Archivos para junio, 2016

Tenías que existir

Hay un cansancio, hay un dolor
y hay un estado nervioso alterado;
pero nada de eso evita que te impongas
a todo ello.
Que estés intrincadamente presente
entre mis redes neuronales
y mis conexiones sinápticas.

Eres superior a la angustia y a la fatiga.
Y entonces llega la gran pregunta:
¿Cómo he conseguido sobrevivir sin ti en el pasado?
Y yo digo que mi alma,
mi pensamiento,
sabía de tu existencia.
Tenías que existir…

Hay tantas palabras escritas al viento, al vacío…
Y ahora fibrilan tu corazón
y se meten obscenas
por tus muslos dioses.

Si antes debía localizarte
en algún lugar del planeta,
ahora tengo que llenarte de mí.
Que colmarme de ti
a pesar de los momentos
aciagos.

No soy incansable,
no tengo valentía.
No soy irrompible.
Solo soy suicidamente tenaz.

A veces sueño
que se me desprenden
las piernas del cuerpo
y continúo arrastrándome
para beber de ti,
aunque sea solo una vez.

Y si fueras el diablo,
te regalo mi alma
agotada.

Mi vida exhausta
a cambio de tres palabras
que me liberen por fin
de la angustia,
de la necesidad de tomarte:
«Llegaste, mi amor».

Te amo por encima de todo dolor
y miedo.
Fatigadamente.
Corto y cierro,
he de llorar en un rincón oscuro,
donde nadie me vea.

¡Shhh…!
Los hombres no lloran si no están hechos mierda.
Tengo secretos…
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Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

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No quita la sed porque tiene agua; sino porque la llevo.
Y no tengo sed, ni una poca. Bebo porque la he traído, sin ningún tipo de alegría.
Pero si la olvido alguna vez en casa, me da una sed horrible.
Es un asco ser tan complicado.

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En el centro urbano e histórico de Ripoll (Girona, España) hay una calle llamada Perdida (carrer Perdut). La placa, en catalán, explica el posible origen del nombre.
«El carrer Perdut.
Según cuenta la tradición oral, el nombre de Perdido se remonta a mitad del siglo XVII.
La peste afectó a la población, y concretamente a esta calle el año 1651. Por ello se hizo tapiar los dos extremos como medida de prevención.
De esta manera, la calle quedó momentáneamente aislada respecto a la totalidad del tejido urbano de Ripoll».
El día que encontréis una calle que se llame Quemada, ya sabéis, aplicáis el cuento y con toda probabilidad morbosa, acertaréis.

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Yo no necesito bastón, lo llevo para caminar más deprisa, le cuelgo una zanahoria porque me conozco y sé que si no me ponen una golosina delante, me voy a nadar con los patos.
Chingada madre…
Yo no necesito un pinche bastón.
La zanahoria no está porque la alcancé y me la comí.
Soy rápido como un Correcaminos.
¡Bip-bip!
Bueno, el Coyote es lo suyo de rápido, pero los hijoputas de los guionistas siempre lo joden.
No tienen corazón y yo me quedé sin zanahoria, por rapidillo.
Yo no necesito bastón.

Un horizonte de libertad y amor copy

No hay nadie que pueda estropear el momento diciendo que va a llover, que el cielo presagia muerte. Que hace viento…

Bendita la libertad de la soledad…

Cuando amenaza lluvia voy hacia las montañas, con psicótica ansiedad.

Cuando la gente se resguarda, yo emerjo.

Es el cielo que siempre soñé, es la fuerza que siempre quise sentir.

No ver un horizonte de tragedia ha sido la tristeza de cada día al despertar.

He estado a punto de no llegar; pero no le hice caso a nada ni a nadie.

Sigo el camino del dolor ignorándolo. La soledad es compañía y me lleva adentro de mí mismo, con cariño, con paciencia. Calmando mis náuseas por el vértigo de la vida que pasa doliente.

Y un fuerte viento me dice que todo está bien. Me hace sentir indómito, salvaje.

El viento que me forja, que me endurece.

Él serena toda mi frustración pasada, la melancolía de no haber nacido aquí, de llegar a este cielo cuando ya he gastado casi toda la vida.

Mis nubes grises y de un azul cobalto que parecen amenazar con aplastar a todos los seres que vivimos bajo ellas, me dan una libertad que se eleva por encima de las montañas.
Mis moléculas quisieran formar de ellas.

Las nubes tiran de mi piel para arrastrarme allá arriba.

Entrecierro los ojos ante el viento que refresca dolores y cansancios, como si me acariciara.

Y el viento se convierte en los lejanos besos de ella. Ella que me ve como si fuera un hombre completo. El aire es fresco como tienen que ser sus labios, dice que nos olvide el mundo durante los largos besos.

Sus palabras y el cielo denso y funesto. El decorado hermoso y preciso para un vida y una muerte.

Porque es un buen momento para morir con dignidad y amado.
Amando…
Antes de que estropee, por favor.

En el íntimo y solitario camino, el viento se torna ráfagas de amor que arrasan, que me arrancan de mi rostro todo lo que dolió, lo que duele y lo que dolerá. Lo que no gustó y lo que no gustará.

Cierro los ojos pensando en su boca y en las marcas de su biquini, en su culo… Y bajo las nubes que dejan ya caer gruesas gotas, tengo una erección salvaje y libre. Ella sonreiría y me besaría muy pegada a mí para sentir lo que provoca.

Yo sonrío al viento que es ella.

Ella desnuda.

Ella húmeda.

Ella pegada a mí.

No me he dado cuenta del tiempo y la distancia que he consumido y recorrido, estoy tan lejos que soy nube.

Ya nadie me distingue, soy de color azul cobalto para alguien que mire el horizonte.

Me basta con ese privilegio.

Ha valido la pena.

Ahora toca volver, para ello utilizaré medio cerebro para obligar a mis piernas a no quedarse bajo el cielo lo que me queda de vida.

La otra mitad del cerebro trabajará en combinar la palabras adecuadamente para intentar plasmar la belleza de la que soy víctima.

Soy víctima de ella, mi amor.

De las nubes y el viento, mi libertad, mi hombría.

Mi naturaleza salvaje tanto tiempo aplastada por los mediocres días se rebela y se expande, quiere ser vapor y trascender.

Mi muerte digna…

Nadie tendrá que incinerar mi cadáver, un rayo me desintegrará.
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Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

Tomomi Nakagawa

En Telegramas de Iconoclasta.

El toro viejo

El toro viejo viene hacia mí, con la cabeza gacha, yo no retrocedí… Fui hacia él. Fue él quien retrocedió.
(Lark rise, de Flora Thompson)