
El amor cabalga a lomos de la desesperación y la obscenidad.
Y cuando cabalgas (a mí) la desesperación queda subordinada al tórrido balanceo de tus pechos dioses y mi insaciable deseo de chuparlos.
He de concluir que soy más indecente que desesperado y te susurro sin piedad ni contrición: “Mi puta… mi puta…”.
Impúdicamente tuyo, beso tus muslos húmedos.