
A estas alturas y dado el nivel de fascismo impuesto en Europa con el coronavirus y la asfixia de toda libertad, es fácil imaginar que sean muchos los gobiernos europeos los que han pactado destruir los gasoductos. El estercolero de dinero que están ganando los líderes políticos europeos en comisiones y sobornos de la industria armamentística, y lo que recaudan con las facturas (auténticos robos o estafas) de gas y electricidad contra la población, es suficiente aliciente para torpedear el gasoducto y prolongar el timo energético y la venta de armas.
Prolongar la guerra y el miedo de una sociedad decadente, sorda y ciega que hace impune el crimen del estado, es una posibilidad más probable que descabellada dados los tiempos de un neonazismo surgido e instaurado gracias al coronavirus en todas las viejas, gastadas y decadentes pseudo democracias occidentales.