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La gente pacífica es muy peligrosa, desea dominar e imponerse a los demás con grandes movimientos ganaderos de cientos de miles de cabezas de ganado. Algo así como las voraces marabuntas o las plagas de langosta.
No, la gente pacífica no mata, aplasta ciegamente, sin entender bien el porqué. Y le comunica sus deseos a los sicarios de su dictador para que maten por ellos (mucho dueño de campos, aun hoy día lo es gracias a esta costumbre de conseguir algo lamiéndole el culo al dictador de turno o sus representantes, entregando las vidas envidiadas con mentiras o simplemente delatando para que los maten). De esta forma, con una hipocresía digna de caricatura, seguirán alardeando de su pacifismo (los ciudadanos ejemplares e integrados del nazismo, franquismo, falangismo, hinduismo o comunismo por ejemplo).
Tras la máscara pacífica se esconde la cobardía.
Hace falta gente decidida y auténticamente violenta que provoque una gran guerra identificando a los buenos y a los malos. Y sobre todo, que de una vez por todas, quede claro quien son los vencidos, si quedase alguno.
Además, es necesario renovar sangre, genética. Por ejemplo: los habitantes de los lugares más fríos suelen caer en profundas depresiones por una decadencia acomodaticia.
Los niños se manifiestan por banales razones, evitando así trabajar y sus lerdos padres los educan en el borreguismo.
La sociedad se ha colapsado y la ética, la dignidad y el esfuerzo, son temas oscuros que dan miedo en la población. Se han acostumbrado a las incruentas luchas de tuits y likes, banalizándose a sí mismos. O a los festivales musicales o congregaciones festivas para celebrar catástrofes, muertes y asesinatos.
Hay que mover el culo.
Y lo malo, solo se puede erradicar con violencia y muerte.
Yo apuesto a que ganarán los pacíficos, los hipócritas o malos siempre ganan.
Tras el periodo de guerra, los vencedores deberán luchar contra la pobreza, el hambre y la enfermedad; las guerras esquilman los recursos económicos.
Tranquilamente, alcanzar un nivel de bienestar parecido como el anterior a la guerra puede llevar treinta años y la pérdida de una cuantas generaciones. La guerra es la parte más escandalosa, lo bueno viene después. Como ocurre con las catástrofes nucleares.
Y entonces sí deberán trabajar con un par de cojones y llorar menos con su teléfono en la mano.
La debilidad y la cobardía no es algo de lo que nadie deba sentirse orgulloso.
Si algo pesa, uno se esfuerza por levantarlo, no se llora, no se publica un estado de mierda en una red social.
En la pacífica y mística India, comen mierda y se bañan en ella; llevan décadas haciéndolo. Es el precio a pagar por la cobardía del pacifismo, por el borreguismo de las castas inferiores.
Al ataque y que muera quien deba, que viva quien pueda…

Iconoclasta

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Adentro de todo

Más adentro del planeta no puedo estar, más adentro de mí mismo, por encima y dentro de la humanidad.
Y no ha sido fácil llegar.
La libertad se paga con sangre y años. Has de dar cosas a cambio.
Has de negociar con bastardos e innombrables usureros.
Sin embargo, hay quien paga lo mismo para pudrirse ante un televisor, entre la suciedad urbana, cemento y asfalto.
Bien, eso es porque yo he sido más fuerte e inteligente.
Tengo más cojones.
No es vanidad, es praxis.
Soy absolutamente despiadado conmigo mismo. Toda la vida.
No me importa serlo con otros, con casi toda la humanidad.
Con toda.
Porque a quienes amo, no son humanas/os. Se escapan de esa taxonomía de grupo. Están en una clasificación superior no definida por envidia.
Hay bohemios y cínicos que dirán: «¡Bah! Cualquier sitio es bueno para morir».
Y una mierda.
Tú mueres en cualquier sitio, yo vivo y me consumo a velocidades eléctricas donde quiero.
No me habré dado cuenta y seré cadáver.
Tú no.
Son cosas que sé, soy sabio.
No es alarde, es simple verdad.
El diablo es como yo, no sabe por viejo. Nacimos hijos de puta, los años solo nos han hecho más eficaces en nuestras tareas, nos han enseñado a optimizar recursos. A hacer preciso y quirúrgico el pensamiento. Desinhibidamente cruel y obsceno.
Saberlo todo es deprimente, duele.
Y me enorgullece. Soplo mis uñas vanidosamente en la soledad, solo para mis ojos.
Adentro de todo.
Cuando beso el coño que he de follar, otros han soltado su semen como si orinaran, como si escupieran una flema.
Yo se la meto a la diosa, otros solo follan putas low cost, outlet, baratas…
Me tomo mi tiempo. El mío, solo mío…
Adentro de todo…
Hay un concierto de trinos y hojas en movimiento, que vuelan como mariposas tontas, sin método, sin rumbo. Con alegría.
Y los ojos se me cierran en un lánguido desmayo de un mediodía templado y luminoso de piernas cansadas.
Tal vez muera ahora; pero no le tengo miedo a nada ni a nadie.
No voy a llamar a un médico.
Médicos y chamanes gestionan como pueden su ineficacia.
Es un momento hermoso para la valentía.
Aquí, adentro de todo.
Memento mori.
Sí… No lo olvido.

 

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Iconoclasta
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caballeros-andantes

Si pienso con profundidad, por importante o banal que sea la cuestión, desmonto ilusiones, leyendas y cuentos con una facilidad que raya el sadismo. Y no es sadismo, es algo connatural en mí arquear una ceja y pensar: «no me jodas».
Por ejemplo:
Los caballeros andantes, siempre adelante, los primeros en avanzar hacia el enemigo, generosos y justos como la madre que los parió.
Si fuera mujer, me chorrearía el coño al pensar en ellos.
Y una mierda. A esos «caballeros» les pasaba como a los burros con orejeras. No tenían más cojones que avanzar porque sus yelmos no les daban más visión que la frontal, no había periférica.
Por otro lado, toda la coraza que llevaban, no era precisamente signo de arrojo y valentía.
Eso sí, eran generosos con los soldados-campesinos y otros muertos de hambre que sacrificaban. Cuantos más morían en la batalla, mayor era la gloria del caballero andante.
Tras sus «hazañas» les esperaba como recompensa un título nobiliario y con ello la licencia para explotar y robar a los pobres de la comarca o región que gobernarían.
Y una niña (una hija del rey o de cualquier otro noble) con la que follar (si no eran maricones), infectarse de sífilis o gonorrea, de ladillas y al final dejar preñada a la putilla y tener un bebé tan hijoputa como ellos.
Hoy día estos «caballeros andantes ya no existen (los hijoputas ni siquiera daban un paso, se cagaban y meaban en el caballo); pero sus descendientes son aristócratas, ministros, jueces, presidentes y grandes empresarios.
La misma mierda con otros diseños de moda.
De todas aquellas mentiras que me contaban de pequeño para integrarme y creer en esta marrana sociedad, no ha quedado ni una en mi cabeza.
Nací con el don de purgarme rápidamente de cualquier tipo de excremento por viejo, histórico, tradicional, folclórico y religioso que fuera.

 

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Iconoclasta

Lo malo de estos tiempos no se limita a la hipocresía y a la moralina que está en el cerebro de la chusma (la moral es la degeneración de la ética). Y todos sabemos que la chusma, lo despreciable de la humanidad es el 99 % de la población del planeta. Dada la cantidad de millones de reses que hay, el 1 % que vale la pena conservar, suma una buena cantidad, tampoco hay que ser derrotista.
Cada día hay más fanáticos acosadores de los deportes de lucha como el boxeo o las artes marciales, los hay que sufren como si les pusieran cosas punzantes en los genitales con la tauromaquia; con las corridas de toros, quiero decir, porque muchos no saben qué coño es tauromaquia.
Alegan civilización, paz, compasión y dignidad para prohibir que se emitan partidos de boxeo en horas diurnas y a ser posible, siempre. Y cada día hay más ciudades anti-taurinas.
Visten sus iras del ropaje de la tolerancia y la convivencia.
Y una mierda.
Que existan hombres y mujeres con la valentía suficiente para ponerse ante un toro, o luchar libremente y por afán de superación con otro ser humano, pone de manifiesto la cobardía del resto de la humanidad. Los «tolerantes» se sienten cobardes, y en estos tiempos que se proclama la cobardía intelectual (y no hay intelecto suficiente) como moralina de convivencia, la envidia es el único argumento que hay detrás de todas esas retóricas baratas que esgrimen contra la valentía de otros hombres y mujeres.
Quieren que se prohíban esas demostraciones de valor, para que no quede patente su cobardía.
Porque un toro pesa cinco o seis veces más que un ser humano, y los boxeadores compiten golpeándose y sangrando. El dolor da miedo.
Cualquiera que haya aprendido a leer (si tiene suficientes inquietudes) sabe que la envidia es el motor del ser humano.
Los políticos se ponen de parte de la chusma, porque son los que tienen la mayoría de los votos. Así que políticos y gobernantes no tienen ninguna autoridad ética, son solo oportunistas y arribistas que escalan por encima de la humana cobardía.
Por ello, una Barcelona por ejemplo, ha prohibido espectáculos taurinos.
El boxeo, cualquier lucha y la tauromaquia, son ejercicios de libertad como lo es la pornografía. Y aunque los toros no tienen capacidad de elegir, son criados con ese fin; tienen más honor, libertad y dignidad en la arena que cualquier animal que es transportado y sacrificado en un matadero de la forma más cruel e indiferente. Hay toros que han matado toreros, no es una broma la tauromaquia.
Lo más importante es que a nadie le obligan a ver toros o lucha entre seres humanos.
Buscan joder las libertades para sentirse bien, para que nada les haga pensar que son unos cobardes que son transportados cada día en un coche, camión o tren que los conduce a la esclavitud con breves destellos de libertad el fin de semana para emborracharse y follar con alguna puta barata para olvidar la mierda de vida cobarde que tienen.
Un acto de valentía de un individuo hace cobardes a cientos de miles.
Si tan intelectuales son algunos, deberían saber y reconocer sin hipocresías que el hombre es un depredador, que marca su territorio de forma instintiva y que los niños pelean entre sí de pequeños para intentar superar a otros. Somos animales, y la prueba está en que la chusma, apenas sabe escribir correctamente un par de palabras seguidas a pesar de haber ido al colegio durante más de diez años.
No tienen autoridad ética ni intelectual para prohibir nada, solo les mueve la envidia de ser inferiores a otros.
Menos discursos de moralina emotiva y argumentos civilizados, que acepten sus limitaciones y su naturaleza cobarde, que se sigan masturbando con un condón para no mancharse las manos.
La envidia es asquerosa, ergo los envidiosos son repugnantes.

«El hombre de hoy no es heroico, le basta con sentirse poderoso». (Mercé Rodoreda)
«No hay caza como la cacería del hombre. Aquellos que han cazado hombres armados durante bastante tiempo y les ha gustado, nunca se interesan por otra». (Ernest Hemingway)

(Dedicado a Juan Manuel Aguilar, una amigo que está hasta los cojones de tanta hipocresía.)

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Iconoclasta

En un mundo lleno de amores confusos y compartidos mil veces hasta hacerlos banalidad, el gran amor claro y diáfano es de tal rareza que se considera sueño por muchos.
Buscar algo así, es comprar un pasaje directo al manicomio. Y cualquier lugar es peor que el manicomio cuando buscas un amor claro y diáfano.
Solo hay que estar preparado para lo peor (no encontrarlo) y la soledad. En la búsqueda de lo cuasi imposible, solo se puede sobrevivir y llegar al final si no tienes miedo a estar aislado.
Debe haber un amor claro y diáfano. Un amor exclusivo donde ellos dos sean suficientes para sí mismos y puedan dar la espalda al mundo y sus horrores idiotas.
Todo mi ser lo intuye, como el ozono de una tormenta cercana que crea un aire picante y fresco en mi olfato; pero son tan escasos los amores claros y diáfanos, que es más que probable morir sin encontrarlo; aún así no se debe abandonar la búsqueda.
Existe el amor claro y diáfano, como el diamante más puro.
Para rendirse en su búsqueda, solo es excusa la muerte.
Una vez conoces o intuyes su existencia, tu única función en la vida es encontrarlo.
Sé que hay gente que lo ha encontrado, pero no hay estadísticas. Los amantes claros y diáfanos huyen y excluyen al mundo y sus estadísticas.
Son tan pocos que se consideran mitos.
Hay demasiados amores vulgares que apenas duran un segundo frente a su propio reflejo en el espejo. Cuando la luz pasa a través de esos amores, no se refracta, no se descompone por la fuerza de la exclusividad y la pasión. Se convierte en un haz de una linterna barata, un rayo de luz amarillo que ilumina el polvo del aire, como el sol mediocre de las tardes sucias y polvorientas.
El sonido de un amor vulgar es un balbuceo apenas comprensible que lleva a un silencio incómodo.
Son amores que no se sostienen a sí mismos, que se refugian a su vez en otros amores y en otros afectos para poder soportar toda esa mediocridad diaria.
Un mal arreglo, un mal menor para vidas menores.
Se enamoraron por cobardía a la soledad; pero los cobardes mueren cobardes y el amor se pudre en un jarrón sin agua.
Los amores que no son exclusivos son algo de lo que huir, son trampas, espejismos convenientes de las mentes pusilánimes y banales que insultan la inteligencia.
Los cobardes no pueden aceptar que la soledad es una amante segura y sincera. Los cobardes tienen miedo a que el aire viciado de una mina joda sus pulmones.
La soledad no te abandona ni a la hora de la muerte. Es una capa del color de la valentía que protege del bacilo de lo adocenado.
Los amigos no valen un amor claro diáfano, no son suficientemente potentes; amigos míos, perdonad por ello, el amor claro y diáfano tampoco tiene piedad conmigo.
Mejor solo que mal acompañado. No es correcto: mejor muerto que mal acompañado.
Hay que morir en soledad si no tienes un amor claro y diáfano clavado en el puto corazón. Porque quien vive mediocre, muere mediocre. Y comen croquetas y se ríen en tu entierro.
Quiero una herida mortal del amor claro y diáfano, una certera puñalada que me mate derrotado y satisfecho de una búsqueda que me ha consumido.
El honor y la dignidad son importantes en un mundo repleto de juveniles amores y banalidades, son las únicas posesiones con las que nací. Y mi voluntad, mi férrea voluntad de preferir la soledad absoluta a un amor gris.
El amor claro y diáfano descompone la luz, disgrega cuerpo y alma y amalgama a los amantes. Los hace luz. O eso creen.
Y si lo creen, basta para que sea real.
Son valientes, han sufrido demasiado para encontrarse y tener paciencia para que la verdad les diga o no lo que son. No aceptan verdades ni dogmas, solo se aceptan ellos.
Lo exterior y la verdad son injerencias.
El amor claro y diáfano es un poliedro perfecto, y a través de sus múltiples facetas y de su profunda claridad se aprecia con todo detalle los ojos amados.
No hay una sola aberración óptica.
Pareciera que son diamantes tallados por dioses de otros mundos.
Bendita la luz que desgarra las sombras de los amores grises y plomizos.
Necesito un amor claro y diáfano que me convierta de basura en algo querido.
Puedo imaginar, sé perfectamente como son los fulgurantes destellos de puros y hermosos colores que nacen de la cristalina estructura de un amor claro y diáfano.
Buscaré en los lugares más recónditos del planeta lo que apenas existe. Ya no es posible vivir amores menores.
Moriré en lo oscuro y húmedo si no hay un amor de un millón de quilates que me ilumine.
Moriré en el fondo de una mina, con las uñas desgarradas.
Es mejor el aislamiento que un amor imperfecto y mal tallado.
No importa respirar mineral en polvo y poner en jaque los pulmones, no importan las manos que sangran por escarbar la tierra o la carne de mi pecho.
Si no lo encontrara a tiempo, la vida me sepultaría en un derrumbe de años.
Algo épico y romántico. He sido tan vulgar siempre…
Moriré con una dignidad y estilo que carece la humanidad, como no he podido vivir. Nadie me echará de menos, nadie me llorara hipócritamente.
Los mineros del amor diáfano y claro suelen morir en los túneles sin haber encontrado nada, con el pico en la mano, con la linterna de su casco apagada.
No todos… Los hay que viven a veces horas y días, que aún les da tiempo disfrutar esa piedra preciosa de amor puro.
Es una esperanza ridícula, pero también ha sido patética la vida hasta aquí, hasta ahora.
Mi única misión es seguir esa esperanza que atesoro en la búsqueda de lo importante, un santo grial del alma. Es la única razón por la que vale la pena abandonarlo todo y agotar toda mi vida en ello.
Hay un amor claro y diáfano que encontraré en alguna parte. Hay un diamante ya formado, ya perfecto que atrae mi piel y mi alma hacia la destrucción si fuera necesario.
Y es necesario.
Es digno.
Hay un amor claro y diáfano.
Tiene que haberlo, por favor…


Iconoclasta

No es cansancio, todo funciona bien, como debería. Mi cuerpo tiene fuerza.

Lo que ocurre es que es un lugar hostil, solo para muy fuertes; el aire es como plomo que duele al invadir mis grandes pulmones y sabe agrio.

Mi pene está repleto de venas varicosas por el esfuerzo que representa mantener una erección en este lugar. Entierro mis dedos en el lacio vello del monte de Venus de la mujer de ojos rasgados y acaricio su clítoris enorme, que se mueve al ritmo con el que la penetro. Los labios de su coño, gordos y oscuros, envuelven mi polla y acarician mis testículos con cada embestida. El ano se dilata esperando que lo llene también.

Sus pezones erizados son tan pequeños como sus pechos que se agitan como gelatina en un vaso, conteniéndose a duras penas en su cuerpo.

Estoy en un mundo donde sobrevivo porque soy casi un dios, soy un héroe con una fuerza descomunal, donde los humanos vulgares mueren aplastados por el peso de la atmósfera. Le he pagado a la puta diez osmons por el polvo. Los héroes necesitamos follar también.

Tal vez sí que sea cansancio.

No importa demasiado lo que es. No hay que pensarlo tanto, no hay misterio ni una pesada atmósfera, solo quería buscar algo de fantasía a este aire vulgar que durante tantos años he respirado y ahora me descubre unas manchas de sangre en el pañuelo cuando toso.

Se trata de la vejez, los músculos tienen ya una edad y si el cuerpo envejece, el pensamiento también. El cerebro se calcifica, se seca y las ideas se rompen como cristal entre las paredes del cráneo.

Es una lenta desintegración y denigración.

Y tiene importancia.

Aquello que se veía lejano, ya ha llegado.

Mi nieta recibe mi pene con gritos de placer, y mis conductos seminales ya viejos, me escuecen cuando el semen los llena, aún así espero y disfruto el momento cuando me derramo.

Es una adolescente hermosa, no es oriental; pero aún le han de crecer más las tetas. Y rasurarse el vello del coño, aunque me gustan sus labios mayores peludos; hacen una caricia extra a mi polla. Es gerontofílica; pero folla bien a pesar de su problema mental. Mi hijo, aún no sabe que su hija me la chupa; pero es igual, es tiempo de morir. Seguramente, cuando se entere estaré muerto desde hace meses.

Se me escapa un gemido de placer cuando eyaculo. Un gemido que parece que me arranca los pulmones y la flema sube a mi garganta creando extraños gorgoritos y silbidos.

Ella se corre y acaricia con infantil torpeza un clítoris rosado del tamaño de una perla. Sus dedos aún parecen de niña…

Estoy orgulloso de lo bien que funciono, como se adapta el pensamiento a la vejez. Hay ausencia total de miedo a morir.

Y a otras cosas.

Estoy bien programado para afrontar la muerte.

No soy un héroe; pero hago lo que puedo en este miserable planeta.

Iconoclasta

¿Dónde están las cosas que me daban temor? No hay nada terrorífico, no hay nada mágico y el plomo solo se transmuta en cáncer. Los alquimistas eran simples curanderos con un afán demente por salir de su miseria.

Padre y madre no están en ninguna parte, no se encuentran en dimensión alguna. Están vulgarmente muertos y nada de ellos flota en el aire, no hay mensajes de cariño y esperanza desde otros mundos.

Es decepcionante la vida. Esto me pasa por ser intrépido y ya es tarde para no serlo; los cerebros no se formatean: o enloquecen o simplemente se mueren.

Me gustaba sentir miedo, me daba esperanza de vivir con valentía. De demostrarla.

Ahora soy el hombre más valiente y junto con mis miedos he destruido la fantasía. Aunque nunca la ha habido, nunca ha existido la magia. ¡Qué putada!

Cuando estaba engañado, cuando el miedo me obligaba a cubrirme con una sábana por las noches, sentía que valía la pena vivir. Lo jodido, es que no se necesita vivir con valentía, sino con un buen estómago que no tienda a vomitar ante tanta trivialidad.

El amor se rompe con un suspiro, con una simple corazonada de que algo no está bien, así de fácil. Como muren los padres con un ronquido cuando el corazón se rompe como un jarrón contra el suelo. El amor no lo destruye un conjuro, sino el hartazgo y el aburrimiento. La muerte llega solo por un corazón u otro órgano en mal estado.

No somos lo suficientemente importantes para el mal y el terror y lo que nos destruye son cosas tan cotidianas que uno se plantea si no han sobrevalorado la vida.

No hay seres malignos, no hay conjuros, ni encantamientos.

Soy tan intrépido que me suda la polla si el corazón me fallara ahora. Si el amor estallara como una pompa de jabón delante de mis narices sin que nadie la toque, me fumaría un cigarro pensando en el precio de una lima para uñas.

Si eres valiente ya no te queda nada por sentir más que el tedio y la repetición cadenciosa y matemática de todos los días iguales.

Uno más uno es uno, dos más dos es uno, tres mil más tres mil es uno.

Y el dolor… Una punzada en un hueso podrido no es motivo para temer.

Alguien debería crear algo nuevo a nivel cósmico para que volviera sentir el temor de cuando era niño. Y con ello, las esperanzas de una vida interesante.

Quisiera decirle a alguien, que tengo miedo por las noches, sentirme cobarde ante fuerzas que no conozco.

Sueño con mi polla expandiéndose, haciéndose enorme cada día y el resto de mi cuerpo se convierte en un pellejo pegado a ella. ¡Qué horror…! Convertirme en un pene enorme junto con la angustiosa sensación de que mi mente se hace pequeña y desaparece. Mimimimi… Claro que con una polla así, me la pela la mente. Y más si soy motivo de envidia para todos mis congéneres.

Es cinismo simplemente, hasta mis miedos sexuales han desaparecido. Y sé que lo único que podría crecer es la próstata hasta convertirse en un tumor que me colgara más abajo que los testículos.

No moriré víctima de mi propia hombría, no tengo miedo a ello. Tampoco le tengo miedo a la mutación, la espero aburrido.

Si sabes leer y comprender, la ciencia se encarga de quitar el miedo para transformarlo en una lógica aplastante. En algo aburrido. Me conformo con disfrutar y padecer de los actos, de los hechos, de las reacciones. No busco orígenes, no los quiero conocer.

Se debería hacer a sí mismo un dios verdadero que mate y haga sufrir a la humanidad, como lo hacen ahora las gentes mediocres en nombre de los dioses inventados con mentiras e insistencia secular que tantas páginas “sagradas” han llenado.

Que las deidades sean de verdad, reales y tangibles; que su mierda nos llueva sobre las cabezas.

Las tormentas y sus truenos que hacen temblar las paredes dejaron de inquietarme al conocer la física y los monstruos me hacen sonreír o me dan pena desde las primeras nociones de genética que me obligaron a estudiar.

Ni siquiera todo este hastío me da miedo, solo dolor de cabeza y más decepción.

Perdí el miedo a todo y con él, una parte importante de ilusión (a efectos prácticos, toda). Las esperanzas se fueron por un tubo largo directas a un pozo negro y pestilente donde se ahogaron entre tanta banalidad.

No tengo miedo; pero sí una fatídica tristeza. Me cuesta caminar, no quiero un nuevo día sin temor. No quiero saber, quiero ignorar y creer en leyendas que hagan peligrar mi vida con un castigo por cagarme en dios.

No hay hombres lobos, recortados contra una luna llena enorme, no hay vampiros contra los que luchar.

Mi sangre día a día se hace más espesa y al corazón le cuesta cada vez más bombear toda esa pesadez.

Ser temerario es la decepción más grande que a un humano le pueda ocurrir.

No existen los villanos, solo hay gente insignificante que estafa, daña y mata de la forma más vulgar. Y es tan mediocre y sé tan bien como actúa, que me siento sabio, ergo frustrado.

No son simpáticos, no son inteligentes. No aportan creatividad, ni interés en sus actos abominables. Cuando uno lleva dando vueltas por el planeta unos cuantos años y si no es idiota, mira a los ojos de algunos e identifica en cuestión de segundos un seso tarado, un cerebro podrido de ambición y envidia.

Y así es cada día, lo mismo. Una y otra vez sabes que no has de tener miedo, porque son solo humanos de segunda clase y solo basta estar atentos para que el miedo desaparezca con toda la magia que tiene. Ya no hay que preocuparse más que de ser cuidadoso, no hace puñetera falta la valentía.

Chorreo un coraje que cae por mi piel como un sudor rancio y viejo.

No existen ni han existido todos esos héroes, ni los zombis.

No hay seres inmortales que acaparen conocimientos y habilidades. ¿Es que no hay nada que valga la pena de temer?

Porque solo hay náusea y vómito. Y un aburrimiento que te roba el calor de la piel.

En la vida cotidiana los malos son de un adocenamiento que apesta. No tienen ninguna gracia o carisma. No se les puede repeler con ajos y las balas de plata no los matan porque pagan los mejores seguros médicos.

A veces lloro por los miedos perdidos; siempre en lugares ocultos o en lo más profundo de mi mente, allá donde las palabras se olvidan para convertirse en emociones primarias. Yo me meto allá donde solo se sufre por la falta de libertad de mi conciencia salvaje sin poder definir las ideas que duelen. Yo mismo soy mi cuarto oscuro.

Un castigo a mi osadía.

Los jueces matan la justicia y los médicos anteponen la vida de la mala gente (políticos, funcionarios, leguleyos y deportistas de élite) a la gente buena o a la que no mata a nadie.

Ojalá se transformaran esos vulgares, asesinos y envidiosos en demonios o posesos, algo fácil de matar y mágico que me diera miedo y no asco. Algo contra lo que poder luchar heroicamente. Estos villanos son longevos y si existiera Mefistófeles, habría un contrato de alma archivado en algún sitio; no venderían su alma, sino la de sus hijos o padres.

Es por ellos, por su falta de interés y decepcionante personalidad, que no recurriría a sofisticadas armas para asesinarlos.

Me bastaría un puñal o un simple y pequeño revólver.

Y mis cojones, mi valentía.

Cuando mueren, sangran como sangran todos, no hay nada de especial en sus hemorragias. Si le revientas el cráneo a un juez o al presidente de cualquier nación, se orina y defeca encima mientras su cerebro intenta funcionar a pesar del trauma. Patalea como muñecos a batería roto.

Como todos.

Si fueran super villanos se desintegrarían, se convertirían en humo o se harían pequeñitos (de un tamaño apropiado para metérselo en el culo a su puta madre) lanzando una carcajada sádica al morir.

Pero solo vomitan sangre apestosa.

Yo no quiero morir a manos de un mediocre. No quiero que me arruine un juez porque ese día le pica el culo y está de malhumor.

No hay robots que despedazan a la gente, ni temibles extraterrestres de sangre ácida.

Ya hace miles de años que no me cubro la cabeza con la sábana para protegerme de monstruos. No tengo miedo, no soy capaz de sentirlo. Cuando el miedo se va, con él lo hace la fantasía.

Ya me ha ocurrido.

Ahora me limito a blasfemar cuando identifico un ordinario peligroso y escupo con sensación de asco para aliviarme del aroma a mierda que me deja en la nariz; pienso que una estaca en el corazón de un presidente no sería suficiente, lo podrían salvar sus maravillosos médicos.

El tiro ha de ser directo a la cabeza y que no sufra, porque cuanto más sufre una mala persona, más tiempo está viviendo y más tiempo está destruyendo miedo con cada uno de sus sufrimientos. Sus muertes han de ser rápidas y eficaces. A ser posible sin que perdamos el humor.

Que sus muertes sean tan anodinas como son ellos y la vida que han creado. Que mueran con los enormes ojos abiertos de una vaca en el matadero cuando le alojan una bala en el cráneo. Tengo miedo de que no haya suficientes balas.

Ejemplo y conclusión (Lecciones de Epi y Blas en Barrio Sésamo, chapter nine):

Meter el rabo en una olla bien caliente de pozole por culpa de que Merlín el mago te haga un encantamiento, es una imagen que amedrenta al más curtido de los humanos; pero ni con senilidad, ni con cincuenta pastillas de éxtasis color azul fosforescente (“fosforito” para los más nacos o charnegos tipo Estopa) diluyéndose en mi estómago, tendría la idea de meterla dentro. Ni por accidente. No me da miedo la posibilidad de que eso ocurra. Merlín era un mago senil y no tenía ese poder.

Los hay que aún tienen la suerte de sentir miedo y temen esta posibilidad por un infantilismo o complejo idiota de Peter Pan. Si creen que su polla puede acabar dentro de una olla por un conjuro, ya pueden ir formando cola en el ministerio de cultura para que les den su plaza de profesor. Porque se la han ganado a pulso sin necesidad de hacer oposiciones. Los ministerios de cultura de todos los países están llenos de gente así.

Lo real es que te encuentres trabajando en un restaurante porque no has encontrado trabajo de ingeniero, que es para lo que te has pasado diez años estudiando (con sus correspondientes repeticiones de cursos).

La olla de pozole o lentejas estofadas está hirviendo y hay que remover el guisado para que no se pegue, lo dice el chef que es el que paga y decide si vives o mueres.

— ¡Jefe! No encuentro la espátula para remover el guisado —te lamentas al chef sudando, impotente ante la falta de recursos para realizar el trabajo.

El chef se gira y observa una espátula del tamaño de un elefante recostada en la cocina, a un lado de tu culo y fumando tranquilamente.

— Pues lo haces con la polla —te responde amablemente.

Y ahí se te viene encima todo el miedo, todo el terror de meter el pene en esa sustancia hirviente y sufrir un dolor indescriptible. Los que aún conservan el miedo y su ilusión, lo consideran como una peligrosa y más que probable disyuntiva que les hace sudar.

Por mi parte, ante mi total ausencia de miedo y mi valentía desaforada, esa respuesta del chef me haría pensar en un refrán que dice: Donde tengas la olla, no metas la polla.

No tiene nada que ver; pero como no tengo miedo, acabo alardeando de mi inmensa cultura. Y maldiciendo todos los días tan penosamente intrascendentes que aún me esperan sin sentir temor hasta que muera.

Iconoclasta