Un sudario de hielo hace caos de las hierbas y las flores, como si el pie de un dios rabioso las aplastara.
Camino por la silenciosa senda de un cementerio de muertos rebeldes. Se niegan a morir a pesar del divino y aplastante designio.
Como los dedos de los magos blancos, los rayos del sol hacen del sudario jirones de niebla y el verde come a lo blanco y las afiladas briznas heladas se hacen tallos tiernos.
Y se enderezan soberbios en un salve a la luz que calienta.
Es el cementerio insurgente, donde la vida se come a la muerte.
Como si un sudario pudiera morir… La muerte devorada por la muerte.
Es mejor no pensar demasiado, no pensar que la carne no está sujeta a la hermosa resurrección.
Disfrutar del silencio en silencio y observar el sudario hacerse humo bajo el sol justiciero.
Soy extraño a esos dioses y a esos magos blancos. Solo soy un testigo, un forastero que cojea silencioso; si acaso, fumando para confortar el pecho ante el gélido sudario.
Tengo una cita diaria con la muerte y con la vida.
Son tan tenaces desgarrando el sudario… No sé si quisiera hacerlo cuando me cubra a mí.
Estaré cansado…
Iconoclasta