Te levantas y esperas a ponerte el pantalón hasta que baje la erección y meas primero.
Se calienta el café y sabes que estás fumando porque te das cuenta que te escuecen los ojos y lloras también por eso.
Te sientas con el café y el pecho sucio de ceniza que en algún momento arrastraste.
Saludas a quien amas con discreción, como buenamente puedes sin perder el control.
E intentas no coger la pluma y escribir de inconsolables distancias y que amar tiene la irónica y paradójica virtud de dejarte solo.
Irremediable y dramáticamente solo.
Está descorazonadoramente lejos…
Así que te colocas el traje espacial, te sientas horizontalmente en la nave y despegas.
En el espacio solo oyes tu propio pensamiento y concluyes que eso no es bueno porque amplifica la soledad.
Es triste.
Los asteroides que golpean peligrosamente el fuselaje son trozos de Dios, que estalló por hacer las cosas mal.
Y viajando hacia el amor piensas en la relatividad del tiempo.
Y que el amor muere de viejo mientras viajas silenciosa e inmóvilmente en esa inmensidad fría y letal.
Estás de acuerdo con el botón de autodestrucción, tiene sentido.
Diez, nueve…
La cuenta es breve y pronto serás un trozo de hombre que intentó luchar contra lo que Dios hizo mal.
No puedes vivir más que a quien amas, es cobardía. No es una opción respirar si ella no está.
Y así arreglas lo mejor que puedes cosas estropeadas y relatividades insalvables.
…cero.
Cero
Publicado: 26 julio, 2015 en Amor cabrón, Ciencia ficciónEtiquetas:"ciencia ficción", Amor cabrón, relatividad
comentarios
¡Fuaaa!, me llegó directo al corazón.
–Inés Slam Slam–
Gracias por dejar que llegara, Inés y por estar.
Saludos.