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Mis muertos

Mis muertos se enfadan si los arrastro a mis sueños.
Padre siempre está disgustado cuando está conmigo; me mira con ojos terribles y cuando camina a mi lado, siento en mi piel el temblor de su enojo.
Aquella hermosa perra, me gruñe y me quiere morder si me acerco a ella.
Mis muertos deben ser como yo, quieren que los dejen en paz. Ya hicieron lo que debían, no pueden, no quieren volver.
No lo hago expresamente, mis queridos muertos, yo no os llamo.
Y dicen que los sueños, sueños. Yo digo que a veces los sueños, mierda puta son.
Para compensarlos de su malestar, sueño que en un lavabo de paredes y suelo sucias de excrementos retiro el prepucio con fuerza, sin delicadezas y vierto agua hirviendo en el glande. Eyaculo con la polla despellejada. Con un placer y un dolor tan aterradores como los rostros hostiles de mis queridos muertos.
Y a mi espalda, escucho sus risas entrecortadas, malévolas. Rijosas… Los veo por el espejo manchado de coágulos sanguíneos que se deslizan hacia la pica. La perra mete su hocico por detrás de mis muslos y me lame los cojones. Padre ríe más fuerte y por un momento sueño que somos felices y de mi glande brotan alegres gotas de humeante semen y sangre.
Es mi cerebro podrido que me juega malas pasadas; pero yo los prefiero así, riéndose obscenamente de mí, a que me odien.
No me molesta especialmente que alguien me odie; pero no ellos.
Perdonadme, muertos. La próxima vez que aparezcáis en mis sueños, me meteré una botella rota en el ano para que os sintáis mejor.

 

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Iconoclasta

Se sigue un camino por la simple razón de que si alguien lo ha trazado llegará a algún sitio y tendrá un destino, una finalidad; pero las metas están demasiado lejanas y el camino se hace largo y monótono; es más seguro que pasar a través del bosque y sus ruidos.
Los caminos de los vulgares y mediocres, acaban con final feliz cuando son viejos y sus cerebros están desgastados. Podrían llegar a unos servicios públicos y los viejos beberían agua de los urinarios pensando que es una puta fuente de la vida, porque tanto esfuerzo merece un premio, tiene que ser así.
Una mierda…
He perdido mucha vida en pos de metas y ahora sé que no llegaré a ninguna. Mi meta es la muerte, simplemente. Me cago en los caminos, porque son fraudes.
Alguien estaba aburrido y se lo pasó bien desbrozando montañas y trazando sendas. Todos tenemos una finalidad, y es morir tras haber vivido mal. Los hay con suerte, pero no me consuela una mierda el bien ajeno. Que se lo metan en el culo.
Somos caminos que caminamos.
Hay un coño enorme goteando entre dos montañas sin árboles, en un paraje tan árido que no tiene explicación la existencia de esa coñomonstruosidad. Es como una flor carnívora que espera que me aproxime.
Mi camino no tiene bifurcaciones, lo he creado para no poder escapar. No es la odisea de Ulises, en mis caminos no hay aventuras, solo hay tristeza, desolación y absurdo. No hay un amor, no hay nada que querer. Podría correr, podría pasar entre piedras ocultándome, fuera del alcance de los labios vaginales que oscilan de deseo, de un clítoris que destila gotas que forman una laguna viscosa. Y no funcionaría, porque el coño es omnipresente, allá donde vaya, allá está, solo debo pasar por debajo, no hay nada más que decidir. Y camino y el coño me atrapa, me absorbe y muero. De todas formas debía de morir.
Y despierto con la sensación de pérdida de las ilusiones.
Hay caminos que conducen a prados verdes, de la misma forma que hay muertes que conducen al paraíso.
Eso no ocurre en mi mente, creo caminos que no conducen a nada, porque no me gusta lo conocido. Quiero un lugar y perderme en él, descubrirlo. Y sobre todo, saber que ningún hijoputa ha pisado ese espacio. Solo quiero una brújula y trazar mis metas para no llegar a ellas porque algo interesante ha llamado mi atención.
Un camino trazado conduce inexorablemente a un destino vulgar, porque de las manos de la humanidad solo puede salir eso: mediocridad.
Mis caminos conducen a mares monstruosos y asesinos, al espacio letal, a un arenal sin vida.
Cuando el camino se acaba llega el vértigo del fracaso, la vergüenza, el ridículo. Pero estoy solo, es mi camino, mi humillación no la ve nadie. Solo existo yo y mi mierda.
Siento ganas de llorar por todo ese tiempo perdido y los esfuerzos para llegar; pero sobre todo el temor de quedarme en medio de toda esa hostilidad.
Mis caminos son buenos para llorar, es en el único lugar que lloro. No le doy un espectáculo dramático de mierda a nadie.
Me convierto en algo atrapado y soy solo desolación. Un monolito de barro seco…
Aunque después de la primera impresión y recapacitar sobre lo que me he encontrado en la vida que otros han construido, no tengo miedo a la desolación.
Los caminos de mi mente quieren ser desalentadores. Y por eso las sanguijuelas se alimentan de mi glande y bebo sangre de venas anónimas, de cortes profundos en las ingles…
Mis caminos son circuitos de entrenamiento, más duros que la vida. Nadie puede enseñarme la dureza y la bestialidad, porque mi cerebro tiene más de eso que todas las materias grises de la humanidad.
Mis caminos son tenebrosos.
El cielo que los cubre es gris como el plomo, las nubes están tan bajas que el pensamiento rebota en ellas, y me oigo mil veces. No hay música, porque es banal. La música distrae de la miseria en la que se vive, distrae de los sueños infantiles que jamás se cumplirán. No hay música, solo mi respiración y mi pensamiento. Y caen rayos en el horizonte y sobre mí. Hay gatos sin patas que se arrastran pidiendo muerte, y yo no quiero matarlos. El ruido de los pasos en la grava es ensordecedor. Y no hay un solo declive en el camino, no hay cambios, es andar sobre una cinta continua, no hay movimiento.
Y aún así, llego a una distancia en la que soy adolescente, me saludo; pero no hago caso al caminante y continúo metiendo en una bolsa de plástico transparente uñas ensangrentadas y sucias, colillas y trocitos de carne que huelen mal que salen de la tierra húmeda.
— ¿Por qué llenas esa bolsa con tantas miserias? —me pregunta el caminante.
—No sé, en algún momento nací y me encontré aquí. No hay otra cosa que hacer. Y el camino es infinito. Solo caen rayos. ¿Eres tú el creador, verdad? —me responde el adolescente.
—Soy tú cuando tengas cincuenta años.
—Te conservas bien, me gustará llegar a esa edad.
—Habrá dolor, joven yo. Y miedo.
—Pues que llegue pronto, porque esto es un aburrimiento, no me gusta recoger los restos de nadie, sus miserias, sus penas. Porque no hay seres vivos, si no se las metería a todos por el culo de nuevo para que las cagaran con sangre, donde quiera que sea que caguen.
Siempre hemos sido unos cínicos, de joven y de mayor, nos reímos de nosotros mismos, y decidimos cuanto despreciar lo que hicieron mal tantos muertos. Tenemos derecho, no pedimos todos esos campos vallados propiedad siempre de algún subnormal sin cerebro. No pedimos nacer para que alguien nos hiciera mierda la libertad.
Siento ganas de abrazarlo, porque era valiente, yo era valiente y sabía que era mierda lo que había en mis manos, y que nada variaría. No se lo dije a nadie, era mi secreto, mi madurez, mi sabiduría.
Y aún así, miré y miro el mundo buscando algo, en la triste realidad a sabiendas que voy a fracasar; pero tengo cojones y fuerzas para intentarlo hasta morir. Nadie me enseña nada, nadie me condiciona. Aunque duela, aunque me mate, lo haré. Buscaré lo bueno, sabiendo que no está. No tengo otra cosa que hacer, más que morir, soy tenaz.
Yo creo mis ilusiones y esperanzas y yo las mato.
Soy pesimista, pero jamás derrotista, cuando esté muerto hablaré de la paz.
Son tan densos mis caminos, tan metafísicos y existenciales, que temo quedar atrapado en toda esa trascendencia al enfrentarme a todo ese vacío. Y asustado sigo adelante.
Me haría una foto para mi perfil de las redes sociales: me colgaría de las orejas los testículos descompuestos de algún cadáver que a veces caen desde el cielo.
Temo el dedo en el gatillo que no cesa de realizar una presión cada vez mayor y mis células gritan que pare. Cada día estoy más sordo, y las células más afónicas.
Alguien toma un camino trazado porque sabe que alguien lo hizo, luego, no hay razón para no andarlo. No hay razón para temer; pero en mis caminos los hijos están muertos y eso duele infinito. Están podridos y sufren en una eterna y dolorosa agonía, sin reconocer las voces de sus padres. Están sucios de algas podridas que el mar arrastra a la playa de arena de cristales afilados. No llego nunca a los hijos muertos, me desangro antes y dejo un rastro de quince metros de tendones y piel.
Mis caminos tienen una razón para no recorrerlos, y yo ando por ellos, porque son mi creación, aunque me joda.
En mis caminos hay volcanes que convierten en ceniza las ilusiones y es difícil respirar. Imposible reír.
Mis caminos son tan importantes, que la vida y la muerte se confunde. Nunca sé cuando vivo y cuando muero, cuando camino o cuando me convierto en un mojón en la vereda.
Salgo de mi camino para volver a la realidad, con la esperanza de que habrá algo por lo que merezca la pena respirar.
El joven que era yo, se disuelve en una bruma iluminada por rayos, con su bolsa de miserias ensangrentada, sucia de colillas… Se ríe, me saluda con la mano.
—Seguiremos buscando, lo haré, aunque duela. No te preocupes, viejo yo. Husmearemos entre la mierda las cosas hermosas, y cuando fracasemos, volveremos a nuestros caminos a ser héroes hacia la muerte. Fracasados de sonrisas rasgadas.
Salgo del camino y me enciendo un cigarro frente al cuaderno abierto. Y escribo de mis ilusiones encima de la ceniza del cigarro que cae en el papel.
Se me escapa una risa y pienso que un fracaso más no importa, cierro el cuaderno.
Salgo al camino ajeno, al sol, al ruido y a la música. Tal vez haya algo más que banalidad. Aspiro hondo ante el próximo fracaso.

 

Iconoclasta

Escribir jode

Publicado: 17 octubre, 2011 en Absurdo
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A veces falta algo, una distracción, algo que no sea el papel y las putas letras.

No falta nada, se trata de impaciencia. Hay mucha presión para continuar escupiendo una quimera tras otra aún aleteando en mi boca. Esos horribles peces me miran y sienten vergüenza de ser tan feos y venenosos. Y grandes, porque cuanto más grande se es, más empeora todo (la discreción es importante cuando se es un mierda, y procuro esconderme en la oscuridad, con las musarañas). La naturaleza los hizo así, yo los he colocado en el borde de la repugnancia, si algo es feo, no tiene derecho a existir. No en mi mente. Que se desintegre su ignominiosa faz de la tierra.

—No nos hagas esto —lloran deshaciéndose.

La vista está cansada, me duele la cabeza. Más presión.

Debo descansar.

Debo escribir todas las putas aberraciones que pueda en el menor tiempo posible; tengo poca vida de tiempo.

Un elefante aplasta el cráneo de un niño y debo escribirlo y describirlo.

La madre toma al pequeño entre sus brazos y el cerebro se escurre como una tripa lavada entre los huesos aplastados. Es hermoso el drama de la muerte con sus impactantes emociones. El payaso llora chorros a presión de orina y el tigre lame la sangre en la arena. La madre mete los dedos en la cabeza vacía, intenta acariciar el alma de su niño.

Es un estallido de color el de la desesperación…

Hay mucho dolor y mucha desolación por escribir.

Se escurre una parte de mis sesos por la nariz, es un moco que no me puedo despegar de los dedos. Me asfixia. Respiro por la boca y cae un cuerpo sin extremidades ni cabeza.

Debo escribir que soy Saturno vomitándome a mí mismo. Y una vagina enorme escupe mi cabeza sin ojos, y como una calabaza, hay una vela en su interior encendida prendiendo fuego a los sueños.

Es posible, todo es posible.

No quiero escribir más, me duelen los dedos y se aferran con fuerza al bolígrafo y rasgo el papel. Las gafas se empañan por el aliento hirviente de Satán que ha metido un palillo chino en mi oreja. Profundo…

Un Satán que he creado yo por obra y gracia de mi locura.

Me deslizo suave y dulcemente a la demencia. Olvido el lugar y la atmósfera, no soy presencia. Soy todas las pesadillas, soy todas las ilusiones pervertidas. Que nadie se ofenda, no me voy por mala educación. Me voy porque un cáncer con forma de rata me está destrozando las entrañas. El dolor enloquece.

La cordura es ahora una tira de piel seca y translúcida. Había un rastro de sangre y rápidamente se ha secado adquiriendo un color marrón, parece mierda.

¿Es posible que deje el bolígrafo un rastro de gemidos entre la tinta?

No lloro, yo solo sufro con una sonrisa. Los locos sonríen en su universo por muy pútrido que sea. Se ríen burlonamente de la realidad y se tocan la polla sin preocupación.

Quiero vaciarme, escribirlo todo de una vez por todas, no quiero más ideas en mi cabeza.

El anzuelo se ha prendido en alguna parte de mis entrañas, porque intentar pescar la cordura es un acto vano, es lanzar el sedal en el arrecife de los idiotas donde flotan paquetes de tabaco deshechos. Saco intestinos sin ningún tipo de poesía, son tripas llenas de mierda.

Al tirar de la caña sale un hijo muerto, el anzuelo atraviesa su mejilla creando una sonrisa de espanto y pena, es demasiado pequeño, corto el anzuelo y lo devuelvo muerto al agua. Si no puede nadar, que flote; pero que se aleje de mí el dolor.

Separo los labios y la vulva me ofrece el clítoris perfecto, el áureo placer. Ostentoso en su tamaño, me llena la boca y un ángel mete su virginal dedo en mi ano. Acaricia mi próstata sensible y me orino mordiendo el placer; y el amor se va en forma de espiral de humo por un ventilador en el techo.

Escribir me jode, es un dedo angelical, es un palillo en la oreja.

El ying y el yang son dos hijos de puta uno a cada lado del espejo y el coño bendito la ilusión rota. La lengua que no llega.

Las semillas del kiwi son trozos de cristal, vomito sangre. No compraré más kiwis si tuviera tiempo de ello.

Mi polla no es un adorno, no puedo amar olvidándome de mi pene. El perro lo lame y no está mal hasta que arranca un pedazo de glande. No hay dolor; pero da miedo el perro, da miedo no tener polla.

No tener sexo.

—Tenemos que irnos —dice mi padre desnudo lleno de llagas.

—¿A dónde?

—La muerte no es lugar ni tiempo. Deja el perro, deja que te coma la pilila, no te hará falta.

—Lárgate, padre. Esto no es muerte, es mi mente enferma, solo puedes empeorar.

Aferro al perro por la cabeza sintiendo la garrapata henchida cerca de la oreja, lo elevo hasta mí y muerdo su nariz arrancándosela. Ya no sé de quien es la sangre.

Padre se ha marchado triste con las manos en los bolsillos de su decadente y decrépita desnudez, vuelve al infierno. Solo quería compañía; pero tengo que escribir aunque joda. Aunque amara a mi padre, seguiría escribiendo mierda, aunque muriera de nuevo.

Aunque resucitara con las vísceras por fuera.

Escribir jode.

Y debo escribir mientras haya un solo ser vivo a quien ofender, a quien despreciar. Yo mismo soy uno.

Bajo el párpado deslizo un mondadientes, me pica el globo ocular. Escribir es una alergia. No hay antihistamínicos, solo una cuchilla afilada que libera presión en el tejido y el alma.

Y el alma es un conjunto de porquerías debidamente ordenada por emociones, por falsas emociones, por ilusiones, por la muerte que ronda.

Es mejor follar sin nada en el cerebro, es mejor meter mi destrozada polla en un agujero de carne y olvidar que soy, que existo.

Escribir jode; pero no es joder.

¡Qué puta gracia!

Iconoclasta

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