Hay algo sucio, decadente, degradante y repugnante en el hecho de que una sociedad declare deporte jugar con espaditas de plástico luminosas.
Hay algo ruin y enfermo en esta sociedad de adultos infantilizados, caprichosos y quejumbrosos, tanto que lo correcto sería diagnosticarlos como retrasados mentales.
Hace miles de años, cuando los primeros monos u hombres escucharon las primeras palabras “sagradas” de boca del brujo charlatán y timador, la humanidad prostituyó su dignidad por una resurrección o un paraíso después de morir.
El valor y la determinación murieron con la fe en el hechicero, en el sacerdote, en el juez y en el político.
Y por ello hoy juegan confederados machos y hembras adultas con espaditas de plástico luminosas.
Y así el trabajo, y así el follar y así el conocimiento, infantil, retrasado mental. Cobarde y lloricón.
La humanidad se merece lo que les ocurre: no resucitan, no van al cielo; simplemente queman sus cadáveres como hacen con los viejos neumáticos en un horno industrial.
No podía haber mejor final para la indignidad que han elegido vivir.
Ha llegado el momento en el que todas las mujeres del planeta, queden estériles por una mutación nuclear y desaparezca de una vez la indignidad de la faz del planeta.
Iconoclasta, el hombre. 