Posts etiquetados ‘muerte’

Yo digo que una bofetada se resuelve con otra hostia.
Además, sería imposible pagar solo con otra.
La decapitación…
No se trata de poner la otra mejilla, no es tan fácil.
Todo va más allá, a otra dimensión, en la que yo rijo.
Yo lo puedo hacer; pero vosotros no y si lo hacéis será una chapuza. Un trabajo mal hecho e inconcluso por mucho que matéis.
Pero lo más importante, es que desde el momento en que ese dios melifluo, iracundo y maricón me creó, nadie me ha dado una bofetada.
Yo sí puedo hacer lo que digo, lo he hecho antes de alardear de ello.
En un tiempo remoto, cuando le comía los dedos de los pies a un bebé ante su madre, dios me preguntó desde su palacio celestial mierdoso, que parece un burdel barroco:
¿Por qué lo matas todo, 666?
Le respondí que no soy un hipócrita divino y sádico como él. Que no pido obediencia ni fe a sus amadas creaciones, monos de mierda…
Dices ser amor, y sin embargo asesinas y torturas hipócritamente, cerdo todopoderoso.
Le dije que es mi trabajo y disfruto con él, sin más liturgias de mierda.
Incluso cuando el primate casi con alegría va a morir y por ello dejar de sufrir, le insuflo vida por el placer de observar el movimiento de sus intestinos que, parecen grandes y sucias lombrices retorciéndose al aire.
Evito que el mono muera de un infarto cuando observa como descuartizo a todos sus seres queridos en largas sesiones, chapoteando mis pies en una balsa de sangre y restos cárnicos.
Lo más fascinante llega cuando el dolor y el terror se les hace tan insoportables que su mente estalla y dejan de ser humanos para convertirse en un organismo desgajado o eviscerado, mugiente y convulso. Incapaz de pensar, solo buscando la muerte como un animal que va a morir abrasado y corre hacia el acantilado, al vacío.
Juro que puedo escuchar el sonido a cristales resquebrajándose cuando la mente se les rompe y dejan de ser humanos.
Algo que ningún mono del mundo podrá gozar jamás. Es mi privilegio exclusivo y la razón suficiente e insaciable para exterminaros lentamente cada día, cada noche, a cada instante… A todos, desde los recién nacidos a los que han creído tener la suerte de morir dulcemente en la vejez.
No puedo creer, dios imbécil, como puedes asombrarte después de tantos millones de años viendo como desguazo y extermino a tus creaciones.
Y cuando acabe con el último primate sobre la capa de la tierra, subiré a tu cochino cielo y comprenderás lo que es la fractura de la mente cuando te tenga en el filo de la muerte y el dolor inenarrable; y a tu hijo el nazareno, repartido a trozos entre los coros celestiales, después de haberlo despellejado como un muñeco de medicina.
Cuando tu corazón negro dé el último latido en la palma de mi mano, tu mente se habrá rajado y dejarás de existir antes de morir. Y el mundo que creaste sufrirá un colapso que lo convertirá en otra piedra muerta flotando en el universo. Tu grito de dolor enmudecerá por fin allá en el vacío.
Mientras ese momento llegue, herviré crías de primates humanos como golosinas para mis crueles. Mis queridos y obedientes cerdos diabólicos…
Les gusta más cuando les doy carne de ángel, se matan entre ellos por un bocado de sus alas recias y musculosas, afeminadas hasta la vergüenza. ¿Por qué no los dejas acercarse a mí más a menudo, dios marica?
Ese Dios melifluo y asesino hipócrita, hace ya rato que ha cerrado las puertas de su reino. No le gusta que sus primates inocentes, bienaventurados, ángeles y arcángeles escuchen mi verdad, mi volición imparable.
Cuando desplego en todo su esplendor mi naturaleza en el infierno, el silencio se convierte en una plancha de plomo que lo enmudece todo, ni siquiera se produce eco. Un plomo que cae sobre las almas que sufren sin cuerpo para la eternidad o cuando a mí me plazca acabar con ellas.
Puedo imaginar vívidamente un mundo sin vida humana y rujo al cielo y a la oscuridad de mi húmeda y oscura cueva.
A medida que me tranquilizo tras mi furiosa epifanía, soy consciente del sonido que produce mi Dama Oscura entre mis piernas, chupando mi rabo y sus dedos chapoteando en su raja anegada y brillante, sentada a los pies de mi trono de piedra. Mis huevos captan el frescor de la piedra del trono. Me gustaría que la Oscura prestara más atención a estos detalles, que los acariciara y dejara de darse placer a sí misma.
Extraigo de entre la carne de mis omoplatos mi puñal y goteando viscosidad sanguinolenta, deslizo la afilada e infecta punta por sus pezones acariciándolos, conteniendo a duras penas el deseo de cortarlos.
Ante el caliente filo, se le escapa un gemido de la boca llena de mí y su orina se derrama entre mis pies y sus nalgas poderosas que esconden un indecoroso y hambriento ano.
Un cruel emerge gruñendo de la oscuridad que nos rodea, se acerca al trono y lame con avidez los jugos derramados y el coño de la Dama Oscura cuando se lo ofrece separando las piernas.
– ¡Hazme daño! –rujo.
Desenfunda la fina daga, un estilete ceñido a su muslo y lo clava en el escroto atravesándolo de parte a parte, destrozando los testículos… El glande escupe unas gotas de sangre que caen sobre el hocico del cruel. Las manos de la Oscura están ensangrentadas, ardientes…
Y bramo.
El cruel huye apresuradamente gruñendo horrorizado hacia las oscuridades a esconderse.
Eyaculo una gelatina rojiza que cae sobre las tetas de la Oscura, que mantiene su mano cerrada en mis mutilados cojones, apretándolos, sosteniendo el dolor en su nota más alta.
Es una virtuosa del dolor, no sé si le queda algo de humana…
Y como si leyera mi pensamiento lleva esa gelatina a su coño para extenderla mientras se corre y grita y jadea y sus pechos se agitan pesados, duros…
Esta es la dimensión oculta que habito. La del dolor, la cuarta que tanto buscabais.
Bienvenidos a ella, pasad y sufrid.
Pasad y rompeos, primates.
Moriréis todos.
Siempre sangriento: 666.

Iconoclasta

Una imagen de un campo

Descripción generada automáticamente con confianza baja

Es demasiado viejo para estar derecho.

¿Sufren de artrosis las cosas? Aunque no tengan huesos.

Aunque estén vacías.

(Un quebranto que nadie escucha)

Porque lo están ¿verdad?

(Podrido)

Demasiado decrépito para soportar los cables y ahora es el despojo de una marioneta cuyos hilos penden sin que nadie le dé vida.

(No tiene un corazón tallado en su madera)

Está abrumadoramente solo, lejos de toda vida. Se nota en la mirada triste del aislador a la cámara.

(Avergonzado entre tanta vida y verticalidad)

Humillado ante el poste recto y firme de cables tensos.

Solo es un efímero reloj de sol antes de tenderse inútil en la tierra.

(Las cosas no fabrican esperanza)

Pero tampoco hay nadie que dibuje en la tierra las horas que marca. Su sombra es anciana y contaminaría el tiempo con un adelanto de la hora estimada de la muerte.

(Un Pinocho huérfano de hada azul)

Si alguien se apiadara de las cosas, sería culpable de no apiadarse de los humanos.

Deberá tener coraje hasta convertirse en leña.

(Un llanto mudo)

Carta

Descripción generada automáticamente con confianza media

Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

Los personajes buenos e ingenuos me dan cierta lástima en este mundo de buitres y hienas. Las buenas personas vale la pena pensarlas, hay tan pocas que es terrorífico un mundo sin ellas. Que desaparezca una sola es dramático.
Así que cuando veo un buen personaje en una película o una persona que sonríe sinceramente al verme, no puedo dejar de sentir cierto temor por lo malo que le pueda pasar.
Son presas fáciles. Aunque sé que si han llegado a adultos, no necesitan nadie que los defienda.
Es tan infundado mi temor como instintivo. Tal vez sea porque el débil soy yo.
A mí me ha pasado y no soy buena persona. Me he tropezado con tantos malos siéndolo yo también…
Todas las personas buenas mueren antes que las malas. Es lo que he aprendido.
Mi padre murió con cuarenta y cinco, yo tengo sesenta y uno. ¿Soy dieciséis veces más malo que él?
Pobre padre que me quería sin imaginar lo malo que soy.
Pobre padre….
Solo estuve con él dieciocho años, y las tres cuartas partes de ese tiempo durmiendo y en el colegio.
¡Pobre padre!
Quedaron ciertos sueños rotos.
Me crispa los dedos el recuerdo de su carne fría cuando lo tendieron en la cama a la espera del ataúd.
Ahora que soy viejo y contabilizo demasiados años temo que no me hubiera querido.
No sé qué ven los demás de mí. Mi vanidad produce una gruesa capa de indiferencia.
Pero tú no eres la humanidad, tú importas.
Importabas un millón de cualquiera que sea la unidad de medida.
¿Y si no sonríen sinceramente al verme? Tal vez haya coincidido que hubiera alguien detrás de mí y le sonrieran a él.
Qué ridículo, padre…
Estoy viviendo tanto tiempo como los malos, como lo peor. Lo que queda en La Tierra.
Pobre padre ingenuo.
Aquel día todo salió mal para siempre con tu muerte.
He aprendido que algún dolor cárnico no se va nunca, siempre duele, pulsa, acaba con tu ánimo apenas ha empezado el día. Y sigue doliendo mientras duermes, no hay manera de encontrar la posición para que cese.
Tu muerte no me duele ya; pero me avergüenza porque he vivido más que tú, como los malos.
Pobre padre…
Yo no quería ser tan malo.
Creía ser idiota, pero tan malo…
¿Y si era bueno y al morirte me estropeé? Es una posibilidad que me tranquiliza.
¿Ves cómo soy un hijo de puta? Te estoy responsabilizando.
Qué puerco… Nací malo, pobre padre.
Alguna aleatoriedad de la que no tuviste culpa.
¿Dónde quedaron las cosas que no pudieron ya ser?
¿Hay una oficina de sueños perdidos?
¿De padres muertos?
¿De madres?
Pobre padre…
¿Dónde te puedo encontrar? No me olvido de tu rostro, ni de tu voz. Soy asquerosamente inmune a la amnesia.
Siempre he pensado cómo hubieras sido de viejo.
No sé… Tal vez sea una tontería, pero colecciono todas las banalidades de los seres que amo y me las meto en un bolsillo del corazón. Duele la presión, pero es que no quiero que no duela.
También me siento débil con cierta frecuencia desde entonces que me quedé yo solo conmigo y mi maldad.
Quiero pensar que el manto de la muerte me cubre despacio, que el malo por fin ha de pagar.
Que se desprenden de mí como piel muerta los cadáveres de las ilusiones que tengo dentro.
Y por ello no lucho con entusiasmo para aspirar aire, si algo es bueno no debes estropearlo. Déjalo que haga, déjalo que mate.
Lo bueno de la muerte es que mata el dolor también, es buena gente… Y la carne podrida, como si no existiera.
Bien, mis besos a la muerte.
No quiero acumular más años de maldad o mezquindad.
Ha de acabar ya esto.
Quiero ir contigo ahora y que me digas exactamente qué tipo de cerdo soy y qué he de amputarme.
No te creas que no pienso en madre; pero no tengo nada pendiente con ella. Me quería incluso cuando me hice adulto y se mostraba en todo su esplendor mi mezquindad.
Y me quería así.
Qué tonta.
Pobre madre…
Todo se muere a mi alrededor.
¿Qué pasa?
Te engañaste, pobre padre. Cuando buceo dentro de mí, no puedo evitar pensar que fui un fraude.
Ser malo no siempre es ser indigno.
Y la indignidad pesa. Debo decirle a mi hijo lo que soy.
Que tiene un padre que vive más de lo que se merece.
Porque indigno no es una buena forma de morir.
No quiero perdón, ni siquiera me he planteado que tuviera que pedirlo por nada.
Pero ¿indigno para mi hijo? Eso no es forma de morir.
¿Si yo no hubiera nacido estarías vivo, padre?
Es un problema que me corroe desde que empecé a ser más viejo que tú.
Cuando cumplí cuarenta y cinco y pasaban los días y no moría, me dije: Ya está, yo también soy un hijo de puta viviendo demasiado.
Y aquella vez que se me llenó un pulmón de sangre y cada vez que respiraba me salía por la boca, me dije: bueno, dos años de diferencia… Cuarenta y tres solo son dos años menos que padre, somos casi iguales de buenos o malos. Es aceptable.
Pero el hijo puta no se murió, está visto que mi misión era ser muy malo.
Tal vez aquello dolía demasiado y por eso me confundí. No pensaba en vivir, solo quería que, por favor, dejara de doler aquella lija que se arrastraba por dentro de mí. ¡Uf!
Y huyendo de aquel daño masivo, crucé de nuevo la frontera hacia la vida.
Quisiera lavar mi alma de lo que me hace tan longevo, si la tengo.
Dejaré de existir, lo sé; pero no quiero tener esta carga en el momento de morir.
Preferiría ser menos mierda.
Y aquí acaban mis palabras inútiles y queda eternizado mi ridículo.
Al menos que nadie crea que me sentía un buen tipo a grandes rasgos.
Pobre padre…
Te moriste queriéndome.
Pobre padre ingenuo.
Pobre padre, mal hijo.
Tiraste margaritas al hijo… Al cerdo.
Un error de cálculo tuyo. No te creas perfecto, solo amado.
Querer por querer es una imprudencia temeraria. Y una injusticia.
Y ahora que muero más que vivo no quiero engañar a tu nieto que no conociste.
A ninguno de los que te observan en las fotos pensando como hubiera sido el abuelo Paco.
Aquella mañana despertaste vivo.
Y de repente muerto, sentado tu cadáver en la silla que acarreaban los enfermeros para meterte en casa, porque no entraba una camilla o silla de ruedas en el ascensor. No sé qué pasó luego durante dos o tres horas que se me perdieron… Pudiera ser que corrí a buscarte para meterte otra vez en ese cuerpo muerto. Y lo hice mal.
Ni siquiera lo intenté, solo lloré como un maricón.
No sé… El universo se disolvió y yo con él.
Me duele la cabeza.
Necesito no vivir.
Yo mismo me maldije: lo malo vive más que lo bueno.
Y no puedo ni quiero cambiar de opinión. No quiero añadir la hipocresía a mi indignidad.
¿Escribiste alguna vez con la cabeza doliéndote como si fuera a estallar?
¿Cómo la mía ahora?
No mola.
Es una putada.
Pobre padre…
Qué desolación, papa…

Iconoclasta

I’m Going Slightly Mad. Queen.
https://youtu.be/Od6hY_50Dh0

No deja de fascinarme que toda aquella frondosidad de hace cuatro meses atrás se haya convertido en un poblado fantasma de esqueletos de árboles.
Xilocementerios…
Sus ramas tan desprotegidas de hojas como los huesos de mi padre de carne.
Y el río se arrastra satisfecho de su trabajo, se llevó al mar los cadáveres-hojas y está limpio de vida.
Las malas hierbas que trepan por los troncos rematan a los agonizantes.
Tal vez no sea tal tragedia.
Se dice que cada cual cuenta la feria según le va.
Yo lo hago.
Jamás ha sido mi intención dar esperanzas de renovación a nada.
No soy profeta o patriarca, solo juzgo en base a lo aprendido.
Y digo que hasta que no llegue la primavera, no sabré cuantos han muerto.
Me siento bien entre vivos y muertos, con ambos callo y pienso de la misma forma.
Todo lo que me rodea, vivo o muerto a efectos prácticos, es puro ornamento.
Es la sólida base sobre la que se edifica la soledad.
No me quejo, simplemente hablo en voz alta ante la inexistencia absoluta; todo lo solo que puedo ser mientras vivo.
No niego que podría ser un pensamiento podrido arrastrado por el río.
¡Psé!
Bien, es algo que no puedo controlar, no puedo corregir.
Me place la desidia de ser mera decoración.
La muerte es descanso porque tiene esa liberación de dejarse llevar y no hacer nada.
De podridos al río… Es la versión literal y cruda de la sentencia popular. Solo para humanos formados.

Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

No viviré lo suficiente para acabar de escribir los grandes espacios en blanco que quedan en el planeta.
De hecho, nunca tuve esperanza.
Nunca fui ingenuo.
Triste sí, siempre ha sido un peso en mis hombros.
Quería llegar a las verdes montañas, el margen del valle, de la página en blanco…
Aunque fuera solo una línea con tinta roja; pero apenas existo ante tanto espacio, ante la desmesura del planeta y sus espacios en blanco.
No soy nada, no soy nadie.
La belleza es tan enorme como el amor y yo no sé…
No puedo abarcarlos. No podré escribirlo todo y dirá mi lápida si la tuviera: Aquí yace un fracasado.
Siempre he dicho que hay tanto tiempo que me falta vida. Ahora, a punto de abandonar el escenario, el espacio es tanto como el tiempo.
Hay un cansancio vital que invita a la muerte, que la hace dulce.
Era una batalla perdida.
No quiero añadir a la tristeza la vergüenza.
Misericordia.

Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

No hay nieve, solo incineración y muerte.
Mentira, soy yo lo único que muere. Todo es más fuerte y vivo de mierda que yo.
Y no me gusta la muerte luminosa, humilla los cadáveres.
Los árboles han perdido su fronda protectora y el sol atraviesa sin descanso mi carne dejando ver la silueta de los huesos en mis manos.
Soy una radiografía nómada.
Un hombre invisible.
Pero no me siento hombre, no me siento nada.
No tengo hojas que ofrecer en sacrificio al sol invernal.
Exige mi piel y el alma que hay debajo…
Lo cierto es que no importo tanto como para que el sol exija nada de mí, es la cruda y cocida realidad. Fui un nacimiento anodino y busco patéticamente trascender unos segundos siquiera antes de evaporarme.
Una ceniza que camina a la desintegración…
Debí ser piedra y algo mutó que me hice cosa orgánica y combustible.
¿Dónde están los dedos de mis manos? Y mi cigarrillo…
Me aterra no tener sombra, soy íntegramente mediocridad. He perdido mi opacidad, la prueba de mi existencia.
Es estremecedora la luz, cochina luz calcinadora…
Los árboles con sus incombustibles cortezas resisten el bombardeo solar y es público silencioso de mi evaporización.
¿Cómo he conseguido morir así?
No quiero ser luz. Ni que se quiebren mis piernas de ceniza y desmoronarme en una nube de polvo en el sendero.
Y el bosque protector inalcanzable.
Es terrible, nunca he tenido suerte…
Soy un privilegiado que folla con la Dama Sórdida, la diosa podrida de la humanidad sin rostro.
Voy a morir incinerado e indoloramente aún que estoy vivo. Como si la indignidad fuera indolora.
No jodas…
Sin un ataúd que proteja mi cadáver durante un segundo siquiera.
Yo no quiero morir así.
Quiero sangrar y gritarle puta a la vida con dientes fieros, escupiendo baba roja.
Que duela morir.
No así, evanesciéndome en la luz, un alma llorando por su carne.

Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

Me parece obscena esa agrupación de setas devorando el árbol muerto. Se alimentan mezquinamente del cadáver, pisándose, atropellándose con vulgar maldad unas a las otras para saciar su necrófaga hambre.
Es tan terroríficamente conceptual la vida y la muerte en el bosque…
La muerte no es un arte, sin embargo; es hipnótica toda esa miseria en el pie del árbol.
El hecho de que las setas no sean animales las hace más temibles, su voracidad…
Porque se han formado como un cáncer, un organismo invasor, pornográfico para la vida.
Despierto imagino que mis pies los han devorado las setas, soy un hombre hongo. Y la idea causa un chasquido neuronal que se traduce en una náusea, fumo para empujar el asco.
¿Fue así como el cáncer entró en la médula de mi tibia? ¿Son setas alimentándose de mí aún que no estoy muerto?


Por eso hay que enterrar a los muertos, para no hacer pública tamaña putrefacción.
Si mueres no es necesaria la humillación, es gratuita.
Son seres feos como yonquis de la muerte, deformes y con una sangre venenosa. Aferrándose con gula a su propio pellejo macilento para meterse un poco más de muerte en vena.
La corteza se cae a pedazos, por el tronco dejaron de subir los nutrientes. Y el cáncer, las setas, tan vivas, colonizando la muerte.
Si se movieran no serían tan siniestras…
No quisiera ser un hombre seta muerto.
¿Por qué no cae de una vez el árbol muerto? Porque así, aún en pie, parece sufrir una agonía sin fin. No puedo evitar cierta alarma atávica que nace de un instinto antediluviano.
¿Creció el árbol en un pedazo de tierra maldita?
Ni siquiera los pájaros se posan en sus ramas muertas. ¿Las setas inyectan insania a la madera?
No las ha comido ningún animal, ningún ser las ha pisado. Son un aviso de muerte, de iniquidad.
No puede ser bueno comer lo que se alimenta de muerte, sería morir al cuadrado.
Ese cáncer de hongos evoca a las multitudes humanas, a las gentes sin rostro, a setas que berrean anónimas, formando un tumor.
¿Qué le puede quedar al árbol muerto? ¿Tienen alma los árboles? ¿Es lo que ansía ese tumor de hongos? ¿Su alma?

Iconoclasta

Fotos de Iconoclasta.

Soy un hierro viejo, herrumbroso, quemado… Al que las malas hierbas aferran por las patas y tiran para arrastrarlo a la madre fosa tierra.
Susurran verdemente las hiedras que no me resista, es hora de morir.
Duele menos dejarse arrastrar que resistir en la superficie, siempre es menos doliente la apatía y la rendición. Analgésicos naturales…
Se debe a una sangre generacional ya vieja, pobre e insectil que empobrece los músculos y hace humanos lacios. Y medusas en su pensamiento.
Pero no sé… No siento cansadas mis células, no veo porque se aferran a mí las malas hierbas.
Tal vez sea el olor de unos trozos de carne podrida pegados a mí que excitan a la vegetación del infierno.
La mente dice, vive y quémalas.
Y la mente aún desea; me la quiero follar, la amo con todo mi óxido y aún me queda leche en los cojones, y fuerza para escupirla con un gruñido feroz en su monte de Venus terso y salado, cuasi sagrado. Y que extienda con sus dedos la crema pornógrafa con lujuria entre los muslos trémulos.
En ese monte que he tatuado mis besos y marcado con los dientes la posesión de su alma y cuerpo…
No me dejo convencer por ningún dios por mucho poder que tenga para elevar los sarmientos de las profundas cavernas de un infierno que no existe; pero me gustaría… Si al menos en la muerte existiera un poco de magia, compraría una entrada.
Algo de magia en los cerebros para erradicar la mediocridad que asfixia como las plantas constrictor verticales como un rayo invertido.
Soy un héroe misántropo, transparente, inexistente para nadie en medio de la nada.
Es absurdo que los sarmientos me quieran arrastrar allá donde ellos viven, si nadie me quiere porque a nadie quiero; al menos, no en la cantidad suficiente para ser suficientemente humano.
Soy el hermano que siempre quiso tener la vieja torre de hierro, herrumbrosa, retorcida por la hiedra, incinerada por el sol.

Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.