan porque no comprenden.
Cuando estás bebes lejía.
Porque estar duele más que la garganta abrasada.
Porque estar me deja indefenso.
A veces, siento que río cuando soy. Es bueno, no puede hacer daño.
Les gusta que estés, les tranquiliza.
Creen que ser es morir. Es absurdo.
No están locos, es que no saben.
Te buscan la vena, es hora de estar.
De no ser.

 

ic666 firma

Iconoclasta

Sostengo una flor en la mano, es una ocasión extraña, nunca he sido aficionado a los vegetales.
Es curioso como tiembla mi pulso ante tanta liviandad, tengo miedo de dañar sus pétalos, es un esfuerzo tremendo sujetar algo tan ingrávido y frágil.
Yo que he levantado decenas de kilos con un cigarrillo en la boca…
No me gusta la jardinería; pero hay una razón para todo. Es la ligereza. Yo me creía pesado, creía que dejaba mi impronta en la tierra. No es así, de hecho lo he sabido desde hace muchos años.
No me gustan las flores porque piensas, y cuando te comparas con un ser vivo cualquiera que no sea humano, sales perdiendo en el juicio.
Tal vez tomar una flor en la mano y pensar en ella, es recapacitar sobre mi existencia. Es algo que siempre rehúyo, no es bueno pensar. No es bueno concluir nada que tenga que ver con la vida, con la mía.
Porque la de los demás, no me importa. Nací sin demasiada empatía.
No sé que proceso neuronal me lleva a tomar la flor, pero cuando algo me gusta, lo hago. Sin importar la opinión de nadie, ni la mía propia. Soy amable, pero no idiota. Nadie me ha dado nada, yo tampoco lo hago, no soy una flor, aprendí rápido.
Pienso en la vida y su ligereza. Hay seres vivos que pesan menos que un puñado de mi cabello y dan más color y bienestar. Huelen mejor que yo.
No es un problema de aseo, es cuestión de masa. Por alguna razón, todo el peso de mi cuerpo no puede ofrecer lo que la flor regala. Soy imperfecto, nacido de seres imperfectos, rodeado de seres imperfectos.
Es deprimente compararse con cualquier ser vivo elegido al azar, siempre y cuando no sea otro humano.
Hay una película que dice que el alma pesa 21 g.
No pesa nada, porque no hay alma.
Sin embargo, se le puede llamar alma al conjunto de ideas que nos llevan a pensar que somos trascendentes, un engaño de supervivencia que nos creamos para no darnos un tiro en la cabeza y acabar de una puta vez con tanta vulgaridad.
El razonamiento superfluo evita que al tomar una flor pensemos más allá de las mentiras que nos han enseñado y cultivamos nosotros mismos, como yo hago ahora, es la función de un pensamiento hipócrita o ignorante.
Es una cuestión de poesía o lírica, no puede hacer daño sino eres consciente de esa ligereza banal. La cobardía y la ignorancia dan una larga y tranquila vida.
Odio tanta tranquilidad e inmovilidad.
Yo no tengo peso, soy como la flor, pero no ofrezco nada. Mi existencia es intrascendente.
Nadie me llora, no lloro a nadie.
Ni siquiera me siento solo, porque para sentir el peso de la soledad, antes has debido amar y ser amado. Cuando has estado rodeado de seres que piensan que eres importante, y crees que son importantes ellos. Entonces, cuando se van, te sientes solo, abandonado.
Dicen que puede ser angustioso, yo no lo he experimentado jamás.
Soy un cactus aislado en el desierto, nací solo. No necesito nada, no espero nada.
¿Cuánto vale el amor? En unos sitios pagas en euros, en otros con dólares o pesos.
En definitiva, el amor cuesta diez minutos y un par de decenas de euros si no eres muy exigente.
No hay nadie especial, si eres perspicaz, te das cuenta de que nadie pesa. Aunque es bueno que así lo crean, que así lo desconozcan, porque me sitúa por encima de ellos, aunque importe tan poco como el resto de humanos.
La sangre tampoco pesa y el dolor de los tendones seccionados provoca el vómito.
¿Si peso tan poco o nada, por qué duele tanto?
¿Por qué las arterias y venas se encuentran enterradas entre cartílagos y músculos?
Es una mierda vivir y es una mierda morir.
Todo duele si te fijas bien.
La flor no habla, no piensa, no caga, no come.
Solo necesita luz y que llueva de vez en cuando. No eyacula, no menstrua.
No ama y es admirada.
Cuando la muerte se presenta, las cosas inanimadas demuestran su peso y trascendencia.
Te das cuenta de que no hueles como ellas, que no tienes colores brillantes.
Cuando alcanzas la total conciencia de su importancia, le hablas a la flor. Sabes que te escucha, que se marchita entre tus manos, en un acto íntimo que ningún humano ofrecería jamás.
¬—Hola flor, perdona que te haya arrancado.
—No te preocupes, iba a morir mañana, al mediodía ya me habría secado. Ha sido una larga y hermosa vida. Ver salir ocho veces el sol ya es una gran vida.
¬—No cuento cuantas veces ha salido el sol. Me da miedo saber si puede ser mucho o poco. Ambas cosas son escalofriantes.
—Eres humano, amigo, tu vida y tu muerte están plagadas de esperanzas y miedos porque no sabéis qué seréis, cual es vuestro fin. Os duelen demasiadas cosas en este mundo, sois los más cobardes de los seres vivos.
—Has aprendido todo en poco tiempo.
¬—Nací con ello, lo supe desde que mi capullo se empezó a formar. Y sé que como yo, mañana no verás el sol. La sangre mana rápida por esos profundos cortes.
Con la sangre goteando por las puntas de los dedos, aprendes que serenidad, amor y cariño, su búsqueda, ha sido una pérdida de tiempo. Y cuando mueres y hablas con la flor no sabes si cortar la hemorragia para seguir hablando con algo que pesa de verdad, o dejarte morir porque es demasiado efímero.
Ya estoy harto de miedos, mejor me dejo morir.
Todo se muere muy pronto a mi alrededor, todo lo bueno. O simplemente te das cuenta de que no existió.
Me arrepiento y siento vergüenza por cada acto y esfuerzo realizado, que no han servido para nada. Simplemente eran hermosos engaños.
Debería haber visto más televisión, prestar más atención a la ignorancia y la superstición y así no haber llegado nunca a la verdad.
Medio siglo de vida es demasiado, si la flor ha necesitado ocho días para hartarse de vida, yo he vivido tanto tiempo que he acabado aborreciendo respirar.
El único defecto de la flor, es que no puede suicidarse.
Otro consuelo idiota. ¿Por qué iba a suicidarse una flor?
Pero sí tengo algo en común con la flor: nadie llorará nuestra muerte. Ni falta que nos hace.
— ¿Te quieres «dormir» conmigo, flor?
—Ya estoy casi «dormida», humano. Tu sangre me agrada, es cálida. No es fría como tu piel, es una buena forma de despedirse de la luz.
Ya no hay dolor, no me tiembla todo el cuerpo con escalofríos, imagino que la ausencia de sangre ayuda a estas cosas. Y muero ligero, esa ligereza es agua fresca en la mañana.
—Hasta nunca, flor.
La flor no contesta o tal vez estoy muerto.


Iconoclasta


No debería vivir lo que no quiero, hay libertad; pero el insomnio llega cada vez más a menudo y no me molestan los ojos resecos. Me molestan los sueños que ya no tengo, todas mis horas están llenas de realidades, de verdades, de pequeños actos que mi cerebro expone sin piedad, eternizando así mi estupidez.
El sueño llega tarde cuando llega y es difuso, más que sueño es delirio. Y esas cosas no me ayudan a escapar de los horribles días, de las emociones muertas y de fracasos que se prolongan en el tiempo como una condena desmesurada a un error que no era un crimen. De las noches tristes y áridas.
Quiero acurrucarme en lo húmedo y dormir, dejar de ver y oír.
Madre, ayúdame a dormir, susúrrame solo un par de palabras, algo que me haga olvidar por un momento, lo que no quiero. Fui pequeño en tus brazos un día, lo recuerdo, no es delirio.
Solo dormir y escapar, no es mucho tiempo, madre. En segundos puedo soñar cientos de cosas, solo dame un minuto para dormir bien, para descansar este puto cerebro que me diste.
Madre muerta, ya sé que no me puedes ayudar. Cuando me siento mierda, la fantasía me invade y se mezcla con lo real y lo empeora todo, perdona por ello.
Mis células piden vivir con ansia, arrancando grandes bocados de mi cordura. Se reproducen sin pausa y por ello no puedo bajar el telón de la vida, es excesivamente fuerte el deseo de ser de tantos millones de ellas. Se dividen y multiplican rápidamente a pesar de que no soy joven.
Queda demasiada vida en mí para forzar la muerte y liberarme de este aquí, este ahora.
Madre, que lástima no tenerte. Qué desconsuelo estar solo y despierto cuando las fuerzas flaquean, cuando ni siquiera existen.
No es malo estar solo, lo malo es estar en un lugar y un tiempo que no es el mío. Es el de ellos, el de otros. Estas cosas ocurren a lo largo de la vida, la soledad es algo usual; pero con el tiempo la paciencia se acaba y a veces me siento pequeño y aislado en una isla hostil.
Si al menos las células descansaran… Ellas, dale que te pego, a reproducirse como ratas inhibiendo la muerte.
¿Cómo lo hago para dormir? Para no estar.
No tengo sueño ni muerte donde esconderme.
Madre, he de vivir la degradación de la vida minuto a minuto. Es una condena desmesurada.
Es enloquecer.
Las ilusiones decaen con la edad como ocurre con la drástica bajada de la reproducción celular cuando somos ancianos.
Te escapas de morir con todas tus fuerzas y te quedas solo, o eliges la soledad y te equivocas o te equivocan.
Que más da…
La cuestión es que cortarse las venas cuesta dios y ayuda. Ser fuerte tiene sus desventajas.
Madre, no me siento fuerte. Resucita y ayúdame a dormir.
Esto es tan feo…
Soy cobarde y es algo que no favorece el suicidio. Tengo que reventar todas las ridículas esperanzas para sacar valentía y una buena razón para que mi sangre se derrame. Estoy en ello, madre.
Pero dame el sueño, necesito esa lucidez. Y mírame en la cabecera de la cama, solo será unos segundos, solo eso necesito, un sueño completo donde todos los rostros se hayan borrado. Y sus palabras. Solo necesito ese breve tiempo para descansar.
¿Te acuerdas, madre, cuando me ayudabas a orinar? Mi chorro era potente y dibujaba con él en el polvo y te reías. Ahora mi meada es patética y despierta recelos de infección, cáncer y sangre.
Estoy seguro que es el momento de partir, cuando se mea mal no gusta a nadie, ni a mí mismo.
Hay quien mea mejor, con mejor sonido, más potente, menos enfermizo. Es hora de un paso atrás, hacia el vacío y dejar espacio los demás, a los mejores meones. No quiero estar junto a ellos y ser testigo de amores y añoranzas. Que les den por culo, quiero irme, mamá.
Madre, tengo sueño y no puedo dormir. Tengo boca y no quiero hablar, tengo oídos y no quiero oír, tengo inteligencia y no quiero saber. Tu hijo tiene unos buenos problemas ¿eh?
Durante el entierro de mi padre pensé que era bonito que tanta gente fuera a decirle adiós, había gente que le quería bien, que le quería de verdad. Mi padre no meó mal jamás, su corazón se partió, técnicamente: un infarto.
Y ahora soy más viejo que él. Eso no es justo, madre. Si supiera que sería más joven que mi hijo algún día, te maldeciría por haberme parido.
Es otra razón más para dormir. Es otra verdad que me roba el sueño. Sonríe, dame un beso en la mejilla y espera un segundo. Yo contigo me duermo.
Es fácil, eres mi rescate.
No quiero que vaya gente a mi entierro para susurrar entre risas, café y tabaco, lo mal que meaba. De mear mal a follar como un idiota, solo hay una diferencia de una copa o una cerveza más.
Ya sé que una vez muerto no importa; pero ahora en la soledad del insomnio, sí que me preocupa. Es un problema que he de resolver.
Soy orgulloso, incluso en la soledad soy orgulloso conmigo mismo. Sé despreciarme y maltratarme, madre. Ahora tú dime que no soy malo, miénteme como cuando me decías que era guapo.
No es un buen momento para respirar gas. Hay que dar tiempo a que se sequen en la memoria de los otros mis patéticas meadas (y otras «pateticidades» más que uno provoca sin remedio). A lo mejor, cuando todo aquel que me conoció se haya enamorado y estén follando como locos, se olviden de lo mal que meo. Cuando follaba no pensaba en nadie, solo en el placer, es verosímil que otros hagan lo mismo, aunque no tan bien, claro.
Madre, me engañaste, no era tan listo como tu decías. Te amé por ello.
Cuando trabajaba, alguien me dijo: «A la tercera vez que te equivoques, te vas a la calle».
Yo respondí: «Ya me podéis cobrar por adelantado las equivocaciones, porque en los próximos dos minutos me habré equivocado siete u ocho veces. Así que mejor me das el finiquito ahora y no perdemos tiempo ni yo, ni tú» (exactamente en este orden de preferencias aunque no sea gramaticalmente correcto).
De hecho, mi primer error fue escuchar aquella estupidez. Me metí en el culo mi orgullo y metafóricamente me arrodillé para comerle la polla al retrasado mental de mi jefe. Necesitaba el dinero de aquel trabajo.
Me hubiera ido bien con la prostitución puramente sexual, soy bueno diciendo cosas que no siento y haciendo cosas que no debo.
Ahora me preocupa más mear sangre y que me vean hacerlo. Hay que ser discreto.
Madre, no quiero discreciones de mierda, te quiero a ti durmiéndome.
Resucita, yo lo haría por ti.
Quisiera dormir pero estoy maldito y permanezco despierto ante la iniquidad.
Se está mejor solo que mal acompañado, pero aunque hubiera estado bien acompañado, nací para estar solo. Y me equivoco y hago cosas que no debo. Otra vez…
No soy malo del todo, madre, no he cambiado desde niño, solo he aprendido. ¿Me puedes guiar al sueño? No te marches hasta que cierre los ojos, no me dejes más tiempo despierto aquí.
Mientras ellos duermen felices yo estoy despierto mascando su felicidad de mierda. No soy un Jesucristo, madre. Me importa un huevo la felicidad del prójimo, solo quiero estar lejos de este tiempo, de este lugar.
Solo respira cerca de mí y di algo con tu inolvidable y entrañable voz. Siempre sonreían tus ojos cuando te miraba. Dame el don del sueño y guíame por él lejos de esta pesadilla, de este mal viaje.
Tampoco era necesario andar semejante camino para apenas un espejismo. La fiebre, la maldita fiebre y la nave Soledad y sus rodeos inexplicables. Todo es confusión y enfermedad. Y una dulce desesperanza, el fracaso de los agotados: tumbarse en una arena que está en la nada.
Allá donde la orina ensangrentada no la vea nadie.
Agotados por el peso de los errores, de la vida.
Agotado, agotad… agota… agot…
Buenas noches, madre. Gracias…

 

Iconoclasta

Un salto al vacío

Publicado: 18 septiembre, 2012 en Reflexiones
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¿Qué te parece un salto al vacío sin soltar tu mano, sin dejar de morder tus labios? No sabemos dónde acabaremos; pero si fuera un mal lugar no importaría.

Tampoco importaría que fuera un paraíso.

Importa que tu calor se transmita por cada una de las terminaciones nerviosas de mi cuerpo.

Contigo no importa el lugar, mi reina.

Solo importa el tiempo que ya me corre deprisa. Y cada día hace mi piel más negra, más escamada. Me hace más tullido.

No importa el esfuerzo, ni el hambre o la sed.

Importa solo el ahora contigo.

Coge mi mano y saltemos, mi amor. Es hora de conquistar otros mundos, otros tiempos presentes. Porque para los futuros no estoy seguro de tener tiempo.

Hay cocaína con vidrio molido en un estante de la cocina para que nuestro salto sea sangriento: héroes que vuelan dejando una hemoglobínica estela en un cielo azul de mierda.

Podemos extender nuestros brazos de venas marchitas…

Clávame la jeringuilla con la esperanzadora heroína en la vena gorda que desaparece al llegar al glande.

Yo la clavaré en la arteria que surca tu pecho en una curva sinuosa que parece desaparecer bajo tu pezón.

Es urgente que saltemos en el ahora . Tú y yo, y los recuerdos deshechos.

Esperar es morir.

Es hora de conquistar otros mundos, otros ahora.

Pegaso correrá por nuestras venas creando universos fractales, caleidoscopios de tus pechos goteando mi baba.

No habrá dolor, ni soledad, ni muerte.

Solo descubrimiento. Y estaremos aferrados de las manos. No puede ocurrir nada malo.

Una gota de sangre que cae de tu nariz a mi pubis y se enreda entre el vello. Llévate mi polla a la boca. Salta, mi amor…

Este ahora lo conocemos, ya está todo descubierto. Es un marco demasiado vulgar para nosotros.

Un decorado raído.

Lo difícil pasó. El mundo se ha hecho pequeño.

Tú haces lo que me rodea minúsculo y las catedrales tornas en horizontales casas de muñecas. En tumbas sin nombre…

Tu ausencia era lo que hacía infranqueables las distancias.

Hay una pipa con cristales azules para prender y que devaste los pulmones entre sueños craquelados. No importa el color. Importa tu calor, tu presencia.

No dudes un segundo, no sueltes mi mano cuando salte al vacío y sígueme. No caeremos, estaremos, continuaremos. Seguiremos siendo.

Y por muy asolado que esté el paraje, crearemos vida que manará de tu sexo derramando mi semen.

Y ahora, soberana de mi vida, es hora de caer arriba o abajo, a izquierda o derecha.

La muerte y el dolor quedaron atrás en nuestras soledades.

Un émbolo nos lanzará al vacío, una sangre correrá venenosa y narcótica creando mundos que no es posible conocer sin el Gran Salto.

Solo es un paso y comenzaremos la vasta tarea de colonización y polinización de nuevos mundos.

Nuestra biblia es mi pene tatuado con un código de barras que dice “eres mi puta”. Tu clítoris dilatado por mi boca infame, insaciable… Tu coño ungido y pleno de mí… Somos pornógrafos evangelizadores. Apóstatas de la sociedad que nos pudre de monotonía y tradición.

Somos invencibles, lo hemos demostrado.

Solo queda romperse juntos y así unirnos más, fundirnos, mezclarnos. Ser caos entre piel, saliva y semen.

Una raya blanca directa al cerebro, como un rayo de esperma en tu monte de Venus…

Y tampoco sería doloroso. Vencimos el tormento de kilómetros de mar y tierra. Y no nos mató, nos hicimos dioses.

Vencimos.

Es hora de saltar, cielo.

Con todo el valor, con toda la pasión.

Con todo el veneno necesario para destruir toda esta puta y jodida realidad que nos han metido como una cochina puñalada.

Esnifa en mi polla la raya que nos lanzará al universo y yo clavaré en mis ojos toda la heroína necesaria para deshacer todo lo que nos rodea.

Salta al vacío conmigo, aquí no hay nada para nosotros.

Iconoclasta

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No es fácil vivir, a veces es tan difícil que la muerte se presenta como una solución.

Falta espacio y falta aire; por tanto, falta libertad. Y sin ella, la muerte es el único horizonte.

Mueren los amores por la estrechez y el aire viciado.

Las ilusiones se aplastan contra las paredes y caen al suelo mezcladas con la suciedad y la tapa de un frasco de comprimidos.

Ahí es donde entro yo si aceptan mi presupuesto.

Deberían promocionar la carrera de basurero entre los estudiantes, es más humana que la de médico. Se sobrevaloran las ciencias y las letras.

Se sobrevalora la inteligencia del ser humano; hay superávit de abogados, ingenieros y médicos. Faltan operarios de limpieza.

Yo soy el mejor limpiador de mierda y miserias. Y opero con mi Súper-Visor de Mierda GTX-FIC666XPJ5 Tócamelos del revés.

No hay suciedad que se me escape por muy incrustada y adherida que esté a las paredes, suelos y en los cerebros.

Puedo ver con una calidad matricial de un puto trillón de megapixels toda la mierda que hay a mi alrededor.

Y al vuestro.

No hay tanto cerebro como se piensan, por mucho que quieran graduar a un millón de estudiantes al año.

Y mientras unos juegan a querer ser médicos, nadie barre la mierda.

Excepto yo y alguno más que no conozco.

Los hay que no soportamos un piso sucio de sueños muertos. Los hay que intentamos limpiar; pero jamás se acaba la mierda.

Mi Súper-Visor de mierda la ha detectado a unos trescientos metros de mi almacén. A veces soy curioso. Otras por instinto y porque soy viejo en el oficio, sé que “algo huele a podrido en Dinamarca” y si no tengo trabajo, me dedico a analizar las porquerías que detecta mi aparato. Me gusta mi trabajo, soy filósofo y cocino como dios.

También soy voyeur aficionado. Es un asco ser experto en tantas disciplinas…

Soy el hombre perfecto. Dueño de la empresa: Limpiezas de Miserias y Podredumbres Zaratustra, The Man.

Es un título rimbombante; pero como trabajo con la mierda, tenía que darle estilo y profundidad al nombre de mi empresa.

A sus pies hay un suelo cubierto de papeles pisados. Palabras sucias y avejentadas, como mi pensamiento que no sabe hacia donde expandirse sin encontrarse con una pared pintada con estuco italiano o con acrílica barata y blanca; pero siempre rezumando hastío.

Es mejor morir y que la muerte llegue rápida antes que seguir degenerando en vida sobre el manto putrefacto de las ilusiones desintegradas.

También debería haber un módulo de formación profesional dedicado al suicidio. Ser suicidador no garantiza un buen sueldo; pero siempre es edificante meter una aguja cargada con veneno en la vena de algún desgraciado que se asfixia en un mundo pequeño.

De todas formas va a morir.

Y el dinero nunca viene mal.

Me estoy formando por mi cuenta en venenos y drogas. Muchos clientes que me contratan para la limpieza suelen estar tan destrozados y hartos de basura, que se levantan la manga y me muestran la vena por si tuviera a bien inyectarles algo; pero cuando les digo que eso tiene un coste adicional, me suelen enviar a la mierda. Es redundante.

Nada nuevo, la vida es repetición tras repetición.

El amor tampoco viene mal, a veces cumple su misión de hacer volar a los hombres y mujeres batiendo las orejas como abejitas. Lo malo es que no estamos preparados para volar, los cojones y las tetas desequilibran a “abejos” y “abejas” y en lugar de libar, se emborrachan o se drogan y montan una historia romántica basada en mentiras y narcosis.

La idealización del amor es un trance por el que hemos de pasar.

Es un papel que revolotea buscando un sitio donde aterrizar en el piso sucio. El amor solo puede formarse a partir de buenos sueños y esperanzas. No es malo, es incluso bueno; pero no deja de ser papel y palabras que se tornan borrosas.

Escribimos notas que tiramos al viento pensando que el amor llegará como el mensaje del náufrago en una botella. Es así y no existe otra forma de enamorarse.

Solo que los mensajes en una botella llegan a alguien cuando el náufrago ha muerto; o su cuerpo está tan consumido, que se rompe al rescatarlo.

No es que sea pesimista, soy realista.

También puedes pagar a una puta para que te diga: “Eres divino y te amo”. Cosa que va bien para pasar el rato; luego se le dice que barra los papeles de mierda que ha tirado por el suelo y te deje el piso limpio (hay que acordar este detalle en el servicio antes de pagar); pero a largo plazo acabas harto de gastar dinero para nada.

Y luego está la música y las películas que forman en el suelo otro estrato de inmundos restos de momentos pasados. De momentos abortados.

Las películas y canciones marcan momentos de la vida, las lecturas apenas nada; requieren demasiadas horas y son íntimas. Un libro solo nos recuerda a nosotros mismos en algún momento de nuestra vida. Algo que no compartimos. Maravillosa sea la lectura…

Leer solo deja un rastro de cultura y de emociones que es difuso. Las palabras tan numerosas se pierden con el tiempo.

Sin embargo, las canciones y las películas son breves, se comparten. Y sobre todo, se repiten y se propagan en todos los espacios y épocas. De ahí que dejen un lastre tan pesado en el ánimo para bien o para mal.

Las canciones y películas de nuestras épocas de amor y cariño son especialmente emotivas y melancólicas

Es lógico dar un buen trago de veneno escuchándolas, cortarse distraídamente las venas. O dejar un fogón de la cocina abierto.

Si a la música o a esa película se le añade un sórdido decorado de persianas bajadas y humo de tabaco, se crea un ambiente propicio para atajar esa melancolía.

No es broma, el cerebro insiste en escuchar esas canciones una, y otra, y otra, y otra vez.

En lugar de sosegar, el pensamiento hace un descenso directo y vertiginoso a la Gran Fosa de la Tristeza.

Y si esa pena causa cobardía para seguir viviendo, se compensa con una fuerte valentía por morir.

Es lógico y de obligado cumplimiento, que esa mujer se trague en este momento, dieciséis comprimidos (justo los que quedan en el frasco) de la medicina que el psiquiatra le recetó hace unos meses.

Nadie es tan ingenuo de pensar que su depresión se va a curar en un día si en una sola toma, se traga la dosis de dos meses juntos.

Que nadie se equivoque, lo que quiere es morir. Lo último que ahora quiere es vivir; lo dice su respiración interrumpida por el llanto.

Dan ganas de morirse con ella. No parece una mala mujer. Es emotivo que muera tan sola.

No me gusta.

Pero nadie tiene tanta suerte de encontrar un compañero de suicidio.

Morimos solos.

Algunos pensarán que es una putada.

Yo pienso que es mejor así, si no has encontrado en toda tu vida a nadie con quien compartir decentemente la vida; a la hora de la muerte que no venga nadie a molestar.

El CD de éxitos de los 70, suena una y otra vez. Sus ojos no llegan a secarse y me pregunto cuántas lágrimas podemos almacenar.

El micro unidireccional del Súper-Visor, vale su peso en oro. ¡Qué maravilla!

Dicen que quien llora no mea; pero me da asco pensar que las lágrimas puedan subir de mi vejiga.

A la mujer poca gracia le hará escuchar semejante sandez y puede que no se ría cuando lagrimee más aún por la falta de aire cuando le sobrevenga el fallo cardio-respiratorio.

Morimos asfixiados, boqueando como peces en la arena buscando aire.

No puede ser agradable, ninguna muerte lo es.

Ha dejado un cigarrillo en el cenicero que se consume solo, como ella. Sin que nadie le haga caso. En la planta de su pie, tiene enganchado un mugriento papel que dice: Adiós juventud.

Mi Súper-Visor es cojonudo, capta hasta el más mínimo detalle. Capta hasta el dolor.

No se molesta en despegarlo, no tiene a nadie que le quite la mierda de los pies. Una vez lo tuvo, un envoltorio de pastelillo de chocolate que está pegado en el pomo de la puerta de su dormitorio dice: Luis, te amaré siempre.

Nadie ha hecho caso de ese papel desde hace seis años (el Súper-Visor analiza la edad de la mierda por medio del espectro cromático). Nadie lo ha desprendido de allí para anotar otro nombre. Se pudre el papel creando moho en el metal.

Por otra parte, los restos de ese dulce pastelillo que un día protegió el envoltorio, parecen mierda seca.

Y nadie quiere tocar la mierda…

Debería haber más titulados en porquería para ayudarnos en esas tareas domésticas.

Sería bueno que los gobiernos becaran los estudios de mierda.

Y vomita no porque el chocolate ahora parezca mierda, si no porque las pastillas le están jodiendo el estómago, el medicamento se ha ido al hígado en grandes dosis. Y a su cerebro.

Siente un mareo devastador que la inmoviliza a un sillón que se agita en un mar proceloso de papeles sucios. En un barco pequeño, muy pequeño.

Muy sola…

Esta parte me gusta especialmente me suelo masturbar a pesar de que la vida es una mierda: se acaricia el sexo evocando placeres que lleva años sin sentir. El clítoris está seco y le duele. El vaivén de su barco en las turbulentas sucias la distrae del placer y no acaba de sacarle placer a ese coño aún lamible. Es extraño ver una mujer haciéndose una paja y llorando.

Mostrando su vagina desflorada a nadie. Nadie le lame el coño.

Es vieja, tiene al menos cincuenta.

Los cincuenta es una mala edad, no acaba de definirnos como viejos ni como maduros. No acaba uno de decidirse por el coito vaginal o el anal.

Tengo que ser sarcástico y divertido porque la mierda que rodea y se come a esta mujer que muere es desesperante. Me infecta el ánimo.

Dan ganas de comer su vómito para llenarme de ansiolíticos también y ayudarle a cruzar el Hades, que no lo haga sola.

Ha muerto ya, se ha puesto histérica cuando sus pulmones no han podido aspirar aire y se ha levantado del sillón, arrepentida. Ha caído al suelo y se ha destrozado la cara al caer sobre la mesita de cristal; no le importaba la cara, solo quería respirar.

No lloro, estoy meando. Los limpiadores de mierda y miseria no somos demasiado escrupulosos.

Coloco la funda de mi Súper-Visor de Mierda GTX-FIC666XPJ5 Tócamelos del revés para protegerlo de la mierda de la noche, que es más traidora. Siempre me llena de nostalgia este momento del día; pero no me voy a suicidar.

No aún.

A la mierda.

Iconoclasta

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La podrida soledad

Publicado: 7 enero, 2012 en Absurdo
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Es un llanto roto en un rostro cárdeno. Una boca muda y abierta.

Y mi mano entre las piernas, sujetando los cojones que suben de terror hacia la garganta. Que duelen, que están demasiado llenos de hijos que no nacerán. De niños y niñas que se ahogan prematuramente en las cloacas del infierno, o del cielo (solo es una cuestión de orientación). Todo parece estar muerto cuando estoy solo. No quiero, no sé como ser solitario conmigo.

No sé gestionar mi insania.

Hay un corazón negro y una oscura boca que grita. Es un infarto macabro en un corazón pútrido. Se parte el músculo sin un solo sonido, derramando un racimo de uvas rojas que destilan vino muerto.

No lloran, los muertos miran sus putrefacciones sin mayor interés.

Ellos morían, mueren, morirán. Y me piden que vaya con ellos.

“Es hora de partir, de venir aquí, con nosotros”.

No encuentro la puerta. Quiero ir para que callen.

He pintado y resaltado con mis heces las paredes transparentes de un mundo sin dimensiones y no hay resquicios.

No callarán si no voy.

Hay un filo que brilla y una piel que pulsa con demasiada sangre. Las venas son serpientes que se han de cortar.

No soy bueno afrontando horrores.

¿He dicho errores?

Es un error la gota en mi glande caliente y sin meter. Ardiendo en mi puño. Una polla que debería estar (dentro de).

Clavándose, alojándose, bombeando, corriéndose.

Haría vapor en su boca si se la metiera. Si me la chupara.

Es un error estar pegado a un cuerpo que no encuentra consuelo, a una mente que no acaba de encontrar la belleza, ni la sonrisa.

Hierve el semen marchito en la bolsa de mis huevos. Quisiera arrancarlos, no sirven para nada.

El semen se derramaba de su sexo y aún caliente caía de nuevo en mi glande. Entre los pelos de mi polla se secaba.

No quiero estar solo con el vello apelmazado de miserias que no son lo que mana de su coño.

Hay mierda en las paredes dimensionales y mi dedo sangra. No es una pared perfecta. Hay rajas, hay púas. Y los muertos golpean e insisten al otro lado.

La mierda es mía, mi obra. Mi gran obra. Mi puta obra.

Si ella estuviera les daría la espalda. No puedo hacer otra cosa que estar con ellos.

Con los otros no me hace falta sexo, solo un vientre abierto y una longaniza de intestinos enredada en mis pies.

Un niño muerto lamería la mierda si pudiera. No puede deshacer con su lengua muerta e hinchada las paredes transparentes. La mierda está del otro lado, del mío.

“¿Lo ves? La mierda está ahí contigo. Pasa a esta lado”, me dice lamiendo la tranparente pared sin conseguir tocar las heces. Solo deja un rastro de sangre, pequeños coágulos que se deslizan hacia arriba y se secan a los pocos segundos.

Me pica el cerebro y me lo rasco solo. No hay nadie, no está ella para que observe los piojos. Para que los mate.

Que los maten a todos.

Los muertos deberían morir también, no es lógico que respiren, ya tuvieron su tiempo.

¿Por qué no dejan el mío tranquilo?

Yo no los jodo.

La jodo a ella cuando la tengo.

No llega, y aún me queda mierda en el vientre para pintar la dimensión pútrida. Prefiero el horror-error al vacío de ella.

Hay un resquicio pequeño, como si se hubiera roto por la presión de ellos, de los podridos, de los muertos. De los que no hacen caso de las cosas que se desprenden de sus cuencas vacías.

Y la cuchilla abre la vena. No duele.

El niño se asoma y lame el excremento: “No es buena tu mierda”.

Y me da la mano sin hacer caso de la sangre que baja por mis dedos.

Está helada su carne, pasar la pared dimensional duele, duele mucho. Es un fogonazo que me corta todo el tejido y el pensamiento.

Paso la lengua por la pared sucia de mierda, al otro lado donde nada huele ni duele.

Ella llora un cadáver que ya no me pertenece.

Iconoclasta

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