No es grande, no llega a tocar el cielo; pero al final logró ser dios y ahora rige solitario, en una bola de cristal invisible, su eterno y exclusivo mundo donde luce majestuoso, entre cielo y rocas. Y a su espalda, los miles de adocenados árboles del bosque hacinados, lo observan con desdén lucir su fronda de miles de pequeñas flores radiantes.
Si dios no ha castigado su vanidad partiéndolo con un rayo, se debe a que tenía razón en su vanidad: es tan bello como un dios.
Y bueno, aunque pedantes, ciertas perfecciones se agradecen en este sórdido mundo de fealdades banales e intrascendentes, a duras penas vivas.
Desde el gélido norte llega un cielo como el cobalto, pesado, denso, hermoso. Monumental y devastador. Deseo ser un efímero rayo parido por las bajas nubes y conocer que esconden dentro, durante mi infinitesimal y cuántica existencia, esos peligrosos bloques de vapor de plomo que si los ha creado un dios, felicidades al artista aunque no exista. Tal vez no son nubes, es un planeta arrasando a La Tierra. Evoco aquella película, Melancolía. Y me fascina esta muerte a todo color… Lenta e inexorable llega desde el filo del mundo. Con un susurro triste le digo a nadie: “Aplastará a la montaña, nos aplastará a todos. Todo…”. Y mientras la oscuridad avanza engullendo la luz, el heroico sol intenta lucir desde el oeste a través de un pequeño claro de vida, lanzando sus últimos rayos del día sobre el valle; pero es como la hipócrita y burlona esperanza que le da el sacerdote al pobre que muere de hambre. No puede ganar. Si se acercara el sol, si pudiera acercarse a su majestad la tormenta, las preciosas y radiactivas nubes lo devorarían sin piedad, sin maldad; como el león a la gacela. Si es el fin de todo, me quedo. No quiero perderme el mayor espectáculo del mundo. ¿Sabes, cielo, que las pequeñas aves revolotean entre los últimos rayos del Sol y por algún mágico acto de última belleza parecen de oro? Se ofrecen con sus mejores plumajes en sacrificio a su inmisericorde diosa Oscuridad. Quisiera estar cerca de ti… No es un lamento, es un grito de rabia a la vida que por fin se aplasta, con todas sus tristezas y fracasos. ¿Cómo me voy a ir y dejar abandonada esta belleza de muerte y vida, de luz y oscuridad? Tengo el corazón de plomo, de alguna manera se lo robé al soldadito que no pudo besar a la bailarina. Los dos fallamos en lo importante de nuestra existencia. Fuimos plomo y a plomo morimos. De repente me siento tan solo… Siempre he pertenecido la oscuridad, la certeza llega con el primer trueno que quebranta mi pensamiento y la primera sangre que brota de mi oído. Nunca podría haber sido un ave dorada.
No tengo claro cuanta vida consume el amor. ¿Y si es al contrario? Que sea la vida la que desgasta el amor. Entonces también cabría preguntarse: ¿Cuánta vida consume la búsqueda del amor? Sea como sea, has de ser muy cauto cuando juras que la amarás por toda la eternidad. Y también debes preguntarte, dado el caso: ¿Qué clase de amor es el que no puedes jurarlo eternamente? Es una mierda de amor. No seas estúpido, ama con pasión, sin razonar; porque de lo contrario estropearás una de las cosas más bellas de la vida. Y que pase lo que quiera. Tú, ámala. No tienes otra opción. No tienes otra cosa que hacer más digna. Cuando todo deba ir mal, cuando se rompa, llora. Y desgástate buscando otro amor. Consume la vida en la búsqueda de la belleza. Además, te distraerá de la muerte que te pisa los talones.
Es sorprendente su ímpetu y entusiasmo al recibir el nuevo día hablando, cantando, riendo… Amanece cuando ella abre los ojos, aunque el sol lleve horas calcinando las pieles. Amanece cuando inunda con su voz mi mundo, que está en ella. Literalmente, cuando ella amanece se rasgan mis tinieblas. Y el sol siente que no ha hecho bien su trabajo.
Su piel se aseda con el tenue frescor de una brisa marina, los pies cubiertos por la blanca arena forman el sagrado pedestal a sus piernas infinitas. En una nalga la arena se aferra y la hace deseable hasta la paranoia. La mía… Sus pechos pesan en el sujetador del bikini que apenas los cubre y las ingles lucen poderosamente seductoras limitadas por la braguita. La luna hace foco en ella y unos rumores de tambores tierra adentro evocan tiempos de magia antigua, como las olas mismas que la llaman, que la anhelan… Lanza su mirada a la luna y se adivinan milenarias en su belleza, ambas, la diosa y el astro. Y siento que mi mente me arrastra hacia la deidad, que el pene tira de mí y la piel me arde. La de mi puto pijo. Es lo que debo hacer para seguir vivo: desgarrarme y arder. No hay elección. El quebranto más bello de la mente. Correrme en ella, en su arena, en su piel, en su mirada… Que la luna mire excitada, con su color de semen encendido, la violenta y lasciva comunión del mortal y la diosa. Como un cuento con final feliz… No puede hacer daño.
El otoño toma posesión del cielo y las montañas. Y del ánimo de los animales. Viene cargado con muerte de múltiples y atractivos colores. Un buhonero de mal agüero. Y no puedo dejar de desear comprar un kilo de esa bella muerte. Bien para un aperitivo, bien para decorar. El otoño las vende en frascos de barro húmedo, estampado con flores muertas y en agonía, en tonos rojos, marrones y dorados. Y te cobra una lágrima o dos, cuando te la entrega con los dedos sucios de fango. Es una preciosidad… Se pueden ver ya a las cromáticas y bellas tristezas, en sus últimos balanceos en las ramas que una vez les dieron vida y ahora, por orden del otoño, se la niegan. Los genios tienen un cruento y cruel sentido del arte. Un réquiem por los bellos cadáveres y un saludo de cauta admiración al maestro Otoño, que hace de las sendas de los bosques y las calles de las ciudades, melancólicos tapices de muerte crujiente, fragante y fresca. Y todo seguirá muriendo y sus cadáveres se convertirán en cosa negra, así hasta que la primavera haga lo que deba. No sé si aguantaré tanto tiempo; pero estoy bien así. Y el otoño es bueno para morir, te funde con las hojas sin lamentos. No temo a la tristeza, temo a la alegría que tiene la frecuencia de la hipocresía y la cobardía.
El pequeño ternero está acostado en la hierba, ya casi paja por lo seca y arrasada por el sol durante el largo verano. Las reses adultas se encuentran doscientos metros más allá, al otro lado de un riachuelo. Me gustan los animales que se separan de la manada, como yo. Porque los hace parecer valientes. Pero no es el caso, a través de los prismáticos observo que el ternero es un bebé, simplemente está agotado de haber nacido hace poco: su rostro aún no está definido del todo, el pelaje apelmazado y su dormir tranquilo, aunque no deja la orejas quietas. A veces mira hacia mí, a través de una mata de cardos; pero sus ojos apenas pueden enfocar. Luego vuelve a meter el morro entre las patas, casi suspirando por el bendito calor con el que la tierra lo mima. Me quiero dar el lujo de pensar (sin que sirva de precedente) que el planeta tiene la bondad de dar calidez los peques. De cualquier forma es valiente, no muge. No se le ve nervioso. Aunque quisiera no podría seguir a los adultos, los bebés deben descansar, porque nacer es lo más traumático, lo más difícil. Y morir es lo más fácil del mundo. Me acuerdo de cuando era pequeño y me cansaba tanto de seguir a mis padres caminando… Me dolían los pies, me acuerdo mucho de aquel dolor. Ahora me deleito con el inmenso privilegio de compartir con él un tiempo y un lugar idénticos. Un instante perfecto de ternura y paz. Caigo en la cuenta de que no soy más que él. No hay razón alguna que me haga sentir superior; su aún diluida mirada tiene todo el conocimiento necesario para la supervivencia, nació con algo aprendido. De ahí la paz que transmite, y esa ternura infinita que provoca la pequeña soledad que lo rodea. No, somos iguales, mi vida no vale más que la suya. Lo sé con una absoluta seguridad. Es la certeza total. Quien afirme lo contrario, no conoce la naturaleza, ni siquiera la suya. No es un drama, es una alegría estar con él, respirando ambos el mismo aire; pero dan unas ganas de llorar… Pudiera ser que él está cansado de nacer y yo ya empiezo a estar cansado de vivir y las cosas tiernas tienen el poder de aplacar mi ira y soltar lastre por los ojos. El verano y sus alergias lacrimógenas… Alergias es muy parecido morfológicamente a alegrías y ambas causan lágrimas. Todo cuadra, es un momento perfecto para todo. No me gusta que esté tan solo. Sé que no hay animales que lo ataquen, pero me da un poco de reparo marchar y dejarlo solito. Es muy pequeño y yo demasiado humano para no sentir cierta congoja. Es un buen momento para hacer esto: escribirlo y dejar constancia de que un día casi se me desbordaron unas tiernas y repentinas lágrimas de alegría y alergia. A mi pesar, guardo cuaderno, tabaco y prismáticos en la mochila y muevo la rodilla antes de ponerme en pie. Temo que se pueda romper con una brusquedad, no soy un ternero joven, estoy terriblemente castigado. Mi vida vale menos; es otra certeza que ha caído por su propio peso. Y como no hay ternura en ello, sonrío ostentosamente; porque lo preocupante es vivir, no morir. Y ya cogiendo el manillar de la bici, una de aquellas vacas enormes, se separa del grupo y cruza el pequeño arroyo. Me detengo. ¡Qué bien! A medida que se acerca al ternero agita la cabeza arriba y abajo con alegría y apresura el paso. Es hermoso sentir la alegría de otro ser… Y cuando llega a su pequeño, éste se pone torpe y temblorosamente en pie. Hay restos del cordón umbilical colgando de su vientre. Su mamá le ofrece los cuartos traseros y el pequeño muge ahora, seguramente contento, y más con el olor que con la mirada, encuentra las ubres cabeceando entre ellas hasta apresar un pezón. Es simplemente perfecto. Ahora sí que sonrío, ahora sí que emprendo la marcha como si el día fuera completo. La vaca me mira, me observa con orgullo de madre: ¿Has visto que hijo más hermoso tengo? Y la felicito. Les digo adiós con la mano. Susurrando que les vaya bien. Y mientras avanzo por el camino, disfrutando de la brisa al rodar suavemente, la sombra de un águila se dibuja en el camino. ¿Es que no se cansa la naturaleza de exhibir su belleza? A veces tengo tanta suerte que temo que la muerte ronde ya muy cerca. La ternura es hermosa, pero no puede combatir mi sabiduría y cultivado cinismo. Bueno, si hay que morir, se muere; qué cojones. Y pedaleo con el peso de toda esa belleza pulsando en el cuaderno que guardo en la mochila como un tesoro. Tal vez con la muerte jadeando detrás de mí. No hay riqueza más grande que un bello instante. Ojalá hubieras estado conmigo, mi bella diosa, follarte también hubiera sido perfecto.
¿Y si alguien me los roba, me los impide? ¿Qué hago? ¿Cómo gestiono la venganza, la violencia que conlleva el robo de la más básica libertad? ¿Cómo defender pacíficamente lo que me pertenece cuando me lo han robado a la fuerza, con humillación? ¿Cómo hacer pagar el dolor causado cuando intentan robarme mi parte del planeta encarcelándome? No saben lo que hacen, no pueden imaginar dónde les llevaría semejante acto. Hay consecuencias… Es precioso y es mi privilegio de hombre admirar los amplios cielos, los inabarcables horizontes. Vale la pena combatir por ellos, cualquiera que sea el precio.
“yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón. Me gusta verlos pintarse de sol y grana, volar bajo el cielo azul, temblar súbitamente y quebrarse.” (Cantares de Antonio Machado).
Yo quisiera eso, ser sutil para quebrarme bellamente en un temblor del ojo azul del cielo que no juzga. Como esas flores pequeñitas que viven tan solo un poema. Sin embargo, mi muerte será tosca, levantaré una nube de polvo en el camino. Sé que no puede haber belleza en la muerte si la vida ha sido… No sé, me avergüenza escribirlo. La vida no debería durar lo que dura, que fuera solo suficiente. No es necesario todo esto… Compraría un alma para vendérsela al diablo por ser efímero y súbitamente romperme. Ser un breve poema rasgado que en dos palabras describa la vida y la muerte con una frágil belleza. Y bajo el azul cielo, no descomponerme. Solo deshacerme y ya… Sin decrepitud, sin más decrepitud.