Archivos para junio, 2016

Blasfemia en Sagrado

Piso la tierra y las ruinas que antes fueron sagradas, fumo y sudo entre centenarios muros. Y solo pienso en ti.
No tengo nostalgia ni respeto alguno por la historia, porque la historia es una sucesión de errores.
Yo soy la verdad y la hombría.
En mí no hay admiración por las piedras mal colocadas, solo hay una burla hacia tiempos de esclavitud moral .
De ser esclavos a cambio de un paraíso inexistente.
Porque solo concibo el paraíso entre tus piernas. Cargado de vida, de semen, de saliva goteando sobre ti.
Follarte entre los muros de sagrado. Quisiera tener el suficiente poder para comprar esa ruindad, toda esa miseria que huele a muerte, ignorancia y engaño.
Follarte en el altar roto de una ermita donde cagan los animales del bosque.
Encadenarte de cara al secular muro y metértela por detrás, ante los espíritus santos, ante las mentiras proclamadas miles de veces.
Que los muertos giren sus rostros sin ojos ante la vergüenza de mi polla reventando tu coño.
Seremos blasfemia ante los ojos de vivos y muertos, temerán y proclamarán mi castigo, nuestra condena; pero solo verán mi semen deslizándose por tus divinos muslos.
Y lameré el rastro que he dejado en ti susurrándote: «Perdóname mi puta, porque he pecado».
Fumo y observo rincones santos donde meter mis dedos bajo tu vestido e invadir tu coño, castigarte con placer ante los mentiras sagradas a las que somos inmunes.
Quisiera ser un cristo recién nacido chupando tus pezones hasta hacerte desesperar en el altar roto, donde las hostias se comían con hambre y con estupidez.
Donde se mantenía una pegajosa oblea en la boca pensando que ganaban un lugar en un paraíso.
No pienso en los muertos, en las gentes que un día asistieron con devoción lerda a una misa.
Pienso en el espacio duro, salvaje que es ahora; pienso en joderte donde los que ahora están muertos, propagaron la cobardía y prostituyeron su libertad y espacio a la falacia y la ambición.
Y todo para obtener más esclavitud.
Separaré tus piernas ante donde un día hubo una cruz y lamiendo tu coño, le diré a los que dejaron de existir que tu vagina goteante es el único cielo y que requiere vida y fuerza para acceder a él.
Requiere cojones y no oraciones.
Amarte y follarte no puede esperar a pasar a otra vida.
Te joderé en esta tierra entre estos muros. Aunque teman un castigo divino para mí.
El fluido de nuestra cópula regará el suelo y los cadáveres que un día creyeron en fantasías pueriles.
Quiero que me acusen de blasfemia con mi rabo duro en tu boca.
¿Has visto lo que es amarte?
Me haces salvaje e impío.
No hay nada en el planeta por lo que sienta más admiración que por tu piel y tu mente.
No hay nada que me inspire tanto fervor como besar tus cuatros labios.
Aquí lo afirmo, ante sagradas ruinas, ante una tierra donde unos creyeron en santos y pecadores.
Donde jamás nadie hubiera pensado que sería nuestro burdel del deseo más brutal y desinhibido.
Tú me absuelves y yo te la meto.
Pecadores, gozosos y carnales pecadores…
No hay pecado, solo tu carne, el auténtico paraíso.

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Iconoclasta
Foto de Iconoclasta. Ermita de Sant Bartomeu, Ripoll.

 

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Son los más consentidos, los atletas del mundo animal. Los Señores del Rayo.
Su majestuosidad carece de vanidad.
Es absolutamente innata y natural.

Nubes de locura

Sin ser consciente, a veces sonrío y saludo a una pequeña nube que ha tapado al hijo puta del Sol.
Y acto seguido siento vergüenza, porque no sé si he hablado en voz alta.
Y no quiero hacer el ridículo ante el planeta.
Y volverá a ocurrir porque soy un hombre agradecido a las nubes.
Al final, acabas haciendo amigos, sean nubes o sapos muertos.
Aprecio sobre todo a mis amigas las nubes aunque me pudieran partir con sus rayos.
Me provocan un dulce sopor cuando aportan el fresco consuelo de cubrir los rayos del sol.
Mis ojos se cierran y mi alma suspira.
Ella está a mi lado y apoya su cabeza en mi hombro.
Entreabro los ojos para besarla y los entrecierro metiendo la mano entre sus muslos, acariciando los húmedos labios de su coño con posesión. Es ternura infinita y un deseo feroz.
A veces no me entiendo.
Los árboles y el aire crean un rumor que parece un saludo, una conversación con alguna parte de mi cerebro a la que no tengo acceso; pero siento que está porque relaja mis nervios, mis ansias.
Temo cuando callan, cuando no hay sonidos y el calor aplasta mi cuerpo y el pensamiento.
Cuando el silencio es expectación, como si el bosque pidiera tragedia, pidiera sangre.
También cierro los ojos para intentar buscar consuelo en la oscuridad; pero ella está a mi lado. Y la quiero, la amo, la deseo, la necesito…
Me gustaría decirle que se aleje de mí, pero los rayos de sol han cerrado mis labios, los ha fundido como si fueran de cera.
Mi mano entre sus muslos lleva una navaja y la acaricia con brutalidad, con el filo.
Muchas veces…
Por sus muslos bajan ríos de sangre. No puede gritar porque en algún momento le he cortado el cuello.
La sangre es más fría que el aire que me asfixia, me llevo las manos empapadas a la cara y me froto.
No me gusta ese sueño, esa imagen me da miedo.
Miedo de mí mismo.
Temo cuando las nubes no tapan el sol y nada intercede por mí ante el abrasador calor que enturbia mi pensamiento.
Por eso estoy tan agradecido a las nubes; me cuidan.
Se merecen que les hable.

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El celador observa detenidamente a Jonás sentado en uno de los bancos del jardín del hospital psiquiátrico forense. El enfermo habla mirando al cielo con los ojos entrecerrados, con una ternura en su rostro que le sobrecoge.
Entre calada y calada de cigarro, se pregunta cómo es posible que un cerebro pueda estar tan podrido.
Tira la colilla al suelo y se dirige hacia el interno.
– Vamos adentro, Jonás, ya hace mucho calor y no te sienta bien.
Jonás se pone en pie y le sonríe.
-Gracias Álex, eres como una nube que me alivia de mí mismo -le agradece el loco antes de que cierre la puerta de su celda.
Y Álex siente alivio cuando le da la espalda a la locura. Se siente a salvo cuando toda esa letal demencia está encerrada.

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Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

 

Chloe Jones

En Telegramas de Iconoclasta.

Captura

En Realidades Truncadas.

Ermita Sant Bartomeu. Junio 2016. Fuji
Está tan presente la superstición, la religiosidad… A todas las horas en punta, en las medias horas. Como si no tuvieran cosas interesantes que hacer y tocar las campanas fuera su gran cometido.
Es normal que cuando tañen las campanas, piense en todos esos mitos supersticiosos o religiosos.
Pienso en la posibilidad de que Cristo hubiera existido.
Y sus masturbaciones. Yo me hacía pajas, me las hago si me place. No veo porque Jesús no se las hubiera hecho.
Pienso en Jesús como líder de una secta y el sexo gratis que le proporcionaría.
Y yo pienso en lo que he follado y follaré y no veo distinción alguna con el mesías y conmigo respecto al deseo sexual.
También imagino a la virgen María y sus risas cuando pensaba que aquellos ignorantes creían que el niño Jesús no salió de su coño.
Jesucristo dejó de trabajar para vivir cómodamente, sin penurias de un trabajo esclavo. Como un telepredicador latinoamericano en estos tiempos.
Yo opté por trabajar como un hombre, llegar cansado a casa y metérsela a mi mujer por el culo.
Imagino a José el carpintero pusilánime, soportando el acre olor de la menstruación añeja y sin aseo de su mujer «virgen».
Y en los chiflados que aquellas leyendas propagaron creyéndolas ciertas.
Las campanas hacen pensar, hacen ser lógico.
Tengo una notoria intuición y un conocimiento exacto y profundo del ser humano.
Son las siete de la tarde y el viento arrastra hasta aquí los tañidos de tiempos oscuros e ignorantes.
La muerte del nazareno, desmontó la gran mentira del mesías, murió como cualquier hombre, rabiando de dolor.
Humillado. Si existió, fue un justo castigo a su timo, a sus pretensiones mesiánicas.
Y con él se derrumbaban como un castillo de naipes todos sus milagros y bondades.
Sus secuaces mal disfrazaron a uno de los suyos para que no se acabara el espectáculo, la fama y el dinero fácil; pero nadie conocía al resucitado, nadie sabía quien era aquel tipo. Lo dicen los evangelios como si trataran un misterio oscuro como la propia ignorancia.
No había tecnología digital para retocar mesías y hacer creíble la mentira.
¿Por quién doblan las campanas? Por todas las mentiras que quieren convertir en verdad.
Tañéndolas miles de veces.
Que el hombre no muere, pasa a mejor vida, como Cristo. Así que ora, labora y paga para ganarte tu parcela celestial.
Aparte de esto, pienso en follar y se me pone dura sorpresivamente, debido a alguna feromona que arrastra el aire.
Soy un animal sin amo ni dios.
No soy un místico y las campanas, al fin y al cabo tampoco son totalmente inofensivas. Inocuas, solo provocan divertidas divagaciones.
Tal vez las campanas doblen por las ruinas de la hipócrita y cobarde ambición.
Lo único que dejan dioses y enviados, son escombros por todas partes, en los lugares más recónditos.
El planeta no puede soportar tanta mentira y acaba desmoronándolas.
Las ermitas derruidas son mentiras viejas, la insostenible ignorancia.
Ego los absolvo porque no saben.
Porque no piensan, no pueden.

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Iconoclasta
Foto de Iconoclasta, ermita de Sant Bartomeu de Ripoll.

Pablo Ermita Sant Bertomeu 2 Jun 2016 copy

El hijo se hace adulto y yo me desintegro lentamente en el tiempo, como si ya no tuviera razón de ser.
Los padres somos efímeros. El mío lo fue.
Y así observo a ese hombre desde las lejanas brumas de la desaparición.
Es su turno de juego y el mío de morir.
No hay drama, solo orgullo y una serena y melancólica constatación.

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A la vaca le pasa como a mí: está hasta las ubres de pastar con la manada y se ha separado de la mediocridad para fumarse un cigarro de la risa tranquilamente.
Yo no tengo ubres, pero los cojones se hinchan igual.

Elizabeth Hurley

En Telegramas de Iconoclasta.

El hambre de la vida

Es fascinante la vida, el abigarrado bosque…
Lo más bello es su mensaje salvaje y contundente, la impía verdad que esconde: necesita mucha muerte para alimentarse, para vivir.
Somos estratos generacionales de muerte al servicio del planeta. Un alimento al fin y al cabo.
Alguien andaba un tanto disperso pensando que el fin de la tierra es alimentarnos.
La ingenuidad y la humana e ignorante arrogancia confunde los términos.
Mi piel no me engaña, sé lo que soy y lo que es la humanidad, siento el aroma de la muerte entre los radicales de clorofila.
Y eso me hace brutal y libre.
Cuanto más cruel, cuanto más voraz, todo es más hermoso.