Archivos para noviembre, 2016

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Ella es indiferente a mí. Y yo indiferente a los de mi especie.

Vivimos y comemos sin importar a nadie. Sin necesidad de nadie por temor a la soledad.

El equilibrio es vivir independientemente de quien viva y quien muera.

No nos hemos saludado, las normas cívicas ahogan la libertad.

Y está bien, es correcto.

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Dicen que se debe morir con las botas puestas; pero no estoy de humor para metáforas hormonales.
Que me quiten las botas, que me duelen los pies.
Y tendrás que ser tú, mi amor, quien me las quite para morir cómodamente.
Es que no existe nadie más quien me las quite. Ni quiero.
Porque no solo me quitarás las botas.
Y es que tu boca es la más extrema cueva del placer.
Obviemos que muero y quítame las botas, desabróchame el pantalón que ya no necesito, que me molesta también.
¡Qué boca tan grande tienes, abuelita!
Morir no siempre es trágico, mi amor. Nos reímos de todo…
Tu mano en mi pubis me hace sentir que deliro, me sitúa en esa frontera difusa entre la agonía y la paranoia.
Por favor… Solo tu aliento ahí, basta para que se me derrame el blanco con espasmos descontrolados.
No tienes piedad ni con el agonizante. Te adoro por tu fiereza, por tu sensualidad que me desquicia, que me saca de madre.
No soy valiente, ni cobarde, no soy nada.
No quiero las botas al morir.
Solo estoy loco, enfermo de ti.
Si muriera con las botas puestas, rozaría tan peligrosamente la mediocridad, que vomitaría con mi último aliento.
Que sea eyaculando en tu boca…
Tú eres María Magdalena y yo Jesucristo.
Es un buen momento para evocar mitos, fantasías.
De haber existido ambos, Jesús hubiera querido morir en la boca de Magdalena.
Como yo en la tuya.
No quiero morir como un hombre bueno y valiente. Quiero ser sacrílego contigo.
Vivir-morir una pornográfica agonía con mi amada.
No quiero botas ni bondades.
Solo el fascinante y cruento amor que nos come.
No me dejes morir en paz, hazme estallar, mi amor.
Y luego, desnuda, tira las botas a la basura.
Tú serás mi epitafio.
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Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

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Soy un iluso, además de tener que ir urgentemente a la óptica a que me revisen la graduación de las gafas.
Por otra parte, creo que he de atar fuerte mi imaginación. Soy un romántico patológico.
Creí que era una preciosa configuración frontal de tumbas blancas, un simpático cementerio.
Pero no, eran simples balas de heno primorosomante empacadas.
Mierda…
Pues nada, no me rindo.
Así, que le doy rienda suelta a la imaginación y digo que son tumbas, tumbas blancas y anónimas. Porque están en el sitio perfecto y en el día que han decidido que sea de muertos.
Faltan zombis en el prado; pero no tenía ganas de esperar, sinceramente.
Cuando ves una tumba por más de treinta segundos, empiezas a bostezar.