Quisiera amarte con serenidad, no escribiendo y describiendo con brutalidad la tristeza, lo mierda que me siento cuando te leo sin mirarte, cuando las palabras carecen de tu sonido. Cuando el aire no está ionizado de ti. No mirarte, no oírte, no besarte, no joderte… La serenidad ha desaparecido de la faz de la tierra. Es normal que este colapso de amor conduzca a la duda: ¿Y si no me amas? Observar tu lenguaje corporal y oír las palabras escritas moduladas por tus labios… Es lo necesario para verificar la concordancia de los gestos y la entonación de tus palabras con el amor. No es lógico enamorarse tan perdidamente sin esos datos. Si no me amaras, qué ridículo… Sin embargo, la otra lógica dice que me amas, porque no hay nadie al otro lado del universo amenazándote con un arma para que escribas las palabras de amor y deseo. Nuestras intimidades no certificadas. Si no me amaras, no tendría sentido este intercambio de sueños y deseos. Cuando algo no está bien, cuando algo me falta no puedo pensar con objetividad y mucho menos con un eufórico optimismo. Solo me permito ser medidamente ingenuo. Y así y todo, soy tu más demente número uno. Durante el acto de leerte y unas horas después, son los momentos de más lucidez y serenidad en mí. Y descanso de todo este estrés con las manos sucias de mi leche jadeando aún el placer que se me permite. Cuando el semen se seca, vuelta al tormento… Si te he de ser sincero, cuando leo tus sorprendentes y excitantes obscenidades, con las que indefectiblemente acabo corriéndome; no te amo. Es puro instinto animal, incluso siento ferocidad no solo por metértela, sino de ser tu amo. De sentirte de mi propiedad. Todo está bien en ese momento primigenio, instintivo. Puramente animal. Sin más complicaciones, por favor. Sabes explotar y no es tu naturaleza reprimir tu sensualidad hasta hacer hervir mis cojones. Eres mi amada microondas. Incluso ahora, concentrado en escribir todo lo que no te siento y no te tengo, no ceso de separar y cerrar la piernas intentando dar consuelo a un pene que duele al intentar expandirse en el pantalón con un glande mojado y resbaladizo. Padezco la compulsiva ansiedad de irrigar tu monte de Venus y el coño con mi leche y luego desfallecer, escupir los últimos de deseos dentro de ti, con el movimiento peristáltico de tu vagina perfecta e impía extrayendo las últimas gotas de mi animalidad. Esto no es una misa y tú eres la más mujer de todas las mujeres. Es un deseo violento y ancestral, no es posible describirlo con delicadas palabras. Es más, quiero herir tu sensibilidad, la de tu coño. Y que separes los muslos leyéndome. A la diosa, lo que es de la diosa: la carne cruda de un celo húmedo y desatado. O un beso robado en la paz de un amanecer aromatizado con el íntimo café. Quisiera amarte con la serenidad de despertar junto a ti. Y hacer emerger tu conciencia dormida lamiéndote dulcemente entre los muslos. ¿Has visto? Se me derrama la ternura y el deseo en avalancha. Haces de mí el caos. Vivir como yo es una monstruosidad, es desvivir. Pagar una condena por un delito no cometido. Tu condenado te ama.
P.D.: Sé que no puedes sentirte como yo porque tú ya te tienes. Qué envidia…
Dicen que hay diversos métodos para tratar la angustia; pero en realidad no se puede tratar o gestionar. Solo puedes distraerte de ella hasta que pase la crisis.
Lo más habitual es el método del alcohol y las drogas; pero yo soy más de cagarme en dios y la puta que los parió a todos.
Y hablar poco, lo mínimo. Volcar mi pensamiento violento en el papel, esculpirlo y que adquiera el poder de las tridimensionalidad.
Se me da bien el silencio, paso horas sin decir ni una sola palabra; como el cazador que debería haber sido, acechando en silencio durante horas en el bosque la posible presa que muchas veces no conseguía y debía entonces recolectar y comer bayas antes de que oscureciera.
La angustia es un trance que nace de tu ignorancia. No sabes lo que te ocurre, no sabes quién te hace daño porque te han educado para creer en el poder de un jerarca y sus dioses. Por tanto ¿qué te hace sentir tan mal si estás protegido en los brazos del poder de los dioses y sus obispos (los políticos lo son, predican su palabra) codiciosos y enfermos de poder? Los que te educaron robándote la infancia para que creyeras en ellos.
Es muy sencillo, el ser humano es un animal triste. Al contrario que el resto de las especies salvajes nace en cautividad y crece para dar su vida al estado y a dios. Toda su existencia está destinada a engordar con oro y dinero a generaciones de poderosos y dioses, sin tiempo a mirar las nubes y si las mira, es porque le han dado un permiso especial para ello.
Como todo animal en una granja o zoo, los humanos se deprimen.
Tu instinto te grita que no naciste para vivir en una granja vertical. Que naciste como animal en el planeta y te tratan como gallina o cerdo en granja.
Eso es la angustia que sientes. El que hayas creído y asumido que alguna ley debe haber en este mundo sobre tu cabeza y que vivir esclavizado es la única forma de vida posible; a pesar de que la historia de esta civilización y sus cimientos no supera los veinte mil años, y el ser humano, la especie más evolucionada de homínidos, dicen que lleva trescientos mil años sobre el planeta.
La angustia es la tristeza instintiva que sientes por esos últimos veinte mil años de generaciones de codiciosos que, por falta de inteligencia y fuerza, eran incapaces de cazar o recolectar. Y comenzaron a parasitar tu esfuerzo, tu vida y tu tiempo. Esos que hace poco más de veinte mil años empezaron a clavarte en el cerebro un orden, una ley, un dios, una policía, un censo y un trabajo sucio a perpetuidad a través de un hechicero que se convertiría en rabino o sacerdote y luego, algunos crearían castas de políticos.
No sabes lo que sientes porque eres ignorante de tu propia especie. Eres un animal que nació para ser libre y lo convirtieron en esclavo. No es tristeza, es la alarma que lanza tu instinto de que esta sociedad o civilización te esclaviza, tu vida como ser vivo, es la más triste del planeta.
No hay falta de espiritualidad alguna, ni de altos valores en ti. Naciste en cautividad y te vendieron a un amo.
No tienes suficiente cultura ni formación propia gracias al oscurantismo del poder para reconocer lo que te ansía, porque tu pensamiento mismo es esclavitud y dependencia. Simplemente has oído que lo llaman angustia, ansiedad, depresión o ataque de pánico. Incluso trastorno bipolar.
Eres un pobre animal en una granja y tu instinto animal se rebela. El leopardo loco que da vueltas en la jaula rugiendo lastimosamente porque te asfixias. Porque no queda nada de tu especie en ti. Nada de lo que sentirse orgulloso cuando te metes con cientos de reses como tú en un vagón o en una carretera hacia tu centro de explotación.
Y la angustia la desencadena esa compleja química que se pone en marcha por orden de tu instinto para avisarte que algo huele mal en tu vida, que no es así como debieras vivir. Es justo la misma angustia o expectación del cazador frente a su presa en atávicos tiempos, la de urgencia, la de apremio.
Una angustia o tristeza existencial que surge periódicamente, y te roerá el ánimo hasta que consigas entender dónde te encuentras, con quién y en qué condiciones. Una enfermedad propia de una sociedad decadente, ya a punto de venirse abajo. Cuanto mayor es el nivel de opresión, más se rebelan los instintos y se impondrá la ley del más fuerte que no teme armas ni prisiones. Morir por morir, mejor eliges tú el cómo y el cuándo. O lo intentas.
El poder de la civilización actual, quiere borrar de sus reses todo rastro de naturaleza humana y ahí radican los problemas: no puedes dar caza a quien te esclaviza porque pervirtieron durante toda tu infancia y adolescencia tu esencia, tienes una orden programada. Debes ser una res ejemplar, mansa, obediente y, ante todo productiva; es difícil romper la programación incrustada durante tantos años.
Si en Filipinas gritan por miedo al calor, todo el planeta grita al mismo tiempo. Como en las películas las vacas sedientas de un rebaño corren en estampida al agua que huelen. Son reses ya globales, en lugar de llevar etiquetadas las orejas, las han dotado de celulares, de teléfonos “inteligentes”.
El problema está que el animal que ha nacido en cautividad, no se adaptará o morirá en libertad. Tal vez eso es algo que sabes; pero gracias al adoctrinamiento recibido en tu infancia, vuelves a la línea de programación: que una vida sin leyes, sin poderosos y sin dioses, no es posible, sería el caos.
Te equivocas, el dogma que te implantaron es mentira. No se produjo ningún caos durante los cientos de miles de años (toda la historia real de la humanidad) en los que el ser humano nacía y vivía libre. Donde evolucionó en inteligencia.
Si eres consciente de ello, de tu naturaleza, pasará pronto la depresión y reconocerás que no es angustia, es simplemente rebeldía. Y entenderás que debes seguir el juego a los granjeros o dioses, porque te matan de hambre o a tiros si no lo haces; reconocer esto es importantísimo para tu salud mental. No tienes otra opción hasta que llegue el momento de reconquistar al ser humano como especie libre.
No te preocupes, cada vez son más los cerdos humanos de granja que no saben porque se deprimen o se sienten acosados por algo, o alguien. La sensación de que algo malo va a pasar no es un don adivinatorio o parapsicológico, es un aviso de lo más recóndito de tu cerebro: estás viviendo una mala vida, indigna.
No vayas a un psicólogo o psiquiatra, ellos se limitan a ajustarte de nuevo adormeciendo tu atávico instinto con meta drogas. Y colocando leyes, sacerdotes y políticos en el aparador principal de tu pensamiento.
Es todo una mierda, lo hicieron mal, te deformaron cuando destruyeron tu infancia y tu juventud en ser amaestrado.
A la fuerza tiene que pesarte. Es normal y lógica esa tristeza, ese ataque de pánico que no lo es. Porque se trata de puro arrebato, rebelión.
Hasta que un día enciendas un cigarrillo asqueado de trabajar para darte un respiro, solo para ti, sin dar explicaciones a nadie y en contra de lo establecido en las normas de la empresa y gobierno. Y en medio de ese humo que aspiras y exhalas pensativamente, puedas ver en una difusa y vaporosa pantalla en lo que te han convertido y en lo que te espera.
Pero tranquilo, puedes distraer la angustia durante el fin de semana: unos litros de ginebra, unos gramos de coca, unos porros de maría, un par de ácidos; una paliza a la parienta y el lunes estarás como nuevo para comenzar tu semana laboral esclava. Olvidado ya lo que pudieras haber razonado en un arrebato de claridad, lo que realmente eres y quienes son ellos, el poder.
Lo verdaderamente deprimente, es que por ti mismo seas incapaz de saber lo que ocurre en tu cabeza. En tu naturaleza.
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El cielo que nos robaron.
No somos lo que debemos.
Porque nos lo prohibieron, emplearon nuestra infancia y juventud en ello.
El recuerdo de tantos años de niñez y juventud bajo el adoctrinamiento de esta sociedad o civilización, nos dejó una cicatriz que huele rancia en el pensamiento, una suciedad que no podemos quitar. Una violación que nunca olvidas.
A unos destruyeron como humanos puros. Otros nos sentimos silenciosamente orgullosos de ser libres y no globalizados o infectados por el pensamiento insectil de un rebaño.
Nuestras certezas viajan invisibles entre las potentes frecuencias de la mediocridad y su uniformidad.
Ambos, los conversos y los libres pensadores, perdimos la infancia y la juventud (nos las robaron) en las escuelas de acondicionamiento a la esclavitud que eran todas: castigos, himnos, leyes, credos, normas, tradiciones, patriotismos, urbanidad (mezquindad de rebaño), sociales (historia amañada) y autoridades: obediencia y respeto.
Pero en la adultez unos nos desprendimos de ese pelaje piojoso con el que pretendieron uniformarnos. Imagino que nacimos con una corteza dura que protegía al cerebro de la doctrina de la esclavitud y la mansedumbre.
Caminamos relajadamente porque no nos preocupa la moralidad del rebaño ni la patria que dicen que tanto hay que amar. No es extraño que despreocupadamente marque con orina mi territorio o como decían en el colegio: “mi patria”.
Nuestro hogar es el planeta; pero si para tranquilidad de los mediocres hemos de gritar “¡Viva mi patria!”, lo hacemos, somos buenos actores, aprendimos cinismo en la escuela para sobrevivir. Y luego escupimos para limpiarnos del veneno de la mezquindad.
Realmente hemos pensado al gritar: “Ni amo ni dios”, sin entusiasmo, porque lo pensamos a un millón de revoluciones por minuto todos los días. Es algo congénito, un acto puramente instintivo como rascarse el culo al despertar.
En lugar de redacciones bobas de montaña y mar y vacaciones y familia y amigos; escribimos y describimos el mundo y lo que contiene de maneras que a nadie gusta, o les hace toser.
Y ahí está nuestro gran triunfo, en ser la minoría incorrupta.
Llevamos las de perder, en las falsas democracias, la mayoría sin cerebro gana.
Nos jodemos.
Nada nuevo bajo el sol.
No es extraño que sintamos esporádicos y breves ataques de una angustia surgida de vivir en un tiempo y lugar que no es nuestro, que no pedimos. Con la fatalidad de haber nacido en una civilización o sociedad esclavista y mezquina que devora al ser humano como individuo y le mete cosas en el culo para que se obsesione con el ano y no con la imaginación que, pudiera ser inadmisible e ilegalmente creadora.
Sabes que las ciudades son criaderos humanos, que el poder hace muchos siglos entendió que cuantas más reses humanas criara en sus tierras, más riquezas ganarían cobrándoles el impuesto por respirar, por vivir en su feudo o país. Se construyeron miles de grandes ciudades verticales.
La religión, la política y la economía, técnicas de pura industria ganadera, tal como el vacuno. Y se crearon razas humanas más mansas y obedientes por simple selección de crianza de forma espontánea.
Y ahora que son tantas las reses estabuladas y cuesta demasiado dinero alimentarlas, matan/sacrifican a las viejas que no rinden y prohíben el pastoreo al aire libre de las activas. Y así siempre encerradas para recaudar/robar el dinero que gastaban en ocio porque no lo necesitan ya. Tienen teléfonos y televisores para ver el mundo aposentadas sobre sus grasas y excrementos. Están aterrorizadas en su ignorancia por la superstición apocalíptica del clima predicada por el poder. Las vacas humanas darían a sus crías en holocausto a sus amos poderosos si así se lo pidieran/decretaran por evitar el apocalipsis que se avecina.
Así, conociendo la historia sin pasión, fríamente (si acaso asco) tranquilizamos al animal que llevamos dentro y está nervioso: “Tranquilo, bestia, desahógate. Ya ves como ha ido la historia, no te agobies, es irreparable. Son unos hijoputas y algunos morirán antes que nosotros, así que disfruta de ello, de lo que puedas; porque no hay tecnología para escapar de este planeta”.
Y mientras la angustia se apacigua y se forja un tonto orgullo, fumamos un relajante cigarrillo que nos llena los pulmones de todo aquello que en la escuela, catequesis y telediarios adoctrinaban que era malo.
Soñamos con cazar, comer y follar salvaje y libremente. Con morir…
Luego, dormiríamos agotados de cara al cielo que nos robaron los adultos cuando éramos niños.
Como debería haber sido, si no hubiéramos tenido tan mala suerte al nacer.
¿Qué mierda es esa de no desear, no follar a la mujer? Por supuesto que desearé a la mujer del prójimo. Me importa poco que la mujer hambrienta tenga prójimo. Importa que la mujer me pide que la joda, que la trate como a hembra en celo. Y me desea con las bragas manchadas de humedad. Su prójimo no le come el coño como yo, hambriento, sediento, animal, sin piedad, humillándose ante la diosa. A su macho le da asco su raja. Y se la mete para taponar ese sexo que le repugna. Convierte el follar en una paja mal hecha, solo para él. La mujer del prójimo abre sus piernas ante mí y separa los labios resbaladizos y brillantes de su coño exigiendo con mirada hambrienta y jadeando, mi lengua arrastrándose por su raja, hundiéndose en su vagina anegada. ¿Quién cojones dice que no desearé, que no se la meteré después de haberle arrancado obscenidades corriéndose en mi boca? Si la mujer me desea, yo jodo a la mujer. Le irritaré sus cuatro labios y los pezones de tanto besar, mamar y lamer. Y regaré sus gemidos con mi leche. Volverá a su prójimo con el coño irritado. Me importa poco un mandamiento o ley mierdosa, me suda la polla. Nada me puede impedir que joda a esa bella hambrienta mal follada. A la mujer del obediente prójimo y a su hija si también me desea. ¿Qué retrasado mental pudo dictar semejante prohibición mierdosa que busca con saña el hastío de la mujer? Ella desea y yo la jodo. Ésta es la ley.
Desde el gélido norte llega un cielo como el cobalto, pesado, denso, hermoso. Monumental y devastador. Deseo ser un efímero rayo parido por las bajas nubes y conocer que esconden dentro, durante mi infinitesimal y cuántica existencia, esos peligrosos bloques de vapor de plomo que si los ha creado un dios, felicidades al artista aunque no exista. Tal vez no son nubes, es un planeta arrasando a La Tierra. Evoco aquella película, Melancolía. Y me fascina esta muerte a todo color… Lenta e inexorable llega desde el filo del mundo. Con un susurro triste le digo a nadie: “Aplastará a la montaña, nos aplastará a todos. Todo…”. Y mientras la oscuridad avanza engullendo la luz, el heroico sol intenta lucir desde el oeste a través de un pequeño claro de vida, lanzando sus últimos rayos del día sobre el valle; pero es como la hipócrita y burlona esperanza que le da el sacerdote al pobre que muere de hambre. No puede ganar. Si se acercara el sol, si pudiera acercarse a su majestad la tormenta, las preciosas y radiactivas nubes lo devorarían sin piedad, sin maldad; como el león a la gacela. Si es el fin de todo, me quedo. No quiero perderme el mayor espectáculo del mundo. ¿Sabes, cielo, que las pequeñas aves revolotean entre los últimos rayos del Sol y por algún mágico acto de última belleza parecen de oro? Se ofrecen con sus mejores plumajes en sacrificio a su inmisericorde diosa Oscuridad. Quisiera estar cerca de ti… No es un lamento, es un grito de rabia a la vida que por fin se aplasta, con todas sus tristezas y fracasos. ¿Cómo me voy a ir y dejar abandonada esta belleza de muerte y vida, de luz y oscuridad? Tengo el corazón de plomo, de alguna manera se lo robé al soldadito que no pudo besar a la bailarina. Los dos fallamos en lo importante de nuestra existencia. Fuimos plomo y a plomo morimos. De repente me siento tan solo… Siempre he pertenecido la oscuridad, la certeza llega con el primer trueno que quebranta mi pensamiento y la primera sangre que brota de mi oído. Nunca podría haber sido un ave dorada.
Soy el verso inverso que rima lo que no sintió y esconde lo que no fue. Soy un verso inmerso en un frustrado universo el eructo de un festín inapetente.
Se puede escribir del orgullo de ser, la vanidad de lo logrado. Del sudor bien empleado. Del tiempo acelerado. O se puede esconder lo que hice, lo que no supe, lo que no pude.
O se puede no escribir y dejar que la presión provoque un aneurisma cerebral y morir. No soy orgulloso, soy un fracasado y si no escribo, no existo. Seguiré escondiendo mi fracaso con cierta malicia, porque de morir no me libro.
Las flores y los colibrís deberían habitar la noche y así la belleza no nos abandone jamás. Sé que sería cansado para esos seres; pero mi horizonte es tan triste cuando llega el ocaso… Parece un adelanto de la muerte. En mis noches no hay auroras ni cielos plateados por estrellas. No hay fugaces… No es un buen lugar para disfrutar la noche una ciudad. Así que no pido imposibles ni riquezas, solo pequeñas cosas que combatan la fealdad de las sucias noches, caliginosas y monótonas. Un concierto de toses e inodoros descargando.
¿Qué ocurre cuando sabes de memoria dónde está cada mancha de la pared? Hay conocimientos que humillan. La vida es demasiado larga y corres el riesgo de convertirte en coral. ¿Sería valioso entonces? No lo creo, no creo en nada bueno que pueda ocurrir. ¿Por qué no se callan? Que dejen de hablar y reír sus banalidades. Tengo un límite. Y no suelo ejercitar la paciencia. Hay días que agradecería morir y esos días no muero. Cuando agradezca vivir, moriré. Con los demás no ocurre, solo me pasa a mí; y sinceramente, agradezco la exclusividad aunque me dé mierda. Es que hay tanta vulgaridad… Se agradece también la muerte de los otros. Me gusta mi nula capacidad para respetar y soportar al prójimo. Me hace algo menos humano, más digno a juzgar por lo que sé de la chusma. Es más fácil no ver que no escuchar. Aunque tampoco hay mucha diferencia, porque si tienes los ojos cerrados al final los abres para conocer a los idiotas que hablan, para identificar con precisión a quién debes despreciar y así comenzar tu nueva lista del día de aciagos deseos. También pienso que los filos están infra utilizados, deberían dedicarse a tareas más higiénicas.
Yo solo quiero salir de aquí. Siento a menudo esa necesidad desesperada de escapar de este inmenso campo de concentración del Estado de la Imbecilidad en el que se ha convertido el planeta. ¿Qué hago? ¿Hacia dónde ir si el mal te rodea desde todas las direcciones? Siento una urgencia que nace de la tristeza de vivir aquí. Es existencial, con causas concretas. Solo podría escapar a un lugar desconocido, donde no pueda identificar con precisión la mezquindad en cada mirada de los seres que me rodean. Quiero la tranquilizadora ignorancia de un mundo nuevo. La sabiduría mina mi paz y la esencia humana, la certeza de su idiosincrasia, es tortura. La sociedad es un germen que intenta infectar mi imaginación. No es hartazgo, es pura asfixia. A medida que han aumentado mis conocimientos, todo se ha revelado rancio e indigno; y lo que es peor: de una espantosa previsibilidad. Es lógica la conclusión a la que he llegado: todo estaba mal desde mi nacimiento, nací en un momento y lugar apestado y roto. Como si los cadáveres, en lugar de enterrarlos, dejaran que se pudrieran en las calles y las gentes ya no les prestaran atención, con sus narices saturadas del olor de la carne podrida. Y los que caminan, se parecen tétricamente a los podridos. ¡Quiero irme de aquí, por favor! Cuando llueve, el agua se ensucia al tocar el suelo y arrastra líquidos nauseabundos, marañas de pelos crespos, como alambres malolientes donde se agitan insectos, pieles ennegrecidas y enmohecidas por la muerte a las que las gordas ratas ni huelen. Tengo la esperanza de que sea una pesadilla; pero es una ominosa realidad de la que no hay consuelo, soy consciente de mi realidad porque esta necesidad de escapar es de una lucidez devastadora. No puedes despertar y escapar. Las drogas no consiguen engañar la mente. Te metes un jaco de caballo y todo empeora, porque las cosas se pudren y rompen más rápidamente y deliras con larvas que se agitan hambrientas en tus agujeros y genitales. No quiero morir aquí, ser un cadáver al sol pateado por los idiotas que caminan torpe y quejumbrosamente por las calles. Me hago rayas con vidrio molido y no muero, solo me sangra la nariz. No quiero creer que soy inmortal, no aquí, entre ellos.
No soy gris de nacimiento, soy gris por la contaminación humana que me ensució desde que mi madre me escupió por el coño. La grisentería me aplasta, me hace mierda, solo he podido salvar los ojos; porque tanta lágrima de frustración limpia quieras que no. Por lo demás, si lloviera mierda, no me extrañaría.