Posts etiquetados ‘Maldito romanticismo’

Iconoclasta

La primavera tendrá mucho trabajo para cubrir lo que el invierno devastó.
El caos que creó.
Necesitará millones de hojas para cubrir la vergüenza de los árboles desnudos.
Pero esa destrucción no obsta para caminar serenamente.
Incluso el ave podría volar, y sin embargo deambula majestuosa.
No hay fronda o color que distraiga o disimule los cables de la humanidad y sus postes de progreso.
Pero tampoco somos delicados. Somos bestias de aquellas del “camina o revienta” por donde sea y como sea.
Yo reviento, el pájaro no, está en mejor forma que yo. Aunque padece un ataque de vanidad aguda. Se exhibe con demasiada prepotencia para mi gusto.
Pájaros…
A pesar de mi cultivado cinismo, sin drama alguno se me escurre un lirismo que se derrama de los ojos a mi mano que lo escribe: los cables tendidos forman un pentagrama vacío.
Una música que nadie escribió.
O murió, como los árboles están aún en coma.
Tal vez el músico simplemente tenía frío y no prestó atención al pentagrama triste y sin música.
Suele pasar que la tristeza y la piedad atacan en cualquier momento, cuando parece que no hay peligro.
Soy yo el pentagrama vacío.
Cielo…
¿Dónde estás amor, para escribir las notas que no son, o no pudieron ser?
No importa el decorado, sea infernal, invernal o primaveral; siempre encuentro un lugar para ti en mi mundo. Una urgencia para que llegues.
Aquí, donde me he dado cuenta de que soy una nota caída, abandonada por su compositor.
Una música que murió sin sonar…
Siempre encuentro una causa para fundir mi pensamiento con el tuyo. Si no existieras ¿qué sería de mí?
Soy tenaz amando, no hay nada que lo impida.
Bueno… Morir es trampa, eso no vale para este caso. Si muero me llevo el punto ganado.
Ven, cielo. Llega a mí y compón la canción olvidada, cuelga las notas precisas en este caos.
No quiero ser desolación, no más.
No quiero ser lo que pisa el ave.
Quiero ser lo que te abraza y tú susurras las notas de la canción que no fue en el pentagrama abandonado.
Por favor…

Iconoclasta

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Iconoclasta

Una vez fui carne y hueso.
Y el planeta se propuso evaporarme.
De alguna forma todos nos evaporamos; pero yo esperaba que los años marcaran mi rostro y mi piel con la sequedad de vivir bajo el sol, con arrugas como cicatrices de tristezas y dichas, con los dedos torcidos, con la mirada intensa entre los párpados pesados. Ser un sabio cansado, románticamente derrotado.
Con la piel de un reptil.
Imaginaba otro estilo de degradación, algo que me conservara tangible hasta la vejez. Que ella pudiera acariciar y evitar toda esta tristeza que hace su mirada húmeda y cubre brillantemente su piel tersa, como si un brujo le hubiera aplicado el ungüento de la desolación, tan bello y tan aniquilador para la alegría.
Siempre soy elegido para lo peor, es la sensación que he tenido toda mi vida de carne y ahora de gas.
No tengo ninguna importancia, es solo una cuestión aleatoria. No recuerdo haber realizado una maldad especial. Mi carne es incompatible con La Tierra, es alguna mutación. Soy un superhéroe cuyo poder es super morir transparentemente.
Hay gente llorando a medida que se evapora, sus palabras son vientos que se desvanecen antes de llegar a los oídos.
Cuando te haces gas, nadie puede abrazarte. Solo sirves como fantasma para las sesiones de espiritismo y se ríen de ti si tuvieras suerte. Porque si tienes un amor, maldita sea la gracia…
Maldita…
Echo de menos el tacto, porque incluso en mis sueños gaseosos, cuando la acaricio mis dedos se deshacen en su piel. Gira su mirada al mar y llora una tristeza, lo sé por sus hombros que se agitan un poco, como si le soplara un aire frío a pleno sol.
Y ante esa bellísima tragedia de mi amor quisiera clavarme las uñas en el rostro, pero solo me hago jirones indoloros.
Cuando me acaricia, mi rostro se deforma en volutas entre sus uñas rojas, como las de un cigarrillo que acaba fundiéndose con la nada.
Es malo que te amen cuando eres condenado a evaporizarte, porque sufren más los amantes sólidos. Sufren porque los dejas solos abandonados al gaseoso e intangible amor cadáver: tú.
Ella grita: “¿Por qué?” Con la desesperación de lo inescrutable.
Entonces pienso en un viento que me arrastre y acabe con la agonía que represento para ella; pero no soy un fluido normal, soy una maldición que no guarda lógica con nada en el mundo.
Cada vez que intenta meterme en una botella, me diluyo más en la atmósfera. Le digo que no importa con la mirada. Le tiemblan los labios de tantas cosas que tiene que decir y llorar. Agotada y furiosa lanza la botella contra la pared.
Y sin pensar, intenta abrazar la cosa flotante que soy.
Y aúlla…
Es la pura tragedia, la más grande del mundo.
Cada amanecer, soy más transparente. Incluso se borra lo que un día fui, lo que un día quise ser, lo que nunca podrá ocurrir.
No duele la carne que se evapora, es la locura lo maligno. Es este apenas vivir que duele un millón, dos millones de unidades de intenso dolor de incomprensión y terror.
Un día tuve un nombre; pero despareció…

Iconoclasta

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No tengo claro cuanta vida consume el amor.
¿Y si es al contrario? Que sea la vida la que desgasta el amor.
Entonces también cabría preguntarse:
¿Cuánta vida consume la búsqueda del amor?
Sea como sea, has de ser muy cauto cuando juras que la amarás por toda la eternidad.
Y también debes preguntarte, dado el caso:
¿Qué clase de amor es el que no puedes jurarlo eternamente? Es una mierda de amor.
No seas estúpido, ama con pasión, sin razonar; porque de lo contrario estropearás una de las cosas más bellas de la vida.
Y que pase lo que quiera.
Tú, ámala. No tienes otra opción. No tienes otra cosa que hacer más digna.
Cuando todo deba ir mal, cuando se rompa, llora.
Y desgástate buscando otro amor. Consume la vida en la búsqueda de la belleza.
Además, te distraerá de la muerte que te pisa los talones.

Iconoclasta

Una vez te escuché, y te amé.
Otra vez reíste, y te amé.
Otra te besé y te amé con la boca abierta como si fueras aire.
Una vez jadeaste cuando estaba dentro de ti, y te amé con la furia atávica del celo animal.
¿Te acuerdas cuando estornudaste? Pues te amé.
Una vez me acariciaste y te rogué que no pararas. Y definitivamente te amé.
Aquel día tardaste demasiado en llegar a casa y añorándote te amé.
Hiciste un plato de lentejas del carajo, no sabían a nada. Te amé más que a mi puta vida.
Y aquella vez que me rompí, mis trozos te amaban.
Las paredes estaban podridas y los grandes gusanos corrían horizontalmente por su interior, abultaban la pared en ráfagas veloces y temía que salieran. Me despertaste: ¡Pablo… Despierta! Y te amé con el corazón desbocado.
Cada gesto, acto o palabra que realizas, es una razón para amarte. Descubrir algo nuevo de ti, es una nueva razón para amarte.
Y todo parece indicar que irá a peor, que me faltará vida para amarte en la totalidad de ti.
Una vez concluí que eras inabarcable y te amé.
Hace unos segundos escribí de ti, y te amé.

Iconoclasta

Es sorprendente su ímpetu y entusiasmo al recibir el nuevo día hablando, cantando, riendo…
Amanece cuando ella abre los ojos, aunque el sol lleve horas calcinando las pieles.
Amanece cuando inunda con su voz mi mundo, que está en ella.
Literalmente, cuando ella amanece se rasgan mis tinieblas.
Y el sol siente que no ha hecho bien su trabajo.

Iconoclasta

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Su piel se aseda con el tenue frescor de una brisa marina, los pies cubiertos por la blanca arena forman el sagrado pedestal a sus piernas infinitas. En una nalga la arena se aferra y la hace deseable hasta la paranoia.
La mía…
Sus pechos pesan en el sujetador del bikini que apenas los cubre y las ingles lucen poderosamente seductoras limitadas por la braguita.
La luna hace foco en ella y unos rumores de tambores tierra adentro evocan tiempos de magia antigua, como las olas mismas que la llaman, que la anhelan…
Lanza su mirada a la luna y se adivinan milenarias en su belleza, ambas, la diosa y el astro.
Y siento que mi mente me arrastra hacia la deidad, que el pene tira de mí y la piel me arde.
La de mi puto pijo.
Es lo que debo hacer para seguir vivo: desgarrarme y arder.
No hay elección.
El quebranto más bello de la mente.
Correrme en ella, en su arena, en su piel, en su mirada… Que la luna mire excitada, con su color de semen encendido, la violenta y lasciva comunión del mortal y la diosa.
Como un cuento con final feliz… No puede hacer daño.

Iconoclasta

A veces no odio el sol, a veces no odio que me caliente más de lo que estoy.
Agradezco su tibieza cuando la gelidez me ha enfriado tanto la sangre.
Cuando los dedos de una pierna casi muerta se parecen aterradoramente en su cérea palidez a un cadáver (la carne de mi padre muerto).
¿Has probado alguna vez, tras mirar el fuerte reflejo del sol en la superficie de las cosas y las pieles, a cerrar los ojos rápidamente?
Es como hacer una foto y capturar el calor, un calor amable que hace rojiza la oscuridad de ti mismo y da calor a un pensamiento frío, un poco cansado muchas veces.
Te lleva a suspirar por consuelo y paz.
Así te amo yo, cielo.
Suave, templada y luminosamente.
Como un destello de consuelo y esperanza dentro de ti, donde más profundo podría llegar jamás.
Quiero pensar, necesito desesperadamente creer que soy luz y calor en ti.
Esplender en tu alma…
Sin que te des cuenta, cuando cierres los ojos al mundo, entraré yo y sonreirás porque estaré bien en ti, seré una foto perdida en el tiempo, en tu pensamiento.
El mundo no está bien, nos lo han estropeado todo.
Y yo que me creo fuerte, quiero combatir el mal por ti, en ti, dentro de ti. Una caricia mortecina y cálida en tu alma. Un “todo está bien, amor”. Sin palabras, sin toda esta hemorragia de letras que no consiguen definir tanto amor.
Lo que no evitará que te joda, que me meta en ti furioso como una bestia en celo, con la lengua destilando una baba animal, con mi rabo trémulo, henchido de sangre y semen.
En tu coño.
Coño adentro… Sin piedad…
Lo he intentado, quería ser sencillo, suave, una pequeña existencia esperanzadora en tu pensamiento. Inevitablemente, amarte no es tan sencillo ni sutil. Es brutal.
Primigenio.
Que mi calor llegue a ti, mi amor.

Iconoclasta

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