El invierno es imbatible. Nada puede contra él.
En las tardes de los domingos convierte las calles en cementerios con nichos iluminados.
El invierno arrasa el ánimo de los humanos en sus últimas horas de libertad y hace unas calles bella y desoladoramente vacías.
Es curioso como el desánimo de los demás es mi placer y salgo a pasear como si el vacío fuera mi íntimo amigo.
También ocurre al revés, demasiadas veces, en las que el placer de la humanidad es mi desdicha; pero ahora no importa, en este banco helado, en este paseo congelado por el frío y la soledad, sonrío yo. El mundo es mío.
Cuando eres perdedor profesional, los pequeños placeres se convierten en sangrientas victorias.
Ahí va la sonrisa herida por un final feliz que no tendré.
¡Ja…!
Archivos para noviembre, 2015
Invierno cruento
Publicado: 15 noviembre, 2015 en Absurdo, Humor, Lecturas, Maldito romanticismo, ReflexionesEtiquetas:Citas
Ni vecinos ni barbas
Publicado: 15 noviembre, 2015 en Amor cabrón, Conclusiones, Humor, Lecturas, Maldito romanticismo, ReflexionesEtiquetas:Citas
Tiene importancia cada una de tus risas y cada uno de tus disgustos. Porque cada cosa que conozco, en cada acto que te vivo, me acerco más a ti.
Te amaría si fueras genocida.
Soy cada día más tuyo con tristezas, iras y risas, mi amor.
Pero ya sabes aquello que se dice del remojo y de las barbas del vecino ¿verdad?
Yo también puedo ser voluble.
¡Cómo te quiero! Ríe, mi amor. No hay vecinos ni barbas, solo tú y yo.
Incluso trágicamente tú y yo, mi vida.
Trauma neuronal
Publicado: 14 noviembre, 2015 en Amor cabrón, Lecturas, Maldito romanticismo, ReflexionesEtiquetas:Citas
Algo habrás hecho
Publicado: 13 noviembre, 2015 en ReflexionesEtiquetas:abuso, estulticia, Reflexiones, servilismo
Si Dios ha puesto en la tierra y en tu camino a un asesino, a un violador, el abuso, la enfermedad y la muerte de tu hijo; por algo será.
Algo habrás hecho.
Lo dice el juez, el médico y el policía y el sacerdote y el presidente y el empresario y el ciudadano de mierda ejemplar, mientras a sus espaldas hay una puerta cerrada donde aguarda un niño o una niña que esperan desnudos y sin saber que Dios quiere esas cosas: sus sexos y sus anos sangrando democrática, justa y devotamente.
Dios y el juez y el médico y el policía y el sacerdote y el presidente y el empresario y el ciudadano de mierda los quieren desnudos para ellos.
O muertos.
Porque algo habrán hecho.
Como mueren quemados y a tiros los que protestan en tierras de santas creencias, y borracheras ignorantes; porque algo habrán hecho, porque pensar es malo. Porque no se contesta a tu amo. Porque «nacimos perros para obedecer» dicen. «Y ellos si no quieren morir, que callen; como nosotros cobardes», insisten.
Celebrad la Pascua y la Navidad.
Y el culo de un niño o una niña que sangra porque algo habrán hecho y por ello algo les han metido. Seguramente serán los hijos de otro, que también algo habrá hecho.
Celebra la democracia y su voto mediocre e ignorante.
Celebra los designios inescrutables del puto Dios y sus perros adiestrados. Y rinde pleitesía a los penes erectos, sucios de la sangre infantil y la de inocentes, tótems de la justa retribución.
Iconoclasta
Cumple años Kumi Kōda
Publicado: 13 noviembre, 2015 en Citas, Humor, Lecturas, ReflexionesEtiquetas:Citas
El límite elástico
Publicado: 12 noviembre, 2015 en Amor cabrón, Humor, Lecturas, Maldito romanticismo, ReflexionesEtiquetas:Citas
Detengo los dedos en el elástico que hace frontera con la piel del deseo.
De algún modo sé que he de esperar el suspiro, la contracción de los músculos, el abdomen que se retrae en una invitación que ella no controla, los labios que se entreabren con la lengua rozando los dientes, los pechos que se ofrecen en un acto tan obvio que dan ganas de aullar.
Aún no sé cómo puedo tener inteligencia para gestionar toda esa sensualidad, no entiendo como consigo abrirme paso con precisión a través del elástico que marca el límite de la lujuria.
Es tan pequeño mi cerebro…
Solo sé que no habrá retorno cuando el elástico se encuentre encima de mis dedos y rocen la piel oculta. Cruzada la frontera del territorio de su coño, también cruzo la del atávico deseo.
Adiós a la inteligencia si una vez la tuve.
Yo solo quiero su coño y su cuerpo entre mis brazos.
Luego no sé que ocurrirá…
No tengo inteligencia para saber más allá del límite de su braguita.
¿Vivir sin amor?
Publicado: 11 noviembre, 2015 en Amor cabrón, Humor, Lecturas, Maldito romanticismo, ReflexionesEtiquetas:Citas
Sé qué es el amor porque conozco el odio y el asco.
Hay quien dice que no se puede vivir sin amor. Yo digo que es mentira; la intensidad del odio te lleva a respirar grandes bocanadas de aire.
Quien no imagina vivir sin amor comete un acto de ingenuidad.
No es que sea mentira lo del amor y la vida; pero no ha conocido el odio.
Y el odio no es nada desdeñable.
Y si además le añades sexo ¿para qué quieres amor?
Ahora que no te pueden quemar porque aquellos puercos curas murieron.
Ahora que aquellas serpientes venenosas con biblias sucias entre sus manos y pontificados enfermos de avaricia arden en un caldero lleno de mierda, bésale las nalgas al diablo.
Si existiera.
Bendice tus deseos y maldice la triste letanía de los hombres simples que con comer les basta y se dan por bien pagados.
Bendice tu amor por ti mismo y maldice la humildad del fracasado que quiere ser ejemplo de virtud de mierda. Lanza una piedra al rostro del virtuoso que ha buscado consuelo en la humildad más indigna para hacer de su fracaso, cobardía e inutilidad, un santurrón e hipócrita ejemplo de bien.
Que sangre ese ciudadano-becerro que cree en leyes y no se la mete por el culo a su esposa.
Escupe a la cara del hombre que dice ser casto y bondad pura por ser padre. Una bestia castrada que eternizará la banalidad en sus hijos. Los padres de la bondad son demasiado tontos para hacer otras cosa.
Sodomiza el culo del diablo, si tuvieras el privilegio de encontrarlo. Y escupe en tu glande para que no duela el duro esfínter que penetras. No el del diablo, el que duele es el de la humanidad que no has podido disfrutar, siempre atado, siempre entre ratas y hormigón putrefacto, presidentes de vecinos, de empresas y del gobierno. Mierda para todas sus putas vidas. Sus anos son dolorosos y costosos de penetrar.
Costrosos de mierda y sangre seca.
Entre ellos y por ellos te has convertido en el anodino ser que eres.
Vende tu alma, si tienes, al diablo. Y si te concede un deseo, pídele que tus males sean el doble para todos los demás.
Tírate un pedo y honra la desinhibición del hombre, honra al diablo. Métela en el oscuro y dilatado coño de la puta, págale cuando acabes lanzándole los billetes a la cara y apártala de ti con un empujón, como si fuera mierda. Sal de la sucia habitación sin decirle adiós. Porque es cosa y está en venta.
Como tú… Sois iguales aunque os jodan por otros agujeros, por otros medios.
Como hacen contigo, como han hecho. Sé igual y que el diablo te asista, que el diablo te ayude. Porque los dioses son solo deficientes mentales babeando en sus paraísos de mierda.
Envía a tus hijos a jugar al borde de la carretera para follarte a tu esposa en una intimidad obscena. Y metérsela bien adentro, tan profundamente, que se olvide que sus hijos pueden morir aplastados si no son listos. Como en épocas atávicas los devorarían los lobos o los dientes de sable.
Dime que eres viejo y no te la pone dura unos pechos rebosando por el escote. Mejor te la cortas en rodajas, beato.
Bésale al culo al diablo, porque lo demás, no ha servido para nada.
Porque la vida es el desfile de la mediocridad sonriente, de la excretora cobardía.
De la hipocresía tan evidente, que insulta la inteligencia de los pocos que la tienen.
Bésaselo, bésale el culo al diablo y escupe en los códigos, en las tradiciones y las patrias todas.
La bondad solo es posible si con bondad se paga.
¡Vamos! Bésale el culo, cobarde.
Muerte en el bosque
Publicado: 10 noviembre, 2015 en Citas, Conclusiones, Lecturas, Maldito romanticismo, ReflexionesEtiquetas:Citas
Cuando paseas por la naturaleza el suficiente tiempo para captar todas sus sutilezas, te das cuenta de que hay más cadáveres que seres vivos puedes ver.
Es una tragedia continua a la que te acostumbras, pisas la muerte y la respiras, muertes en miniatura, muertes que parecen estatuas, muertes dulces, muertes que parecen reposos.
Y luego, piensas que parece que nunca hayan estado vivos.
Eso te hace ver la muerte como un estado más.
Y te das cuenta de que no importa quien eres, que has hecho, si has sido merecedor de algo. Moriré como ellos, sin poder elegir el lugar ni el momento.
Y no habrá nada más, es la certeza más absoluta.
Cuando has visto cadáveres humanos y se hace cotidiana la muerte día a día, ya no es posible sostener las creencias de cobardes e ignorantes.
Tal vez, al igual que el sapo, intente parecer vivo, intente dar un paso más. Aunque no lo creo, porque al fin y al cabo, seré consciente de mi muerte.
El sapo no sabía que iba a morir, se quedó a medio salto de la vida. Con los ojos muy abiertos, esperando comer una última mosca.
Es hermosa la muerte en el bosque.
Parecemos héroes cuando morimos libres.
Llega a casa y se deja caer en el sillón, al lado de su hombre.
Se besan.
—Estoy cansada.
Ha subido el vestido por encima de las rodillas para dar consuelo a las piernas que parecen arder. Y apoya la cabeza en el brazo del hombre dejando ir un suspiro de liberación por una jornada de trabajo tan cansina como la de ayer.
Él piensa en el insoportable calor, en las suaves piernas de su mujer y en su polla que se desarrolla libre dentro del pantalón ante el contacto de la cálida piel.
Lleva la mano por debajo del vestido, hacia los muslos firmes de la fatiga.
Ella dice «no» con cierta desidia.
Él mete los dedos por el elástico del tanga, en la ingle izquierda y acaricia sutilmente los labios, despacio, sin invadir.
Ella dice «no» y separa las piernas.
El separa mínimamente los labios y ella se tensa al sentir el clítoris emerger.
Ella dice «no» y sus manos toman suavemente el brazo que mueve la mano en su coño, para asegurarse de que no cese de tocarla.
Él se baja la cintura elástica del pantalón y muestra su pene erecto.
«Me duele» le dice.
Ella lo aferra con fuerza y abre las piernas, los abductores de las ingles se tensan. Le ofrece su sexo indefenso.
«Te voy a arrancar el cansancio por el coño», le dice el hombre al oído, en un susurro.
Y un dedo aplasta su clítoris desesperadamente.
Toma una profunda bocanada de aire con los pezones erizados. Su mano agita, sin pretenderlo, el pene húmedo y resbaladizo.
Y siente los espasmos que produce la sangre que lo llena. Es paroxismo puro entre sus dedos y en su mente.
La mano se cierra fuerte entre sus muslos acaparando la vagina completamente, y se acomoda a esa cosa recia que la oprime empujando con la cadera.
No se da cuenta que ha cerrado con tanta fuerza el puño en el pene, que lo estrangula y el glande luce púrpura por la congestión sanguínea. Él gime muy cerca de su oído.
Ella también. Gime porque su vagina parece un volcán estallando y vaciándola de energía en un prolongado orgasmo. Su puño cerrado en el pene de su hombre es un frenético temblor.
Ella susurra:
«¿Por qué siempre cuando te digo que estoy cansada?»
Él responde en secreto:
«Porque tu voluntad está deliciosamente débil»
Ella dice con picardía haciendo cosquillas en su oído:
«No estoy cansada, amor».
Libera y presiona, ahora sí, el pene con un ritmo uniforme.
Él apenas puede susurrar entrecortadamente:
«Déjame ser perverso, malo. Me imagino abusar de ti indefensa»
Ella sonríe y deja caer su cabello sobre el pubis del hombre, sobre su pene.
Antes de cerrar los labios en el palpitante glande, dice:
«Estoy derrotada, amor»
Lleva la otra mano a los testículos y se los masajea sin cuidado mientras eyacula salpicando su mentón, el cabello. El semen corre perezoso entre sus dedos. Siente en su mejilla los espasmos del vientre.
Y piensa con una sonrisa en las voluptuosas mentiras que combaten y conjuran las asépticas verdades diarias.
«No te quiero» dice ella.
«Yo tampoco» responde él.
Y sin darse apenas cuenta se quedan dormitando muy juntos, relajando las aceleradas respiraciones y el ritmo cardíaco.
No están cansados de un puto día de trabajo.
Quién lo diría…









