Soy el verso inverso que rima lo que no sintió y esconde lo que no fue. Soy un verso inmerso en un frustrado universo el eructo de un festín inapetente.
Se puede escribir del orgullo de ser, la vanidad de lo logrado. Del sudor bien empleado. Del tiempo acelerado. O se puede esconder lo que hice, lo que no supe, lo que no pude.
O se puede no escribir y dejar que la presión provoque un aneurisma cerebral y morir. No soy orgulloso, soy un fracasado y si no escribo, no existo. Seguiré escondiendo mi fracaso con cierta malicia, porque de morir no me libro.
“yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón. Me gusta verlos pintarse de sol y grana, volar bajo el cielo azul, temblar súbitamente y quebrarse.” (Cantares de Antonio Machado).
Yo quisiera eso, ser sutil para quebrarme bellamente en un temblor del ojo azul del cielo que no juzga. Como esas flores pequeñitas que viven tan solo un poema. Sin embargo, mi muerte será tosca, levantaré una nube de polvo en el camino. Sé que no puede haber belleza en la muerte si la vida ha sido… No sé, me avergüenza escribirlo. La vida no debería durar lo que dura, que fuera solo suficiente. No es necesario todo esto… Compraría un alma para vendérsela al diablo por ser efímero y súbitamente romperme. Ser un breve poema rasgado que en dos palabras describa la vida y la muerte con una frágil belleza. Y bajo el azul cielo, no descomponerme. Solo deshacerme y ya… Sin decrepitud, sin más decrepitud.
Sorpresivo e indoloro,
profundo se ha hundido
en la carne de la mano
el filo de un bote podrido.
Parece la mano de un cristo…
De la vagina estigma brota
como reloj de arena sin fondo
harina de cerezas y fresas,
desde venas muertas y secas.
Como leche en polvo
para el bebé lívido del diablo.
Como corazón rallado
en la cocina de un triste loco.
He rezado a la coagulación
de las almas y la vida,
y un semen de cráneos
pequeñitos se me escurre
purulento por las raíces
de uñas melladas,
uñas sin uñas…
Se ha desprendido el alma
como piel de bruja abrasada
en el desierto de la Fiebre.
Y me he bañado vestido
en un arroyo hemoglobínico
de espeso plasma que hiede
lento, ponzoñoso y atávico.
Me he empapado
de ojos muertos.
Con el cuervo forense
y su enojado graznido,
certifico de cuerpo abierto
en una fría mesa de acero
que morí hace demasiado.
Que no queda alegría
tras tanto tiempo coagulando.
Que estoy podrido.
Proceda, Doctor Cuervo.
Yo rezaré por la divina coagulación
y los ojos turbios de un río ciego.
Primero fue con una sonrisa,
los dientes se desprendieron.
Y ahora…
En su sangre hay clavos oxidados
desgarrando el corazón con cada latido.
Las máquinas de los médicos se rompen
filtrando el hierro hiriente y alguno
se ríe indecente ante esa suerte.
Su orina es óxido rojizo, su puta polla
se desintegra en escamas como
un tubo infecto de hierro podrido
clavado en las pútridas alcantarillas.
Aconsejan amputar; pero
el rabo se desprenderá solo.
¿Para qué más dolor?
En algún momento se averió
y no hay repuestos, no hay mecánicos.
Está abandonado.
Lágrimas de mercurio descienden
pesadas y letales a la comisura de los labios
y lo envenenan y lo matan.
Dolor al dolor…
No hay filtros depuradores para
el tóxico llanto de la imposibilidad,
tan solo le recetan colirios con mierda.
Los oídos son dos láminas de hojalata
melladas y peligrosamente afiladas
cortando todas las palabras
las bellas y las feas, quiera o no.
Unos audífonos creaban chirridos
que lo llevaban a la insania y licuaban
sus sesos y el cráneo que los contiene.
Sin quererlo sus caricias llagan
carnes amadas que profieren llantos
por los insondables daños de la incomprensión.
Y los guantes se rompen sin dar
solución al acto del cariño.
Sus hijos nacen muertos,
tornillos en los ojos y la boca,
desencajadas las bisagras.
Y uno que vivió unos segundos,
mordía con la paranoia del dolor
la teta que mamaba y al morir,
sus encías semejaban golosinas de sangre.
No hay antídoto que neutralice
la ponzoña que anida en sus cojones.
Los amores se funden y sus cadáveres
son escoria flotando en el magma rojo
de lo inconsolable y desesperante.
Y los psiquiatras recetan decapitación.
A pesar de ello, no siente demasiados
deseos de morir, aunque así vivir
es en definitiva morir al cuadrado.
Se limita a funcionar como aún puede,
un viejo juguete con la cuerda agotada y
los brazos arrancados por un malévolo niño.
Solo la tristeza y la soledad funcionan bien
muy bien. Perfectas.
Y piensa que hay que joderse.
Te susurro en la penumbra donde yacen tus piernas,
que las gotas de semen se mueren-enfrían
derramadas entre mis pies
con la tristeza profunda de una muerte inocente.
Del orgasmo desesperanzador,
de una corrida solitaria
como un cometa en el espacio gélido y oscuro.
De un pene que late colapsado de sangre,
empapado de amor y obscenidad.
De tu respiración que eleva y oscila tus pechos
y me la pone dolorosamente dura.
De mi mente desesperada cuando deseo penetrarte
desde malditamente lejos.
Soy un charco blanco y resbaladizo
que la arena de un desierto absorbe
y deja un cráter vacío.
Te susurran el deseo las manos crispadas
estrangulando ante ti esta puta erección
que canibaliza la alegría.
Y te susurro que a pesar de todo.
A pesar de la tristeza
del semen que muere
sin el consuelo de tu piel,
que soy capaz de sonreírte.
Y el tiempo es el bien más preciado
dicen los que saben, los que triunfan.
Y si eres egoísta las cuentas no salen.
Y sientes que pierdes más que ganas.
Y amar es un mal negocio.
Ergo el tiempo es más fuerte que el amor,
y el amor se muere de decepción
asfixiado por el vertiginoso torrente
de la tragedia de la arena de un reloj.
Y no es justo.
Pero… ¿Qué lo es?
Y toma el pequeño reloj de arena
y cristal cruel
entre sus dedos de uñas granates
como sangre oscura
y el reflejo de los carnosos labios
de terciopelo negro,
para observar la ampolla del tiempo
y el rostro cuasi sepulto en la arena
sobre el que llueven unos últimos granos
sobre los claros y húmedos ojos
que lloran sin comprender aún
la atroz usura del tiempo
parpadeando barro de amor.
Tu soledad es quebranto de mi alegría
(calla no confieses, no llores, me duele…)
y tu abrazo quebranta mi soledad
(rota como un crucifijo de talavera
portador de la fe a nada)
El beso es el quebranto de mi voluntad
(no la quiero no la necesito, soy feto en tu vientre)
y penetrarte es el quebranto de la piedad
(soy animal reptando en tu piel,
más allá, más adentro. Impío y sucio)
Tu gemido es quebranto de cordura
(¿es posible la cordura amando, follando?)
Tu corazón es el quebranto de mi tristeza
(pártela en dos como las piernas de barro de un Cristo barato)
Tu piel es quebranto de llantos viejos.
(tu vientre es el lago de las lágrimas
que no tuvieron consuelo)
Tu cabello es el quebranto de mi control
(haces un imbécil de mí)
Tus negros ojos son quebranto de luz
(soy ciego a todo, solo existes tú)
Tus labios quebrantan el dolor
(dime amor, dime amor, otra vez…)
Quebramos el sonido respirando juntos
(haremos el silencio más hermoso en la penumbra)
¿Te das cuenta, amada?
Lo quebramos todo.
Acabaremos con el universo.
Sonríe y quebranta mis días iguales
(aunque me partas en dos)
Porque quebrantaría mis huesos por ti.