Posts etiquetados ‘banalidad’

Hablar por hablar, buscar tiempos que rellenar, inventar pretextos. Pronunciar o escribir palabras que distraigan la vergüenza de reconocer soledad. Jugar al ingenio sin tenerlo…
Qué harto estoy de tanta banalidad.
No me interesa la crítica musical; estoy excitado, la tengo dura…
No importan los derechos de nadie o el precio del petróleo, quiero saber la marca que deja la ropa interior en la piel de su vientre y sus hombros. Quiero el descaro de su sensualidad expresado como una bofetada a las convenciones sociales. Con esa soberbia maravillosa y desinhibida.
No lo entienden…
Hay tanto tiempo perdido en palabras vanas… Tenemos una responsabilidad con nosotros mismos: expresarnos ante lo que amamos y deseamos sin asomo alguno de pudor, para bien o para mal.
Equivocarse está bien, te libera de la ortodoxia del aburrimiento.
Odiar si es necesario, sin prejuicios. Solo importa expresar pasión. Precisamente por respeto a quien hablas, por muy ofensivas que puedan ser las palabras.
Decir lo que se siente y luego, atenerse a las consecuencias.
Porque lo demás es perder un tiempo precioso.
Y el humor.
Medir lo que se expresa es lo mismo que adulterar la comida: solo queda un triste proyecto de sinceridad que aboca al hastío, como el discurso de un político o un sacerdote en el púlpito con su sermón de mierda.
Pellejos vacíos al viento que no trascienden más que dos segundos en el tiempo.
Moralidades tipo estándar que a nadie incomodan, que no molestan nunca; pero que llenan convenientemente tiempos vacíos y egoísmos.
Un «tengo cosas que hacer» es la respuesta a esa normalización correcta de la expresión.
Y los hay que se creen que es verdad.
Doblarse en un vértigo cuando habla de necesidades del alma y la carne. Morderse el labio de deseo… Ser testigo de la angustia de la soledad y bajar los ojos conmovido…
Necesito eso, no quiero ser educado, no quiero ser correcto. Aunque me joda.
Hay un tiempo para las charlas usuales y otro para las importantes. Hay un deseo de expresarse sin tapujos cuando el peso de la cotidianidad nos asfixia.
Debería haberlo.
No me gusta el ritmo monótono, y lo rompo con una obscenidad, con un deseo, con una tristeza, confesando una melancolía. Si ello lleva a un silencio incómodo, está bien, no hay tiempo que perder. Morir es tan habitual… No somos conscientes de lo tarde que suele ser siempre.
Y hablan, y hablan, y hablan…
Cuando estemos tranquilos, cuando estemos saciados, hablaremos ya relajados de cosas superficiales que no lo son, que importan. Importa compartir la vida toda, sin trampas, sin sofismas, sin superficialidad. Porque es necesario saber la música que le gusta y así, replicar que imaginas las notas deslizándose por sus pechos y sus muslos.
Los detalles son importantes porque rodean el amor. Son el decorado y el color, son el descanso de la metafísica de los amantes.
Expresada la pasión, demos paso a las risas y a películas que no nos gustaron. A libros que no se deberían haber publicado jamás, porque están escritos con la técnica del aburrimiento, la vanidad injustificada y la corrección académica.
De la misma forma que hablan escriben.
Por sus palabras bostezaréis.
Hay tantos libros que quemar, como charlas que intentan disimular la vergüenza de la falsedad y la cobardía de la soledad.
Así que dejemos la angustia de la soledad reflejada en las palabras, porque es trascendente. Porque es la única forma de expresar lo inexplicable del amor y sus consecuencias: los tiempos y los lugares.
Aunque duela un poco…
Aunque duela mucho y te deje desnudo.
No hay tiempo que perder, no es necesario padecer hastío y aburrimiento sino lo deseamos, hay otros tiempos para lo inevitablemente social.
Hay cosas importantes de verdad como saber el tamaño y el tono de sus pezones. No es algo banal, porque va respaldado por una mirada acuosa, húmeda de deseo y por un temblor de labios al pronunciar y de dedos al escribir.
Los detalles son importantes, insisto.
Intuirlos es imprescindible para expresar lo que se siente e impactar en su pensamiento.
Impactar es lo que importa cuando la opresión de la cotidianidad asfixia.


Iconoclasta

En un mundo lleno de amores confusos y compartidos mil veces hasta hacerlos banalidad, el gran amor claro y diáfano es de tal rareza que se considera sueño por muchos.
Buscar algo así, es comprar un pasaje directo al manicomio. Y cualquier lugar es peor que el manicomio cuando buscas un amor claro y diáfano.
Solo hay que estar preparado para lo peor (no encontrarlo) y la soledad. En la búsqueda de lo cuasi imposible, solo se puede sobrevivir y llegar al final si no tienes miedo a estar aislado.
Debe haber un amor claro y diáfano. Un amor exclusivo donde ellos dos sean suficientes para sí mismos y puedan dar la espalda al mundo y sus horrores idiotas.
Todo mi ser lo intuye, como el ozono de una tormenta cercana que crea un aire picante y fresco en mi olfato; pero son tan escasos los amores claros y diáfanos, que es más que probable morir sin encontrarlo; aún así no se debe abandonar la búsqueda.
Existe el amor claro y diáfano, como el diamante más puro.
Para rendirse en su búsqueda, solo es excusa la muerte.
Una vez conoces o intuyes su existencia, tu única función en la vida es encontrarlo.
Sé que hay gente que lo ha encontrado, pero no hay estadísticas. Los amantes claros y diáfanos huyen y excluyen al mundo y sus estadísticas.
Son tan pocos que se consideran mitos.
Hay demasiados amores vulgares que apenas duran un segundo frente a su propio reflejo en el espejo. Cuando la luz pasa a través de esos amores, no se refracta, no se descompone por la fuerza de la exclusividad y la pasión. Se convierte en un haz de una linterna barata, un rayo de luz amarillo que ilumina el polvo del aire, como el sol mediocre de las tardes sucias y polvorientas.
El sonido de un amor vulgar es un balbuceo apenas comprensible que lleva a un silencio incómodo.
Son amores que no se sostienen a sí mismos, que se refugian a su vez en otros amores y en otros afectos para poder soportar toda esa mediocridad diaria.
Un mal arreglo, un mal menor para vidas menores.
Se enamoraron por cobardía a la soledad; pero los cobardes mueren cobardes y el amor se pudre en un jarrón sin agua.
Los amores que no son exclusivos son algo de lo que huir, son trampas, espejismos convenientes de las mentes pusilánimes y banales que insultan la inteligencia.
Los cobardes no pueden aceptar que la soledad es una amante segura y sincera. Los cobardes tienen miedo a que el aire viciado de una mina joda sus pulmones.
La soledad no te abandona ni a la hora de la muerte. Es una capa del color de la valentía que protege del bacilo de lo adocenado.
Los amigos no valen un amor claro diáfano, no son suficientemente potentes; amigos míos, perdonad por ello, el amor claro y diáfano tampoco tiene piedad conmigo.
Mejor solo que mal acompañado. No es correcto: mejor muerto que mal acompañado.
Hay que morir en soledad si no tienes un amor claro y diáfano clavado en el puto corazón. Porque quien vive mediocre, muere mediocre. Y comen croquetas y se ríen en tu entierro.
Quiero una herida mortal del amor claro y diáfano, una certera puñalada que me mate derrotado y satisfecho de una búsqueda que me ha consumido.
El honor y la dignidad son importantes en un mundo repleto de juveniles amores y banalidades, son las únicas posesiones con las que nací. Y mi voluntad, mi férrea voluntad de preferir la soledad absoluta a un amor gris.
El amor claro y diáfano descompone la luz, disgrega cuerpo y alma y amalgama a los amantes. Los hace luz. O eso creen.
Y si lo creen, basta para que sea real.
Son valientes, han sufrido demasiado para encontrarse y tener paciencia para que la verdad les diga o no lo que son. No aceptan verdades ni dogmas, solo se aceptan ellos.
Lo exterior y la verdad son injerencias.
El amor claro y diáfano es un poliedro perfecto, y a través de sus múltiples facetas y de su profunda claridad se aprecia con todo detalle los ojos amados.
No hay una sola aberración óptica.
Pareciera que son diamantes tallados por dioses de otros mundos.
Bendita la luz que desgarra las sombras de los amores grises y plomizos.
Necesito un amor claro y diáfano que me convierta de basura en algo querido.
Puedo imaginar, sé perfectamente como son los fulgurantes destellos de puros y hermosos colores que nacen de la cristalina estructura de un amor claro y diáfano.
Buscaré en los lugares más recónditos del planeta lo que apenas existe. Ya no es posible vivir amores menores.
Moriré en lo oscuro y húmedo si no hay un amor de un millón de quilates que me ilumine.
Moriré en el fondo de una mina, con las uñas desgarradas.
Es mejor el aislamiento que un amor imperfecto y mal tallado.
No importa respirar mineral en polvo y poner en jaque los pulmones, no importan las manos que sangran por escarbar la tierra o la carne de mi pecho.
Si no lo encontrara a tiempo, la vida me sepultaría en un derrumbe de años.
Algo épico y romántico. He sido tan vulgar siempre…
Moriré con una dignidad y estilo que carece la humanidad, como no he podido vivir. Nadie me echará de menos, nadie me llorara hipócritamente.
Los mineros del amor diáfano y claro suelen morir en los túneles sin haber encontrado nada, con el pico en la mano, con la linterna de su casco apagada.
No todos… Los hay que viven a veces horas y días, que aún les da tiempo disfrutar esa piedra preciosa de amor puro.
Es una esperanza ridícula, pero también ha sido patética la vida hasta aquí, hasta ahora.
Mi única misión es seguir esa esperanza que atesoro en la búsqueda de lo importante, un santo grial del alma. Es la única razón por la que vale la pena abandonarlo todo y agotar toda mi vida en ello.
Hay un amor claro y diáfano que encontraré en alguna parte. Hay un diamante ya formado, ya perfecto que atrae mi piel y mi alma hacia la destrucción si fuera necesario.
Y es necesario.
Es digno.
Hay un amor claro y diáfano.
Tiene que haberlo, por favor…


Iconoclasta