Firme, seguro, osado y potente. Espada de Muerte, Yelmo de Odio, Escudo de Horrores.
¿Quién eres?
No hablas, no escuchas.

Tu espada es tu voz, tu yelmo el pensamiento y tu escudo el reflejo de la muerte.
Y tú, en este camino de Dios sabe que mundo ¿A dónde vas? ¿Qué buscas?.
La prueba de tu caminar son tus fuertes y profundas pisadas anegadas de sangre. Sangre de tus víctimas. Porque aprecias demasiado la tuya como para dejarla derramar. Tal vez ni siquiera recuerdas tener sangre.
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Tu mente sólo te muestra el miedo y el horror que sufriste.

Una mujer joven (¿dieciseís años?) es arrastrada a latigazos a la hoguera. Tu hermana. Un crío llorando y gritando por la clemencia de esa joven mujer. Eres tú.
"¡No es una bruja!", gritabas.
Y la maldita y sencilla y humilde gente clama porque se queme ese joven cuerpo.
El señor feudal aún envidia el joven cuerpo que no pudo poseer ni mancillar. Y él mismo prende fuego a la pira.
Lo intentas detener pero; tus cinco años no te dejan. Te azotan y te cortan las orejas y la lengua. Y te guardan entre ratas y leprosos no sabes cuánto tiempo.
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Y matas; levantas tu espada forjada con el odio como si un quintal pesara, y la haces bajar con ímpetu infinito y destructor. Un cuerpo se destroza y sus vísceras salen alegremente como las serpientes de un cesto. Y entre la fuente de sangre que mana de los tajos y la cascada de horror te sientes más hombre, y más fuerte.

Y te olvidas, ya no te acuerdas de esa vida que has segado.
Y así tu sed de venganza nunca se sacia.
Y con violencia sigues adelante: un pie delante del otro sin vacilar, tu espada en guardia, tus músculos vibrando de ansiedad, tu escudo reflejando la muerte que portas; tu yelmo expectante; vigilante y destilando odios y rencores.

El viento sopla y aleja el acre olor a sangre,
y tú solo en el fantasmal camino de la Muerte.
Y la Muerte eres tú, Desdichado.
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Iconoclasta