Posts etiquetados ‘frío’

Sería ridículo viajar en el tiempo y ver esto, cuando en el presente es táctil. Solo he tenido que caminar silenciosa y solitariamente unos minutos, cuando cae a ratos una fina lluvia que no le gusta a nadie más que a mí.
No hay nada cuántico en ello, no hay fantasía galáctica. Basta pensarlo, basta sentirlo sin dejar a nadie pudriéndose de vejez en La Tierra.
Hay muchos muertos que han visto lo mismo que yo, no es inusual.
Solo es algo accidental, un pensamiento de pasada, ser consciente de que es un jalón del pasado en un bonito momento, con la bruma del silencio y la soledad suavizando la muerte.
Lo embarazoso es pensarlo sin tapujos: soy un cadáver en ciernes.
Es una melancólica realidad que establo y campo no viajan en el tiempo, se han quedado estancados en el pasado. Tal vez, si pudieran, sonreirían pensando al verme: “Otro que va a la tumba”.
Sé muy bien que voy con paso firme hacia la podredumbre y se pueden meter su sarcasmo y vanidad por el culo si lo tuvieran.
La piel de mis manos está más cuarteada que el muro de piedra. Y me gusta.
Yo también tengo mi orgullo, mi orgullo atávico como yo. Tanto que, me pregunto si es mi último otoño, sin melancolía, sin tristeza; solo es un pensamiento casual, una curiosidad.
El final del camino es oscuro como el ataúd cerrado y voy hacia él.
Sin remilgos.
La vida no ha sido como para tirar cohetes con efecto final de palmeras doradas y trueno. No me ha gustado, estoy seguro de que las hay mejores en otros tiempos y lugares, en otros mundos como los de mis sueños.
Alguien podría decir que soy un amargado. Bien, nada es perfecto.
Algo pasó conmigo que no nací bien.
Me largo, bye.

Iconoclasta

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Y una encrucijada que conduce indefectiblemente al mismo lugar y tiempo; como un agujero negro de la vulgaridad.
He emergido de la oscuridad de las montañas para aparecer aquí.
Maldita sea mi suerte…
La lluvia está afuera, pretende engañarme dándole un brillo imposible a lo que no es tierra, creando reflejos, espejismos de un misterio que no existe.
La soledad, el frío y la noche, son dentro de mí.
Las pequeñas luces no importan, soy impermeable a ellas.
Y el puente mal disimula su humillación. Debería servir para salvar el agua del río y ahora es portador de ella. Avergonzado porque no cruza el Aqueronte, porque no hay barquero arrancando aburrido las monedas de las bocas y ojos de los cadáveres, y llevarlos a ninguna parte. Están muertos, no quieren ir a ningún sitio; la muerte tiene una lógica indiscutible.
Los cadáveres no quieren nada; es un lugar erróneo para Caronte.
Por eso llueve, para que el barro los hunda más profundamente en la tierra.
Se me escapa una risa solitaria, como las de los locos que detonan dentro de si mismos y golpean la pared con la cabeza sin que nadie sepa porque. Hasta ahora… Es simple, les pasa como a mí, quieren escapar de si mismos.
Me gusta impregnar la noche con mi frialdad, con mi oscuridad que vence a la luz. A veces hago estas cosas, alardear de lo que nunca he sido.
Soy; pero no sé qué.
He de dar media vuelta y volver atrás, la encrucijada es una trampa para la ilusión: todas las direcciones convergen en la grisentería.
Ha sido un error aparecer en el asfalto.
Ya he visto suficiente, vuelvo a la negrura.
Adiós puentecito triste.
Adiós lluvia tramposa.
Adiós asfalto infecto.
Adiós, río invisible, apenas audible.
Adiós caminos que conducís todos a la desesperante y triste Roma.

Iconoclasta

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Camino en una noche de luna gibosa.
Clara.
La senda parece regada con semen de plata.
Solo.
Y hace frío, frío de verdad.
En un charco helado la luna ha dejado caer un trozo de universo.
Una galaxia a mis pies.
Pienso que me tragará. No es miedo, es un deseo.
Exhalo el humo blanco de las noches frías y los ojos me traicionan con unas gélidas lágrimas. Bajo el ala del sombrero para ocultar mis ojos a la luna; que no vea mi debilidad.
Luego, con la mirada clara y terrible, observo en derredor con la navaja abierta. No sé cuándo se ha abierto, no sé en qué momento ha llegado del bolsillo a la mano.
Temo que un animal se acerque para robar mi libertad, mi soledad y mi universo. Tengo la salvaje certeza de que vale la pena morir y matar por esto.
Piso el hielo con la esperanza de que sea un agujero de gusano y morir en el universo.
Y con el hielo también se ha fracturado mi alma.
Y ha dolido hostia puta. El dolor está siempre en la vida, como un compañero que te odia.
Yo quiero una muerte indolora, por favor… Le lloro a la luna con los ojos ocultos.
Me arranco la lágrima y le doy gracias sin mirarla.
Y camino solitario, nocturno y frío. No es casualidad, no es azar.
Es volición.
En algún momento me doy cuenta de que aún aferro la navaja. Pienso sin alardes que matar y morir es tan connatural como ser libre y solitario.
No te das cuenta y ocurre.
La luna no regala universos a cobardes ni a banales.
No cuestiono mi cordura.
Mañana más, esto acabará cuando muera.

Iconoclasta

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  • La pobreza es inversamente proporcional al peso de la ropa de abrigo: cuanto mayor es la pobreza, menor el peso. Más sudaderas ligeritas.
  • La pobreza es directamente proporcional al número de teléfonos móviles: cuanta más miseria, más usuarios de teléfonos móviles; aunque no abriguen. Mientras leen mentiras en la pantalla, se distraen del frío y la pobreza que pasan y se cubren la sesera con la capucha de la sudadera que da poco alivio. Algo es algo.
  • La pobreza es directamente proporcional al número de vacunados por coronavirus. La fiebre que causa la vacuna como efecto secundario, es calor y gratis. Por tanto, cualquier cosa que chutarse a la sangre y dé calor, bienvenida; ya que sudaderas ligeritas y smartphones no proporcionan el calor necesario para que las neuronas se muevan con alegría.

    Hay algunas cuantas proporciones más; pero me aburro de siempre lo mismo, sinceramente.
    Como cachondeo con tres proporciones hay más que suficiente para trazar el perfil de una sociedad que además de pobre y fría, es absolutamente impermeable a la inteligencia. Está a salvo de semejante contagio como de leer y comprender correctamente un texto o lo que le predican en la tele.

Iconoclasta

El otoño toma posesión del cielo y las montañas.
Y del ánimo de los animales.
Viene cargado con muerte de múltiples y atractivos colores.
Un buhonero de mal agüero.
Y no puedo dejar de desear comprar un kilo de esa bella muerte. Bien para un aperitivo, bien para decorar. El otoño las vende en frascos de barro húmedo, estampado con flores muertas y en agonía, en tonos rojos, marrones y dorados.
Y te cobra una lágrima o dos, cuando te la entrega con los dedos sucios de fango.
Es una preciosidad…
Se pueden ver ya a las cromáticas y bellas tristezas, en sus últimos balanceos en las ramas que una vez les dieron vida y ahora, por orden del otoño, se la niegan.
Los genios tienen un cruento y cruel sentido del arte.
Un réquiem por los bellos cadáveres y un saludo de cauta admiración al maestro Otoño, que hace de las sendas de los bosques y las calles de las ciudades, melancólicos tapices de muerte crujiente, fragante y fresca.
Y todo seguirá muriendo y sus cadáveres se convertirán en cosa negra, así hasta que la primavera haga lo que deba.
No sé si aguantaré tanto tiempo; pero estoy bien así. Y el otoño es bueno para morir, te funde con las hojas sin lamentos.
No temo a la tristeza, temo a la alegría que tiene la frecuencia de la hipocresía y la cobardía.

Iconoclasta

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Soy un espía

Publicado: 6 octubre, 2020 en Sin categoría
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A pesar de la belleza del bosque en otoño no puedo evitar una tristeza que me impregna con suavidad y ternura con la llegada del sueño invernal y sus colores. Es una despedida, un mensaje cifrado en amarillos verdosos, dorados, marrones, rojos, bronces y por fin el gris de los árboles-esqueletos que dibujan líneas quebradas en los cielos blancos.
Dicen los colores en su espectacular tristeza: “Hasta luego, compañero. Si los dos sobreviviéramos…”.
Las hojas caerán muertas de los majestuosos árboles que se convertirán en no muertos de grises claros gélidos.
Lo que hace dos semanas era verde ha comenzado a amarillear; ahora vira al dorado y dentro de unos días, será rojo y marrón. Y un poco más allá, cuando el frío forma nubes con la respiración será el gris de las cortezas lo que domine el bosque. Los rumores de las frondosas copas, se convertirán en crujidos con el viento.
Y así sin darme cuenta, pienso en otoños; porque en los años no hay bellos mensajes de colores de agonía y miedo. Los años son pura banalidad, una invención de los seres que perdieron su lugar en la naturaleza.
Mis otoños no son dignos, solo soy un espía del bosque.
Yo tengo una guarida caliente y alimentos inagotables.
Juego sucio a ojos del bosque, aunque nunca quise hacerlo.
Me deberían fusilar…

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Los humanos lloran ateridos de miedo y emocionados con consuelos pueriles tras la seguridad de las ventanas. Pidiendo piedad a dioses de paja y barro y a seres humanos moldeados con estiércol.

Y mientras tanto las pequeñas flores mueren sin perder un ápice de su belleza.

Lucen hermosas a pesar del viento que las arranca, de la lluvia que las arrastra, del frío que las marchita.

Tienen la fortaleza precisa para ser dignas. Una dignidad que la humanidad desconoce.

Se está bien aquí con ellas, tosiendo, cojeando.

Doliendo la vida, sin más preocupación que ver morir cosas bellas.

¿Por qué nunca mueren las cosas horrendas?

Se está bien aquí con ellas, enfermando con un cigarrillo. Aquí, fuera de los muros con ventanas que guardan seres que la lluvia no puede arrastrar a pesar de no tener fortaleza.

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El invierno crea momentos de desesperanza con la desnudez de los árboles y los escasos verdes que viran al gris.
La desesperanza es de un trágico romanticismo, no puedes luchar contra ella porque te rodea, se mete en ti, te hace suya. Y eres uno con la melancolía y la muerte.
Unidad con los años que pasaron y los que ya no se cumplirán.
Seré una hoja que ha caído seca y fría.
Y es relajante saber que no está en mi mano vivir o morir.
Da paz.
No debo hacer nada, tan solo ocurrirá.
Si acaso, tan solo fumar sin prisas, hasta que el humo ya no salga de los pulmones.
Cadáveres de invierno.
La tragedia tiene un frío halo hermoso.

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Si no escribo ¿dónde lo guardo todo?
Los que mueren solo dejan sus huesos, y no dicen nada.
Tanto peso en mi cerebro… Margaritas a los cerdos cuando la pluma se seque aburrida de no escribir.
Escribir en la calle, cuando el sol se oculta, cuando todos se apresuran hacia sus casas, como si el frío los empujara con su gélido índice. No es algo usual, no es popular hacer las cosas rodeado de oscuridad y soledad. No es festivo.
Escribir así te hace extraño y ajeno a ellos. Y está bien, es lo que busco.
Solo se muere mejor. Nadie debería morir acompañado o asistido, es humillante.
Escribir frente a las montañas que se hacen negras, bajo la tísica luz de una farola que ilumina lúgubremente el papel.
Pobres animalitos, encerrados en toda esa nada… En una jaula ciega.
Pobre yo que no muero con ellos y me hace cobarde.
El hecho…
No, los hechos son que la vida importa una mierda, escribir no es fructífero, no tiene sentido especular sobre la oscuridad total. No hay nada que entender, la muerte no es prismática.
Y dormir es el didáctico ensayo de morir.
A ver si hoy lo hago bien y no sueño; sería perfecto.

Iconoclasta

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Me gusta el frío que atasca el mecanismo del bolígrafo obligándome ha girarlo con más fuerza de lo habitual para convertir mi pensamiento en algo tridimensional (o sea, para escribir… A veces me paso dos pueblos con la retórica. Más que deformación profesional es torpeza congénita, es un asco tener esta verborrea literaria).

El frío hace las cosas deliciosamente difíciles porque te lleva a sentir un instante de aventura en una vida aborrecible en su uniformidad.

Por cierto ¿dónde estás, cielo?

Nunca lo sabrás porque es tarde para mí, para hablarte al oído; pero hasta en los momentos más tranquilos e intrascendentes, cuando no debería molestarte por mis babosadas, ocurre que pienso en ti.

Y no pienses que te comparo con un bolígrafo, piensa que me atascaría dentro de ti… Ñam…

Cómo me gustaría verte sonreír al leer esto, amor.

Sigo caminando, hasta siempre, cielo.

Que tus braguitas estén húmedas… Ñam…

¿Ves? Es que no puedo tener la pluma (o lo que sea) quieta.

Muaaaaaaaaaa…

Iconoclasta

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