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La petite mort es una metáfora de mal gusto, una frase que no acaba de llegar a explicar ni por asomo lo que siento cuando tu coño se desliza y deja mi pene mojado de ti y de mí, palpitante como un animal que agoniza. Extenuado…
Cuando tus labios vaginales al abandonarme rozan el glande, los dedos de mis pies se encogen porque se preparan para una bajada imparable a la animalidad.
Quien padeció la petite mort no supo jamás lo que es amar, lo que es joder, lo que es el puto deseo que se extiende desde mi pijo y sube por los intestinos como un trallazo hasta mis sesos anulando todo raciocionio.
Quien padeció la petite mort echó un polvo más o menos afortunado, pero ni de su coño ni de su polla salió su alma y los abandonó.
Hostia puta…
Siempre se quedan cortos o yo soy un alienígena con amnesia que no recuerda como fue la última vez que jodió con quien amaba.
He tenido que nacer para explicarlo, para que la chusma sepa lo que es el final de un orgasmo.
El problema no solo está en el bajo intelecto medio de la población mundial, está en su mediocridad e hipocresía. Las putas palabras que dan miedo de escribir, de pensar, de decir. Siempre es igual: morir es «dormir», una enfermedad terminal es «estar enfermito», follar es «hacer el amor», odiar es «ya no te amo de la misma forma» y quiero joderte es «estás preciosa».
El» te amo», se dice durante la comida, meando o viendo una película; y si te la quieres tirar, se lo dices.
Cuando era pequeño no podía acertar que era lo que me repugnaba de una forma latente y continua en mi cerebro. Me hice un poco más mayor y supe que el asco venía de lo que pensaban ellos, todos. No quería saberlo, pero es así, me invade la humanidad como una metástasis de otra metástasis más profunda.
Unos pintan cuadros y yo tengo cáncer de vómito ante la humanidad.
Se inventan alucinaciones angelicales creyendo ser seres divinos y en lugar de sexos que huelen a orina y excremento, pareciera que tienen crisantemos y un colibrí libando sus sexos con suprema delicadeza.
Pues bien, yo aplasto al colibrí y arranco los crisantemos, quiero la carne desnuda y la orina escapándose de placer junto con el semen y las babas.
Esa comunión de éxtasis y flaccidez mental, cuando un coño se llena de semen y una polla se vacía, es solo para menores de edad, para intelectos menores e hipócritas.
La petite mort no explica mi segunda eyaculación, cuando de tu sexo mana mi semen en mi vientre por una simple cuestión de gravedad, cuando tu raja se muestra aún blanquecina.
La petite mort parece solo una estúpida tontería que padecen hombres y mujeres sin demasiadas inquietudes.
Mi gran muerte me lleva a odiarlo todo cuando me desvanezco entre los ecos de una corrida que parece arrancarme los cojones y hacer mierda mi voluntad.
Y blasfemo en nombre de la bestia en la que me convierto. Tu coño me roba la inteligencia y lo humano.
Me corro como dios, o como le gustaría hacerlo. Dios babea cuando ve mi vientre contraerse y mi semen abrirse paso por la carne de mi bálano.
Después de joderte soy libre, soy la antimateria y un ser sin intelecto.
Pero ante todo soy un guiñapo incapaz de defenderse, si me quisieran abrir el pecho y arrancarme el corazón no podría hacer nada por evitarlo. Porque aún, durante unos minutos estoy en tu vagina, sintiendo esa presión que me arranca los hijos que jamás nacerán y que no los quiero.
Solo puedo aferrar mis cojones y sentir que no te los has llevado. Y descansar…
Descansar y no ser.
Eso no es una petite mort, es una bajada directa al más puro bestialismo. Es estar cabronamente vivo y jodidamente idiota por unos minutos.
Es estar a merced de lo que te amo, por eso permanezco indefenso sujetándome la polla aún goteante y respirando como puedo.
Si pagara a una puta, no habría nada de eso, le daría una patada en el culo para que se fuera de mi lado. No soy un bohemio de la absenta y las putas sifilíticas de otros tiempos, que inventaron la petite mort porque sus cerebros estaban demasiado descompuestos. Demasiado vulgares sin las drogas.
Putas y bohemios de vida fácil y divertida… Qué coño sabrán, idiotas…
La petite mort, no explicará jamás porque me quedo tan vacío cuando me arrancas parte de mí con tu coño inmenso, con tu coño dulce, con tu coño ávido, con tu coño soberbio que se sabe superior a mí.
Que lo es…
Hay una expresión que es la verdadera: hacerse mierda.
Y fumar hasta que la voluntad vuelva, tarde lo que tarde.

 

Iconoclasta

Somos básicas representaciones de lo mineral y lo biológico.

Lo biológico se corrompe en las sábanas: manchas de fluidos que llevaron en algún momento vida.

Lo mineral es efímero, la dureza de los materiales: de sus pezones duros y erectos, de mi pene en ese instante inquebrantable.

Podríamos representar más cosas: el pensamiento y el puro instinto, las emociones y la muerte: pero cuando la razón se disipa, como si de una nube tóxica se tratara, solo importan los restos y la dureza de los elementos. El resto de consideraciones solo obstaculiza y retrasa el placer.

El hedonismo es el único paraíso probable de lo humano, de lo poco humano. Es la vanidad más desinhibida, sin bendiciones ni maldiciones.

Fuimos paridos para la cópula, para el placer. Otras obligaciones no son culpa nuestra, ni responsabilidad.

Un vómito de semen que sale de un trozo de carne en barra, una raja trémula destilando un humor blanco.

La lengua que todo lo lame…

No hay nada que sentir, los jadeos nacen de las entrañas sin cerebro, los sexos tienen su propio sistema nervioso, las mentes están lejanas, no hay mentes. Solo el sordo chapoteo de la cópula, los estertores del placer.

Un follar lacónico, mecánico. Lo único que somos capaces de desear con la suficiente fuerza como para hacerlo realidad.

Porque el pensamiento y la emoción matan el placer y matan la animalidad. Diluyen los minerales y hacen virus de los fluidos. El pensamiento humano lo destruye todo.

El pensamiento es erosión.

Dos piedras follando, dos piedras cubiertas de pequeños vestigios de vida.

Líquenes como pieles…

No se piensa cuando se penetra, no se duda cuando se abren las piernas para recibir ese mineral carnoso y lubricar la lítica dureza.

El amor se queda flotando como una deshilachada nube de humo y los crucifijos cuelgan cabeza abajo ante los biominerales que follan. Como un castigo a los dioses por haber hecho mal las cosas con las mujeres y los hombres. Las oraciones son blasfemias regurgitadas en las cumbres del placer.

Los biominerales se olvidan que existe la humanidad cuando respiran rápidamente tras el derrame de líquidos, podría reventar el planeta y ellos seguirían sintetizando el placer que han conseguido.

Soy una piedra, soy algo que se hunde en el agua sin gritar cuando se ahoga, soy una boya que flota indolente en el mar, un mojón en el camino con el único fin de ignorar todo aquello que no es placer.

Soy un tumor de mí mismo, encapsulado. Un cáncer que anula el pensamiento y cualquier emoción.

Soy el reservorio de la indiferencia y el deseo no humano de meter mi pene en su raja de suave talco (el mineral más blando, el más fragante).

Soy una roca que suda y que escupe a la vida, sin odio ni pasión. Porque lo único que existe es joder.

Las piedras no mueren nunca, estamos ahí, esperando que alguien nos pise, que alguien nos joda. Esperamos ser instrumento de caza, defensa y muerte.

Somos los híbridos entre lo animal y mineral, los biominerales somos un coño y una polla que se deslizan y penetran sin importar dolor, muerte, vida o amor.

Miles de años de evolución, asco y aburrimiento nos han formado.

Litos y Eros… Ni siquiera esa romántica combinación somos.

Y dormimos abrigados por el musgo y la defecación que llueve de lo humano sobre nuestros simples compuestos.

Es una suerte haber nacido híbridos, somos lo mejor y lo peor, sin términos medios, sin grises.

Somos negro y blanco.

Dureza y determinación.

Un día fuimos pecado, ahora somos únicos.

Iconoclasta