Posts etiquetados ‘vida’

Nos convertimos en luz continuamente.
Como en un cuento de ciencia ficción, los segundos cumplidos nos transforman en una estela que viaja por el espacio, sumando cientos de años por cada día de viaje.
La muerte es tan veloz…
Por cada latido que da nuestro corazón, nos convertimos en metralla de nuestra vida. Retazos de lo vivido catapultados a velocidades lumínicas, eternamente, como una condena sin sentido.
Porque la energía no se destruye como nuestra vida se quema.
Cada uno de nuestros segundos pasados, se propaga en línea recta y en todas direcciones rumbo a los infinitos infinitos que hay en esa pesadilla llamada espacio.
Alguien decodificará en precisos cristales de argenisca toda esa vida reflejada hasta morir. Y conocerá nuestros delitos y nuestras locuras. Nuestros deseos, amores y odios.
Estaremos muertos hará millones de años cuando alguien nos juzgará.
O tal vez observen nuestra vida con indiferencia.
Podría ser que simplemente, se masturbara ese extraño ser.
Nuestros placeres, dolores y esperanzas, serán un entretenimiento multimedia para unos seres de una civilización capaz de capturar el pasado que viaja por el cosmos peligroso y silencioso en forma de luz.
Ahora estarán viendo un documental sobre los dinosaurios en el momento que se extinguen.
Esperan las primeras luces emitidas por homínidos, mientras se llevan a la boca piojos del metano garrapiñados sentados frente a sus pantallas.
Observamos la aburrida luz de los astros muertos, fantasmas que insisten en iluminar las noches.
Fulgores de pasados milenarios, de edades tan lejanas que la mente no puede concebir.
El cielo nocturno está punteado por la luz de la destrucción.
Esa destrucción que nos baña… ¿Será por eso que la noche da miedo instintivamente a millones de humanos?
Un director de cine alienígena hará un montaje con nuestra vida. La procesará para proyectarla sobre un manto de esferas líquidas positrónicas, con núcleos congelados de átomos de helio radiados con gas inergistian, que tan de moda están en los multicines extraterrestres. Podrán ver en alta definición el semen que derramo en ella y dentro de ella.
Posiblemente, crean que ese esperma es un veneno paralizante y que los amantes están muriendo por amor, porque su reproducción es por medio de tentáculos que dejan escamas fertilizantes en su bocas y es una especie de náusea su clímax.
Tal vez lloren conmovidos por la blanca y cremosa muerte de esos seres que desaparecieron hace eones de años. Los directores de cine hacen trampa para emocionar al público. Como en todos los planetas, la verdad suele ser aburrida. Y por cada placer hay un fatal fundido en negro convenientemente insertado.
No importa, que alguien vea lo que fuimos e hicimos. No hay que ser tímidos, ni apagar la luz; es más digno exhibir la obscenidad con descaro.
Actuar como si ya estuviéramos muertos no es difícil, de hecho vivir es morir continuamente hasta agotar el tiempo.
Esos seres no podrán condenar el asesinato ni la indecencia, asistirán impotentes ante toda la maldad y la mezquindad de los humanos y otras especies planetarias que puedan ser simples y aburridos microorganismos.
La humanidad será plaga incluso muerta. Una destrucción más iluminando ojos extraños.
Como hacen los astros muertos en nuestra piel en las noches que nos soñamos.
Tú y yo no seremos reflejados. Te prometo inventar algo que destruya nuestra luz, para que nada ni nadie pueda asistir al misterio de amarte tanto.
Seremos ocultos y secretos a los ojos del universo.
Ni siquiera a millones de años luz muertos, podrá contaminar nadie nuestro amor.
Seremos oscuridad en el espacio, un secreto de nosotros mismos.
Seremos un dato irrecuperable, un vacío irrellenable en la alienígena producción cinematográfica.
No seremos una película de un mal director en algún maloliente planeta, lo juro.

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Iconoclasta

Verás, Muerte, lo he pensado bien y todo este tiempo he estado equivocado.
No quiero morir rápidamente.
Sé que estoy causando cierta irritación en ti, por tanto tiempo que he deseado una muerte rápida e indolora.
No es que sea voluble, entiéndeme Muerte.
No soy un adolescente que se masturba dos o tres veces cada día cada vez que va a mear.
Lo que ocurre es que he llegado a la conclusión de que si me llevas rápidamente, no podré pasar revista a mi vida como lo hacen algunas víctimas en las comedias: ven pasar ante sus ojos episodios importantes que han vivido a toda velocidad, un videoclip alocado.
Es de risa; pero estamos en plena era multimedia, deberías modernizarte, Muerte.
No es de risa… Es miedo a morir mediocremente.
Quisiera un tiempo de agonía, no importa el dolor ¿sabes? La edad me ha hecho valiente, no soy Conan; pero lo intento.
Un dolor moderado estaría bien, tampoco quiero lanzar alaridos o que me crezcan las cejas de repente y me salga un mechón blanco en la cabeza.
Siempre hay un término medio y sé que sueles tener un humor muy negro.
El problema es que he tenido una vida un tanto intensa, y no quiero morir sin dejar de pensar en muchas personas y en muchas cosas.
Para otros esa intensidad estará sobrevalorada, pero no me interesan sus opiniones.
Hablando en plata, me las paso por el culo.
Entiéndeme Muerte, no soy una lombriz que ha vivido un par de semanas comiendo y cagando tierra. Creo que con los dolores que he padecido, los miedos, las alegrías, ternuras y amores; necesito una buena agonía.
Un buen rato para morir satisfecho y concluir que todo valió la pena y que supe vivir.
Y si es demasiada molestia para ti, no te preocupes, Muerte. Dame todo el sufrimiento que quieras, tendré a mano algo de marihuana que me libere un poco del dolor y del miedo, pero me deje lo suficientemente lúcido para pensar en lo mucho que he amado y odiado, lo bueno y malo que he hecho.
No es un arrepentimiento por lo malo. Simplemente quiero morir pensando que mi vida ha importado y he marchado por un camino que he elegido.
Peco de vanidoso, pero he tenido y perdido tantas cosas, que me parece ridículo palmarla sin tener tiempo a evocarlas. Quiero asegurarme de sentir al morir todas las emociones que he disfrutado o padecido.
Algo que demuestre que no soy insecto.
La verdad es que cuando te haces más viejo que tu padre, tienes la sensación de que estás viviendo unos años que no te tocan. Y piensas que ya está cerca el momento y te has de preparar.
Por eso y en vista de que vivo un tiempo antinatural, a veces te veo asomar ávida en mis sueños y te pido que no sea rápido, dame unos minutos para recordar mientras me asfixio o mi corazón se rompe.
No he descubierto nada importante, no he conseguido ningún logro en el que destacar; pero yo tampoco tengo la culpa de no ser un genio. He sacado partido a mi cerebro tal y como está configurado. Unos nacen inteligentes y a mí me tocó ser simplemente tenaz.
Siiiii…. Está bien, los hay que dirán que fui idiota; pero son unos hijoputas.
La envidia es muy mala, Muerte. A ellos los deberías matar rápidamente.
Que mueran como gusanos.
Eso sí, quiero que mi muerte sea ciertamente cómoda, porque si me matas abrasado por las llamas, más que pensar en lo que fui, pensaré en buscar un extintor o una manguera y toda mi dignidad se irá a la mierda. Y si me lanzas de las alturas, estaré más preocupado en obligar a mi cuerpo a evolucionar hasta tener alas.
Un tiro que me desangre lentamente porque ha tocado la femoral, un infarto que camino al hospital me mate… Esas cosas.
Tampoco pido tanto, de hecho, no recuerdo haber pedido nunca nada, salvo una hipoteca.
Una vez tuve miedo en la agonía. La primera vez que sale sangre por la boca, te asustas. Creo que es una reacción lógica; pero lo he superado. Hay cosas que se aprenden, no nací enseñado, y tal vez era demasiado pronto para que lo comprendiera.
Así que si estoy dormido, que el dolor me despierte. Uno sabe cuando va a morir, prometo no patalear histérico y gritar de miedo. Me encenderé el canuto de marihuana si fuera necesario y no me has dejado inválido, y simplemente me acordaré de muertos y vivos, de algunos trabajos, de mi hijo, de amigos y enemigos, de amores y odios, de aciertos y buena suerte, de frustraciones y errores.
Y entonces ante todo eso, pensaré que incluso ha sido una vida demasiado larga. Pensaré en todo lo que he escrito, y maldeciré la eternidad que representa tanto soñar.
Eso se llama morir en paz, Muerte.
Creo que es razonable, tú puedes ir a matar a otros mientras yo agonizo, no perderás tiempo en tu trabajo.
Bueno, pues eso, si me haces el favor, no me mates rápidamente. Luego puedes hacer lo que quieras con mi alma corrupta si la tengo.
Hasta pronto y buen sexo, Muerte.


Iconoclasta

Es increíble… Las cosas hermosas que encuentras y sientes a lo largo de los años.
Todos esos bellos recuerdos…
El universo a través de los ojos de la infancia.
La hermosa transparencia de un pétalo de rosa a trasluz y el metálico plumaje de un colibrí suspendido en el aire.
Las voces de padre y madre, de abuela…
Aquella forma de mirarme con la que transmitían un amor dulce y sereno.
Todo está dentro, todo lo bello. Está a salvo de la iniquidad de los extraños y las decepciones, dentro de mi organismo. No existe soledad cuando todo eso, todo lo bien hecho, todo lo amado, está aquí.
Estamos bien, mi hijo vibra en el cielo y en la tierra con una vida potente e imparable. Y mis queridos muertos, vibran suavemente ya dormidos en lo profundo de mi cerebro.
Si por algún azar viviera más de veinte años y estuviera en una isla desierta; no me sentiría solo en ningún momento. Porque uno solo de esos recuerdos, una sola imagen de las que tengo atesoradas, compensa todo el miedo, la confusión y la decepción que he vivido en más de cincuenta años.
Mis mascotas hermosas, de cariño a prueba de balas…
Hay breves momentos de suerte y belleza, a pesar de todo.
He sabido captar cada instante de lo hermoso, cada fracción de segundo en el que la luz ha iluminado algo especial. Me he esforzado a pesar de mi curtido cinismo.
El cabello de mi hijo bañado por el sol y el brillo del sudor en el rostro de mi padre trabajando.
Las cálidas manos de mi madre en mi frente, cuando estaba enfermo.
Siempre he prestado atención a todo, para bien y para mal. Siempre he querido entender y sentir. Es maldición y bendición.
Una fea calle tocada por la magia de la niebla…
Qué efímero es a veces lo hermoso. Hay que tener buenos reflejos para captarlo en esos breves momentos que existe o se transforma algo.
Requiere voluntad, el fuerte deseo de ver algo especial entre tanta cosa mal creada.
Cualquier momento es bueno para irse; pero vale la pena quedarse, vivir hasta que sea el momento; hay más cosas hermosas que atrapar. Cosas que combatirán el desaliento de los malos momentos y convertirán la soledad en un jardín de vino y rosas.
Porque hay una edad en la que el horizonte está tan cerca, que parece que uno se va a fundir con él y ser solo luz.
Y está bien, porque la vida cansa, porque el cuerpo y la mente necesitan reposo, necesitan morir. Es la naturaleza misma quien lo pide.
El plumín rasguñando el papel donde escribe y un brillo de la esfera del reloj…
Los bigotes de la gata a trasluz en la ventana… Perfectos, definidos…
Una voluta de humo del cigarrillo es una ameba en el aire y mi sonido al expulsarlo en el silencio de la casa, un soplo de pura vida incontenible.
Te ríes con ellos, con los vivos y con los muertos, con las flores y los pájaros, con los sonidos y el humo. Te ríes de tanta decepción, de tanto esfuerzo mal pagado.
Te ríes porque nada ni nadie, a pesar de sus esfuerzos, ha podido arrebatar esos momentos que atesoro entre las moléculas de mi cuerpo.
Ni siquiera la enfermedad puede arrebatarme lo hermoso.
Recuerdo la fría carne de los cadáveres de quien amé, y lo cálidos que eran hacía unos instantes atrás. Y hay pena y alegría.
Una hermosa esquizofrenia, tanta vida y tanta muerte examinada, atesorada en cada detalle.
La muerte de aquella hermosa perra… Yo estaba allí acariciándola y deseándole un buen viaje, cuando la droga paralizó si corazón y de su boca salió el agua que la estaba asfixiando.
Era agua de rosas, que cayó en mis zapatos.
Mi pequeña Bianca…
Tengo un millón de hermosas lágrimas aquí, en la médula de los huesos.
El primer beso… Magnífico… Increíble…
El último adiós de madre cuando marché lejos, abrazaba un ramo de flores.
Nada ha escapado a mi mirada, nada…
Hay veces que hay demasiada presión, pero la vida te entrena para ello como un astronauta se prepara para la aceleración.
El estaño fundido, brillante como plata, cuando trabajando, soldaba tubos de cobre.
Lo observé todo, lo observo todo… Busco lo hermoso entre lo sórdido.
Es una tarea ingrata, pero soy fuerte. Soy un piloto a punto de vomitar en la centrífuga de entrenamiento.
La piel de mis manos tiene un registro de todo lo que he amado y acariciado, si las observo bien, están curtidas, viejas… Han sido usadas, se merecen el descanso.
La piel de mis manos tienen también un registro de lo que me repele, irrita y decepciona; pero eso no tiene utilidad, no evoca plenitud. Lo más hermoso, gana en peso.
Aún hay tiempo de atesorar más imágenes y sonidos, hay que ser tenaz para encontrar algo hermoso en este muladar que es el planeta.
Tengo una memoria USB en algún lugar de mi cuerpo, su carpeta es Ic:/mis recuerdos/De lo hermoso.
No haré copia alguna, son exclusivamente míos, cuando muera, desaparecerán conmigo, no quisiera que por alguna extraña causa, alguien pudiera usurpar todo lo hermoso que he vivido.

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Iconoclasta

Se sigue un camino por la simple razón de que si alguien lo ha trazado llegará a algún sitio y tendrá un destino, una finalidad; pero las metas están demasiado lejanas y el camino se hace largo y monótono; es más seguro que pasar a través del bosque y sus ruidos.
Los caminos de los vulgares y mediocres, acaban con final feliz cuando son viejos y sus cerebros están desgastados. Podrían llegar a unos servicios públicos y los viejos beberían agua de los urinarios pensando que es una puta fuente de la vida, porque tanto esfuerzo merece un premio, tiene que ser así.
Una mierda…
He perdido mucha vida en pos de metas y ahora sé que no llegaré a ninguna. Mi meta es la muerte, simplemente. Me cago en los caminos, porque son fraudes.
Alguien estaba aburrido y se lo pasó bien desbrozando montañas y trazando sendas. Todos tenemos una finalidad, y es morir tras haber vivido mal. Los hay con suerte, pero no me consuela una mierda el bien ajeno. Que se lo metan en el culo.
Somos caminos que caminamos.
Hay un coño enorme goteando entre dos montañas sin árboles, en un paraje tan árido que no tiene explicación la existencia de esa coñomonstruosidad. Es como una flor carnívora que espera que me aproxime.
Mi camino no tiene bifurcaciones, lo he creado para no poder escapar. No es la odisea de Ulises, en mis caminos no hay aventuras, solo hay tristeza, desolación y absurdo. No hay un amor, no hay nada que querer. Podría correr, podría pasar entre piedras ocultándome, fuera del alcance de los labios vaginales que oscilan de deseo, de un clítoris que destila gotas que forman una laguna viscosa. Y no funcionaría, porque el coño es omnipresente, allá donde vaya, allá está, solo debo pasar por debajo, no hay nada más que decidir. Y camino y el coño me atrapa, me absorbe y muero. De todas formas debía de morir.
Y despierto con la sensación de pérdida de las ilusiones.
Hay caminos que conducen a prados verdes, de la misma forma que hay muertes que conducen al paraíso.
Eso no ocurre en mi mente, creo caminos que no conducen a nada, porque no me gusta lo conocido. Quiero un lugar y perderme en él, descubrirlo. Y sobre todo, saber que ningún hijoputa ha pisado ese espacio. Solo quiero una brújula y trazar mis metas para no llegar a ellas porque algo interesante ha llamado mi atención.
Un camino trazado conduce inexorablemente a un destino vulgar, porque de las manos de la humanidad solo puede salir eso: mediocridad.
Mis caminos conducen a mares monstruosos y asesinos, al espacio letal, a un arenal sin vida.
Cuando el camino se acaba llega el vértigo del fracaso, la vergüenza, el ridículo. Pero estoy solo, es mi camino, mi humillación no la ve nadie. Solo existo yo y mi mierda.
Siento ganas de llorar por todo ese tiempo perdido y los esfuerzos para llegar; pero sobre todo el temor de quedarme en medio de toda esa hostilidad.
Mis caminos son buenos para llorar, es en el único lugar que lloro. No le doy un espectáculo dramático de mierda a nadie.
Me convierto en algo atrapado y soy solo desolación. Un monolito de barro seco…
Aunque después de la primera impresión y recapacitar sobre lo que me he encontrado en la vida que otros han construido, no tengo miedo a la desolación.
Los caminos de mi mente quieren ser desalentadores. Y por eso las sanguijuelas se alimentan de mi glande y bebo sangre de venas anónimas, de cortes profundos en las ingles…
Mis caminos son circuitos de entrenamiento, más duros que la vida. Nadie puede enseñarme la dureza y la bestialidad, porque mi cerebro tiene más de eso que todas las materias grises de la humanidad.
Mis caminos son tenebrosos.
El cielo que los cubre es gris como el plomo, las nubes están tan bajas que el pensamiento rebota en ellas, y me oigo mil veces. No hay música, porque es banal. La música distrae de la miseria en la que se vive, distrae de los sueños infantiles que jamás se cumplirán. No hay música, solo mi respiración y mi pensamiento. Y caen rayos en el horizonte y sobre mí. Hay gatos sin patas que se arrastran pidiendo muerte, y yo no quiero matarlos. El ruido de los pasos en la grava es ensordecedor. Y no hay un solo declive en el camino, no hay cambios, es andar sobre una cinta continua, no hay movimiento.
Y aún así, llego a una distancia en la que soy adolescente, me saludo; pero no hago caso al caminante y continúo metiendo en una bolsa de plástico transparente uñas ensangrentadas y sucias, colillas y trocitos de carne que huelen mal que salen de la tierra húmeda.
— ¿Por qué llenas esa bolsa con tantas miserias? —me pregunta el caminante.
—No sé, en algún momento nací y me encontré aquí. No hay otra cosa que hacer. Y el camino es infinito. Solo caen rayos. ¿Eres tú el creador, verdad? —me responde el adolescente.
—Soy tú cuando tengas cincuenta años.
—Te conservas bien, me gustará llegar a esa edad.
—Habrá dolor, joven yo. Y miedo.
—Pues que llegue pronto, porque esto es un aburrimiento, no me gusta recoger los restos de nadie, sus miserias, sus penas. Porque no hay seres vivos, si no se las metería a todos por el culo de nuevo para que las cagaran con sangre, donde quiera que sea que caguen.
Siempre hemos sido unos cínicos, de joven y de mayor, nos reímos de nosotros mismos, y decidimos cuanto despreciar lo que hicieron mal tantos muertos. Tenemos derecho, no pedimos todos esos campos vallados propiedad siempre de algún subnormal sin cerebro. No pedimos nacer para que alguien nos hiciera mierda la libertad.
Siento ganas de abrazarlo, porque era valiente, yo era valiente y sabía que era mierda lo que había en mis manos, y que nada variaría. No se lo dije a nadie, era mi secreto, mi madurez, mi sabiduría.
Y aún así, miré y miro el mundo buscando algo, en la triste realidad a sabiendas que voy a fracasar; pero tengo cojones y fuerzas para intentarlo hasta morir. Nadie me enseña nada, nadie me condiciona. Aunque duela, aunque me mate, lo haré. Buscaré lo bueno, sabiendo que no está. No tengo otra cosa que hacer, más que morir, soy tenaz.
Yo creo mis ilusiones y esperanzas y yo las mato.
Soy pesimista, pero jamás derrotista, cuando esté muerto hablaré de la paz.
Son tan densos mis caminos, tan metafísicos y existenciales, que temo quedar atrapado en toda esa trascendencia al enfrentarme a todo ese vacío. Y asustado sigo adelante.
Me haría una foto para mi perfil de las redes sociales: me colgaría de las orejas los testículos descompuestos de algún cadáver que a veces caen desde el cielo.
Temo el dedo en el gatillo que no cesa de realizar una presión cada vez mayor y mis células gritan que pare. Cada día estoy más sordo, y las células más afónicas.
Alguien toma un camino trazado porque sabe que alguien lo hizo, luego, no hay razón para no andarlo. No hay razón para temer; pero en mis caminos los hijos están muertos y eso duele infinito. Están podridos y sufren en una eterna y dolorosa agonía, sin reconocer las voces de sus padres. Están sucios de algas podridas que el mar arrastra a la playa de arena de cristales afilados. No llego nunca a los hijos muertos, me desangro antes y dejo un rastro de quince metros de tendones y piel.
Mis caminos tienen una razón para no recorrerlos, y yo ando por ellos, porque son mi creación, aunque me joda.
En mis caminos hay volcanes que convierten en ceniza las ilusiones y es difícil respirar. Imposible reír.
Mis caminos son tan importantes, que la vida y la muerte se confunde. Nunca sé cuando vivo y cuando muero, cuando camino o cuando me convierto en un mojón en la vereda.
Salgo de mi camino para volver a la realidad, con la esperanza de que habrá algo por lo que merezca la pena respirar.
El joven que era yo, se disuelve en una bruma iluminada por rayos, con su bolsa de miserias ensangrentada, sucia de colillas… Se ríe, me saluda con la mano.
—Seguiremos buscando, lo haré, aunque duela. No te preocupes, viejo yo. Husmearemos entre la mierda las cosas hermosas, y cuando fracasemos, volveremos a nuestros caminos a ser héroes hacia la muerte. Fracasados de sonrisas rasgadas.
Salgo del camino y me enciendo un cigarro frente al cuaderno abierto. Y escribo de mis ilusiones encima de la ceniza del cigarro que cae en el papel.
Se me escapa una risa y pienso que un fracaso más no importa, cierro el cuaderno.
Salgo al camino ajeno, al sol, al ruido y a la música. Tal vez haya algo más que banalidad. Aspiro hondo ante el próximo fracaso.

 

Iconoclasta

Tengo chorros de amor que emitir.

Tengo chorros de semen que eyacular.

Tengo chorros de lágrimas por los sueños muertos.

Tengo chorros de tierra con los que cegarme los ojos.

Tengo las manos vacías y no saben qué les falta, están crispadas.

Tengo una pena vital, porque la vida es muy pequeña.

Tengo un dolor en la médula, dentro de los huesos.

Tengo mucha presión, chorros de impaciencia por un tiempo que transcurre lento.

Tengo un encendedor ya gastado.

Tengo una afilada cuchilla para liberar tanta presión.

Mierda…

Iconoclasta

Son pequeñas bombas que van estallando en mi cabeza. A veces detonan sin causa aparente creando una reacción en cadena. Una triste y melancólica fisión neuro-emotiva.
Es posible que la muerte esté cerca; cuando uno piensa mucho en sus recuerdos, es que se presiente el final. Es un examen de conciencia inevitable que ha de juzgar de si ha valido la pena vivir. Estoy convencido de ello, lo he experimentado, lo he sentido en los que han muerto.
Los duendes del pasado lejano y reciente detonan una mina situada en lo profundo y olvidado del cerebro y un torrente imparable de imágenes y de emociones colapsan mi sistema nervioso.
Pierdo un latido y muero un segundo.
Contengo la respiración porque el torrente de emociones me ahoga, me asfixia deliciosamente, narcóticamente…
Me tiemblan las manos porque las emociones son descargas potentes de nostalgia.
Un solo cigarrillo no basta para diluir en humo todas esas tristes alegrías que han muerto en el tiempo.
Cierro los ojos y los oídos al mundo para revivir aquello, para alargar una mano y tocar las emociones que maltratan mi sistema nervioso. Es desesperante, porque están ahí dentro y no puedo tocarlos, no puedo acariciar a mi hijo bebé, como no puedo dar la mano al hombre joven que fui y que me convirtió en lo que soy.
Me arañaría el cerebro para pringar mis dedos de esas emociones, como los pringo en el coño de quien amo. Mas los recuerdos son cadáveres de luz y color que se mantienen preciosos en mi cabeza, son mis tesoros: intocables y no pueden resucitar. No se les puede aplicar el desfibrilador para que vuelvan a vivir; solo se pueden añorar.
En cada uno de ellos, estoy yo muerto, sonriente y fuerte; mi hijo es un delicioso cadáver de bebé de ojos azules, y un adolescente alto y musculoso en otro instante, los cuerpos de mis recuerdos son hermosos.
Ahora son diferentes, son más bellos y perfectos porque aún están vivos, se pueden tocar y por ello no hay tristeza, solo franca alegría.
Pero malditos recuerdos traicioneros…
Yo quiero morir así: intentando no llorar hacia fuera con esas tristes alegrías pasadas, con toda esa melancolía que me haga olvidar que ya no puedo respirar, que no debo respirar.
Que se pare el corazón en ese instante de triste belleza.
Quiero morir bien, porque he vivido bien. Con tal intensidad que mi pene estará erecto sin saber por qué, pobre pene… Siempre ha sido un buen compañero, aunque sea idiota.
Tengo recuerdos de él, de su primer coito, de la primera mamada, de la primera masturbación, las primeras erecciones, tan extrañas, tan placenteras… Nada de lo que avergonzarse.
Es bueno, no puede hacer daño morir ahora que todo está bien, que el balance es positivo.
Da miedo la vida y apostar por más años y que el inventario pueda dar negativo; no quisiera morir así: triste y sin melancolía. Sin razones para sentirme satisfecho de lo vivido y sentido.
Un viejo video musical golpea como un ariete contra la barrera que pongo a las lágrimas. Me arrastra a evocar momentos felices. Los tristes están allí escondidos, son a prueba de bomba, para que no estropeen lo más hermoso. Mi cerebro es tan eficaz, que lo echaré de menos durante esa fracción de segundo que sabré que estoy muerto.
No quiero soñar, quiero cerrar los ojos escuchando la música y dejarme inundar, hasta sentir que lloro, que mi fortaleza no pueda evitar que las lágrimas salgan al exterior.
No quiero dormir, solo quiero cerrar los ojos y hundirme en mis recuerdos aunque duela, abrazarme a ellos y morir sin darme cuenta, siendo yo aquel, siendo yo un tiempo pasado y ya caduco.
Si sigo viviendo, crearé más recuerdos y no quiero más por hermosos que sean, porque duele la vida pasada, duele la belleza y la alegría que ya murió.
Es una putada, dios. Lo hiciste todo tan mal… Hasta tú te hiciste mal a ti mismo.
Yo soy dios y un tanto crítico conmigo mismo.
La alegría se acumula como el mercurio en el organismo, y los recuerdos anulan el tiempo y la perspectiva, es posible un viaje al pasado. El tiempo se fractura entre el pasado y el presente y crea solo una desconfiada incertidumbre del futuro.
Tengo miedo a esa nostálgica tristeza y a la vez busco el momento del silencio de mediodía cuando la comida se asienta y el organismo se relaja, cuando las defensas mentales se hacen permeables a los sentimientos y las bombas-recuerdos detonan sin piedad en esa preciosa semi inconsciencia de la tarde. No quiero recuerdos que me hacen débil y aún así, alargo la mano para tocarlos y acariciar el pelaje brillante de Bianca, la doberman llorona; de Megan, el gremlim; de Falina, la escapista; de Atila el bravo y desobediente; Demelsa la llorona…
Animales queridos…
La voz de mi padre, potente, perfecta, firme…
La alegría de mi madre, su amor avasallador y su orgullo de que caminara a su lado de pequeño y de viejo.
Ellos ya están muertos, solo hay alegría triste, solo hay momentos de un cariño inenarrable.
Las charlas, las travesuras e ilusiones con mis hermanos en toda su historia: niños, adolescentes, hombres y mujeres…
Esas charlas que no han acabado y hay otras por iniciar. Somos y seremos, pero lo pasado es tan hermosamente nostálgico…
Cuando esos recuerdos se convierten en drama, la melancolía desaparece instantáneamente. Porque mi cerebro es eficaz y no permite el trauma. Solo es un ejercicio, una práctica que me prepara a la muerte; una lección que me enseña a no tener miedo porque todo se ha hecho, porque mi vida está saturada de recuerdos tan bellos que son tristes por su condición de impalpables.
Eternas y orgánicas son las emociones que inocularon en mi sangre.
No me gusta ese momento en el que mi cerebro decide cortar el suministro de nostalgia: sin previo aviso me deja abandonado en el presente, sin siquiera un «hasta luego».
Es hora de morir, o tal vez no, pero no hay miedo. Está todo hecho, he hecho lo que debía, porque no hay nada de lo que me arrepienta.
El vídeo de U2 avanza tierno, mostrando un desfile de alegrías y esperanzas, sincronizando mis emociones mientras Bono canta a la cosa más dulce.
Pero no saben hasta qué punto es dulce, y por lo tanto adictiva.
Como el olor a nafta del gas que sale con un relajante siseo del fogón apagado de la cocina.
Podría fumar si no fuera por el gas, pero es un detalle sin importancia.
Hoy no será efímera: hoy será eterna la felicidad de mi nostalgia, hoy moriré con ellos. Mi cerebro no me arrancará de esa historia mágica que hay en mi pensamiento. Detonaré todas y cada una de las minas de emociones que están sembradas en mi cabeza, con la absoluta tranquilidad de que no volveré al presente y sentir la pérdida de lo que una vez fuimos.
Los cerebros se cansan de crear emociones y acumularlas en el pensamiento, pero gestionarlas es responsabilidad del dueño del cerebro y no sé donde guardarlas ya.
Digo yo que es un aviso para acabar ya con la vida. Y la vida debe ser como el dominó: quien acaba antes sus fichas, gana.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Es imposible no sentir tristeza por lo que una vez viví, por lo que sentí.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Son irrecuperables imágenes. Y ahí radica la profunda tristeza de lo pasado, de lo muerto.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Un beso y un abrazo a mis recuerdos, os quiero y no me arrepiento de haberos creado y atesorado hasta el umbral mismo de la tristeza.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
A vosotros, mis recuerdos, os debo lo que soy, os debo la vida y la felicidad que me causa esta melancolía, porque lo malo quedó desterrado en algún rincón oscuro de la mente.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Soy vuestra creación, mis entrañables recuerdos.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Moriré satisfecho de todo lo que hay en mi cabeza, de todas esas imágenes y emociones.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Fantasmas de seres vivos y muertos, dañaría mi cerebro para poder tocaros.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Ya tengo bastante emociones para la eternidad si existiera.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Si fuera más débil lloraría también por fuera.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Recuerdos: sois mi vida, sois yo, y yo soy vosotros.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Os quiero con toda mi alma por haberme llenado de vida y vida y vida…
¡Oh oh oh, the swe…


Iconoclasta

El tiempo no es ecuación, ni tampoco es infinito.

No es relativo, es insultantemente obvio y voraz.

Solo existe para destruir la vida y almacenar cuantas imágenes quepan en el cerebro.

Y sin embargo el tiempo es movimiento, es energía. Es paradoja, una broma de mal gusto.

El tiempo se acaba y sin embargo, benditos los que sufren a cada segundo porque su vida se triplica.

Benditos de mierda…

Es frágil el tiempo, un cristal que se rompe en pequeñas partículas (algo cuántico diría un físico, yo digo que es algo simplemente doloroso) a cada instante, al atravesarlo con cada paso, con cada respiración. Las horas se fragmentan en millones de minutos y en trillones de segundos. Todas esas fracciones cortan y erosionan el cuerpo y los ojos. Y así el tiempo también es letal e inicuo para la esperanza. Los pequeños cristales refractan la sangre y le dan un trágico cromatismo a la vida. El sudor a través de su transparencia parece orina, agua engañosamente dorada.

Y mientras se rompe nuestro tiempo, nada ocurre alrededor. Es tan cotidiano como escupir o mear. No es trágico el estallido de un segundo, la metralla del tiempo es indolora por repetición, porque uno se acostumbra a sus cortes desde el nacimiento.

Sin embargo, observas tus manos dañadas, cubiertas de cristales y meditas sobre la cantidad de alegría y dolor que el tiempo aporta. El injusto balance a favor de lo amargo.

Todos esos añicos de horas y segundos son recuerdos; lo que ocurrió un instante atrás. Algunos son más afilados que otros, más hirientes. Pero todos cortan y se clavan.

Es el atributo del vidrio o el tiempo. Sea malo o menos malo.

Hay cristales que vale la pena meterse en los genitales aunque duela y rozarse con ellos hasta sangrar de placer. El cristal guarda la gota de semen, el fluido blanquecino que moja los labios de su coño, suficiente para masturbarse en un brindis al pasado si es necesario.

Mi glande parece una obra Swarovski, su coño una mina de diamantes…

Las pieles destellan por todo ese vidrio clavado en ellas y los amantes suicidas se rozan a pesar del dolor que producen los intensos minutos que se restriegan cortantes por el cuerpo. A pesar de la sangre.

Tal vez por la sangre…

Recogemos lo que podemos, lo que nos queda. Porque una vez fragmentado el tiempo, no hay marcha atrás. No se puede volver.

Entre carne y uña tengo innumerables vidrios incrustados. Mis dedos son vitrales en miniatura de recuerdos arañados a tanto tiempo.

Es imprescindible recoger ese caos de añicos caducos para tener un testimonio de que un día existimos en cierto tiempo y cierto lugar. Las cosas tienden a olvidarse, y los recuerdos de miles de seres se mezclan, esos cristales a veces usurpan sangres que no son las suyas originales; hay tanta mediocridad, que algunos desean los cortantes recuerdos de otros; la envidia forma parte del cristal; es una de sus materias primas como lo es del humano pensamiento.

Es importante vivir con pocos seres alrededor para que no se mezclen nuestros recuerdos con los extraños. Es difícil encontrar algo auténtico y personal entre tanto individuo, cada día más.

A medida que pasa el tiempo…

Hay que evitar que nadie pise lo que un día fuimos y acabe nuestra vida pasada clavada en la suela de un zapato sucia de mierda.

Sería triste ver marchar el pasado pegado en una bota, dan ganas de llorar.

Los hay que no pueden llorar porque no les quedan lágrimas, se han secado por un exceso de minutos. Es bueno meterse un trozo de tiempo-vidrio bajo el párpado para estimular su secreción.

Hay a quien se los metería en el culo.

El tiempo se hace añicos para convertirse en el beso más deseado, en la cuchillada más dolorosa… El tiempo es un hijo y un amante. Tiempo es sonrisa y llanto y son unos brazos en cruz bajo la lluvia.

Vale la pena destrozarse las uñas para mantener la memoria. Una vez muertos, no habrá más cristal que romper, no quedará nada de nosotros salvo esos vidrios cuánticos sin dueño regando el planeta; no debemos abandonar u olvidar lo que aconteció. Nuestro tiempo se acorta a cada milisegundo.

Si uno se fija bien, las horas son una lluvia de muy sutiles cambios; pero desgarradoramente notables cuando sangran nuestros dedos acariciando los cristales del pasado haciéndonos conscientes de lo erosionada que está la piel y el alma.

El presente solo adquiere movimiento y vida, porque hay precedentes con los que cotejarlo.

Es bueno, es fascinante ver caer el tiempo hecho añicos como las lágrimas de una lámpara de cristal. Saber que cada segundo es un cúmulo de cristales que estallan en una dimensión fundida e integrada en nuestra realidad, sin dolor; pero con esa inconfundible e irracional melancolía que da la certeza de que no volverán los buenos tiempos y los que nos esperan, puede que no sean tan felices. Tal vez no valga la pena destrozarse los dedos y las uñas para seguir recogiendo los fragmentos del pasado.

Aún así, mientras hay tiempo, hay esperanza de que algo nos sorprenda y con un cristal clavado en la palma de la mano, esperamos recoger uno mejor, tal vez un diamante. No es tarde para la esperanza comedida.

Un diamante es una buena pieza para morir con una sonrisa.

Iconoclasta

Está tendido en la acera, boca arriba, su cabeza ha golpeado contra el bordillo al caer con una arteria que se ha roto en su cerebro por culpa de una genética defectuosa. La cucaracha le rinde honores untando con repugnante baba sus labios ya púrpuras.

No hay nada sugerente ni misterioso en la muerte. Simplemente es algo sórdido y con escaso interés. Justo como siempre he pensado que es un cadáver tendido en la calle, aunque al contrario que con las vidas, no hay dos muertes iguales. Solo la muerte rompe con su magia durante un instante la monotonía de la vida.

Hay ronquidos, quejidos y estertores de todo tipo. Hasta los silencios de los que mueren son distintos en cada fiambre.

El último suspiro es lo que marca la diferencia entre los millones de vidas. Aunque este hecho, no llega ni siquiera a la categoría de consuelo. Una vida de mediocridad no puede ser indultada por una agonía singular que dura escasos segundos. La muerte no mejora la vida pasada de los cadáveres por mucho que sufran en sus últimos instantes de vida.

Enciendo un cigarrillo observando como el insecto explora su nariz. Reflexionando sobre la dignidad y la muerte.

No hay conclusión alguna porque no hay dignidad. La muerte y las cucarachas son indecorosas.

Un hombre se acerca para curiosear y se santigua.

— ¿Qué ha pasado?

— Es un muerto.

Expulso el humo por la nariz y la ceniza cae en el pecho del muerto. Sus brazos están extendidos en cruz, una pierna flexionada y otra recta. Como los cadáveres en el campo de batalla de las viejas películas de la segunda guerra mundial. Tampoco es que sea digno de fotografiarse, su barriga es antiestética, viste una camisa barata de color blanco crudo en cuyo bolsillo lleva un bolígrafo de usar y tirar y una cartera vieja. No es algo que aporte dramatismo.

— ¿Lo conocía?

— Os conozco a todos; pero no sé como os llamáis.

No me gusta conocer a nadie, pero es algo que ocurre. Miras un cadáver y sabes qué era, qué hacía y lo que no hacía. Luego lo imagino follando sin ninguna gracia y acaba todo mi interés por él. Follar no es una buena coreografía, nada parecido a las películas porno.

— ¿Ha avisado a la policía?

La cucaracha se ha metido por los labios entreabiertos del fiambre y asoma sus antenas como una repugnante exploradora.

Hay tanta dignidad en todo ello…

— A mí no me importa el muerto —le respondo sin apartar la vista de la cucaracha—, no es mío. Y no me molesta, algo más de mierda en la calle no importa.

— Es un ser humano —me reprocha.

“Es una mierda”, pienso y me esfuerzo porque mis labios no lo pronuncien.

Me encojo de hombros.

—Todos lo son.

— ¿A usted qué le pasa? —enojado saca su teléfono del bolsillo.

— El muerto es él, a mí no me pasa nada.

Y comienza a irritarme este tipo.

Las moscas se agolpan en la nariz y los ojos del muerto. Beben sus mocos y sus lágrimas.

Precioso.

—Quiero informar que hay un hombre muerto en la calle Tirso, a la altura de Espronceda.

— No. No hay señal de violencia, ni presenta heridas… Claro que está muerto, llevo aquí cinco minutos y no se ha movido ni ha respirado —vuelve a contestar nervioso a su interlocutor.

Pienso que hay funcionarios que aunque no estén muertos, tienen el cerebro lleno de cucarachas.

La gente muere, es algo normal y cotidiano. Que alguno quede tendido en la calle a las once de la mañana cuando el sol comienza a calentar, no es tan anómalo.

Es algo carente de atractivo que solo invita a la reflexión.

Lo único que sobresale de un cadáver es su extrema fealdad, su cuerpo átono y su piel cerúlea. Los cadáveres llevan el estigma de una vida mediocre y anodina y los únicos que tienen verdadero interés en ellos, son las ratas y los gusanos. La muerte al final, es el reflejo de la vida.

Es hipnótico ver un cuerpo vacío que ha llevado una vida tan triste. Un anónimo que no deja más que unos pocos recuerdos en un poco de gente, y será por muy poco tiempo.

No vale la pena la resurrección.

Ni volver a reencarnarse en otro cuerpo para vivir lo mismo.

—No, no lo conozco —contesta el calvo indignado—. Pensé que estarían más interesados en enviar rápidamente una ambulancia para hacerse cargo del cadáver.

Se guarda el teléfono cagándose en dios.

Un par de coches se han detenido para interesarse por el cuerpo tendido.

Aunque hay poco tráfico en esta calle, suenan varias bocinas de conductores impacientes.

— ¿Qué le pasa a este hombre? ¿Puedo ayudar en algo? —se ofrece un hombre tras salir apresuradamente de su coche.

Yo no respondo, me interesa más ver como evolucionan los insectos. A lo mejor podría ver su alma saliendo de su cuerpo para decirle: “Adiós, que te vaya bien. No vuelvas, no parece que hayas sido muy feliz. Piensa que vivir de nuevo sería para empeorar”.

—Me he encontrado a este hombre muerto y este señor mirándolo tranquilamente mientras fuma. Inaudito…

De la manga de mi camisa sale otra cucaracha que despliega sus élitros para hacer un vuelo feo y caótico de mi mano al rostro del cadáver.

Ahora son dos las cucarachas jugando al escondite en la nariz y en la boca.

Se agolpa más gente, se empuja para hacerse paso y poder curiosear el cadáver. Alguien dice conocerlo; por lo visto es un vecino que vive tres edificios atrás.

La hostia puta de interesante.

Yo le digo al putrefacto: “No se te ocurra resucitar, amigo, mira todas esas caras que te observan, no vale la pena volver”.

Por lo visto, su vejiga ya no retiene, se ha formado una mancha oscura en el pantalón y un pequeño charquito amarillo entre sus piernas.

Tampoco el esfínter retiene nada y se están vaciando los intestinos, dada la peste que parece flotar ahora entre la gente apiñada.

Tuve un tío que al morir, se cagó también y además con un ruido como a tela rasgada. A mí me dio un poco de risa; pero mi tía vomitó.

Parece ser que cuando te mueres no tienes otra cosa mejor que hacer.

No hay muerte digna. Y vidas, muy pocas que sean merecedoras de repetirse.

Para conseguir algo de dignidad deberíamos llevar una lavativa en el bolsillo y que el cura, en lugar de la extremaunción y la absolución, nos haga un buen lavado de intestinos a fin y efecto de mejorar la imagen del finado u occiso.

Se me escapa la risa y la chusma piensa que estoy histérico por la visión del muerto.

Si hubiera estado solo, habría orinado en la cara del difunto para que su alma mortal y efímera se convenciera de que la vida es una mierda.

Me largo, este despojo no tiene nada que contarme ya y me he aburrido.

Hay un programa especial en la televisión dedicado a las aventuras de Epi y Blas en Barrio Sésamo, mi episodio favorito es: Diferencia entre vivo y muerto.

Mola.

No importo nada y nadie me presta atención cuando empujo los cuerpos vivos para salir del corrillo.

Yo tampoco le presto demasiada atención a la humanidad. Solo que yo lo hago a conciencia; ellos no saben que ignoran, simplemente se mueven como los animales, por algún instinto. Posiblemente el mismo que les hace rezar y creer en cosas extraordinarias o les hace follar para reproducirse sin tener la suficiente cultura o una buena economía.

Padres y madres lo son los puercos también.

“Mierda, el cadáver apesta siempre menos que los que le rodean”. Me lo apunto en mi libro de citas.

Que se queden ahí todos los curiosos. A mí me aburren tanto los cadáveres como los vivos. Me da dolor de cabeza tanta vulgaridad.

Si cayeran ahora todos muertos, me importaría lo mismo que el precio del kilo de algarrobas.

No hay nada más deprimente que encontrarse en la calle rodeado de gente cuando se está disfrutando de un muerto.

El muerto y yo estábamos tan bien… Todo se jode.

En casa estaré mejor, a salvo de encontrarme con vivos ajenos a mí.

— ¡Hola! ¡Ya estoy en casa!

— ¡Hola! —responde mi hijo desde su habitación, seguramente viendo videos en yutup— ¿Has encontrado muchos muertos hoy?

— Solo uno que ha congregado una manada de quince vivos.

— ¿Y no sientes cerca ningún cadáver más?

— Ninguno. ¿Y tú?

— He sentido a primera hora de la mañana la muerte del que tú has encontrado y nada más. Es muy aburrido.

Me acerco hasta su cuarto, en efecto se encuentra haciendo tareas del colegio y en el monitor hay un video de un grupo de rock que desconozco. Me siento en su cama encendiendo un cigarro.

— No te preocupes, con la entrada de la primavera mueren más. Ten paciencia.

Yo también era tan impaciente como él.

— ¿Y si muero yo? —hay un deje de tristeza en su voz.

— Evitaré que te entren cucarachas por la boca —intento bromear.

Hay un silencio tranquilo que no me apetece romper, mi hijo es el único vivo que soporto.

— Papá… ¿Aumenta la capacidad de encontrar muertos con la edad? Quiero decir, si hay un momento en el que todos los días tendremos que encontrar uno o dos en la ciudad.

— Con el tiempo solo se aprende a identificar mejor los mensajes sensoriales que nos indican donde se hallan los cadáveres solitarios. El número de muertos no varía, no tenemos nada que ver con su abundancia.

— ¿Llorarás por mí cuando muera? —ha dejado el bolígrafo en la mesa y se ha dado la vuelta hacia a mí para hacerme la pregunta.

— No.

— Yo por ti sí lloraré.

— Aún eres muy joven. Cuando yo también tenía catorce años, a veces lloraba a los muertos.

— ¿Siempre tenemos que buscar muertos para detenernos ante ellos y despreciarlos? ¿Y si un día no lo quiero hacer?

— Si un día no lo quieres hacer y puedes evitarlo, no lo hagas. No pasaría nada, pero está en nuestra naturaleza de necroasistentes. Al final uno siente la necesidad de cumplir su tarea. Somos una herramienta natural, hemos de evitar que las almas de esos que mueren solos se reencarnen. Tenemos que convencerlos de que su muerte es intrascendente, que no importan a nadie. Con ello nos aseguramos de que no quieran volver a vivir.

—Hay mucha gente en el planeta —continúo— y aunque sean pocos a los que podamos convencer, ayuda a mantener algo el equilibrio. ¡Ah! Y aunque no te gusten, las cucarachas son necesarias como golpe psicológico: cuando se les mete en la boca, suelen desechar la idea de reencarnarse. Siempre da asco ver el cuerpo recién abandonado con la boca llena de bichos.

— ¿A mamá la despreciaste al morir?

— No murió sola, estaba acompañada por ti cuando tenías cuatro años.

— ¿Y si hubiera estado sola?

— Le hubiera dicho que su vida era lo más importante para nosotros; pero habría convencido a su espíritu que era mejor no volver a vivir. Con el tiempo nos encontraríamos allá fuera del cuerpo, ya libres.

Mi hijo mira al suelo pensativo, está tranquilo.

—Le hubieras mentido…

— Sí, solo con tu madre y contigo puedo sentir la suficiente piedad como para mentir.

— No hay nada ¿verdad, papá? Cuando las almas salen del cuerpo, si no se reencarnan desaparecen.

— Desapareceremos —le contesto sin demora.

— A veces es todo tan vulgar…

Se parece tanto a mí…

— Vamos, te invito a pizza y después buscamos un buen cadáver de postre para denigrarlo. ¿Llevas suficientes cucarachas?

— ¡Qué asco…! Yo no voy a llevar nunca cucarachas, te aviso.

Me río de verdad, ahora sí, con él sí.

Se acabó la mediocridad por hoy. Y los jodidos muertos y todos esos vivos…

Y aún así, espero con ansiedad encontrar otro fiambre al que menospreciar. Me gusta mi trabajo.

La necroasistencia no da mucho dinero; pero ayuda a desahogar la tensión nerviosa diaria.

Iconoclasta

Es un cuerpo grande y fofo, parece mentira que en algún momento alguna mujer quisiera estar con “eso” a su lado.

Hace apenas un segundo que ha muerto y el cadáver conserva su color y su temperatura, incluso el tono muscular debido a la tremenda tensión de una muerte por fallo respiratorio, una apnea no superada.

Algo que sabía que ocurriría tarde o temprano, no por producto de un arte adivinatorio, sino por simple experiencia. Llevaba mucho tiempo despertando en plena noche por falta de aire. Boqueando, con el corazón acelerado.

Los cadáveres jamás se confunden con una persona durmiendo, pesan demasiado aunque haga unos milisegundos que están muertos, se comprimen a si mismos por su propio peso. Los abdominales ceden, se quedan átonos y aflora una infecta barriga en los torsos más atléticos. Hay curvas de la felicidad y hay curvas de la muerte.

La muerte es un embarazo no deseado o alguna broma de mal gusto.

Los muertos ponen los pelos de punta. No sé si debe a un olor o a al silencio del pensamiento, es algo escandaloso cuando una cabeza no piensa.

El cadáver es como el reflejo de uno mismo en el espejo, cuanto más lo miras, más lo desconoces, más feo es.

Es extraño. Pensé que morir sería menos humillante y más aburrido. Es una puta mierda en bote morir. Es una cochinada quedarse aquí flotando ante tu cadáver sin que nadie te lleve a algún lado. Tantos años de experiencia y cuando llega el momento decisivo, no sabes qué coño hacer más que sentir cierta vergüenza de los kilos de carne que han quedado ahí tirados.

Ella duerme, no se ha dado cuenta de que el cuerpo está muerto.

Ojalá pudiera avisarla antes de que despierte por el frío que desprenderá dentro de poco mi cadáver.

No me siento muerto, solo me siento inútil, inválido. Soy una niebla que no se mueve, ni tiene visión periférica.

De mi esposa solo veo el hombro izquierdo y un poco de su cabello. Cuando se mueve, alcanzo a ver la oreja.

Hay quien se merece despertar con un muerto al lado; pero ella no, no es una buena forma de empezar el día o interrumpir la noche. Es una cabronada.

Si lo hubiera imaginado, me habría salido a dormir al jardín. Odio que sufra, la amo aún muerto. Cosa que sabía que ocurriría; cuando digo que amo, ni la muerte me puede detener.

Ver el propio cadáver no tiene gracia alguna. Es ver carne decadente, músculos sin lustre por muy joven que mueras, carne por peso… Si tuviera estómago vomitaría.

Y te preguntas como ha sido posible vivir todo ese tiempo (minutos o años) encerrado en esos kilos de carne.

Hace un parpadeo he creído que me estallaban los ojos y me he encontrado aquí flotando, escupido como una flema. El segundero aún no se ha movido, está a medio camino entre el minuto doce y trece. Hace horas que son las tres y dieciocho de la madrugada.

Ahora sí que estoy jodido, porque no sé como coño me voy a suicidar, soy cortina, soy cama, soy aire y soy los dígitos del reloj. No puedo dañarme con nada. O eso creo.

¿Y cuándo podré quitar la mirada de mi cuerpo muerto? Me da vergüenza ver lo que era. Ojalá no hubiera tenido esa costumbre de dormir desnudo. Que alguien me vea en ese estado no me molesta, me molesta ser yo quien lo contemple.

Cuando el corazón bombea hay un mejor color de la piel y la carne se mantiene firme, eso está claro. Son detalles en los que uno no piensa cuando sopesa la muerte.

Y los detalles son importantes para tener cierta dignidad.

Me doy cuenta de que la carne es demasiado débil. El cadáver, lo único palpable que queda de mí jamás sobrevivirá al paso del tiempo. Y por lo que ahora veo, ser un alma es lo mismo que un espectador en un cine. Nada más. Cuando eres energía, dejas de causar modificaciones en el entorno. Lo noto, soy todo y no soy nada, solo soy un pensamiento transparente.

No jodas que ahora me espera una eternidad así…

¿Tendré que esperar mucho tiempo aquí ingrávido e inmóvil? No quiero ver como mi esposa se despierta, no quiero ver todo ese drama.

Me disgusta la nariz, la forma en la que se ha deformado al hincharse.

¿Yo no era de perfil rectilíneo?

Yo no tenía ningún valor como carne, no era atractivo, no decoraba.

No tenía apenas importancia.

Ahora se hace tremendamente obvio. Sin alma, no existe ningún tipo de atractivo.

No entiendo porque me empeñé en luchar y vivir.

Desde esta perspectiva solo sé que me he equivocado, no debería haber vivido tanto tiempo, el suicidio fue la mejor opción a los veinte años.

Qué mierda… Estuve a punto de tragarme aquel montón de anfetas…

Lo más hermoso es que no estoy sujeto a las respuestas orgánicas de ese cuerpo gordo que habitaba. Cuando pienso en todas las malas cosas ocurridas no siento vacío en el estómago, no hay una reacción de angustia

Soy un superhombre.

Hay una cosa que me resulta obscena: yo tenía una polla más gorda y mis testículos no parecían hernias.

El pene casi ha desaparecido.

Me veo como un cerdo antes del despiece.

Qué asco.

—No te preocupes, hay cosas que hacer. Ahora has de adaptarte. Puedes mirar donde quieras, tarde o temprano te darás cuenta de que no hay ojos, de que eres todo. Puedes moverte, imagina que mueves el aire, imagina un camino, imagina que tienes piernas para empezar. Y te moverás.

Tal vez tenga razón el aire que habla, así que imagino que tengo cuello y lo giro.

Espectacular.

Ahora puedo observar el armario y el cinturón que tantas veces buscaba caído entre unas bolsas de colchas.

Imagino que tengo boca y hablo.

— ¿Y ahora simplemente flotamos?

—Bueno, tampoco es tan malo. Después de una vida soportando, no está mal ser espectador.

— ¿Así va a ser siempre?

—Hay tiempos y lugares donde ir, es entretenido.

Me quedo pensativo, como un niño deficiente que intenta asimilar una lección sencilla.

Interrumpe mi profunda idiotez de nuevo:

— Fíjate en el cuerpo de tu esposa, su alma está a flor de piel, siempre intentando desprenderse. Ahora somos libres. Cuando el cuerpo muere esa fina capa de energía que con los años gana en espesor se desprende, queda libre.

El cuerpo de mi esposa está perfilado por una especie de fosforescencia blanca, muy sutil, apenas medio milímetro sobresale por encima de la piel. Hay que estar muerto para ver estas cosas. Queda un pequeño rastro del alma durante un tiempo en las cosas. Ha movido el brazo que tenía a lo largo de su costado para llevarlo bajo su mejilla, en la sábana queda una estela que se desvanece lentamente, un remanente de luz.

— ¿Quién eres?

—Imagina que soy otra luz que se desprendió de su cuerpo hace muchos años y escucha.

—No quiero estar aquí cuando ella despierte, no quiero más dolor.

—No tienes nervios, no tienes cerebro. No puedes sentir dolor, solo puedes observar y emocionarte si lo deseas. El premio de morir es no sentir dolor, ni miedo, ni dudas. Solo nos asombramos, solo saciamos curiosidad. Somos tiempo y luz. Tú eliges cómo y cuándo. Los hay que observan el dolor, es una opción, no hace daño. Lo que quieras, cuando quieras.

— ¿Podré volver a un cuerpo un día?

— Nadie quiere volver a tener cuerpo, hay mundos que disfrutar. El amor es una de esas frecuencias de lo que somos junto con el odio y la alegría y el rencor. No hay necesidad de nada disfrutamos las cosas.

— ¿Entonces por qué siento asco de mí y pena por mi esposa?

— Estás en el umbral de la vida y la muerte, deja que pase un segundo más y la pena desaparecerá. A ellos les espera un final como el tuyo, la libertad. No hay que sentir pena por nadie.

—Quiero decirle que la amo, que no tema.

—Rózala, acaríciala.

— ¿Puedo hacer eso?

— La puedes envolver contigo, con tu ser. Puedes hacer lo que quieras, no hay límites porque por fin has escapado de la piel que a veces duele. Los hay que envuelven orgasmos porque hay una satisfacción a nivel emocional. Cada alma es distinta, tiene sus gustos. Somos distintos códigos de luz, de fotones. Infinitos como el universo. Nos hacemos inocentes y las cosas nos asombran, las disfrutamos sea cual sea el resultado para los vivos. Te sentirás bien con cada cosa que hagas. Los enclaustrados nunca serán conscientes de nosotros, sentirán emociones, vagos recuerdos, algún escalofrío. Es todo el contacto, posible. Interactuamos con emociones, porque somos emociones; pero no podemos fumar.

— ¿Y dónde está lo malo?

—Lo malo se pudrirá, en un ataúd, o lo quemarán. Tu cuerpo era la incubadora, su función ha sido alimentar el alma, darle el espesor suficiente y morir para liberarla cuando ya se tiene una potente energía.

— No me jodas que todo es tan perfecto.

— Sí te jodo. Somos los inspiradores del amor, del asesinato, de la guerra, la paz y las artes. Nuestro roce continuo entre los vivos provoca esas cosas. Las guerras son fascinantes… En dos segundos más, a lo sumo tres, ya no recordarás lo que es el dolor físico, como si nunca lo hubieras padecido. Y eso te desinhibirá a la hora de elegir nuestra forma de interactuar con los vivos. No hay dolor, somos puros. No hay aburrimiento, puedes viajar por el universo, es infinito. Tan infinito que todas las almas, los trillones de almas, no se encuentran en el cosmos más que cada tres mil años. Puedes meterte en los poros de la piel de quien elijas y navegar por su organismo. Puedes crear un cáncer o curarlo.

— ¿Y si la cosa no va bien y quiero morir?

— No lo entiendes. Harás exactamente lo que tú quieras, no tendrá consecuencias para ti, simplemente satisfará curiosidad y harás sentir una leve corriente eléctrica en alguien si se diera el caso. Es bueno, cuanto más excitas las almas enganchadas al cuerpo, más espesor adquieren. Nada sale mal en esta dimensión.

— ¿Y tú eres el Gran Maestro de las Almas?

— Yo soy tú. Soy una explicación lógica. Soy el instinto que te dice lo que eres, y que será. No hay amigos, las almas no necesitan compañía. No hay agrupaciones. y sin embargo serás con quieras, con quien elijas. Cuando el segundero cambie, lo sabrás todo y tú y yo seremos la misma voz. Adiós.

—No jodas que ahora algo se autodestruirá en diez segundos.

No hay respuesta, me he quedado solo, el segundero digital a cambiado a trece por fin.

Me muevo, observo, no hay pena, no hay dolor.

Mi esposa da la vuelta en la cama y lleva la mano al pecho muerto acariciándolo como siempre. Mi cuerpo no le da respuesta e insiste. Algo raro nota, enciende la luz de la mesita. Estoy demasiado blanco. Se lleva las manos a la boca para ahogar un gemido sin lograrlo.

La envuelvo, y ahora su gemido se convierte en un llanto más sereno. Sus lágrimas me bañan suavemente y el dolor tiene una frecuencia que me gusta.

Es un bello momento el del dolor. Yo mismo tenía razón.

Su alma se enreda con la mía, y el amor puro parece envolverme, o soy yo. Su piel se ha erizado con un escalofrío.

Besa los labios del cadáver y toma el teléfono, habla con un hospital y pide una ambulancia. Cree que estoy muerto.

Su alma parece querer escapar de su cuerpo, se tensa y en algunos puntos de las articulaciones parece desprenderse. Está pensando en el suicidio.

Soy calma y le doy serenidad, me fundo en ella por una eternidad.

—Quédate o llévame contigo —me dice su alma.

—No es tu tiempo amor, todo irá bien. Morir es lo que buscamos, es lo que necesitamos. Lo entenderás, cielo.

Me desprendo de ella, y me voy al pasado, siguiendo la luz que desprendí y que ahora viaja por el espacio. Me mezclo con el dolor y la alegría, con la compañía y la soledad. Con el amor y el odio.

Disfrutando, asombrándome ante el espectáculo de la vida. Provoco el cáncer en en hombres y mujeres al alterar su organismo, es solo curiosidad. A veces un niño muere en el vientre de su madre. Es hermoso morir…

Otros se curan.

He visto nacer la vida en un planeta por el estallido de una estrella cercana. Y he sido explosión y dios. Soy parte de la vida creada. La célula se ha multiplicado. En poco tiempo habrán seres matándose y amándose. Almas inseguras enganchadas a las pieles con el único fin de hacerse fuertes y por fin ser libres.

El tiempo ha pasado, sin tener conciencia de ello. Mi esposa es vieja, está mayor y a punto de morir. Su alma apenas roza ya la piel. Le dije que no la dejaría nunca, que estaría con ella. Tal vez ella no quiera estar conmigo, tal vez quiera asombrarse sola del universo. Me gustará cualquier cosa que ella decida.

Su alma se ha despegado suavemente, el sedante ha relajado su cuerpo ya anciano. Sin embargo su alma está hermosa, exultante de energía.

—Estoy contigo, mi amor, ven —le digo desde los pies de su cama en el hospital.

Su alma se despega cuando abre la boca para intentar tomar aire con unos pulmones sin fuerza y sus pupilas se dilatan desmesuradamente buscando luz.

Avanzamos veloces por el aire el uno en busca del otro.

Hay tanta luz en el universo, viajamos veloces sentados en su lomo.

Donde un día vivimos ha desaparecido. Ha estallado la Tierra escupiendo su magma incandescente al espacio, carbonizando los cuerpos.

Flotamos en el borde del precipicio abismal de un trozo de nuestro viejo planeta. Asistimos con asombro al espectáculo de la muerte y la destrucción. Más hermoso que la vida misma. Nos maravillamos ante la potencia del dolor y el miedo de los vivos. Tanta energía…

Ya no nos amamos, nos tenemos. Somos el uno y el otro, una pareja de almas que sonríen ante la vida y la muerte.

Todo era tan sencillo y tan claro. Solo era necesario vivir. Siempre hay felicidad hagas lo que hagas en vida. Siempre hay libertad.

Los cuerpos son los que dictan el dolor, los organismos envidian la libertad y la eternidad del alma que incuban. Es solo una reacción natural. No hay consuelo para los cuerpos. Nacen condenados a vivir-morir por nosotros, las almas.

Un día leerás esto y serás repentinamente alma.

Y no habrá soledad, miedo, amor, simplemente estarás y serás.

Somos, seremos, éramos, fuimos…

Pero si quieres evitarte un disgusto, procura dormir vestido o cubierto por una sábana, no es agradable lo que somos al morir; no es agradable lo que menguan los tan importantes genitales.

Mi esposa alma ríe, yo también. Le digo que tenía la polla gorda y un perfil rectilíneo.

Nos convertimos en estela alcanzando la luz del pasado, queremos ver y disfrutar si mi nariz era tan recta como pensaba. Si mi pene era tan lustroso.

Se me olvidaba: si optas por el suicidio para empezar a disfrutar cuanto antes, piensa que tu alma puede que no esté suficientemente desarrollada, podrías acabar siendo un simple fotón que apenas viajará para iluminar la lectura de este pensamiento. De este ser.

— ¿Ves como tenía razón, mi amor? Casi dieciocho. ¿Qué cojones pasó con todos esos centímetros cuando morí?

Y ríe arrastrándome al planeta Irmak habitado por penes andantes, con la única razón de humillarme. De reír juntos eternamente.

Lo elegimos así.

Iconoclasta

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Un hombre ajeno al mundo

Publicado: 27 noviembre, 2010 en Terror
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El hombre piensa, el hombre divaga.

Le gustaría contar cosas interesantes, que su vida ha tenido momentos de misterio y emoción.

Pero no se puede engañar a si mismo, el hastío ha cubierto de una dura coraza su cerebro y las ilusiones se hacen piedras que escupe cuando orina.

No podría engañar a la mujer que ama ni a mitad de su declaración de amor.

Sus ojos viran del azul al gris, suelen ser siempre claros. Sostiene que no lo son, simplemente están apagados, están faltos de vida.

Su piel no es cálida como asegura ella, él replica que tiene fiebre crónica.

Sus músculos no están ejercitados; si lo parece, se debe a un fallo en la presión sanguínea.

Cuando se encuentra solo, su sonrisa es cínica. La sonrisa de quien ha recibido tantos golpes que tiene la certeza que ha de pagar por los momentos felices. Que tras un placer hay escondidos mil dolores. Pero eso no lo arredra, no tiene miedo al filo de la navaja con la que la vida corta la piel de su alma.

Y su alma está completamente escarificada, ahora la vida corta sobre viejas cicatrices, no hay sitio, no hay piel del alma libre de ofensas. No hay un ápice de inocencia.

Sin embargo con ella… Con ella ríe con una sonrisa inocente.

Atesora todas y cada una de las experiencias que ha gozado con ella, las escribe, las subraya, las relee, las memoriza para convencerse de que ha vivido al fin momentos de emoción e intensidad.

De amor puro.

De puto amor al fin.

Sostiene que no es de aquí. No es su tiempo ni su planeta.

Su ubicación en ambas dimensiones es un craso error, y no de él.

El aire y la tierra lo rechazan, su resistencia se acaba; es cuanto menos curioso que haya conseguido sumar casi cincuenta años de vida. Dicen que mala hierba nunca muere.

Sí que muere.

Ni una gran cantidad de comida consigue darle fuerza; porque su organismo rechaza el presente, la comida presente, el aire presente, el agua presente… Se mantiene en pie porque se alimenta de si mismo. Se devora para sacar sustancia alimenticia que no le da este planeta, o este presente.

Son habilidades que un ser rechazado adquiere a lo largo de la vida.

Nadie alimenta a nadie. Todo es lento y acaba mal.

No puede estar solo, cuando ella falta, su vida cae en picado hacia una introspección que podría causar locura y suicidio en cualquier ser humano.

Tiene suerte de ser algo no humano. Un espurio de La Tierra.

De lo contrario sus sesos ahora estarían estampados en la pared y el cañón de la escopeta humeando a sus pies.

Si no es de aquí, no sabe de dónde es, no importa. A veces es extraño a si mismo y la mirada que le devuelve el espejo es la de un desconocido.

Ni siquiera en la cama delirando con el sueño, consigue sentirse cómodo en su cuerpo.

Y ahora que tiene amor, ahora que ha conseguido sentirse en su tiempo y su lugar, tiene miedo de lo que la vida le va a cobrar de intereses por ese placer.

No ha necesitado sortilegio alguno, no ha necesitado una previa concentración.

Simplemente ha hablado sentado a la mesa, mientras escribe cosas en su libreta.

-Tengo que proponerte algo, Vida.

Ha hablado con absoluta confianza, con la seguridad de que es escuchado, de que hace lo correcto.

No tiene el cerebro podrido. Sólo eso: simplemente tiene una corteza de piedra que envuelve su cerebro. Pero aún mantiene su cordura.

Y la Vida toma volumen frente a él, ocupando gran parte del salón. Provocando la caída de varias fotos y libros de las estanterías.

No se asusta, de la misma forma que cuando está solo no tiene capacidad para la sonrisa, tampoco la tiene para el miedo. El miedo también lo trae ella: la posibilidad de no verla, la posibilidad de que se sienta incómoda. De que se retrase, de que algo le duela.

Sólo ella provoca temor en él.

Es necesario llegar a un acuerdo con la Vida, es preciso antes de que sea tarde.

Todos sabemos cuando llega un momento decisivo. Todos intuimos el fin de algo, el de nosotros mismos de forma más notoria.

El hombre de ojos apagados ha notado esta mañana al defecar algo viscoso y resbaladizo. Lo ha notado deslizarse por el esfínter con un escalofrío y cuando lo ha expulsado, ha mirado en el agua de la taza y ha visto un trozo de tripa deslizándose suave como una anguila hasta desaparecer.

Y un chorrito de sangre ha teñido el agua.

Ya poco le queda para consumirse, ya no queda alimento en su interior. Se digiere él mismo. Sus tripas se desintegran sin dolor. Como su vida: con aburrimiento.

No tiene nada que ofrecer a la Vida, sólo tiene su hostilidad hacia el mundo. Sólo puede hacer sentir a la Vida su profundo rencor. Tal vez encuentre la forma de herirla si se personifica ante él. Lentamente ha abierto un cajón del aparador y ha sacado un enorme cuchillo de caza. Es una estupidez, pero ahora que esa masa informe está frente a él, tiene esperanzas. Si algo existe, es que puede morir y ser dañado. Y todo lo que puede ser dañado, padece miedo.

Como él…

Tal vez la Vida no se haya encontrado nunca en semejante situación y se sienta extraña ante él.

-¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo me has traído aquí?

El hombre de fiebre crónica observa esa inmensa masa de carne y vapor retorcerse cambiando de color y pulsando cientos de veces por segundo. Unas veces es grande y otras se contrae hasta hacerse minúscula. Parece formada por millones de vísceras, huesos, venas y carnes mezcladas caóticamente. Y donde antes había un ojo, ahora hay una vagina babeante.

Huele a vida. Deja caer excrementos y orina, hay semen y sangre en el suelo, el hedor es insoportable y le salpica la cara, la ropa.

Siente ganas de ir a por el cubo y fregar con lejía todo esa «vida».

-Soy repugnante. Jamás debería haber sabido como soy, tú tienes la culpa cosa no humana.

De su boca cae saliva y un pene en algún lugar de esa masa, destila humores sexuales.

Por alguna razón que ni él mismo comprende, no siente asomo alguno de temor, tal vez asco.

Puede que entre todo ese montón de órganos vivientes, se encuentre la tripa que esta mañana ha cagado.

La Vida apesta. Está asustada ante su vulnerabilidad; se siente fuera de lugar siendo algo tangible. Aún así, es consciente de su desmesurado poder.

Y el hombre con fiebre también.

-No quiero morir aún -dice lacónicamente el hombre.

-No tengo el control, no sé que hago aquí.

-Tú eres Vida, no te retires, dame parte de ti.

-Puedo darte un intestino nuevo; no porque te tenga miedo, sino porque quiero acabar con esto. No me gusta verme así. Me doy asco.

-No quiero intestino, quiero vivir al menos diez años más, sin que me robes nada, quiero ser un hombre sano durante diez años. Prometo no invocarte más.

-Te he dicho que no decido, yo sólo gobierno lo que hay, tomo lo que muere. Cojo trozos de vida y pensamientos y los reparto. No hay maldad en ello. Es naturaleza.

-Conmigo te has olvidado de pensamientos y de repartirme nada. Tengo mis necesidades.

-Estás acabado, te siento. Es mejor no vivir.

-Ahora amo, no puedo morir ahora. Tengo mis derechos, no es un buen momento.

-Para nadie es un buen momento. Ahora déjame ir, huelo mal. No me gusto. Me desoriento.

El hombre clavó el puñal en un torso sin brazos, sin nalgas y sin piel e hirió los músculos abdominales salpicados de grasa. La Vida bramó de dolor.

-Haces daño.

-Y tú también.

-Mi paciencia se acaba, podría absorberte ahora y dejarías de existir.

El hombre piensa en esa posibilidad, y en el llanto inconsolable de ella. En el inmenso e insoportable dolor que sentiría él si ella desapareciera.

-No volverás a tu dimensión o de donde vengas, estaré vivo en ti, me mantendré firme en mi voluntad de que seas consciente de tu propio ser. Vivirás cada día con la conciencia de tus propios olores y dolores de mil vísceras sin cuerpo. Tu vida será deprimente como la mía. Dame tiempo, regenérame cuando sea necesario.

-Es contra natura. No puedes vivir eternamente, está sancionado por Ellos.

-Sólo te pido diez años -el hombre se hizo un corte en el antebrazo. -Inocúlame un cáncer, cualquier enfermedad mortal que me mate en diez años. Y me uniré a ti con el cerebro reventado, no podré invocarte.

La Vida ha quedado quieta, inmóvil. Mil cerebros cambiantes de forma y color aparecen y desparecen entre esa masa vomitiva.

-Está bien.

Una marea de hiel se extiende por el suelo, y mancha los pies descalzos del hombre. Es caliente, y penetrante, siente como se filtra entre los poros de su piel y siente en la boca el amargo sabor.

Vomita sin poder evitarlo. La Vida extiende una lengua gigantesca y lame el vómito y su propia bilis.

Un escupitajo de gelatina transparente sale de algún lugar de la Vida y se estrella en el corte del antebrazo.

-Es cáncer de pulmón, tengo excedente -una boca sonrió y la lengua cayó al suelo-. Diez años, ni uno más.

-¿Quién es ella, la que vale tanto?

-No te lo digo.

-Lo sabré.

-No importa, tengo mis recursos.

Un globo ocular lo mira burlón, lo mira con odio.

El hombre deja de pensar en la Vida y ésta desaparece.

El suelo está inundado de un jarabe nauseabundo. En la pared una mejilla con barba de tres días se desliza por la pared dejando un rastro de sangre.

Abre las ventanas del piso, llena un cubo con agua y lejía y se dedica a limpiar.

Vomita dos veces más, o tal vez tres.

Cuando el salón está limpio de toda materia biológica, se deja caer cansado en el sillón con un cigarrillo colgando de los labios, la ceniza le cae en el pecho pero no le preocupa.

De repente se levanta y abre la bolsa de basura: siguen ahí los restos biológicos y siente en sus dedos la barba ruda de la mejilla que ha despegado de la pared.

No ha sido un sueño.

Se estira en la cama, se siente tremendamente cansado.

Medio dormido se despierta con un ataque de tos, su boca se ha manchado de sangre y una punzada en la espalda le hace gemir al respirar.

El cáncer de pulmón está instalado.

-Vida, el trato son diez años, pareces que vas muy rápida con tu cáncer. Contrólalo o no duraré ni una semana a su lado. Y no quiero ser feliz entre tratamientos de morfina y cannabis en el hospital del dolor.

No puede morir aún. Tiene sus derechos. No ha pedido nada imposible.

El dolor casi ha desaparecido, es más soportable que canibalizarse él mismo. Prefiere que no se vaya del todo el dolor, que quede como una constante compañía durante lo que le queda de vida. El dolor es el único método efectivo para prolongar el tiempo.

Ha de encontrar la justa medida del dolor para que no se pueda apreciar sufrimiento en su rostro.

La Vida ha expelido una ventosidad a modo de despedida inundando la habitación de olor a excrementos. Tiene un serio problema digestivo.

Diez años no está mal, es un buen negocio. Su experiencia le dice que jamás ha de pedir demasiado para que no se convierta la demanda en algo absurdo. Nadie te da nada de valor, sólo pequeñas cosas, restos. Lo que nadie quiere.

Con la Vida pasa lo mismo, al fin y al cabo es ella misma la que ha dictado esa sentencia. Así que diez años es tolerable, acostumbrada a sentir demandas de vidas largas y eternas.

Diez años está bien, su cuerpo habrá envejecido; pero no será un viejo decrépito, aún podrá agacharse ante el coño amado y lamerlo hasta arrancarle a su amor el más profundo orgasmo.

Diez años está bien, porque ella aún será joven y fuerte para soportar el dolor de su muerte. Diez años está bien porque ella es casi veinte más joven que él.

Y no está seguro de querer seguir viviendo cuando parezca su padre achacoso en lugar de su veterano marido.

Ahora duerme y deja que su cuerpo se recupere, su sueño es tranquilo. La Vida es ahora más amable.

Y aún a pesar de estar dormido, es consciente de preguntarse a si mismo, porque no había invocado a la Vida antes.

No importa, las cosas ocurren cuando deben, no se puede perder el tiempo.

Durante un par de horas duerme profundamente y al despertar, no siente el cansancio de cada día, su cuerpo se mueve sin pesadez, el aire de repente entra fresco en su nariz.

Coge el teléfono y marca a su amada.

-Cielo, ¿quieres que vayamos al cine esta tarde y cenamos después?

-Sí, amor. ¿Nos encontramos a la puerta de la oficina a la tarde?

-Allí estaré cielo.

Y le propondrá matrimonio.

No puede perder el tiempo.

Diez años más tarde.

El hombre extraño al mundo está jugando con su hijo a un juego de mesa.

Le sobreviene un ataque de tos y vomita una gran bocanada de sangre en el tablero. Su hijo lo observa aterrorizado.

-¿Qué te pasa, papa?

Lo coge con rapidez por una muñeca limpiándose con la otra mano la sangre de la boca.

-Baja a casa de Candi y dile a su madre que me he puesto malo y me voy al médico. Dile que mamá te recogerá cuando vuelva del trabajo.

El pequeño lo mira asombrado en el rellano de la escalera.

-¡Ahora mismo, Xavi!

Xavi baja corriendo las escaleras hasta llegar dos pisos más abajo. El hombre escucha como su hijo habla con los vecinos y la puerta cerrarse enseguida.

Al cerrar la puerta de casa se dobla sobre su estómago para vomitar otra andanada de sangre.

Es hora de pagar.

Con el aplomo que consigue hacer acopio, se dirige al armario de la habitación y desenfunda la escopeta de caza, carga dos cartuchos.

Y piensa que es una estupidez cargar dos cartuchos cuando solo va a utilizar uno, nadie falla en un disparo a bocajarro en la cabeza.

Sonríe hiel pensando en que pudiera fallar.

Se resiste a materializar a la Vida ante él, no quiere morir con aroma a mierda, orina y podredumbre.

Aún queda tiempo, aún puede escribir recuerdos, memorizarlos para morir arropado con ellos en su último acto.

No tiene otra cosa que hacer mientras muere.

Coge su cuaderno y la pluma y escribe con el cigarro consumiéndose en el cenicero. Está manchado de sangre y chisporrotea cuando la brasa entra en contacto con ella.

Y mientras le explica a su amor que estos diez años vividos junto a ella han tenido la intensidad de un milenio, le explica su trato con la Vida. Nunca le creerá; pero es mejor que piense que se suicidó por una enfermedad mental que por frustración o depresión. Su esposa y su hijo deben saber que ha sido feliz a cada instante con ellos.

A su hijo sólo le pide perdón por marchar así de su lado, que sepa que siempre lo amó, siempre fue un buen chico.

Arranca la hoja y guarda el cuaderno.

Extracto de una carta sucia de mierda, orina y sangre:

«Tenía que ser así, cielo. Conozco a la Vida y sé que nos la habría jugado. Es ella quien reparte salud y emociones. Siempre hay la misma cantidad de felicidad y salud en el planeta. Ella lo distribuye entre la gente, quitando a unos y dando a otros.

Sólo que en mi caso, siempre he sido donante, nunca he recibido hasta que te conocí. Y me debía mucho.

Mejor esto que nada, cielo. Si no llego a negociar los años de mi vejez no hubiéramos vivido este increíble tiempo juntos.

Tal vez no me creas, pero prefiero que pienses que morí loco antes que triste.

Porque no he sentido tristeza alguna, en ningún día desde que te conocí.

Cielo, contigo los años han pasado tan rápidos, que ahora tengo miedo de morir y estar solo; aunque no exista, aunque no lo sepa.

El tiempo contigo pasa a la velocidad de la luz. Tendría que haberle arrancado más años a la Vida.

Es de lo único que me arrepiento, mi amor.

No dejes de pensar en mí, porque tú me has dado más vida que nadie. Si hubiera alguna posibilidad de que de alguna forma pudiera vivir y observarte desde algún lugar, sería gracias a tu pensamiento.

Y piensa en mí con esa hermosa sonrisa que me cautivó desde el primer día. No puede haber tristeza ya en nosotros. Toda esa felicidad es inquebrantable, mi vida.»

El hombre que va a morir, arranca la hoja que ha escrito y la deja sobre la mesa. Guarda su diario en el cajón junto con la pluma.

Y ahora invoca a la Vida con el pensamiento.

Antes de abrir los ojos ya puede oler la repugnante mezcla de olores que la acompaña.

-¿Ya han pasado diez años, invocador de la Vida?

-Sí, programaste bien el temporizador de mis pulmones.

La Vida ríe y deja caer trozos de carne humana aún fresca y ensangrentada.

No es un ser cuidadoso con la propiedad ajena, piensa el hombre que se va a suicidar.

-Voy a descansar tranquila cuando esté segura de que el hombre que invoca a la Vida, ha muerto por fin. Odio verme así. Hay seres divinos más hermosos, y yo que doy vida, mírame. Tengo que mantener el secreto.

La Vida lanza un teatral suspiro antes de continuar.

-Destruye tu mente, revienta el cerebro, no quiero que cuando te absorba haya un solo pensamiento en ti.

El hombre se mete el cañón en la boca y posa el dedo en un gatillo. No cierra los ojos, mira de frente a la Vida presionando lentamente el gatillo, como si con ello, el disparo y el dolor fueran a ser más suaves.

La Vida pulsa repugnante su ser desprendiendo toda clase miserias, de repuestos humanos.

Cuando el gatillo ofrece la última resistencia, el dedo que lo oprime es amputado por el aire, por la nada; y con un grito de insoportable dolor cae al resbaladizo suelo junto con la escopeta. Algo lo empapa de forma cálida y no sabe si es sangre u orina, le da igual. Sólo importa el dolor. Es todo dolor.

-¿No podías esperar a que me diera el tiro, hija de puta? Tenías que darme sufrimiento hasta para morir.

-Te equivocas, no he sido yo. Ha sido la Muerte.

-No tiene nada que ver.

-Sí que tiene que ver. Ella es la encargada de matar, valga la redundancia. Yo doy vida y emociones. Ella mata y con ello borra sentimientos. Crea el vacío. Estamos todos muy especializados.

La Vida calla de repente, el hombre se sujeta con fuerza el muñón de la mano, no encuentra su dedo. Piensa que ya debe formar parte de ese cuerpo monstruoso.

No puede oír nada; pero sabe que Vida habla con Muerte.

Se esfuerza y no puede invocar a la Muerte para poder así escuchar lo que hablan.

Piensa que se estarán repartiendo el alma, si la tuviera.

Llegan a acuerdos, pujan y regatean con los cuerpos y los pensamientos.

Vida y Muerte son dos viejas amigas.

Ahora escucha sonreír a la Vida, su sonrisa insana e infecta.

-Créeme, no quise meterme en tu jurisdicción. Sólo me defendía, mira como me muestra ese humano.

Un reguero de semen de un blanco inmaculado se escurre por unos labios ensangrentados enganchados a unas nalgas de mujer, mojando el bigote que se mueve molesto no hay lengua que lo relama. Son labios vacíos.

El hombre ajeno al mundo sonríe, se siente vivir un momento surrealista. De no ser por la sangre que mana del muñón, aseguraría que es simplemente un extraño sueño.

Por la sangre y por el miedo.

-Hombre ajeno, te quedas con ella, con la Muerte. Te gestionará mejor que yo. Te dejo en malas manos -se despide con una sonrisa tóxica, amarga; como una tos enfisematosa.

-Corazón… -es ella quien le sostiene la cabeza ahora-. Cielo, vamos, todo está bien. Vamos, échalo, ya pasó.

El hombre ajeno al mundo no sabe si delira. ¿De dónde ha salido su esposa? ¿Desde cuándo está ahí? ¿Lo ha visto todo?

Cuando posa su suave mano en la frente, el hombre siente una fuerte náusea y sus tripas parecen revolverse. Sus pulmones parece que van a arder. Ella acaricia su espalda dando consuelo.

-Vamos, amor. Suéltalo ya.

Y el hombre vomita una masa oscura de carne tumefacta, porosa como una esponja.

El cáncer cae chapoteando en la sangre-orina-hiel que cubre el suelo de la casa.

-Cielo, no deberías estar aquí, ya no sé como acabará esto, mi amor -el hombre habla con dificultad -. Vete, es peligroso, mi vida. Xavier está en casa de Candi.

-Tranquilo, corazón. Descansa, no acaba nada. Sólo continuamos, vamos cielo, descansa, cierra los ojos.

El hombre se sintió alzar en brazos, ella lo elevaba sin el más mínimo rictus de esfuerzo en su rostro. La firmeza de sus brazos era tal, que se sentía levitar.

-Yo no… No deberías estar aquí, cielo. Márchate antes de que ocurra algo, mi amor.

-Vamos cielo, hay que dormir estás cansado.

Su esposa lo deja con ternura encima de la cama y acto seguido le envuelve el muñón con un pañuelo que saca de la mesita. Le limpia la cara de vómito y sangre con la propia sábana, se debe apresurar para poder recoger cuanto antes a Xavi.

Y es importante que descanse León, los corazones humanos fallan cuando uno menos lo espera. Del bolsillo del pantalón saca el dedo de su marido, y lo guarda en el cajoncito secreto del joyero. A la Vida le gustó ese arranque de crueldad.

«Un dedo no es nada, estaba a punto de perder la vida a manos de la Vida. ¡Qué ironía! Y yo la Muerte, salvándolo». Razona la mujer, la Muerte.

Los absolutos ojos negros de la Muerte se observan a si mismos en el espejo de la habitación. En lo profundo de ellos se extiende un universo de cuerpos muertos que flotan sin orden.

Antes de salir de la habitación, la mirada que le dedica a su esposo, es pura ternura y amor.

-Te sentirás mejor tras descansar, no te preocupes. Limpiaré todo eso y luego iré a buscar a Xavier. Te olvidarás de esto, cielo. Ya no más sufrir. Te lo deben, amor – musitó cerrando la puerta tras ella.

El hombre ajeno al mundo, cierra los ojos al instante. No duele el muñón del dedo que un día tuvo. Su respiración es tranquila, no hay dolor al respirar. Su cuerpo sana por momentos, como si la parte de él consumida se regenerara.

La Muerte ya ha limpiado el suelo, las paredes y los muebles del salón. Cuando se encuentra ya en la puerta de la casa para bajar a recoger a su hijo en casa de su vecina, vuelve a la cocina y tira un frasco con un pequeño poso, lo que ha quedado de la cura de León. La Vida le ha regalado ese frasco de vitalidad para que lo use en lo que guste; se lo ha regalado a cambio de un par de chismorreos sobre el Creador y su ya obsesiva fijación por los jóvenes arcángeles del segundo coro.

Cuando sube por la escalera con Xavi de la mano, puede oír el golpe que da contra el suelo el cuerpo muerto de la madre de Candi. Escucha a la pequeña llorar en el pecho de su madre.

Es la Muerte, a veces ocurren estas cosas, está nerviosa.

El hombre ajeno al mundo despierta, y su cerebro sufre una convulsión; recuerdos de tristeza se convierten en sueños y en pesadillas. Está bien.

Lleva dos semanas de baja tras la amputación del dedo en la prensa hidráulica que reparaba.

Elisa, su esposa le ha dejado una nota en la mesita de noche: «Te amo, cielo. Descansa.»

Con el café en la mano se sienta en el sillón para ver cosas que se mueven en la tele, al despertar su mente es lerda, y lo prefiere así.

Bajo el mueble del televisor hay un papel. Cuando lo coge, una vaharada fétida le invade el olfato. «Tenía que ser así, cielo. Conozco a la Vida y sé que nos la habría jugado. Es ella quien reparte salud y emociones«.

Y su mente recupera como un torrente frustraciones pasadas, dolores, miedos.

La Vida y la Muerte.

Y él salvado por Elisa, en brazos de Elisa, confortado por Elisa.

Y Elisa acariciando su frente enfebrecida: «Todo ha sido un mal sueño, mi amor».

El hombre ajeno al mundo llora, la presión lo desborda.

«Todo está bien», dijo ella…

Busca en el cajón bajo las instrucciones del televisor y el video su diario. Sigue ahí. Lee las últimas anotaciones y guarda la sucia carta entre sus hojas y lo vuelve a dejar en el mismo, sitio.

Teclea un mensaje en el móvil:

«Cielo, voy a la clínica a que me revisen el muñón. ¿Quedamos para comer en el chino? Todo está bien, mi amor. Te amo.»

El hombre ajeno al mundo tiene una sonrisa franca y tranquila en el rostro.

Si antes no temía a la Muerte, ahora la desea.

La Muerte es su vida.

Y sale de casa riendo ante la gran ironía.

El hombre ajeno al mundo, ahora lo es más que nunca.

Iconoclasta

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