Posts etiquetados ‘humor’

Escribir no es una forma valiente de vivir, es una forma de evadirse de la mediocridad.
Es una narcosis ingeniosa, cautivante, intelectual o no, pero otra adicción más.
Y todo porque la vida es tan predecible, tan plana…
Es una vanidad de autor, es dar importancia a una vida en muchos caso sobrevalorada, la mía.
Escribir es dar al pensamiento las tres dimensiones ancladas en cimientos de pulpa de celulosa.
¿No es maravilloso? El papel cruje y aumenta de volumen cuando escribo en él. Es obsceno pasar las hojas, manosearlas sin leerlas para sentirme confortado. Mi cuaderno pleno, me basta saber que es mío, que es mi pensamiento ya táctil. No necesito leer tanta miseria que he escrito, y es que cuando me leo, me desconozco.
Es descorazonador no engañarse uno mismo.
Solo deseo pasar las crujientes hojas y sentir la fuerza con la que he grabado mi pensamiento. Si fuera ciego, no sería infeliz.
Con la arquitectura de la fantasía me basta, porque los interiores requieren un tiempo infinito para remodelarlos y nunca acaban de quedar los tabiques inmaculados.

Las Tarjetitas de la sabiduría de Iconoclasta ya no son virtuales. Ya se pueden tocar, doblar, usar como papel higiénico de emergencia, etc…

Tarjetitas de la sabiduría de Iconoclasta
Tarjetitas de la sabiduría de Iconoclasta
Tarjetitas de la sabiduría de Iconoclasta

Hay cuatro tipos de películas:
Las malas, que pasan directamente a ser piratas en paquetes de 10 unidades y suelen servir para espantar palomas y otras aves en los balcones.
Las buenas (o populacheras como Bob Esponja, la película), que pasan directamente a piratas, pero clones ¡ojo!. La peña las compra como si fueran donuts.
Y están las incomprensibles, que se convierten con el paso de los años en películas de culto. Nadie las compra; pero luce tener una en las estanterías. Da caché al negocio o al salón de casa.
Luego están las ponográficas que nadie ve más allá de tres minutos si no está realmente enfermo; pero forman parte de la mitología etílica y narcótica de las clases más bajas.

Es muy habitual que a alguien lo califiquen de «especial» (ya es vulgar).
Todos los «especiales» que conozco son simples pedantes, huraños, frustrados, maleducados, sin gracia y cuando por fin abren la boca, perfectamente idiotas.
Lo único que podría ser especial es que su tremenda antipatía no lo fuera y se tratara de carisma. Ciencia ficción…
«Es muy especial». Cuando me avisan de algo así, sé que voy a conocer a un vulgar borde sobrevalorado por algún conocido.

No es bueno, no es ético.

No es bonito.

Huir, esconderse del dolor o el esfuerzo y recostarse en el ajeno.
Es la conducta insana. Mirar de reojo las lágrimas ajenas, para obtener un consuelo mísero.
Cuando hay seres en peor situaciones que nosotros, nos consuela. Y caminamos bien erguidos y ufanos. Sus penurias son nuestra superioridad.
Desde los inicios de las sociedades sedentarias y urbanizadas, el ser humano ha conseguido alcanzar la más alta perfección en la miseria y la envidia.
Desde los tiempos en el que hombres y mujeres despertaban a la conciencia de que no era ya necesario esforzarse en sobrevivir, idearon la ley del mínimo esfuerzo propio y máximo esfuerzo ajeno en todas las actividades: trabajar, crear, educar… Bastaba que otros fracasaran o sufrieran para sentirse confortados.
Esos inicios de la sociedad competitiva y alejada del pánico de la noche, la intemperie y la caza, dio lugar a lo que respiramos hoy: esta basura de gobiernos confabulados que pretenden hacer a todos igual de pobres, igual de ignorantes, igual de cobardes, igual de iguales.
Anular al individuo y su capacidad creadora, que no despunte para que los que están en el poder no se sientan amenazados por intelectos superiores. Todas las actividades se han de hacer en equipo, en comunidad, para que nadie pueda asumir el papel de creador o innovador. Lo enseñan en las escuelas como una machacona doctrina.
Es una competición de arribistas.
Y así, de la misma forma que se busca el fracaso ajeno por satisfacción personal o arribismo, se busca el dolor ajeno.
Los mediocres no quieren curarse, buscan el consuelo en un dolor ajeno superior al suyo. Es la forma fácil de sacarse el miedo de encima, de pensar que vivirán más que otros más enfermos.
La soledad es el único refugio a las huestes envidiosas que buscan nuestro fracaso y dolor para solapar su estulticia.
Y la distancia. Habría que poner miles de kilómetros entres ellos y yo.
Y ése es mi fracaso: no hay suficientes kilómetros para alejarse de ellos.
Ni suficiente vida para recorrerlos.

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Si no tienes la suerte de estar en el lugar y momento adecuados, te has de conformar con admirar al «Gran Fumador» por encima de sórdidos edificios. Entornar mucho los ojos y para que se conviertan en bloques de sombra negros que oculten su fealdad. Amputar los detalles.
Es entonces cuando todo cuadra y la luz de un farola podría pasar por ser la luna.
Y ya estás preparado para admirar ese magnífico volcán que escupe sus cenizas sobre nuestras cabezas con desprecio.
Yo lo haría.
Los que no tenemos privilegios, tenemos que esforzar mucho la visión para sacar lo hermoso intrincado en la fealdad.

Dijéramos que te amo. Dijéramos que me convulsiono con tus labios (los cuatro).
Pongamos que construyamos una vida juntos.
Pongamos que no existe muerte que nos separe.
Supongamos que nuestros despertares en las mañanas serán obscenos actos.
Ahora que está todo supuesto. ¿Te importaría si empezamos ya?
Lo de la muerte no es del todo cierto, me pisa los talones. Es envidiosa porque te quiero más que ella.
Y ahora dame uno de tus convulsivos besos.

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Que parezca un anuncio en una pared de una prisión, es un error, la lona publicitaria se encuentra en un solar vacío, sucio y al que ni las ratas quieren entrar. Es absurda la alambrada.
Solo así. por medio de un accidente cerebro-vascular se puede entender esta exótica forma de anunciar tortillas, porque escribir «arina» en lugar de «harina», es lo mismo de patológico que escribir «uevo» en lugar de «huevo».
Hay una posibilidad, muy remota, pero que podría salvar de la idiocia profunda al redactor del cartel: se refiere a que son tortillas hechas a mano por Arina, su prima rusa que está trabajando por quince pesos al día, «hocho» días a la semana.
Es muy remota la posibilidad de que una rusa se llame Arina y haga tortillas; pero es eso o mejor que lo lobotomicen.
Yo que pensaba que habría cola de gente pagando entrada y expectación para fotografiar tamaño «evento» y no había nadie. Es más, me miraban todos los peatones al fotografiarlo pensando que interés podía tener esa mierda lona.

Esto aconteció un día que me decidí ir a comprar un foco a la ferretería, acababa de llegar a México. Pensé que hablando el mismo idioma, español, podría hacerme entender. Pudo ser peor, pude salir con una tapa de inodoro dadas las dificultades semánticas de tan solo dos palabras.
— ¡Hola, buenos días! Quiero un foco de cien vatios, por favor.
—Solo tengo focos de cien vatios, güero —díjome una ferretera desde el fondo de la tienda.
Me asusté, me asusté mucho porque no imaginaba tamaña complicación por una simple bombilla. También pensé que tenía una irritación cerebral o algún problema de dicción.
Repetí prestándome mucha atención y casi silabeando.
— ¿Tiene focos de cien vatios?
La ferretera apareció con la cabeza llena de pelos de cáñamo y arrastraba un trozo de cinta adhesiva de cinco metros que se le había pegado en las chanclas.
—Pues solo tengo de cien vatios —dijo un tanto irritada plantando un foco de cien vatios en el mostrador.
— ¡Ah… Ah…! No se preocupe, me irá bien ese mismo ­—dije sudando.
Mientras me daba el cambio imaginé que en algún lugar de aquella ferretería, había una mano de hombre con una navaja de afeitar cortando el ojo de una mujer frente a un espejo, pensé en el surrealismo, Dalí y Buñuel, en Un perro andaluz y en la falta de higiene de los canales auditivos.
Salí de aquel reloj derretido de Dalí con mucha prisa.
Llegué a casa intentando descifrar qué fallo en aquel diálogo en el que solo intervenían aquellas dos palabras: cien vatios. ¿Quién puede perderse en dos palabras? ¿Solo me pasa a mí y estoy abandonado en este planeta?
Decidí a partir de entonces comprar los focos en el súper y tener la boca bien cerrada.
Y ha ido bien.

Consejos y virtudes de la madre más abnegada a su pareja:
– Sal con la bici mientras me hacen un bukake los técnicos güeros de la noria. No quiero malas caras cuando llego a casa. Soy de útero alegre.
– Haz dibujos todo el día, que tengo que ir al motel a que me la meta mi nuevo compañero. No quiero que estés pensando todo el día que soy una puta. Soy de útero alegre.
– No quiero que estés todo el día escribiendo. Sal a hacer un curso de lo que sea, que me he de poner ciega de chelas y mota y luego darle una buena mamada a mi jefe que tiene infección de riñón, luego le ha de clavar unas agujas mi hermana. Soy de útero alegre.
– Espérame de cinco a ocho de la tarde en el centro, que me he gastado la plata y no puedo ir al motel con mi taradito borrachito, me lo voy a coger rico en casa. Y me compras un mixiote.
Y no quiero malas caras, que soy una madre abnegada de útero alegre.
Porque tú no sabes lo que amo a mis hijos. Aunque llegue tarde, borracha, fumada y sucia, los amo. Daría todo por ellos. Hasta mi útero alegre y mi Peugeot de las mamadas felices.
Está visto que la inteligencia nada tiene que ver con ser madre abnegada. De hecho, todas las burras acaban siendo madres abnegadas y felices de serlo. Ninguna burra ve su propio útero alegre.
Tic-tac, tic-tac, tic-tac…