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En la película El cuervo 1994, Eric Draven le declama a Sarah la niña del monopatín, con fatalista poética:
– Nunca llueve eternamente…
Está bien, precioso… Pero eso ocurrirá en Detroit, en Gotham City o donde quiera que se encontraran Eric y su cuervo Rockefeller.
Pero en un pueblecito de la sufrida, martirizada, expoliada y esclavizada Cataluña, en el cantón de Gerona, Ripoll; sí que llueve eternamente.
El bueno de Eric no da ni una.
Porque no deja de llover ni un día; no es un diluvio universal, pero las vaquitas al pastar hacen burbujitas en el aire y parecen hipopótamas.
Y ya que tomamos el mundo del cine como referencia, a mí como a Kevin Costner en Waterworld 1995, también me están saliendo agallas detrás de las orejas.
Para fumar “en exteriores” he reciclado una botella de cocacola de dos litros y antes de salir del portal, enciendo el cigarrillo y lo cubro con una admirable gracia innata y precisión, sin que se rompa o descapulle, con la botella. Es incómodo; pero es la única forma de fumarse un cigarro en estos días de junio. Y además de reciclar, evito que la ceniza contamine las aguas que arrastran los abonos, apestosos estiércoles y pesticidas de los prados.
Ni qué decir tiene que meto el mango del paraguas abierto en la mochila porque me faltan manos, aunque con este agua, además de las branquias, no tardaré en desarrollar tentáculos para intentar adivinar qué equipo ganará un mundial de fútbol, por ejemplo.
No es elegante, pero me es indiferente e incluso me suda la polla.
Quiero expresar también, ya que me encuentro en plena crisis de verborrea pluviosa o incontinente locuacidad, que hay una tenue y difusa frontera entre la melancolía de los días de lluvia y el prurito genital (los huevos en mi caso).
Y ahora voy a remar al estanco para comprar más tabaco antes de que la lluvia se lo lleve al mar. Que me ha gustado fumar inhalando también vapores de cocacola que engorda la titola.