
Era el crío que jugaba con la pelota metálica, el que recibió la descarga divertido; con el que algunos reímos hace apenas una hora.
Euni se abrazó a mí y me besó profundamente. Yo lloraba, aquel llanto atroz de la madre atravesó mi médula y me retorcía por dentro.
Euni me forzaba a mirar sólo sus ojos, otra vez húmedos con la negra línea que formaban las lágrimas que se acumulaban en ellos.
Un rimmel de dolor enmarcando unos ojos felinos y preciosos de un saturado color miel.
Acudió el compañero de la mujer y cogió al crío, lo abrazó durante una triste eternidad y lo dejó después en el suelo. La pareja marchó abatida hacia una de aquellas puertas. Iban de la mano y las manos apretadas con profunda desesperación.
Los de la funeraria acudieron con su tristeza, sin mirar a nadie; recogieron el cadáver y se dirigieron otra vez a la puerta negra.
El murmullo general volvió a elevarse y risas y gritos resucitaron la ciudad, o este enorme barrio.
Recogimos a Jormen que se resistió a dejar de jugar, caminaba delante de nosotros enfurruñado y mascullando tacos.
Euni sonreía divertida y yo me moría por besarla.
Sexo bolcariano
Accedimos por una puerta a un bloque de pisos con forma de media luna, adaptado al contorno de la fachada exterior; a través de los ventanales del edificio se podía ver la carretera exterior. La vegetación, las supuestas montañas que vi desde el exterior eran un efecto mimético asombroso. No había vegetación alguna en la fachada.
Pude observar a través de uno de los ventanales, unos metros a mi izquierda al Serpiente Verde causando curiosidad en un grupo de bolcarianos.
Los materiales de las construcciones se basaban en mármoles y metales cromados de diversos tonos. Apenas se utilizaba pintura en paredes y techos.
Un conjunto de sonidos sin armonía para mí, provocaban un balanceo acompasado de las caderas en Euni y Jormen. Me di cuenta de que el interior de sus pabellones auditivos estaba cerrado de una membrana translúcida; tuve la impresión de que no llegaría a disfrutar de la música bolcariana.
Subimos por una rampa al piso superior y Euni sacó del bolsillo de su pantalón un pequeño mando a distancia con el que abrió la puerta frente a la que nos detuvimos.
Por la tenue luz de las lunas que se filtraba por una gran ventana pude apreciar un salón de unos nueve metros de ancho, cuadrado. Un gran tresillo blanco y dos butacas, una mesa en forma de rombo y cuatro sillas era lo único que había en el salón. No habían estanterías, ni adornos, ni cuadros en las paredes. Sólo unos paneles electrónicos empotrados lucían símbolos cambiantes de color azul.
Euni pulsó de nuevo el mando y las paredes se iluminaron, se tornaron translúcidas y emitieron un tono de luz amarillento, cálido.
Euni y Jormen me desnudaron.
Rieron al verme, les hacía gracia mi vello corporal. Jormen cogió mi pene y lo comparó con el suyo más pequeño y oscuro, casi negro. Lo que contrastaba mucho con su piel amarillenta.
Euni sonrió y me lo cogió también para examinarlo.
Me sentía bien, no sentía vergüenza y sonreía con ellos.
Y me sobrevino una erección. Euni tragó saliva y entendió.
-No lo puedo controlar Euni.
-Ya lo controlaré yo más tarde, Néstor.
Cenamos; la gorsna resultó ser una especie de planta carnosa, me recordaba la carne de cerdo. La treidia azul era un licor que llegó a marearme, apenas ardía en la garganta pero en el interior, parecía expandirse por todas las terminaciones nerviosas.
Jormen, tras cenar, se sentó en el tresillo frente al televisor mural; decían algo cómico a juzgar por las risas del chico. No era capaz de comprender las palabras que emitían los altavoces.
Me sentí de repente muy cansado y sin hablar me senté allí, al lado de Jormen; entre el sopor en el que me sumí, pude ver imágenes del Serpiente Verde en la pantalla, pero no importaba, me sentía muy cansado. Se me cerraron los ojos en algún momento.
Sentí la mano de Euni en la mía.
-Te amo, Euni. No me dejes solo aquí.
Y besó mis párpados cerrados.
No sé cuanto tiempo estuve dormido. Me despertó agitando mis hombros suavemente. Admiré su cara y las dos lunas a través de la ventana; por segunda vez sentí años perdidos, años sin conocer aquel sentimiento. Esta paz.
Una melancólica sensación de haber malgastado vida.
Jormen dormía en alguna habitación, roncaba; me puse las manos en la mejilla con las palmas enfrentadas e imité los ronquidos de Jormen.
Se nos escapó la risa.
Bajó su pantalón frente a mí y aprecié su sexo. La vagina nacía en el pubis y subía hasta mitad del vientre.
Lejos de extrañarme me excitó.
Se sentó en mis rodillas acomodando mi pene bajo su muslo.
-Néstor, las mamas, chúpalas con fuerza. Succiona, mi vida.
Comencé a lamer sus pezones, se contrajeron rápidamente haciéndose duros y firmes; una red de finas venas azuladas radiaba desde las aureolas, se hicieron patentes con lentitud, a través de la piel.
Euni parecía estar en estado de shock, respiraba rápida y entrecortadamente dejando los ojos en blanco; de su boca manaba una saliva espesa que se escurría por la barbilla. Sudaba; y esa humedad la tornó más sensual.
Aferró con una mano mi nuca y me aplastó la boca contra su pecho izquierdo con una fuerza insólita, me costaba esfuerzo respirar. Abrí la boca para acaparar el pezón abarcando la aureola y succioné con fuerza. Euni rogaba que lo hiciera con más fuerza entre roncos gemidos.
Hice presión con los dientes y respondió con un grito contenido, se masajeaba el pezón libre con la otra mano. Temía hacerle daño y en respuesta a mi atenuación en la caricia, aprisionó mis dedos con los suyos con tal fuerza que sentí pánico a herirla y quise apartar la mano, pero ella la retuvo allí con firmeza.
Se agitaba descontrolada de placer en mis piernas y mi pene se agitaba ya duro y entumecido con sus espasmos. De sus pechos comenzó a manar un líquido dulce y denso que discurría por su vientre y empapaba los labios vaginales, regándolos.
Sus manos abandonaron pechos y manos y bajaron arrastrándose por el vientre hacia el coño que estaba ansiando. Abrió los labios mayores y un clítoris largo y fino quedó al descubierto, pulsaba entre los pliegues; se incorporó para sentarse ahora a mi lado, sus dedos subían y bajaban por el vientre conduciendo aquel líquido a la vagina.
Su coño se mantenía abierto, carnoso y húmedo.
Me arrodillé ante ella, ante sus piernas abiertas. Y tensó la vagina abriéndola con las dos manos y el clítoris se puso erecto y duro; lo lamí, lo succioné. Besé su coño entero, lo mordí y lo pellizqué.
Euni parecía llorar, pero su lengua se movía entre los dientes esmeralda con lujuria, paladeando el placer. Yo lamía como un perro desde su coño hasta su vientre totalmente abandonado al placer y a sentir sus continuas contracciones de placer; sus pezones seguían derramando aquel líquido lubricante que tanto me excitaba. Sentía que la polla me iba a reventar.
Del interior de la vagina brotó un esperma acuoso, desleído.
Me mostró lo que debía hacer ahora.
Mojó la mano entre los pezones y se la introdujo en la vagina, entera. Hasta la muñeca.
Aquello me hizo enloquecer, ella movía frenética la cabeza al ritmo de la mano que entraba y salía de aquella profundidad de placer. Yo sujetaba mi pene fírmemente, me cogía los cojones para no correrme allí, ante ella.
Retiré su mano con violencia y me apoyé en el respaldo del sofá, estiré mis piernas y me clavé a ella verticalmente, Me hundí literalmente en ella. Su coño se adaptó a mi pene presionándolo, lo necesearo para que me pudiera mover dentro de ella.
El glande se empapó en aquel pozo líquido y caliente.
Emitía grititos que me hacían temer que Jormen despertara, ahora pellizcaba con brutalidad los pezones y el lubricante llegaba más abundante a nuestros sexos unidos.
Yo no pude más y dejé correr mi semen en su interior, contrayendo todos mis músculos por un orgasmo intenso de placer atrasado, acumulado a lo largo de los años. No sabía si había hecho lo correcto.
Euni se puso rígida, su cara se congestionó y dejó de respirar. Sus verticales párpados se cerraron y los besé. Sus pies golpeaban el suelo y sus pezones se congetionaron de sangre, se amorataron, se secaron y se mantuvieron duros y erectos.
Nuevamente me llevó a succionarlos, ahora suavemente; su respiración recuperaba la normalidad y los músculos se relajaban. Los labios le temblaban ligeramente y los acaricié con los dedos mientras alternaba la caricia bucal entre los dos pezones.
Me retiró atrás, se recostó y desesperzó como una gata, poniéndose en pie. Me senté de nuevo y quiso cobijarse entre mis brazos, recostada en mi pecho y rodeando mi cuello, clavó la mirada en las lunas.
Y en algún momento me dormí susurrándole al oído todo el amor que sentía.
Me desperté encima de un colchón que levitaba a veinticinco centímetros del suelo. Tenía apenas tres centímetros de grosor y me sentía totalmente relajado.
Me dolían las mandíbulas por el ejercicio de succión en los pechos de Euni y la polla volvía a estar dura (esto último no era una influencia bolcariana)
Cuando me atreví a alzar la mirada hacia la luz, me encontré un primer plano del rostro de Jormen.
-Buenos días, Néstor.- me dijo.
-Buenos días, Jormen.
Euni debió escucharnos y vino corriendo a la habitación, se acostó a mi lado y me apresó las piernas con las suyas. Nos besamos abrazados.
-Buenos días, amado terráqueo.
Jormen reía feliz.
Euni me cogió el pene.
-¿Qué haré contigo? ¿Cómo controlar esto? -dijo traviesa, sacando la lengua por entre sus finos labios, una lengua por la que me moría por cruzarla con la mía.
En Bolcar el tiempo se medía en horas de cuarenta minutos y los minutos tenían cien segundos; no tiene importancia, uno se acostumbra. La cadencia de las comidas es parecida a la terráquea.
No había dinero, por lo visto cada cual hacía lo que deseaba. Había individuos que deseaban construir, otros enseñar, curar, trabajar el campo, limpiar…
Euni me explicó que a ella le gusta especialmente enseñar. Dedica medio día a la enseñanza de los niños.
– ¿Pero… y todos esos vehículos, los enseres que tenéis en las casas, las calles? ¿Cómo lo mantenéis? -yo no lo entendía.
– Néstor, cada cual nace con un deseo, somos tantos que hay muchos deseos, hay muchas cosas que hacer y las hacemos. Entre todos. Hay gente que desea mantener la limpieza y gente que desea construir e inventar. Nacemos así, con una voluntad y la cumplimos cuanto antes porque no sabemos cuando moriremos.
Los científicos han investigado y han aislado el gen que programa nuestra muerte; está íntimamente ligado al desarrollo de nuestro cerebro de tal forma que es imposible extirparlo o mutarlo.
Por esto debes entender que no precisamos de muchas cosas; pero amar y saber que en nuestra muerte alguien nos quiere, eso lo necesitamos.
Y comencé a entender. Y temer.
-¿Y si yo quiero un vehículo de lujo? -desvié la conversación hacia algo menos doloroso.
-Lo tendrás en función del trabajo que ofrezcas, en eso pretendemos ser justos. No está bien que quien por ejemplo, tenga la ingrata tarea de limpiar, no sea recompensado con algo más que un intercambio. Hay personas que controlan las actividades. Y además educamos a nuestros hijos en el respeto hacia lo que hacemos y muchos de ellos, siguen nuestros pasos.
-¿Y yo que haré durante mi estancia?
Euni me miró con una profunda tristeza en los ojos y las negras lágrimas amenazaron con desbordarse.
-Prometiste amarme hasta mi muerte. No me dejes Néstor.
-Mi vida, moriré contigo y por ti, aquí -la abracé con fuerza, con ansia-. No lo he olvidado, mi vida. Es que no ha pasado un día entero y me cuesta asimilar esta vida.
Se relajó en mis brazos.
Yo sentía deshacerse mis entrañas con aquel contacto, con el inexperimentado amor.
El representante de la colonia: Roniqueus
-Néstor, vamos a desayunar, el trivel ya está a punto.
Me dio unos pantalones de Lorton, su difunto compañero de vida. En el salón nos esperaban unos vasos humeantes que Jormen había preparado para el desayuno; nos sentamos alrededor de la mesa para desayunar. Era té y una especie de galletas que sabían a lechuga. Ese extraño almuerzo me agradó al paladar y sació un hambre que no sentía hasta ese momento. En el receptor se veía un programa informativo y el Serpiente Verde volvió a aparecer.
-¿Qué ocurre con él, Euni? ¿Soy bien recibido?
-Eres famoso Néstor, hacía más de cincuenta trilidios (seis siglos) que no llegaba ningún extranjero a Bolcar.
-Tu vehículo se estacionará a cubierto, como todos, y puesto a tu disposición hacia el mediodía. Hoy se presentará ante ti el representante de la colonia para darte la bienvenida y preguntar los motivos y deseos de tu visita a Bolcar.
-¿Y cómo nos encontrará el representante?
-Nos unimos en el parque ante más quinientas personas que nos observaban atentamente. Incluso él podría haber estado allí. Nos conocemos unos cuantos y unos cuantos conocemos a otros tanto. ¿No funciona así en La Tierra?
-Euni, en La Tierra nadie mira a nadie.
Acarició mi mano.
En la televisión un bolcariano bailaba y movía los labios. Euni mecía la cabeza al ritmo de una música que yo no conseguía captar, y fue una de las pocas cosas que eché de menos.
![]()
Iconoclasta