Archivos para enero, 2017

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Es fascinante observar el propio trauma, esa capacidad de la carne por abrirse obscenamente y la sangre brotar tranquila. Aliviando un exceso de presión en el cuerpo.
Como una penitencia que tiene efecto.
Soy una herida en el planeta, un corte que no sana; siempre húmedo. Una lesión que no cicatrizará jamás, solo cuando muera.
Cuando el planeta me extirpe como un tejido necrótico, la humanidad dejará de sangrar un poco.
Porque este no es mi lugar, ni mi tiempo. No me gusta, no me integro por muchos años que llevo muriendo, marchitándome en esta prisión. Soy el fracaso de la naturaleza y de los humanos.
Un tajo en el tejido cosmogónico.
Soy infección de frustración y resentimiento.
Que sufra la humanidad y el universo; que mi vida tenga un fin concreto, certero y dañino.
Y me gusta tu coño, porque cuando separas las piernas, es como una herida… Y siento que eres como yo y quiero follar profunda y oscuramente ese corte por el que mana tu alma como un aceite que me lleva a la animalidad.
Estoy herido y soy trauma, soy lesión. Soy el tajo profundo en el rostro de dios.

Publicaciones de Iconoclasta.

Publicado: 16 enero, 2017 en Lecturas, Libros
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Un ensayo amargo

 

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Rapa Nui. Clímax y declive de una paranoia

 

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Vidafaro

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Ellos viven integrándose con el planeta. Sé que el planeta los ama y a mí no.
No tengo más remedio que detenerme ante ellos porque me acribilla el pensamiento la melancolía de años perdidos.

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¡Vanidad, vanidad!
¡Blanca vanidaaaad…!
Precioso…
Es que me gusta celebrar cosas buenas de verdad: Moi.

Te despiertas, vas a la ventana rascándote el culo y ves nieve. Dices: ¡Guau! Y piensas en no salir a pasear, es demasiado pronto para el romanticismo climatológico.

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La bici porque caminar duele. Demasiado.
La libreta y el bolígrafo para anotar todas las obscenidades, blasfemias e instintos primarios que me poseen en libertad. Para mejorar el universo, corregir los errores que han cometido otros (dioses incluidos).
La navaja como puerta de emergencia en caso de hartazgo o cortar el dolor, para grabar mi nombre en los árboles, cortar ramas que me han herido los ojos o simplemente, admirar el doloroso filo de la vida y posar mis labios en él. Es regalo de mi hijo y como amuleto mágico contrarresta lo sórdido peligrosamente.
La brújula para asegurarme de que no vuelvo sobre mis pasos y no perder el rumbo del deseo. Para huir en línea recta cuando la navaja no es suficiente.
La mochila es el continente de la oficina y bolsa forense de sueños muertos a los que busco un lugar bonito para enterrar. He llegado a la conclusión que nací para sepulturero.
El banco me sostiene y el camino me mata suavemente.

 

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«Te cubriré de oro y joyas, de piedras preciosas engastadas en gemidos lascivos, bañadas de dulce y espesa sangre.»

Ciudad Vieja de Jerusalén. Donde inicia la comercial calle Jaffa, en un pequeño local interior; un orfebre joyero pule y da brillo a las piezas que ha tallado y moldeado en su taller. Tiene que detenerse a menudo para secarse las lágrimas de los ojos y calmar el temblor de las manos.

«Dos finos anzuelos de oro traspasarán los labios de tu coño, unidos con cadenitas prendidas a dos esclavas en tus muñecas.
Que cuando tus manos se alcen tu vagina se abra como una orquídea ante mí, para mi boca, para mi corrupto bálano goteante…»

Aquel día, hace siglos, hace apenas doce días; sus hijos al llegar de la escuela le preguntan dónde está mamá. Les miente que ha tenido que tomar repentinamente un vuelo a Ámsterdam: el abuelo se ha puesto muy enfermo.

«Coronas de diamantes y rubís con finas agujas de platino en su interior para tus pechos, para coronarlos. Que las areolas y los pezones asomen por encima de toda esa riqueza con soberbia. Y lamer la sangre que manará suavemente por tu pecho y abdomen por cada embestida que pegaré en tu coño, agitando violentamente así tus tetas coronadas.
Te mortifico… Te odio y te amo…»

La cabeza de su esposa cuelga del techo tal como le indicó aquel engendro, no la ha descolgado. A aquel ser le acompañaba el olor a descomposición de la carne. La fetidez de la maldad absoluta. Entró en el negocio familiar, saltó con tranquilidad sobre el mostrador de la tienda, tomó a su esposa por el cabello y con un hacha que sacó de la cintura del pantalón decapitó a Batiofi antes de pronunciar una sola palabra.
Como si hubiera entrado… No, simplemente irrumpió en su cerebro, lo obligó a no llorar, a no gritar. Se sintió sucio por dentro, quería lavarse la sangre.
Le bloqueó el alma y el cuerpo en una exhibición de hediondo poder.
Quería evadirse de ese horror absoluto que es estar prisionero en un rincón de tu propio cerebro.
Y prestó toda la atención del mundo a lo que 666 le exigió.

«Un espéculo bucal de acero con diamantes engastados para inmovilizar abierta tu boca y follártela.»

– Eres Guibor, el mejor orfebre de Tierra Santa. Lee este poema. Quiero que fabriques cada uno de los objetos que enumero. Si en dos semanas no lo has conseguido, decapitaré a tus hijos en la escuela, en hora de recreo, ante todos los primates. Y luego te arrancaré la piel del cuerpo y no dejaré que te desmayes. Pregunta a tu Yahvé, si no me crees.
Y toda la familia os pudriréis de dolor y miedo en el infierno. Y el infierno soy yo.
Y soy eternidad. No habrá descanso a vuestro dolor y sufrimiento.

«Un fino cilindro de plata labrado en basto para llenar tu ano palpitante cuando gozas.»

Guibor observa aterrorizado el 666 escarificado en carne viva y siempre sangrante en el antebrazo de Satanás.

«Gruesos cordones de platino ceñidos a tus muslos y sujetos a cadenas y argollas de titanio placado en oro, para que no puedas cerrar las piernas, para que el agua de tu coño corra libre en todo momento.
Pornográfica y suciamente abierta a mí.»

– Puedes fundir todo este oro y platino y usar las piedras necesarias. Son viejos tesoros, algunos con miles de años de antigüedad -le dijo 666 dejando sobre el mostrador una vieja mochila de lona repleta de joyas.

«Una pinza de oro en el clítoris para aislarlo y sensibilizarlo. Y desesperes cuando sople en él todo mi deseo y toda la maldad que te ama.
Una máscara de plata esmaltada en negro. Con los ojos ciegos para que no puedas ver los abusos que cometo en tu cuerpo y en tu mente.
Una jeringuilla damasquinada para que el dolor se convierta en libidinosa paranoia. La clavaré en una de las palpitantes venas de tus pechos coronados y la heroína y YO seremos sangre hirviendo en tu coño, pulsando con dureza en tus pezones.
Y yo… Yo me estrangularé el pene con una vieja cadena sucia y oxidada hasta casi gangrenarlo, cuando escupa mi semen en tu boca abierta sin piedad.
Esta es la riqueza y el placer que te prometí. La que te ofrezco con el glande dolorosamente henchido de sangre.»

Te quedarás con lo que sobra y tú y tus hijos Idan y Jadash conservaréis la vida. Es el precio de tu trabajo.

La Dama Oscura se golpea el clítoris con cada palabra que 666 recita de su Oda a la riqueza y al placer negro.
Con los dedos separa los labios de la vagina y orina ante los pies de 666. Toma de un clavo de la pared de la cueva un antiguo aro de hierro de una cámara de tortura inquisitorial y lo cierra en el bálano duro de su Ángel Caído.
666 ruge con una ira feroz y con él, hacen coro con bramidos de terror las almas condenadas que padecen eternamente en el infierno; creando así el más espantoso de los coros que cualquier criatura creada por Dios pueda soportar.
Porque las almas temen que un nuevo dolor se sume al que padecen.
Si pudieran morir…
Toma con violencia la negra cabellera de la Dama Oscura y la obliga a mamársela.
Ella vomita y él eyacula.

Guibor llorando y soportando el dolor de la muerte de Batiofi, se apresura en su trabajo con la esperanza de salvar la vida de sus dos hijos.
A pesar de que Yahvé, mediante el ángel Etienel, le comunicó que 666 los matará y arrastrará sus almas al infierno.
Y Guibor pensó entonces que no tenía otra cosa que hacer antes de morir.
Y en porqué su Dios no los salvará.
La verdad le ha sido revelada y en silencio clama la blasfemia: porque el verdadero Dios es 666.
Su credo se ha venido abajo. Todas las promesas y amenazas que le inculcaron se han quedado tan muertas como los ojos de su amada Batiofi cuya cabeza decapitada se balancea sin ser necesario y su rostro ya putrefacto, parece vivo de sufrimiento.

666 sentado en su trono de piedra, acaricia distraídamente el monte de Venus rasurado de su Dama Oscura que reposa con desidia en sus piernas.

Es la noche del decimotercer día. Guibor envuelve los objetos fabricados y los coloca dentro de la mochila con una Estrella de David rota, bajo la cabeza de su esposa.
Sube a la habitación de los niños y los mata de un tiro en la cabeza. Luego se mete el cañón de la pistola en la boca y es el fin del mundo.

666 sonríe, su encargo se ha realizado con puntualidad.
– Mañana te coronaré con semen, placer y sangre Emperatriz del Infierno, mi oscura puta.
Ella sonríe y aprieta sus muslos excitada.

Siempre sangriento: 666
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Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

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En Telegramas de Iconoclasta.

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Foto reflexión en Realidades Truncadas.

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Me observa resoplar desde el borde de la cama. Hago abdominales y su mirada me distrae y pierdo la cuenta de las repeticiones que llevo.
No importa, los músculos están dolorosamente contraídos. Le pregunto si le parece bien que descanse. Responde que no le importa. Dice que por mucho que me observa no encuentra mi humanidad, que soy bestia.
Estoy de acuerdo, aún así, me lavaría sangre y venas para borrar cualquier rastro de hombre.
Comienzo una serie de flexiones y él sigue buscando en mí.
Es un buen silencio el de esta caverna.