Posts etiquetados ‘melancolía’

Los personajes buenos e ingenuos me dan cierta lástima en este mundo de buitres y hienas. Las buenas personas vale la pena pensarlas, hay tan pocas que es terrorífico un mundo sin ellas. Que desaparezca una sola es dramático.
Así que cuando veo un buen personaje en una película o una persona que sonríe sinceramente al verme, no puedo dejar de sentir cierto temor por lo malo que le pueda pasar.
Son presas fáciles. Aunque sé que si han llegado a adultos, no necesitan nadie que los defienda.
Es tan infundado mi temor como instintivo. Tal vez sea porque el débil soy yo.
A mí me ha pasado y no soy buena persona. Me he tropezado con tantos malos siéndolo yo también…
Todas las personas buenas mueren antes que las malas. Es lo que he aprendido.
Mi padre murió con cuarenta y cinco, yo tengo sesenta y uno. ¿Soy dieciséis veces más malo que él?
Pobre padre que me quería sin imaginar lo malo que soy.
Pobre padre….
Solo estuve con él dieciocho años, y las tres cuartas partes de ese tiempo durmiendo y en el colegio.
¡Pobre padre!
Quedaron ciertos sueños rotos.
Me crispa los dedos el recuerdo de su carne fría cuando lo tendieron en la cama a la espera del ataúd.
Ahora que soy viejo y contabilizo demasiados años temo que no me hubiera querido.
No sé qué ven los demás de mí. Mi vanidad produce una gruesa capa de indiferencia.
Pero tú no eres la humanidad, tú importas.
Importabas un millón de cualquiera que sea la unidad de medida.
¿Y si no sonríen sinceramente al verme? Tal vez haya coincidido que hubiera alguien detrás de mí y le sonrieran a él.
Qué ridículo, padre…
Estoy viviendo tanto tiempo como los malos, como lo peor. Lo que queda en La Tierra.
Pobre padre ingenuo.
Aquel día todo salió mal para siempre con tu muerte.
He aprendido que algún dolor cárnico no se va nunca, siempre duele, pulsa, acaba con tu ánimo apenas ha empezado el día. Y sigue doliendo mientras duermes, no hay manera de encontrar la posición para que cese.
Tu muerte no me duele ya; pero me avergüenza porque he vivido más que tú, como los malos.
Pobre padre…
Yo no quería ser tan malo.
Creía ser idiota, pero tan malo…
¿Y si era bueno y al morirte me estropeé? Es una posibilidad que me tranquiliza.
¿Ves cómo soy un hijo de puta? Te estoy responsabilizando.
Qué puerco… Nací malo, pobre padre.
Alguna aleatoriedad de la que no tuviste culpa.
¿Dónde quedaron las cosas que no pudieron ya ser?
¿Hay una oficina de sueños perdidos?
¿De padres muertos?
¿De madres?
Pobre padre…
¿Dónde te puedo encontrar? No me olvido de tu rostro, ni de tu voz. Soy asquerosamente inmune a la amnesia.
Siempre he pensado cómo hubieras sido de viejo.
No sé… Tal vez sea una tontería, pero colecciono todas las banalidades de los seres que amo y me las meto en un bolsillo del corazón. Duele la presión, pero es que no quiero que no duela.
También me siento débil con cierta frecuencia desde entonces que me quedé yo solo conmigo y mi maldad.
Quiero pensar que el manto de la muerte me cubre despacio, que el malo por fin ha de pagar.
Que se desprenden de mí como piel muerta los cadáveres de las ilusiones que tengo dentro.
Y por ello no lucho con entusiasmo para aspirar aire, si algo es bueno no debes estropearlo. Déjalo que haga, déjalo que mate.
Lo bueno de la muerte es que mata el dolor también, es buena gente… Y la carne podrida, como si no existiera.
Bien, mis besos a la muerte.
No quiero acumular más años de maldad o mezquindad.
Ha de acabar ya esto.
Quiero ir contigo ahora y que me digas exactamente qué tipo de cerdo soy y qué he de amputarme.
No te creas que no pienso en madre; pero no tengo nada pendiente con ella. Me quería incluso cuando me hice adulto y se mostraba en todo su esplendor mi mezquindad.
Y me quería así.
Qué tonta.
Pobre madre…
Todo se muere a mi alrededor.
¿Qué pasa?
Te engañaste, pobre padre. Cuando buceo dentro de mí, no puedo evitar pensar que fui un fraude.
Ser malo no siempre es ser indigno.
Y la indignidad pesa. Debo decirle a mi hijo lo que soy.
Que tiene un padre que vive más de lo que se merece.
Porque indigno no es una buena forma de morir.
No quiero perdón, ni siquiera me he planteado que tuviera que pedirlo por nada.
Pero ¿indigno para mi hijo? Eso no es forma de morir.
¿Si yo no hubiera nacido estarías vivo, padre?
Es un problema que me corroe desde que empecé a ser más viejo que tú.
Cuando cumplí cuarenta y cinco y pasaban los días y no moría, me dije: Ya está, yo también soy un hijo de puta viviendo demasiado.
Y aquella vez que se me llenó un pulmón de sangre y cada vez que respiraba me salía por la boca, me dije: bueno, dos años de diferencia… Cuarenta y tres solo son dos años menos que padre, somos casi iguales de buenos o malos. Es aceptable.
Pero el hijo puta no se murió, está visto que mi misión era ser muy malo.
Tal vez aquello dolía demasiado y por eso me confundí. No pensaba en vivir, solo quería que, por favor, dejara de doler aquella lija que se arrastraba por dentro de mí. ¡Uf!
Y huyendo de aquel daño masivo, crucé de nuevo la frontera hacia la vida.
Quisiera lavar mi alma de lo que me hace tan longevo, si la tengo.
Dejaré de existir, lo sé; pero no quiero tener esta carga en el momento de morir.
Preferiría ser menos mierda.
Y aquí acaban mis palabras inútiles y queda eternizado mi ridículo.
Al menos que nadie crea que me sentía un buen tipo a grandes rasgos.
Pobre padre…
Te moriste queriéndome.
Pobre padre ingenuo.
Pobre padre, mal hijo.
Tiraste margaritas al hijo… Al cerdo.
Un error de cálculo tuyo. No te creas perfecto, solo amado.
Querer por querer es una imprudencia temeraria. Y una injusticia.
Y ahora que muero más que vivo no quiero engañar a tu nieto que no conociste.
A ninguno de los que te observan en las fotos pensando como hubiera sido el abuelo Paco.
Aquella mañana despertaste vivo.
Y de repente muerto, sentado tu cadáver en la silla que acarreaban los enfermeros para meterte en casa, porque no entraba una camilla o silla de ruedas en el ascensor. No sé qué pasó luego durante dos o tres horas que se me perdieron… Pudiera ser que corrí a buscarte para meterte otra vez en ese cuerpo muerto. Y lo hice mal.
Ni siquiera lo intenté, solo lloré como un maricón.
No sé… El universo se disolvió y yo con él.
Me duele la cabeza.
Necesito no vivir.
Yo mismo me maldije: lo malo vive más que lo bueno.
Y no puedo ni quiero cambiar de opinión. No quiero añadir la hipocresía a mi indignidad.
¿Escribiste alguna vez con la cabeza doliéndote como si fuera a estallar?
¿Cómo la mía ahora?
No mola.
Es una putada.
Pobre padre…
Qué desolación, papa…

Iconoclasta

Hay días en los que quisiera dar las buenas noches a las estrellas y a ti a mi lado.
Sin palabras escritas, con la inmediatez de la proximidad.
Hay días en los que quisiera dar los buenos días al sol, y a ti frente a mí.
Sin tristeza escrita.
Hay días en los que quisiera decir te amo a la vida y a ti entre los brazos.
Sin tinta, con un jadeo en tus labios.
Hay días que quisiera acabar el día con la última palabra en tu oído, en la oscura e íntima horizontalidad de la noche, sin papeles mojados lanzados en el rincón lóbrego de los deseos muertos.
Hay días en los que quisiera dejar escapar la última silaba de mi palabra entre tus labios, en un desfallecer.
Y saber que al día siguiente, en nuestra íntima mañana y tu rostro dorado como la arena al sol, susurrarte el tierno cuento de los dos ángeles que no pudieron ser.
Que dios tenía tantos ángeles a los que dar sus alas, que cuando dos cogidos de la mano llegaron a su presencia, se le había agotado el pegamento.
Y se le escapó un estornudo tan fuerte en aquel instante, que fueron arrastrados por su viento todopoderoso y sus manos se soltaron.
Sintieron un desgarro en el alma como si se hubieran roto las alas que debían tener, cuando sus manos se quedaron vacías.
Y caían infinitamente solos a La Tierra.
Y dios les gritó desde el trono: ¡Tranquilos! ¡Os envío a Gabriel para que os traiga de nuevo desde la tierra! En cuanto acabe el desayuno se pone en marcha. Y recordadle que compre pegamentooooo…
Y hay días que quisiera decirle hola a Gabriel con cierta displicencia, porque los momentos en el cielo son casi vidas en La Tierra. Y tú llegabas con él con cara de niña disgustada; pero se te escapó una risa al verme.
Hay días que quisiera que los cuentos fueran reales y recuperar los momentos perdidos, los que ni siquiera pudimos imaginar. Arrancarte al fin de la mano de Gabriel y tomarte yo.
Decirte sin palabras escritas, que no te sueltes, que si dios estornuda, nos agarramos a su barba y se joda si le duele.
Quisiera no escribir más tonterías. Dejar de escribirle a dios que cuide su resfriado y que Gabriel es negligente y que no hay derecho.
Y así dar los buenos días a tu sonrisa tras la taza de café y desnudarte de las alas.
Que dios mire a otro lado con embarazo.
Quisiera un día dejar la pluma en el cajón y su tinta del color de la melancolía, que ya no sea necesaria; pero miro el reloj y cierro con fuerza la mano que sostiene la pluma, porque es tarde.
Entre dios y Gabriel, escribieron un cuento de tristes sonrisas de ángeles de plomo sin alas y un bote de pegamento vacío.
Hay días que no deseo escribir un final que duele un millón.
Y estiro las palabras para que sin darme cuenta, como si durmiera, el final no sea jamás escrito.
Solo dejar unos puntos suspensivos.
Como un tic sin…

Iconoclasta

She’s a rainbow (Ella es un arcoíris), es una bellísima canción de The Rolling Stones, de 1967. Forma parte del álbum Their Satanics Majesties Request (Sus Satánicas Majestades Solicitan).

He escrito los versos de la letra traducida del inglés y resaltada en negrita, para responder a cada verso en texto normal con la torpeza y la urgencia de mis emociones, de la ternura, del amor que rompe los corazones y los recompone y los pinta y los saca fuera y los mete dentro…

Que los Rolling me perdonen.

Y ella por mi torpeza.

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Ella trae colores a todas partes

está todo tan oscuro, mi amor…

y el cielo me pesa en los hombros

peina su cabello

cada mañana la sueño así a ojos abiertos, y desespero

es como un arcoíris.

solo ella puede dar color a mi sangre

Llegan colores en el aire.

cada vez que aparece, con su mirada…

¡Oh, por todas partes!

en todos los rincones de mi mundo y dimensión

Ella viene con colores

¡Como os espero!

trae colores a todas partes

mi amor hace magia

peina su cabello

y coquetea consigo misma

a veces, con una melancolía hermosa en la mirada.

es como un arcoíris.

es un rayo de amor y deseo

Llegan colores en el aire

y su voz arrasando mi serenidad

¡Oh, por todas partes!

¡Oh, desesperación!

Ella viene con colores

es la fuerza armada de la esperanza

¿La has visto vestida de azul?

la he besado en todos los colores

Ves el cielo enfrente de ti

y crees estar loco de contento

y su rostro es como una vela

plena de mis besos al viento

de un color tan hermoso y pálido

que siento ser cosa sin vida

¿Has visto a una mujer más bella?

es imposible, no hay cosa más hermosa

Ella trae colores a todas partes

no cesa, contagia el mundo de luz y color

peina su cabello

¿sonreirá pensando en mí en algún momento?

por favor…

es como un arcoíris.

es un trallazo de amor que deslumbra

Llegan colores en el aire

y se prenden en mi piel ceniza

¡Oh, por todas partes!

en toda mi carne

Ella viene con colores

soy un dibujo sin colorear sin ella

¿La has visto toda en dorado?

y he sentido mi alma retroceder al corazón mismo

Como una reina en la antigüedad

siempre existió, nací para ella

dispara sus colores a todo alrededor

no tiene piedad con su desmesurada sensualidad

como una puesta de sol

como una diosa

¿Has visto a una mujer más bella?

da terror no ser suficiente para ella

Ella trae color a todas partes

como si fuera fácil

peina su cabello

y cubrirá mi rostro con él en una caricia vertical

es como un arcoíris.

y yo la tierra mojada donde nace

Llegan colores en el aire

qué pasará cuando me pinte de ternura

¡Oh, por todas partes!

Desesperadamente…

Ella viene con colores

viene con mi vida goteando de sus dedos

es como un arcoíris.

y yo una lluvia que cesó ante ella

Llegan colores en el aire

que no tarden, no hay tiempo

¡Oh, por todas partes!

mis ojos están llenos de ella

Ella viene con colores…

y conjura la pálida muerte

Carta

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Iconoclasta

No viviré lo suficiente para acabar de escribir los grandes espacios en blanco que quedan en el planeta.
De hecho, nunca tuve esperanza.
Nunca fui ingenuo.
Triste sí, siempre ha sido un peso en mis hombros.
Quería llegar a las verdes montañas, el margen del valle, de la página en blanco…
Aunque fuera solo una línea con tinta roja; pero apenas existo ante tanto espacio, ante la desmesura del planeta y sus espacios en blanco.
No soy nada, no soy nadie.
La belleza es tan enorme como el amor y yo no sé…
No puedo abarcarlos. No podré escribirlo todo y dirá mi lápida si la tuviera: Aquí yace un fracasado.
Siempre he dicho que hay tanto tiempo que me falta vida. Ahora, a punto de abandonar el escenario, el espacio es tanto como el tiempo.
Hay un cansancio vital que invita a la muerte, que la hace dulce.
Era una batalla perdida.
No quiero añadir a la tristeza la vergüenza.
Misericordia.

Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

El amor es un ataque al corazón, así de intenso y fulminante. Fue repentino amar y pago ahora el precio de que mi vida dependa de ti.
Tú eras la luz al final del túnel durante mi breve muerte de iluminación.
No quiero ser dramático, no es una cuestión de coacción o chantaje emocional, sería mezquino. Solo refiero un hecho.
Bastaron una mirada y una palabra tuyas suspendidas en el preciso instante, en el cuántico e infinitesimal lugar. Entre un parpadeo de reconocimiento y unos labios entreabiertos que se hicieron desesperadamente deseables. Supe que cuando sucediera el primer beso mi pensamiento sería tuyo.
Y el beso fue ataque cardíaco, tan indoloro que no sentí inquietud por lo cerca que estaba de morir durante aquellos segundos de descubrimiento: existías, no eras sueño. En ese paro cardíaco, en esos segundos de muerte indolora se reconfiguró mi red neuronal y desde entonces, mis días empiezan y acaban contigo en mi mente o haciendo arder mi pene con la fuerza vectorial de tu cuerpo clavado verticalmente en mi horizontalidad cuasi mortuoria. Amarte es también presión gravitacional.
Hay en mi cabeza un túnel cuyo final llenas. Y sus paredes son tan transparentes como mudas. Vierten la luz y filtran los graznidos de la humanidad.
Y atrás dejo la oscuridad. La negritud me pisa los talones, por cada paso que doy hacia ti la oscuridad a mi espalda crece con idéntica velocidad.
Es un túnel solo de ida, ya no podré volver. Mi historia se borra y empieza una vida nueva. Ocurre lo mismo con el tiempo, me arde el culo por su rápida combustión.
Soy un personaje cómico en una vieja película muda. Da risa; pero no acabo de ver la gracia. Necesito un cubo de agua para sentarme y respirar aliviado.
No hay opción, amarte fue inevitable como el respirar; pero aun así elegí.
Un poco de ti, es mejor que nada. Un poco de ti justifica ignorar que la vida se acaba, que siempre he llegado tarde a lo hermoso y he aceptado la grisentería difusa de escoger lo menos malo.
Soy un pésimo administrador de mi vida.
Pues yo acepto lo único bello, aunque siempre es tarde por muy buena que sea la dicha.
¿Sabes que hay rostros que se pegan deformándose a la pared transparente del túnel y me piden que me detenga? “¿Adónde vas con tanta prisa y lujuria, viejo?” Me gritan mudamente “¿Te crees mejor que nosotros? Sal de ahí”. No me dan miedo, solo repulsión, son la mismísima faz de la mediocridad; así que camino más deprisa hacia ti y sus rostros envidiosos los devora la oscuridad que me sigue.
El tiempo es otra dimensión oscura, es una cuenta atrás. Te descubrí tarde y ya casi he finalizado mis tareas en la tierra.
Amarte no es un rumbo, es una dirección de marcha, un sentido único donde no hay bifurcación alguna. Algunos le llamarían agujero de gusano. No puedo evitar pensar que el gusano soy yo ahí dentro.
Y no espero vivir más tiempo, sino el momento justo de llegar al fin. Una vez cumplido, puede llevarse el diablo el corazón traqueteante y fibrilado hasta casi partirse. Y también el alma que le vendí hace unos milenios escasos.
Las posibilidades de morir en el túnel, son exactamente las mismas que las de morir fuera, entre ellos, lo vulgar, los ajenos a mí. Tú eres mi voluntad y lo demás meramente aleatorio y accidental: un accidente, una lentitud, una negligencia, una imprecisión en las coordenadas espacio temporales en el momento de nacer, un error con el billete de mi destino a ninguna parte y por ello, llegó tarde a mis manos la carta de navegación hacia ti.
En el túnel solo preciso algo con lo que escribirte y definirte. Entiéndeme, eres inexplicable no hay retórica para expresar a la diosa; pero al escribirte te hago táctil, trasciende tu rostro hasta mis dedos y puedo acariciar el papel, ya tu piel.
Te he transmutado de mi pensamiento a la tridimensionalidad, soy un alquimista en un túnel que se autodestruye cada cinco segundos tras de mí.
El túnel es la metáfora de mi vida como una mecha.
Y tú eres la dinamita.
Es inevitable que piense en el coyote y que eres la más hermosa correcaminos. Si una sonrisa puede ser triste, es la mía ahora.
Un doctor tuvo la piedad de recetarme sedantes pre mórtem antes de entrar en el túnel. Me dijo con el frasco de píldoras anti melancolía en la mano: “De morir no te libras, al menos que no duela”, aún debe pensar que soy idiota.
Escribirte es mi terapia de choque.
No describo lo que eres, porque eres una espléndida incógnita. Escribo lo que siento.
No temo equivocarme con mis palabras, solo ser escaso.
El túnel es tu perfecta metáfora también: eres el conducto al amor.
Mierda, cielo, estoy cansado; pero no puedo detenerme, la negritud que me sigue es voraz, no se salva ni la luz de morir.
No lo entiendo, nunca he valido tanto para que la vida pese tanto sobre mí. Algo se ensaña conmigo por ninguna razón.
Ya está bien, en un momento estoy ahí, el café con mucho azúcar y tú sin ropa interior bajo el vestido.
Bip-bip… (otra cómica tristeza de amor, son los nervios).

Iconoclasta

Las violetas son flores otoñales, pequeñas y abundantes, tan fuertes como bellas.
Los colores del otoño son sólidos y radiantes, tal vez como rebeldía a los grises que pronto traerá el invierno cubriendo la tierra y los seres.
Las pequeñas lilas son inconformidad. Florecen cuando la savia de los árboles bombea la última sangre y más espesa a sus hojas tiñéndolas de rojos trágicos, marrones y dorados; para al final morir en una bella tragedia. Cuanto más muere el bosque, más lucen estas pequeñas sus aparatosos violetas. La desgracia de unos seres es el placer de otros. Y también de una dulce melancolía que propagan todos esos millones de muertes incruentas.
Tal vez las margaritas áster saludan al frío, alegres de que se aleje ese sol abrasador omnipresente e inagotable que ha desecado la tierra y el pensamiento mismo.
Cuando las lilas, violetas y cardos lucen su radiactivo color, las lagartijas dejan de cruzar los caminos y trepar por los muros. Como mini dinosaurios que vuelven a extinguirse. Es un poco triste el paseo sin ellas…
Los cuervos no temen al frío o al calor, graznan malhumorados todo el año. Siempre tornasolados, metálicos. Inteligentes. Son la banda sonora del letal silencio del invierno.
Y ocurrirá que las pequeñas flores de otoño morirán cuando llegue el riguroso frío. Se marchitarán bajo la grisentería que enferma el bosque todo; haciendo de los árboles esqueletos con los brazos elevados al cielo pidiendo piedad.
Pisando hojas muertas me pregunto sin tristeza y con curiosidad si será el invierno o la primavera quien me marchite. Si pudiera elegir, quisiera caer muerto en el camino; preferiblemente en invierno. Hay menos gente, los cadáveres somos celosos de nuestra intimidad.
Me parece un final feliz.

Iconoclasta

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Te puedes preguntar si has pasado en coma ocho meses y tras abandonarte en un paraje cualquiera, has despertado en un nuevo invierno. Y de paso, golpearte las sienes para asegurarte que el cráneo está lleno.
Puedes preguntarle a la irritada comadreja temblona si le ha pasado lo mismo que a ti.
Y la única explicación es la que recuerdo de hace unos minutos, cuando vi nevar a través de la ventana de la cocina salí de casa, de su calor y refugio. Y preferí el frío y fumar entre copos que el viento arrastra veloces, a millares; silenciosamente, como una melancolía que se deshace, deslizándose rostro abajo.
La comadreja malhumorada me dice que estoy loco. Yo le respondo que no puede hacer daño, he vivido momentos peores; pero no tan bellos.

Iconoclasta

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Qué caliente está… Como ama a su montaña.
¿Ves? Así te cubriría, así te amaría.
Aquí y ahora.
Qué desesperación por follarte, mi amor.
Con la lluvia rociando los labios que jadean, la piel que se eriza, los sexos trémulos…
Invadir tu coño cubriéndote toda, mostrando al planeta cuánto te deseo.
Qué envidia… Quiero ser vapor cubriendo tus pechos y tu piel toda.
Agua cálida y dura en tu sexo…
Chapotearte obscenamente.
Y luego, respirar al fin a tu lado el rocío del otoño.
Y ya…

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El otoño toma posesión del cielo y las montañas.
Y del ánimo de los animales.
Viene cargado con muerte de múltiples y atractivos colores.
Un buhonero de mal agüero.
Y no puedo dejar de desear comprar un kilo de esa bella muerte. Bien para un aperitivo, bien para decorar. El otoño las vende en frascos de barro húmedo, estampado con flores muertas y en agonía, en tonos rojos, marrones y dorados.
Y te cobra una lágrima o dos, cuando te la entrega con los dedos sucios de fango.
Es una preciosidad…
Se pueden ver ya a las cromáticas y bellas tristezas, en sus últimos balanceos en las ramas que una vez les dieron vida y ahora, por orden del otoño, se la niegan.
Los genios tienen un cruento y cruel sentido del arte.
Un réquiem por los bellos cadáveres y un saludo de cauta admiración al maestro Otoño, que hace de las sendas de los bosques y las calles de las ciudades, melancólicos tapices de muerte crujiente, fragante y fresca.
Y todo seguirá muriendo y sus cadáveres se convertirán en cosa negra, así hasta que la primavera haga lo que deba.
No sé si aguantaré tanto tiempo; pero estoy bien así. Y el otoño es bueno para morir, te funde con las hojas sin lamentos.
No temo a la tristeza, temo a la alegría que tiene la frecuencia de la hipocresía y la cobardía.

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