Posts etiquetados ‘violencia’
El amor que todo lo confunde, de Iconoclasta
Publicado: 2 octubre, 2015 en Lecturas, LibrosEtiquetas:crimen, El amor que todo lo confunde, Iconoclasta, novela, Pablo López Albadalejo, Suspense, Ultrajant, violencia
El hijjo de un violador (8 y final)
Publicado: 11 octubre, 2013 en TerrorEtiquetas:"ciencia ficción", fantasía, Iconoclasta, Pablo López Albadalejo, sexo, terror, Ultrajant, violadores, violencia
8
La decoración era minimalista con una clara orientación oriental, los colores claros de mobiliario y paredes creaban un ambiente diáfano, relajante. Aunque a ella le gustaban los ambientes más íntimos, tanta luz le daba la sensación de estar expuesta al exterior; pero pronto se adaptó a aquella atmósfera y se duchó en el gran baño de la habitación. Con cuarenta años sus músculos estaban firmes, sus piernas bien torneadas y sus glúteos bien marcados, su piel muy blanca entonaba con su melena rubia, ahora recogida en una coleta.
Se dejó caer en la cama, desnuda y excitada. Pensaba constantemente en el hermano de Fausto. Imaginaba ser penetrada por aquello que era puro placer y se durmió acariciándose los labios vaginales sin acabar la masturbación.
Fausto despertó, se sentía extrañamente bien y poco a poco tomó conciencia de lo que había ocurrido. Se encontraba con las manos esposadas a una argolla grande de una pared pintada de negro. Si no hubiera tenido las manos inmovilizadas, hubiera golpeado sus cojones. La sola idea, provocó un fuerte dolor en su pubis y la dulce morfina le obligó a cerar los ojos de nuevo.
A la hora de cenar, Pilar bajó al salón comedor, fastuoso en su modernidad. La mesa era de mármol blanco y los platos rectangulares con las esquinas elevadas.
— ¡Adelante! Siéntese.
—Gracias, señor Solovióv, tiene una casa preciosa. ¿Cómo se encuentra mi marido?
—Se encuentra felizmente sedado en el sótano, está bien. Y su hermano también, incluso mejor —le explicó de buen humor—. He hablado con mi abogado, Pilar. No hay noticia alguna de la muerte de su hija; es demasiado pronto para dar por desaparecido legalmente a un adulto, contando con que alguien quisiera hacerlo.
—Pero tarde o temprano mis padres o mis suegros se preocuparán cuando no tengan noticias de nosotros, incluso hoy seguro que me han llamado al móvil que mantengo apagado.
—Tiene que tener en cuenta que han cometido un grave delito y de la cárcel no se van a librar. Así que voy a comprarles unos pasaportes falsificados que descontaré de sus beneficios. Respecto al coche, lo voy a enviar a un desguace, lo cual constituirá un gasto más ya que hay que pagarle el favor al dueño del negocio. En definitiva, no le queda más solución que cambiar de vida. Y por supuesto, tendrá que pasar una larga temporada sin vida social. No creo que tenga mucho de que preocuparse.
Pilar por fin se derrumbó y rompió a llorar.
—Por favor, Candy, trae un diazepan para la señora Abad. Necesita un poco de ayuda —dijo dirigiéndose a la criada que llegaba a la mesa con una bandeja de parrillada de pescado, luciendo un elegante equilibrio sobre aquellos desmesurados tacones. Bajo la minifalda del uniforme, no llevaba ropa interior.
— ¿O tal vez prefiere algo de cocaína, Pilar? —le preguntó con una gran sonrisa.
Se tragó el sedante y apenas probó bocado de la cena, se limitó a escuchar los consejos del ruso sobre decoración.
— ¿Podría llevarme adonde está mi marido? —preguntó cuando Volodia se encendía un habano.
—Por supuesto. Acompáñeme.
El ruso se levantó de la mesa y la guió hacia la parte trasera de la casa, tomaron unas escaleras que llevaban al sótano y una vez abajo, el hombre tecleó una combinación en el abrepuertas, se escuchó el clic de la cerradura y le abrió la puerta dejándola pasar.
—Estaré en mi despacho por si me necesita, buenas noches, Pilar. Podrá salir cuando quiera, la combinación es solo para impedir la entrada a cualquier curioso.
Cuando subió las escaleras, alertó por teléfono a sus guardaespaldas.
—Estad atentos, he llevado a la mujer al sótano para que pase un rato con su marido, si el tipo sale de allá abajo, lo drogáis de nuevo y lo volvéis a atar.
Cuando llegó al despacho, conectó la videocámara de vigilancia del set de grabación y se sentó en la silla meciéndose tranquilamente con el cigarro entre los dedos.
— ¿Vienes a ver a tu esclavo? ¿A vuestro monstruo de feria?
Fausto hablaba con calma, lentamente, sin pasión. La droga aún influía en su organismo.
Pilar liberó sus manos con una llave de esposas que se encontraba colgando de la silla de un potro negro de BDSM.
— ¿Tampoco piensas en tu hija? Se está pudriendo… Yo la maté y tú la abandonaste.
— ¿Quieres que vayamos a la cárcel y se arruine toda nuestra vida por un accidente? Llevamos toda la vida trabajando y tenemos solo un piso del que apenas hemos pagado la mitad del préstamo y un coche que está por pagar también. Y no me hables de mi hija, solo yo sé de ese dolor.
—Pues no lo parece. Te estás comportando como una zorra. Si planeáis matarme “mi hermano” no sobrevivirá. Lo sé de una forma natural, no puede pasar más de treinta minutos lejos de mí, moriría deshidratado y desnutrido.
Pilar sentía los párpados pesados por la acción del valium y su mirada se dirigía insistentemente a la bragueta de su marido.
—Alguien tenía que tener la cabeza fría, Fausto. Espero que lo comprendas pronto… Estoy cansada ahora. En veinticuatro horas, hemos cambiado nuestras vidas completamente.
Volodia prestaba atención a la conversación del matrimonio, las imágenes llegaban nítidas y podía examinar las miradas con el zoom de la videocámara.
Todo aquello era verdad, era un matrimonio mediocre con un problema inimaginable para nadie. Incluso la magnitud del fenómeno opacaba la muerte de su hija.
Si su plan había sido eliminar a la mujer, comprendió que no sería tan fácil, cuando observó al repugnante “hermano” del tal Fausto.
Pilar se acercaba a su marido con el paso inseguro de los narcotizados. El marido intentó alejarla empujándola atrás con las manos; pero su mujer recuperó el equilibrio y avanzó hacia él de nuevo, cuando se doblaba de dolor en el suelo con las manos en la bragueta.
Fausto entró rápidamente en la inconsciencia gimiendo de dolor. Su mujer acariciaba su paquete genital mientras lo desnudaba de cintura para abajo. Cuando observó el pene detenidamente y sopesó aquellos pesados testículos en su mano, se sentó frente a su marido con las piernas abiertas. Sus bragas estaban empapadas, y el pantalón…
Volodia apartó con repugnancia durante un instante los ojos del monitor, cuando el pene y los testículos se desgajaron haciendo ruido a masa líquida del pubis del marido.
Como una especie de gusano, el pene se arrastraba dejando un rastro viscoso y rojizo, eran restos de sangre que goteaba de las venas desconectadas y fluido lubricante. Se dirigía directo a las piernas de Pilar.
La mujer se desabrochó el pantalón y se quitó las bragas. Sus muslos se recogieron encima del vientre para favorecer la penetración.
Volodia llamó a Candy a través del interfono: estaba caliente.
Cuando la criada llamó a la puerta, apagó el monitor para que no viera lo que ocurría. Cuando se agachó bajo la mesa y se metió en la boca su pene, encendió de nuevo el monitor y bajó el volumen.
Era increíble… Excitante… Sería un éxito, lo nunca visto.
El “hermano” ya se había introducido en la vagina de la mujer y sobresalían los gordos huevos peludos, que se contraían rítmicamente. Los muslos de la mujer temblaban y se había desabrochado la blusa para acariciarse los pezones sin ningún cuidado. Jadeaba sin pudor, sin que le importar si se oía. Y de hecho, podía oír sus gemidos a través de la puerta cerrada del despacho.
El trabajo de Candy duró muy poco, Volodia estaba demasiado excitado.
En el momento que eyaculaba en la boca de Candy, el pene había salido del coño de la mujer y ésta lo había tomado entre sus manos para llevárselo a la boca.
Estaba horriblemente grande, como si hubiera crecido durante el coito. Volodia lo recordaba un poco más pequeño cuando lo vio hacía unas pocas horas.
Y debía estar en lo cierto, porque cuando Pilar intentó metérselo en la boca, vomitó por no estar acostumbrada a algo tan grande.
Se aseguró de que la grabación siguiera en funcionamiento antes de apagar el monitor.
—Gracias Candy, toma —y le alcanzó un cigarrillo de hachís que guardaba en uno de los cajones de la mesa.
—Buenas noches, Volodia —saludó con informalidad, Candy. En realidad se llamaba Ana.
Su jefe la siguió con la mirada hasta que salió, seguramente se metería en la habitación de Emil, uno de los guardaespaldas. Había sido día de paga y el personal tenía demasiado dinero en el bolsillo; Candy les ayudaba a resolver ese problema (a ellos y la cocinera); pero sobre todo, era la mejor actriz porno que había conocido.
Aunque Pilar se podría convertir en la próxima Lovelace y ni ella misma lo sabía.
El pene estaba eyaculando en la boca de la mujer, accionó el zoom y obtuvo un primer plano, el semen le salía por las comisuras de la boca y por la nariz, bajaba por su garganta como una cascada lenta y blanca para recrearse en sus pechos. Una gota blanca se desprendió de uno de los pezones.
Dejó la grabación en funcionamiento y apagó el monitor, ya vería mañana el resto.
Cerró con llave el despacho y se dirigió a su habitación. Antes de dormir, envió un mensaje de texto a su camarógrafo Stanislav, para que no se retrasara para el día siguiente y sobre todo, que no llegara con su asistente de iluminación, él mismo le ayudaría.
Se durmió con su pistola cargada en la mesita de noche, sentía una sensación de asco y desconfianza por tener a esos ¿tres? individuos en su casa.
Pero era su trabajo, ya se había acostumbrado a convivir durante temporadas con toda clase de tarados mentales, que solo podían hacer alarde polla, coño y tetas, más vacíos que una cáscara de huevo.
Durmió sin soñar en nada. Fríamente como frío era el lugar donde creció.
Fausto se despertó por un olor indescriptible que ofendía y saturaba su olfato. Olía a mierda, orina y alguna cosa más que no acertaba reconocer. Recordaba vagamente que su esposa lo había vuelto a utilizar para follar con su hermano. Se encontraba lúcido, la morfina le había dado un descanso extra que necesitaba urgentemente.
Cuando su vista se hizo clara y se acostumbró a la luz, la vio.
Pilar se encontraba frente a él, con las piernas abiertas; estaba inmóvil su piel estaba blanca y fría como la de la ternera en las carnicerías, su boca estaba desmesuradamente abierta, la vejiga y los intestinos se habían vaciado.
Y vio ese pequeño pene saliendo de su vagina, como un feto, vomitando ante aquel aborto.
Le faltaba la respiración. Se vistió los pantalones apresuradamente, abrió la puerta y subió las escaleras. Cuando llegó a la planta baja, uno de los guardaespaldas le cortó el paso en el rellano.
—No puede pasar hasta que el señor Solovióv lo ordene.
—Mi esposa está muerta allá abajo. Avise a su jefe.
El guardaespaldas hizo una llamada a su compañero que se encontraba rondando en el jardín.
—Emil, ven a la escalera del sótano, tengo que revisar algo en el set de filmación. El señor Heras está nervioso y necesito que estés con él unos minutos.
—Voy para allá, Jurgen.
A los pocos segundos entraba por la puerta el guardaespaldas.
—Voy abajo, quédate con él un momento.
En unos instantes el hombre volvió a subir con un ademán grave en el rostro.
—La mujer está muerta, tenemos que avisar a Volodia.
—Solo son las seis y media de la madrugada.
—No podemos esperar, Emil.
Jurgen subió al primer piso para despertar a su jefe. Emil llevó a la cocina a Fausto tras asegurarse de que estaba razonablemente tranquilo, para que tomara un café y fumara un cigarrillo; al fin y al cabo, solo era un hombre normal, nada de esos criminales o degenerados con los que estaba acostumbrado a tratar cuando era policía en Svrenika hacía ya quince años.
A los quince minutos y tras un par de tazas de café, Emil recibió una llamada.
—Sí, señor Solovióv, ahora lo llevo.
—Vamos al despacho del jefe, quiere hablar con usted.
Recorrieron el pasillo hasta el comedor, lo cruzaron y tomaron el pasillo que daba a la puerta de la casa. El guardaespaldas se detuvo ante la segunda puerta y llamó.
— ¡Adelante!
Volodia se había vestido con una bata de raso negra y se le veía preocupado.
—Hay que deshacerse del cadáver, quiero que hagáis una fosa muy profunda en el jardín, tras el invernadero. Que Xavier plante unas flores, para que quede disimulada la tumba.
A continuación, invitó a Fausto a que tomara asiento en una silla de plástico de jardín que se encontraba en el centro de un rectángulo de plástico de invernadero casi opaco por el uso, frente al escritorio de mármol y vidrio.
—Señor Heras, su esposa me contó su breve historia; pero ella no sabía aún que lo que tenía usted entre las piernas es un trozo de violador, algo abyecto que no debería haber ocurrido. Su mujer simplemente estaba drogada por eso que tiene por pene. Esto es inaceptable, inviable. Usted y su hermano son incontrolables. Unos verdaderos monstruos. ¿Sabe? Siempre he pensado lo mismo que usted decía ayer al salir de aquí: no deberían nacer los hijos de los violadores, todo lo que sale de lo podrido está podrido. Y ya no quiero saber nada de toda esta porquería. Soy un pornógrafo, tal vez un ser miserable para esta sociedad, pero tengo mi orgullo y mis prioridades. En un principio me dejé llevar por el impacto visual, por las posibilidades de negocio; pero ya he ganado todo el dinero que necesito. Me puedo permitir el lujo de juzgar y actuar al margen de leyes y de escrúpulos —se acercó desde la mesa para ofrecer un cigarro a Fausto, que aceptó—. He visto la grabación de toda la noche y usted no puede vivir y mantener semejante monstruo, no tiene control.
—Es lo que necesitaba oír por fin. No deberían nace los hijos de los violadores.
—No saldrá de aquí para acudir a la policía, no me voy a involucrar en este escándalo. Nadie sabrá lo que ha ocurrido con ustedes ni lo que ocurrió cuando encuentren a su hija. Y tampoco voy a mantener por ningún concepto esta mierda en mi casa.
Durante una inhalación profunda del cigarrillo, Fausto sintió el sorprendente sonido de un escupitajo y durante un instante todo fue luz. Luego dejó de existir al tiempo que caía de la silla al suelo. Parte de su corazón había salido por la espalda, formando una estela de carne cruda en el plástico del suelo.
El pene se desprendió y reptó por el suelo unos centímetros antes de que Volodia, tomara el abrecartas de su escritorio y lo clavara en el enorme glande. El meato parecía una boca torcida por el dolor.
Aún retorciéndose como una oruga, lo envolvió con una esquina del plástico del suelo y lo pisoteó hasta que dejó de moverse. Y siguió pisoteándolo hasta que dejó de parecer lo que era. Tiró la pistola y el abrecartas en el pecho del cadáver y llamó a Jurgen por teléfono.
—Aprovechad la fosa y meted esta mierda también allí.
A continuación presionó el botón del interfono.
—Candy, por favor, en cuanto se levanten y hayan desayunado Pedro y María, que vengan a limpiar el despacho a fondo. Todo el suelo, todos los muebles, tarden lo que tarden. No quiero que quede ni una arista sin limpiar, aunque parezca limpio. Que hagan lo mismo en el set de grabación.
Envió un mensaje a Stanislav: “Se ha cancelado la grabación, no vengas. Ya te avisaré”.
Metió la mano en el bolsillo y sacó una bolsa de plástico con cierre, dentro había guardado el feto del pene que abortó la mujer. Salió y se dirigió al almacén de materiales para el mantenimiento de la casa. Tomó un frasco vacío de garbanzos, metió el proyecto de pene, llenó el frasco con alcohol y lo cerró.
Con cinta de papel para pintura, hizo un letrero y escribió: “Los hijos de los violadores no deberían nacer”. Y sonrió porque solo él conocería el significado de aquello.
Cuando Pedro y María dieron por finalizada la limpieza del despacho, colocó aquel frasco en un rincón de la estantería de libros. Desentonaba con la decoración como un detalle sórdido y de mal gusto, cosa que no le importó demasiado. Nadie creería lo que era de verdad, en eso estaba lo divertido.
Borró la grabación del set y el video que le adjuntó Pilar en el e-mail.
Y todo fue como una pesadilla que se olvidaría, salvo por el hijo del violador que nunca nació, flotando en un océano de alcohol. Muerto y olvidado.
Los pornógrafos arreglan las cosas de forma eficiente, contra toda ley, contra toda moral.
Llamó a Candy por el interfono.
—Te espero en mi habitación.
—Ahora subo, Volodia.
![]()
Iconoclasta
https://issuu.com/alfilo15/docs/el_hijo_de_un_violador_en_a5/1?e=0
El hijo de un violador (7)
Publicado: 8 octubre, 2013 en TerrorEtiquetas:"ciencia ficción", fantasía, Iconoclasta, Pablo López Albadalejo, sexo, terror, Ultrajant, violadores, violencia
7
Pilar entró en un local de internet que había visto cuando salió en busca de la puta.
Le asignaron un ordenador en cabina individual. Hizo una copia del video grabado en la tarjeta SD y lo bajó de resolución para poder enviarlo por correo electrónico y luego marcó el número telefónico de Volodia Solovióv.
-Ya tengo la grabación; se la voy a enviar ahora mismo. Necesito que la vea enseguida y me diga algo al respecto. Estamos en un aprieto que ya le explicaré si tenemos una charla.
-No te preocupes, lo veré ahora mismo y te comento.
-No tarde, estoy en un ciberlocal.
Volodia abrió el correo electrónico que apareció en el monitor en el momento en el que cerraba el teléfono.
Observó atentamente las imágenes con un gesto de asombro. Era una grabación de baja calidad, para ser visualizada en un tamaño muy reducido. A pesar de todo era impactante y ante la sencillez del video, no pudo encontrar retoques ni trucaje. Aquel pene que reptaba por la cama y se movía lentamente, parecía un ser vivo, un animal.
Pensó que si fuera un truco, valdría la pena conocer como se había realizado para conseguir tamaño realismo; pero en modo alguno podía aceptar que fuera real. Se encontraba excitado y confuso, era tan realista que sentía una especie de rechazo que encajaría bien con el público más fetichista.
Aquellas imágenes eran una agresión moral directa al estómago del ciudadano normal. Los genitales reptando de una forma tan viva, tan autónoma, podrían convulsionar a medio mundo con su degeneración.
Pensó en alguna especie de juguete robot comandado a distancia, pero no consiguió identificar ningún movimiento mecánico. El hombre que se encontraba sentado contra el cabezal de la cama estaba realmente ido, y el proceso de cómo se desprendían los genitales de su pubis estaba oculto, hasta que llegó la escena final y pudo ver apretando el puño con reparo, cómo se acoplaba aquella cosa entre sus piernas.
Todo parecía tan extrañamente real que sintió una especie de náusea.
Tomó el teléfono y llamó a Pilar Abad.
Apenas empezó a zumbar el teléfono, la mujer respondió.
– ¿Qué le ha parecido, señor Solovióv?
-Impactante, he de confesar que no he encontrado el truco.
-No lo hay. El siguiente paso es que lo vea en vivo.
Solovióv no respondió, durante unos segundos estuvo pensando en que, seguramente, sería una explicación decepcionante. Una filmación que aporta un tremendo realismo por una simple cuestión de suerte. Aún así decidió, como decía la mujer, verlo en vivo.
-Estamos a jueves… Podría hacerle un espacio en mi agenda para el lunes a la tarde -dijo tras la larga pausa.
-Imposible. Le dije que estamos en un apuro que solo puedo explicarle en persona y para el lunes, deberíamos estar, mi marido y yo, en algún lugar oculto.
– ¿Dónde se encuentra usted ahora?
-En Alfajarín, muy cerca de su casa.
-Veo que no ha llegado hasta aquí por casualidad. Está bien, la espero a partir de ahora durante toda la tarde. Me encuentro en la urbanización La Rosaleda, mi casa es el 42 de Gran Zaragoza, dé su nombre al guardia de la entrada y podrá pasar.
-Viene mi marido conmigo.
-Imagino que es el del video.
-Sí. Gracias por su atención, nos vemos en una hora.
-Vamos a ver que ocurre. Hasta pronto, señora Abad.
-Una cosa más señor Solovióv. Mi marido no sabe el fin de nuestra entrevista, cree que nos va a prestar ayuda legal con el problema que tenemos. Y seguramente se pondrá violento cuando vea que ha sido grabado. ¿Tiene ayuda por si fuera necesario?
Por un momento, el ruso estuvo a punto de negar la entrevista en vista de esa posibilidad; pero su experimentado olfato le decía que valía la pena esperar.
-Estaré preparado para ello, no se preocupe.
Pilar salió deprisa del ciberlocal compró en el supermercado unos refrescos y bocadillos y se dirigió de nuevo a la fonda.
– ¿Cómo te encuentras, cariño?
-Mal, vamos a la policía, no tenemos salida, no hay otra opción. Puede morir más gente.
-Salimos ahora a ver al editor, él nos ayudará con la cuestión legal. En una hora estaremos con él, y un abogado nos acompañará al puesto de policía más cercano. Creo que es lo mejor.
– ¿Y por qué no vamos directamente?
-Porque yo quiero ir con un abogado y justificar de alguna forma la demora y nuestra huida de casa. Nos tienen que aconsejar qué alegar en la declaración.
-No me encuentro nada bien. Ni estoy de humor, ni esta polla me deja tranquilo. Ni siquiera tengo ganas de discutir.
-No te preocupes, estamos nerviosos y tú más. Todo se arreglará. Vamos al coche que en poco tiempo ya estaremos resolviendo esto.
– ¿Seguro que es de fiar ese ruso?
-Claro que sí, es un empresario serio y sé que es formal.
Recogieron sus equipajes, pagaron la cuenta del alojamiento y cruzaron la pequeña ciudad. A pocos metros antes del final del término, se encontraba el desvío hacia la urbanización. En unos minutos llegaron a la gran casa, de Volodia Solovióv. Un palacete de dos plantas, con fachada de mármol granate y ventanas de marcos negros. Era todo lo que se podía ver desde fuera y por encima del muro de cemento que rodeaba la propiedad.
Pilar llevó el coche hasta el vado de entrada, frente a una puerta negra doble, de hierro envejecido dándole un aspecto de óxido. Bajó del coche y llamó al timbre del interfono.
– ¿Qué desea?
-Tengo una cita con el señor Solovióv. Soy Pilar Abad y él es mi marido Fausto Heras.
-Puede pasar, aparque el coche en el parking que se encontrará a la derecha del camino y sigan el camino de grava hasta la casa.
Se abrieron las dos puertas automática y silenciosamnte y Pilar condujo hasta el aparcamiento.
-Esto es la mansión de un mafioso -comentó al ver la casa.
-Es un editor ruso con mucho dinero.
-Lo que yo te decía…
-Lo que importa es que necesitamos ayuda, y conozco a este señor de hace tiempo. Me inspira confianza.
Frente a la entrada de la casa había dos deportivos aparcados y una limusina negra Mercedes.
Pilar llamó a la puerta.
-Buenas tardes señora Pilar, señor Fausto -dijo una sirvienta con uniforme y cofia, espectacularmente exuberante -. Les llevaré al despacho del señor Solovióv.
Caminaron tras la mujer que calzaba unos espectaculares zapatos rojos de tacón de aguja absurdamente altos.
Caminaron por el pasillo de la planta baja y se detuvieron frente a una de las cuatro puertas, justo antes de llegar a un salón enorme del que se podía ver una decoración de vanguardia.
La criada tocó suavemente a la puerta.
– ¡Adelante! -contestó con su fuerte acento ruso Volodia.
Se levantó de su mesa de despacho, se presentó con una gran sonrisa y saludó con dos besos en la mejilla a Pilar y un apretón de manos a Fausto.
– ¿Les apetece tomar algo? ¿Un café, brandi, vodka?
-No gracias, señor Solovióv -respondió Pilar.
Fausto se dejó caer en una de las butacas que se encontraba frente a una mesita.
Solo preguntó si se podía fumar, el ruso le ofreció un cigarrillo y fuego.
-Pues sentémonos y hablemos. ¿Cuál es el problema?
-Mi marido ha sufrido una especie de enfermedad, mutación o como quiera que se llame y ha provocado la muerte de nuestra hija.
Cuando oyó muerte, el ruso alzó una ceja y cambió su posición relajada con las piernas cruzadas y se inclinó hacia adelante para escuchar con más interés.
– ¿Cuándo murió su hija?
-Ayer.
– ¿Y qué hacen aquí? Eso no se soluciona en una tarde.
– ¡Te lo dije! La hemos cagado, deberíamos haber ido a la policía y no huir -se encendió Fausto al escuchar la respuesta del ruso.
– ¡Calma, señor Heras! Primero interesa saber qué ha ocurrido exactamente y luego juzgaremos. Disculpe mi comentario, pero es que una muerte siempre impacta. La escucho, Pilar.
En ese instante, llamaron a la puerta del despacho.
– ¡Adelante! -gritó Volodia.
Dos hombres con traje negro entraron llevando una bandeja de bebidas y otra con comida diversa para aperitivo.
-Disculpen, pero siempre me gusta hacer un poco de aperitivo antes de comer.
Acto seguido, le guiñó un ojo a Pilar para que continuara hablando con tranquilidad.
-A mi hija lo mató el «hermano» de mi marido su pene la ahogó. Ya ha visto el video.
Fausto se puso en pie y se lanzó sobre su esposa, la abofeteó y la llamó «hija de puta» antes de que los dos guardaespaldas actuaran.
– ¡Asquerosa! Has hecho un video y se lo has enviado a este mafioso. Además de puta eres subnormal -el sillón había caído al suelo con el impacto del golpe y Pilar con él.
Fausto se abalanzaba de nuevo sobre ella cuando los hombres lo sujetaron, sin embargó acertó a darle otro puñetazo en la boca. Le aplicaron una descarga eléctrica y quedó aturdido. Se orinó en el suelo.
-Dejadlo ahí. Joder, si se ha meado. Cerrad la puerta y quedaos ahí por si os necesito.
Luego se dirigió a Pilar que se había puesto ya en pie y se limpiaba la sangre de la boca con un pañuelo de papel.
-Parece que están metidos en un gran lío. No hay forma de explicar a la policía porque se dieron a la fuga y dejaron el cadáver de su hija en la casa. Ni hay forma de imaginar que no la mataran ustedes.
-No quiero ir a la cárcel, no puedo ni quiero separarme de esa parte de él que ahora amo.
-Yo no puedo ayudarles, no puedo involucrarme en un delito, soy ruso, pornógrafo y con esto la policía tiene motivos más que suficientes para vigilarme atentamente.
-Tal vez piense de otra manera cuando vea cuán real es lo que aparece en el video.
-Esperad fuera y quedaos cerca, os llamaré enseguida.
Pilar se acuclilló frente a su marido y lo desnudó con dificultad de cintura para abajo ante la atenta mirada de Volodia.
-Quiero que observe bien ahora -decía Pilar acariciando el pene que iba creciendo rápidamente entre sus dedos.
Fausto emitió un gemido y se llevó las manos al pubis, enseguida las retiró y se relajó.
El pubis del hombre se agitaba como si tuviera una erupción o un terremoto. Volodia se quedó impactado, fascinado. No podía apartar la mirada.
Pilar se había sentado en el suelo frente a las piernas abiertas de su marido.
El pene se desprendió del cuerpo con una especie de chapoteo dejando una mancha de sangre en el suelo.
Fausto desde la niebla de una realidad vieja, veía a su madre salir de la panadería donde trabajaba de dependienta. Eran las nueve de la noche y su marido la esperaba en casa, muy cerca, a dos manzanas. Isabel salió por la puerta que daba acceso a la portería del edificio. Un tipo salió de la oscuridad y la arrastró hasta la penumbra que había en la zona de los contadores eléctricos, bajo la rampa de la escalera.
-No grites o te corto el cuello. Sube la falda y bájate las bragas -le ordenó presionando el filo de un cuchillo en el cuello.
Isabel no lo hizo y el violador lanzó su cabeza contra la pared, el golpe fue brutal. Sintió entre tinieblas como le arrancaban las bragas y se introducía algo doloroso y ardiente en su vagina seca. Le dolía, le dolía mientras la bestia le embestía y golpeaba de nuevo su cabeza con cada empuje. Su sexo parecía desgarrarse por la brutalidad y la sequedad del coito.
-Te voy a dejar preñada, niña cachonda. Vas a tener un hijo de verdad con un hombre de verdad.
Intentó gritar, pero su boca estaba cubierta por una mano maloliente. Perdió la noción del tiempo y cuando se dio cuenta, se encontraba sentada en el suelo y de su vagina goteaba semen y sangre.
Juan ya estaba inquieto por la demora de su esposa y decidió acercarse a la panadería. El dueño le dijo que ya hacía casi diez minutos que había salido. Entones escucharon su llanto desde la puerta que daba a la escalera. Ambulancia, médicos, policías, nervios, vecinos, humillación… Nunca dieron con el violador.
Volodia se llevó la mano a la boca aguantando una arcada, mientras el pene se arrastraba hasta la mujer, retorciéndose para abrirse paso entre sus piernas.
Lo tomó en las manos, besó el glande viscoso y le dijo que lo amaba.
El pornógrafo no salía de su asombro, su cigarro se quemaba entre los dedos.
-Tiene que ver que es real. Observe el agujero de mi esposo, no está hecho como un prótesis. Tome una linterna y mire, es muy importante. No hay nada parecido en el planeta.
Venció su repugnancia y se acercó con la pantalla del móvil para observar el agujero que en el pubis del marido. Había gotas de sangre y unos nervios pequeños y retoridos colgando, la carne palpitaba enrojecida donde debía encontrarse el pene y los testículos.
Pilar se puso en pie con su amor entre las manos, acercándoselo.
-Tóquelo y lo sentirá incluso respirar. No puede haber dudas.
Pasó un dedo a lo largo del bálano, sintió el increíble calor de una piel viva, el tono muscular y las gruesas venas palpitantes. Tuvo la sensación de estar tocando algo con vida propia. Retiró la mano con temor, con asco y asombro.
-No puede ser. Es increíble.
– ¿Nos ayudará? El tiempo apremia.
-Sí. Se alojarán aquí. Tengo que pensar, ahora no puedo hacerlo con claridad. ¿Por qué está muerta su hija?
Dejó con cuidado el pene en el suelo que se dirigió de nuevo a su cuerpo.
Volodia volvió a quedar de nuevo fascinado por el fenómeno.
-Él la sedujo y sintió en ella el rechazo. Usó su fluido para que ella abriera la boca, para excitarla más allá de su voluntad y la asfixió metiéndose en ella.
-Entonces usted está drogada. Es una yonqui de esa cosa.
-Desde un principio lo acepté. Llevaba semanas soñando con él y de repente una mañana se hizo real dentro de mí y ya no pude dejar de pensar en él. Soy adicta, estoy drogada… Llámelo como quiera, la cuestión es que solo sé que lo amo. Me transmite amor cuando está dentro de mí o en mi boca. Encajado en el cuerpo de mi marido me excita y me excita también cuando se arrastra por las sábanas o por el suelo buscándome. El placer provoca que mi mente sea arrancada de mi cuerpo y sea libre. No he sentido jamás algo parecido.
– ¿Sabe, señor Solovióv? Mientras conducía desde Barcelona hacia aquí la noche pasada, lo llevaba metido dentro de mí, y la cosa que es mi marido dormía, o estaba en trance. Lo he llevado metido en mi sexo más de dos horas y no he dejado de gemir como una perra.
El ruso la observaba como quien escucha a un loco, con cautela y fascinación. Intentó llevar la conversación a un punto más pragmático, porque en su propia cabeza había confusión y sorpresa.
-Pilar, lo primero de todo es asesorarnos sobre su situación legal; y por supuesto, tenemos que convencer a su marido de que aquí estará bien, cosa que veo imposible.
-Mi marido no tiene nada que decidir. Lo podemos mantener drogado y que actúe de recipiente de su hermano.
-No puede estar drogado toda la vida. Moriría en poco tiempo. Hay métodos mejores y más sanos. Es de suponer, que usted no se separará de «su novio» -dijo con sarcasmo el ruso.
-Tenemos un pacto. Señor Solovióv, debe entender una cosa, si yo participo o yo voluntariamente accedo a que tenga sexo con otra mujer, él actuará y se moverá con normalidad. Cuando me penetra, cuando lo toco, todos sus sentimientos y todas sus emociones las percibo. Está enamorado de mí desde que me casé con Fausto, solo que no había conseguido aún crear su propia red neuronal. Y cuando yo no esté cerca o presienta que estoy muerta, matará todo lo que se folle. Como hizo con mi hija.
Volodia se retractó en su intención de pegarle un tiro en la frente a la mujer y enterrarla en su jardín. Tenía que ser cauto y observar cómo era esta extraña relación, por él mismo.
-En el sótano se encuentra el set de grabación, está bien climatizado y limpio. Allá tenemos un cuarto especial para los actores que llegan del extranjero. Dejaremos allí a su marido debidamente sedado de momento. Mañana haremos una prueba de grabación, y necesito a mi mejor técnico para ello.
-No puede convertirse en un circo, no pueden conocerlo tantas personas.
-Solo las imprescindibles. Y créame, mi gente está bien escogida.
Conectó el altavoz del teléfono de su escritorio.
-Candy, ven para acompañar a la señora Abad a la habitación de invitados.
-Ahora déjeme que llame a mi abogado para que indague si ya van tras ustedes y calibrar lo que hay que hacer con su situación legal. Nos veremos a la hora de la cena, a las nueve y media. Mientras tanto, mi casa es su casa.
-Gracias, señor Solovióv.
-Una última cosa, Pilar. ¿Cuál es su pretensión económica por la «venta» de su marido y su amante.
-Lo que usted juzgue oportuno, que vaya de acuerdo con sus ganancias si las hay. Y por supuesto, que nos cuide de la policía; pero una cosa está clara: no me separaré de ellos.
-Me alegra saber que no está poseída por una ambición excesiva. Haremos un buen negocio -dijo el ruso ya dando media vuelta para sentarse en la mesa de su escritorio.
Pilar salió del despacho tras la criada, un tanto preocupada por la sonrisa de tiburón del ruso.
Volodia mandó entrar a sus guardaespaldas.
-Sedadlo, llevadlo al sótano y atadlo, no quiero que rompa nada.
Uno de los hombres se dirigió al mini bar bajo el televisor y de una cajita negra sacó una jeringuilla y una ampolla con morfina. Tras preparar la jeringuilla, la inyectó en el brazo de Fausto.
-Los hijos de los violadores no deberían nacer -pronunciaba en un narcotizado murmullo Fausto mientras lo llevaban de los brazos y las piernas.
Volodia sonrió al oírlo, su madre fue violada a los dieciséis años en una fría aldea chechena, él era hijo de un violador.
-Algo de razón tienes, amigo -dijo para sí.
Cuando cerraron la puerta y se quedó por fin a solas, se dejó caer en el sillón, y arrugó el ceño por el olor a orina que había quedado impregnado en el aire. Tomó un sorbo de su vaso de güisqui y empezó a poner en orden sus ideas.
![]()
Iconoclasta
https://issuu.com/alfilo15/docs/el_hijo_de_un_violador_en_a5/1?e=0
El hiijo de un violador (6)
Publicado: 5 octubre, 2013 en TerrorEtiquetas:"ciencia ficción", fantasía, Iconoclasta, Pablo López Albadalejo, sexo, terror, Ultrajant, violadores, violencia
6
Fausto estaba tendido en la cama con el televisor encendido sin sonido, un cigarro se quemaba en el cenicero, dormitaba cuando llegó Pilar con la puta.
—Hola cariño, te presento a Sara, la secretaria personal del señor Solovióv.
No intentó fingir su malestar, su falta de ánimo. No saludó.
—Como ves la habitación es muy pequeña, nos sentaremos en la cama y tú me indicas dónde se encuentra la casa de tu jefe y cómo llegar —habló Pilar a Sara mostrándole con un guiño que estaba fingiendo.
—Te voy a escribir las indicaciones y su número de teléfono… ¡Uy, se me ha manchado la blusa con la tinta! —exclamó con sensual fingimiento Sara desabrochando un par de botones de la blusa gris que llevaba muy ceñida.
Pilar se sorprendió por la rapidez y la indisimulada falta de espontaneidad de la actuación de Sara, solo sabía hacer de puta.
—Voy a por una toallita húmeda a ver si podemos disimularlo un poco —se ofreció Pilar.
Antes de ir al lavabo, abrió el cajón de la mesita y sacó la videocámara, guiñándole un ojo a Sara.
Fausto las observaba con aire aburrido sin mover un solo dedo de la posición en la que se encontraba cuando llegaron.
Tras colocar la cámara en la pila del lavabo de tal forma que enfocaba la cama y conectándola en grabación, volvió con un paquete de toallitas húmeda y metió la mano por dentro de la blusa de la puta rozando los duros y operados pechos, cosa que no le pasó desapercibida a su marido.
—Caramba, qué hermosos pechos tienes, Sara. Qué envidia.
—Tú no estás nada mal —respondió pasando las manos por su pecho y asomando la lengua entre los labios.
El dolor apareció de pronto en lo más profundo del pubis, su pene se había puesto tan duro que se marcaba en la prieta tela de sus pantalones vaqueros. Se llevó la mano a los genitales intentando no gritar.
Su mujer lo observaba y se excitaba ante la perspectiva. Se mentalizó para besar a Sara, nunca había besado a una mujer; pero tampoco nunca había estado tan caliente. Abrió los labios y metió la lengua en la boca de la puta, que la recibió con fingida gula.
Fausto luchaba contra el dolor y no perder el control de si mismo, su erección se hizo completa y su voluntad se relegó irremediablemente a un segundo plano convirtiéndose en espectador de sus propios genitales.
Pilar había desabrochado la blusa y la cremallera del pantaloncito de Sara. Se había acostado encima de ella rozando su pubis con el de la puta para evitar que pudiera ver lo que le estaba ocurriendo a su marido.
Fausto, de forma mecánica desabrochó el pantalón y se lo bajó hasta las rodillas junto con los calzoncillos que ya aparecían manchados de sangre.
Pilar había metido los dedos en la vagina de la puta, que se había abandonado a su iniciativa.
Fausto ya no se movía, solo había un extraño movimiento en sus genitales que su mujer observaba fascinada.
—Sigue… —jadeó Sara tomándole la mano que se había quedado inmóvil en su sexo.
Pilar le hundió de nuevo la lengua en la boca y prosiguió el masaje en la vagina de. Su sexo estaba completamente anegado, estaba segura de que llegaría al orgasmo sin necesidad de tocarse; el hermano de Fausto la excitaba hasta el paroxismo.
El pubis de su marido se tensó como si una mano invisible tirara del pene; una grieta de piel ensangrentada podía verse a través del vello del pubis.
Con cierto esfuerzo el hermano se desgajó de entre las piernas.
Pilar creyó que iba a perder el sentido llevada por el placer y la hipnosis que le provocaba aquel proceso.
—Te voy a tapar los ojos, Sara. Ya está muy cachondo y te he dicho que es un poco tímido.
—Si… —suspiró la puta con su pelvis en rotación guiada por la mano de su clienta en su coño.
El pene se arrastraba por la cama hacia las mujeres. El único movimiento en el cuerpo de Fausto era el de los globos oculares y en algún momento, una ligera corrección del ángulo de visión con un breve movimiento automático de la cabeza.
Entre las piernas del hombre había un insondable agujero negro por el que salían unos pequeños nervios negros como rizados como raíces.
Pilar había cubierto parte de la cara y los ojos de Sara con la blusa que le había sacado. Se desabrochó la suya, se sacó el sujetador y se bajó la falda beige junto con las braguitas que lucían una gran mancha oscura de humedad.
Se acercó al lavabo para verificar que la cámara siguiera grabando.
Cuando llegó de nuevo, el pene ya estaba cabeceando en la entrada de la vagina de Sara, se acarició el clítoris excitada observando como el gran pene se retorcía y se abría paso en el sexo de la puta.
Sara suspiraba y jadeaba.
—Para ser tan introvertido, lo haces de maravilla —dijo entre risas y gemidos Sara.
Pilar se acercó a ella para lamerle los pezones para evitar que accidentalmente se le cayera la blusa de la cara. El pene ahora se agitaba bruscamente entre sus piernas y Pilar se metió la mano en el sexo para sacarla untada de fluido.
Le metió a la puta los dedos pringados en la boca.
—Mira lo que me haces derramar, estoy empapada Sarita.
Sara estaba próxima al orgasmo, su cuerpo se comenzaba a tensar, Pilar le tomó una mano para que le acariciara el sexo. El hermano ahora se había retirado de la vagina e iba a reptar por el vientre para llegar a la boca. Pilar lo tomó con la mano para que no sospechara nada raro y retirándose a un lado, le dijo a Sara:
—Fausto quiere su mamada, necesita correrse en tu cara y en tus tetas.
Le acercó el pene en los labios y sintió que se moría de placer por un orgasmo que le sobrevino cuando aquella cosa se acomodó en la boca de la puta haciéndole abrir desmesuradamente la boca.
Pilar se retorcía de gusto recordando la extraordinaria sensación de tener esa carne en la boca, del momento de la eyaculación y cuando el semen se le derramó garganta abajo enamorándola.
Sara expulsó mocos por la nariz cuando los testículos se contrajeron y soltaron su carga en su boca, abrió las piernas y comenzó a masajearse bruscamente el clítoris mientras el pene daba sus últimas sacudidas vaciándose de leche.
La puta quedó dormida, exhausta de placer. Pilar se apresuró a quitarle el pene de la boca y lo besó, lo lamió durante un rato.
—Tienes que volver a tu cuerpo, la zorra se va a despertar y es mejor que no sepa nada y si puedes mantener a tu hermano dormido un poco más de tiempo, mejor.
La media melena rubia de Pilar estaba revuelta y ocultaba parcialmente sus intensos ojos miel.
Acercó aquella monstruosidad a las piernas de su marido, tomó la cámara del lavabo y filmó muy de cerca como ambos se acoplaban. El proceso le parecía tremendamente excitante.
Revisó la grabación, extrajo la tarjeta y la guardó en el monedero. La cámara la ocultó en la maleta, se sentó en la silla al lado de Fausto y se encendió un cigarrillo esperando que despertaran los dos.
Fausto salió o fue expulsado por la vagina de su madre hundiendo en la memoria todo lo que ocurrió durante su formación como embrión y feto. En la cuna y sin que su padre se diera cuenta, la madre le daba pequeños golpes llenos de rencor cada vez que evocaba su violación.
Mientras tanto, su hermano el pene, solo existía como un virus, un ente que solo vivía para crear una red neuronal que conectara con el cerebro general.
La puta despertó aturdida, el hombre aún dormía o intentaba recuperar su voluntad y conciencia.
—Te juro que ha sido el mejor polvo de mi vida —le decía desperezándose en la cama a su clienta en voz baja para no despertar al macho—. La próxima vez no te cobro nada. ¿Quieres que vuelva esta noche? A partir de las dos de la madrugada estoy libre.
—Salimos esta tarde hacia Barcelona, otra vez será —respondió Pilar entregándole ciento cincuenta euros.
—Pues anota mi número de móvil y no llames a la agencia para la próxima vez.
Fausto empezaba a removerse inquieto en la cama. Pilar le había cubierto las piernas y los genitales con la sábana.
Las mujeres se despidieron con un beso en el umbral de la puerta de la habitación.
Pilar se apresuró para vestirse y maquillarse en el baño, cuando salió Fausto estaba fumando en pie. Su semblante estaba furioso y confuso.
— ¡Eres una puta cerda! ¿Cómo has podido contratar a una puta? Nuestra hija se está pudriendo en nuestra casa. ¡Sola! ¡Puta zorra! —gritó lanzando un puñetazo a la cara de su esposa.
El golpe no llegó, una rápida erección lo dobló por el estómago. La mujer sonrió satisfecha.
—Voy a comprar algo de comida y bebida, ahora vengo. Y no era una puta, era la secretaria del señor Solovióv. Pero ocurre algo con tus cojones, cariño: nos pone cachondas a las mujeres, sin siquiera verlo. Debe ser hormonal… —mintió cerrando la puerta tras de si.
Fausto se tumbó de nuevo en la cama colapsado por el dolor. Y pensó en amputación, suicidio y asesinar a la “puta de su esposa”.
![]()
Iconoclasta
https://issuu.com/alfilo15/docs/el_hijo_de_un_violador_en_a5/1?e=0
El hijo de un violador (5)
Publicado: 2 octubre, 2013 en TerrorEtiquetas:"ciencia ficción", fantasía, Iconoclasta, Pablo López Albadalejo, sexo, terror, Ultrajant, violadores, violencia
5
Pilar conducía el ya viejo Renault Megan tranquila y segura, mientras Fausto divagaba perdido en sus pensamientos con la cabeza apoyada en la ventanilla, intentando combatir ideas y recuerdos que literalmente le llegaba ahora desde los cojones con un cosquilleo molesto.
Antes de salir de la ciudad, Pilar sacó dinero de un cajero automático.
Pronto se encontraron en la autopista conduciendo a una moderada velocidad. A las doce de la noche, se encontraban a trescientos kilómetros de Barcelona, en la provincia de Zaragoza.
Estacionaron en un autoservicio de la autopista y compraron un teléfono móvil de prepago y algo de cenar
—También quiero una tarjeta de memoria SD de ocho gigas —le pidió al cajero del autoservicio mirando por el cristal del aparador el auto.
Fausto no había bajado del coche.
Antes de apagar y extraer las tarjetas sim de su teléfono y el de Fausto, llamó a sus padres y a sus suegros avisándoles de que saldrían de fin de semana esa misma noche hacia el Pirineo, porque habían tomado el viernes como día de asuntos propios. Así evitaría llamadas inoportunas o extrañeza cuando no respondieran al teléfono, por lo menos hasta el domingo.
Pilar se sentía fuerte, optimista y segura de sí misma. Sabía lo que tenía que hacer, no tenía miedo. La muerte de su hija apenas le afectaba en esos momentos. Tenía claras las prioridades: amaba al hermano de Fausto y no deseaba ir a la cárcel. Tenía planes inmediatos y una nueva vida que preparar.
Se detuvieron en la localidad de Alfajarín, a unos veinte kilómetros de Zaragoza, para pasar la noche y parte del día descansando en una pequeña fonda que les indicó el dependiente de una gasolinera a la entrada del pueblo. Era la una de la madrugada y Fausto se había convertido durante el trayecto en el auto en un ser depresivo, en un muñeco desmadejado que apenas tenía voluntad más que para dormir. Los ojos de Pilar estaban radiantes de energía y su entrepierna tan mojada que calaba el pantalón vaquero, Hubiera deseado seguir conduciendo toda la noche, todo el día, toda la vida…
Al entrar en la habitación, Pilar le hizo tomar un par de analgésicos a Fausto a falta de otra cosa que lo serenara más. Se quedó dormido de nuevo en posición fetal ocupando un pequeño espacio de la cama. Pilar se duchó y con un albornoz se sentó en la butaca al lado de la cama con su bolso en el regazo. En una libreta anotó datos de la agenda. Fumó un par de cigarrillos viendo la televisión sin volumen. Sudaba evitando la tentación de excitar el pene de Fausto y disfrutar otra sesión de sexo; pero no creía que fuera buena idea, tenía que descansar, al fin y al cabo, de su marido se alimentaba su hermano.
Fausto se despertó hacia las nueve de la mañana, hacía mejor cara.
—No veo un final a esto, Pilar, no sé como seguirá el día. No consigo imaginar nada. Solo sé que Mari está muerta. Nos buscarán, nos deben estar buscando ya.
—No descubrirán nada hasta que algún vecino llame a la policía o tus padres o los míos denuncien que no nos pueden encontrar. Aún tenemos tiempo, no te preocupes. Vete a duchar cariño.
— ¿Me lo dices a mí o mi polla eso de “cariño”?
Pilar hizo una mueca de disgusto y observó con desprecio a su marido cuando se dirigía con lentitud de cansancio hacia el baño.
Cuando escuchó el agua de la ducha, tomó el teléfono y marcó un número que había anotado en la libreta.
— ¿Señor Volodia Solovióv? —preguntó cuando respondieron.
— Habla con su secretaria. ¿Con quién tengo el gusto?
—Pilar Abad, de la Oficina del Registro Intelectual.
—Le paso con el señor Solovióv. Buenos días, señora Abad.
—Dígame señora Abad —era una voz con un fuerte acento ruso, ya familiar para ella, en la oficina del registro intelectual había tratado varias veces con él.
—Supongo que se acuerda de mí, y me he tomado la libertad para llamarle por un asunto personal que podría ser de interés para usted.
—Adelante.
—Tengo algo que revolucionará el mercado de la pornografía. Y créame que sé lo que digo, he visto sus producciones de revistas y videos y son de una gran calidad, pero no se diferencian gran cosa del resto de las demás obras.
— ¿Y qué puede ser tan novedoso en este mundo que ya se ha filmado todo?
—Prefiero no avanzarle nada. Si me da una dirección de correo suya particular, una que solo usted revise, le enviaré una pequeña muestra de lo que le hablo. Para avanzarle algo, le diré que no hay efectos especiales en la cinta, por mucho que no lo pueda creer. Y si al fin le llama la atención, le puedo hacer una demostración en vivo para que lo vea.
—Confío en que sabrá sorprenderme. Dado su trabajo, creo que es una buena crítica para juzgar sobre la originalidad de las creaciones; pero recuerde, la pornografía es un mundo sórdido y sin glamur.
—No se preocupe, señor Solovióv, yo me encargaré de mi propio glamur si hacemos negocio.
Volodia le dictó dos veces la dirección de correo electrónica y se despidieron hasta una nueva llamada telefónica. El ruso se encendió un cigarro pensando que nada le podría sorprender a estas alturas y que seguramente, todo quedaría en alguna escena amateur con alguna violación mal detallada como tantas le enviaban. Aún así, confiaba en la rubia Pilar Abad. Si ella iba a protagonizar ese video, seguro que con su cuerpo iba a tener bastante interés la “novedad”.
Pilar se sintió satisfecha tras la conversación, sacó de la mochila una videocámara, colocó la tarjeta de memoria que había comprado y la guardó en el cajón de su mesita de noche. También marcó un número de teléfono de un servicio de putas a domicilio y empresas, que según el folleto que se encontraba en el mismo cajón, hacía servicios todo el día; les dio rápidamente instrucciones precisas y colgó.
—Mari se está pudriendo sola en casa, es nuestra hija y hemos huido como ratas —dijo Fausto al salir del baño desnudo y mojado.
Su semblante parecía más decidido, no había ya ese decaimiento en su mirada, ahora era un asomo de ira.
Pilar observó su oscura barba de tres días, estaba delgado aunque había un marcado tono muscular en sus brazos y piernas. Su cabello castaño era abundante y ahora le caía lacio por el agua que aún goteaba. En su rostro redondeado destacaba una nariz aguileña que hacía feo su perfil. Le parecía en ese momento, el de un extraño.
Su pene era distinto, más grueso y más largo. Los testículos parecían inflamados, y seguramente plenos de ese delicioso semen que descargó en su cuerpo dos veces ayer. Se excitó ante el reciente recuerdo y la vagina se le inundó de flujo.
Aún así, sus ojos oscuros se empaparon en lágrimas ante el reproche.
— ¿Y qué querías hacer? ¿Cómo explicar lo que ocurrió? Hubieras acabado en la cárcel. Y aunque demostraras lo que te ocurre, ¿puedes imaginar qué vida nos esperaría? —respondió llorando.
—Te has encoñado con mi polla, te ha drogado con sus babas, con su semen.
—Es tu hermano, lo sé todo.
—Es asqueroso. Me lo arrancaré y lo partiré en pedazos. No voy a vivir con ésto toda la vida —gritó aferrando y sacudiendo el pene ante ella.
—Él te oye, no es una cosa. No tienes derecho a hablar así. Ha vivido a tu sombra toda la vida.
—Me parasitó como una solitaria.
—Tú te llevaste todos los nutrientes, no le diste oportunidad.
—Resulta que soy el malvado… Estás loca. Esto es solo un error, una mutación. Los restos tarados de un violador tarado que preñó a mi madre.
Pilar le lanzó una mirada hostil y Fausto comprendió que su esposa estaba profundamente turbada por su “hermano”. Cuanto más atacara y menospreciara su polla, más odio le tendría. Y sintió asco por ella y su amante.
Bajaron a desayunar al pequeño comedor restaurant, eran los únicos clientes.
Estuvieron en silencio hasta que la dueña de la fonda les tomó nota del pedido y les trajo la comida rápidamente.
—Tenemos que explicar lo sucedido. Nos pondremos en contacto con la policía por teléfono y volveremos a Barcelona de nuevo para aclararlo todo.
—Nadie te creerá. Y yo también me pasaré una temporada encerrada por ser tu cómplice. Yo no voy a acabar así.
—Pilar… No tenemos dinero, no tenemos medios para subsistir más de una semana y dentro de pocas horas nos buscará la policía.
—Me he puesto en contacto con una persona que conozco para que nos aloje en su casa durante unos días, hasta que sepamos cómo actuar. No te precipites, tenemos que hablar con un buen abogado, y ésta persona, nos pondrá en contacto con él.
— ¿Y quién es esa persona que nos va a ayudar?
—Es un importante editor al que ayudé con unos derechos de autor. Le hice un buen favor y pudo editar antes que sus competidores una exclusiva literaria —le mintió Pilar—. Dentro de un rato, aproximadamente a las doce, llegará su secretaria para darnos instrucciones de cómo llegar a su casa.
— ¿De verdad no te sientes una mierda por la muerte de nuestra hija? Eres tan fría que ni te conozco.
Pilar no le hizo caso y siguió comiendo los huevos fritos con chorizo que había pedido.
Fausto se encendió un cigarro mientras sorbía el café.
—Está prohibido fumar —le dijo su mujer.
Él se encogió de hombros y siguió fumando.
Se encontraban viendo en silencio un programa de televisión cuando sonó el móvil. Pilar contestó rápidamente.
— ¿Señora Abad? Soy Sara, de la agencia de acompañantes. Ya me encuentro en el centro del pueblo, en las mesas exteriores del bar La Maña de la Plaza Mayor. Soy morena de melena larga y short vaquero con medias de raya negras.
—Estaré allí en media hora.
—No hay prisa, el tiempo ya ha empezado a contar.
Pilar se apresuró a salir de la habitación y a la salida le preguntó a la dueña de la fonda sobre cómo llegar a la plaza mayor del pueblo y si había algún cajero automático.
—Podría ir a pie, está a diez minutos de aquí. En coche tardará más para estacionarlo —le explicó rápida y brevemente como llegar—. Y en la misma plaza hay un par de sucursales bancarias.
En quince minutos ya se encontraba en la plaza mayor, dirigiéndose al cajero para retirar dinero. En el centro de la plaza había una pequeña feria de vendedores de miel y productos naturistas. Tuvo que dar media vuelta a la plaza para poder ver a la puta que la esperaba. Había bastante gente y bullicio.
—Hola Sara. Soy Pilar Abad —se presentó.
Ambas mujeres se saludaron con un par de besos en las mejillas.
Ambas se volvieron a sentar, Pilar encargó un vermut sin alcohol para acompañar a Sara que bebía una jarra de cerveza.
— Somos un matrimonio liberal y buscamos hacer tríos. Tú y yo pondremos cachondo a mi marido tocándonos y luego él se unirá a nosotras; pero es un tanto fetichista. Quiero que asumas el papel de secretaria, que entres conmigo como si despacharas algún asunto con unos clientes. Él hará ver que duerme, así que será pasivo y luego te vendaré los ojos, tú lo harás todo con él y conmigo, te ayudaré.
—Me parece bien. Es mejor que aguantar las bofetadas de algunos cerdos que andan por aquí y se piensan que por pagar tienen derecho a llevarse también un trozo de mí.
Acabaron sus bebidas y camino al coche Pilar entró en una papelería para comprar una libreta y un bolígrafo para que la puta los llevara en la mano al entrar en la habitación.
![]()
Iconoclasta
https://issuu.com/alfilo15/docs/el_hijo_de_un_violador_en_a5/1?e=0
El hijo de un violador (4)
Publicado: 29 septiembre, 2013 en TerrorEtiquetas:"ciencia ficción", fantasía, Iconoclasta, Pablo López Albadalejo, sexo, terror, Ultrajant, violadores, violencia
4
Lo despertó Pilar hacia las siete de la tarde.
-Hola amor. ¿Te encuentras mal? -le acarició la cara besándole en la boca.
Estaba desorientado.
-Me he venido a casa porque no me encontraba bien -dijo sin saber como explicar lo demás.
-Pues no lo parece…
Pilar había tomado con su puño el pene erecto, aunque él no lo había notado.
Se colocó encima de Fausto besándole, se arremangó la falda y se bajó hacia el vientre haciendo un camino de saliva por el pecho de su esposo, por fin se metió el pene en la boca, succionando y lamiendo mientras se sacaba el tanga. Se hizo tan grande que le dolían las mandíbulas. Y su vagina estaba empapada como nunca.
El dolor acudió como un relámpago al vientre de Fausto y Pilar confundió el quejido y el espasmo con placer.
-Tiene que dolerte esto tan duro, mi amor.
Usó sus pechos para masajear el miembro, olía fuerte y la excitaba.
Apenas hubo un segundo de sorpresa cuando se dio cuenta de que el pene ya no estaba unido a su esposo. El meato era una sonrisa ruin presionada entre sus pechos. No comprendía aún; pero estaba tan excitada que no importaba.
Se acercó el pene a la cara y lo acarició con sus mejillas dejándose un rastro de aquella baba excitante en los labios.
– No sé qué está ocurriendo, amor; pero me haces feliz -dijo tumbándose en la cama con aquellos genitales entre sus manos.
Separó las piernas elevando los glúteos sobre la cama y llevó aquello a su sexo, lo metió todo lo profundo que pudo y se dejó hacer.
Sus pechos se agitaban con las embestidas que daba aquel bálano casi negro en su sexo, sus pezones estaban erizados hasta el dolor. Su vientre era un amasijo de nervios que estaban desatando un orgasmo incontrolado. Como a la mañana…
– ¡Otra vez, por favor! ¡Házmelo otra vez, hijo de puta! -decía golpeándose con brutalidad el monte de Venus.
Tardó años en conectarse, en crear la red nerviosa que uniera el micro cerebro que se alojaba en cada testículo con el central. Años de oscuridad, de dependencia total. Mientras tanto, Fausto crecía como un niño cualquiera. Cuarenta y ocho años fueron necesarios para que el hermano-pene pudiera conectarse al cerebro, usarlo y poder tener, aunque fuera breve, autonomía lejos del cuerpo. La parasitación fetal fue perfecta y rápida, la del cuerpo y la mente tardó medio siglo casi. Toda esa información se la lanzaba ese pene-hermano como un reproche y un alarde de su poder.
Fausto ya no podría olvidar esos recuerdos ahora inducidos y absurdos que de repente convirtieron su vida en un simple proceso parasitario de otro ser. Su vida parecía haberse acabado en ese momento, le tocaba vivir al otro.
Pilar extrajo el pene cuando lo notó a punto de eyacular, quería bañarse la cara, la boca y los pechos con aquel magma blanco.
El meato se dilató abriéndose como si fuera un grito mudo y soltó su carga de semen. La mujer se retorcía en la cama sin prestar atención a su marido. Acariciaba delicadamente la cabeza del pene convulsionándose con los últimos ecos de los orgasmos.
Pilar se durmió y el pene se arrastró con cansancio hacia su hermano para acoplarse de nuevo. El hombre cerró los ojos y su conciencia empezó a emerger lentamente.
Cuando tomó el control de su cuerpo, sacudió a Pilar por los hombros. Se encontraba profundamente dormida, tuvo que insistir durante casi cinco minutos hasta que respondió a sus estímulos.
-Maricel ha muerto… No he podido hacer nada. Se metió en su boca y la asfixió.
Pilar parpadeó sin entender, miró la habitación como si recordara lentamente donde se encontraba. Se levantó repentinamente, entendiendo las lejanas palabras de su marido. Corrió hacia la habitación de su hija, por sus muslos Fausto veía resbalar el semen ya frío de su hermano.
Se incorporó intentando correr tras ella, pero se sentía mareado, avanzaba por el pasillo aguantando el equilibrio con las manos en las paredes mientras oía llorar a Pilar.
– ¡Mi niña! ¡Mi niña! La habéis matado…
Fausto la abrazó.
-Hemos de avisar a la policía, hay que hacer algo. Soy un peligro.
Pilar lo observó y los rasgos de su rostro se endurecieron repentinamente. Intentó hablar; pero sus labios se movieron sin decir nada.
-Tranquila, cielo. Esto no nos está pasando… -lloraba Fausto abrazándola.
-No eres un peligro, ni tu hermano. Mari tuvo su oportunidad y no lo aceptó -dijo por fin con la voz serena y fría.
-Estás loca, esa cosa no es mi hermano -gritó negando lo que él mismo sabía.
-Me lo dijo él. Me dijo que durante el coito, hablaron mente con mente y no lo hubiera aceptado jamás. Dijo que lo denunciaría a quien fuera. Amo a tu hermano, Fausto. Lo siento en el alma.
-Esto es una pesadilla y tú estás drogada, algo te ha hecho esta polla de mierda -gritó sujetándose los genitales con los puños crispados.
-Vámonos, huyamos no puedes explicar lo ocurrido y de cualquier forma, tú eres el responsable de su muerte. No sé si acabarás en una cárcel, en un manicomio o en una feria de monstruos. No tienes futuro, Fausto. Y yo necesito estar con vosotros. Con él…
– ¡Estás como una puta cabra, idiota! -le gritó al tiempo que le daba una bofetada- ¿No ves que entre los dos hemos matado a tu hija, nuestra hija?
En su pubis sintió otro trallazo de dolor y sangró el pubis en la zona de acoplamiento, aunque el pene estaba fláccido. Pilar escupía sangre por el labio partido.
-Es tú hermano, acéptalo. Tiene el control. Yo sé de su pesar, ha permanecido casi medio siglo pegado a ti sin ser nada, sin ser nadie. Quiere vivir, es un ser vivo -le dijo acariciándole el pene por encima del pantalón, calmando el dolor.
-Vámonos. Estamos a tiempo… Lejos de aquí pensaremos mejor.
Aunque el cerebro de Pilar ya pensaba donde ir y a quien acudir.
Confuso y derrotado, su esposa lo guió de la mano a la habitación de matrimonio. Se vistieron, hicieron dos mochilas con equipaje y se dirigieron en ascensor al garaje donde aparcaban su vehículo que solo usaban algunos fines de semana.
![]()
Iconoclasta
https://issuu.com/alfilo15/docs/el_hijo_de_un_violador_en_a5/1?e=0
El hijo de un violador (3)
Publicado: 26 septiembre, 2013 en TerrorEtiquetas:"ciencia ficción", fantasía, Iconoclasta, Pablo López Albadalejo, sexo, terror, Ultrajant, violadores, violencia
3
Tomó el metro y transbordó en el tren de cercanías. Trabajaba como especialista en una prensa de moldes de plástico. Llegó dos horas tarde, se sentía mal, con el vientre dolorido y una sensación de náusea.
Lo rutinario y monótono de su trabajo apenas lo abstrajo de sus pensamientos y miedos. No podía dejar de ver a su esposa como en un sueño, a través de una gasa, penetrada por su propio pene oscuro, como si fuera un animal venenoso.
El intenso ruido de la maquinaria pesada no era suficiente para acallar sus miedos.
La prensa bajaba con fuerza haciendo temblar el suelo. Lo hacía miles de veces a la semana; por fin, algo se había roto en toda aquella rutina y se arrepintió de haber deseado muchas veces que algo cambiara en la monotonía de su vida. Ya no sabía si aquello era realidad o un sueño que se repitió hasta el engaño. Lo real era su pene alejándose de su cuerpo, su miedo, la locura…
— ¡Fausto! ¿Qué te pasa? Ve a descansar —le ordenó Sánchez, el supervisor de la planta—. No deberías haber venido, amigo. Ve al médico, porque haces muy mala cara.
Fausto se encontraba inmóvil ensimismado en sus pensamientos y la prensa se había detenido; el personal de la cadena de montaje necesitaba sus piezas.
Lo que verdaderamente le obsesionaba era su propia imagen en el vientre materno. De alguna forma tenía la certeza de ser él aquel feto que flotaba compartiendo útero y placenta con un pene que era su hermano. Dos seres en un mismo vientre, algo imposible que no puede ocurrir.
Si estuviera loco, no habría aquella sangre; si estuviera loco, su esposa lo habría notado. Si estuviera loco, no sería tan extraño todo.
—Lo siento Sánchez. No me encuentro nada bien. Voy a recursos humanos para avisar que voy al médico.
—Tranquilo, ve y descansa. Que te mejores.
Por supuesto, no acudió al médico. Era la una del mediodía del jueves cuando llegó a casa, se metió en la ducha y se estiró desnudo en la cama. Tenía una extraña comezón en el pubis, muy adentro.
Tomó el pene y tiró de él para separarlo. Le produjo un dolor tan intenso que volteó sobre sí mismo en la cama cayendo al suelo. Entre el bello del pubis surgió sangre dibujando el contorno donde se alojaba el bálano-móvil.
La puerta de casa se abrió Se apresuró a meterse en la cama y apareció Maricel en el umbral de la puerta.
— ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué has llegado tan pronto? —le preguntó su hija sorprendida.
—No me encontraba bien, estaba mareado y con dolor de estómago. He pedido permiso por indisposición.
Maricel se acercó y le dio un beso en la mejilla.
— ¿Quieres que te prepare algo o vaya a la farmacia?
— No, esto con un poco de descanso se curará. No te entretengas y ve a comer, que te queda poco tiempo para la próxima clase.
—Sí y hoy comienza un poco más pronto. ¿Lo sabe mamá?
—No la he llamado, no tiene importancia.
Su erección se hizo potente y le dolía, sentía vivamente como el miembro intentaba desprenderse.
Y se desprendió dejando un pequeño rastro de sangre, el último acto de voluntad propia de Fausto fue llevarse las manos al punto de dolor que era el pubis. El pene reptó bajo las sábanas entre sus piernas, su conciencia quedó en un segundo plano y su cuerpo lacio. De una forma impersonal observaba el avance del pene con sus testículos encogiéndose y estirándose con cada avance.
El pene en el vientre materno viajó lentamente desde cerca de su rostro hasta alojarse entre sus incipientes piernas. Recordó aquello como su primer contacto con el dolor, cuando una especie de boca dentada se abrió en la base de aquel pene y rasgó su tejido aún fetal para clavarse a su pubis vacío. Su madre padeció una pequeña hemorragia a la que los médicos no dieron importancia.
Esas visiones las vivía de una forma directa y dolorosa, con todos sus sentidos. Recuerda el miedo, la repulsión que le inspiraba aquella cosa que estaba encerrada con él.
Maricel ya estaba en la cocina preparando la comida del refrigerador para calentarla en el microondas. Vestía un pantalón vaquero ajustado con el botón de la cintura desabrochado y una camiseta de cuello redondo estampada. Su cabello liso y negro estaba recogido en un moño en la coronilla, atravesado por dos lápices con goma de borrar.
El pene entró en la cocina, y se acercó hasta el pie calzado con unas sandalias de tiras de cuero. El glande lucía brillante y mojado, dejaba pequeños hilos de baba enganchados en el suelo que se rompían con el avance. El meato parecía una sonrisa de alma podrida o un ojo ciego del diablo.
Cuando rozó la piel del pie, Maricel se sobresaltó y lanzó un grito de horror ante aquella monstruosidad. El pene la acechaba siguiendo el movimiento de su piel, hasta que le dio una patada lanzándolo fuera de la cocina.
— ¡Papá, papá! —gritaba corriendo hacia la habitación de su padre.
Su padre estaba inmóvil con los ojos abiertos mirando nada.
— ¿Qué te ocurre? —le gritaba zarandeándolo.
La sábana cayó dejando desnudo a su padre, observó con un escalofrío que no tenía genitales y que del gran agujero de su pubis, manaba aún un poco de sangre.
El pene ya se encontraba en el umbral de la puerta. y subió a la cama, reptando por la sábana caída en el suelo.
Maricel subió a la cama, al lado de su padre y le palmeó las mejillas para intentar devolverlo a la conciencia; pero no respondía. Buscaba por el suelo aquella cosa repugnante. No quería separarse de su padre ni para llamar por teléfono para pedir ayuda.
Oyó que algo rozaba la sábana a su espalda y cuando se giró para enfrentarse a lo que fuera, el pene erecto y sobre sus testículos se encontraba en la almohada, casi a la altura de su rostro; le escupió un líquido incoloro y espeso en la cara pringándole los ojos y la boca. Se sintió invadida por un denso olor a orina. Saltó por encima de su padre al suelo, gateó y al llegar a la puerta de la habitación se detuvo. Se puso en pie y se bajó los pantalones y las bragas, para luego acostarse en la cama. Sus dedos acariciaron el monte de Venus depilado, se acariciaba los bordes de los labios de la vagina anticipándose al placer, esperando el pene que reptaba entre sus piernas hacia su coño.
Fausto observaba desde la bruma a su hija con las piernas abiertas y una sonrisa de placer lasciva en la boca, sus labios lucían brillantes por la sustancia que le había escupido su pene, no se limpiaba el moco que se había formado en sus ojos.
El pene presionó su glande empapado contra la vagina y retorciéndose la penetró. Maricel acariciaba aquello que se metía en ella.
— ¡Qué zorra soy! ¡Siempre me ha gustado que me jodan! —gritaba a medida que el bálano profundizaba y se retorcía entre las paredes de su vagina.
Su padre la observaba sin emoción alguna. De su sexo abultado y lleno sobresalían obscenamente unos testículos que se agitaban y acariciaban con el golpeteo el ano rítmicamente.
En el vientre de su madre, su cuerpo ya estaba casi formado y el pene se había integrado plenamente en él. Ya no sentía miedo, estaba alimentándose tranquilo. Oía el sonido exterior a través de la piel del vientre de su madre, como todo crío se familiarizaba con breves mensajes sensoriales del mundo en el que tenía que vivir.
Su pene se agitó y tuvo una pequeñísima erección y le llegó claro el llanto de su madre.
—Yo no quiero este niño, Juan. Es el hijo de quien me violó, sácamelo. Ayúdame a abortar, por favor.
—No lo hagas, Isabel. Yo lo acepto, acéptalo tú, porque si lo haces, un día te arrepentirás y yo también. Somos católicos.
No era un sueño, era un recuerdo latente durante su formación intrauterina, un regalo de su “hermano”. Su madre estaba ya embarazada cuando fue violada, pero el matrimonio no lo sabía. Eran dos hermanos de distinto padre compartiendo un mismo útero. Se sintió furioso y confuso sin que pudiera hacer nada más que estar prisionero en su propio cuerpo.
El pene era el hijo del violador, con toda su tarada genética.
El problema era qué hacer con aquello que se estaba follando a su hija, cómo escapar del pozo donde su conciencia se hallaba y tomar el control de su cuerpo.
Y se colapsó dentro de sí mismo ante la carga emocional. Su existencia se había limitado en ese momento a ser los ojos de los genitales que estaban violando a su hija. Lloraba por dentro.
Maricel estaba llegando al orgasmo y llevó sus manos entre las piernas para acariciar los testículos y meterse el pene más adentro, con más fuerza de lo que lo hacía.
— ¡Hijo de putaaaaaaa…! ¡Por el amor de Dios, me estás matando de placer! ¡Así, así, así…!
Su espalda se arqueó cuando los testículos soltaron su carga seminal, llevó los brazos tras la cabeza. Su pelvis estaba alzada y su sexo chorreaba semen entre los resquicios del coito. Sacó aquella carne oscura de su vagina, se encontraba cubierto de esperma, resbaladizo. Tomó con las dos manos el pesado glande, abrió la boca cuanto pudo y se metió esa carne hirviendo de calor y sangre, lo lamió hasta que no quedó rastro de esperma.
— ¡Es delicioso! Dame más —dijo sosteniéndolo entre sus manos en alto, observándolo con admiración.
Y en una fracción de segundo, los ojos de Maricel se llenaron de horror. La realidad se hizo patente con un fogonazo de luz en su cerebro y sintió asco y rechazo.
A punto de lanzar aquella obscenidad lejos de sí, el pene se revolvió entre sus manos para hundirse en su boca de nuevo. Maricel tragó aquella baba narcótica y volvió al estado de excitación sexual en apenas unos segundos. En un principio se pellizcó los pezones excitándose de nuevo por la felación que estaba haciendo y de repente pataleó desesperada intentando sacarse aquel trozo de carne que estaba obstruyendo su garganta, casi dos minutos después murió asfixiada. Una nueva andanada de semen bajaba por la comisura de sus labios, por el mentón regando el cuello ya muerto.
El pene cayó exhausto en la cama, y lentamente se dirigió a su alojamiento entre las piernas de Fausto. Cuando se acopló, quedó lacio y los ojos del hombre se cerraron.
Pasaron cinco minutos hasta que por fin pudo adquirir conciencia y se apresuró a hacer el boca a boca a su hija, le hizo masajes cardíacos como había aprendido en los cursos de primeros auxilios de la empresa; pero a cada segundo estaba más fría.
Escupió restos de semen que había en la boca de su niña y se derrumbó llorando y abrazándola.
Apenas eran las dos de la tarde.
Arrastró el cuerpo de Maricel a su habitación porque no sabía que hacer y debía hacer algo, lo que fuera. Debía alejar a su hija de él mismo, lo debería haber hecho antes, cuando se excitó la noche pasada viéndola en ropa interior.
Intentaba pensar con claridad, cómo actuar, cómo explicar lo ocurrido. Porque la única explicación posible era que él había violado y matado a su hija.
El dolor y la confusión eran abrumadores. Se estiró en la cama y durmió porque su mente estaba completamente dislocada.
![]()
Iconoclasta
http://www.iconoclasta.es/mediac/450_0/media/DIR_16801/6189297e23d0e098ffff82b0ffff8709.jpg
El hijo de un violador (2)
Publicado: 23 septiembre, 2013 en TerrorEtiquetas:"ciencia ficción", fantasía, Iconoclasta, Pablo López Albadalejo, sexo, terror, Ultrajant, violadores, violencia
2
A la mañana siguiente se despertó relajado, sin recuerdos sobre el día anterior, como si hubiera sido un difuso sueño. Cuando intentó orinar, sintió que su cabeza daba vueltas y se hacía todo oscuro, un ataque de pánico le cortaba la respiración.
No tenía pene, ni testículos. Sintió náuseas pero no vomitó nada, solo bilis amarga y el estómago le dolió.
Venciendo el pánico se miró al espejo, no había nada entre sus piernas, solo un agujero profundo en el pubis, allá donde antes estaba su pene. Había sangre seca en el pantalón.
Intentando no gemir con fuerza, conteniendo miedo y llanto, entró de nuevo en la habitación. Usando la pantalla del móvil iluminó el interior de la cama para no despertar a a su esposa.
Las sábanas tenían pequeñas gotas de sangre seca; pero no veía sus genitales allí. De pronto, Pilar dejó escapar un gemido débil y separó las piernas. Fausto alzó la sábana para iluminarla: sus bragas estaban enredadas en la pierna izquierda y en su sexo se encontraba algo encajado, llenándolo de una forma obscena. Otro nuevo gemido se escapó con sensualidad de los labios de la mujer y en su vagina captó el movimiento de un pene allí enterrado y unos testículos agitados, contrayéndose espasmódicamente. Eran los suyos.
Sintió que el mundo le daba vueltas y lo abandonaba. Intentó levantarse, pero quedó tendido en la cama.
Sonó el despertador de Pilar, eran las siete treinta, una hora y media había pasado desde que despertara por primera vez.
Se palpó rápidamente y sus genitales se encontraban allí, donde debían estar. Quiso llorar de alivio.
Pilar no se despertaba, dormía plácida y profundamente.
— ¡Cariño, despierta! Es hora de levantarse.
Su esposa se dio la vuelta y le besó profundamente.
— ¡Qué me has hecho, cabrón! Házmelo otra vez, métemela en el culo también porque me corro solo de pensarlo —hablaba con la voz adormecida y aferrando el pene de su marido a través del pijama.
Ella nunca se había expresado así.
Fausto no pudo responder, su visión se hizo oscura, un dolor fortísimo se instaló en su bajo vientre como un cólico y notó con terror sus genitales separarse de él con un sonido líquido y la sensación de perder sangre.
La mujer se había abrazado a su cuello y le besaba la boca. Él estaba en algún lugar oscuro y cuando su mujer lanzó un gemido de placer solo pudo imaginar vagamente lo que ocurría.
Separó las piernas y el pene entró en su vagina reptando por el muslo, estaba tan excitada que no se daba cuenta de que el cuerpo de su marido estaba completamente inmóvil.
— ¡Te ha crecido, mi amor! La tienes enorme —susurraba moviendo su pubis contra el de su marido.
A Pilar se le detuvo por unos segundos la respiración y dejó ir un suspiro profundo, se separó de su marido y se colocó a cuatro patas sobre el colchón, sus pesados pechos se agitaban con una respiración ansiosa. Los ojos de Fausto estaban abiertos, pero no veía nada en su conciencia. El pene, arrastrando los testículos, se deslizó por la vagina hasta el ano y allí retorciéndose como un gusano, consiguió alojarse. Pilar sudaba y sus puños estaban cerrados. Comenzó a respirar rápida y brevemente para acomodarse al dolor y al placer.
Sus ojos observaban cada detalle; pero no era para su disfrute, eran los ojos del pene. Mientras tanto, Fausto el hombre, evocaba las imágenes de dos seres en un vientre materno. Uno de ellos aún incompleto, sin pene. El otro ser era unos genitales alimentándose de la misma placenta, un pequeño cordón umbilical, como una raíz, entraba en el meato de aquel minúsculo miembro que flotaba ingrávido muy cerca de su rostro aún no formado.
Era una pesadilla, era un horror…
Pilar hundió la cara en la almohada para no gritar, sus glúteos se agitaban suavemente con el movimiento del pene. De pronto, los testículos se contrajeron y lanzaron el semen hacia el glande enterrado. El esperma comenzó a rezumar lentamente entre los glúteos para caer en la sábana resbalando por los huevos que colgaban ahora pesados. La mujer se desmayó y el pene se desprendió del ano. Usando los ojos de Fausto, se dirigió reptando al pubis y se instaló de nuevo entre las piernas provocando un ligero dolor. Los ojos del hombre se cerraron y quedó inconsciente.
El despertador volvió a insistir a los diez minutos. Y fue Pilar la que se despertó.
— ¡Amor, se nos ha hecho tarde! Cómo me duele el culo… Lo repetiremos.
Encendió la luz de la mesita de noche y vio la sangre.
—Quien me iba a decir que volverían a desvirgarme a mi edad…
Fausto se puso en pie, todo parecía irreal, su mujer, su voz, sus comentarios, su cuerpo y su polla. No estaba bien, no conocía nada de esto. Era él quien se sentía lejano de su cuerpo.
En apenas media hora, Pilar se había duchado, vestido y ya salía taconeando rápidamente por la puerta de casa. Trabajaba como funcionaria en el registro de la propiedad intelectual.
Pilar pasaría todo el día pensando en el acto sexual de esa mañana de una forma obsesiva.
Fausto salió diez minutos más tarde y se despidió de Maricel sin entrar en su cuarto, tocando a la puerta.
—Me voy que he hecho tarde. Que te vaya bien en la facultad. ¿Vendrás tarde?
—Como ayer —contestó su hija con voz somnolienta y tapándose la cabeza con la almohada.
![]()
Iconoclasta
https://issuu.com/alfilo15/docs/el_hijo_de_un_violador_en_a5/1?e=0
El hijo de un violador (1)
Publicado: 20 septiembre, 2013 en TerrorEtiquetas:"ciencia ficción", fantasía, Iconoclasta, Pablo López Albadalejo, sexo, terror, Ultrajant, violadores, violencia
1
Algo no era normal en el pene y los testículos, no parecían ser un todo en su cuerpo.
Las sensaciones que percibía en la piel de los genitales no eran directas, parecían retardadas, lejanas; la impresión de entumecimiento cuando una mano se duerme por una prolongada inactividad.
Eran las seis de la mañana cuando orinaba tras despertar para empezar una jornada laboral. Dejó caer en el inodoro unas gotas de sangre, cosa que le preocupó; pero la jornada laboral lo mantuvo distraído de ese temor y a lo largo del día no hubo más sangre.
Fausto y Pilar estaban cenando en el comedor, en el televisor emitían las mismas aburridas noticias de cada día.
—Es extraño. Esta mañana he orinado unas gotas de sangre y no he sentido ninguna molestia.
Su mujer tragó la porción de ensalada que estaba comiendo.
—Sí que es raro, deberías ir al médico y comentarlo.
—Si vuelvo a mear sangre, iré.
—No te costaría ir mañana cuando salgas de la fábrica.
—Ya veremos. Si tengo ganas…
—No irás —respondió Pilar desviando la mirada al televisor para acabar la conversación.
Se le cayó la aceituna del tenedor, rodó por el escote y se detuvo entre los pechos.
—Eso te pasa por tener esas tetas tan grandes —bromeó Fausto tomando la aceituna y llevándosela a la boca antes de que Pilar se limpiara.
La mujer se sintió halagada y le besó los labios.
Fausto tuvo una sorprendente erección, fue tan rápida que no se dio cuenta del proceso, no fue consciente de su excitación hasta que sintió la tensión en el pantalón del pijama que vestía.
Y volvió con más fuerza la sensación de que sus genitales estaban “despegados” de su cuerpo y las señales sensoriales llegaran retardadas, diluidas. Pensó que no llegaba bien la sangre a esa zona de su cuerpo, de ahí ese adormecimiento. Sin embargo su pene, cabeceaba excitado, henchido de sangre, sin duda alguna.
— ¡Fausto! ¿Te dijo Mari a qué hora llegaría? Son casi las diez.
Su mujer lo miraba furiosa, era la segunda vez que le preguntaba lo mismo durante el tiempo que Fausto pensaba en sus genitales.
—No, no me dijo nada —respondió sorprendido.
Pilar cambió de canal para ver un programa de entrevistas a famosos.
Su marido se estaba tocando el pene discretamente bajo la mesa. En efecto, tenía menos sensibilidad. Pensó en la próstata, tenía cuarenta y ocho años.
Eran las diez de la noche cuando recogieron los restos de la cena y se sentaron en los sillones de la sala para ver la tele cuando escucharon el ascensor llegar a su planta. En unos segundos la puerta de casa se abrió.
— ¡Buenas noches! —saludó Maricel al entrar en el comedor.
Se acercó a su padre y a su madre para saludarlos con un beso.
— ¿Cómo te ha ido en el gimnasio? —preguntó su padre.
—Como siempre: lo más duro la bici, lo más delicioso la piscina.
—Sírvete pan con tomate y tortilla, la he dejado en la encimera tapada.
—Ya he cenado, mamá. Me comido una ensalada con Mario al salir del gimnasio.
Fausto sufrió una repentina punzada de dolor en el interior del pubis y su pene se endureció aún más, hasta el dolor.
Se dio cuenta que estaba observando fijamente el inicio de los desarrollados pechos de su hija. La blonda de su sujetador color crema asomaba entre el cuello de pico de la camiseta que vestía.
— ¿Dónde está el pijama blanco? —le preguntaba a su madre al tiempo que se sacaba la camiseta camino a su cuarto.
Fausto tomó el control de su voluntad, dejó de mirar a su hija y cruzó las piernas para ocultar la erección.
El dolor había disminuido, pero sudaba abundantemente.
Cuando escuchó que Maricel cerraba la puerta de su habitación al final del pasillo, se levantó para ir al lavabo. Se desnudó de cintura para abajo, orinó y dejó caer un par de gotas de sangre de nuevo. Entre sus dedos sentía extraña la carne del pene.
Un súbito movimiento en lo profundo del pubis lo alarmó. Sentía que algo se conectaba y desconectaba allá dentro, en su carne, en sus cojones. Pensaba concretamente que se le iba a “caer la polla al suelo”.
Se sentó en la tapa del inodoro y encendió un cigarrillo que sacó del cajón bajo el lavabo.
Pensaba en infecciones y en cáncer, en operaciones y muerte.
Se obligó a serenarse y observó como el pene se relajaba y encogía recuperando su tono de piel normal. Porque hacía unos segundos, se encontraba amoratado, casi negro. Como si un torniquete en sus tripas le hubiera cortado el flujo sanguíneo.
El movimiento en el pubis cesó y el miedo se diluyó; el miedo venía de la posibilidad de que el pene se le desprendiera del cuerpo. Así de brutal, así de imposible.
Las molestias ya habían cesado por completo cuando casi había consumido el cigarrillo. Tomó el pene con la mano y lo agitó para convencerse de que estaba sólidamente pegado a él. Tiró del prepucio para descubrir y el glande: se encontraba rosado, con buen color y una capa brillante y resbaladiza de fluido lubricante como era habitual por una erección.
Respiró aliviado, se subió los pantalones y abrió la puerta del lavabo topándose súbitamente con su hija que iba a entrar en ese mismo instante.
— ¡Papá, no fumes en el lavabo! Huele fatal.
— ¡Déjalo, Mari! ¡Se lo he dicho cientos de veces pero ni caso! ¡Fausto, tira ambientador al menos! —gritó Pilar desde el salón.
Maricel vestía un tanga amarillo y un sujetador de algodón sin costuras, los pezones de diecinueve años ponían a prueba la integridad de la tela. Entró en el lavabo y cerró la puerta.
Con una nueva punzada de dolor, visualizó en su mente el pene alojado entre sus pechos. La imaginó gritando aterrorizada con la vagina a punto de reventar llena de su pene, como un dildo de carne y sangre removiéndose en su coño, inquieto, sin pausa. La imaginó cambiando su miedo por placer a medida que el pene tomaba un ritmo más intenso y violento, entrando y saliendo de su sexo como una monstruosa oruga empapada en la mezcla de sangre y fluido que manaba de la vagina desgarrada.
Se apoyó en la puerta del lavabo agarrándose los genitales e intentando borrar aquellas imágenes de su cabeza. Cuando el pene quedó fláccido, se dirigió al salón.
—Me voy a meter ya en la cama, Pilar.
—Yo me quedo a acabar de ver el programa —dijo levantándose de la butaca para darle un beso —. Descansa.
—Buenas noches, cariño.
Se metió en la cama pensando que pasaría la noche en vela preocupado por lo que le estaba ocurriendo; pero apenas se estiró en la cama, sus ojos se cerraron y su respiración se hizo lenta y profunda.
![]()
Iconoclasta
https://issuu.com/alfilo15/docs/el_hijo_de_un_violador_en_a5/1?e=0
666 y mi Adolfito Hitler 2
Publicado: 27 febrero, 2013 en TerrorEtiquetas:666, fascismo, hitler, Iconoclasta, nazismo, Pablo López Albadalejo, religión, sexo, Terror, Ultrajant, violencia
6
A primeros de enero de 1903, Adolf tenía catorce años, era un adolescente de gesto lánguido. Muy pasivo y temeroso de su padre.
Adolf era casi venerado por la tarada de su madre y el cerebro estropeado de su hermana Paula; nadie más lo soportaba. Su presencia en la escuela y en las reuniones familiares provocaba una antipatía innata.
La casa estaba decorada con motivos navideños, el árbol lucía cerca de la chimenea y el viejo Alois estaba demasiado borracho como para estar despierto en pleno mediodía. Ya era un elemento innecesario, su trabajo de estropear la mente y la autoestima de su hijo había llegado a su fin. Klara y sus hijos se encontraban en la plaza del ayuntamiento de Leonding, comprando comida y regalos en la feria ambulante.
La Dama Oscura se acostó en la cama, junto a Alois y su elegante bigote, sacó su daga de la liga del muslo derecho y la introdujo en su oído lentamente. El viejo sacó la lengua de dolor ya que estaba demasiado podrido para gritar, aún así le tapé la boca con la mano y le hundí mi puñal en los intestinos.
—Ya no sirve para nada, Sr. Hitler. Es hora de morir.
Intentó hablar, pero sus ojos se cerraban con fuerza ante la daga que le estaba destrozando el oído, el cuchillo clavado en el vientre era una caricia comparado con aquello.
Pero cuando el cuchillo se mueve hacia los genitales cortando todo lo que encuentra a su paso, el dolor se convierte en una obra de arte de insoportable impacto. Y con ese arte abrí su paquete intestinal, el viejo austríaco tuvo un honor que pocos se han ganado. Metí las manos y saqué sus tripas para ponerlas a un costado. Esto no mata a ningún mono inmediatamente; da tiempo a que sufra mucho.
Los viejos no gritan con fuerza, es una lástima; pero tienen un lamento cansino que me incordia mucho y le metí un trozo de intestino en la boca como mordaza.
La Dama Oscura se aseguró de que la daga quedara firmemente alojada en el oído y salió de la habitación para dirigirse al salón. Fueron unos minutos que yo usé para castrar al viejo. Volvió con las manos cargadas de bolas de adorno del árbol y las metió todas en el hueco que dejaron los intestinos. En el montón que formaban sus tripas, clavamos con un alfiler la estrella de la anunciación. Un par de piñas con un lacito rojo quedaron entre sus piernas, donde deberían estar sus cojones de machote reproductor. En la tetilla izquierda le grabé con el cuchillo una cruz con los maderos quebrados como la que le tallé a Adolf en la nuca. El centro de la cruz era el pezón cortado en cuatro trocitos, se meó miserablemente cuando se hundió el cuchillo en el pezón.
Quedó precioso para celebrar la epifanía de los Reyes Magos, y con el frío que hacía, es posible que aguantara tres días sin oler demasiado mal.
Abrí mi boca, la pegué a la suya y aspiré su alma a pesar del asco que a veces me dan los primates; también puedo ser delicado. La Dama Oscura observaba fotos y cosas del cuarto distraídamente.
Tardó veinte minutos en morir.
La Dama se había puesto caliente, hirviendo. Vestía una capa roja con borde blanco, típico de navidad, debajo no llevaba nada, más que unas botas altas hasta las rodillas.
Me senté en la mecedora de Alois y rompí los apoyabrazos. Levantó la capa hasta su vientre con una sonrisa traviesa, se sentó empalándose con mi pene y esperamos tranquilamente a que llegara el resto de la familia.
Apoyaba sus muslos en los míos y yo le daba impulso a la mecedora. El resultado fue apoteósico, mi pene se hundía en ella, sus pechos se agitaban tranquilamente y mis cojones hirviendo recibían el frescor de aquel ambiente. Su clítoris sobresalía con dureza y la castigaba por vanidosa con fuertes palmadas en la dilatada vulva.
Breves miradas al cadáver de Alois me excitaban más aún y entre los jadeos de mi Oscura, sentía las voces de tantos torturados y muertos. De todos los primates que aún me quedaban por matar. Mi placer se incrementaba con cada caricia que aquel coño suculento me hacía, con las tripas apestosas del viejo Alois infectando las navidades en aquella parte del mundo. Imaginé a Dios masturbándose y llorando ante la vagina de mi Dama que subía y bajaba rítmicamente plena de mí.
Abrieron la puerta de la casa.
— ¡Papá, ya hemos llegado! ¿Tienes hambre? —gritó Klara alegremente acercándose hasta la habitación —su voz se había hecho fea y su caminar denotaba cierta cojera. La sífilis es silenciosa e implacable.
—Te hemos comprado unos cigarrillos de importación —la voz de Adolf había cambiado, era más grave, aunque continuaba siendo ridículamente chillona.
Paula reía correteando. Todos se dirigían a la habitación del macho.
Cuando abrieron la puerta y nos vieron follando en la mecedora el silencio cayó como una losa sobre sus cerebros de simples primates.
Nosotros continuamos con nuestra cúpula, mugí como un toro al eyacular y la Dama Oscura se clavó las uñas en las mejillas haciéndose heridas por el placer que la poseía.
Cuando nos calmamos, se levantó. Su coño dejó caer mi semen al suelo y un pequeño río viscoso se deslizaba por sus muslos. La familia Hitler, lo observó todo en alta definición y tridimensional. Klara protegía a sus hijos tras de sí que lloraban y gritaban queriendo huir de allí.
Acabé de consolar con caricias la excitación que provocaba aún espasmos en mi pene, saqué mi cuchillo clavado en mi espalda y les sonreí.
—Papá ha muerto, podéis usar sus tripas para haceros una buena frittatensuppe, para el día de reyes sería perfecto. Personalmente me ha dicho que os de una buena lección porque sois un poco indisciplinados y sobre todo, Adolfito, a ti te la tiene jurada. Aún te es difícil leer con claridad, a los catorce años, todos los chicos de tu edad leen sin tener que silabear. Durante un rato voy a ser vuestro tutor y dejaros el mensaje de Don Alois bien inculcado.
— ¿Por qué no nos deja en paz? Ya nos ha hecho mucho daño —lloraba Klara.
Adolf era tenía la estatura de su madre, que no era muy alta; pero era notable lo que había crecido desde la última vez que lo vi. En aquel entonces, un primate de catorce años ya aparentaba ser un hombre de veinte.
La cara regordeta de Paula estaba sonrojada por el frío y húmeda por las lágrimas. Sus manos se aferraban con fuerza al vestido de su madre.
Me puse en pie y tomé el cinturón del pantalón del primate muerto.
—Desnúdate, Adolf.
— ¡Noooo! No lo toques hijo de puta —gritó abalanzándose sobre mí Klara.
La Dama Oscura puso un pie para hacerla caer, le di una patada en la cabeza y quedó desorientada. Paula salió corriendo y la Oscura la alcanzó en la puerta, intentado salir a la calle, como no dejaba de gritar, le quitó el lazo rojo del pelo camino de la habitación y la estranguló hasta que su cara se puso amoratada, la dejó caer al lado de su madre. Por un momento creí que había muerto y sonreí a mi Dama Oscura con amor; pero la mona seguía viva…
Adolf se estaba desnudando deprisa. Cuando se bajó los calzones, mostró un pubis muy poblado de vello negro y casi oculto entre él, un pene circuncidado muy toscamente.
—Eres todo un hombrecito ya. ¿Sabes que los judíos también tienen su pene descapullado, es algo que tendrás que ocultar, ya me entenderás. Ahora quiero que me digas cual es mi nombre —me acerqué y le azoté no sé cuantas veces con el cinturón.
En algún momento se derrumbó en el suelo y cuando observé al mono, su espalda y su costado izquierdo estaba sangrando, faltaba piel en algún sitio.
La Dama Oscura había amarrado los pies y manos de Paula y la había acostado desnuda al lado de su padre muerto.
A Klara le había subido el vestido y arrancado las bragas, su culo delgado se agitaba con el llanto.
Aquella visión aplacó mi ira.
— ¿Cómo me llamo?
— ¡No lo sé, no lo sé! ¡No me pegue más! —se encontraba tumbado del lado derecho y sus rodillas encogidas contra el vientre, cubriéndose la cara.
Yo nunca obedezco a un primate, así que me ensañé con su muslo izquierdo hasta que sangró también.
—Soy 666.
—666 —repitió hipando.
— ¿Cuánto es seis por seis?
No respondía, solo lloraba. Tuve que sacarle las manos de la cara, tirar de su cabello para levantarle la cara y cruzarle la cara con el dorso de la mano. Sus labios se partieron a la primera hostia que le di.
—Me cago en Dios… Sino respondes te destripo, primate de mierda.
No se puede ser amable con las bestias, primates y el resto de animales funcionan igual: paliza o premio.
—Diez… Dieciocho…
La Dama Oscura lanzó una carcajada y clavó su daga en un glúteo de Klara que aulló de dolor.
—Mi 666… ¿Éste tarado va a ser el führer? ¿Quieres que le haga una lluvia dorada a tu hijo, Klara? A lo mejor se le despierta un poco el cerebro.
Volví a darle una buena paliza con el cinturón, duró unos cuantos minutos.
—Estás matando a mi hijo… —gimoteaba Klara con una voz cada vez más ronca.
—Arráncale la piel mi Dios Negro —susurraba la Dama con su capa abierta.
Paula se había caído de la cama intentando desatarse y su nariz sangraba.
—Treinta y seis, subnormal. Seis por seis son treinta y seis… —gritaba mientas lo azotaba una y otra y otra y otra y otra vez.
Se estaba vaciando de sangre, sangraba por tantos sitios… Una oreja se había rasgado y le colgaba ligeramente. Ya no lloraba.
Invadí su mente y no lo dejé desmayar, tenía que sufrir.
— ¿Treinta y seis por seis?
— Ciento dieciséis —respondió.
Quedé dudando un momento, tal vez había contado los cintarazos que le había dado solo en la espalda. Tal vez estaba confundido, tal vez… Sentí ganas de decapitarlo lentamente, cortando con calma su fino cuello de adolescente.
Suspiré con paciencia y me encendí un cohíba que llevaba en el bolsillo de la camisa.
—Ata a la cerda, porque este idiota aún no tiene muy claro lo que es multiplicar y me tienes que ayudar.
La Dama ató los pies y manos de Klara haciendo tiras las bragas que le había arrancado.
Tomé a Adolfito por las axilas y lo puse en pie manteniendo sus brazos por encima de la cabeza con mi presa.
—Mi Dama Oscura, dile, enséñale cual es el resultado de treinta y seis por seis.
Cogió el cigarro de mi boca, se arrodilló en el suelo frente a los genitales de Adolfito.
— Son doscientos dieciséis. Doscientos dieciséis —dijo quemándole el meato con la punta del cigarro.
Es curioso de donde sacan las fuerzas los primates cuando les aplicas dolor… Pareciera que ya no podía ni respirar; pero el grito que lanzó nos hizo daño en los tímpanos. Su madre parecía una foca intentando reptar con su barriga por el suelo en busca de su hijo y la pequeña Paula lanzó un grito tan fuerte que me irritó al punto de destriparla desde la garganta hasta los intestinos. Son cosas que puedo hacer, y de hecho hago, con suma facilidad.
Luego, la Dama se metió aquel pene ridículo en la boca y le apagó las briznas incandescentes que quedaron prendidas en el glande.
Se acabó la lección.
Besé a mi Dama en la boca y le metí los dedos en la raja, la tenía húmeda de nuevo.
Colocamos a los hermanos juntos apoyados al pie de la cama, frente a su madre para que vieran el espectáculo.
Me tumbé encima de Klara y le penetré el ano. Aferraba su cabello con una mano y con cada embestida, le estrellaba la cara contra el suelo de madera.
La Dama Oscura azotó la cara de Paula hasta que comprendió que no tenía que gritar. Con siete años, a pesar del trozo de cerebro que se le había estropeado recién nacida, era más inteligente que su hermano Adolf.
Yo ya me había corrido y le metí el pene en la boca para limpiarlo de mierda, luego me acerqué hasta la pequeña Paula.
—Esto no ha acabado aún —dije metiendo la mano bajo su vestido de terciopelo azul marino para acariciar su infantil vagina ante su madre.
—Moriréis cuando sea mi volición, cuando a mí me apetezca. No os olvidaré jamás mientras estéis vivos. Y cuando estéis muertos, os espera una eternidad de sufrimiento.
Le di una bofetada a la niña, a Adolf le besé la boca y le mordí los labios.
La Dama Oscura metió en el ano de Klara una vela roja y la encendió.
Nos reímos e hicimos un par de comentarios jocosos respecto a la familia Hitler y salimos de aquella casa para ir a comer un par de lágos cubiertos de carne picada y salsa de tomate en el mercado del ayuntamiento.
En 1905 vendieron la casa, ninguno podía olvidar lo que ocurrió dos años atrás.
Se trasladaron a la capital de la provincia de Leonding, Linz. Era una ciudad mucho más grande y poblada. Allí pasaban desapercibidos de tantas muertes y asaltos. No había vecinos que los incordiaran con sus preguntas, pésames y recuerdos.
7
Europa estaba hirviendo: coaliciones de franceses y alemanes por seguir con el control de Marruecos. Grecia, Bulgaria, Serbia, Montenegro, Rusia, Turquía… Todos esos países estaban gestando el ambiente ideal para una gran guerra y eso era bueno.
En las guerras ganan los más idiotas, es una condición que impuso Dios, lo mismo que la virgen se aparece solo a los tontos.
Y ahí, en medio de ese caos, el pequeño Adolfito, florecería como retrasado mental igual que un hongo en los excrementos.
En 1907 ya estaban todos aquellos países completamente ocupados en la preparación de la guerra, aunque muchos no lo supieran.
Y claro, la familia Hitler no era muy lista, no tenía suficiente capacidad intelectual para ver lo que se avecinaba. Además, estaban obsesionados conmigo. Por ello Adolfito, con dieciocho años, por fin había aprendido la tabla de multiplicar del seis, aunque ya no iba a la escuela.
Y no iba a la escuela porque la Realschule lo había expulsado en 1905 sin darle ningún título por su bajo rendimiento, era tan mediocre como repulsión causaba su trato en docentes y amigos. Solo obtuvo el certificado de estudios primarios.
Así que me propuse que 1907 fuera su año, que dejara de vivir cobijado bajo las tetas de su madre y su pensión. El mono no hacía nada en todo el día más que pintar. No conocía el trabajo ni el esfuerzo. Toda aquella apatía y vagancia era alentada por la madre que tanto lo amaba. Eso se lo iba a solucionar yo muy pronto.
Comenzaría su gran año para formarse como hombre independiente y convertirse en la mierda que sería años más adelante: el líder del Tercer Reich. Una vergüenza para los primates, ya que si alguien como ese mono llegaba al poder, era el indicativo de que la humanidad estaba realmente agusanada. Eso sí, fue mi preferido durante aquel tiempo, mi primate mimado: mató tantos millones de circuncidados y otras clases de primates de segunda clase, que por un tiempo pensé (me ilusioné, ya que a veces soy un alma cándida a pesar de todo; pero que no se fíe nadie) que Dios había muerto.
Linz, al noroeste de Viena, es una gran ciudad y gran centro económico de la región, con la pensión y la herencia de Alois, lo que quedaba de los Hitler, vivía holgadamente. Era un buen lugar, con un alto nivel de vida, nada parecido a Leonding y sus cuatro casas mal repartidas y las calles llenas de barro. Mi Dama Oscura y yo paseábamos por el centro de Linz y nos dirigíamos hacia el bloque de apartamentos donde vivían. El apartamento era grande, de altos techos como todo edificio modernista, los techos artesonados con escayola y las puertas altas y recias con abundantes cristaleras.
Eran las cuatro de la tarde del 21de diciembre, el portero nos preguntó a donde nos dirigíamos y nos indicó que vivían en el 3º C.
Paula Hitler abrió la puerta y se quedó muda de terror al vernos. Tenía once años y empezaban a abultar unas pequeñas mamas que aún no requerían sostenes.
Me agaché y la besé en la boca.
— ¡Feliz navidad, familia! ¡Heil a los Hitler! —bromeé sin que entendiera lo último.
Klara se asomó al pasillo, había reconocido mi voz, se metió en la cocina para pedir ayuda a través de la ventana del patio, cojeaba ya notablemente y sus manos temblaban descontroladamente. Corrí hacia ella tirando a Paula al suelo, en la cocina la arranqué de la maneta de la ventana que estaba abriendo y la golpeé en la cabeza con un mazo del mortero. Se cascó su cráneo, la sangre brotaba a borbotones mientras se convulsionaba, temí que muriera demasiado pronto; pero era solo conmoción cerebral. Pude ver que también había perdido los incisivos superiores e inferiores por la sífilis.
Paula venía llorando dócilmente de la mano de la Dama Oscura. Al ver a su madre en el suelo sangrando se sentó a su lado en silencio.
—Aún no está muerta, no es el momento de velarla.
Arrastré a Klara por el suelo hasta su habitación, la subí a la cama y la desnudé. Sus piernas estaban un tanto torcidas, los dedos de los pies contraídos por el daño neurológico.
La Dama Oscura se había sentado en un silloncito con Paula en sus piernas, le acariciaba sus prominentes tetitas a punto de desarrollarse.
— ¿Dónde está tu hermano?
—Dibujando en el Ayuntamiento Viejo.
—Lo vamos a esperar —respondí.
—Pronto serás mujer —le dijo al oído la Dama Oscura, mirándome con malicia. — ¿Ya te has tocado?
—No —respondió con un hilo de voz.
— ¿Seguro que Adolf no te ha tocado ya?
—No —respondió de nuevo llorando.
La hizo bajar de sus rodillas, se subió la falda larga y negra y le mostró su vagina depilada, de labios sobresalientes brillantes y húmedos.
Klara comenzaba a despertar e invadí su mente para inmovilizar su cuerpo. Su pelo se había apelmazado con la sangre que empezaba a coagular y olía mal. Siempre huele mal la sangre de primate.
Mi Dama separó las piernas y se abrió la vulva con las dos manos.
— ¿Tu hermano te toca aquí? —se tocó el clítoris suavemente con un dedo y sus ojos se cerraron de placer.
Paula corrió a la cama de su madre para echarse sobre su pecho. La arranqué de allí y la tiré al suelo frente a la Dama.
— ¿Tal vez te hace esto? —se metió el dedo corazón en la vagina, un filamento de fluido se desprendió hasta el suelo, sentí que la boca se me hacía agua.
Paula estaba atenazada de miedo y vergüenza, se pasó las manos por los mini pechos.
— ¿Adolf te toca ahí? ¿Solo eso siendo ya todo un hombre?
— ¿Quieres tocar mis tetas para saber lo que tu hermano busca de verdad?
Paula sacudía la cabeza negando cuando la puerta de la casa se abrió.
— ¿Mamá? Ya he llegado —era Adolfito.
Sus pasos sonaron hasta la cocina, se detuvo un instante mirando la mancha de sangre en el suelo y luego llegó a la habitación, traía una carpeta con dibujos bajo el brazo. Se le cayó al vernos y reconocernos desparramando una acuarela y un par de bosquejos a lápiz de algún edificio.
— Adolf, tenemos que hablar seriamente de tu educación, no puedes estar viviendo siempre de la teta de tu madre. Te has de hacer independiente, tener tus propios medios de vida. Follar con mujeres y no limitarte a masturbarte tras tu caballete en la calle o tocarle las tetas a tu hermana. Tu madre no va a vivir siempre, es más va a morir ahora mismo.
—Tócala antes de que la mate.
Se le llenaron los ojos de lágrimas, se acarició el pelo de la sien y dijo:
— No me hagan daño.
—Toca a tu madre te he dicho.
Adolf se acercó a la cama, su madre no podía ni mover un músculo. Pasó su mano temblorosa y tímida por los pechos y los pezones se erizaron involuntariamente. Luego recorrió su vientre para llevar la mano hasta el poblado monte de Venus donde hundió los dedos y perdió la noción del tiempo. Su boca temblaba.
—Con lo tarados que sois los Hitler, me hubiera gustado que tu madre viviera para que gozarais de unas orgías, cosa que ocurriría en cuanto a tu hermana le viniera la regla; pero dado tu carácter pasivo y holgazán, esto no será posible.
— ¿Te has masturbado hoy con las niñas que salían de la academia del Ayuntamiento Viejo? —preguntó la Dama mostrándole sus pechos y su sexo desflorado.
Adolfito no respondió, se quedó mirando fijamente el monumental cuerpo de la Dama Oscura.
Giró la cabeza cuando oyó el primer golpe, como una especie de azote: con el plano de mi puñal, golpeé con fuerza un pecho de su madre.
Sin prisas seguí golpeando un pecho y otro, no produje un solo corte. Klara se retorcía de dolor a pesar de mi control, aunque no podía gritar. Se había formado un hematoma tan importante bajo la piel, que formaba una bolsa líquida oscilando temblorosamente con cada golpe. Tenía un cáncer en el pecho izquierdo y fue el primero en el que reventó el pezón. Con tres golpes más, el otro pezón se abrió. La sangre acumulada en ambos pechos formó un manantial rojo en cada pezón que se deslizaba tranquilo hacia el vientre y por las costillas.
—Bebe de ahí, Adolf.
Tomó un candelabro de la mesita de noche e intentó pegarme con él, una de las pocas cosas de valor que hizo a lo largo de su vida; pero no lo hizo para proteger a su madre, lo hizo para evitar su dolor, su próximo tormento.
Le golpeé en la boca del estómago con la suficiente fuerza para provocarle una leve hemorragia interna, se le escapó por la boca un hilo de sangre cuando intentaba tomar aire con los pulmones colapsados por el puñetazo.
La Dama Oscura acariciaba a Paula, de nuevo sentado en sus rodillas, aunque la había desnudado de cintura para arriba y le acariciaba los incipientes pezones que a mí no me decían nada. Los primates jóvenes no me inspiran nada más que deseos de descuartizarlos, prefiero follar a las hembras bien desarrolladas. Aunque no he de negar que de vez en cuando, un coño infantil reventado es una delicatesen. La piedad no la conozco.
Tomé por el pelo a Adolf y le planté la cara en los pechos destrozados de su madre.
—Chúpalos de una puta vez, coño —le dije pegándole en el trasero con el plano del puñal.
Liberé la mente de la madre, ya que la hemorragia casi la había vaciado y apenas tenía fuerza ya para respirar. Abrazó a su hijo mientras este succionaba de sus pezones tragando sangre y así murió la perra austríaca que tanto amaba a su hijo de mierda.
Arranqué a Adolf de sus brazos lanzándolo contra la pared. Abrí mi boca y cubrí la de Klara para aspirar su alma, mis dedos hurgaban su coño mientras su alma de asqueroso sabor se deslizaba por mi garganta.
Luego tiré el cadáver al suelo, lo que originó en Paula un ataque de histeria. La Dama Oscura le golpeó la cabeza con el candelabro que había dejado caer Adolf.
La niña cayó encima del cadáver de su madre, formando un cuadro de dramática belleza, hasta tal punto que la Dama Oscura hizo una foto con la cámara de turista que llevaba en el bolso.
Adolf estaba intentando detener la habitación que giraba en sus ojos y le abofeteé.
—Tu madre ha muerto. Ya eres un hombre, mono de mierda. Nos seguiremos viendo, no dejaré de visitarte hasta que estés muerto, primate de mierda. Vas a sufrir tanto, tus noches van a estar tan llenas de miedo… Y sabes, querrás ser tu el que provoque el terror. Eres tan simple, cabrón… —y le escupí en la cara.
Me saqué el cinturón y le di tal paliza que le hice jirones la ropa.
—No me pegue más, por favor, no me pegue más… —lloriqueaba antes de entrar en shock.
La Dama Oscura se colocó frente a él, se llevó una mano al coño y dirigió su chorro de orina hacia su cara.
—Tu madre ha muerto ¿qué haces durmiendo? —le dijo la Dama Oscura cuando abrió los ojos ensangrentados, el cinturón había herido cada centímetro de su piel.
Arranqué a Paula del cadáver de su madre, le di unas leves bofetadas para que despertara y le enseñé un par de bocetos al carbón que llevaba Adolf en su carpeta: eran dos niñas desnudas, arrinconadas tras los setos de un parque en un atardecer, en ambas lloraban con sus manos entre las piernas, con los dedos manchados de sangre. La única diferencia es que una era de pelo largo y otra de pelo corto.
—Cuídate del pederasta que tienes por hermano. Le gusta que lloren, que le tengan miedo.
La Dama Oscura se arrodilló para darle un tierno besito en su imberbe monte de Venus y yo le di una patada en el costado derecho que de nuevo la hizo caer de bruces entre las tetas ensangrentadas de su madre.
Yo ya estaba aburrido de aquellos primates de mierda aquel día.
Llegamos a mi oscura y húmeda cueva sin escalas, directos al infierno.
8
Ya había modelado totalmente el pequeño cerebro idiota de Adolf, su madre ya no le podía dar autoestima alguna y se encontró en un mundo en el que todos los primates lo rechazaban por su carácter apocado, timorato e introvertido. Ningún mono soportaba tener cerca a Adolf, no tenía amigos de ningún tipo. Su único contacto social fue con tres niñas de doce y once años que violó en los arrabales de la ciudad al atardecer, cuando las sombras son duras e impenetrables.
Durante unos meses vivieron juntos los hermanos en el apartamento. A Paula le vino la regla a los dos meses que asesiné a su madre. Adolf la espiaba en el baño, en la habitación cuando se desnudaba; cuando se sentaba en el sillón miraba su entrepierna y su erección se hacía dolorosa. Hasta que una noche Paula despertó con el peso de su hermano en su pecho y su pene duro abriéndose paso entre su vagina. Logró zafarse y salir a la escalera para pedir ayuda a los vecinos.
Adolf tuvo que irse a Viena por el escándalo que montó Paula. Allí intentó acceder a la universidad de Bellas Artes, pero no pudo superar el examen de ingreso.
Mientras tanto vivía de la herencia de su madre y de la mitad de la pensión que compartía con su hermana. Insistió en pintar y en seguir abusando de niñas durante unos meses más. A finales 1908, recopiló todos sus dibujos y los presentó en la Academia de Bellas Artes de Viena, esta vez tras examinar su obra, no le dejaron ni realizar el examen.
El dinero ya se había acabado y apenas conseguía algo haciendo postales para turistas.
Y llegó el momento de vagabundear, de entrar en contacto con emigrantes de todo tipo, con mendigos. Le robaron, lo rechazaban en los grupos. En los albergues sociales comía mierda con pan, igual que los inmigrantes más pobres.
Las mujeres no lo soportaban, sus relaciones sexuales se basaban en abusar de niñas y en algún pago a alguna puta cuando estaba demasiado borracho.
Precisamente, mató a esa puta con una botella de vino de la marca Heurige rellenada con anís de la peor calidad: la zorra primate se burló de su pene mal circuncidado.
— ¿Eres un maldito judío, querido Adolf?
En aquella habitación de una fonda casi en ruinas le golpeó el cráneo hasta que los sesos se desparramaron por el suelo. Estaba borracho; sereno era demasiado cobarde para hacer semejante heroicidad. Hasta tal punto era apático, que la botella no se rompió por lo débiles que eran sus golpes.
Las putas muertas no llamaban la atención de nadie en Viena y no se investigó el crimen.
Es en 1909, tras una paliza que le propinaron unos inmigrantes polacos bajo el puente en el que durmió una noche, cuando se empapa de panfletos fascistas y racistas, la única lectura a la que tenía acceso. El enfermero que le curó las heridas en el hospital era un ferviente discípulo de un retrasado mental con sueños de mesías: un tal Liebenfels, un racista que hablaba de la gran raza aria y del resto de las razas inferiores que eran simiescos. Y el enfermero le obsequió con un pequeño libro mal impreso de las teorías de su admirado imbécil.
El tarado de Liebenfels tuvo suerte de ser un don nadie y que no le hiciera una visita como a Adolf, porque le iba a enseñar que todos los humanos son primates y se lo enseñaría arrancándole los pulmones con una varilla de paraguas.
Hitler ya era un hombre, con sus veinte años, ya estaba germinando en su minúsculo cerebro su reinado de la miseria y la estupidez primate; pero era tan inútil, que pasó hambre, más que cualquier inmigrante analfabeto en Viena. Sus únicas lecturas de frustrado seguían siendo las mesiánicas y fascistoides publicaciones que le regalaban en mítines y reuniones de fracasados muertos de hambre y con las que luego tenía que limpiarse el culo tras cagar.
Antes de que cumpliera los veinticuatro, tuve un encuentro con él. Estaba escuchando un discurso fascista en la plaza del parlamento. Viena empezaba a ser un lugar peligroso para la democracia, cosa que a mí me sudaba la polla y me parecía bien, porque la única libertad que tienen los primates, es la dirección en la que han de correr para escapar de mí y librarse de ser descuartizados.
—Hola Adolfito —le saludé presionando mi puñal en su espalda.
— ¿Quién coño eres? —dijo con odio girando la cabeza hacia mí.
Cuando me reconoció, se meó en los pantalones, y yo suspiré con paciencia. Atravesé la ropa con el cuchillo y lo hundí en la zona lumbar, sin llegar a lesionar el riñón.
—Si gritas, si te mueves, lo acabo de clavar y mueres aquí bajo la polla de ese fascista. Escúchame bien, tarado: tan pronto como puedas, pásate a Alemania, hace tiempo que te están buscando aquí para obligarte a hacer el servicio militar. Y deja de mirar a las niñas con esa obsesión o te atrapará la policía y entonces sí que te mataré.
Se estaba poniendo pálido, sudaba copiosamente por el dolor y sus pantalones sucios y remendados se estaban ensuciando de sangre. Giré el puñal para abrir más la herida.
— ¡Que ningún polaco ocupe el puesto de trabajo de un austríaco y que ningún gitano pise nuestras calles! —vociferaba el político.
— ¿Seis por seis?
—Treinta… treinta… —no pudo acabar la frase, se derrumbó en el suelo como un pelele.
—Retrasado mental… —susurré mientras se le doblaban las piernas.
Pisé su mano derecha y le rompí los dedos con un fuerte taconazo.
A los veinticuatro años cruzó la frontera para entrar en Alemania y evitar el servicio militar austríaco, su estado era deprimente: apenas podía ya hablar y sufría una fuerte desnutrición. Era el año 1913 y la primera guerra mundial estaba a punto de estallar, yo lo sabía por los chismorreos de los ángeles maricones de Dios y porque conozco a los cochinos primates como conozco a Yahveh el imbécil.
En ese año Adolf recorrería por fin el camino directo para el que yo lo había preparado.
Pero estoy cansado, tal vez, después de que mi Dama Oscura me la haya mamado y me dé un paseo por Afganistán para violar y esterilizar a unas cuantas mujeres de talibanes, me sienta lo suficientemente relajado para recordar el resto de la historia del subnormal, de cómo llegó a ser un dictador que mató a muchos primates en muy poco tiempo y se hizo ídolo de una raza de ratas “arias” asfixiadas por la envidia, la pobreza y la ignorancia.
Mirad mi pene lubricado, esto es lo que me excita: la muerte masiva de los primates, el dolor en el planeta. Cataratas de sangre y vísceras…
Y los pechos duros de mi Dama Oscura.
Siempre sangriento: 666

![]()
Iconoclasta
