
Haber sentido tu voz o simplemente evocarla provoca un ritual pagano y carnal, siempre el mismo. Es inevitable y no tiene espera ni pudor.
Rozar mis labios deseando que sean los tuyos, soñándolos…
Mantenerlos entre mis dedos para que el tiempo y la distancia no me los arranquen. Quieren ir contigo unirse a los tuyos.
Engañarlos, ahora que están enfermos de ti y deliran. Que los labios crean que son tus dedos los que en ellos se posan.
Que tras acariciar tu sexo ávido, los labios se unten de tu deseo y besen tu esencia enloquecedoramente obscena.
Caliente, caliente, caliente…
Calmarlos de una avidez feroz, de una fiebre atroz.
Es el rito de la desesperación.
Y bendito sea tu coño, amén.