Archivos para julio, 2014
Un hombre atrapado, en Realidades Truncadas
Publicado: 26 julio, 2014 en Lecturas, ReflexionesEtiquetas:arte, árboles, fantasía, foto, hombres, Iconoclasta, Pablo López Albadalejo, soledad, terror, Ultrajant
De Puta Insensible
Publicado: 25 julio, 2014 en Lecturas, ReflexionesEtiquetas:Iconoclasta, Pablo López Albadalejo, Reflexiones de Iconoclasta, Ultrajant
«No le gusta que le digan en voz alta lo que es, pero tiene que afirmar para sacarles todo el dinero que sea posible.
No siente asco ni rabia, solo indiferencia profesional por sus clientes. Es mejor ser buena actriz que saber follar. Puedes no saber hacer una mamada, dejar el coño completamente lacio y poner el culo como si te fueran a meter un supositorio. Si solo una vez en la vida te la han metido, basta con sabe gemir, gritar y hablar con voz sensual para ser puta.
Las putas no saben follar, no saben ni mamarla. Por eso escupe en la mano y se frota el coño en el lavabo, que luzca brillante para ellos y ellas.»
Un porno relato de Iconoclasta, próximamente en vuestras mentes y coños.
Mejor que una mala película en Binibook
Publicado: 24 julio, 2014 en LecturasEtiquetas:binibook, descargas, escritor, lecturas, literatura, Pablo López Albadalejo, Relatos de Iconoclasta, Ultrajant
Tarjetitas de la sabiduría de Iconoclasta «touch»
Publicado: 24 julio, 2014 en Humor, Lecturas, Manuscritos, ReflexionesEtiquetas:humor, Iconoclasta, lecturas, manuscritos, obsequio, Pablo López Albadalejo, provocación, Reflexiones, Tarjetitas de la sabiduría de Iconoclasta, Ultrajant
Las Tarjetitas de la sabiduría de Iconoclasta ya no son virtuales. Ya se pueden tocar, doblar, usar como papel higiénico de emergencia, etc…
La luz no es amable
Publicado: 24 julio, 2014 en Lecturas, ReflexionesEtiquetas:Iconoclasta, Pablo López Albadalejo, Reflexiones de Iconoclasta, Ultrajant
La luz no es amable. Los contrastes son hirientes siempre para alguien, y crean una cruz que yo no he pedido. No tengo complejo de Cristo. Dejaría que murieran todos antes que cargar con esa mierda.
Una bolsa en la cabeza
Publicado: 23 julio, 2014 en Lecturas, ReflexionesEtiquetas:Iconoclasta, Pablo López Albadalejo, Reflexiones de Iconoclasta, Ultrajant
Una bolsa en la cabeza para esconder pecados y vergüenzas… Y una mierda, lo que ocurre es que llueve mierda y el puto paragüas era chino.
Nueve horas en Binibook
Publicado: 23 julio, 2014 en LecturasEtiquetas:binibook, descargas, escritor, lecturas, literatura, Pablo López Albadalejo, Relatos de Iconoclasta, Ultrajant
Se vende hombre insensible en Binibook
Publicado: 22 julio, 2014 en LecturasEtiquetas:binibook, descargas, escritor, lecturas, literatura, Pablo López Albadalejo, Relatos de Iconoclasta, Ultrajant
Mejor que una mala película
Publicado: 22 julio, 2014 en HumorEtiquetas:el probador de condones, gente, Humor ...grrr, Iconoclasta, Pablo López Albadalejo, pobres, sexo, tontos, Ultrajant
17:52 de un apestoso día como otro cualquiera en una plaza comercial, en la fila de caja de una hamburguesería de esas que regala mierda con cada cajita gozosa para los niños. Y algún descerebrado de más de veinte años que también las compra, claro.
Estoy de vacaciones y cuando mi mujer trabaja, si no me la follo me aburro, así que salgo para distraerme y ver mundo.
Tengo ocho personas u objetos animados delante de mí para hacer su pedido.
Enseguida, mirando sus caras y sus ademanes, me doy cuenta de que los seis primeros y una tía buena con blusa transparente, van juntos. La tía buena resalta entre ellos una barbaridad, viendo quien es su novio, imagino que debe tener algún daño cerebral, pobre chica. O tal vez sea una furcia muy necesitada. Me inclino por su daño cerebral, porque su novio no tiene cara de poder pagar ni una mamada en el dedo índice de su dedo izquierdo. Es de mediana estatura, buenas tetas y un sostén que no es un Victoria Secrets, pero le queda bien, me gusta que transparenten su ropa interior, me ayuda a follar y masturbarme. Su piel es bastante blanca.¬
Le daré mi tarjeta de visita para follármela en la fábrica de condones, luego, cuando los otros se estén cebando con lo que encarguen. La voy a volver lista abriéndole el cerebro a otras dimensiones a través del culo con la nueva gama de condones Hard Culinos from The Hell.
Los otros son una sarta de super bronceados de nacimiento, de ese tipo que crees que son sucios sin fecha de caducidad. Es curioso lo lejos que llegaron los gitanos para follar, seguro que mucho antes que Colón el maricón. Hay dos niños de unos 10 y 12 años, una niña de 14, el novio de la retrasada mental buenísima, que tiene pelo-casco de moco de gorila y negro como el tizón. Otro muy parecido al novio, que debería llevar esponjas en los incisivos para no rayar el suelo. Mismo pelo, pero en forma de cuña, que a esta raza les mola mucho y no sé porque. Al final ni parecen mohicanos, ni soldados de fuerzas especiales. Tal vez se parezcan un poco a los dibujos de ánime, que imagino que a falta de cultura y dinero para ver otras cosas de más calidad, se han puesto hasta el culo en la infancia de ver teleseries de esos dibujos japos; cosa que deja huella quieras que no, en esos cerebros tan lisos y moldeables que hay bajo todo esos kilos de fijador a granel.
Y completa el circo una vieja de aproximadamente unos 60 años que parece tener 90. Es como un títere que solo se mueve cuando el resto de la tribu la estimula con un grito que solo ellos son capaces de entender.
La niña lleva unas plataformas en los pies de mujer de cuarenta, los niños y hombres, todos calzan zapatos muy elegantes, negros, desgastados hasta ver el forro sintético presionado por sus indudablemente largas uñas y con unas punteras que te hace pensar en las babuchas de Aladino. Deben pertenecer a una raza que se denomina Nacos. Lo he oído alguna vez.
Con dificultad, y algunos babeando, piden sus refrescos, patatas fritas y algún café; pero nada de carne, no creo que sean vegetarianos, simplemente son pobres, eso sí, con mucha gomina.
Gente humilde… Bueno, sin eufemismos, son más míseros que las ratas.
Con los pobres hay que tener mucha paciencia porque sus cerebros son tan lentos, que uno solo requiere la ayuda de otros tres de su clan para elegir el puto refresco pequeño de mierda que va a elegir.
Y si el cajero realiza alguna pregunta estúpida como: ¿azúcar o sacarina para el café?, los seis (la tía buena retrasada se ha retirado de la fi¬la porque no quiere nada, seguramente su novio ya la ha hartado de leche en la choza de cubículos con catres separados por viejas lonas de propaganda de partidos políticos), clavan sus ojos negros de gruesas cejas en el rostro del cajero, se hace un silencio intenso en el local, de sus labios abiertos se deslizan unos hilitos de babas, que dulcemente se convierten en gota para caer en las largas punteras de sus calzados.
Cuando todos los clientes pensamos que nadie será capaz de responder, dice el de los dientes de morsa algo así: «ucar pché jero, … pta mdres». Y el cajero de alguna forma lo entiende y sonríe como un idiota. Todos respiramos aliviados tras acabar el tenso suspenso que ha provocado el cajero con su estúpida e imprudente pregunta.
Y no es por echarle más mierda a la mierda, pero son pobres por alguna cuestión genética, y cuanto más pobres, más lerdos. No es racismo, es simple biología aplicada.
Por si no hubiera habido suficiente espera, para esos lerdos endogámicos de ambiente marcadamente rural, llega la hora de pagar. Por seis productos han conseguido pagar menos de 75 pesos (si es que saben montarse unas fiestas con tan poco dinero…). Cuando el cajero les repite tres veces la suma, todos miran a la vieja de pelo cano, sucio muy sucio. Y con una cola que parece una brocha de pintor roída por el perro juguetón que siempre tienen en los tejados de sus casas todos los habitantes. La vieja no se entera, se debe pensar que le miran sus tetas, cuyos pezones llegan hasta las rodillas y apuntan con una perfecta verticalidad al suelo. Y sonríe mostrando su único incisivo feliz ella. Es pobre…
Es entonces cuando uno de los niños le da unos golpes en el codo diciendo «ela, ela». La vieja se sobresalta y con una lentitud perfecta, en la que da tiempo de calcular los ángulos de sus brazos por cada movimiento y hacer el pronóstico del tiempo con cuatro días de antelación, saca del bolsillo de su bata de casa color azul cielo, un monedero pequeñísimo, tan pequeño que nadie pensaría que pudiera llevar más que algún par de bacterias dentro.
Pues aunque nadie lo crea, consigue sacar un montón de putas monedas de un centavo y dos, que tarda en contar como si fueran quince millones. El café ya no humea en el mostrador, se ha enfriado hace un par de horas ya. Cuando se las da al cajero que le llegan en una cadena humana de seis bronceados, en la fila de al lado ya han atendido a diez clientes.
Ya solo queda delante de mí un chico bajito, de hombros caídos, cabeza hacia adelante, gruesos brazos con vello pelirrojo y cuello de toro. Es un síndrome de Down, un mongol. Así que respiro hondo para acopiar paciencia.
Está más nervioso que un desdentado queriendo partir un garbanzo frito. Apenas ha comenzado o «principiado» a retirarse la comitiva de aldeanos endogámicos con sus míseras consumiciones, el mongol se acerca rápidamente a la caja empujando a la vieja sin disimulo alguno.
Como estos individuos son dados a gangosear, le pide algo al cajero que nadie entendemos. El chico se gira hacia mí y con la mirada me pregunta si el pinche cajero es imbécil o qué. No le digo nada, solo veo con fascinación e incomodidad sus ojos bizcos que parecen mirar a alguien muy lejano tras de mí.
Se gira de nuevo hacia el cajero y le señala con insistencia lo que quiere en el tablón de productos, al tiempo que le deja un billete en el mostrador y dice algo así como «pinche puto caguego».
Tiempo de elegir tres refrescos, dos de patatas fritas y un café para los aldeanos: quince minutos.
Tiempo de elegir el menú deseado por el mongol: 3, 3 segundos, con pago incluido.
Cuando me acerco por fin a la caja, el mongol ya está sentándose en una mesa a la que ha llegado sorteando a los seis humildes que aún están decidiendo en que mesa amontonarse y embrutecerse. Por lo visto, no les ha gustado que el mongol les ganara la mesa y dicen cosas esotéricas entre ellos mirando al chico con rencor.
La tía buena se acerca a ellos acomodando ostentosamente y sin demasiada elegancia, sus grandes tetas en las copas del sostén.
El cajero me pregunta que deseo e interrumpo con un sobresalto el profundo repaso que le estoy dando a la Blancanieves que va con los cinco enanitos y la abuela con muerte cerebral.
«Un paquete de Marlboro rojo» le pido.
Me mira como si le hubiera enseñado mi enorme polla, casi ofendido.
«Aquí no se vende tabaco ni productos relacionados», me contesta.
Yo ya lo sabía, claro, pero es que cuando en el cine no dan una buena película, puedes ponerte en la fila de cualquier hamburguesería elegida al azar, con la total seguridad de que vas a pasar un buen rato distraído.
Cuando salgo por la puerta, me encuentro a la chica buena del grupo de rurales endogámicos fumándose un cigarro frente a la entrada.
«Estás buenísima, ¿te puedo dar una tarjeta de mi empresa para conseguir trabajo en mi departamento? Allí te explicarán en qué consiste.
«Sale», me responde mascando chiclé.
Me acompaña el parking subterráneo sin avisar a su tribu. Cuando abro la puerta de mi coche, se me caen dos monedas de veinte centavos y las toma rápidamente. Como poseída, me empuja y me quedo sentado frente a ella en el asiento. Me desabrocha el pantalón, me saca la polla con habilidad y se la mete en la boca. Me encanta como la chupa, en calidad y velocidad. Cuando me corro, se traga todo el semen sin dejar caer ni una gota, no me ha ensuciado nada. Es hábil la hija de puta.
Tras eructar, me pregunta si me ha gustado.
Yo respondo que ha estado genial y con una sonrisa que la convierte en idiota, me dice: «Ayer cumplí 14».
Por toda respuesta, en lugar de darle una tarjeta de mi empresa, le doy cinco pesos que hay en el cenicero y se larga contenta con las rodillas sucias y las punteras de sus zapatos de fino tacón arañadas.
Arranco el coche y me voy a buscar a mi mujer que ya me estará esperando a la puerta de su trabajo. A ver si me la follo rápido, que la putita me ha puesto caliente.
Siempre tengo razón: hay cosas mejores que una mala película para pasar el tiempo.
Siempre abundante: El Probador de Condones.
Iconoclasta
Nueve horas
Publicado: 21 julio, 2014 en ReflexionesEtiquetas:antros, baile, borrachos, decepción, discoteca, engaño, Iconoclasta, música, mediocridad, Pablo López Albadalejo, Reflexiones, Ultrajant
Nueve largas e interminables horas en una ciudad de mierda, ¿y cuál no lo es?
Nueve horas… Ese número de horas no es mágico, es lógico. El número oficial y oficioso para agotar el cuerpo trabajando; pero por encima de todo, para agotarlo bailando, metiendo en sangre el suficiente licor para despreocuparse de que hay un ejemplar de ganado porcino esperando en la casa, tras las puertas del antro.
Me gustan las guarras borrachas con vestido corto que meando entre dos coches con las bragas en las rodillas, se caen sobre su propia orina riendo como subnormales.
Nueve horas es el tiempo perfecto para beber, cantar, bailar y rozar los cuerpos hasta quedar sexualmente satisfecho, o con las pollas y los coños debidamente lubricados.
Nueve horas que son las necesarias para asentar los fracasos, las carencias y las frustraciones de las parejas que nunca llegaron a amarse. Solo frustrados soñadores con pretensiones de amor ultra terreno. Nueve horas marcan el ridículo y la vergüenza entre gritos, copas y música mala y aburrida solo para idiotas.
¡Chum-chunga, chumba, chum! Y así infinitas veces.
El borracho saca su ridículo pene del pantalón para mear en las ruedas de un contenedor de basura en las sombras de una calle.
Nueve horas son las justas y necesarias, para que el ser despreciado sepa que causa repulsión, nueve horas son las necesarias para librarse de algo que no quieres y romper las cadenas de un amor que no lo es, viciado de terceros amantes, de ascos y decepciones.
Nueve horas para fumar veinte cigarrillos y toser sangre y mierda puta.
Un coche con cuatro borrachos ensangrentados, humea contra un pilar de hormigón, la muerte no siempre es romántica, suele ser muy aburrida también.
De seis de la tarde a nueve de la noche, los falsos amantes y sus mentiras prensadas con besos secos y sexos desganados, se relajan. Se olvidan en una descendente y suave curva, la basura que son, la tontería que han hecho durante años juntos, la porquería a medio construir que no pueden acabar.
De nueve de la noche a las doce, los impostores del amor se embriagan con copas de alcohol y bailes sensuales que creen realizar, para olvidar completamente lo que les espera al salir de ese antro encajado entre las calles de una negra, sórdida y aburrida ciudad. Como ellos… Ellos lo saben en el fondo de sus pequeños cerebros.
Se empeñan en ser indiferentes a lo que les espera en el mierdoso hogar, en la novena hora.
Hay vulvas sudadas y empapadas sentadas en las plásticas sillas, gotas de rancio sudor en escotes atrevidos, penes con restos de orina manchando los calzones y los pantalones. Hay una música estridente que alimenta el ridículo y la lástima en las tardes y las noches de las ciudades de los amores muertos.
De las doce de la noche a las tres de la madrugada, sus coños y penes están tan resbaladizos de deseo y de roces con otros cuerpos como ellos de miserables, que acaban follando o mamando los sexos de otros que no desprecian como lo que volverán a ver cuando sean las tres y un minuto.
El apestoso y mentiroso hogar…
Nueve horas son las justas para que miles de idiotas intuyan y asimilen con sus mentes ebrias, la vida fecal que se han creado.
Solo unos pocos elegidos, entienden que esas nueve horas son una liberación a un infierno de vulgaridad, cotidianidad y cobardía. Para ellos, el nueve, la novena hora , se convierte en un número mágico.
Como una bomba que estalla en esa hora tras haber estado corriendo el temporizador durante años. Reventando el techo de una caverna formada por rocas de decepciones, tristezas y amores que no pudieron ser.
Amores que intentaron ser suplantados con otros falsos en un ciclo vicioso cada vez más desalentador.
Cavernas con suelo inundado de guano; eligieron las menos malas dentro de lo malo. No tuvieron valor para aguantar la soledad el suficiente tiempo.
La novena hora tiene dos filos…
Nueve horas para los frustrados y mediocres que rozan sus cuerpos cuasi clones en danzas animales para consolarse en rebaño.
Nueve horas para la liberación de una larga prisión que pudre la confianza, el cariño y la tranquilidad.
Nueve… Un número de mierda y un número sagrado para percibir la realidad y escapar del engaño y la ponzoña.
Nueve horas pueden destruir un calvario si eres hábil.
Son las tres de la madrugada: ¿tendréis inteligencia y valor? ¿O volveréis con vuestras embriagadas y deficientes mentes al apestoso agujero del que salisteis para rozaros y emborracharos al son de una música patética en el antro del plástico y los humores rancios?
Solo sé, con una precisión absoluta, que tendréis hijos que harán lo mismo. Y vuestros nietos serán otros enfermos de vulgaridad y falacias.
Son las tres de la madrugada y algunos miramos la liberadora luz de la caverna, con el rostro lleno de mierda.
Como odio esa metralla asquerosa…
¡Bum!
Iconoclasta