
— ¿Crees que los muertos hablan?
— ¿Y tú crees en la transmutación del plomo en oro? Los muertos tuvieron su oportunidad cuando estaban vivos. ¿Para qué iban a querer hablar ahora, en el supuesto de que estuvieran vivos en forma de vapor? No jodas.
—Es que dicen cosas.
— ¿Quién?
—Los vivos que no callan y los muertos que deberían callar. Tienes razón, tuvieron su tiempo. A lo mejor no saben…
—Nadie sabe nada. Esto es una mierda. Los muertos solo hablan cuando los sueñas. Les pones voz como un ventrílocuo a un cuervo de trapo, te convences de que están flotando en algún lugar y eso te da paz porque a ti te pasará lo mismo. No seas vulgar.
—A veces flaqueo y me gusta imaginar, no puede hacer daño.
—No sé si puede hacer daño; pero nuestro cerebro está hecho mierda. ¿De verdad no puede hacer daño una conversación con uno mismo? Los muertos no me dan miedo; temo al neurólogo y su diagnóstico.
—Esto es un absurdo, yo intento hablar de cosas trascendentes y tú te ríes.
—No soy yo, son los muertos. ¿Oyes a papá? Me (nos) llama al orden psicológico. No ha tenido hijos para que se hagan esquizofrénicos por puro aburrimiento.
—Ya no tiene autoridad, no le escuches; somos más viejos que él cuando murió.
— ¿De verdad estamos locos?
—No, es puro ingenio. Y por otra parte ¿qué importa?
—Vale… Dile que calle y te (nos) tomas un café a ver si hay otra fisura en el cerebro un poco más coherente.
—Hay calabazas con velas dentro, ¿esas coherencias dices?
—Pon el punto final de una vez, me cansa.
—Ya.