Posts etiquetados ‘desesperanza’

La única tierra prometida es la que ella pisa.
La que amo, la que añoro, la que necesito, la que quiero abrazar, la que me la pone dura, la que quiero follar, poseer, amamantar, con la que quiero empezar y acabar el día. La que quiero solo besar…
Una grandiosidad de alma y coño…
Y yo un poco cosa, un paria de la tierra demasiado alejado de todo. Infinitamente lejano de lo que amo.
Un nómada en el planeta buscando sus huellas.
Con el corazón partido en dos, una mitad roja y brillante que corre miles de kilómetros por delante de mí, hacia la diosa.
Y la otra negra, como podrida, que envía con golpes dolorosos la sangre a las venas que parecen reventar de un cansancio, de un hastío, de una eterna puta suerte que no cambia. Y aun así, me mantiene mierdosamente vivo enviando sangre a mi polla amoratada. Una sangre que parece coagularse y hacer del rabo una maza mórbida, obscena, de violenta penetración ávida y feroz.
Me gustaría que fuera más gorda, más larga; pero nada es perfecto.
Tengo que trabajar este problema, algo cosmético antes de violar a mi diosa si eso ocurriera.
“Oye viento, dile a la diosa que llego. No sé dónde estoy, pero voy”.
Deliro por el camino creando esperanzas en el Páramo de la Desesperanza. Esperanzas de magnitudes tan grandes como el amor desesperado que me lleva a desintegrarme, a erosionarme en mi camino hacia ella. Esperanzas colosales que no me caben en el pensamiento y se marchitan. Dejo un rastro de alegrías muertas tras de mí.
También imagino mis dedos extendiendo pequeñas ternuras por su piel, y siento unas repentinas ganas de llorar…
Le vendo la parte sucia de mi alma al diablo que la desea. Ha emergido de un espejismo de gas que flota sobre la tierra quemada por el sol.
“Te la cambio por unos miles de kilómetros y de años que me acerques a ella.”.
Se ríe y me dice “Vale”. Sabe que no tardaré en morir y tendrá mi alma entera sin nada a cambio. Bueno, no puedo hacer gran cosa contra ello.
Solo espero que cuando llegue a ella no muera, sería una broma de mal gusto. Que me dé tiempo a mentirle jurándole que estaré con ella toda la vida.
Porque sé que he gastado ya toda mi eternidad en fracasos; como el astronauta que sale al espacio y solo ve muerte. Tanto afán, tanta ilusión alimentando sensaciones y fantasías, para acabar flotando en toda esa letalidad aséptica. Lo único que escucha es su respiración y se deprime. El universo no hace ruido, solo es un inmenso vertedero de piedras que no permite el más mínimo jadeo de vida.
Al menos los cementerios tienen la gracia de los epitafios.
Sin embargo, el espacio que ocupa mi diosa de pezones lamibles y plenos de vida, es la máxima expresión de lo carnal en un mundo de ángeles asexuados.
Tiene suerte de que no es un planeta, porque no podría evitar estrellarme contra ella, su atracción es como la de un agujero negro. Y me pregunto si su coño me absorberá y sacará de aquí. Me lo pregunto con un hálito de esperanza dándole la espalda al diablo que aún sonríe astuto detrás de mí, esperando que muera.
El sol incide con una hiriente verticalidad sobre mi cabeza y crea entropía en mis neuronas ardiendo. Me encuentro calculando la órbita de aproximación de mis dedos entre lo más íntimo de sus muslos. Y mientras me acerco en elipses cada vez más pequeñas, le rezo que la amo.
Y flotan blancas lágrimas en el espacio que se congelan con un dolor en mis cojones.
El sol me evapora la razón en este páramo sin horizonte y antes de olvidar quien soy, lanzo un beso a mi amor, que corre a la velocidad de la luz antes de que el sol también lo evapore.
Yo camino con determinación; pero el diablo, dale que te pego, me susurra: Muérete ya. No te quiere, no te quiere, no te quiere…
Qué tentador es el hijo puta…
Te quiero cielo, voy a ti, dame unos minutos.
Y con una carcajada vomito todos los dolores añejos y rancios, son de carne podrida.
Es un peso que me quito de encima y el diablo los devora con glotonería.
Es hora de dormir, mañana será otro día.
“Sí, mañana. Duerme”, dice el Astuto en mi oído.
Bendita sea la horizontalidad de la muerte.

Iconoclasta

Veo películas de ciencia ficción e inevitablemente sueño con viajar al pasado y reparar el error del tiempo y el espacio que se cometió conmigo. Imagino vívidamente lo que haría para conseguir nacer allá donde tú lo harás unos años más adelante y así, encontrarnos sin perder tiempo y vida con otros amores que de nada han servido.
Mis sueños de ciencia ficción giran siempre en torno a esa galaxia inalcanzable que eres tú, cielo.
A veces mis sueños salen mal y soy un astronauta que ha debido abandonar su nave rota y flota en el espacio esperando que se agote el aire de su traje, con la mirada clavada en la lejana galaxia a la que ya no podré llegar.
No podré llegar a ti y moriré asfixiado y fracasado aquí en la nada, lejos de ti.
En otros sueños sobrevivo al viaje y cuando alcanzo tu galaxia todo es luz, esa cegadora luz de tus grandes ojos que me fascinan, la gruta carnal que forman tus labios para que bese la entrada. La increíble calidez que preciso después de tanto tiempo viajando por el gélido espacio, está toda en tu piel.
Y después de eso, despierto y no estás. Quisiera arrancarme los ojos.
La realidad fue todo un error, amor.
Ahora solo queda engañar a la vida luciendo una sonrisa que es puro quebranto, por mantener la más mínima dignidad ante la frustración de una vida sin ti.
Pienso en bebés muertos, no fui uno de ellos; pero nací en un espacio triste y deformado sin ti. Sin posibilidad alguna de reparar un daño que no cometí.
Los bebés muertos no sufren, solo viajan congelados como asteroides alrededor de estériles astros, con los ojos muy abiertos, como cuentas de cristal translúcido. Yo que sobreviví, no quiero nada de lo que hay en este mundo, ni siquiera la alegría; sino lo que está desesperadamente lejos de mí. Lejos en el tiempo y sus circunstancias.
Tan lejos de ti…
Mis películas de ciencia ficción son las más tristes que se han hecho jamás.

Iconoclasta

(en la antigüedad, a lo platónico)

Si fueras humana te abrazaría y besaría, o tendría la posibilidad de hacerlo; pero eres un ser etéreo del que no tengo prueba palpable de su existencia.
El semen jamás se enfría dulcemente en tu piel que amo, si la tuvieras.
La leche cae al suelo desconsoladamente en el lugar donde deberías estar y se enfría como un cadáver abandonado.
Eres una fascinante frecuencia, un conglomerado de bits que vibran anómala y maravillosamente, tan exótica que me lleva a amar desesperadamente lo que no existe, lo impalpable, lo infollable.
Lo que no es aquí y ahora…
Porque tengo que creer para preservar la cordura, que no existes; porque si existieras mi existencia estaría dedicada exclusivamente a tu búsqueda.
Si me desintegrara, si un rayo me hiciera ceniza y mis moléculas se convirtieran en una frecuencia, tal vez tendría una oportunidad de abrazarte, amor.
Pero temo perder la conciencia, todo lo que soy lo que odio y amo. Si no eres capaz de odiar, tampoco puedes amar. Ambas cosas necesitan coraje y determinación.
Y no serviría de nada.
Tú eres una frecuencia y yo solo un trozo de carne aislante.
Sé que en otra dimensión eres carne y coño.
Mi vocabulario es duro porque estoy resentido con la vida y si tengo alguna frecuencia activa, es la ira, cielo.
No eres coño, eres la piel deseada.
Tu dimensión me está vedada.
Eres la película y yo el insignificante público.
No sé si serás capaz de escanear estas líneas y codificarlas en tu lenguaje binario.
Pretendo hacer palpable el amor ahora que la vida me oprime las sienes sin piedad para que mire al frente y no a la fantasía. No hay manos de amor que den consuelo al ansia que la frecuencia provoca, la que hace virtual la piel y su humedad.
Estoy en el límite de la vida, pronto desapareceré. Cuando uno muere, muere todo con él; siento que sea así, que mueras también.
Lo siento infinito.
No puedo decir nada más, no me arrepiento de nada y no hay alegría alguna a la que aferrarme, para alegar a mi propio juicio final.
Moriré como he vivido, insignificantemente atrapado en una insalvable frecuencia.

Iconoclasta

¿Y si dormimos con y por la esperanza de que al despertar la realidad sea otra?
Necesitamos escapar.
No es solo por descanso.
Tal vez pretendemos que el mundo duerma y mañana amanezca raro.
Sea como sea, cuando dormimos somos incorpóreos y escapamos a las leyes de la física. Viajamos a la absurda e incuantificable velocidad del pensamiento.
Todo es posible.
Y la posibilidad es la dimensión de la esperanza.
El sueño es la libertad infinita. La suprema libertad.
Y dormir la cuántica esperanza de que todo sea diferente al despertar, no mejor o peor; sino otra cosa.
Tal vez al despertar, tu sueño me haya convertido en algo no mediocre. En algo que se diferencie de los otros que duermen solo para descansar, o por narcosis. Esos… los de los sueños vacíos que no reparan nada.
¿Tienes el poder de cambiar la vida, cielo?
Di que sí mientras duermes, porque en los sueños todo es sinceramente extraño, son absurdas realidades, extrañas certezas que duelen o ensalzan las almas.
Eres mi esperanza.
¿Sabes? Muchos de mis despertares son tristes; porque cuando irrumpe la consciencia, tengo la certeza de que no ha cambiado nada, el aire tiene el mismo tacto que ayer.
Y duermo desesperanzado de que pueda cambiar la vida. Escribo lo que me hubiera gustado ser y sentir. Escribo que quiero volver allá donde el sueño es tan absurdo y sus luces tan extrañas, donde el amor se siente en la corriente sanguínea y los miedos son tan grandes, que me hacen héroe.
Te deseo hermosos sueños porque te amo y además son mi esperanza.
Un día despertarás y seré digno. Y quedará una palabra a medio escribir en el papel nocturno. Una palabra que en algún momento de tu sueño, se interrumpió en mi mano porque no era ya necesaria.
Algo cambiaste…
Querré llorar.
Todos los seres tristes quieren dormir.
Lo fascinante del absurdo, es que no precisa ni tiene explicación; es imprevisible y debes abandonarte a lo que ocurre con la serenidad que da lo expectante e ignoto.
Duerme, cielo, eres mi esperanza a la desesperanza.
Tal vez, cuando despiertes mi vida y el mundo merezcan la pena o una sonrisa.
Y entonces no sabremos que ocurrirá y todo estará bien, sin tristezas al despertar.
Pero hoy la vida ha vuelto a despertar triste, que desolación.
Me quiero morir, cielo…

Iconoclasta

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El invierno crea momentos de desesperanza con la desnudez de los árboles y los escasos verdes que viran al gris.
La desesperanza es de un trágico romanticismo, no puedes luchar contra ella porque te rodea, se mete en ti, te hace suya. Y eres uno con la melancolía y la muerte.
Unidad con los años que pasaron y los que ya no se cumplirán.
Seré una hoja que ha caído seca y fría.
Y es relajante saber que no está en mi mano vivir o morir.
Da paz.
No debo hacer nada, tan solo ocurrirá.
Si acaso, tan solo fumar sin prisas, hasta que el humo ya no salga de los pulmones.
Cadáveres de invierno.
La tragedia tiene un frío halo hermoso.

Iconoclasta

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Un solitario camina y mira al cielo porque entre la tormentosa nube, se abre un agujero por el que el sol intenta desesperadamente lucir.
En principio el hombre ajeno al mundo piensa que dios le va a dejar caer a los pies una tabla con diez mandamientos obscenos y se ríe.
Es un cínico demasiado curtido que sabe todo lo que es imposible.
Al solitario le lloriquean los ojos ante esa luz, o porque está un poco cansado del dolor. No importa, es divertido sentir emociones por banalidades que no pesan demasiado.
La realidad es demasiado aburrida, más de lo mismo y más y más y más…
Y ocurre que sus ojos quieren ver un dragón que se ha detenido en pleno vuelo para acicalarse flotando con absoluta naturalidad, ajeno a él y a La Tierra.
Mi amor, era yo el solitario…
Y el dragón, tal vez.
Estar solo tiene sus ventajas y desvaríos, lo digo por mí. El dragón me parece cuerdo, sinceramente.
En lugar de aparecer tú en el cielo, se formó el dragón.
Podría haberse rasgado la nube en vertical, en dos franjas que dibujaran tus muslos y el delta que forma tu deseado coño. Algo que me evocara a ti, me sobra indecencia para imaginarte.
Porque imaginar tu rostro entre las nubes, es demasiado complejo para el azar y las divinidades; y si lo viera pensaría que sufro una enfermedad mental.
No creo en dragones, ni tengo una especial predilección por ellos; pero ahí está.
Y yo debajo…
Faltabas tú para que apremiándote y señalando la mancha de luz, te preguntara qué ves.
Y besarte a traición el cuello apresando tus soberanos pechos en un abrazo de lujuria y posesión.
El hombre solitario siente aún más la fría y serena soledad observando al dragón aseándose. Lamenta no poder flotar hasta él y decirle: “Hola dragón ¿me puedes llevar lejos con tus poderosas alas? Me duelen lo pies, por decir lo mínimo. Adonde tú vayas me parecerá bien”.
Se cierra la nube devorando al dragón y siente una triste sensación de pérdida que crea un leve rictus de dolor en su rostro que ahora mira el suelo.
Clava con firmeza el bastón en La Tierra y empieza a caminar pensando en la improbabilidad de la magia.
El del bastón, soy yo, mi amor, atrapado en el triste final de un cuento de dragones y mazmorras.
Sin ti de nuevo…

Iconoclasta

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De alguna forma el planeta me lo hace entender, me quita toda esperanza con la sencilla metáfora de la naturaleza. Lo hace sin maldad, sin pasión, sin odio. Me dice: “Es lo que hay”.
No hay un espacio donde poder caminar entre el hielo y la calidez. Si caminas demasiado al borde, puedes helarte. O pasar de la brillante a la luz a la tenebrosa oscuridad.
Todo o nada.
Es como si hubiera dos planetas: uno de luz y color como una oasis, y otro helado como una hermosa y letal luna.
No hay una zona media entre los extremos que nos permita abrazarnos.
Nos separa una dimensión insalvable que tal vez no mida ni un milímetro de ancho.
Tú eres de un cálido planeta y yo exhalo por mi boca el vapor del frío.
Hay una tristeza crónica con la que me despierto todas las mañanas. Y lo único que crea sonrisas en mi rostro, es cuando nos comunicamos confidencial y secretamente con emisiones invisibles, besos imposibles y un amor que rasga los tejidos por dentro y hace llorar la carne de desesperación.
Tu eres única, una hermosa extraterrestre en el planeta Tierra y yo me encuentro abandonado en la Galaxia Gris. Donde solo estoy yo y algún oso que me mira torcidamente.
Mi bella alienígena, tal vez…
Tal vez algún día aparecerá una franja de amor entre el frío y la calidez donde poder realizar la comunión del amor.
Tal vez antes de que muera, porque en mi gélida galaxia, el tiempo corre a velocidades lumínicas.
Hoy se ha empeñado el planeta en darme malas noticias.
Te espero, y anhelo tus secretas palabras para sonreír en este día.

Iconoclasta

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El destino…
Es una forma amable de nombrar a todo ese conjunto de errores que hacen mierda las esperanzas.
No existe nada predeterminado, somos consecuencia y azar.
Tal vez ni siquiera exista el azar. Si piensas, aunque duela; al final todo encaja. O ves lo que falta en un espacio vacío.
Angustiosamente vacío…
Voluntad o abulia hacen del azar una consecuencia ambigua.
Cómo entender que te ame a años y kilómetros indecentes de distancia.
Cómo entender que irrumpieras en mi trabajada y deseada soledad y la tornaras un poco triste sin ti.
Cómo asimilar que nos encontráramos en un espacio eléctrico lleno de banalidades y mentiras y creáramos un espacio de intimidades y sueños.
No hay destino. Te necesitaba y te grité sin saberlo. Te llamaba con alaridos desgarrados porque este mundo es feo, cielo. Te gritaba que si existías, te hicieras visible, táctil, sonora.
Que sabiendo que en algún lugar o momento debías existir, era crueldad no mostrarte.
No hay destino; yo te pedía, tú me oíste.
Tú también gritabas tu hastío, lo sentía en mis viejos huesos.
Ergo, nos amamos.
No hay azar, somos la consecuencia lógica de una mala ubicación espacio temporal, de una necesidad de trascender el uno con el otro.
Somos las piezas sueltas y perdidas de un puzle.
Piezas que intentan encajar tristes y con dolor en un juego al que no pertenecen.
Por favor…
Dime sí, que somos la consecuencia perfecta, la consecuencia imparable de nuestra desesperación, de nuestra soledad acosada por una multitud de extraños seres mudos.
No existe el destino, existe nuestra voluntad de encontrarnos, quien quiera que fuéramos.
Ahora solo quiero descansar en ti. Soy una consecuencia cansada y dolorida.
Que no me jodan, que no nos jodan destinos y misticismos. El mérito es nuestro, toda esa angustia vivida no es un azar.
Yo soy la cruz y tú la cara de una moneda girando en el aire.
Y eso no es azar, es la perfecta, cercana y deseada ubicación.
Lo inevitable, lo que nos propusimos sin saberlo.
Con los pies sucios de desesperanza.
Alea jacta est…
Ahora sí, elijamos cara o cruz, ganamos.
ic666 firma
Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

La luz de la desesperanza

El amor y sus imposibilidades pulsa en mis sienes y no veo remedio a esta locura que busca expandirse desde dentro hacia el aire, el que me rodea, el que me aplasta.
Un rayo de luz incidió entonces en mi espalda, calentándome, molestándome. Me di cuenta de la simpleza de la mecánica cuántica: la luz no tiene peso, no almacena dolores, no comprime ni es comprimida. No es gas.
Mierda… La solución por fin.
Ya apenas soy, como un ángel me convierto en luz.
Sin alegría.
No podría ser ángel con esta asepsia emocional. Aún no puedo evitar que se me deslicen entre los dedos palabras de sueños y belleza. Siempre he sido cándido.
El tiempo me arrastra y me desgasta de la mano del demonio, con el pacté. Y ahora me diluyo.
Él, el Cruel Sagrado no es como Dios, él cumple sus pactos.
Soy una mancha de lejía en el sucio vestido de esta ramera que es la humanidad. Quiso lavar el semen de un borracho y yo soy la obscena e impúdica cicatriz. Los hay que son rosas y gloria de mierda, a mí me toca ser lo mejor de lo peor.
Una vez tuve piel y me la arranqué desesperado; pero debajo había músculos, y sangre que no se acababa nunca.
Y huesos indestructibles.
No podía liberar mi alma.
No podía salir de aquí, de entre ellos.
Y allí estaba Él, el Podrido Corazón riéndose de mí.
«No podrás deshacerte tú mismo, necesitas ayuda, me necesitas a Mí. Pacta conmigo y te haré luz».
«Sácame la carne y los huesos».
«Trabajarás para mí».
«Vale».
Ya apenas queda nada de mí, ya apenas gravito sobre la tierra.
Fue doloroso y por ello, glorioso.
No es un castigo, es mentira eso que dicen de la condenación; solo es propaganda beata. Los pactos con el diablo siempre dan lo que buscas, siempre pagas lo que puedes.
Solo te pide que no te quejes, que no te arrepientas de lo que has perdido, de lo que has dejado. Que hagas tu trabajo y punto.
Él está muy ocupado, es razonable que exija esas cosas.
Yo no dejé nada más que tristeza.
Pacté no sonreír, no hablar, ser la falsa luz de la esperanza de los que agonizan; muy pronto seré una luz engañosa que los arrastrará a las fauces del Podrido Corazón.
Ya he firmado un documento con la última gota de sangre que me ha sacado, en la que me comprometo a ser La Iluminada Desesperanza de los Moribundos. Es largo, pero solo se firma una vez, es poco sacrificio, y mientras desaparezco no tengo otras cosas que hacer.
Él se ríe, dice que nunca debí nacer, que perdí el tiempo en una vida errónea.
Debí ser luz de muerte siempre, me dice.
«Alguien cometió un serio error con tu nacimiento en el planeta, Iconoclasta».
«Los que agonizan se darán de bofetadas por ir a ti ilusionados, como las polillas querrán ir a la luz.
Y haré de sus almas un manto de dolor y tristeza que viajará por el infinito creando universos angustiosos. Si lo haces bien, te nombraré director de una sucursal».
Y se ríe.
Pienso en la franquicia de la Iluminada Desesperanza. Suena bien.
He de reconocer que el Podrido Corazón sabe arrancar sonrisas además de la carne, la sangre y los huesos. Me río.
«Te he dicho que no puedes sonreír».
«No ante ellos».
«Está bien, pero no pierdas la concentración».
«Vale».
Ahora de mí queda una desleída transparencia.
Tal vez estas palabras, las duras palabras, las temibles palabras, las vergonzosas palabras, las putas palabras sean testimonio de que una vez tuve peso y por tanto piel.
Aunque poco me importa, siempre fui transparente a ojos de los demás, me confortaba…
Cuando estéis a punto de morir, nos veremos, ahora mando yo.

ic666 firma
Iconoclasta