¿Se puede brindar por los no natos?
Porque por ellos sí que vale la pena una sonrisa.
Una sonrisa triste y rasgada como un vientre acuchillado.
Como una garganta cercenada que no sabe que ríe.
Y solo sangra.
Los que no nacieron, nada pudieron hacer.
No molestaron.
Es absurdo, tanto como creer en hombres con alas, centauros y unicornios.
Los que no nacieron, sus restos, vagan por alcantarillas. Sus sórdidos ataúdes son condones sucios y apestosos.
Brindo por los no natos y su absoluta inocencia.
Brindo por su triste falta de oportunidad.
Y por los que salieron de su madre y murieron al nacer, sin siquiera abrir los ojos y recibieron muertos el abrazo maternal.
Pálidas tetas plenas de leche no encuentran un bebé donde vaciarse.
Y lloran en blanco.
Es un terrible brindis; pero sincero y duro como la muerte.
Penes tristes y goteantes de cadáveres en láctea suspensión, condones rotos, tetas inconsolables y vaginas que supuran la esterilidad de un semen que no llega a donde debe, son los invitados a la fiesta de los no natos.
Nadie soplará velas porque no hay.
No son necesarias, nadie quiere la vergüenza indigna de soplar a lo que no nació.
Nadie puede soñar con ángeles y unicornios cuando el coño trémulo y cansado ha parido un cadáver.
Un brindis por todas las penas, las que no nacieron.
Iconoclasta