Posts etiquetados ‘realidad’

Nació para ser amada, con la carne y la piel que cubre y protege su pensamiento perfectas. Cálida y sedosa su mirada y sus urgentes labios.
No puedo creer estar amando a una diosa. Solo ocurre en las películas.
Sin embargo, me rebosa agua ácida de los ojos. Se me irritan y el mundo se hace difuso.
Una costura se ha rasgado en el tejido de mi mediocre existencia y ha hecho mierda mis defensas.
Es lógico que plante los pies en el suelo. Podría elevarme hacia ella, por ella.
No puedo permitirme soñar despierto, debo afianzarme a la tierra.
No soy pájaro, cometa o meteorito. Sino una piedra tallada por las presiones telúricas y los volcanes.
A menos que te quede un respiro para la muerte, no importa fracasar y caer.
Y aún no siento ese olor a moho en mis pulmones que deja la muerte cuando está demasiado cerca. Huele como las hojas que se pudren con la escarcha invernal. Las que piso con la firmeza de mi peso y la ingravidez del amor.
Se me desprende la carne de los huesos por su poder de atracción gravitacional.
Amar duele.
Quiero ir, llegar a mi estrella.
Pase lo que pase, cueste lo que cueste.
Soy un asteroide al rojo camino a la desintegración. Mi diosa no lo quiera…
Y antes de seguir con mi letanía de amor y deseo, me aseguro de nuevo que los pies sigan ahí, pegados en la tierra.
Caer duele millones de lamentos luz.
Y el dolor no aporta misericordia ni dignidad a la mística tragedia de amar.
No puedes curarte con aceite hirviendo una quemadura.
Desea a gritos, pero no dejes la tierra, no te separes de ella. Toda una vida llena de grisentería no puede tener un final feliz.
Ni lo sueñes.
Me digo que es un espejismo; pero no resulta y es más doloroso. La vida sin ella duele más.
Solo sé que soy un pensamiento perdido en la muerte gélida y árida del cosmos, un astronauta desecado y congelado sin posibilidad de putrefacción desintegradora.
Soy un trozo de plástico espacial.
Y un viaje incierto a un destino ineludible.
Porque si no amas ¿cómo vives?
Siendo un mierda.
Me fascina cuando se estira desnuda y felina entre las sábanas, ronroneando universos extraños e intensos, hambrienta de ser tomada. Imaginando su piel cubierta por el deseo y el coño palpitando en una ascensión a la cima del placer violento y animal.
Aquí en la tierra fría, mis pies parecen hundirse; fundirse con el calor que produce su tormenta de amor solar.
No puedo dejar de evocar mi semen deslizándose entre lo más prohibido y secreto de sus muslos, un goteo viscoso que se bebe la sábana cálida que la sostiene.
Mis pies en el suelo…
Y me duele el corazón de luchar contra su tirón orbital.
Durante unos minutos permanecemos en silencio. Recuperando el aliento y retornando suave e inevitablemente a la realidad con el corazón pleno y el coño agotado, ahíto de placer. Mi pene decreciendo, escupiendo algún semen residual, humillado silenciosamente ante la diosa.
Con leves jadeos se desvanece la violenta lujuria que nos abandona a un amor relajado y caníbal.
Observo sus pezones aún duros mojados de mis labios.
Es mía, mi diosa…
Y un pie se alza traidoramente. Me apresuro en contraer los dedos en la bota haciendo un puño para dar potencia a la pisada, si eso es posible.
Peso lo que peso…
Es mi desesperación y tortura, un castigo a mi impío amor que detesta y ofende a la humanidad y sus interferencias constantes entre ella y yo.
Soy una triste mitología.
Somos de la misma especie: el amor nos hace feroces, desinhibidamente irracionales.
Pero tengo mis limitaciones, no soy un dios y si dejo la tierra que me mantiene vivo también perderé lo poco que tengo de ella.

Iconoclasta

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Y soñé que te besaba. De repente.
En un mundo penumbroso. ¿O tal vez indefinido?
¿Qué importa el decorado si te tengo?
Sabía que era sueño, como si una parte de mí estuviera despierta, observando con tristeza un amor que no traspasa la frontera hacia la realidad, hacia la carne táctil.
A posteriori, cuando aún hierven las imágenes del sueño tras despertar; me preocupa, me desconcierta que no sea mi rostro, ni mi cuerpo en lo onírico. Me reconozco en sueños, sé que soy ese que te come de amor, no hay duda porque estoy tras sus ojos y pienso desde dentro de él; pero tampoco existe un mundo y una luz igual en la realidad.
Cuando despierto, siento el peso de perderte.
Temo ese momento.
Me desconcierta la luz oscura de mis sueños y los paisajes indefinidos y grises. Calles y lugares desconocidos… ¿De dónde salen? Nunca sueño lo que conozco, salvo a ti.
Me alarmas el corazón porque contigo traes luz a mi inconsciencia.
Soy un ser oscuro. No lo digo con tristeza, solo afirmo.
Y me confirmo.
Soñándonos tenía miedo, una tristeza pegajosa en mis ojos cerrados, una desazón indescriptible ante el inminente amanecer que catapulta chorros de luz reales iluminando mi fracaso vital.
La vigilia se convierte en una ventana con vidrios rotos y afilados.
No podía distinguir mis labios de los tuyos de tan fundidos entre sí. Era perfecto.
Presionaba mi pene duro contra tu vientre para que supieras la dura excitación que escondía mi ropa. Y tú apretaste la pelvis contra mí para sentirlo más.
Se escapaban gemidos entre los hilos de baba de las bocas. Tampoco era capaz de distinguirlas.
No sé en qué momento nos desnudamos y follamos, porque me dormí dentro de mí mismo.
Desperté por la frialdad pegajosa del semen en mi vientre y la sábana. No me limpié, lo extendí por los testículos acariciándome, intentando volver al sueño.
Cerré los ojos colocándome a un lado de la cama, dejándote un espacio para cuando llegaras al amanecer. Y eyaculé unas lágrimas por mi inusitada inocencia que me hacía inquietantemente loco.
Amaneció, desperté y no estabas.
Otra vez…
Tu lado de la cama estaba vacío y no olía a ti. Estaba frío como el semen que me despertó en otro tiempo, aquellos minutos atrás que fuiste dueña de mi sueño todo.
Ahora tomo un café y fumo mientas sisea el gas por los fogones apagados de la cocina.
Amar agota.
Lo agota todo.
Los sueños son de una bella crueldad. Ojalá al morir me hiciera sueño.
Si hubieras llegado, habrías cerrado los mandos de la cocina salvando mi vida.
¿A que soy un miserable?
No sientas mi muerte.

Iconoclasta

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No se puede entender el amor como ocurre en las películas, la literatura, la música o el arte.
Se debe tener muy presente, porque las artes existen para evadirse de la realidad. De la mediocridad.
Ir a un museo o al cine para ver más de la misma decepcionante realidad sería un asesinato a la imaginación.
El amor real (si lo hubiera) no alimenta el cuerpo ni construye decorados preciosos.
El amor real se diluye, se asfixia con mil y un problemas que lo sepultan todos los días a lo más ignorado del pensamiento. Cuando el amor debe compartir espacio con la supervivencia, ésta lo pisa, le mete la cabeza en el barro. Porque la supervivencia es feroz, nada puede oponerse a la instintiva lucha por la vida.
Podríamos pues, concluir que el amor, el romanticismo es el producto de una sociedad acomodada, ergo decadente. Tal vez… Pero para eso existen las artes y el cine, para proteger el amor de la decadencia y la indignidad.
Y la dura realidad es que solo unos pocos privilegiados decadentes pueden vivir del amor bohemiamente.
Además de esto, el amor es sesgado porque el hedonismo va de su mano. Y la búsqueda del placer per sé, es una de las grandes aspiraciones de cualquier ser humano.
Es lógico pedir otro amor, y otro, y otro. Renovación. Es tan bello tan trascendente que, sería estúpido castigarse, castrarse.
Y también es cierto que la lealtad es una virtud hermosa: ahí radica también la lucha, la tragedia de amar.
El mundo, la vida está llena de posibilidades y cuanto mayor es la imaginación, las ansias de amar son más voraces.
El único amor, esa unión religiosa de por vida, es una imposición de los poderes políticos, religiosos y económicos que pretende limitar la felicidad y el placer para dedicar todo el tiempo de vida posible del trabajador al enriquecimiento de los que ostentan esos poderes.
Tampoco hay que confundir la búsqueda de amores con la poligamia; el amor debe ser único en su justo momento, es su naturaleza voraz y acaparadora; fiel hasta que se extingue y dure lo que dure. La poligamia es solo ganadería, reproducción. Putas y putos en un corral de gallos y gallinas ponedoras que follan como si cagaran.
Necesitamos la literatura, las películas, la música y las artes para que nuestros sueños e ilusiones adquieran el tinte de la posibilidad, aunque solo sea por un par de horas un día en el cine, frente al televisor, escuchando esa música preciosa que nos transporta a un tiempo y lugar que está lejano, tanto en el pasado como en el futuro. Un par de horas de amor hermoso en esta vida inmersa en una sociedad venenosa que es pura mezquindad y mediocridad, puta mentira y abuso.
Y estafa.
Hay mentiras hermosas por las que vale la pena abandonarse un tiempo y solazarse en una desinhibida ingenuidad.

Iconoclasta

A veces la melancolía me traiciona y abandona a la deriva de aquellos pocos recuerdos inocentemente ingenuos que me dieron fuerzas para crecer intelectualmente. De soñar.
Mi primer ataque de melancolía ocurrió sobre el inicio de la adolescencia, por alguna emoción difusa que no puedo detallar, algo relacionado con la envidia de los otros, de los ajenos a mí. Me llevó a pensar que la vida era hostil y que mis sueños se quedarían solo en eso. Y de repente, eché de menos mi infantil ignorancia y asistí a la muerte de mi niñez.
La primera envidia que te ataca y la primera mentira arribista, es lo que lleva a la primera crisis de melancolía.
Aquello que soñabas, con la súbita comprensión se hace añicos y el mundo es invadido por una escala de grises que hace de la piel cemento. Como mis sueños de sombras entre sombras.
La verdad es un trallazo que decapita los sueños.
Un profesor dijo de mí que era extraño. No fue un cumplido, fue despectivo.
Y yo me sentí bien, vanidosamente bien.
Morir no tiene gracia; pero vivir sin magia, tampoco.
Ocurre que todas las células del cuerpo piden vivir, y te dices: ¡Qué mierda!
Y fumas y ensucias todo lo que puedes; como sucio y gris me hizo sentir algo un día que parecía luminoso y de brillantes colores.
El mundo y yo somos dos vecinos mal avenidos: él me cobra un alquiler abusivo y yo tiro las colillas a su patio, ensuciándoselo.
Y así hasta morir.

Iconoclasta

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No la sueño

Publicado: 17 junio, 2019 en Sin categoría
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Jamás he soñado con ella, nunca la he besado mientras duermo.
Cuando duermo, no existe el mundo ni ella. Ni siquiera yo.
Todo es irreconocible.
Todas mis ilusiones, deseos, carencias y tristezas de amarla las vivo despierto, las sueño con los ojos abiertos desdoblando en dos hemisferios la realidad.
No puedo dejar de pensarla cuando soy consciente. Incluso temo irritarla a pesar de que mis divagaciones son mudas.
Así adquiere sentido que dormir sea un descanso tan necesario para la mente como para el cuerpo.
Debe ser por esto que mi cerebro rechaza el mundo al dormir; pero sobre todo a ella que consume tanta energía durante el día que lo deja exhausto. Y se protege negándola durante el sueño.
O se repone o se rompe de tanto amarte, cielo.
A veces consigo despertar del profundo coma de la noche para pensarla, preguntarme dónde estará, qué pensará. Y si al día siguiente habrá un momento de intimidad para susurrarle algunas palabras de amor.
Luego duermo profundamente un poco más tranquilo. Otras veces me es imposible cerrar los ojos a su presencia y fumo para cauterizar heridas internas de tristezas y ansias, hasta que los ojos se cierran solos y el cigarrillo hace crepitar dolorosamente la piel de mis dedos.
Nunca has sido parte de mis sueños, siempre has sido mi realidad.
No es alarde ¿sabes, cielo? Simplemente es algo que no puedo evitar, es algo que me ocurre, como una bendita enfermedad.
No sé si es más romántico soñarla; pero no puedo elegir.

Iconoclasta

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A dos renglones de vida

Cuando muera y deje de existir ¿qué será de mí sin ti? Porque no habrá nada que contenga todo este amor que a duras penas me deja caminar, casi arrastrarme hacia ti.
No seré responsable de convertirme en una bola de fuego incinerador, una nube dejando caer cuchillos de hielo. Un humo radiactivo.
O un viento que ruge tu nombre arrancando la piel de los seres humanos.
¿Qué será de mí sin ti? Todo este amor… Tantas promesas de estar juntos toda la eternidad.
Desoímos la decadencia del cuerpo, no por ingenuidad; solo por supervivencia y evitar la mortificación de pensar en no tenernos un día.
Este que ha llegado para mí.
Te dejo sola, mi amor.
El corazón apenas late un segundo y se detiene cuatro.
¿Sabes lo que cuesta respirar? Los pulmones plegados como las alas de un murciélago durmiente.
Y la ira de dejarte…
No puedo combatir la fulgurante descomposición de mis células. Cuando lucho por tomar aire, me olvido de que te amo. No pienso en ti cuando llevo la mano al pecho y golpeo el corazón para arrancar un latido más.
Perdóname.
Duele un millón morir, cielo.
Te escribo en una agonía de cuerpo y amor, cuando llegues a casa seré cadáver.
Abre las ventanas, no respires el vacío que he dejado; podría ser malo.
Temo ser tóxico sin ti.
Te podría escribir que si encuentro algún medio para volver a ti, lo haré. Volveré contigo…
Pero morir es tan terrible que no puedo ejercer la esperanza o la fantasía, mi amor. Vivir un segundo más anula toda otra consideración.
Cada vez soy menos y veo el mundo por las rendijas de los párpados que apenas puedo mantener abiertos. Lo escrito desaparece dos líneas más arriba.
Dos renglones me quedan de vida, de amarte.
No he sido eterno, mi vida.
No nos engañamos, ¿verdad?
Pero fue hermosa la fantasía.
Y era necesario un grado de ilusión entre tanta realidad.
Te amo, ahora, en este último renglón de mi vida.

 

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Solo carne. Junio 2017. Tel Samsung.
Hay momentos en los que no puedo dejar libre la imaginación y he de ser real.
Tranquilizadoramente pragmático.
No tengo alma, solo soy carne.
Un cerebro a veces lerdo y otras ágil.
Depende de la química.
Depende de lo comido.
Soy un pene fláccido y otras veces erecto.
Depende del cansancio y del dolor.
Depende del amor.
Depende de la brutalidad.
Soy carne, vísceras y huesos.
No hay alma en mí.
Mi pensamiento es un caos de reacciones eléctro-químicas.
Lo sé porque cada noche, un segundo antes de apagar la lámpara, solo queda de mí unos objetos en la mesita.
Cuando muera será exactamente lo mismo. Quedará mi carne sin pensamiento dentro.
¿Es acaso el sueño un entrenamiento para morir?
Y solo trascenderá lo que quedó ahí: el tabaco un boli y papel.
Muerto no encontraré a nadie que deseo y amo, porque lo inexistente es inoperante.
Es necesario escribir lo obvio para la que imaginación no asuma el mando.
Para no enloquecer ingenuamente.
Y sin dignidad.
No puedo imaginar un pensamiento sin cuerpo. ¿Cómo se la metería a mi amada en caso de encontrarnos más allá de la carne?
¿Cómo besar sus labios, los cuatro, si son inexistentes?
Todo lo que no he conseguido será mi vergüenza y pesar durante esos segundos que tardan en extinguirse todas esas reacciones corporales.
Y si no hay alma, la bondad o la maldad son cosas que no se deben considerar en la vida. Solo el fin. La firme decisión de lograr lo que se ansia mientras existe el pensamiento.
El alma reside en las manos, en los ojos, en la nariz, en el cerebro. La carne está empapada de pensamiento. El semen es una idea espesa que se desliza lenta y se enfría rápidamente sin ella.
No esperes encontrarme cuando mueras tras años de haber muerto yo.
No soñemos con encuentros espirituales. Duele.
Es dolorosa la bendita mentira.
El pensamiento se corrompe antes que la carne.
Y no existe premio o castigo por los actos vitales cometidos u omitidos.
Por eso odio con la misma pasión que amo.
Y clavaría una navaja en un ser vivo con la misma obscenidad y brutalidad con la que te penetro.
Ante las cosas que quedarán en la mesita de noche, nadie podrá decir si fui bueno o malo.
Y ante la carne corrupta, no se consideran esas cosas. Hay que enterrar lo que apesta.
Y solo se podrá concluir que fui carne y huesos.
Tengo este momento de valentía y lucidez para reconocer lo que soy y lo que no ocurrirá.
Y escribo tranquilo, escribo bien. Dos veces bien ante la verdad sin subterfugios dulcificantes. Soy demasiado hombre para todo.
El humo del tabaco se filtra por dentro de las lentes de las gafas y me irrita los ojos dándoles apariencia de tristeza. En realidad desearía que el humo tuviera cuerpo para poderlo asesinar.
No tengo espíritu.
Solo soy acción y reacción instantánea, irreflexiva e instintiva.
Amarte es mi acto egoísta, porque todo vale y nada importa por estar junto a ti. Dentro de ti. Envolverte con mi pensamiento cárnico y carnal.
Cuando muera dejaré de amarte.
No existirás.
Es necesario decir lo obvio en voz alta o escribirlo con el puño tenso en el papel y así, odiar y amar a plena potencia y desinhibición.
Ser consciente de que lo que no ha ocurrido en la vida, ya no pasará.
La única eternidad es esa mesita de noche reflejada en mis ojos, si quedaran abiertos al morir.
Abiertos como los de los peces en el mostrador de un mercado.
Opacados a la vida…
A veces siento la locura de amar y otras me conformo con ser cruel.
Soy electro-química nada más.
Un reacción-pensamiento voluble, incontrolable y efímera.

 

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Realidades y virtualidad

Conversaba con una amiga y lanzó una cuestión: ¿Imaginas cómo sería si confundiéramos entre la realidad verdadera o una virtual? ¿Cómo podríamos diferenciarlas?
Lo hermoso de esta cuestión es el lado romántico; donde ausencias y secretos contados a grandes distancias, imprimen un sello onírico donde el pensamiento acepta posibilidades imaginarias que la realidad impide con saña y crueldad. Es una necesidad para desarrollar el amor. Siempre ha sido narcótico amar.
Sin embargo, profundicé y pensé: ¿Quién puede tener problemas con ello?
(Me es inconcebible: yo escribo y creo pesadillas, amores, obscenidades… No quedo atrapado en ellas, ni en mis introspecciones destructivas).
La realidad virtual no existe, no como sueño, no como imaginación, no como posibilidad.
Y razono que se trata de la eterna lucha entre lo objetivo y subjetivo. Dos realidades que se confunden a menudo.
Lo «virtual» es una cuestión semántica adaptada a la tecnología.
La realidad virtual consiste en identificarse en un mundo artificial, desarrollar las propias emociones y sentimientos en un lugar que otros han fabricado. Y vivir ese mundo consciente y voluntariamente por un tiempo prefijado por el fabricante.
La realidad subjetiva es involuntaria y se forma con los deseos, miedos y carencias propias durante la vigilia, la vida cotidiana.
No es virtualidad, es idealización, conveniencia inconsciente.
Hay colores de cabellos y ojos que cambian según quien y en que momento los observe.
La realidad objetiva, hace de un ladrillo, lo que es: un ladrillo.
Algo mensurable y táctil, sin errores de concepción ideológica.
Y la imaginación podría hacer del ladrillo una obra de arte. ¿Sería posible creerse la propia mentira y usar el ladrillo como elemento decorativo en la mesita de noche? No, se quedaría en puro esnobismo. Algo insostenible para una mente bien formada.
La realidad virtual es un juego fácil y limitado. Un pasatiempo en el que no existe el quebranto emocional e irreal de un sueño.
Lo preocupante sería creer que nuestro sueño fuera la realidad, si eso es posible. Porque cuando agonizamos de angustia en un sueño, o cuando estamos en un éxtasis paradisíaco; despertamos. Y unas veces nos encontramos tirados en el fango de la realidad y otras, nos alegramos de encontrarnos en ella.
El despertar y adquirir conciencia es un paro de emergencia que evita la locura, el colapso del cerebro.
Lo que sí es cierto, es que un sueño puede condicionar nuestro pensamiento consciente durante un tiempo, la duración de esa perturbación depende de la intensidad de lo soñado.
Y vuelvo a pensar: ¿Quién puede tener problemas con ello? ¿Quién puede confundir objetividad, subjetividad, virtualidad o sueño?
Son preguntas retóricas, porque conozco las respuestas:
La inteligencia, la imaginación y la capacidad intelectual de analizar lo que ocurre en nuestra mente o en la periferia, solo está presente en una ínfima parte de individuos.
La humanidad en general, se nutre emocionalmente de una corriente empática como la que se transmite por las antenas de las hormigas u otros insectos.
Hay una importante inmadurez en la razón humana, de tal magnitud que es posible que necesiten que alguien les diga lo que es real o irreal.
Y comprendo el verdadero alcance y profundidad de la cuestión que lanzó mi amiga: la estulticia humana.
Es como si por algún defecto debido a una evolución inacabada o errónea, el ser humano tuviera un cerebro demasiado grande que hace de su vida una sucesión de confusiones e imágenes injustificadas. No puede gestionar todos los datos sensoriales que recibe.
El problema, no es la realidad; el problema es la imbecilidad.
El problema es que morir les da miedo.
Sí. Deberían hacerse muchos videos para enseñar a la humanidad lo que es real, que aprendan a reconocer sus propias mentiras y alucinaciones que ellos mismos crean desde el instante mismo en que se miran al espejo para lavarse los dientes y ven, incomprensiblemente, un ser superior.
Y subir a yutup y otras redes sociales todos esos videos. Divino…
No me engaño, sería una obra ineficaz para combatir la inmadura ingenuidad humana, no lo entenderían, les causaría más confusión.
Y por otra parte, vivo en un mundo de idiotas, no necesito ni quiero que la raza humana mejore. Me importa poco el altruismo o la esperanza de un mundo mejor. Esto es solo un ensayo, un ejercicio filosófico.
Puedo seguir viviendo entre idiotas lo que me queda de vida.
Estoy acostumbrado.
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Brindo por los sueños muertos, que quedan pálidos e incoloros entre el hielo y la hierba aplastada de un invierno que hace humo del aire que sale de mis pulmones. Los que murieron en la batalla contra la realidad más espantosa, más mediocre, más gris…
Sueños bravos que se mantuvieron intensos hasta el mismo instante en que la aplastante razón consiguió descuartizarlos.
Hasta en su último segundo de inexistencia, se mantuvieron firmes, marcando el camino.
Como balas trazadoras de un deseo atroz y directo de libertad y pasión, marcaban una esperanzadora ruta.
Pobres… Murieron sin un ¡ay! Masacrados por lo real, por la adocenada y previsible realidad mierdosa.
Sus cadáveres arrancan una lágrima cabrona de mis ojos y debo mirar al suelo para que nadie me vea llorar.
Soy vergonzoso con estas cosas.
Y brindo por los hijos de aquellos sueños, que hoy imponen una maravillosa y renovada locura a mi caminar de voluntad impúdica, irracional e inquebrantable.
Que tiñen de verde vida lo que es gris y muerto.
Herederos de los sueños muertos que me obligan a avanzar adonde quiero y como quiero. Aunque me joda.
Gritan que es la guerra.
Sueños que prefieren morir rasgados como nubes por el viento a convertirse en acuarelas enmarcadas. No quieren ser inmóviles fotogramas en el Álbum de las Frustraciones que un anciano mantiene en sus temblorosas rodillas.
Ellos dicen: ¡Por allí, aunque luego duela! Y yo aprieto los dientes y avanzo con ellos, por ellos.
Aplastando y ofendiendo a todo aquello que interfiere.
Por eso el universo ha puesto precio a mi cabeza. Me intenta matar, a mí y a mis sueños de mil formas, con mil dolores.
Soy inasequible al miedo, los sueños son mi coraza de coraje.
Mejor llegar desangrado que simplemente estar, que permanecer quieto con toda la incolora sangre en las venas.
Brindo por los sueños muertos, por los vivos que piden guerra y odian la paz, por unos buenos cojones y una ira inagotable.
Un trago de hiel y dulce sangre.
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Un sueño y una mentira

Hay un sueño en el que respiramos juntos.
Caminantes cansados que se tienden a la sombra de un árbol escuchando las hojas agitadas por la bendita brisa.
Como tu vestido liviano que el aire azota dulcemente para mostrar el asomo de un pecho, de un muslo, un fragmento seductor de tu cadera…
Esas dos rendijas hermosas… Dos sonrisas que forman tus exóticos ojos cerrados. Espero el momento casi indecente de deseo, en que los abras y me mires.
No muevo la mano de tu espalda, apenas respiro. Soy cuidadoso, amor.
Es ese momento que nunca se olvida, cuando todo está bien. Es lo que buscamos largo tiempo.
La paz y la serenidad de ser nosotros. Y el mundo pasa muy por encima de nuestro amor, como si no pudiera arrasarlo. Somos trinchera y somos piel revuelta.
Los monstruos que azotan amor y felicidad, quedaron allá gritando su vanidad, soberbia y envidia tras un vidrio que no pueden romper. Mudos, inexistentes.
Sé que oyes mi corazón, como siento tus pulmones en mi mano.
Ya estamos, ya llegamos. Es hora de sonreír.
Lo alcanzamos.
Tu respiración me acaricia y mi corazón un motor que ronronea amor en tu mejilla.
¿Te parece bien si estamos aquí hasta la hora de cenar? Cuando sea de noche y el temor de que la luna combata la calidez, te susurraré si quieres una copa de buen vino.
Y caminaremos, pasearemos desapercibidos por calles iluminadas y musicales con estas sonrisas y tremendo amor.
Ya no sé si es mi sueño o el tuyo.
Y no sé donde estoy. Porque tú no me dejas ver nada que no seas tú.
Solo sé que no puedo quitar de mi mente tu piel descubierta por la lujuriosa brisa y la caricia de tu respiración.
Si alguna vez te pregunto si fue real, dime que sí. No puede hacer daño una mentira, mi diosa.
En un mundo de negaciones, tu afirmación salvará mi cordura.
No sabes cuánto te quiero…
Yo y mi brisa…
O tal vez, sí. Porque si este motor ronronea es por tu piel. Lo debes saber, cielo. Hay una sonrisa indecentemente hermosa en tu deseada boca.
Hay cosas que no se pueden olvidar y tú eres todas ellas.
Hay cosas que se olvidan porque tú arrasas con ellas, como un milagro.
¡Shh…, mi amor! Respira tranquila, descansa…
Te estoy amando y es absolutamente real.

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