Escribir, no ya solo por plasmar ideas, sino por el placer de sentir el roce del papel, el deslizar de la tinta. Escarificar, grabar el papel con la fuerza de la emoción.
Componer quebrantos y alegrías que hagan crujir las páginas.
O inopinadas ternuras de los momentos de indefensión.
Observar los fracasos ajenos y aprender mediante escribe y vive. Aprender a no encontrarte cerca de ellos porque la mediocridad es infecciosa.

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