Qué extraño y estresante es cambiar de continente. Cambia la luz y los olores, el sentido de la orientación, el agua y la comida.
Pareciera que nacemos en un lugar y para ese lugar, porque cuerpo y mente reaccionan con extrañeza.
No les hago caso.
Me dejo llevar por la mirada asombrada, atenta.
Es curioso como se intuye a los humanos en cualquier parte del mundo. Buena gente y cretinos son los mismos en todos los lugares, con las mismas afecciones.
No hay sorpresas con la gente como las hay con los paisajes y la arquitectura.
Solo hay pequeño matices que a menudo pasan desapercibidos; en unos lugares son amables y en otros desconfían con menos diplomacia.
Un viajero siempre crea recelo, porque alardea de libertad con solo su presencia.
Solo una tarjeta de débito o crédito aceptada, es capaz de vencer el recelo.
La envidia es la más universal cualidad que existe.
Como morir… Los cadáveres pierden el calor de la vida con misma rapidez en cualquier trópico o meridiano.
Muerte y envidia…
No me gusta la envidia.
Me gusta la mañana fría y silenciosa como la cálida que te despiertas con trinos de pájaros impacientes.
Disfruto lo frío y lo cálido; mi lugar es el planeta, yo no pacté fronteras al nacer. La mierda ya estaba hecha.
Sentirse orgulloso de ser de una ciudad o país, es lo mismo que sentir apego por una prisión.
Allá cada cual con su respeto por las delimitaciones de los mapas. Yo solo las aprendí para dar gusto a padres y profesores, jamás me las creí.
Lo real, lo que abunda y riega los suelos es la envidia y la muerte. El resto son diplomacias más o menos elaboradas.
Las mañanas son siempre hermosas porque no existe quien las amargue.
Y los entierros… Siempre se llora con la misma teatral intensidad independientemente de la calidad humana del occiso. No se llora a los muertos estadísticamente hablando, se llora la proximidad de la muerte.
Aunque no hace falta viajar para saberlo.
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Una noche en blanco
Publicado: 21 marzo, 2015 en Humor, Lecturas, ReflexionesEtiquetas:humor, Ultrajant
He pasado la noche en blanco.
Y ha llovido y me han faltado los ronroneos de una peludas amigas.
Y he sentido la melancolía, porque la falta de unos seres, te aboca a la tragedia de otros.
Padre muerto y madre muerta… No es tragedia, los padres y las madres mueren; pero no me importan los otros, me importan los míos. Soy egoísta con lo que amo, con lo que amé.
Es un buen momento para pensar en ellos con una lágrima, aunque sea tatuada y no moje. Un regalo a sus muertes.
Tengo la impresión de que no seré llorado, cuando muera. Tengo la impresión de que me lo gano a pulso. Tengo la impresión de que no quiero hacerlo de otra forma.
Tengo la impresión de que no soy humano, solo un híbrido de no sé qué, no sé para qué.
Añoro a los muertos sin necesidades, me conformaría con verlos respirar aunque no me dijeran nada, aunque no me besaran o abrazaran.
Aunque a veces son inquietantes…
Cristo era la obra de un par de mellizos, por eso no lo reconocía nadie cuando uno de esos hermanos dijo ser Cristo resucitado. Siento la misma sensación cuando mi padre se me acerca en sueños y no lo reconozco. Es más joven que yo, me da miedo que esté muerto y me hable. Hay hostilidad en los muertos cuando sueño con ellos. Como si les molestara tener algo que ver con los terráqueos, como si les recordáramos lo que eran.
El ruido de los coches en el asfalto mojado, me saca de ese bache de melancolía con un sobresalto.
Es de agradecer que algo palpable te arranque de lo impalpable y lo grotesco.
Es de agradecer la mecánica, un ruido que arrastre los silencios de las pérdidas, sean cadáveres o no.
Estoy abandonado a mí mismo, es un buen momento para un suicidio en el caso de que fuera un romántico y valiente como el joven Werther; pero solo soy un cínico sin demasiada pasión.
Ya lo sé todo, este mundo es poca cosa para mí.
Y aún así, de repente, te das cuenta que la añoranza tiene garras que hieren por dentro, que desgarran pequeñas fibras que hacen vibrar martillos de piano en la médula ósea.
Y cierras el puño en un gesto inútil.
El bum-bum de las sienes que lanzan sangre al cerebro para hacer más grande la tristeza y el humo de un cigarro que embriaga la oscuridad aunque parezca imposible, son cosas que te quitan el sueño quieras que no.
Está la muerte súbita y la tristeza súbita.
Es hora de fumar cianuro… Aunque prefiero un café y un marlboro, aparte de no ser valiente, tampoco soy tan tonto.
Dan ganas de meterse entre unas piernas y comerse un coño para dejar de fumar un rato, es más sano. Eso ayuda a no pensar en lo que murió, en los ronroneos precisos y preciosos de quien te ama a pesar de saber qué soy y que crees oír aún muy cerca de ti.
La erección es solo un acto reflejo de pensar en ese coño, no trascenderá más allá de una molestia breve. Cuando uno está triste, el pene se solidariza un poco más tarde, como si fuera el hermano siamés deficiente de uno mismo.
Mierda, parece que estoy creando un sueño despierto.
Tal vez un día, seré romántico y valiente, aunque sea a una edad indigna.
Porque la vejez es indigna, es decadencia. Cuantos más programas de entretenimiento y actividades realizan para la tercera edad, más pienso en la necesidad de morir un poco antes de hacer una cola de cien individuos para tomar un chocolate aguado peleándome por ser el primero y poder repetir de nuevo.
Tuve suerte que esos no eran mis padres.
Padre nunca sería así, y madre murió con tal locura que se convirtió en única.
Tengo sueño y tengo la certeza del dolor en los huesos, porque la mañana lluviosa promete que la humedad va a calar en el ánimo y el organismo palpable.
Me dormiré en sillón con un cigarro entre los dedos, tal vez arda, los borrachos y los tristes mueren así; pero es un descanso saber que es algo en lo que no puedo intervenir.
Sale el sol y la luz me abandona es curioso…
Buenas noches-días, mundo idiota.
Y si el sillón se quema conmigo que nadie sonría, le puede pasar a cualquier otro demente, nadie está libre de resucitar de mierda.
Estoy confuso…




