Archivos para abril, 2016

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«Hoy ha amanecido lloviendo, como yo entre tus manos…»
Me ha dicho. Y la erección ha sido casi dolorosa.
Continúa lloviendo y no puedo quitar sus palabras de mi básico cerebro.
La erección es como un paraguas cerrado, que cargas peso pero no alivia.
Me follaría las nubes que ocultan su coño.

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No me pregunto adonde va el tren y la carne que contiene. Sé que es un largo recorrido con parada en todas las estaciones y su destino, sus destinos, es morir.
Me pregunto si en algún momento volverá a recuperar su ahora difusa, difusas formas. Si llegarán a destino como borrones, como errores en un papel, como ideas abortadas.
Es más carismático morir crucificado, quieto y que sepan qué eres.

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Se puede morir sin que importe a nadie y sin que te importe.
Pero una vez muerto ¿qué más da? Y mientras estás vivo tampoco importas, una cosa lleva la otra y un ataúd no impresiona a nadie.
Deja cosas por hacer, deja deudas pendientes. Que no te importe. Que se jodan.

Hermosos dolores

Hermoso dolor, primer acto:

«Dueles..
Aquí
Aquí
Y
Aquí… »
Hermoso dolor, segundo acto:

El bruto no sabe si llorar de imposibles añoranzas o danzar de dicha. Se limita a balbucear cosas inconexas de labios secos, de brazos vacíos y un pene que sufre espasmos de ansiedad por ella.
Hermoso dolor, tercer acto:

«… Gracias por las dosis de veneno de vida…»
Hermoso dolor, cuarto acto:

Él sale a las montañas, con los últimos rayos de sol del día. Y corta una flor que le dedica.
Pero no le dice que le hubiera gustado que la flor sangrara, que la flor sufriera el dolor que ellos gozan. No le ha dicho que hubiera deseado que fuera un sacrificio cruento en honor a su diosa. Un pacto de amor con sangre y dolor.
No quiere añadir al dolor locura.
Hermoso dolor, enésimo acto:

La muerte los observa con ternura.
(El primer y tercer actos son autoría de una hermosa doliente, no podrían ser míos esos hermosos dolores, carezco de su arte y sensibilidad. Ni este poema sin sus dolores.)
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Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

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El viejo avanza lentamente por el camino que bordea el río, con la espalda encorvada.
Lo observo y pienso en la lentitud de los días, en la lentitud y la desidia de Dios y en lo mal que lo crea todo ese maricón. Pienso en mi eyaculación rápida, en mi crueldad ultrasónica y en los tiempos muertos de mediocridad y grisentería.
Pienso en un filo ensangrentado.
De repente, su mano se agita en un intento de atrapar algo: un caramelo se le ha caído de las manos.
Comienza a agacharse para recogerlo del suelo, redoble de tambores.
Redoble de tambores…
Redoble de tambores…
Redoble de tambores…
Tras doblar las rodillas hacia afuera (por lo visto sus testículos viejos e hipertrofiados le molestan) y también el espinazo con desesperante lentitud, por fin ha cogido el caramelo e iniciado la operación de enderezamiento.
Tiempo estimado para el rescate de la golosina: 35 segundos.
Su padre mono y hace decenios muerto, debe estar orgulloso de él.
Observándolo con una torva mirada pensaba en la facilidad con la que le podía clavar mi puñal, rajar la zona lumbar y extraerle los riñones. Usarlo de potro para saltar por encima de su chepa, o simplemente decapitarlo cuando estaba su pecho a 90º respecto al suelo.
He tenido tiempo para pensarlo, desearlo y hacerlo.
He recapacitado en la fragilidad de los primates en su vejez indigna y he decidido perdonarle la vida.
No voy a aspirar su alma vieja de mierda. Me da asco.
Y mi Dama Oscura me espera con sus muslos viscosos, empapados de deseo. Tengo mis prioridades.
Siempre sangriento: 666.

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Iconoclasta

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El río es como su coño. Sus orillas sus muslos. Profundos ambos en la espesura, en la frondosidad.
Has de observarlos con cuidado, oculto y hambriento.
Y es entonces cuando te haces tronco. Inevitablemente.
Carne y corteza, coño y río.
Invisible y palpitante río, acechado por el pornógrafo tronco.
Somos secretos y espías.

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Es un poco raro, incluso para alguien que no fuera yo podría resultar embarazoso describir.
Este ademán es cordial y satisfecho, porque cordialmente he cubierto su coño con la mano y he sentido como se escurría en la palma de mi mano, con mi glande ahogándose excitado en su propio flujo, encerrado en la bragueta expandiéndose casi con dolor. ¿A que soy cordial y simpático? Si es que el rostro de la afabilidad es innegable.
Estoy contento también porque sé que mientras escribo esto, alguien menos importante que yo morirá con una inmensa agonía, con un dolor atroz. Sonrío ante esa más que probable posibilidad que las estadísticas dicen.
Sonrío porque unos sufren y yo fumo.
Porque si yo estoy bien, todo está bien.
¿A que mi sonrisa es arrebatadora y besable?
Soy el reflejo con clase y atractivo de millones de hijos de puta.
Cordialmente vuestro: un obsceno odiador.

Ali MacGraw

En Telegramas de Iconoclasta.