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No sé ningún cuento, y por otra parte, os contarán muchos en el futuro, pequeños.
Yo pretendo dejaros unas palabras, unas verdades para variar de tanto cuento bueno y malo.
Primero os engañarán para haceros felices y protegeros de la verdad cruda, pura y dura.
Como si la verdad fuera un escorpión venenoso.
Luego, cuando ya hayáis crecido un poco más, os mentirán para que seáis como otros quieren. Os mentirán sobre el sexo; cuando el sexo lo ha practicado la humanidad desde que arrastraban por la tierra el dorso de las manos al caminar.
Ya adultos, las mentiras son más abundantes; pero crecer lleva consigo el aprendizaje y el conocimiento de los humanos. Detectaréis la mentira para sortearla o evitar daños prolongados.
Os mentirán para que trabajéis más por menos dinero, para robaros, para sentirse más inteligentes que vosotros, os engañará quien amáis por vanidad, y porque el universo es cambiante y la humanidad amoral.
Los humanos son religiosos cuando tienen miedo.
La humanidad, incluidos vosotros, es cobarde y envidiosa a grandes rasgos. Los pequeños rasgos, son tan pocos, que es probable que en vuestra vida, jamás encontréis uno.
No mintáis por cultura, por envidia o por vanidad.
A ser posible por favor… Esforzaos, hay tanto embuste que alguien debe hacer algo para frenar tanta basura.
Detectad al embustero, no os convirtáis en esos seres vulgares de vida mediocre y gris que usan la mentira en todos sus diferentes horarios a lo largo del día y de su triste vida.
Porque llegará el momento en el que seréis conscientes que todo lo que tenéis es embuste o producto de ello. La mentira es volátil y lloraréis de vergüenza y fracaso sin saber bien porque. Construiréis otra mentira para tapar otra.
Y os creeréis toda esa basura.
Sabed pequeños, que a Pinocho solo le crecía la nariz al mentir.
En la vida real es peor: los hipócritas naufragan y malviven entre mentira y mentira. Necesitan gente nueva que no les conozca cuando quedan solos y abandonados con sus embustes.
Y ahora viene lo difícil de entender y realizar, pequeños: no digáis nunca la verdad, u os quedaréis indefensos ante los embusteros.
Hay un método: escuchar… Escuchar muy bien y analizar. Con el tiempo podréis hablar o actuar según convenga. No es fácil ni cuando te haces adulto.
No hay ningún consejo más que valga la pena daros.
La vida es así, como os digo. Es culpa de la humanidad.
Os diré una verdad: no tengo fe en vosotros, en vuestra ética futura; porque es difícil no ser como mamá y papá.
Así que siento una profunda decepción y escepticismo por vuestro futuro.
Si tenéis inquietudes y aptitudes, intentarán someteros para que no sobresalgáis, porque la mentira es hija de la envidia. Debéis ser tenaces, fuertes y fríos. Si caéis en la mentira, seréis un fracaso de mediocridad como mamá y papa.
¡Ánimo, pequeños! Los reyes magos y papa noel existen ahora; pero como toda mentira, morirán.
Morirán en el momento justo que empecéis a comprender por vosotros mismos, cuanto antes mejor, amiguitos.
No es preocupéis, no es tan malo. Entre mentira y mentira hay momentos hermosos por los que vale la pena sonreír.
No os fiéis, no bajéis la guardia.
Y moriréis, que nadie os diga lo contrario, porque alimentará la cobardía.
Fuerza y resolución, mis pequeños amigos que jamás conoceré.
Es que os llevo demasiados años de ventaja viviendo, y os repito, que morimos todos. No es malo, simplemente es así, pequeños humanos.
Sed buenos, pero no tontos.

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Iconoclasta

Hace ya unos años (ayer) leí una noticia: en México ya tienen preparada una nueva tanda de idioteces: los nuevos pictogramas (una forma provinciana y vulgar de llamar a las imágenes patéticas de las que estoy hablando) y leyendas sanitarias que “aplican” (quiere decir que van a ilustrar) en las cajetillas y productos del tabaco.

Y he reflexionado, sudado y fumado copiosamente.

La verdad es que me aburren esas imágenes de fetos ennegrecidos, pulmones de látex negro, lenguas con cáncer o cuellos con hoyos. Y además tengo unos cojones muy gordos, por lo cual no me asusta ninguna estupidez, no tengo miedo, sinceramente.

Y ahora, van a ilustrar las cajetillas con nuevas mierdas y mentiras que se han inventado para tener a los cobardes más acobardados y a mí más molesto (me envidian tanto que están pensando continuamente en hacer idioteces para irritarme). De cualquier forma me suda la polla, uso pitillera de plata para llevar los cigarros.

Pero hay que ver como os manejan, borregos.

¿Por qué no ilustran las botellas de cerveza y licores con hombres violando a mujeres, hombres y mujeres estrellando sus coches con su familia, mujeres apalizadas y asesinadas por sus borrachos maridos o hígados podridos de cirrosis?

¿Con cuánto dinero sobornan las industrias alcohólicas a los presidentes, ministros de sanidad, funcionarios y a los médicos? ¿Cuánto invierten los fabricantes de alcohol en comprar a estos individuos para que no exijan el mismo trato con las bebidas alcohólicas que le dan al tabaco?

Vamos a ver, gilipollas: el alcohol cuesta más dinero público para su control (a nadie le hacen soplar en un tabacómetro para ver cuanta nicotina tiene en sangre) y gasto sanitario, urbano y publicitario.

¿Sois tontos o simplemente borrachos?

El alcohol, habéis de saber, es el arma del poder (al vodka en la antigua URSS me remito). Deja que un obrero o un ejecutivo se emborrache y luego, cuando se les pase la curda, llegarán al trabajo con la ilusión de que llegue de nuevo el fin de semana para mearse de nuevo encima. Y lo obedecerán todo con su sonrisa de borracho de fin de semana. Acabarán convencidos de que su vida no es una mierda y de que todos sus días son diferentes.

Y una polla…

El alcohol os hace idiotas y borregos bobalicones para los empresarios y el poder.

No os dais cuenta, tontos míos, como os dan por culo.

En cambio, el tabaco es más elegante y conlleva un descanso en el trabajo, y tranquilidad para pensar. Cosa que jode al empresario, que suele ser muy poco listo, son personas básicamente con suerte (recordad, estúpidos míos, aquello de que a todos los tontos se les aparece la virgen).

Esto es una lección para niños de tres años. Es tan evidente, que siento vergüenza ajena por vosotros, que os creéis que el tabaco es el mayor daño.

Pues bien, como los subnormales que están en el poder no van a ilustrar las botellas con “pictogramas” y los subnormales que toman no lo van a exigir; yo he ilustrado las botellas con una foto a escala 1/25 de mi polla, para que cuando bebáis, si no pensáis en que sois unos miserables borregos en manos de unos tipos que no son demasiado listos, al menos os hagáis la ilusión de que os lleváis algo mejor a la boca que una bebida barata.

A partir de ahora, mi polla en boca de todos.

Soy de una vanidad…

A propósito, yo solo bebo cocacola que engorda la titola como bien podéis ver.

¡Hala, bebed hijos míos, esta es mi polla!

Que os lo tenga que decir todo a estas alturas…

Pero que tontos sois, coño.

Y dejadme fumar tranquilo u os parto la cara.

Iconoclasta

El pene asoma fláccido por el agujero de una pared, una mampara de madera pintada de vivos colores azules, rojos, amarillos y verdes con multitud de pequeños penes en las más diversas posiciones, algunos con sonrisas y otros con pequeños pies. Una niña lo acaricia hasta que se agita por un momento, tiene quince segundos para conseguir la erección; unos electrodos insertados en la base del pene transmiten la intensidad de placer a un ordenador y éste lo traduce a señales eléctricas que van a un enorme marcador de luces verticales, vistosas e intermitentes en la tarima, frente al público.

La gente asiste al espectáculo como las polillas a la luz de una farola. Muchos se deciden a pasar por la taquilla para comprar un boleto, mientras una multitud de críos ríen, gritan y lloran a sus padres por encima de la megafonía porque quieren probar suerte y llevarse el importante premio.

La niña de unos seis años va vestida con un pantalón rosa y suéter de cuello alto de piel roja con un reno navideño en el pecho. Calza botas altas de color rojo y lazos de navidad en la caña. Hace unos instantes estaba nerviosa y ansiosa por acariciar ese trozo de carne que cuelga de la pared, su madre la ha animado y aconsejado que sea cuidadosa para que el pene se ponga erecto y se enciendan las luces de premio.

—No lo agites bruscamente, no tengas prisa. ¿Ves esa piel que cuelga un poquito? Ténsala hacia atrás y verás como se agita para hacerse más grande, dura y gorda.

Y así la niña ha acariciado con cuidado el pene y torpemente ha retirado un par de veces el prepucio para descubrir el glande.

Transcurre el tiempo sin conseguir la erección y el feriante la separa amablemente del pene; el marcador indica que ha logrado dar un bajo nivel de placer. Solo se han encendido las luces azules. El máximo son las rojas, que cuando se muestran intermitentes indican eyaculación.

La madre dice “¡Oh!” con fingida tristeza y sube a la tarima a buscarla.

—Lo has hecho muy bien, niñita, vuelve a probar suerte de nuevo y es posible que te lleves el implante ocular para juegos virtuales —dice a través del micro el dueño de la atracción.

La niña sonríe y la madre la conduce a la taquilla de nuevo.

Los transductores en la base del pene, al otro lado de la pared aún registran ondas de un ligero placer, por ello las luces del marcador siguen azules.

— ¡Que pase el siguiente jugador! Y recuerden que el certificado de sanidad y su vigencia pueden verlo justo encima del pene. No hay ningún problema, nuestros mongoles transgénicos son especialmente seleccionados y criados. Higiene y profilaxis garantizada. ¡Vamos, papás, mamás, niños y niñas, el placer está ahí aún, aprovechad para elevarlo!

— ¿Quién conseguirá la erección? ¿Quién conseguirá el mayor premio con la eyaculación? —sigue el feriante animando a la gente que observa el espectáculo desde el suelo embarrado que cubre todo el terreno donde se asienta la feria ambulante.

El pene pertenece a un joven SD (síndrome de Down o trisonomía 21), que se mantiene quieto porque por su espalda pasan unas cintas anchas de cuero que lo aplastan contra la madera. Está desnudo, babea y sus ojos idiotas miran sin interés la madera basta contra la que se aprieta su carne, mientras percibe emociones de placer que llegan con más o menos fuerza a su cerebro. Es un individuo de unos diecisiete o dieciocho años, rechoncho y macizo. Sus nalgas átonas se contraen cuando su pene transmite algún gozo que podría venir de una simple corriente de aire fresco. Los transductores adheridos en la base del pene, tocando el rasurado pubis miden los impulsos eléctricos para ser monitorizados en el luminoso de la atracción.

Son las navidades del 2020 y la gente está alegre, la crisis a nivel mundial ha comenzado a superarse y hay una euforia que hace años no se percibía por estas fechas.

Hace tres años se consiguió clonar y modificar transgénicamente a los mongoles (ya nadie los llama síndrome de Down, han vuelto a ser llamados mongoles debido a su gran popularidad por el Córrete-Córrete, el juego de erecciones y eyaculaciones). Tras unos meses de intenso debate político y social y manifestaciones más o menos violentas, la gente aceptó a estos seres creados para formar parte de un juego barato que ayudaría a elevar el ánimo del populacho.

Unos nueve meses antes de la aparición del Córrete-Córrete, se usaron jóvenes latinos presos en reformatorios (los negros solo se pueden ver ahora esclavizados en las minas de diamantes y los chinos trabajan exclusivamente en circos donde mueren muy jóvenes por los arriesgados espectáculos que llevan a cabo) para que pelearan a muerte entre ellos en circos ambulantes; pero la gente sumida en una profunda depresión no encontró que este espectáculo tipo gladiador, lo entretuviera suficiente , ya que la violencia resultaba aburrida por el exceso cotidiano y además era más caro.

Se impuso el silencio imbécil de los mongoles transgénicos y el morbo de sus grandes penes, que sumado a los avances de la sanidad, no ofrecían riesgo alguno de enfermedad. De hecho, la parte final de la atracción requiere hacer una felación para asegurarse el premio.

Sus penes miden diez centímetros en reposo y unos tres centímetros de diámetro. Cuando alcanzan la erección, llegan a los diecisiete centímetros y unos siete de diámetros. El agujero en la pared es un poco más pequeño que el pene erecto para que corte ligeramente la circulación sanguínea durante la erección y sea más llamativo. Cuando la erección es potente, el glande vira al color cárdeno y palpita con fuerza.

— ¿Qué edad tienes? —le pregunta el feriante al niño que acaba de subir a la tarima con dos boletos en la mano.

— Once años.

— Y llevas dos boletos… Estás decidido a llevarte el premio ¿eh?

El niño afirma vehementemente con la cabeza mirando a su padre entre el público.

— Pues adelante con tus treinta segundos y mucha suerte.

Un zumbador suena y el niño toma el pene fláccido con su puño y comienza a agitarlo, de arriba abajo con fuerza. El marcador de placer sube dos luces y se sitúa en el amarillo. Un zumbido indica que han transcurrido los primeros quince segundos. El tamaño del pene ha crecido ya visiblemente y el puño del niño apenas lo puede rodear, necesita las dos manos, que se han cerrado con fuerza. Con semejante rigidez ya puede masturbar el pene con un movimiento de vaivén.

El padre aplaude con fuerza dándole ánimos.

—No te canses, chaval, el idiota ya es tuyo —grita alguien del público.

El desagradable sonido del zumbador indica que se ha agotado el tiempo y el niño baja desanimado los cuatro escalones de la tarima para reunirse con su padre.

Las cuatro luces amarillas se han iluminado y se mantienen en el límite de la primera roja. El próximo que pruebe suerte es muy posible que se lleve el premio.

El cuidador de los mongoles de la atracción se acerca al ordenador y observa los datos: indica que con dos tandas de quince segundos, llegará la erección total. El dueño de la atracción le ha dado instrucciones para que la erección se retrase lo suficiente para que suban al menos diez clientes por mongol. Del cajón de la mesa del ordenador saca una jeringuilla y separando el pubis del mongol de la madera con una barra de hierro, le inyecta brutalmente en el pene un retardador eréctil especialmente diseñado para estos seres, su erección actual no bajará; pero se mantendrá en el mismo estado por unos diez minutos más. El joven ni siquiera parpadea a pesar de lo dolorosa que es la punción.

Genéticamente han sido diseñados para no sentir dolor ni placer (un requerimiento de la OMS para que en su momento aprobara el uso de estos seres para la atracción), su respuesta eréctil es casi puramente vascular.

— Ánimo idiota, dentro de diez minutos puedes soltar tu carga; pero ahora tranquilo —le dice en voz baja dándole una fuerte palmada en la nuca que hace que la nariz se estrelle contra la pared provocándole una hemorragia.

El idiota ni siquiera se mueve por el golpe y sigue manchando de baba la madera.

Bajo el suelo de la atracción hay una jaula con diecisiete mongoles apiñados entre sí. Si intentaran moverse, no tendrían espacio para alzar los brazos. El cuidador los rocía con agua; alguno que posiblemente es defectuoso, se lamenta con una especie de berrido por la frialdad del agua.

Mientras tanto, dos niños y una niña han subido a la atracción sin llevarse el premio.

Dentro de un par de horas, la gente se irá a sus casas a celebrar la Nochebuena y todos ambicionan poder llegar con el premio. En la taquilla hay una cola de más de treinta personas.

Un hombre de unos treinta y pocos años sube a la atracción.

— Y aquí tenemos un papá que va a probar suerte para su bebé… —grita por el micrófono el feriante.

El hombre saluda a una mujer que tiene a un niño de dos años en los brazos y se arrodilla frente al pene.

— ¡Ah, no! No puede usar la boca hasta que la erección sea completa, lo siento señor. Son las reglas.

Hay gente que exclama decepción entre el público, la parte del espectáculo donde chupan el bálano del imbécil es la más esperada.

Se pone en pie, y suena la señal de inicio. Aferra el pene cubriendo el glande completamente y con gran velocidad imprime el movimiento de vaivén. En diez segundos el pene ha adquirido toda su dureza y se han encendido las cuatro luces rojas.

— Ya tenemos al ganador del premio a la erección —anuncia el feriante haciendo entrega al hombre de un implante ocular.

La gente aplaude y silba.

Ante el durísimo masaje, el mongol, al otro lado de la pared ha detenido su respiración y sus puños se han cerrado con fuerza en un movimiento reflejo.

Desde el suelo enlodado frente a la atracción pasa desapercibida la sangre que cae del pene; el frenillo del prepucio se ha rasgado por la fuerza de la masturbación. El dueño de la atracción lo limpia con un pañuelo de papel.

—Ante todo limpieza. ¡Que suba el siguiente! Y veo que ya se puede practicar la felación —grita mostrando un condón al público.

La primera niña vuelve otra vez a subir a la atracción.

— Vamos a ver si esta belleza de niña se lleva por fin el premio gigante.

— ¡Con la boca, Dori! —grita la madre entre el público.

— Lo quiero hacer con la boca —dice con timidez la niña.

— ¡Qué niña tan atrevida! Pues que sea con la boca —responde el dueño de la atracción entre los aplausos del público.

El hombre rasga con los dientes el envoltorio del condón y sujeta con una mano el pene que está duro y parcialmente estrangulado en el agujero de la pared, el prepucio se ha retraído y el glande asoma amoratado, congestionado de sangre. El meato se encuentra entreabierto como la cuenca vacía de un ojo. En pocos segundos, el pene queda revestido por una capa de color púrpura que se agita con breves espasmos por la fuerza de la presión sanguínea que lo llena.

La pequeña Dori se arrodilla pero así no llega con la boca al pene, el feriante coloca un sucio cojín para que gane altura.

Suena el zumbido de inicio de tiempo y la gente rompe a gritar lo que más espera de la atracción: “Córrete-Córrete”.

La niña abre la boca todo lo que puede para poder meterse ese pene que apenas le entra. Respira a duras penas por la nariz moviendo la cabeza para provocar la fricción del pene contra sus labios, tal y como ha visto que mamá hace con papá.

La gente ríe y aplaude:

— ¡Córrete-Córrete! ¡Córrete-Córrete! —la gente no cesa de corear al ritmo de la mamada que la niña está haciendo con esa gracia infantil.

El mongol encoge los labios presionando la cabeza contra la pared, su impulso natural es penetrar más profundamente, por ello sus nalgas se contraen con fuerza e intenta empujar.

Respira entrecortadamente provocando un sonido asmático producto de sus deficientes pulmones, los labios se han azulado por la falta de una buena circulación sanguínea, ya que el corazón de estos transgénicos es débil y defectuoso.

La boca de Dori es tan pequeña, que el roce es realmente recio contra el paladar, y los dientes. La estimulación es tremenda. No tardan los conductos seminales en llenarse con un semen que sale a presión por el meato. El mongol golpea su cabeza contra la pared sin saber por qué.

Las luces empiezan a parpadear lentamente, quedan apenas dos segundos de tiempo, cuando el semen hincha el depósito del condón, la niña lo siente en la lengua como algo más blando y padece una pequeña náusea. La gente aplaude a sus espaldas: las luces rojas se han encendido parpadeando rápidamente y unos coros con música festiva anuncian por la megafonía: “Se ha corrido, se ha corrido”.

— ¡Ya tenemos a la ganadora!

El feriante le entrega a la niña una gran caja: es un módulo cerebral para videojuegos, con conexión directa al sistema nervioso.

La madre sube saltando de alegría para recoger a su hija.

— ¡Un momento, mamá! —anuncia el feriante— Tenemos que entregarles el trofeo final.

Tras la pared, el cuidador de los mongoles ha desabrochado las cintas de cuero que inmovilizan al chico, y lo ha obligado a tenderse en el suelo boca arriba. Saca y guarda los electrodos del pene en el cajón de la mesa del ordenador, le arranca el condón y con un cúter, de un rápido tajo amputa el miembro aún sucio de semen.

Mete el bálano ensangrentado en el robot embalsamador del tamaño y apariencia de un microondas, y se limpia las manos de sangre con un trapo que lleva en el bolsillo trasero del pantalón. Al cabo de quince segundos el aparato emite una señal. Tras colocarse una mascarilla antigás, abre la puerta y lo toma con la mano: parece una figura de plástico brillante recién fabricada. Es gracias al gas Epoxicloro, con el que actualmente se embalsaman los cadáveres en segundos y a precios de risa, de tal forma, que pueden tenerse en casa como una decoración más. La crisis ha llevado a las familias a ahorrar en todo tipo de gastos. Se saca con precaución la careta antigás olisqueando el aire por si hubiera algún resto que el ventilador del aparato no hubiera eliminado.

Apresuradamente saca de una caja de cartón una funda de terciopelo gris claro con el nombre de la atracción en letras negras y lo lleva al escenario donde le espera el jefe y la niña ganadora con su madre.

— Y aquí tienes el triunfo: el pene que has conseguido dominar —grita con el micro en la mano al tiempo que saca el bálano embalsamado para mostrarlo al público.

— Y que no lo use mamá ¿eh? Es solo tuyo.

La madre ríe feliz ante la broma y la gente aplaude cuando madre e hija bajan con los premios que han ganado.

— Y ahora, niños y niñas, papás y mamás: vamos a por el siguiente Córrete-Córrete. En cinco minutos tendremos preparado otro mongol con el que podréis participar para ganar los grandes premios que hay para los más hábiles y rápidos. Daos prisa en sacar vuestros boletos en la taquilla. Cuantos más compréis, más oportunidades tendréis de ganar.

El cuidador da la vuelta al escenario para llegar hasta el mongol que se está desangrando en silencio sin mirar a ningún sitio en concreto. Sus ojos están llorosos y le cuesta respirar; pero no hay expresión alguna.

—Bueno, muchacho, ahora a descansar.

El hombre clava una navaja en la nuca del transgénico y la gira hasta que de repente el mongol deja de respirar; de la misma forma que descabellan a los toros. Pisa un pedal cerca de la pared y una trampilla se abre haciendo caer el cuerpo inanimado en una bolsa negra.

Se dirige a la jaula, y elige al mongol más cercano. Lo saca agarrándolo por su pelirroja cabellera, son todos exactamente iguales. El chico que antes se había quejado por el agua fría, intenta balbucear algo y el cuidador, sin soltar al que tiene sujeto se lleva la mano al bolsillo de la camisa y lo marca rápidamente con un rotulador permanente en la frente para cambiarlo otro día por uno bueno que no tenga sensibilidad.

—Sois todos iguales, coño… —dice tirando del cabello del mongol escogido para una nueva ronda de juego.

La pequeña Dori y su madre se dirigen a casa exultantes de felicidad, la pequeña ha insistido en llevar la caja grande con el premio. La madre lleva la bolsa gris con el trofeo. Ambas ríen y esperan que papá haya llegado ya a casa para darle la buena noticia y contarle todo.

Entran en el aparcamiento subterráneo donde tienen el coche estacionado y un hombre les sale al encuentro en el rellano de la escalera mal alumbrada de la segunda planta.

Sus ojos, a pesar de ser oscuros brillan en la penumbra, de su espalda extrae un puñal manchado de su propia de sangre, en su antebrazo supura pus y sangre sucia de unos números escarificados profundamente en la carne: 666.

Una mano de uñas negras cubre la boca de la madre y la inmoviliza clavándole lentamente una fina daga en el pulmón derecho.

La niña apenas grita cuando el filo le corta la garganta. Y aún no ha muerto cuando siente su vagina estallar con un tremendo dolor por el miembro plastificado que ese ser le ha metido tras arrancarle los pantalones rosas y las braguitas de Barbie.

La oscura dama que sujeta y amordaza a la madre, la obliga a arrodillarse frente a los genitales del hombre que ha matado a su hija. Este se saca el pene del pantalón y se lo mete en la boca que derrama sangre con cada respiración.

— ¿Así va bien? ¿Crees que me correré en quince segundos?

La dama oscura hace correr el filo de la daga en dirección al corazón haciendo un corte más largo en el pulmón.

La agonía de intentar respirar, los jadeos entrecortados que la mujer sufre por la perforación del pulmón, provoca en el bálano de 666 un placer salvaje e intenso. La dama oscura roza su vagina excitada contra la cabeza de la mamá al ritmo con el que el pene se mueve en su boca.

Cuando 666 eyacula, la madre ya está muerta y la sangre del pulmón sale por la nariz.

—Siempre he deseado tener un juego de éstos, pero no los venden en ninguna puta tienda que conozca —dice golpeando suavemente la caja del video juego.

La Dama Oscura se arrodilla sobre el cuerpo de la madre muerta para limpiar la sangre del pene con la lengua, con lengüetazos largos y lentos que acaban en el glande, haciendo especial énfasis en el meato.

— ¿Me ahogarás también así, mi Dios?

Iconoclasta

Soy un hombre rencoroso y descontento con el mundo. Tengo una angustia interior que crea una presión espantosa y necesito liberarla.

Aún me asiste el control y el cinismo para reír y parecer cortés en lugar de vomitar mi hígado podrido sobre la faz de la humanidad.

Necesito un solo motivo, tener la suerte que algunos tienen para hacer pedazos a alguien con la total satisfacción de haber cometido una buena obra. Es mentira, me da igual que sea una buena o mala acción. Solo quiero denigrar y destruir a alguien, a ser posible, lo que personifique lo más sagrado.

Una mala madre me hubiera servido de entrenador para desfogar toda esta ira.

Quiero una madre como esa, como “eso”.

Esa madre repugnante que hirió con un cuchillo a su propia madre loca.

Madre lo es una rata, no es algo tan divino la maternidad. Que no se crean algunas que por haber rasgado su coño para parir, son santas.

Yo hubiera querido una madre como esa para tener a alguien cercano a quien escupir y sentirme mejor.

Esta ira que me pudre en vida busca un motivo…

“¿Sudas maltratando a tu madre, mamá?”. Le diría arrancando mis profundos mocos de la garganta.

Daría lo que fuera por haber tenido una madre como esa que dice: “Aguanta. Es tu marido y el padre de tus hijos”, cuando llega la hija con la cara reventada a puñetazos y la sangre de su coño violado y reventado bajando por las piernas como dos ríos indecentes.

Necesitaría eso, un motivo para bajarle las bragas y destrozarle las nalgas con el cinturón, hasta que le sangrara el culo como mana la sangre de la nariz partida y el coño forzado de su hija.

No he tenido suerte, no tengo una madre así, que junto con su otra hija, hagan pasar hambre y necesidad a mi padre. Que le roben todo porque él es más viejo e indefenso.

Yo quiero una madre puta así, a la que poder pegar todas las palizas que me apetezca y cuando me apetezca. Dar rienda suelta a toda esta violencia que tengo reprimida. Yo no quiero una madre buena; quiero una rata como esa.

Mi ira es un cáncer que me amarga la vida.

Ojalá mi madre lo hiciera: follarse al hombre que ha violado y maltratado a su hija. Quisiera encontrarla mamándole la polla al hijoputa y con una vara fina arrancarle la piel de la espalda mientras se bebe el semen de ese cabrón.

“Madre puta… La cerda del vecino también ha parido, no eres para tanto”.

Quisiera una madre que no me deja libertad para follar con quien quiero y meterle mis condones usados en la boca mientras come su mierda de sopa.

Quiero una puta madre como esa que miente diciendo que su hija maltrata a sus nietos. Miente para arrebatárselos y criarlos con el puerco que violó y maltrató a su hija. El mismo que le mete esa polla pequeña en su vagina estéril y fría.

Yo quiero una madre así a la que poder hacer rodar a patadas hasta romperle todos los huesos, porque tengo tanta ira en mi sangre, que necesito cometer actos de crueldad que ni siquiera están legislados.

Ojalá mi madre mintiera, me despreciara y diera cobijo a mi asesino. La mataría a golpes, la escupiría, me orinaría en sus ubres secas y viejas.

Y saldría a la calle más tranquilo y desahogado.

Si mi madre fuera como esa, cuando muriera celebraría un fastuoso festín y su foto quemaría en una tarta de cumple-muerte.

No he tenido suerte, no puedo desahogarme.

Solo me queda soñar con una madre como esa, a la que darle una bofetada cuando les arrebata los juguetes a sus nietos para que no puedan jugar, porque es su capricho.

No soy un hombre con suerte, y tengo que tragar toda mi hostilidad en sorbos amargos día a día, sin encontrar a una mala persona a la que destrozar.

Y así, sufro de envidia cuando hay gente que disfruta de tener una madre cerda, a la que un día ir a visitar para arrancarle la piel a tiras.

Un sparring que me ayude a desfogar esta hostilidad y que me dé algo de paz en vida.

Envidio tanto a quien tiene una madre así…

Mierda.

Iconoclasta

El pequeño se mueve con rapidez, con demasiada rapidez. Parece un juguete biomecánico; ha repetido tantas veces esa contorsión que no hay voluntad en su actuación. Es un mero acto reflejo.

Sus pies están cada uno, pegado a cada uno de sus oídos; parece un balancín.

Sobre su pecho y abdomen combados se balancea; las piernas forman un óvalo casi perfecto con su espalda y ni siquiera sonríe porque sus articulaciones están en crisis.

Apenas mide un metro, tal vez tenga seis años y tal vez las manos que mantienen los pies pegados a las orejas no están demasiado castigadas por horas de arrastrarse y sostener largo tiempo su liviano cuerpo sobre ellas.

Dos hemisferios del suelo del escenario se abren dejando al pequeño acróbata manteniendo el equilibrio sobre una pasarela de apenas 15 cm. de ancho. Todo el teatro se ha oscurecido. Bajo el artista hay una profundidad oscura e insondable.

Un redoble de tambor y la estrecha pasarela lanza al pequeño al aire, a unos pocos centímetros de la pasarela. Sin mover una sola de sus extremidades el crío cae balanceándose con dificultad, intentando mantener el equilibrio con su abdomen.

Llora visiblemente.

El público adulto sonríe. Un rey de incógnito se acaricia la entrepierna y una famosa cantante de rock se quita las gafas de sol para apreciar con más intensidad el miedo en el artista.

Cuando el pequeño se ha estabilizado, la pasarela vuelve a sacudirse y esta vez lo hace con más fuerza.

El artista lanza un gemido en el aire sin variar la posición inicial y aterriza con un gesto de dolor. Se ha cruzado en la estrechísima pasarela y las dos mitades de su cuerpo se balancean sobre lo oscuro y profundo.

Le lleva más tiempo y dificultad estabilizarse y ahora sus movimientos no son mecánicos. Lucha por su vida. Cuando suelta con cuidado uno de sus pies para agarrarse con seguridad a la precaria pasarela, una voz oriental grita hostil desde las bambalinas, es una orden firme, tajante e implacable.

El niño se asusta, le teme a la voz y vuelve a adoptar la postura de contorsión moviendo con mucho cuidado los pies y las manos. En su rostro infantil hay un sufrimiento casi anciano.

Apenas ha conseguido formar la figura de balancín la pasarela se sacude de nuevo. Esta vez lo lanza más de medio metro arriba. El presidente norteamericano se levanta de su butaca con los dedos en la boca para lanzar un fuerte silbido. El magnate de la informática también se levanta para aplaudir con entusiasmo.

Demasiado alto, demasiado cansancio, demasiado entumecimiento. Demasiado miedo. Y la crueldad que viene de allá, de aquellos miles de ojos que lo observan con inmunda ansia, también es demasiada.

Es demasiado de todo para un niño tan pequeño.

Apenas puede rozar la pasarela cuando la sobrepasa cayendo en lo oscuro, la caída se hace larga, lo desconocido y la agonía dilatan el tiempo. Cree estar suspendido mientras su espalda se dirige a un lugar desconocido. Mira con los ojos tristes la pasarela que lo mantenía lejos de lo insondable.

Cayendo grita todo lo fuerte que sus pulmones le permiten.

Se apaga el abrasador foco que alumbraba el escenario y se crea una completa oscuridad. El público exhala un suspiro colectivo y el niño se siente oscuridad. Ni siquiera sabe donde están sus manos.

Un chapoteo de agua, los llantos de un niño que ha tragado agua.

El selecto público contiene la respiración.

La parte baja del escenario se ilumina de un intenso color azul que deslumbra al público y deslumbra al niño que ahora cree flotar en luz pura ante la dolorosa ceguera que le provoca esa repentina luz.

Está en un acuario y tiembla de frío y miedo.

Se puede observar con total nitidez el cuerpo infantil luchando por mantenerse a flote. Tan nítido como los dos tiburones que suben hacia él hambrientos. Dos tiburones tan grandes que el público cercano al escenario se levanta ante la proximidad de esas dos bestias que parecen poder reventar las paredes de vidrio.

El niño ni siquiera los ve cuando lo parten en tres trozos: el brazo izquierdo se lo lleva el tiburón de la aleta de punta rota. La cabeza y los hombros se los lleva de un solo bocado el tiburón de la cicatriz en el vientre.

El resto del cuerpo se hunde perezosamente hasta perderse en la profundidad.

Y el agua se tiñe de rojo.

El público se levanta de sus butacas para dar una fuerte ovación. Hay silbidos y «bravos» en todos los idiomas.

Los hemisferios del escenario se cierran y la luz del acuario se apaga.

El maestro de ceremonias aparece en el escenario, un foco lo resalta.

-Damas y caballeros, acaban de ver la actuación y muerte del pequeño She Tukei Simo. De Tianjin, China. Cinco años. Su coste: ochocientos cincuenta euros. Sus padres ya esperan otro bebé que nos venderán cuando haya pasado el periodo de lactancia. Recuerden su nombre: Liu Tukei Simo. Estamos seguros de que será tan buen acróbata como su hermano.

El público aplaude.

-Y durante el tiempo que dura la preparación del próximo número, les ofreceremos nuestro habitual refrigerio.

De las puertas laterales de la platea, salen mujeres desnudas con bandejas que se sujetan con una cinta al cuello, en ellas llevan un amplio surtido de drogas, habanos y cigarros. Luego aparecen hombres desnudos con bandejas llenas de licores y canapés variados.

El presidente italiano mete los dedos en el ano de la camarera cuando esta se agacha hacia él para inyectarle una dosis de heroína en el cuello. El premio nobel de economía de hace dos años, aspira una raya de coca con su pene erecto fuera del pantalón.

Un obispo acaricia el pene del hombre que le sirve un vaso de Cardhu con hielo de un iceberg austral.

-Por lo que pagamos por la entrada de la actuación, deberíamos cenar caviar de beluga -comenta el banquero suizo a su colega ruso.

Y mientras la princesa de ese pequeño principado europeo abre sus piernas ante la boca del macho que le ha servido su Bloody Mary, yo me encuentro observando a toda esta caterva de millonarios y poderosos disfrutando de su exclusivo circo. Aquí, en un escondido teatro-búnker tallado lujosamente en las rocas al pie de los Alpes suizos.

Sé que cambiarían sus fortunas, todas sus posesiones y su poder por ser como yo: invisible.

No siento nada de admiración por ellos, no siento envidia, no siento el más mínimo respeto. Ni siquiera me dan asco. Sólo son inferiores. Sólo son juguetes que romper.

Hay un pequeño departamento adyacente a este, donde los hijos de estos magnates pueden disfrutar de un espectáculo más suave. Disponen sala de juegos de realidad virtual y todas las putas golosinas del mundo. Están tan bien cuidados, que odian ver aparecer a sus padres.

Y a sus padres les importa una mierda que sus hijos los quieran o no.

He violado a la hija de catorce años de un fabricante de armas italiano en la sala oscura del juego de realidad virtual los Sims. Su ano ha quedado tan destrozado que cuando intenten operarlo, no sabrán distinguirlo del intestino grueso.

Ha llorado infinito y su boca ya conoce el sabor de un pene sucio. No la he matado porque posiblemente la usaré en otras ocasiones.

Sus braguitas de algodón estampadas con Hello Kitty, están colgando del pomo de la puerta. Una de las cuidadoras, al ver la prenda y entrar en la sala, grita algo en alemán con un cerrado acento austríaco. Parece la mismísima puta Eva Braun hablando.

Las quince cuidadoras están muy jodidas, porque no hay forma humana de que en este antro de seguridad absoluta e inviolable, pueda ocurrir algo así a menos que lo hayan hecho ellas.

Las otras catorce la matan allí mismo, destrozándole la cabeza con botellas de vidrio de agua mineral. Si hay una culpable y ha sido castigada, no habrá más investigaciones.

La sangre se extiende por el suelo alfombrado con pura lana virgen. El cerebro blanco y ensangrentado, ha salido del cráneo y parte de él se encuentra bajo la cara de la muerta.

Los hijos de los millonarios y poderosos no pueden sufrir este tipo de abusos.

Antes de salir he pasado por la nursería y he metido a un pequeño bebé que dormía en la cunita bajo el grifo del agua fría aprovechando la confusión. Su piel se ha tornado azul rápidamente. Su pulsera indica que es hijo de un matrimonio de actores famosos en Hollywood.

A mí me importa una mierda el séptimo arte. Yo soy el único arte.

Y aquí, paseando entre todos estos idiotas, me siento bien.

Me siento a gusto, porque es como conseguir un sueño. Medirse con lo más rico, con lo más importante del planeta y salir victorioso. Ser admirado por los más admirados y temidos. Definitivamente, si no soy dios, debería serlo.

Llegué aquí primero con el avión privado de un narcotraficante español, gallego para ser más concreto. No sabía adonde iba, sólo vi en el aeropuerto a ese tipo de avanzada edad que llevaba del brazo a una mujer demasiado joven y bella como para ser su mujer. Su coño olía a puta en dos kilómetros a la redonda. Y el capo gallego olía a cerdo inculto desde más lejos aún.

Es fácil para un hombre invisible meterse en cualquier lado. Lo difícil es contenerse y no dejarse descubrir antes de tiempo.

Así que en aquel avión particular, me senté en los asientos de la cola, que estaban libres y viajé cómodamente con el hermoso aliciente de la sorpresa, ya que en sus conversaciones no había conseguido captar hacia donde se dirigían.

Llegamos al aeropuerto de Suiza tras dos horas de vuelo; un helicóptero nos llevó hasta los pies de los Alpes. Un coche oruga nos recogió en el helipuerto para llevarnos directamente a las entrañas de ese selecto club horadado en las rocas.

Tras media hora de excesos, los degenerados poderosos atienden al escenario. Las camareras y camareros desaparecen por las disimuladas puertas laterales por donde salieron.

El maestro de ceremonias aparece en escena.

Yo estoy a su lado con toda mi invisibilidad hostil.

Tras el telón dos niñas van a bailar una complicada danza de espadas y se prevé que la niña ucraniana, corte la garganta de la gitana.

Si estoy aquí es para que algunas cosas no ocurran y otras sí. O sea, que se haga mi voluntad. Me gusta someter a los hombres y mujeres; si son poderosos, mejor aún.

Estos piojosos me la traen floja.

A una niña le falta la espada y está un poco preocupada. He visto como castigan a los pequeños cuando cometen errores.

Su espada parece flotar por encima de la cabeza del maestro de ceremonias porque la sostengo en mi mano. El público ríe y el idiota no acaba de entender por qué.

Ni siquiera, cuando lo decapito, consigue entender que está muerto.

El público aplaude enloquecido hasta que lanzo la cabeza a las primeras filas de butacas, la sangre que ensucia la ropa no gusta y menos aún si salpica la cara.

Ahora, mientras avanzo haciendo flotar la espada en el aire como una especie de número de parapsicología, los imbéciles mantienen un silencio sepulcral.

Con un rápido movimiento cerceno uno de los pezones de la yerna de la reina de Inglaterra. Ahora no solo no ríen, se sienten incómodos si a así se le puede llamar al miedo. No es algo a lo que estén habituados.

El impúdico escote se tiñe de rojo y nadie interrumpe los gritos de la aristocrática zorra.

Los cerdos ya no esperan a que la espada elija otra víctima. Como una manada de torpes deficientes mentales se pisan los unos a los otros por llegar a las puertas de salida.

Tengo tiempo para clavar la espada en los pulmones de un octogenario de pelo blanco acompañado de una puta de dieciséis años que ya está saliendo del teatro.

El amor no es tan incondicional como dicen.

Cuando retiro la espada, salen burbujitas y espuma roja a través de la ropa que abriga la herida del viejo. Los pulmones siempre son un punto de dolor y ver a alguien morir ahogado en su sangre es un placer largo y satisfactorio. Lo recomiendo.

Y así es como las más influyentes mujeres y hombres del planeta, corren como ovejas asustadas hacia la salida sin acabar de avanzar con suficiente rapidez.

La anciana que sangra por los ojos porque ha sido pisoteada, tiene la dentadura torcida en su boca y se siente muy extraña cuando le meto profundamente mi pene y la ahogo con él. Eyacular en la boca de alguien que muere y que con su afán de respirar consigue masajear con gracia el glande, es otro placer que recomiendo encarecidamente.

Hay ricos con miembros rotos en los pasillos entre butacas. El personal de seguridad y sanitario los atiende. Otros reciben masajes cardíacos.

Me aburro…

Cuando salgo al vestíbulo hay gritos y se preguntan qué coño ha podido pasar para que haya ocurrido todo esto; el presidente de Venezuela cuenta cosas de espadas que vuelan y los encargados de seguridad lo escuchan con una sonrisa sarcástica.

Al abrir la puerta de vidrio, unas gotas de sangre en mis manos, en mi cara y en el pecho es lo único que se refleja de mí. Es muy extraño ver flotar sangre.

Es una noche oscura y fría, el cielo está encapotado y no se ven las estrellas. Por una discreta salida lateral del teatro los pequeños niños artistas son conducidos a un microbús blanco que dice ser El Circo Mágico de los Alpes. Un niño indio llora en su asiento, y la gitana y la ucraniana esperan su turno para subir cogidas de la mano.

No hay finales felices. Hay demasiados poderosos para que los finales felices existan. Al menos vivirán unas semanas más.

Un emir árabe se acerca al microbús, una hombrera de su costosa chaqueta está desgarrada. Se dirige al sujeto que tiene la lista en las manos y habla a su oído.

El encargado de los artistas asiente y abultado fajo de euros.

El emir coge de la mano a la gitana y ésta se resiste a ir con él. El emir la arrastra y la ucraniana la ve marchar con su mano extendida, enfriándose rápidamente sin la mano amiga.

Tomo un pie de metal de las cintas de seguridad que forman el pasillo del teatro al vehículo y cuando la extraña pareja entra de nuevo por la puerta lateral del teatro, lo clavo con fuerza en el ano del emir. No penetra, no ha tenido esa suerte; pero ha caído al suelo. La gitana no comprende nada, la niña observa hipnotizada como le pulverizo la cabeza hasta que sus jodidos sesos asoman como una sucia esponja por entre el cráneo roto. La gitana corre de nuevo hacia el microbús en busca de su amiga.

No hay finales felices, sólo pequeños momentos de justicia.

Y ahora voy a meterle mi invisible polla a la madura Madona, que la he visto cojear con los ojos sucios de rimel y la blusa rota hacia el lavabo.

Es igual que sean ricos o no, que sean poderosos o esclavos. La idiotez no sabe de clases sociales.

Yo sí que tengo finales felices.

Iconoclasta

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