
Los escritores viven a una velocidad de 100 muertes/minuto hasta que al final les es concedida.
Escribir es una enfermedad degenerativa: degenera la humanidad y el ánimo de quien la describe.
Los hay que escriben de esperanza y amor; pero no son escritores, son charlatanes, vendedores timadores con un frasco de curalotodo en la mano. Rodeados de palurdos que se plantean comprar ese agua sucia que anuncia.