Archivos para enero, 2015

Hablar por hablar, buscar tiempos que rellenar, inventar pretextos. Pronunciar o escribir palabras que distraigan la vergüenza de reconocer soledad. Jugar al ingenio sin tenerlo…
Qué harto estoy de tanta banalidad.
No me interesa la crítica musical; estoy excitado, la tengo dura…
No importan los derechos de nadie o el precio del petróleo, quiero saber la marca que deja la ropa interior en la piel de su vientre y sus hombros. Quiero el descaro de su sensualidad expresado como una bofetada a las convenciones sociales. Con esa soberbia maravillosa y desinhibida.
No lo entienden…
Hay tanto tiempo perdido en palabras vanas… Tenemos una responsabilidad con nosotros mismos: expresarnos ante lo que amamos y deseamos sin asomo alguno de pudor, para bien o para mal.
Equivocarse está bien, te libera de la ortodoxia del aburrimiento.
Odiar si es necesario, sin prejuicios. Solo importa expresar pasión. Precisamente por respeto a quien hablas, por muy ofensivas que puedan ser las palabras.
Decir lo que se siente y luego, atenerse a las consecuencias.
Porque lo demás es perder un tiempo precioso.
Y el humor.
Medir lo que se expresa es lo mismo que adulterar la comida: solo queda un triste proyecto de sinceridad que aboca al hastío, como el discurso de un político o un sacerdote en el púlpito con su sermón de mierda.
Pellejos vacíos al viento que no trascienden más que dos segundos en el tiempo.
Moralidades tipo estándar que a nadie incomodan, que no molestan nunca; pero que llenan convenientemente tiempos vacíos y egoísmos.
Un «tengo cosas que hacer» es la respuesta a esa normalización correcta de la expresión.
Y los hay que se creen que es verdad.
Doblarse en un vértigo cuando habla de necesidades del alma y la carne. Morderse el labio de deseo… Ser testigo de la angustia de la soledad y bajar los ojos conmovido…
Necesito eso, no quiero ser educado, no quiero ser correcto. Aunque me joda.
Hay un tiempo para las charlas usuales y otro para las importantes. Hay un deseo de expresarse sin tapujos cuando el peso de la cotidianidad nos asfixia.
Debería haberlo.
No me gusta el ritmo monótono, y lo rompo con una obscenidad, con un deseo, con una tristeza, confesando una melancolía. Si ello lleva a un silencio incómodo, está bien, no hay tiempo que perder. Morir es tan habitual… No somos conscientes de lo tarde que suele ser siempre.
Y hablan, y hablan, y hablan…
Cuando estemos tranquilos, cuando estemos saciados, hablaremos ya relajados de cosas superficiales que no lo son, que importan. Importa compartir la vida toda, sin trampas, sin sofismas, sin superficialidad. Porque es necesario saber la música que le gusta y así, replicar que imaginas las notas deslizándose por sus pechos y sus muslos.
Los detalles son importantes porque rodean el amor. Son el decorado y el color, son el descanso de la metafísica de los amantes.
Expresada la pasión, demos paso a las risas y a películas que no nos gustaron. A libros que no se deberían haber publicado jamás, porque están escritos con la técnica del aburrimiento, la vanidad injustificada y la corrección académica.
De la misma forma que hablan escriben.
Por sus palabras bostezaréis.
Hay tantos libros que quemar, como charlas que intentan disimular la vergüenza de la falsedad y la cobardía de la soledad.
Así que dejemos la angustia de la soledad reflejada en las palabras, porque es trascendente. Porque es la única forma de expresar lo inexplicable del amor y sus consecuencias: los tiempos y los lugares.
Aunque duela un poco…
Aunque duela mucho y te deje desnudo.
No hay tiempo que perder, no es necesario padecer hastío y aburrimiento sino lo deseamos, hay otros tiempos para lo inevitablemente social.
Hay cosas importantes de verdad como saber el tamaño y el tono de sus pezones. No es algo banal, porque va respaldado por una mirada acuosa, húmeda de deseo y por un temblor de labios al pronunciar y de dedos al escribir.
Los detalles son importantes, insisto.
Intuirlos es imprescindible para expresar lo que se siente e impactar en su pensamiento.
Impactar es lo que importa cuando la opresión de la cotidianidad asfixia.


Iconoclasta

Mucho se habla del destino, al que se le achacan triunfos, fracasos, enfermedades y muertes.
No hay un destino. Lo único que hay es un simple azar interferido algunas veces por nuestra voluntad y otras, desgraciadamente, por la de otros.
El destino, de existir, sería como una tarjeta de crédito al cual acceder cuando fuera necesario.
No jodas… Como viajar al futuro.
¡Qué estupidez!
El aburrimiento es campo abonado para la filosofía

Malditas y divinas deidades mini

Malditas y divinas deidades.

Idolatrados los sentimientos, queda luego admitir la realidad. Lo que somos y si somos merecedores de esos sentimientos inhumanos.
Mejor no seré sincero conmigo, no tengo un especial interés en sentirme mal.

No es nada sencillo morir. Hay que vencer todo ese instinto de supervivencia insertado en las células del cuerpo.
Morir requiere convencerlas, una tarea faraónica porque están sectariamente convencidas de que la vida se ha de mantener al precio que sea. «Oye, deja de dividirte, ¿es que no ves que esto es una mierda?. Ellas me miran con sus membranas completamente idiotas sin entender.
Son duras de convencer las hijaputas. Y el tiempo que se emplea en convencerlas de que no es malo dejar de dividirse, es tiempo para que las cosas empeoren aún más a tu alrededor. Y así llegas a la vejez para acabar como era de esperar y haber sufrido de más: muerto.
Y las células, estúpidas como siempre, dale que te pego. Obcecadas en multiplicarse aunque el cadáver empiece a descomponerse.
Es una mierda que el pensamiento esté disociado del organismo. Hablando en plata, que mi pene vaya por libre independientemente de lo que siento.
Que incómodos son los despertares erectos…
Sí, yo también me pregunto que tiene que ver una erección con los deseos de morir y las células…

Shyla Jennings

En Telegramas de Iconoclasta.

Una cosa es creer, porque aceptas una posibilidad, le das forma y un método para realizarla. Le das una entidad. La vistes de ilusiones.
Sin embargo, la fe es aceptar lo inconcebible, lo imposible y lo dañino. Es un desprecio a los sueños propios y acatar una orden que jamás comprenderás.
No puedo entender los actos de fe. Hay esqueletos de dinosaurios que no explica la biblia. Y hay un amor por los hijos que ningún dios puede superar.
Los actos de fe solo caben en cráneos vacíos.
Siento vergüenza ajena por los humanos.

Malditas y divinas deidades

Deidades…
No son lo buenas que se creen.
Esas deidades son como gigantes que toman un bebé con la punta de sus dedos, con cariño y ternura; pero aplastan su pecho y lo matan con su desmesurada magnitud y fuerza.
Las deidades creen que como ellas aman y sienten, aman los humanos. Y les echan al rostro y a la mente toda esa sensualidad y erotismo sin ser conscientes de que los doblan como si recibieran un puñetazo en la barriga. Crean con su poder divino un universo que no está al alcance de los no sagrados.
Sonríen radiantes y nosotros pensamos en como es posible querer tanto en tan poco tiempo, porque no somos dioses como ellas. Sonreímos porque nos contagian; pero hay un profundo amor serio como la muerte en algún punto de nuestro pecho; un dolor de no poder alcanzar, de no ser suficiente para todo esa pasión y deseo que destilan las diosas por cada poro de su piel.
No creía en seres divinos capaces de con el silencio, transmitir su divina existencia. Con sus palabras fulminar mi paz e independencia y convertirme en su devoto amante pequeño.
Infinitesimal…
«Yo soy Dios», quisiera decirle con convicción a la diosa; pero sé que sonreiría con cariño y ternura, como si fuera una pequeña réplica graciosa y barata de un tótem.
Una figurilla coleccionable.
La deidad me quiere; pero no imagina el impacto que tiene en mi pensamiento y organismo. No calibra la magnitud de su ser frente a un humano.
No tienen necesidad de ello, ya hacen bastante con mostrarse con toda su divinidad ante nos; están libres de escrúpulos, son diosas.
Su grandeza las define.
Se convierten sin saberlo, con una exquisita inocencia, en seres crueles que nos enamoran sin ningún reparo. Con toda su belleza inexpugnable.
Tal vez no, sean crueles, pero no puedo ser ecuánime. No soy justo juzgando cuando el mundo lo cubre mi diosa y todo es ella.
Te hacen sangrar el corazón con sus palabas, con unos puntos suspensivos prendidos de sus santos labios…
Hay un cigarrillo consumiéndose en el cenicero al que no hago caso porque la diosa está presente. No es momento para la banalidad, podría morir en cualquier momento, no soy divino. Debo administrar bien mi tiempo.
Yo un ateo convencido, soy ahora un sacerdote pagano.
Soy demasiado viejo para esto… Las deidades son inmortales y su eterna juventud nos hace viejos cualquiera que sea la edad. Ellas marcan las épocas.
Escribo y describo lo inexplicable con suficiente precisión, pero no hay consuelo.
Tal vez quede una esperanza: ¿los dioses nacen o se hacen? Es un problema en el que estoy trabajando.
Me centro en la segunda opción, estoy harto de imposibles.
Si pudiera ser tan solo un poco dios, le haría sangrar los labios con un beso de furiosa y desbocada lujuria. El dolor del amor desatado, desbocado. Una venganza de amantes.
Tal vez no debería ser dios, no tengo medida alguna como hombre.
Porque le mostraría mi polla palpitante y una gota de fluido que se descuelga desde un glande cárdeno por la congestión sanguínea que provoca su cuerpo divino.
¡Ah… La sagrada obscenidad!
Apuñalaría el espiráculo de un delfín sonriente para mostrar que mi crueldad es equiparable al amor que me dobla por ella. Para demostrar que cualquier vida importa menos que amarla.
Mataría hombres que eran tan humanos como yo, para demostrarle mi violenta divinidad. Como un reproche a la esclavitud a la que me tiene sometido.
Aplastaría con mis pies los dedos de un niño que juega en el suelo…
Tal vez no le gustara, pero soy su obra. Tiene que ser consecuente con lo que provoca.
Malditas y divinas deidades…


Iconoclasta

«La soledad es su naturaleza, o una parte de ella. Porque su otra naturaleza se marchita de pena entre savia y fibras que no acaba de asimilar como suyas.
Las noches son el descanso de los árboles, la fotosíntesis es agotadora.
El vegetal se retira y da paso al hombre.
Al hombre más solo del mundo.» (Iconoclasta)

Para leer en:
http://issuu.com/alfilo15/docs/el___rbol_humano_libro
y
http://binibook.com/details.php?id=1656