Posts etiquetados ‘pensamientos’

El cielo cambió en los inicios del 2020. Con el coronavirus o covid perdió el vibrante azul, su saturación. En plena alta montaña, al pie del Pirineo Catalán se hizo lechoso; triste, sucio, tuberculoso.
Fue durante los encarcelamientos nazis del coronavirus cuando empezó a marchitarse su color.
Incluso temía padecer un principio de cataratas. Mi hijo acostumbrado al cielo sucio de la ciudad de Barcelona, no apreciaba el cambio de matiz.
Era angustioso mirar ese azul pálido y enfermo todos los días.
Cuando levantaron la prisión para la clase trabajadora y lo pude observar lejos de la ciudad, pensé: “Esto es una mierda de cielo, hijos de puta”.
Ha tardado tres años en recuperar su color. En un proceso lento, en los que he podido ver como intentaba ser azul hermoso de nuevo; pero no podía, como si estuviera muy débil.
Ahora, puedo decir que vuelve a ser el mismo. Fotografío mucho, no es algo que me pudiera pasar desapercibido.
Lo que pienso de ello me lo guardo, porque sería dar demasiada inteligencia a los jerarcas nazis que impusieron la nueva dictadura propagando una enfermedad (covid) que mató más personas por los decretos y acosos criminales de los políticos del resurgir del nazismo, que por su patología.
Mi cielo estaba envenenado, contaminado. Rociado con un aerosol blancuzco, con una neblina sucia. Enfermo, tísico.
Y desde finales de este invierno, al fin ha surgido su potente azul de nuevo.
No hay nada que me haga pensar que es un acto de dios o un accidente climatológico.
Soy demasiado viejo para creer en cuentos de hadas y casualidades.
Ese cielo enfermo del 2020, de un azul tísico pasará a la historia de mi vida como el cielo nazi del coronavirus.
Algo sucio, algo pornográfico hicieron con mi cielo.

Iconoclasta

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Me gustan esos repentinos silencios que me hacen creer por unos segundos que el planeta y lo que contiene se ha detenido. Un breve espejismo de paz en la granja humana.
Un regalo al azar.
El silencio es soledad y serenidad.
No precisas decir u oír nada.
Es el perfecto ser.
Solo te diferencias de una estatua por la respiración.
Y los ojos cansados, cerrados.
La diferencia entre un budista y yo en el silencio está en que no busco nada.
No necesito mejorar, trascender o encontrarme conmigo mismo.
Ni controlar emoción alguna, porque estoy íntimamente fundido con el planeta.
Hay aves que me siguen piando durante breves trechos saltando de rama en rama.
Tal vez quieren arrancarme un sonido. No pueden creer que una bestia que respira sea tan hermética.
Y yo no me explico como he llegado a tener tantos años acumulados en mis huesos. Por qué la vida no me dejó tiempo atrás.
Le hablo demasiado al universo y no le daré tiempo a darme las respuestas que no quiero escuchar. Yo hablo y él que escuche. Cuando pretenda responder no existiré.
Sé jugar bien mi brevedad.
El universo es un vertedero de luz vieja, de algo que sucedió. Una luz innecesaria y falta de energía.
Y quien lo mira demasiado un día no sabrá siquiera que ha muerto. Y el infeliz esperará el próximo amanecer con ansiedad.
Nunca llegará.
Lo único que me fascina del universo es su sepulcral silencio que dicen que tiene.
Más que silencio es simple muerte, eso es trampa.
Estoy seguro de que si el sonido se propagara por el cosmos, no habría vida alguna, no sería posible la vida en ningún lugar con todo ese fragor de destrucción y desintegración.
¿Cuál sería el sonido de las galaxias y planetas venenosos?
No importa, es solo un pensamiento silencioso entre caladas de tabaco que no requiere respuesta.
A veces pienso que soy cruel con mi desdén hacia el universo, arrasando atávicas ilusiones.
No puedo evitar una sonrisa taimada y vanidosa por ello.

Iconoclasta

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Los caballos tristes, hastiados de tan poco espacio para galopar, cansados de la humanidad que los observa, hartos de siempre el mismo pasto; se vuelven de grupa a la gente.
Están cansados de los humanos apostados ante la alambrada electrificada. De que les pidan acercarse para ser tocados.
Yo también le doy la espalda a mis opresores y me alejo cuanto puedo de ellos; y puedo alejarme más que los pobres caballos.
Están tan habituados a los humanos que, a pesar de la tristeza que les cubre el pelaje, no pueden alejarse de la alambrada. De aquellos que los privaron de su esencia animal.
Los humanos hacen lo mismo consigo mismos, a pesar de la necesidad de intimidad y espacio se amontonan en los mismos lugares. Se aborregan en pequeños espacios aunque saben que es indigno.
Sus almas se han infectado también.
¡Pobres, caballos! Les rompieron el alma.
No me gusta que los animales tristes no se alejen de quien les pervirtió su esencia.
Y me gusta que se acerque, en secreto, cuando nadie nos ve el que está en pie. Y se deje dar un saludo en la cara.
Hay una escalofriante y tristísima semejanza entre los caballos melancólicos y los humanos grises.

Iconoclasta

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El vendedor me preguntó:
¿Qué quieres grabar en la tapa?
Que todo rumbo es incierto, le contesté con cierta desgana, con cierto cinismo.
Qué razón tienes…, dijo.
No quisiera tenerla, sinceramente.
Bueno, te llevas una brújula preciosa, dijo alegremente.
Yo quería que ella me llevara a mí, le contesté con sonrisa astuta.
Pues en tres o cuatro días la tienes. ¿Algo más? ¿No? Son 155, zanjó la cuestión.
¿Tu nombre, dirección o teléfono?
La dirección no la sé por eso te compro la brújula.
¡Jajajaja!
Yo también reí.

Iconoclasta

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Las violetas son flores otoñales, pequeñas y abundantes, tan fuertes como bellas.
Los colores del otoño son sólidos y radiantes, tal vez como rebeldía a los grises que pronto traerá el invierno cubriendo la tierra y los seres.
Las pequeñas lilas son inconformidad. Florecen cuando la savia de los árboles bombea la última sangre y más espesa a sus hojas tiñéndolas de rojos trágicos, marrones y dorados; para al final morir en una bella tragedia. Cuanto más muere el bosque, más lucen estas pequeñas sus aparatosos violetas. La desgracia de unos seres es el placer de otros. Y también de una dulce melancolía que propagan todos esos millones de muertes incruentas.
Tal vez las margaritas áster saludan al frío, alegres de que se aleje ese sol abrasador omnipresente e inagotable que ha desecado la tierra y el pensamiento mismo.
Cuando las lilas, violetas y cardos lucen su radiactivo color, las lagartijas dejan de cruzar los caminos y trepar por los muros. Como mini dinosaurios que vuelven a extinguirse. Es un poco triste el paseo sin ellas…
Los cuervos no temen al frío o al calor, graznan malhumorados todo el año. Siempre tornasolados, metálicos. Inteligentes. Son la banda sonora del letal silencio del invierno.
Y ocurrirá que las pequeñas flores de otoño morirán cuando llegue el riguroso frío. Se marchitarán bajo la grisentería que enferma el bosque todo; haciendo de los árboles esqueletos con los brazos elevados al cielo pidiendo piedad.
Pisando hojas muertas me pregunto sin tristeza y con curiosidad si será el invierno o la primavera quien me marchite. Si pudiera elegir, quisiera caer muerto en el camino; preferiblemente en invierno. Hay menos gente, los cadáveres somos celosos de nuestra intimidad.
Me parece un final feliz.

Iconoclasta

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Esa libertad e impunidad que da la guerra para vivir y matar indiscriminadamente debe ser tan maravillosamente adictiva…
Yo quiero…
Solo debes pensar que estás prácticamente muerto.
Y todo aquel que mates, es un placer que obtienes antes de que tu cuerpo empiece a pudrirse.
Es mejor que follar.
Después de pasar decenas de años encerrado en una ciudad-pocilga, acosado por los sebosos cerdos del estado como presidentes, ministros, jueces, policías, sacerdotes, etc… La guerra y su salvaje libertad de matar a quien te plazca y que además te paguen (lo que sea por ello), es un auténtico oasis en la vida.
La definitiva culminación como ser humano.
Matar y saquear…
Para correrse.
No le veo dignidad ni ventaja alguna a la cobardía del pacifismo; pero entiendo perfectamente que los borregos balen cuando sienten a los lobos.
Al final, después de tanto conocimiento y sabiduría, resulta que lo que más ansío ahora es un guerra; sin importar cuanto pueda durar yo en ella.
Cualquier cosa que destruya esta sociedad podrida y sus habitantes, es mejor que vivir como un triste puerco bañado en mierda, controlado por las asfixiantes leyes de jerarcas, sacerdotes y jueces hijos de puta.
Todo el puto estado muerto y los que lamen sus genitales también decapitados.
Hemingway sabía bien lo que decía.
En una película alguien llevaba un collar con orejas humanas cortadas a los que asesinaba o cazaba, yo no lo llevaría por lo maloliente; pero me hace sonreír con ternura.
La joie de vivre… C’est la vie.

Iconoclasta

Creo en la violencia como solución a un problema de libertad y de superpoblación de mamíferos rumiantes humanos.
Si nadie mata o se alimenta de una especie, ésta se convierte en plaga.
Y se devora a sí misma.
Con hambre y ferocidad insectil.
Paranoicamente.
Es tal la degeneración humana alcanzada, que nacen especímenes con la terrible enfermedad de nacer con un sexo erróneo. Y se mutilan el cuerpo para convertirse en algo indefinido y vivir malamente.
Monstruosamente hasta morir.
Otros lloran sin saber por qué. Otros nacen con una cobardía patológica. Otros absolutamente inmóviles y se dejan agredir. Otros se alimentan de otros como parásitos para evitar un cansancio. Otros con una debilidad indigna. Otros con un cerebro infantil en plena madurez orgánica…
No existen médicos que puedan tratar esta profunda degeneración mental y física; enfermedades o malformaciones producto de una endogamia planetaria. De la colosal e irreversible decadencia humana, del fin de la especie.
Ningún intelectual hubiera pensado jamás que el fin de la humanidad pudiera ser tan indigno y con una agonía tan larga.
A seres no aptos para la reproducción los fertilizan artificial y tramposamente. Con lo que surgen generaciones que no deberían haber nacido por imperativo natural.
No solo no existe la selección natural en la especie humana, sino que se ha pervertido incluso la reproducción.
Y es imposible que pueda surgir nada bueno de ello.
Se reproducirán exponencialmente como decadentes organismos fallidos si una tormenta solar de gran magnitud no arrasa la vida en La Tierra.
Es terrible…

Iconoclasta

No entiendo porque los cementerios no expulsan los restos humanos cuando hay un terremoto. No he visto nunca una foto de semejante situación, de ahí mi angustia.
No sé, es que me gusta el arte disruptivo por llamarlo de algún modo, es demoledor valga la redundancia. Las cosas rotas por una catástrofe tienen una gracia especial de las que carecen las erosionadas lenta y tontamente por la naturaleza.
No es una cuestión de malsano morbo, simplemente lo imagino como una fantasía para conjurar un poco esta leprosa mediocridad de la cotidianidad.
Una vez jugueteé con un hueso humano que había entre las ruinas de un cementerio roto; pero me gustan más los de las vacas, son más contundentes. Luego lo tiré con displicencia y aburrimiento para fumar más cómodamente.
Si hubiera encontrado una calavera, me la hubiera llevado, fijo.
En fin… Lo que me gustaría es contar, de forma coloquial y amigable a algún conocido, la siniestra experiencia de que he visto trozos de esqueletos a cielo abierto entre tumbas rasgadas y lápidas hechas pedazos, una buena aventura que relatar en lugar de hablar de médicos y tiempo.
Tengo muertos en el cementerio; pero no me afectaría que sus esqueletos salieran a la luz.
Por los cadáveres no tengo aprecio o desprecio alguno, son cosas que ya no representan nada de la gente que amé y odié, porque es muy importante saber que lo que odiaste está muerto, es una alegría de la que no deberías prescindir jamás.
Es una costumbre folclórica venerar los cadáveres; pero está visto que nací con pelaje impermeable a los ritos populares.
Será porque soy muy imaginativo y nada puede superar lo que mi mente crea.
Así que no necesito saludar cosas frente a las tumbas, cuando en mi poderoso cerebro, están como la última vez que los vi vivos.
La verdad es que soy mi propio dios castigador y resucitador.
Y es otra forma o dimensión de ver la vida menos aburrida, con más gracia.
Porque, sinceramente, las fotitos del dichoso James Web (nombre imbécil donde los haya para un telescopio o un gato) son lo más ñoñas, repetitivas y aburridas que publica la prensa diariamente para llenar los huecos en sus páginas web cuando se les acaban las mentiras del día.

Iconoclasta

La esperanza es la pequeñísima partícula de una sonrisa que quedó viva tras una devastadora tristeza.
Es una risa en un velatorio. Una risa lacrimosa, como de locura.
También sonríe el que ve próximo el fin definitivo a su sufrimiento, morir…
La esperanza es la última sonrisa posible antes de que la vida gire brutal en la dirección que intuimos, sin remedio. O a la muerte.
Es despertar de una pesadilla; pero no garantiza que no despiertes en otra. Simplemente da esos segundos de paz necesaria para no romper la mente tan golpeada ya en añicos. Ya cansados de tanta mierda, de más de lo mismo que no cambia nunca. Como el ratón en la noria… Es lógico que la esperanza sea una sonrisa del delirio.
Y pobre del que tiene muchas esperanzas, porque ha debido sufrir mucho.
La esperanza es tan solo una caricia en el ánimo ante lo inevitable. No es salvación, solo azúcar para rebajar la amargura. Mejor que duela poco que mucho, debas vivir o morir.
No sé porque; pero el dolor siempre es mucho, la vida te lo regala generosamente, junto con el asco, el hastío y el semen que se enfría muriendo a los pies de tu sórdida y oscura soledad.
El sufrimiento, la tristeza no te hace fuerte, te mina poco a poco los cimientos del pensamiento y te derramas entre ellos como la arena de un reloj roto ya entre los dedos, te desintegras y ya.
De pequeño, un médico me arrancó una uña del pie con unos alicates; pero no sobrevivió en mí ninguna partícula de alegría. No sabía cómo hacerlo para escapar del mundo, estaba rodeado de dolor, no había salida. Recuerdo a mi madre con la mano en la boca y yo muy lejos, a kilómetros de ella en aquella enorme camilla de ambulatorio. Tal vez la esperanza, esa partícula de una sonrisa estaba en la uña que me arrancó. Y era muy niño para saber del dolor, no sabía lo que iba a pasar.
No puedo evitar sentir vergüenza de aquella inocencia. La inocencia es un vidrio en la tierra que no ves, que no conoces su existencia y descalzo, pisas con fuerza creyéndote muy fuerte de mierda, infantilmente orgulloso. Y además del dolor, haces el ridículo.
Soy el gato que confiado de su agilidad se precipita y muere. Lo fui durante un breve tiempo, el dolor enseña quieras que no.
Y odio el ridículo más que la esperanza.
Cuando un dolor o una tristeza te cogen desprevenido, te das cuenta de que las esperanzas siempre llegan tarde y solo son polvos cosméticos.
Así que en lugar de esperanzas, fórjate en lo peor sin ser derrotista. Sé boxeador o torero, mientras estás de pie solo necesitas respirar para golpear y fintar, el resto ya lo comprarás si puedes.

Iconoclasta