Archivos para julio, 2017

Los tañidos del deseo. Tel Samsung.

El monasterio es casi tan viejo como mi pensamiento. Y a pesar de ello, sus incansables campanas marcan las horas infaliblemente.

Las horas de besarte, abrazarte, follarte…

Si hubieran sabido aquellos benedictinos, que cerca de 1200 años más adelante, sus tañidos serían confundidos con la llamada del deseo; en el monasterio no habría una virgen.

Ni tendría su nombre.

Besaría las piedras de sus milenarios muros cuando las campanas toquen el arrebato de la pasión. A cada hora, a cada media, a cada cuarto…

¿Ves cómo es mi amor de antiguo, amada mía?

Soy un amanuense preso en un scriptorium, pergeñando frenético en recias y toscas hojas de papel las indecencias y blasfemias de amarte con cada tañido.

A cada hora, a cada media, a cada cuarto…

 

 

(Foto: Monasterio de Santa María de Ripoll, idealización)

 

 

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Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

Lo pagano y la divinidad de Dios

Lo pagano es lo accesible, lo tangible, el presente.
Adorar la tierra y lo que contiene. A los seres y sus órganos. Al sol y a la luna…
Dios y su divinidad es lo inalcanzable, lo metafísico. A la divinidad se llega a través de la muerte.
Lo pagano es un regalo y una celebración de la tierra.
Lo divino un festín de alimañas y gusanos.
Lo divino no es metafísico, no es inexplicable. Solo es inexcusable en su ostentoso engaño.
¿Cómo consiguió lo divino (un dios), imponerse a lo pagano en las sociedades actualmente más desarrolladas? Por medio del miedo, se cebó en el temor humano a la muerte y la convirtió en premio e ignorancia con el beneplácito de los cobardes, que aceptó creer que la muerte es otra dimensión.
La tierra entrega alimento y aire.
Lo divino, no me deja escuchar a mis amados muertos.
Dios, lo divino, no da nada; solo exige y condena.
Exige y condena…
El premio solo llega tras la muda muerte.
No adoro nada; solo afirmo que la tierra es lo único que me sustenta.
No soy pagano; pero muerto desapareceré.
Lo sé de una forma primigenia, como el bebé que busca la teta de su madre al nacer.
La leche de la madre ¿es divina o pagana?
Que cada cual se engañe como mejor le convenga. Seguro que hay dioses para cualquier respuesta.

(Gracias a María María (https://www.facebook.com/mariaeme8?fref=ufi), que con su alegre y relajado paganismo, me inspiró esta reflexión).

El cielo colosal

Me apresuro a subir a un lugar alto cuando colores y contrastes crean un momento en el que pierdo un latido del corazón.
No pienso en que el cielo me aplaste con su silencioso avance.
Ni le reprocho que me ignore.
No tengo miedo, solo sufro frustración.
El corazón se detiene epatado por la grandiosidad de todo.
No quiero estar debajo, quiero estar dentro. Quiero ser arrastrado, no ser un insignificante humano.
Quiero ser una enorme y hermosa cosa que avanza sin sentir, haciendo infinitesimal y anodino todo lo que por debajo de él está.
No sé… Ya no sé si es un puente donde estoy o es el presbiterio del Templo de lo No Humano y Colosal.
Y yo, un ocasional sacerdote rogando que le lleven.

El final

Solo una sombra

No pido mucho, incluso demando no vivir del todo.
Solo quiero ser una fría sombra, incorpórea.
Un suspiro de deseo feroz, oscuro y frío.
Un fantasma, un anti héroe del amor.
Sería la forma perfecta de deslizarme por tus piernas. Arriba, a lo profundo.
Cubrir de mí tus muslos calientes para que cedas calor a mi oscura frialdad.
Es una ley termodinámica y el principio fundamental del amor: el intercambio de temperatura. Lo frío roba el calor que necesita.
El tuyo…
Ese calor que radia de esos mudos y secretos labios que tus muslos esconden.
Me basta con ser incorpóreo, un frescor en tu coño caliente; sin que nada ni nadie pueda evitarlo.
Ni tan siquiera tú al ver la sombra que te cubre.
Un soplo que separe tus piernas. Un frío penetrante que cierre tus puños con fuerza y lujuria. Desesperada…
Seré la oscura blasfemia lactante en tus pezones y los erizaré hasta que te muerdas los labios y te sangren de placer.
No… No quiero ser carne, sería imperfecto, no bastaría para cometer todas las inmoralidades que deseo hacer en tu piel.
Dentro, más adentro…
Penetrar en tu mente por la boca, como un hálito frío. Y poseer tu pensamiento.
Esclavizarte de amor.
Follarte impunemente, salvajemente.
No quiero el cuerpo, la carne no permite que te joda tan profundamente.
Quiero tus dedos en tu propio coño, acariciándome, excitándome. Porque estaré ahí.
Eyacular mi suspiro y que se derrame en torrente salpicando tu vientre. Un oscuro soplo en tu coño palpitante.
Tal vez ambiciono demasiado.
Tal vez te amo desesperadamente.
Ser la sombra, la oscuridad que te adora…

Labitur umbra corpus.
(Una sombra que se desliza por tu cuerpo)

 

 

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Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

Yo y un puente

Los puentes son para cruzar un obstáculo natural como un río. Hay quien se empeña en usarlos para lanzarse con o sin cuerda en los pies.
Si Dios hubiera querido que yo fuera un martín pescador o una gaviota, tendría alas en lugar de pene y testículos y no sería tan guapo.
Pero no obstante, disfruto con cierta sonrisa pérfida, cuando el puente se utiliza como descalabradero.
No todo va a ser aciagos momentos.

El oráculo

Hay quien ve cosas en el poso del café, en las tripas de los pájaros, en piedras lanzadas como dados…
Yo leo en él la vida que se quema segundo a segundo. Cada colilla encierra un universo de ordinarias verdades incineradas y volutas de sueños que han volado suaves muriéndose en el aire.
Mi oráculo es sórdido, feo.
Es justo el reflejo de un tiempo y lugar que no he pedido.
Y dice que hay que morir, lo simplifica todo.
Y es de agradecer.
Es mi epitafio y mi regalo a los dioses y a los que creen serlo.
Ceniza y colillas y unos dedos amarillentos removiendo toda esa miseria…
Soy el sumo sacerdote del Cenicero Triste.

Lloviendo

Los túneles siempre van bien si llueve. Soy sumergible y antichoc; pero la ropa y el teléfono no. Es una mierda que las cosas no estén a mi altura.
Aconsejo comprar un túnel, nunca se sabe cuando puede ser necesario. Si no llueve da sombra y si se tienen ganas de mear, se puede hacer con discreción. Es que hay mucha envidia.
Hay quien dirá que menosprecio la comodidad de un paraguas, la cuestión es tocar los cojones.

Nunca aprenderé

Me relajo, me fio, medio sonrío (foto a la izquierda, aclaro por si quedara alguna duda o incomprensión en algún cerebro atrofiado). Y en pocos segundos aparece un idiota que hace que me arrepienta. Y siento hostilidad y como unas ganas de cagar (foto a la derecha, para el mismo listillo que no sabe respirar por la nariz y no entiende nada).
Lo de las ganas de cagar es retórica, ya que no suelo disponer de un misil nuclear en ese instante.
A veces soy Jekyll y otras, dos veces Jekyll (es de una novela, pasmado. Y cierra ya la boca).