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A primeros de enero de 1903, Adolf tenía catorce años, era un adolescente de gesto lánguido. Muy pasivo y temeroso de su padre.

 

Adolf era casi venerado por la tarada de su madre y el cerebro estropeado de su hermana Paula; nadie más lo soportaba. Su presencia en la escuela y en las reuniones familiares provocaba una antipatía innata.

 

La casa estaba decorada con motivos navideños, el árbol lucía cerca de la chimenea y el viejo Alois estaba demasiado borracho como para estar despierto en pleno mediodía. Ya era un elemento innecesario, su trabajo de estropear la mente y la autoestima de su hijo había llegado a su fin. Klara y sus hijos se encontraban en la plaza del ayuntamiento de Leonding, comprando comida y regalos en la feria ambulante.

 

La Dama Oscura se acostó en la cama, junto a Alois y su elegante bigote, sacó su daga de la liga del muslo derecho y la introdujo en su oído lentamente. El viejo sacó la lengua de dolor ya que estaba demasiado podrido para gritar, aún así le tapé la boca con la mano y le hundí mi puñal en los intestinos.

 

—Ya no sirve para nada, Sr. Hitler. Es hora de morir.

 

Intentó hablar, pero sus ojos se cerraban con fuerza ante la daga que le estaba destrozando el oído, el cuchillo clavado en el vientre era una caricia comparado con aquello.

 

Pero cuando el cuchillo se mueve hacia los genitales cortando todo lo que encuentra a su paso, el dolor se convierte en una obra de arte de insoportable impacto. Y con ese arte abrí su paquete intestinal, el viejo austríaco tuvo un honor que pocos se han ganado. Metí las manos y saqué sus tripas para ponerlas a un costado. Esto no mata a ningún mono inmediatamente; da tiempo a que sufra mucho.

 

Los viejos no gritan con fuerza, es una lástima; pero tienen un lamento cansino que me incordia mucho y le metí un trozo de intestino en la boca como mordaza.

 

La Dama Oscura se aseguró de que la daga quedara firmemente alojada en el oído y salió de la habitación para dirigirse al salón. Fueron unos minutos que yo usé para castrar al viejo. Volvió con las manos cargadas de bolas de adorno del árbol y las metió todas en el hueco que dejaron los intestinos. En el montón que formaban sus tripas, clavamos con un alfiler la estrella de la anunciación. Un par de piñas con un lacito rojo quedaron entre sus piernas, donde deberían estar sus cojones de machote reproductor. En la tetilla izquierda le grabé con el cuchillo una cruz con los maderos quebrados como la que le tallé a Adolf en la nuca. El centro de la cruz era el pezón cortado en cuatro trocitos, se meó miserablemente cuando se hundió el cuchillo en el pezón.

 

Quedó precioso para celebrar la epifanía de los Reyes Magos, y con el frío que hacía, es posible que aguantara tres días sin oler demasiado mal.

 

Abrí mi boca, la pegué a la suya y aspiré su alma a pesar del asco que a veces me dan los primates; también puedo ser delicado. La Dama Oscura observaba fotos y cosas del cuarto distraídamente.

 

Tardó veinte minutos en morir.

 

La Dama se había puesto caliente, hirviendo. Vestía una capa roja con borde blanco, típico de navidad, debajo no llevaba nada, más que unas botas altas hasta las rodillas.

 

Me senté en la mecedora de Alois y rompí los apoyabrazos. Levantó la capa hasta su vientre con una sonrisa traviesa, se sentó empalándose con mi pene y esperamos tranquilamente a que llegara el resto de la familia.

 

Apoyaba sus muslos en los míos y yo le daba impulso a la mecedora. El resultado fue apoteósico, mi pene se hundía en ella, sus pechos se agitaban tranquilamente y mis cojones hirviendo recibían el frescor de aquel ambiente. Su clítoris sobresalía con dureza y la castigaba por vanidosa con fuertes palmadas en la dilatada vulva.

 

Breves miradas al cadáver de Alois me excitaban más aún y entre los jadeos de mi Oscura, sentía las voces de tantos torturados y muertos. De todos los primates que aún me quedaban por matar. Mi placer se incrementaba con cada caricia que aquel coño suculento me hacía, con las tripas apestosas del viejo Alois infectando las navidades en aquella parte del mundo. Imaginé a Dios masturbándose y llorando ante la vagina de mi Dama que subía y bajaba rítmicamente plena de mí.

 

Abrieron la puerta de la casa.

 

— ¡Papá, ya hemos llegado! ¿Tienes hambre? —gritó Klara alegremente acercándose hasta la habitación —su voz se había hecho fea y su caminar denotaba cierta cojera. La sífilis es silenciosa e implacable.

 

—Te hemos comprado unos cigarrillos de importación —la voz de Adolf había cambiado, era más grave, aunque continuaba siendo ridículamente chillona.

 

Paula reía correteando. Todos se dirigían a la habitación del macho.

 

Cuando abrieron la puerta y nos vieron follando en la mecedora el silencio cayó como una losa sobre sus cerebros de simples primates.

 

Nosotros continuamos con nuestra cúpula, mugí como un toro al eyacular y la Dama Oscura se clavó las uñas en las mejillas haciéndose heridas por el placer que la poseía.

 

Cuando nos calmamos, se levantó. Su coño dejó caer mi semen al suelo y un pequeño río viscoso se deslizaba por sus muslos. La familia Hitler, lo observó todo en alta definición y tridimensional. Klara protegía a sus hijos tras de sí que lloraban y gritaban queriendo huir de allí.

 

Acabé de consolar con caricias la excitación que provocaba aún espasmos en mi pene, saqué mi cuchillo clavado en mi espalda y les sonreí.

 

—Papá ha muerto, podéis usar sus tripas para haceros una buena frittatensuppe, para el día de reyes sería perfecto. Personalmente me ha dicho que os de una buena lección porque sois un poco indisciplinados y sobre todo, Adolfito, a ti te la tiene jurada. Aún te es difícil leer con claridad, a los catorce años, todos los chicos de tu edad leen sin tener que silabear. Durante un rato voy a ser vuestro tutor y dejaros el mensaje de Don Alois bien inculcado.

 

— ¿Por qué no nos deja en paz? Ya nos ha hecho mucho daño —lloraba Klara.

 

Adolf era tenía la estatura de su madre, que no era muy alta; pero era notable lo que había crecido desde la última vez que lo vi. En aquel entonces, un primate de catorce años ya aparentaba ser un hombre de veinte.

 

La cara regordeta de Paula estaba sonrojada por el frío y húmeda por las lágrimas. Sus manos se aferraban con fuerza al vestido de su madre.

 

Me puse en pie y tomé el cinturón del pantalón del primate muerto.

 

—Desnúdate, Adolf.

 

— ¡Noooo! No lo toques hijo de puta —gritó abalanzándose sobre mí Klara.

 

La Dama Oscura puso un pie para hacerla caer, le di una patada en la cabeza y quedó desorientada. Paula salió corriendo y la Oscura la alcanzó en la puerta, intentado salir a la calle, como no dejaba de gritar, le quitó el lazo rojo del pelo camino de la habitación y la estranguló hasta que su cara se puso amoratada, la dejó caer al lado de su madre. Por un momento creí que había muerto y sonreí a mi Dama Oscura con amor; pero la mona seguía viva…

 

Adolf se estaba desnudando deprisa. Cuando se bajó los calzones, mostró un pubis muy poblado de vello negro y casi oculto entre él, un pene circuncidado muy toscamente.

 

—Eres todo un hombrecito ya. ¿Sabes que los judíos también tienen su pene descapullado, es algo que tendrás que ocultar, ya me entenderás. Ahora quiero que me digas cual es mi nombre —me acerqué y le azoté no sé cuantas veces con el cinturón.

 

En algún momento se derrumbó en el suelo y cuando observé al mono, su espalda y su costado izquierdo estaba sangrando, faltaba piel en algún sitio.

 

La Dama Oscura había amarrado los pies y manos de Paula y la había acostado desnuda al lado de su padre muerto.

 

A Klara le había subido el vestido y arrancado las bragas, su culo delgado se agitaba con el llanto.

 

Aquella visión aplacó mi ira.

 

— ¿Cómo me llamo?

 

— ¡No lo sé, no lo sé! ¡No me pegue más! —se encontraba tumbado del lado derecho y sus rodillas encogidas contra el vientre, cubriéndose la cara.

 

Yo nunca obedezco a un primate, así que me ensañé con su muslo izquierdo hasta que sangró también.

 

—Soy 666.

 

—666 —repitió hipando.

 

— ¿Cuánto es seis por seis?

 

No respondía, solo lloraba. Tuve que sacarle las manos de la cara, tirar de su cabello para levantarle la cara y cruzarle la cara con el dorso de la mano. Sus labios se partieron a la primera hostia que le di.

 

—Me cago en Dios… Sino respondes te destripo, primate de mierda.

 

No se puede ser amable con las bestias, primates y el resto de animales funcionan igual: paliza o premio.

 

—Diez… Dieciocho…

 

La Dama Oscura lanzó una carcajada y clavó su daga en un glúteo de Klara que aulló de dolor.

 

—Mi 666… ¿Éste tarado va a ser el führer? ¿Quieres que le haga una lluvia dorada a tu hijo, Klara? A lo mejor se le despierta un poco el cerebro.

 

Volví a darle una buena paliza con el cinturón, duró unos cuantos minutos.

 

—Estás matando a mi hijo… —gimoteaba Klara con una voz cada vez más ronca.

 

—Arráncale la piel mi Dios Negro —susurraba la Dama con su capa abierta.

 

Paula se había caído de la cama intentando desatarse y su nariz sangraba.

 

—Treinta y seis, subnormal. Seis por seis son treinta y seis… —gritaba mientas lo azotaba una y otra y otra y otra y otra vez.

 

Se estaba vaciando de sangre, sangraba por tantos sitios… Una oreja se había rasgado y le colgaba ligeramente. Ya no lloraba.

 

Invadí su mente y no lo dejé desmayar, tenía que sufrir.

 

— ¿Treinta y seis por seis?

 

— Ciento dieciséis —respondió.

 

Quedé dudando un momento, tal vez había contado los cintarazos que le había dado solo en la espalda. Tal vez estaba confundido, tal vez… Sentí ganas de decapitarlo lentamente, cortando con calma su fino cuello de adolescente.

 

Suspiré con paciencia y me encendí un cohíba que llevaba en el bolsillo de la camisa.

 

—Ata a la cerda, porque este idiota aún no tiene muy claro lo que es multiplicar y me tienes que ayudar.

 

La Dama ató los pies y manos de Klara haciendo tiras las bragas que le había arrancado.

 

Tomé a Adolfito por las axilas y lo puse en pie manteniendo sus brazos por encima de la cabeza con mi presa.

 

—Mi Dama Oscura, dile, enséñale cual es el resultado de treinta y seis por seis.

 

Cogió el cigarro de mi boca, se arrodilló en el suelo frente a los genitales de Adolfito.

 

— Son doscientos dieciséis. Doscientos dieciséis —dijo quemándole el meato con la punta del cigarro.

 

Es curioso de donde sacan las fuerzas los primates cuando les aplicas dolor… Pareciera que ya no podía ni respirar; pero el grito que lanzó nos hizo daño en los tímpanos. Su madre parecía una foca intentando reptar con su barriga por el suelo en busca de su hijo y la pequeña Paula lanzó un grito tan fuerte que me irritó al punto de destriparla desde la garganta hasta los intestinos. Son cosas que puedo hacer, y de hecho hago, con suma facilidad.

 

Luego, la Dama se metió aquel pene ridículo en la boca y le apagó las briznas incandescentes que quedaron prendidas en el glande.

 

Se acabó la lección.

 

Besé a mi Dama en la boca y le metí los dedos en la raja, la tenía húmeda de nuevo.

 

Colocamos a los hermanos juntos apoyados al pie de la cama, frente a su madre para que vieran el espectáculo.

 

Me tumbé encima de Klara y le penetré el ano. Aferraba su cabello con una mano y con cada embestida, le estrellaba la cara contra el suelo de madera.

 

La Dama Oscura azotó la cara de Paula hasta que comprendió que no tenía que gritar. Con siete años, a pesar del trozo de cerebro que se le había estropeado recién nacida, era más inteligente que su hermano Adolf.

 

Yo ya me había corrido y le metí el pene en la boca para limpiarlo de mierda, luego me acerqué hasta la pequeña Paula.

 

—Esto no ha acabado aún —dije metiendo la mano bajo su vestido de terciopelo azul marino para acariciar su infantil vagina ante su madre.

 

—Moriréis cuando sea mi volición, cuando a mí me apetezca. No os olvidaré jamás mientras estéis vivos. Y cuando estéis muertos, os espera una eternidad de sufrimiento.

 

Le di una bofetada a la niña, a Adolf le besé la boca y le mordí los labios.

 

La Dama Oscura metió en el ano de Klara una vela roja y la encendió.

 

Nos reímos e hicimos un par de comentarios jocosos respecto a la familia Hitler y salimos de aquella casa para ir a comer un par de lágos cubiertos de carne picada y salsa de tomate en el mercado del ayuntamiento.

 

En 1905 vendieron la casa, ninguno podía olvidar lo que ocurrió dos años atrás.

 

Se trasladaron a la capital de la provincia de Leonding, Linz. Era una ciudad mucho más grande y poblada. Allí pasaban desapercibidos de tantas muertes y asaltos. No había vecinos que los incordiaran con sus preguntas, pésames y recuerdos.

 

7

 

Europa estaba hirviendo: coaliciones de franceses y alemanes por seguir con el control de Marruecos. Grecia, Bulgaria, Serbia, Montenegro, Rusia, Turquía… Todos esos países estaban gestando el ambiente ideal para una gran guerra y eso era bueno.

 

En las guerras ganan los más idiotas, es una condición que impuso Dios, lo mismo que la virgen se aparece solo a los tontos.

 

Y ahí, en medio de ese caos, el pequeño Adolfito, florecería como retrasado mental igual que un hongo en los excrementos.

 

En 1907 ya estaban todos aquellos países completamente ocupados en la preparación de la guerra, aunque muchos no lo supieran.

 

Y claro, la familia Hitler no era muy lista, no tenía suficiente capacidad intelectual para ver lo que se avecinaba. Además, estaban obsesionados conmigo. Por ello Adolfito, con dieciocho años, por fin había aprendido la tabla de multiplicar del seis, aunque ya no iba a la escuela.

 

Y no iba a la escuela porque la Realschule lo había expulsado en 1905 sin darle ningún título por su bajo rendimiento, era tan mediocre como repulsión causaba su trato en docentes y amigos. Solo obtuvo el certificado de estudios primarios.

 

Así que me propuse que 1907 fuera su año, que dejara de vivir cobijado bajo las tetas de su madre y su pensión. El mono no hacía nada en todo el día más que pintar. No conocía el trabajo ni el esfuerzo. Toda aquella apatía y vagancia era alentada por la madre que tanto lo amaba. Eso se lo iba a solucionar yo muy pronto.

 

Comenzaría su gran año para formarse como hombre independiente y convertirse en la mierda que sería años más adelante: el líder del Tercer Reich. Una vergüenza para los primates, ya que si alguien como ese mono llegaba al poder, era el indicativo de que la humanidad estaba realmente agusanada. Eso sí, fue mi preferido durante aquel tiempo, mi primate mimado: mató tantos millones de circuncidados y otras clases de primates de segunda clase, que por un tiempo pensé (me ilusioné, ya que a veces soy un alma cándida a pesar de todo; pero que no se fíe nadie) que Dios había muerto.

 

Linz, al noroeste de Viena, es una gran ciudad y gran centro económico de la región, con la pensión y la herencia de Alois, lo que quedaba de los Hitler, vivía holgadamente. Era un buen lugar, con un alto nivel de vida, nada parecido a Leonding y sus cuatro casas mal repartidas y las calles llenas de barro. Mi Dama Oscura y yo paseábamos por el centro de Linz y nos dirigíamos hacia el bloque de apartamentos donde vivían. El apartamento era grande, de altos techos como todo edificio modernista, los techos artesonados con escayola y las puertas altas y recias con abundantes cristaleras.

 

Eran las cuatro de la tarde del 21de diciembre, el portero nos preguntó a donde nos dirigíamos y nos indicó que vivían en el 3º C.

 

Paula Hitler abrió la puerta y se quedó muda de terror al vernos. Tenía once años y empezaban a abultar unas pequeñas mamas que aún no requerían sostenes.

 

Me agaché y la besé en la boca.

 

— ¡Feliz navidad, familia! ¡Heil a los Hitler! —bromeé sin que entendiera lo último.

 

Klara se asomó al pasillo, había reconocido mi voz, se metió en la cocina para pedir ayuda a través de la ventana del patio, cojeaba ya notablemente y sus manos temblaban descontroladamente. Corrí hacia ella tirando a Paula al suelo, en la cocina la arranqué de la maneta de la ventana que estaba abriendo y la golpeé en la cabeza con un mazo del mortero. Se cascó su cráneo, la sangre brotaba a borbotones mientras se convulsionaba, temí que muriera demasiado pronto; pero era solo conmoción cerebral. Pude ver que también había perdido los incisivos superiores e inferiores por la sífilis.

 

Paula venía llorando dócilmente de la mano de la Dama Oscura. Al ver a su madre en el suelo sangrando se sentó a su lado en silencio.

 

—Aún no está muerta, no es el momento de velarla.

 

Arrastré a Klara por el suelo hasta su habitación, la subí a la cama y la desnudé. Sus piernas estaban un tanto torcidas, los dedos de los pies contraídos por el daño neurológico.

 

La Dama Oscura se había sentado en un silloncito con Paula en sus piernas, le acariciaba sus prominentes tetitas a punto de desarrollarse.

 

— ¿Dónde está tu hermano?

 

—Dibujando en el Ayuntamiento Viejo.

 

—Lo vamos a esperar —respondí.

 

—Pronto serás mujer —le dijo al oído la Dama Oscura, mirándome con malicia. — ¿Ya te has tocado?

 

—No —respondió con un hilo de voz.

 

— ¿Seguro que Adolf no te ha tocado ya?

 

—No —respondió de nuevo llorando.

 

La hizo bajar de sus rodillas, se subió la falda larga y negra y le mostró su vagina depilada, de labios sobresalientes brillantes y húmedos.

 

Klara comenzaba a despertar e invadí su mente para inmovilizar su cuerpo. Su pelo se había apelmazado con la sangre que empezaba a coagular y olía mal. Siempre huele mal la sangre de primate.

 

Mi Dama separó las piernas y se abrió la vulva con las dos manos.

 

— ¿Tu hermano te toca aquí? —se tocó el clítoris suavemente con un dedo y sus ojos se cerraron de placer.

 

Paula corrió a la cama de su madre para echarse sobre su pecho. La arranqué de allí y la tiré al suelo frente a la Dama.

 

— ¿Tal vez te hace esto? —se metió el dedo corazón en la vagina, un filamento de fluido se desprendió hasta el suelo, sentí que la boca se me hacía agua.

 

Paula estaba atenazada de miedo y vergüenza, se pasó las manos por los mini pechos.

 

— ¿Adolf te toca ahí? ¿Solo eso siendo ya todo un hombre?

 

— ¿Quieres tocar mis tetas para saber lo que tu hermano busca de verdad?

 

Paula sacudía la cabeza negando cuando la puerta de la casa se abrió.

 

— ¿Mamá? Ya he llegado —era Adolfito.

 

Sus pasos sonaron hasta la cocina, se detuvo un instante mirando la mancha de sangre en el suelo y luego llegó a la habitación, traía una carpeta con dibujos bajo el brazo. Se le cayó al vernos y reconocernos desparramando una acuarela y un par de bosquejos a lápiz de algún edificio.

 

— Adolf, tenemos que hablar seriamente de tu educación, no puedes estar viviendo siempre de la teta de tu madre. Te has de hacer independiente, tener tus propios medios de vida. Follar con mujeres y no limitarte a masturbarte tras tu caballete en la calle o tocarle las tetas a tu hermana. Tu madre no va a vivir siempre, es más va a morir ahora mismo.

 

—Tócala antes de que la mate.

 

Se le llenaron los ojos de lágrimas, se acarició el pelo de la sien y dijo:

 

— No me hagan daño.

 

—Toca a tu madre te he dicho.

 

Adolf se acercó a la cama, su madre no podía ni mover un músculo. Pasó su mano temblorosa y tímida por los pechos y los pezones se erizaron involuntariamente. Luego recorrió su vientre para llevar la mano hasta el poblado monte de Venus donde hundió los dedos y perdió la noción del tiempo. Su boca temblaba.

 

—Con lo tarados que sois los Hitler, me hubiera gustado que tu madre viviera para que gozarais de unas orgías, cosa que ocurriría en cuanto a tu hermana le viniera la regla; pero dado tu carácter pasivo y holgazán, esto no será posible.

 

— ¿Te has masturbado hoy con las niñas que salían de la academia del Ayuntamiento Viejo? —preguntó la Dama mostrándole sus pechos y su sexo desflorado.

 

Adolfito no respondió, se quedó mirando fijamente el monumental cuerpo de la Dama Oscura.

 

Giró la cabeza cuando oyó el primer golpe, como una especie de azote: con el plano de mi puñal, golpeé con fuerza un pecho de su madre.

 

Sin prisas seguí golpeando un pecho y otro, no produje un solo corte. Klara se retorcía de dolor a pesar de mi control, aunque no podía gritar. Se había formado un hematoma tan importante bajo la piel, que formaba una bolsa líquida oscilando temblorosamente con cada golpe. Tenía un cáncer en el pecho izquierdo y fue el primero en el que reventó el pezón. Con tres golpes más, el otro pezón se abrió. La sangre acumulada en ambos pechos formó un manantial rojo en cada pezón que se deslizaba tranquilo hacia el vientre y por las costillas.

 

—Bebe de ahí, Adolf.

 

Tomó un candelabro de la mesita de noche e intentó pegarme con él, una de las pocas cosas de valor que hizo a lo largo de su vida; pero no lo hizo para proteger a su madre, lo hizo para evitar su dolor, su próximo tormento.

 

Le golpeé en la boca del estómago con la suficiente fuerza para provocarle una leve hemorragia interna, se le escapó por la boca un hilo de sangre cuando intentaba tomar aire con los pulmones colapsados por el puñetazo.

 

La Dama Oscura acariciaba a Paula, de nuevo sentado en sus rodillas, aunque la había desnudado de cintura para arriba y le acariciaba los incipientes pezones que a mí no me decían nada. Los primates jóvenes no me inspiran nada más que deseos de descuartizarlos, prefiero follar a las hembras bien desarrolladas. Aunque no he de negar que de vez en cuando, un coño infantil reventado es una delicatesen. La piedad no la conozco.

 

Tomé por el pelo a Adolf y le planté la cara en los pechos destrozados de su madre.

 

—Chúpalos de una puta vez, coño —le dije pegándole en el trasero con el plano del puñal.

 

Liberé la mente de la madre, ya que la hemorragia casi la había vaciado y apenas tenía fuerza ya para respirar. Abrazó a su hijo mientras este succionaba de sus pezones tragando sangre y así murió la perra austríaca que tanto amaba a su hijo de mierda.

 

Arranqué a Adolf de sus brazos lanzándolo contra la pared. Abrí mi boca y cubrí la de Klara para aspirar su alma, mis dedos hurgaban su coño mientras su alma de asqueroso sabor se deslizaba por mi garganta.

 

Luego tiré el cadáver al suelo, lo que originó en Paula un ataque de histeria. La Dama Oscura le golpeó la cabeza con el candelabro que había dejado caer Adolf.

 

La niña cayó encima del cadáver de su madre, formando un cuadro de dramática belleza, hasta tal punto que la Dama Oscura hizo una foto con la cámara de turista que llevaba en el bolso.

 

Adolf estaba intentando detener la habitación que giraba en sus ojos y le abofeteé.

 

—Tu madre ha muerto. Ya eres un hombre, mono de mierda. Nos seguiremos viendo, no dejaré de visitarte hasta que estés muerto, primate de mierda. Vas a sufrir tanto, tus noches van a estar tan llenas de miedo… Y sabes, querrás ser tu el que provoque el terror. Eres tan simple, cabrón… —y le escupí en la cara.

 

Me saqué el cinturón y le di tal paliza que le hice jirones la ropa.

 

—No me pegue más, por favor, no me pegue más… —lloriqueaba antes de entrar en shock.

 

La Dama Oscura se colocó frente a él, se llevó una mano al coño y dirigió su chorro de orina hacia su cara.

 

—Tu madre ha muerto ¿qué haces durmiendo? —le dijo la Dama Oscura cuando abrió los ojos ensangrentados, el cinturón había herido cada centímetro de su piel.

 

Arranqué a Paula del cadáver de su madre, le di unas leves bofetadas para que despertara y le enseñé un par de bocetos al carbón que llevaba Adolf en su carpeta: eran dos niñas desnudas, arrinconadas tras los setos de un parque en un atardecer, en ambas lloraban con sus manos entre las piernas, con los dedos manchados de sangre. La única diferencia es que una era de pelo largo y otra de pelo corto.

 

—Cuídate del pederasta que tienes por hermano. Le gusta que lloren, que le tengan miedo.

 

La Dama Oscura se arrodilló para darle un tierno besito en su imberbe monte de Venus y yo le di una patada en el costado derecho que de nuevo la hizo caer de bruces entre las tetas ensangrentadas de su madre.

 

Yo ya estaba aburrido de aquellos primates de mierda aquel día.

 

Llegamos a mi oscura y húmeda cueva sin escalas, directos al infierno.

 

8

 

Ya había modelado totalmente el pequeño cerebro idiota de Adolf, su madre ya no le podía dar autoestima alguna y se encontró en un mundo en el que todos los primates lo rechazaban por su carácter apocado, timorato e introvertido. Ningún mono soportaba tener cerca a Adolf, no tenía amigos de ningún tipo. Su único contacto social fue con tres niñas de doce y once años que violó en los arrabales de la ciudad al atardecer, cuando las sombras son duras e impenetrables.

 

Durante unos meses vivieron juntos los hermanos en el apartamento. A Paula le vino la regla a los dos meses que asesiné a su madre. Adolf la espiaba en el baño, en la habitación cuando se desnudaba; cuando se sentaba en el sillón miraba su entrepierna y su erección se hacía dolorosa. Hasta que una noche Paula despertó con el peso de su hermano en su pecho y su pene duro abriéndose paso entre su vagina. Logró zafarse y salir a la escalera para pedir ayuda a los vecinos.

 

Adolf tuvo que irse a Viena por el escándalo que montó Paula. Allí intentó acceder a la universidad de Bellas Artes, pero no pudo superar el examen de ingreso.

 

Mientras tanto vivía de la herencia de su madre y de la mitad de la pensión que compartía con su hermana. Insistió en pintar y en seguir abusando de niñas durante unos meses más. A finales 1908, recopiló todos sus dibujos y los presentó en la Academia de Bellas Artes de Viena, esta vez tras examinar su obra, no le dejaron ni realizar el examen.

 

El dinero ya se había acabado y apenas conseguía algo haciendo postales para turistas.

 

Y llegó el momento de vagabundear, de entrar en contacto con emigrantes de todo tipo, con mendigos. Le robaron, lo rechazaban en los grupos. En los albergues sociales comía mierda con pan, igual que los inmigrantes más pobres.

 

Las mujeres no lo soportaban, sus relaciones sexuales se basaban en abusar de niñas y en algún pago a alguna puta cuando estaba demasiado borracho.

 

Precisamente, mató a esa puta con una botella de vino de la marca Heurige rellenada con anís de la peor calidad: la zorra primate se burló de su pene mal circuncidado.

 

— ¿Eres un maldito judío, querido Adolf?

 

En aquella habitación de una fonda casi en ruinas le golpeó el cráneo hasta que los sesos se desparramaron por el suelo. Estaba borracho; sereno era demasiado cobarde para hacer semejante heroicidad. Hasta tal punto era apático, que la botella no se rompió por lo débiles que eran sus golpes.

 

Las putas muertas no llamaban la atención de nadie en Viena y no se investigó el crimen.

 

Es en 1909, tras una paliza que le propinaron unos inmigrantes polacos bajo el puente en el que durmió una noche, cuando se empapa de panfletos fascistas y racistas, la única lectura a la que tenía acceso. El enfermero que le curó las heridas en el hospital era un ferviente discípulo de un retrasado mental con sueños de mesías: un tal Liebenfels, un racista que hablaba de la gran raza aria y del resto de las razas inferiores que eran simiescos. Y el enfermero le obsequió con un pequeño libro mal impreso de las teorías de su admirado imbécil.

 

El tarado de Liebenfels tuvo suerte de ser un don nadie y que no le hiciera una visita como a Adolf, porque le iba a enseñar que todos los humanos son primates y se lo enseñaría arrancándole los pulmones con una varilla de paraguas.

 

Hitler ya era un hombre, con sus veinte años, ya estaba germinando en su minúsculo cerebro su reinado de la miseria y la estupidez primate; pero era tan inútil, que pasó hambre, más que cualquier inmigrante analfabeto en Viena. Sus únicas lecturas de frustrado seguían siendo las mesiánicas y fascistoides publicaciones que le regalaban en mítines y reuniones de fracasados muertos de hambre y con las que luego tenía que limpiarse el culo tras cagar.

 

Antes de que cumpliera los veinticuatro, tuve un encuentro con él. Estaba escuchando un discurso fascista en la plaza del parlamento. Viena empezaba a ser un lugar peligroso para la democracia, cosa que a mí me sudaba la polla y me parecía bien, porque la única libertad que tienen los primates, es la dirección en la que han de correr para escapar de mí y librarse de ser descuartizados.

 

—Hola Adolfito —le saludé presionando mi puñal en su espalda.

 

— ¿Quién coño eres? —dijo con odio girando la cabeza hacia mí.

 

Cuando me reconoció, se meó en los pantalones, y yo suspiré con paciencia. Atravesé la ropa con el cuchillo y lo hundí en la zona lumbar, sin llegar a lesionar el riñón.

 

—Si gritas, si te mueves, lo acabo de clavar y mueres aquí bajo la polla de ese fascista. Escúchame bien, tarado: tan pronto como puedas, pásate a Alemania, hace tiempo que te están buscando aquí para obligarte a hacer el servicio militar. Y deja de mirar a las niñas con esa obsesión o te atrapará la policía y entonces sí que te mataré.

 

Se estaba poniendo pálido, sudaba copiosamente por el dolor y sus pantalones sucios y remendados se estaban ensuciando de sangre. Giré el puñal para abrir más la herida.

 

— ¡Que ningún polaco ocupe el puesto de trabajo de un austríaco y que ningún gitano pise nuestras calles! —vociferaba el político.

 

— ¿Seis por seis?

 

—Treinta… treinta… —no pudo acabar la frase, se derrumbó en el suelo como un pelele.

 

—Retrasado mental… —susurré mientras se le doblaban las piernas.

 

Pisé su mano derecha y le rompí los dedos con un fuerte taconazo.

 

A los veinticuatro años cruzó la frontera para entrar en Alemania y evitar el servicio militar austríaco, su estado era deprimente: apenas podía ya hablar y sufría una fuerte desnutrición. Era el año 1913 y la primera guerra mundial estaba a punto de estallar, yo lo sabía por los chismorreos de los ángeles maricones de Dios y porque conozco a los cochinos primates como conozco a Yahveh el imbécil.

 

En ese año Adolf recorrería por fin el camino directo para el que yo lo había preparado.

 

Pero estoy cansado, tal vez, después de que mi Dama Oscura me la haya mamado y me dé un paseo por Afganistán para violar y esterilizar a unas cuantas mujeres de talibanes, me sienta lo suficientemente relajado para recordar el resto de la historia del subnormal, de cómo llegó a ser un dictador que mató a muchos primates en muy poco tiempo y se hizo ídolo de una raza de ratas “arias” asfixiadas por la envidia, la pobreza y la ignorancia.

 

Mirad mi pene lubricado, esto es lo que me excita: la muerte masiva de los primates, el dolor en el planeta. Cataratas de sangre y vísceras…

 

Y los pechos duros de mi Dama Oscura.

 

Siempre sangriento: 666

Iconoclasta

1

La madre de Hitler era una zorra caliente que se lamentaba constantemente de la vieja y pequeña polla que tenía su marido, así que Yo la jodí algunas veces, y cuando digo jodí no me refiero solo a penetrarla, sino a hacerle “grande daño” ante el pequeño Adolfito en su infancia. A esa marrana austríaca le contagié la sífilis y de ahí su locura. Se le hizo la voz ronca y el cerebro mierda (aunque Dios el marica, ayudó previamente dotándola con unos sesos que tenían la misma consistencia que la sopa aguada).

Mientras el pequeño Adolf Hitler crecía, el mediocre inspector de aduanas que era el recto padre y marido, comíales el rabo a sus superiores en sórdidos despachos por conseguir algún puesto mejor en la administración.

Klara Pólzl era una puta en su coño y en su ano, pero en su enferma y deprimida mente, vivía, cagaba, vomitaba y se beatificaba por su hijo de mierda Adolf. No murió de cáncer de pecho a los cuarenta y siete años. Los monos historiadores mienten como bellacos cuando ignoran algo, le golpeé sus ubres con el plano de mi puñal hasta que de sus pezones manó la sangre. Le reventé las tetas más concretamente, no sintió dolor porque la sífilis le había podrido el sistema nervioso central. Al adolescente Hitler, le hice mamar esa sangre con mi puñal presionándole la nuca. Lloró de miedo; pero jamás por la muerte de su madre.

Tenía diecisiete años y era todo un fracasado en los estudios y en la vida social. Un paria al que solo quería su madre demente. Era el ser más cobarde de toda Austria.

Hasta los vagabundos lo maltrataban.

No fue mi primer contacto con Adolf, lo sodomicé ante su madre a los siete años y tuvo que llevar pañales durante dos meses; tenía tan reventado el ano que no podía contener la mierda de sus intestinos. Cosa ésta de la que se percataron sus compañeros de clase convirtiéndose así, en una de sus primeras y mayores frustraciones.

Desbaraté los designios divinos y empeoré el mundo. Conduje al triunfo a un enfermo y deficiente mental, convirtiéndolo durante unos años en el imbécil con mayor poder en la historia.

De hecho, el pequeño Adolfito Hitler, nació con un cerebro podrido, la basura de todos los cerebros. Yo corregí y mejoré lo que Dios había hecho y le di una larga y próspera vida. No murió viejo ni mucho menos; pero como era un subnormal, no hubiera durado mucho en el mundo siendo la mierda que era; estaba destinado a que un gitano le rebanara el pescuezo para robarle su abrigo.

El futuro führer, era hijo de un funcionario de aduanas de escasas luces y con menos cultura aún. El éxito de semejante subnormal en la administración se debió a lo mismo de siempre: toma al mono más idiota de todos, dale algo de cargo y te lamerá el ano. Joderá a sus compañeros y escalará a costa de trabajos ajenos. Lo que viene a ser un encargado o capataz en la escala primate.

Alois Hitler, el padre del tarado Adolfo, era el prototipo de primate sin cerebro que comía donde cagaba, pudo escalar por mendicidad un peldaño en la pirámide de una administración que se ahogaba en formularios y cargos intermedios que no servían más que para paralizar todo trámite; la arrolladora y kafkiana burocracia europea era el cáncer de la modernidad.

Ni sus estudios ni su capacidad intelectual le dejaron subir más en el escalafón. Como todo buen imbécil, era un buen reproductor; los primates que no son muy listos tienen unos testículos muy llenos para compensar el escaso peso de su cerebro. Tuvo nueve hijos con tres matrimonios.

Era un polla inquieta.

Los Hitler venían de una familia endogámica, que se cruzaban entre primos y sobrinos y la consanguineidad les dio porquería extra en sus cerebros piojosos.

Adolfito tenía la genética perfecta para que yo me cagara en su boca.

Aquel núcleo familiar era campo abonado para que yo me lo pasara un rato bien.

2

Cuando Dios se ríe como un retrasado mental, conteniendo la sonrisilla con la mano en la boca, es que va a hacer alguna estupidez de las suyas. Y comenzó por darle al pastor de cabras Alois Hitler, una desmesurada ambición en un cerebro meramente funcional y con menos creatividad que la de él, el Creador.

Luego, unos ángeles (de esos que enseñan el culo a su Todopoderoso y se lo dejan desgarrar por unas promesas vanas de subir al círculo superior) se dedicaron a buscar a la subnormal perfecta para el austriaco imbécil. A Klara la encontraron en una granja de Spital a punto de hacerle una mamada al perro que la acompañaba a pastorear. La llevaron a servir a la casa de su primo que no era ni más ni menos, que el estúpido almidonado de Alois, en el precioso pueblo de Braunau.

Cuando hay tanto movimiento de ángeles y ese Dios melífluo ríe demasiado, sabes perfectamente que hay entretenimiento asegurado jodiéndole sus designios divinos. Y en principio, Adolf Hitler estaba destinado a ser una muestra de la miseria humana, un hijo gris, desgraciado y apaleado por todos como muestra de lo más bajo que puede caer un primate; luego Dios le daría unos años de paz y prosperidad para morir a los treinta, con su cadáver en brazos de su madre, por ejemplo. Uno de esos dramas que tanto le gustan a Yahveh para poder lucir su piedad de mierda.

La Dama Oscura y yo nos dimos un paseo hasta Braunau. Allí se encontraba un mensajero de Dios cantando salmos encantadores para preparar los designios de su señor. Era un día despejado, a plena luz las fuerzas del Bien y el Mal nos encontrábamos hablando tranquilamente en una explanada verde frente a la casa de los Hitler, el sol comenzaba a ocultarse y los colores estaban saturados. Formábamos un cuadro surrealista en aquel paraje.

Era el ángel Azarías, un tipo con poco carácter, ideal para hacer todo lo que le ordenaran sin cuestionarlo.

— ¿Qué vais a hacer con esos endogámicos austríacos? —le pregunté metiendo con naturalidad los dedos en la vagina de mi Dama Oscura.

—Ha de sufrir, es gente sencilla que necesita vivir la oscuridad para luego renacer en Mi Señor y su Fe en estos tiempos difíciles en los que ya no se ofrecen oblaciones a Dios. Ha de morir el padre ahora mismo.

A mí no me parecía bien que ese primate sin cerebro y obsesionado por la rectitud, muriera, era necesario para humillar a su futuro hijo Adolf.

— ¿Y para eso tanta movilización divina? ¿Solo sufren y mueren ellos? No me jodas con esa mierda. Anda y lárgate de aquí o te arranco la piel y se la pongo a Dios de felpudo a las puertas de su cielo mierdoso —por un segundo guardé silencio, la Dama Oscura se estaba corriendo entre mis dedos.

Azarías continuaba salmodiando.

Amenacé de nuevo al ángel y mis dedos le salpicaron con la baba sexual.

—Ya he descuartizado a quince querubines, no quieras ser el próximo, porque va a ser doloroso y ese maricón dios vuestro no os ha preparado para soportar tormentos. Os quejáis por una pluma que se os cae.

Azarías entonó un cántico en arameo que hablaba de la gloria de Dios-Jahveh y levitó lentamente para subir al cielo. Yo sacaba mi puñal clavado verticalmente entre mis omoplatos. Es un momento de ligero dolor, cosa que es buena, porque cuando algo me molesta mi ira acobarda a todos los seres del universo. Me acerqué hacia el ángel maricón, di un saltito y le corté la femoral con mi puñal. Su sangre caía con elegancia desde su pie. Dejó de entonar su canto para gritar a Dios que se moría, movía sus alas con torpeza y rapidez. La sangre salía con una fuerte presión de su muslo y en poco tiempo se creó un charquito rojo en la verde hierba. Sus alas hacían un hermoso contraluz y los pezones de mi Dama Oscura estaban duros como piedras. Precioso…

—Idiotas —le dije con malhumor a mi Dama Oscura.

Ella me acarició los genitales y aplacó mi ira, era el año 1876.

3

En 1885 asistimos a la boda de Alois y Klara.

Alois había enviudado dos veces. Por supuesto, llamamos mucho la atención en aquella podrida iglesia de Braunau; yo no llevaba esos bigotes ridículos e iba con los brazos descubiertos; mi pasión por los grandes cigarros y la medida de mi espalda acabaron definitivamente por hacer las miradas hacia nosotros huidizas, los primates a veces tienen un instinto del peligro. Pero quien más llamaba la atención era mi Dama Oscura: vestía un pantalón de cuero negro ajustado y una blusa blanca abierta por debajo de los pechos, sin sujetador; en aquellos tiempos era tener un coño inmensamente bien puesto. La adoro.

Llamé la atención de Klara y sus claros ojos de idiota se posaron en mí y en mi bulto genital antes de recibir la alianza de su maduro marido. Estábamos de pie en el último banco, cerca de las puertas de la iglesia. Le saqué la lengua y oprimí con fuerza el pecho de mi Dama Oscura, ella deseó que hiciera con ella lo mismo, lo leí en su mente simplona.

Acudí a la casa de los Hitler a los cinco meses de la boda, Alois estaba viajando por las distintas aduanas del país.

Entré por el camino de grava, saludé con familiaridad al jardinero, llamé a la puerta y la sirvienta me dejó entrar sin problemas tras invadir su mente. Llegué a la habitación del matrimonio, ella estaba tomando leche caliente con galletas en la cama.

Estaba embarazada de Adolf.

—Primate de mierda… ¿Tú sabes lo que llevas en el vientre? Es un mono sin cerebro destinado a haceros sufrir con su mala salud, su deficiencia mental y su futura miseria. Es Dios quien lo quiere, pero lo voy a arreglar. ¿Verdad, puta primate?

Por toda respuesta gimió como una rata atemorizada.

—No me haga daño, estoy embarazada —y tocó la campanilla para que acudiera la sirvienta, no hubo respuesta.

Me encendí un cigarro, aspiré profundamente el humo hasta que me inundó los cojones y le di un puñetazo en los pechos. Aulló de dolor, sus ojos claros se humedecieron y enrojecieron. La saqué de la cama tirando de su pelo, le bajé las enormes bragas y se la metí sin más preámbulos en la alfombra de la alcoba. Primero lloró, luego se calló y después no podía dejar de gemir con cada embestida. Era tan simple y previsible…

Como estaba acostumbrada a ser mal follada a oscuras por su viejo marido, no vio mi glande cubierto por una llaga hedionda y purulenta. Era sífilis. Sentí el pequeño feto de Adolf sacudirse con cada una de las acometidas de mi pene por tan adentro que se la metía.

Ella no sintió orgasmo, el placer se le acabó cuando yo me corrí.

—No te vuelvas a preñar con ese funcionario de mierda, es un aviso. No es por celos, primate idiota. Es que no quiero que traigáis más repugnantes monos con vuestra genética al mundo. Estoy harto de mierda, de Dios y de vosotros; al fin y al cabo, es todo lo mismo. Y ni una palabra a nadie o no vivirás suficiente tiempo para pronunciar mi nombre: 666.

Volví a mi oscura y húmeda cueva silbando tranquilamente. “Si has de hacer un trabajo no envíes a ángeles idiotas, hazlo tú mismo”, le dije a Dios alejándome de la casa por el prado verde. Le había contagiado de sífilis y contaminado también el feto, había creado una expectativa de orgasmo en la retrasada y el miedo necesario para que me mamara el rabo en cada ocasión que yo se lo exigiera sin rechistar. Y todo eso en apenas media hora.

4

Adolfito nació en ese mismo año, en Passau, Baviera. La familia se tuvo que trasladar por motivos del trabajo de Alois. Son iguales que los chimpancés, siempre moviéndose y pariendo en todas partes.

Lo único que no me gustó es que Klara influyó decisivamente en su marido para trasladarse de casa, aquella violación que casi disfrutó la tenía un tanto obsesionada.

Así que en junio de 1896 con el patán de Alois ya jubilado se mudaron a una buena casa (buena y lujosa para un vulgar inspector de aduanas) en Leonding, en las afueras de Linz. Adolf Hitler tenía siete años.

Como a Jahveh, a mí también me jode que los monos tengan voluntad propia.

La Dama Oscura me acompañó en la visita a la familia Hitler. Lo cierto es que fui a pasarle cuentas a la zorra de Klara, se había quedado preñada desobedeciéndome y eso no me gustó nada. Las primates han de comprender que es mejor recibir una paliza de sus maridos que un castigo mío. Infinitamente mejor y menos doloroso.

El pueblo era más simple que la mente de un primate, cuatro casas mal repartidas y unas aceras estrechas. Todos esos lugares olían a mierda de cerdo y vacas.

La sirvienta era la misma, cosa que me aburría. Cuando llamé a la puerta, le corté la carótida como saludo y dejé que se desangrara en la calle. A las seis de la tarde, el recto varón estaba en la taberna emborrachándose y Klara se encontraba en el salón jugando con Adolfito a las damas. Su barriga ya abultaba bastante, era obvio que tenía un pequeño marrano creciendo en su interior. Se levantó tirando la silla al suelo al reconocerme. Adolf corrió hacia la puerta, pero se encontró con la Dama Oscura sonriéndole con una maldad escalofriante.

—Te avisé que no te quedaras preñada —le pasé el filo de la hoja por la barriga tras rasgar su bata, haciendo un fino corte en la piel que apenas sangró.

—Él me obligó, insistió. No pude elegir.

Mi Dama Oscura sujetaba por los hombros a Adolf que tenía una tendencia natural a la cobardía. Me repugnaba su pelo oscuro y escaso, sus ademanes de deficiente mental: tenía un tic en el ojo izquierdo que al cerrarlo le hacía torcer la boca frecuentemente y tendía a pasarse continuamente la mano por el pelo de la sien derecha.

Le bajó el pantalón y los calzoncillos y le obligó a poner el pecho en la mesa.

—No le hagáis daño a mi niño —gritó teatralmente Klara.

Me desnudé de cintura para abajo y me acerqué al culo del pequeño futuro fascista. Mi Dama, se acercó a Klara y la tranquilizó acariciando su dilatada vagina, yo invadía su mente para que estuviera quieta.

Adolf no hablaba, simplemente lloraba, estaba asustado hasta mearse. Sus piernas colgaban de la mesa. Le penetré y como una tela su esfínter se desgarró. Su grito resonó por toda la casa, como si tocaran las campanas a muertos. La sangre goteaba en mis zapatos, mi pene estaba rojo y excrementos. Mi mente se nublaba entre vapores rojos y gritos de dolor, es mi Maldita Paranoia. Extraje de mi espalda el puñal que llevo enterrado en mi carne y le hice una cruz con los maderos quebrados cerca de la nuca. Le dolía más el ano que el corte que le hacía, por ello no gritaba demasiado ya.

Los ojos de Klara lloraban; pero su boca se abría en un gemido de placer, Mi Dama Oscura se había metido los dedos de la austríaca en su vagina y se retorcía de placer a sus espaldas.

Tomé un puñado de cabellos repugnantes de Adolf y le obligué a mirar a su madre.

—Es una cerda, Adolf. Es nuestra puta barata. Apréndelo, recuérdalo, que tus noches de mierda estén siempre acompañadas por esta imagen, por la de tu dolor, por tus nalgas ensangrentadas. Tú también eres mío.

Lo dejé caer al suelo y se llevó las manos al culo. Mi pene estaba erecto hasta el dolor, goteando sangre. La Dama Oscura hizo que la espalda de Klara se apoyara en su pecho para ofrecerme su barriga y su coño en precario equilibrio.

Le había rasgado las enaguas y la penetré. Embestía con tanta fuerza que la Dama Oscura perdía el equilibrio y la barriga de la preñada parecía que se iba a desprender.

Cuando eyaculé, llegó al orgasmo porque así me lo propuse.

—Lava bien a tu hijo, está lleno de sangre y mierda. Cuando haya nacido lo que llevas en tu vientre, volveré para asegurarme de que no te vuelvas a quedar preñada, primate de mierda.

La Dama Oscura le metió los dedos en su boca aún jadeante de orgasmo, y como si se hubiera roto un hechizo, la austríaca se retorció de dolor en el suelo llevándose las manos al coño. Le escupí en la cara y a Adolfito le pegué una patada en la boca para que me fuera conociendo en todas mis facetas. No todo va a ser sexo, los fascistas se van a los extremos y hay que maltratarlos para que aprendan.

Adolf no faltó al colegio, Klara no estaba dispuesta a contarle nada a su marido, ya había aprendido a temerme más a mí. El primer día, Adolf se cagó encima en plena clase de religión y sus compañeros se rieron de él. Cuando su madre lo fue a recoger, olía a mierda.

—Me duele mucho, mami. No podía aguantarme —le decía a su madre camino de casa.

—Ya pasará, Adolf, no te preocupes.

— ¡Cagón, cagón, cagón…! —gritaban tres amigos suyos que lo siguieron durante el camino a casa.

— ¡Gamberros! Voy a hablar con vuestros padres —les decía Klara sin que ellos le hicieran caso.

Al día siguiente Adolf llegó a la escuela con un pañal de gasa, de los que su madre usaba cuando le venía la regla. Sus compañeros se dieron cuenta de ello y en la hora de recreo le bajaron los pantalones para que todos vieran su pañal.

Durante dos meses (lo que tardó en sanar el esfínter) tuvo que soportar todas aquellas burlas y vejaciones.

El rencor se metió en el pequeño cerebro de Hitler, hasta que el dolor de la humillación de sus compañeros superó al de la violación. Soñaba con descuartizarlos, con meterlos en el fuego aún vivos. Soñaba que les arrancaba los dientes y que les metía un palo por el culo hasta hacerlo emerger por la boca. Soñaba con meter su pequeño pene en el coño de una pequeña primate compañera suya para que sufriera de la misma forma que había sufrido su madre conmigo, por mi voluntad maligna.

Su capacidad de concentración se hizo añicos, suspendía todos los exámenes de todas las asignaturas. Su padre tuvo que pagar un buen dinero para que fuera aprobado.

Y fue severamente castigado, Alois solo sabía mal follar y castigar. Su cinturón era el poderoso látigo de la rectitud y la espalda de Adolf se convirtió en un libro de leyes escrito con sangre y cuero.

Nada de todo aquello podía sanar el tiempo.

Es algo que Yo tenía previsto. Al fin y al cabo soy un Dios infalible y no como ese melifluo Yahveh.

5

En el mismo año, volví a visitar a la familia. Klara había parido a una niña que llamó Paula.

Tenían una nueva sirvienta de unos quince años que quedó ciega en el instante que abrió la puerta y miró a los ojos de la Dama Oscura. Y no fue por algún rayo de maldad, sino que mi Negra Señora, le acuchilló los ojos con una rapidez y una precisión que haría palidecer al mejor de los neurocirujanos. Como no iba a dejar de llorar, le rebanó el cuello.

Adolfito no podía apartar la mirada de nosotros ni de la sirvienta, se encontraba en la puerta del recibidor, intentando esconderse tras el vitral de la puerta. Se había meado de nuevo.

Su padre, como siempre estaba en la taberna, por ello no murió a sus cincuenta y nueve años. De cualquier forma, no me hubiera costado más de cinco minutos matarlo a él y a todos sus compañeros de borrachera en la pequeña taberna de Leonding.

Avanzamos hacia el salón, llevaba a Adolfito agarrado por su pelo grasiento. Subimos juntos, como una familia, hacia la alcoba de su madre que en esos momentos debería estar cuidando de Paula.

En efecto, abrí la puerta de una patada, Klara se asustó y se le cayó el libro que estaba leyendo incorporada con varios almohadones en la espalda, la niña en la cuna prorrumpió a llorar. Me acerqué a la cama y me senté a su lado.

—Vamos a arreglar esto, Klara. Ya te dije que no quiero que traigas más subnormales al mundo.

La Dama Oscura le estaba dando una lección al pequeño Adolfito de cómo era su vagina, se sacó la compresa y le mostró su sexo menstruando.

—Lámelo, Adolfito, te gustará. Te harás fuerte.

— ¡Deja en paz a mi hijo, puta morena! —gritó enfurecida la austríaca, con su fláccida barriga convulsionándose.

La primate me sorprendió un poco por su envidia, porque la Dama Oscura lucía una cabellera negra brillante y larguísima, mucho más brillante que el pelo de su hijo, apelmazado y lacio. Tomé un puñado de sus pelos, se los arranqué y se los mostré:

— ¿Tú has visto bien tu pelo, aria de mierda?

Se llevó las manos allá donde le arranqué el mechón y se mancharon de sangre.

Tenía un leve temblor y su voz sonaba un poco más recia, las ojeras también podrían ser un síntoma del estrago que la sífilis hacía en su organismo poco a poco; aunque creyeran que su debilidad se debía al embarazo.

Adolf lloraba arrodillado ante mi Hermoso Coño Sangrante (porque la Dama Oscura es mía, me pertenece su mente y su coño), como si le rindiera adoración. Era preciosa aquella estampa con mi Dama Oscura hiriendo la piel del cuello del niño con aquella fina daga.

Le di una buena bofetada a la austríaca y le partí los labios, luego un puñetazo en la sien que le provocó un feo derrame en el ojo. Con ello no fue necesario que invadiera su mente, porque perdió toda noción de su propia existencia.

—Venga Adolfito, pasa la lengua por el coño de mi Dama y deja de llorar. Otras cosas peores te esperan hasta que mueras y te pudras en mi infierno.

El niño acercó la cabeza y con torpes lengüetazos acariciaba aquel coño suculento. Metí la mano en el pantalón y extraje el pene porque los pezones erectos y los gemidos de mi Dama, me sacaban de control. Cuando eyaculé, el semen negro cayó sobre la cuna de Paula.

La Dama Oscura se corrió, bajó los pantalones de Adolf y le masajeó el pene sin obtener resultados.

—Esperemos que crezca o vas a tener problemas de mayor, ¿eh, Adolfito?

Acto seguido se metió aquel pequeño pene en la boca y mordió el prepucio hasta cortárselo.

Lo cierto es que yo cerré el puño con aversión al ver su pequeño pene sangrando, eso son cosas que duelen aunque la tengas pequeña. Adolf se retorció en el suelo de dolor, gritando sin consuelo, yo me encendí un cigarro admirando con curiosidad su dolor que duró unos cuantos minutos. A la Dama Oscura se le escapaba la risa.

¡Mira por donde que el futuro fascista era un circunciso como cualquier otro judío! Mis malditos designios son mucho más ingeniosos y divertidos que los de ese Yahveh celoso de mierda.

De ahí que hiciera matar a todas las putas y niñas con las que tenía contacto una vez se hizo adulto y führer: no quería testigos de su circuncisión.

— ¿Por qué llora mi pequeño? —balbuceaba la madre desde su inconsciencia.

—Mi Dama, acerca al futuro tirano para que observe bien donde se desarrollan y nacen los pequeños primates —dije sin hacerle caso a la primate austríaca.

Klara estaba sucia de vómito. Le arranqué la sábana y la colcha con la que se cubría y aún sumida en la inconsciencia, le metí la mano entre las piernas y le saqué una gasa que cubría la vagina. Aún tenía puntos de sutura.

—Déjennos, por favor, no le hagan daño a mi mamá —lloriqueaba Adolf.

Introduje mi puño en la vagina, y empujé más adentro. Klara gritó hasta dañarme los tímpanos, recuperó la consciencia en una fracción de segundo de dolor. Pataleaba; pero mi puño ya estaba demasiado dentro. Cerré los dedos en torno a cosas ignominiosas que tenía allí dentro y se las arranqué. Desfalleció de dolor cuando dejé caer los ovarios y parte del útero entre sus piernas. Su coño era una fuente de sangre y se lo taponé con la gasa.

Adolfito sufrió una crisis respiratoria ante lo que le forzamos a ver. Soy bueno en lo mío, soy maravilloso. Le di una bofetada y se le pasó la histeria.

Me limpié la mano en las sábanas y le pellizqué uno de sus pezones supurantes de leche, la respiración de la madre era apenas un suspiro, se estaba muriendo.

—Ve a buscar a tu padre a la taberna y que se traiga al borracho del médico, y rápido o tu madre morirá.

Adolfito salió corriendo de la casa con sus pantalones mojados de orina y sangre.

La Dama Oscura tomó a la pequeña Paula en brazos y le dio un ligero golpe en la cabeza con el mango de su daga, en un lugar muy preciso de su nuca, la niña dejó de llorar porque se quedó dormida al instante.

Le había estropeado una zona de su cerebro para que fuera lo más parecida a su hermano Adolf. No dejo nada al azar.

Y nos fuimos de aquella casa de mierda con Dios lanzando espumarajos de rabia por mi intrusismo y porque es un tipo envidioso.

Klara consiguió salvar la vida, Alois jamás pudo entender lo que ocurrió en su casa porque la muy astuta alegó amnesia. Adolfito decía no recordar quien le hizo todo aquello. Sus noches se convirtieron en horas de miedo y un dolor que revivía una y otra vez.

Yo no soy suave, los traumas que yo creo estropean la vida de los monos de una forma insoportable.

Durante algún tiempo la policía local (unos primates no muy listos) buscaron vagabundos para culpar por las agresiones y la muerte de la sirvienta. Al cabo de unos meses, apenas nadie se acordaba de todo aquello.

Alois seguía castigando a Adolf por sus fracasos escolares y con el cinturón intentaba inculcarle algo de valor y empuje en la vida. El pequeño Adolf era un tipo realmente reticente a la actividad física. Su padre de mierda no veía nada bueno en él.

“Mi pequeño hijo maricón”, decía de él a menudo en la taberna cuando se refería al futuro führer.

Dios no sabe bien lo que es la miseria humana, yo sí que se hundir a alguien en lo más profundo de la indecencia y conducirlo directamente a la locura más destructiva.

Los primates son cosas que se pueden moldear, modificar, eliminar y atormentar de la forma más sencilla y amena. Deberíais probarlo con vuestros propios hijos y padres, los resultados son sorprendentes.

Dejé un breve espacio de tiempo de siete años antes de visitar de nuevo a la familia, es bueno que crean que todo ha pasado, que se confíen. Sobre todo después de unas fiestas navideñas felices y sin problema alguno. Cuando todo está bien, asestar un buen golpe crea una angustia en los primates difícil de asimilar por sus cerebros simplones.

Puedes leerlo aquí: Génesis 2:7

Doce años presa; pero ya hace tiempo que es su voluntad, su deseo, su espera.

Su deseado tortuoso y doloroso desenlace.

Doce años de un maldito, penoso y venenoso embarazo. Es la elegida.

Mil oraciones de diez mil devotos la convencieron. La enloquecieron.

Y a veces sus dedos sin uñas estrangulan ratas que luego se mete en la boca, saboreando los miasmas de lo hediondo.

Los Oscuros Padres Dolorosos la raptaron el día de su primera y espantosa menstruación. Madre le bajó la falda, le separó las piernas, metió los dedos en su vagina y frotó la sangre entre sus dedos: era oscura como ninguna otra. Fue en busca del Padre Muerte y éste le dijo:

—Tu hija es la Elegida, su vientre será el pútrido útero de nuestro Doloroso.

—Yo me arrodillo ante ti, Madre de Todas las Penas y Todos los Dolores —dijo el sacerdote vestido con traje oscuro y corbata negra, arrodillándose ante ella y posando sus labios en la ensangrentada vagina.

Entre madre y padre, bajo la letanía de obscenas maldades que el sacerdote recitaba por la calle y a plena luz del día, la llevaron a la Catedral de los Despojos Humanos. Se encontraba a treinta metros bajo tierra, el colector de todas las cloacas. Le aterraba el rugido de las seis enormes cataratas de agua sucia de todas las materias que la humanidad crea, plena de excrementos, orina y el semen de los desgraciados, de todos los seres humanos que malviven en la putrefacta ciudad. Seis enormes tubos del diámetro de la altura de un hombre, arrojaban toda la inmundicia humana posible, en todas sus combinaciones. Compresas manchadas de una sangre más clara que la de su menstruación eran festín de las ratas, las predicadoras de la miseria que pregonaban en el exterior entre la basura y las casas rotas, la venida al mundo del Hijo de Todas las Penas.

Y con sus muslos manchados de sangre, entre los gritos casi enmudecidos por el hedor y el estruendo de la Catedral, agujerearon su monte de Venus apenas poblado de un vello oscuro, con botellas rotas para meter en sus entrañas tubos mugrientos que la llenaban de todas las miserias innombrables. De todos los espermas de todos los hombres, de la sangre de menstruaciones. Pus y restos de enfermos, mutilados y heridos.

Flotaban en el agua ciento un fetos roídos que comían los discípulos y creyentes durante las misas que dedicaban a su vulva púrpura de necrosis, siempre abierta ante ellos.

No murió infectada, era la elegida. La real Madre de Todas las Penas y Todos los Dolores.

Con veinticuatro años su vagina eternamente expuesta a la mierda, es una costra oscura e insondable, la carne de sus nalgas son llagas que no curan nunca, hogar de larvas que anidan en ellas retorciéndose, canibalizándose. La piel blanca es un mapa de oscuras venas que se arraciman en los pezones para extenderse como un virus por todo el cuerpo, regando cada rincón de su organismo con infección y corrupción.

Sus dientes están podridos y un incisivo cuelga de su filamento nervioso, cuando balbucea plegarias ininteligibles de oscuros vómitos. Su mente está perdida en el dolor y el hedor.

Es ella en verdad, la Madre de Todas las Penas y Todos los Dolores.

De todas las infecciones e insanias.

Doce años de un embarazo leproso y ahora ante la letanía de los miembros de la Santa Podrida Iglesia del Dolor, se desprenden las costras de su coño por la dilatación del útero, va a parir.

“Negra Madre Virgen de Todas las Penas y todos los Dolores, que tu pena y la orina de tu sangre que pudre las venas, se extienda por la humanidad”.

Son los rezos de los innombrables.

La Madre grita y sus adoradores, de caras vendadas con telas sucias de icores venenosos y sangre vieja se llevan las manos a las sienes gritando su dolor también. Sus muslos gordos y albinos manchados de mierda se separan y de su coño sale un hedor que asciende a la superficie por los conductos sarnosos de la ciudad causando asco en la gente luminosa, en los de arriba, en los cobardes que adoran dioses de madera y mentiras piadosas.

Rompe aguas colmadas de cabezas de negras antenas y patas de insectos.

“Oh Madre de Toda la Podredumbre, danos nuestro rey, danos la oscuridad. Que se pudran los benditos y los limpios, los que en su vida tuvieron suerte y todo lo tienen, los que esperan una muerte dulce y un premio de miel. Oh, Madre de Todas las Penas y Todos los Dolores, que el Bastardo de los Humanos Despojos, sea escupido por tu Sucio Coño”.

El Padre Muerte encabeza y dirige las plegarias de las diez mil mentes podridas.

— ¡Jamás llegó a renacer Cristo, no hubo una segunda venida! Escupid al feto que fue arrebatado de su madre virgen antes de su alumbramiento —sermonea a la multitud mostrando un frasco de vidrio en cuyo interior flota un feto humano con los brazos y las piernas rotas.

En el frasco, escrito con mierda figuran las palabras: Iesus Cristus, segunda venida.

— ¡Jamás llegó a nacer la Bestia! El anticristo murió a manos de la Santa Iglesia Podrida del Dolor —ruge con furia el Padre Muerte, mutilándose el lóbulo de la oreja con una navaja de afeitar —. Ni siquiera Satanás ha conocido el dolor y el asco, nunca lo imaginó así.

Eleva a la congregación otro frasco con el feto de un bebé con cabeza de macho cabrío. “Maléficus Satanás”, reza en el frasco.

— Todas las religiones han errado. Se han perdido en la hipocresía y la estafa, en el abuso y el engaño. Ahora pagarán y no habrá redención. Nos alimentamos de mierda y despojos, nos alimentamos de dioses y diablos.

—Ella es virgen, ella está infectada del Espíritu Corrupto, miradla parir.

La Madre de Todas las Penas vuelve a gritar y su cuerpo se agita con el dolor del parto. Los tubos insertados en el pubis se desprenden por la violencia de las contracciones. Sus pezones se han resquebrajado como cristal, pero apenas sale nada de ellos.

Cinco ratas lamen el corrupto líquido amniótico que ha dado protección en el sucio vientre al Bastardo de los Humanos durante doce años.

— ¡Cómo me duele este puto coño, me cago en Dioooos! —grita la Madre de Todas las Penas ante cientos de miserables que se masturban ante ella.

El bebé sale de entre sus muslos para caer al suelo lleno de agua sucia, liado con el cordón umbilical y una placenta verdosa. Un perro famélico la devora y rasga el cordón ante la mirada agresiva de las ratas.

— ¡Ha nacido, el Bastardo de los Humanos Despojos! Que se alimente de tus miserias, Madre de Todas las Penas y Todos los Dolores! Dale lágrimas y asco con la que alimentarse y hacerse Dios. Que comience el Nuevo y Pútrido Mundo —grita el Padre Muerte.

—¡Que mame el Bastardo! ¡Que mame el Bastardo! Que la Madre Puta de los Dolores lo cebe con lágrimas y penas.

El bebé no llora, su boca se abre mostrando unas afiladas encías y los dedos de uñas partidas se mueven ansiosos. Sus piernas atrofiadas se debaten en un pataleo en el aire. Se revuelca en el suelo mostrando su columna vertebral descubierta y deforme.

Hay hombres y mujeres que se clavan los unos a los otros trozos de vidrio en la espina dorsal descubierta por una largo corte que se mantiene abierto gracias a alambres y tenedores viejos. Sus gritos de dolor apagan el ruido de las Sagradas Cataratas de la Ponzoña.

Un niño de cuencas vacías toma al recién nacido en brazos, la Catedral se ha inundado de silencio.

Cojeando se lo entrega a la Madre de Todas las Penas.

Lo toma en su regazo y lo lleva a su pecho, para que mame.

El Bastardo clava sus encías en el pezón derecho, y la carne se rompe, como algo seco, algo sin vida.

No hay leche en los pezones, ni sangre. Las mamas están secas y repletas de orina y lágrimas cristalizadas que crujen como el vidrio e inundan la boca del Bastardo.

El pequeño mastica toda esa inmundicia y su boca se hiere. Mana la sangre que inunda su pecho. Y su primer grito de puro dolor y asco que asusta a hombres y ratas, se extiende por toda la catedral, por todas las superficies.

En la ciudad, la gente vomita sin saber bien porque. Cuando los fetos de las embarazadas caen muertos en el suelo, el hedor en toda la atmósfera es insoportable. Cuando los gritos de miles de enfermos salen por las cloacas y desagües de las calles y casas, ya es tarde. La infección ha hecho presa en los felices, en los luminosos y las iglesias se derrumban, cae todo lo que una vez fue bendito, sacro o santo.

Es la Nueva Era del Dolor. La Verdad la estuvimos pisando, cagándonos en ella.

Ahora la Verdad se caga en nosotros. Y nos mata.

Que la Podredumbre sea con nosotros.

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La alineación de Venus y Júpiter

Publicado: 20 marzo, 2012 en Absurdo
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Venus y Júpiter se alinearon de forma horizontal como los focos de un avión lejano, como los de un coche que se va estrellar como nosotros. Como ojos fríos de un juez o magistrado, como la mirada obscena del sacerdote que se toca en el confesionario.

Tal vez se alineen en vertical en otro momento, para mostrar como copulan los planetas. ¿Júpiter se folla a Venus o al revés? Es igual, se lo pueden montar por turnos. No me importa demasiado la astronomía, solo es curiosa, no afecta a mi ánimo, ni mi voluntad; pero me ratifica algo: hasta el firmamento es cambiante y no como la vida en este pequeño planeta donde nada se mueve.

Si Júpiter con su gran tamaño destrozara a Venus, la gente se deprimiría y pensaría en catástrofes y en que algo no está bien en el Universo.

Yo digo que el Universo es atroz y devora y mata toda la vida que puede. La Tierra está en un proceso que para nosotros dura una eternidad; pero para el Sol y otros planetas, nuestra vida acaba de empezar, somos un error que hay que apagar.

Es solo una hipótesis, es solo una ilusión, mi ilusión, de que no todo está tan muerto ahí afuera, me gusta pensar en las largas distancias y que éstas sirvan para algo. Que sirvan para hacerse inaccesibles los seres mejores. Que se encuentren a salvo de la plaga humana. De todas sus leyes podridas, de sus jueces y magistrados de penes siempre erectos ante la violación que cometen a diario con los inocentes. Jueces y magistrados lamiéndose el ano el uno al otro, sodomizándose en alineación vertical. Follan los planetas y follan los hijos de puta que marcan y dictan las leyes para sus amos más poderosos. Encierran y hunden a los inocentes en nombre tan solo de la polla de su amo rico.

Se limpian el culo con sentencias y exhortos.

Hay sacerdotes follando niños en el nombre del Cordero Divino. Sacerdotes de ano negro, cuyo ojo está representado en el Triángulo Divino del Verbo. No es un ojo brillante, eso es pura alegoría. Las religiones son anales y el único ojo por el que observan es el del culo.

Hay un iris ovalado que todo lo ve desde el cosmos: es el meato de un pene divino. No hay misterios en la Santísima Trinidad. No hay esoterismo en ninguna religión, solo mandatos por el que los sacerdotes de todas las épocas, puedan seguir metiéndosela a los pobres y a los ignorantes, de la misma forma que jueces y magistrados se tocan y se ensucian las togas con el esperma que escupen encima de los inocentes.

La humanidad acepta el Legal Ano y la Carne en Barra Divina como si les protegieran de algo. Quieren pensar que ese olor a humor sexual rancio que infecta a padres, hijos y nietos, es algo normal, el precio de un bienestar.

Ven a Júpiter y a Venus como dos trozos de piedra lejanos, no ven que un día en una fracción de segundo, todo se apagará. Y jueces, magistrados, sacerdotes, papas, gurús, etc… Reventarán en el mismo momento en el que sus penes bombeen en los esfínteres y almas de inocentes y pecadores sin que a la hora de la muerte, tengan algún tipo de gloria. El semen de los marranos solo apesta y se hace rancio entre el excremento de los culos inocentes.

Todo es tan sencillo… Las leyes son escritas por degenerados al servicio de más degenerados. La religión es una sarta de mentiras para ignorantes y débiles anímicos. Cobardes…

Es necesario que mueran todos para que todas las leyes y todas las normas queden suspendidas en una órbita de algún planeta hasta desintegrarse.

Que las biblias, los coranes y todas las palabras religiosas escritas, floten en el espacio como basura helada .

Una imagen de la virgen colisiona contra un código civil y se rompen en mil pedazos de cristal ante la mirada congelada del juez que sodomiza a la mujer de los ojos ensangrentados por los puñetazos de un macho que ríe en el estrado.

Es la única alineación que me gustaría ver.

La alineación de los planetas solo me deprime, me obliga a pensar que este mundo de mierda es un error y todos los seres que hay en él también.

Cierro los ojos y flotan los cuerpos congelados en el vacío cosmogónico: el papa bendice el feto arrancado del coño de una niña-monja y el sacerdote hace hisopo con el semen que derrama su polla.

Una negra sucia de muslos oscurecidos le arranca el clítoris a una niña con el borde de una lata oxidada.

Flotan en el espacio y tarde o temprano no quedará nada de esos muertos cerdos.

Se desintegrarán… Es mi consuelo.

No hay constelaciones de horóscopos en mi espacio, solo degeneración, abuso e injusticia.

Hay muertos por fin.

Júpiter y Venus se han alineado para dar un poco de consuelo espiritual a mi mente presa en este lugar.

Lo malo es que Venus y Júpiter, son solo dos idiotas testigos que jamás podrán hacer nada por nadie.

Y los jueces penetrarán las bocas de todos los padres, las madres y los hijos que no tengan suficiente dinero.

Y los sacerdotes de las religiones todas, continuarán sacudiendo sus manos en un púlpito resbaladizo de sangre y esperma, cegando los ojos de los crédulos. De los ignorantes.

Apenas ha servido ni para hacer una buena foto esa alineación.

O tal vez, solo haya sido alienación, un error semántico.

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Dos palos cruzados

Publicado: 15 noviembre, 2011 en Reflexiones
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Dos palos cruzados…

Una marca de idiotas para idiotas.

El verdadero significado de la cruz es una simple señal de aviso entre ignorantes con deficiencia de entendimiento y lenguaje: “Aquí puedes cagar, la cruz lo indica”.

Debería haber más logopedas.

No es que quiera ofender, solo soy académico. Los hay que tienen titulación universitaria, yo lo sé todo de una forma natural, espontánea. Jocosa…

Porque… ¿Quién no ha deseado alguna vez suicidarse con la cruz metida en el ano?

Sería mi última y gran dramatización surrealista. Que giren la cara ante mi cadáver descompuesto y se rifen con palitos quien me saca la cruz del culo para cerrar el ataúd.

Tengo una virgen en mi escritorio que sostiene al niño dios por las pelotas. Y se ríe (la virgen, el niño no parece reír).

Si uno se fija bien, sus pezones están duros y se muerde la lengua. Se ríe de su virginidad como yo de la cruz.

Dos palos cruzados es una señal llamativa. Cualquier estúpido sabría que indica algo. Antiguamente nuestros hijos no tenían cagaderos, era cuestión de higiene elaborar un símbolo fácil que cualquier troglodita pudiera hacer y entender.

Aunque tampoco me inspira respeto alguno ese seboso Buda o el Confucio con sus consejos para campesinos que no acaban de saber si caerá granizo o no (es el precursor de Pseudo-filosofía for dummys,un éxito editorial de cojones).

Nada explica porque la persona más imbécil y menos apta ocupa un cargo o puesto de poder. Porque los peores artistas alcanzan la fama.

Tirad los dados y suerte. Porque si algún dios con diarrea creó el mundo, la mierda aún llueve.

Crucifica al hambriento porque le suda la polla si además le dan por culo. Cuando su cuerpo se pudra irá al cielo como premio a su desdicha y humildad. Siempre llueve sobre mojado (que diría Confucio y cualquier pastor de cabras. Incluso yo mismo).

Se me escapa la risa como a mi virgen del escritorio.

Cura: confieso que cuando veo una cruz, me pica el culo y me dan ganas de suicidar a alguien, a algún pecador sin importancia. Algo banal; pero que desahogue cierta incomodidad que me preocupa.

La blasfemia solo existe para el crédulo y el coño de la virgen está en venta en algún sucio local de Saigón, donde los jubilados follan niños al precio de tercera edad.

Los burdeles asiáticos son cruces que indican algo roñoso.

Los brujos son viejos porque aprendieron con la edad a ganarse las gallinas sin trabajar. La vejez no es sabiduría, es un cúmulo de trucos para ganar mucho trabajando poco.

La sabiduría de los ancianos está sobrevalorada, solo son ingeniosos a veces. Lo que comúnmente se conoce como listillo.

La religión es vieja y producto de la envidia: “Es pecattum ser mejor que yo, vanidosus” (diría el viejo).

La religión es vieja, ergo…

La envidia es el gen común de todos los humanos, algún mono hijoputa fue demasiado fuerte (Darwin tenía razón).

Es tan fácil la teología cuando no hay misterio alguno de un parto virginal… O de un esquizofrénico que se cree una santísima trinidad de cerebro podrido.

El hambre adquiere importancia cuando se multiplican panes y peces que nadie puede disfrutar. Y yo sigo pensando que la cruz está clavada a los pies de un rimero de mierda en el monte del Cagódromo.

Menesterosos que cagáis, limpiaos con nopal sin limpiar, os mortificará y os hará acreedores de más felicidad en el paraíso de los tontos.

Perdóneme viejo porque he follado más que usted y sin pagar. ¿Quiere que le enseñe antes de morir la verdad que su religión esconde? ¿Me quiere dar algún consejo que yo no sepa ya, aunque sea más joven que tú?

Dos palos cruzados… Mejor tiro los dados y luego me toco hasta que mi pene se haga del tamaño de la cruz del nazareno esperando que me jodan de nuevo.

Me gusta lo resbaladizo de mi glande, me disgustan las astillas de una cruz mal hecha. Prefiero el chile en el culo ajeno, sinceramente.

Soy el infecto sacerdote de los Dos Palos Cruzados.

Aunque no busco discípulos, mi religión es solo mía, no quiero que ningún iluminado la tergiverse. No quiero millones de estúpidos con el culo mirando al cielo y en el ano un crucifijo. Eso no es calvario, es adocenamiento.

Quiero que ella se confiese: como se toca, como sus piernas se separan y deja una reguero de humedad en la sábana y sus dedos descubren un clítoris duro al que le importa nada el hambre, la pobreza, la enfermedad y la santidad. Quiero que me lo confiese arrodillada ante mí, aunque no la entienda bien. De hecho, no quiero entender nada, solo eyacular en un lugar cálido y húmedo.

Ved viejos y religiosos la verdad absoluta y el premio que nadie valora: la erección por encima de todas las cosas, de todos los dolores, de todas las moralidades y éticas. Mi proteínico pene hace olvidar la desgracia y la maldad que hay en el mundo.

Al menos hace más llevadera la enfermedad. ¿A quién no le han regalado una revista pornográfica mientras se recupera en el hospital de una operación (a moi sí que se la han regalado y juro que durante tres minutos apenas he pensado en la infección que me mataba).

Dos palos cruzados…

Ahora hay más diseño gráfico, se pueden hacer cruces con todo tipo de cosas duras. Y cuando digo duras, me refiero a cosas sexuales.

También se pueden hacer con metales cortantes, con zanahorias y pepinos.

Las cruces son tan vulgares, hay tantas…

Tampoco soy demasiado exigente, no soy artista plástico. Mejor cruzaré dos palos, es sencillo y rápido. Mi religión no es complicada.

Que su boca se confiese ante mí y yo diré donde le plantaré un palo como señal de penitencia. De gozosa penitencia.

Perdóneme cura porque soy sucio… ¡Ja!

La Santa Congregación de los Dos Palos Cruzados, es benévola y propugna el placer en vida. El mío y el de ella, no se admiten más adeptos.

Buscaos vuestros palos y cruzadlos si aún tenéis imaginación.

Amén.

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Semen Cristus (16 final)

Publicado: 5 septiembre, 2011 en Terror
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Candela y Josefina se dirigen charlando animadamente hacia el hogar de Semen Cristus, por el camino se encuentran con otras vecinas del pueblo.

 

Junto al camino de la casa se encuentra el todoterreno de la guardia civil y la cabo apoyada en él.

— Buenos días, Candela —saluda la cabo Eugenia.

— Buenos días Eugenia ¿vienes a misa?

— Hoy sí, por fin —dijo suspirando— ayer no pude asistir por un accidente de tráfico en la comarcal y me llevó mucho tiempo el atestado.

La mujer policía se unió al grupo de quince mujeres y enfilaron el camino hacia la casa. Un sendero de grava bordeado de macizos de margaritas y claveles rojos.

La fachada de la casa, restaurada y estucada en color salmón, tenía dos grandes letras caligráficas sobre la puerta de entrada SC.

Cuando entraron en la casa, la voz de Semen Cristus, bajó desde el desván:

—Benditas seáis, tomad mi cuerpo. Que el placer sea con vosotras.

El comedor se había transformado en un vestuario con dos filas de taquillas, y bancos en el centro. Las mujeres se desnudaron, y se vistieron con las bragas y sujetadores que llevaban en sus bolsos. Sujetadores negros translúcidos y bragas negras con una cruz roja sobre la parte delantera; estaban abiertas en la entrepierna. A medida que se vestían con aquella lencería, jadeaban excitadas. Candela se acariciaba contenidamente la vagina esperando que el resto de mujeres acabara de cambiarse.

Las mujeres subieron en silencio al desván. Sobre una cama sencilla y cubierto por una sábana roja con una cruz negra, se hallaba Semen Cristus.

—Te amamos Semen Cristus —pronunciaron las dieciséis voces al unísono.

Cada una de ellas se acercó a la cama y besó la sábana allá donde se encontraban los genitales de Semen Cristus

La última mujer besó un miembro duro y erecto que elevaba la sábana.

—Candela, madre querida. Libera el cuerpo.

La mujer se acercó a la cama y localizó en la sábana una abertura por la que metió la mano y sacó por ella el pene endurecido de su hijo dios. Acomodó también fuera de la sábana sus testículos y alisó la tela para que cubriera el resto del cuerpo.

Y así comenzaron todas a salmodiar una letanía de deseo y placer que se convirtió en un concierto de gemidos. Una a una durante su rosario obsceno, besaba y manoseaba el Sagrado Pene. Cuando todas hicieron su ritual, el pene de Semen Cristus se encontraba congestionado y sufría espasmos de placer, la respiración de Semen Cristus se había acelerado y trataba de demorar la inminente eyaculación. Su pecho hacía subir y bajar la sábana rítmicamente.

—Madre Mía, ven y ofrece mi leche, que gocen mi semen.

Candela volvió a acercarse a la cama, se sentó a un lado y aferró el pene caliente y viscoso. Las mujeres se llevaron las manos a sus sexos separando las piernas, sus dedos estaban brillantes de su propia humedad y Candela con la mano libre, acariciaba su clítoris casi brutalmente. Al tiempo que Semen Cristus gemía, las mujeres elevaban el tono de sus gemidos y el ritmo de las caricias.

Cuando las piernas de Semen Cristus empezaron a temblar ante la proximidad del orgasmo, Candela ya lamía el glande amoratado, para luego metérselo en la boca sin dejar de tocarse, torpemente. Había momentos en el que se le salía de la boca y volvía a metérselo desesperada.

—Madre ahí está mi leche para que el mundo se bañe en ella.

Candela se retiró y mantuvo el pene en su puño, firme y vertical para que todas lo vieran. Un primer chorro de semen se elevó unos centímetros por encima del miembro. La mano lo agitó con más fuerza y escupió más lefa viscosa, la mano de Candela estaba cubierta del caliente semen de su hijo.

Las mujeres gemían y llegaban al orgasmo desflorando sus vulvas hacia Semen Cristus.

Candela se untó la vagina con el caliente esperma y gritó cuando el orgasmo la obligó a arquear la espalda.

Las mujeres desfilaron ante la cama del hijo de dios y mojándose la punta del dedo corazón con el semen derramado entre la sábana, se santiguaron en el pubis y se tocaron el clítoris.

Salieron en silencio de la habitación.

Antes de salir, Candela le preguntó a Semen Cristus que aún jadeaba.

—Dime Semen Cristus ¿está bien mi hijo?

—Tu hijo es feliz, María. Tu hijo sonríe y canta en un mundo de luz y sonidos celestiales. No necesita nada, no te necesita. Sólo te ama y desea verte pronto.

Candela descubrió el rostro de Semen Cristus, al que ya no reconocía como al hijo que parió y le besó la frente.

Aquellos ojos no eran los de Fernando.

Ya llegaban las voces animadas de las devotas desde el vestuario.

—¿Convoco a misa de ocho?

—Sí, Madre querida.

Cuando llegó al vestuario se formó otro revuelo de risas y voces y las dieciséis viudas satisfechas, tomaron camino del pueblo para continuar con sus quehaceres diarios.

Alguna le pidió a Candela que la anotara a la misa de la tarde para el día siguiente.

Para el turno de la tarde, había doce viudas apuntadas para la misa.

A medida que iban saliendo de la casa, las mujeres depositaban dinero a través de la ranura de una caja de madera que había a un lado de la puerta principal de la casa.

Ecijano es el pueblo con más viudas por metro cuadrado.

La cabo Eugenia redactó y mecanografió debidamente los atestados por las muertes de los catorce varones que murieron por distintos accidentes en aquella “quincena negra”, como la llamaron los forenses.

En su profunda paranoia las devotas Sementeras han acordado pedir la beatificación en vida de Semen Cristus en el Vaticano.

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El padre José no olvidó la conversación con Carlos, simplemente hubieron muchas muertes en aquel pueblo durante las dos semanas siguientes a su charla con el marido de Candela. Muchas misas fúnebres, muchos servicios. Demasiados para aquel pueblo.

Dos semanas de pesadilla, y de un mal interpretado dolor de las viudas.

Era todo demasiado extraño, fue demasiado fácil que murieran tantos hombres en tan pocos días.

Se dirigía a pasar la tarde con su colega el párroco del pueblo vecino. Al llegar a la altura de la casa recién remodelada de María detuvo el coche a la entrada del camino de grava y se dirigió a la casa para hablar con María con el pretexto de que le diera un remedio para su tobillo. Se lo debía a Carlos.

Tras llamar varias veces al timbre nadie respondió.

Se dirigió hacia el establo, una de las puertas estaba abierta, sin entrar gritó desde la entrada.

—¡María!

En la penumbra de aquel maloliente establo, no se podía atisbar movimiento alguno; pero sí podía escuchar sonidos de pisadas y el ronquido tranquilo de un cerdo.

Entró y la penumbra lo envolvió también a él.

—¡María, soy el padre José!

Silencio.

Avanzó hasta la pocilga del cerdo, acostumbrando sus ojos a la penumbra.

Cuando llegó a medio metro de la jaula, el animal se puso en pie apoyando las patas delanteras en el barrote de acero de su pocilga y lo miró directamente a los ojos, mostrándole amenazador sus enormes colmillos.

Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Y sintió humedad en su zona lumbar y un gran dolor en el vientre.

Cuando se dio la vuelta llevando las manos a las púas de la horca que lo había atravesado, vio a Jobita, la viuda de Gerardo empuñando el astil de la herramienta.

 

El cerdo roncó con ira y sintió como los colmillos de aquel enorme animal le destrozaban el cuello.

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Semen Cristus (15)

Publicado: 3 septiembre, 2011 en Terror
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Cuando entró en el establo, se encontró con un crucificado en la cruz, éste tenía la cabeza cubierta con un pasamontañas, la piel de su cuerpo era más morena que la del Cristus que ella conoció. Y por su forma de respirar, parecía estar ansioso, nervioso.

 

María la miraba expectante. La mujer se santiguó ante el cuerpo crucificado y echó tres monedas en la caja metálica.

Se escuchaba el zumbido del vibrador y el tubo de vidrio se agitaba temblón con el pene del nuevo Cristus embutido en él.

María se situó tras Candela que en aquel momento rezaba concentrada frente a la cruz, en una mano llevaba una hoz que levantaba a medida que se acercaba a la feligresa.

Fernando había podido ver a su madre y a María entrar en el establo a través de las hierbas del campo que lo ocultaban. En el momento que las mujeres desaparecieron en el interior del establo, se puso en pie y corrió en su busca.

Cuando entró a gatas a través de la puerta entornada del establo, la santera estaba muy cerca de su madre, con la hoz en alto. Se hizo con una azada que encontró semienterrada en un rimero de paja y avanzó hasta las mujeres.

El cerdo lo observaba avanzar con los ojos brillantes y en un inusual silencio.

María esperaba tras ella con la hoz en alto, Candela se había bajado los pantalones y tenía una mano metida dentro de las bragas.

—Hazme gozar, Sagrado mío —rogaba en voz alta.

Fernando se puso en pie, con la azada en alto y descargó un fuerte golpe con el plano de la hoja en la espalda de María, ésta cayó al suelo con un grito de dolor y la hoz voló de sus manos.

Candela se subió los pantalones.

—¿Qué está ocurriendo? —preguntó la atemorizada voz del crucificado desde el interior del pasamontañas.

—¡Puta loca de mierda! —Candela se abalanzó sobre la semiinconsciente María golpeándola en cara y pecho.

—No, Candela. Déjame a mí, que no te lleve la ira. Esta víbora ha de responder directamente ante Mí.

Candela dio dos pasos atrás. María no podía moverse por el dolor, tal vez su columna estuviera afectada.

De una caja de herramientas, Semen Cristus, el único, cogió un martillo y unos clavos oxidados. Colocó una tabla en bajo la cabeza de María, extendió un brazo de la loca a lo largo del madero y clavó la mano izquierda atravesando la palma de la mano.

El intenso dolor hacía que María contuviera sus convulsiones para no desgarrar la mano. Cuando sintió el clavo entrar en la mano derecha, no pudo dominarse y su cuerpo se revolvió en el suelo desgarrando más aún los cartílagos afectados.

El cerdo se puso en pie sobre sus patas traseras , apoyando las patas delanteras en los barrotes de hierro de su pocilga gruñendo, con su mirada inteligente clavada en María; de sus colmillos caía una baba espesa y su pene se mostraba excitado entre sus patas traseras y en el sucio suelo.

Candela subió a la cruz por la escalera que usaba María, rozando la piel del falso Cristus. Llegó hasta la balda donde se encontraban las hormonas y jeringuillas.

Inyectó cuatro dosis en los pechos de María, clavando la aguja en los pezones.

María pensaba que no había nada más doloroso que las manos atravesadas por clavos. Se equivocaba.

La aguja entrando en el pezón puso a prueba su lucidez mental, y el líquido inyectado en aquel tejido sensible y glandular se convirtió en fuego dentro de su carne.

Semen Cristus y Candela fumaban observando a María. Tal vez pasaron veinte minutos hasta que sus pechos se inflamaron desmesuradamente, sus pezones se abrieron y dejaron manar una sangre muy clara que se deslizaba por los costados de su cuerpo grasiento. Y sus gritos se hicieron insoportables.

La piel de los pechos se hizo oscura, en los pezones se tornaron verdosos y una costra blanda y húmeda se formó en ellos.

Fernando había recogido la hoz del suelo y se acercaba a María.

La punta de la hoz se clavó con fuerza en la garganta de la santera, un fuerte tirón y se abrió la carne hasta la papada. Durante un minuto se estuvo retorciendo en el suelo, desangrándose, intentando contener la sangre con las manos.

Murió mostrando sus sucias bragas manchadas de menstruación.

Parecía que el cadáver dejaba escapar todo su fétido olor. El cerdo gruñía nervioso en la pocilga y el crucificado intentaba liberarse de las ataduras en la cruz.

Semen Cristus subió por la escalera y preparó una jeringuilla de heroína que clavó en la vena del crucificado. Le administró tres dosis seguidas; las tres papelinas que tenía en la pequeña estantería junto a una sucia y ennegrecida cucharilla y una caja de ampollas de hormonas de uso veterinario.

Fue en la tercera inyección cuando las costillas del crucificado empezaron a contraerse con fuerza, hasta que en poco menos de dos minutos el cuerpo quedó colgado en la cruz con la lasitud de un cadáver. La orina llenó el tubo de vidrio y sus intestinos se vaciaron quedando pegadas las heces entre sus nalgas y el madero vertical de la cruz.

Semen Cristus cortó las ligaduras de los pies y después las de las manos, no dejó caer el cuerpo. Con suma facilidad lo cargó en el hombro manteniendo el equilibrio en la escalera de madera y lo extendió con cuidado en el suelo.

—Hemos de ser cuidadosos con el cuerpo, lo envolveremos con sábanas tras haberlo limpiado, tenemos que evitar que se magulle; cuando lo llevemos al campo de tu marido, no ha de quedar ningún rastro de este lugar en su piel ni en la ropa que le pongamos.

Candela corrió hacia la casa en busca de sábanas, en la entrada de la casa había un llavero y cogió las llaves de la furgoneta.

Salió del cuarto de María presurosamente con un lío de sábanas entre los brazos y la ropa que suponía que pertenecía al falso hijo de María.

—Limpia bien la paja que tiene pegada en la piel —dijo Semen Cristus incorporando el tronco del cadáver.

Candela rompió un trozo de sábana y la utilizó para limpiar suave y metódicamente la piel del cadáver. Cuando se aseguró de que no quedaban restos adheridos en la piel, extendió una de las sábanas en el suelo. Semen Cristus dejó caer suavemente el cuerpo en la sábana. Hicieron la misma operación con la parte inferior del cuerpo. Cuando estuvo razonablemente limpio de restos de paja y suciedad, lo envolvieron con dos sábanas limpias.

En dos sacos introdujeron la paja manchada de sangre que había en el suelo y cortaron en pequeños trozos el madero. Metieron también las jeringuillas y frascos de hormonas.

Candela abrió las dos puertas del establo, y caminó deprisa hacia la furgoneta con las llaves en la mano. Condujo hasta el interior del establo.

Cargaron el cadáver del yonqui y cubrieron el cuerpo de María con paja.

—Tu marido está con mi Padre, Candela. Está feliz y tranquilo. Ahora vamos a la alameda que limita con el campo, allí lo he dejado. Descansa ya en paz.

Candela creyó desmayarse; pero Semen Cristus, el cuerpo de su hijo, metió la mano entre sus muslos y le acarició el sexo con ternura.

—Sé fuerte Candela.

Se sintió imbuida de valor y resolución.

Subió a la furgoneta y se dirigieron al campo.

Cuando llegaron al tractor, el motor aún funcionaba. La sangre había manchado la camisa y los pantalones de Carlos y su mueca de dolor congelado, la boca abierta y su piel cerúlea, provocó el vómito de la mujer que se contuvo a duras penas.

Fernando la acompañó hasta la furgoneta.

—Siéntate mujer, no salgas. Serénate.

Semen Cristus cargó el cadáver en su hombro adentrándose cien metros más allá de donde se encontraba el tractor. Desplegó la gran lámina de plástico para invernadero que había dejado allí antes de ir a la casa de María. Carlos la llevaba en el tractor para proteger la fruta que recogía de pájaros y granizo. Dejó caer el cadáver y vistió el cuerpo con la ropa que había encontrado Candela, cuidando de que su piel desnuda no entrara en contacto con la tierra.

Dejó el cadáver sentado en la tierra con la espalda apoyada en el tronco de un chopo, dando la espalda a la furgoneta. Clavó una jeringuilla en el pliegue del codo izquierdo y tras cerrar el puño de David en el mango del cuchillo, lo dejó a su lado, muy cerca de la mano que se apoyaba fláccida en la tierra. En el bolsillo de la cazadora, metió la cartera del padre de Fernando tras limpiarla con un trozo de sábana y dejar las huellas de la mano muerta del cadáver en ella.

Cuando volvió a la furgoneta, Candela aún lloraba ocultando la cara entre las manos.

Semen Cristus la atrajo hacia su asiento y besó sus labios, sus lenguas se encontraron y Candela sintió que sus pezones se erizaban y endurecían. Cuando Semen Cristus metió la mano entre sus piernas, las separó cuanto pudo ofreciéndose a él.

Las adolescentes manos hicieron presa en su sexo agitado de dolor, miedo y deseo.

—Debemos volver, hemos de acabar el trabajo en el establo, nos arriesgamos a que empiecen a llegar feligresas y encuentren el cuerpo de María. Todo saldrá bien, bendita Candela.

De nuevo en el establo, Candela sacó al cerdo de la pocilga.

Semen Cristus cavó una fosa en la pocilga, y metieron allí el cuerpo.

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Semen Cristus (14)

Publicado: 31 agosto, 2011 en Terror
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Cuando David despertó en el establo, sintió náuseas por la insoportable peste y se sacudió el pelo para sacarse los insectos que tenía enredados. Miró la cruz y sintió vergüenza. Y una fuerte excitación. La heroína aún fluía por sus venas dulcificándolo todo. Jamás se había metido mierda como aquella en la sangre.

Cuando entró en la casa, se encontró a María planchando sábanas y túnicas.

—Es para ti. Tienes que parecer Leo, que nadie sepa que me ha abandonado. Les diremos que es tu penitencia cubrirte el rostro —dijo entregándole el pasamontañas.

—¡Joder! Voy a parecer Rey Misterio, pero con la polla en un tubo.

María soltó una carcajada y sus enormes y fofas tetas temblaron como gelatina.

—Ya verás como te gustará. Además, ¿dónde te iban a pagar por hacerte unas pajas?

—Voy a ducharme, ese establo está hecho una mierda.

—Mañana, cuando acabes las misas, lo limpiarás y tal vez matemos al cerdo.

¬—Lo que usted diga, jefa —contestó desapareciendo tras la puerta del lavabo.

Durante el resto del día, David estuvo ensayando las frases que usaba Semen Cristus en sus misas. María, lo miraba muy fijamente con las piernas separadas y sin bragas bajo la bata. Cosa que provocaba cierto desagrado al chico, puesto que olía a orina y mierda.

Al anochecer, María se dio por satisfecha con lo aprendido por David.

Ninguna de esas zorras rurales, podría sospechar que David no era más que un yonqui. Un completo desconocido.

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Eran las ocho de la mañana cuando Carlos vio a su hijo caminando por el campo, condujo el tractor a su encuentro. Se preguntó extrañado qué debía ocurrir para que se presentara en el campo tan temprano y sin haberse curado de la gripe; imaginó muchas cosas y todas malas. Aceleró con impaciencia.

Fernando llevaba guantes y un grueso anorak de plumón; las mañanas ya eran muy frías. Su semblante como siempre, estaba serio y no dejaba transmitir más emoción que cierta agresividad adolescente.

Detuvo el tractor a unos metros de Fernando, que esperó quieto a que su padre llegara hasta él. Abrió la puerta para que su hijo subiera a la cabina para evitar hablar con aquel frío en el campo.

—¿Qué ocurre Fernando?

—Mamá me ha dicho que te traiga este bocadillo. Se va a casa de la María y no tendrá tiempo de preparar la comida hoy —dijo echando una última nube de vapor.

—¡Pero bueno! ¿Qué coño le pasa a esta mujer? Ya estoy cansado de esta historia de la bruja y sus remedios de mierda. Y encima te envía a ti. ¿Te ha dicho por qué va pasar tanto tiempo con María la loca?

—No. Sólo la he oído hablar por teléfono con Lía y la Eugenia, por lo visto se van a reunir unas cuantas.

—¿Me dejas conducir el tractor hasta los chopos?

Carlos sonrió, a Fernando le encantaba conducir el tractor. Y ya no tenía que variar el ajuste del asiento, era tan alto como él.

Carlos bajó del vehículo para que Fernando ocupara su asiento y volvió a subir por el otro lado.

Sin mediar palabra, Fernando pisó el embrague, introdujo la primera velocidad y condujo lentamente hacia los chopos.

—¿Y tú cómo te encuentras? ¿Vas a ir a clase?

—No, ya llego tarde y estoy cansado. Y además, hoy hay clase de educación física; cuando llegue a casa me meteré en la cama.

Carlos puso la palma de la mano en la frente de su hijo y éste hizo un mohín de disgusto.

—No parece que tengas fiebre.

—¿Crees que de verdad María puede curar con sus hierbas y unas cuantas oraciones?

—Lo que creo es que tu madre y sus amigas están muy aburridas.

—¿Crees en Jesucristo, en Dios?

Carlos miró a su hijo asombrado.

—Sí, supongo que sí.

—María dice que su hijo es Jesucristo encarnado, el nuevo mesías.

—Ni se te ocurra hacer caso de lo que dice esa loca. Tu madre va a tener que dejar de ir a su casa.

—Yo creo que dice la verdad, papá.

Carlos miró a los ojos de su hijo, tenían un brillo especial, algo parecido a la locura que crea realidades de la fantasía. ¿Y si en el colegio tomaba algún tipo de droga?

—Te voy a llevar a casa, esta noche hablaremos de este asunto.

—Papá, soy Jesucristo, soy su hermano: Semen Cristus.

El asombro de Carlos se convirtió en su último pensamiento. Fernando le clavó el cuchillo que había sacado de dentro de la manga del anorak. El acero partió en dos el corazón y Carlos aunque abrió la boca, no fue capaz de articular sonido.

Cuando le arrancó el cuchillo del pecho, el cuerpo se estremeció ligeramente.

Condujo el tractor al interior de la chopera, hasta que debido a la cantidad de troncos, el campo no se podía ver y por lo tanto, el tractor tampoco se vería desde el camino de acceso a la finca.

Dejó el motor en marcha, limpió con cuidado el volante y el interior de la cabina. Sacó la vieja cartera del bolsillo de la camisa de su padre y se la guardó en el bolsillo del anorak.

Cuando bajó del tractor, limpió la maneta de la puerta por la que había subido y corriendo campo a través, se dirigió a casa de la María la loca.

A trescientos metros de distancia pudo ver la figura esbelta de su madre entrar por el camino de la casa de aquella santera.

Aceleró el ritmo y cuando su madre presionaba el timbre de la puerta, se tiró en el suelo para no ser visto.

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—Pasa, Candela, vamos a tomar un café.

Candela no abrió la boca, se sentó frente a María en la mesa de la cocina y negó un cigarrillo que le ofrecía.

—Ya está todo preparado, Semen Cristus espera en la cruz y tú serás la primera feligresa de su nueva etapa de reinado.

—¿Quién es, María?

—No importa la carne, es Semen Cristus, el cuerpo es sólo una caja. El Mesías del Placer está allí, gobernando su cuerpo y su mente.

Candela se sintió excitada a pesar de que sabía que no era así. El verdadero Semen Cristus se había reencarnado en su hijo. Aún sentía en la boca el calor del semen con la que había comulgado aquella mañana. Lo que fue su hijo la había bendecido con su leche divina.

Tal vez, la locura de María era contagiosa y aquella secta de dieciséis mujeres que aportaban su dinero semanalmente para sostener la Nueva Iglesia del Placer, no eran más que cerebros lavados por los desvaríos de aquella loca y su hijo también esquizofrénico.

—Estoy impaciente, María, necesito a Semen Cristus, lo necesito para ser mujer de verdad.

María sonrió satisfecha, sabía que todos aquellos meses de placer no podrían borrarse de las mentes de aquellas mujeres. Bien al contrario, aquellos casi cuatro días sin ritos, había creado en ellas una profunda ansiedad y voracidad. Sus sexos palpitaban, sudaban deseando comulgar con la leche de Semen Cristus salpicando sus pieles frías.

-Vamos al establo. Santíguate ante él cuando llegues y no esperes respuesta. El espíritu aún no gobierna bien el cuerpo. Dale tiempo; pero ofrécele tus oraciones en voz alta. Que se sienta confortado por las feligresas que lo han hecho divino en la tierra.

La santera se puso en pie, Candela la siguió. La santera caminaba firme y rápidamente hacia el establo. Candela dirigía la mirada al campo buscando a su hijo, el mesías, el nuevo Semen Cristus. Caminaba presurosamente intentando no quedar atrás.

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Semen Cristus (13)

Publicado: 22 agosto, 2011 en Terror
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—Ya sabes que necesito meterme caballo, así que luego no me vengas con historias —le decía a María mientras masticaba el bocado que le había arrancado al bocadillo de longaniza.

En la estrecha mesa de la cocina, María lo miraba fijamente, divertida.

—A mí lo que me importa es que hagas bien tu trabajo. Y si lo haces bien, te aseguro que ganarás más dinero del que hemos acordado, dependerá de ti.

María sirvió un café y ambos encendieron un cigarrillo. David empezaba a acariciarse con nerviosismo los antebrazos. El mono le estaba subiendo.

—Soy santera, curandera. Y vivo de lo que la gente me paga por ayudarla. Y las ayudo aquí en casa. En el establo tengo montada la consulta y es ahí donde quiero que me ayudes.

—Yo no creo en esas cosas; ni dejo de creer.

La frente de David se había perlado de sudor.

—Anda, métete el caballo y vamos al establo, que te enseñaré tu trabajo.

David inició el ritual y cuando sus ojos estaban a punto de cerrarse, María le invitó a seguirla al establo.

Cuando las puertas de madera casi podrida se abrieron, el hedor que salía de allí y los ronquidos del puerco le despejaron la mente durante unos segundos.

—Este será tu puesto de trabajo —le dijo María cuando llegaron frente a la cruz.

—¿Qué quieres decir? No lo entiendo.

La mente de David se había aletargado, y el Diazepán que iba disuelto en el café lo estaba llevando directamente en caída libre al país de los sueños y las alucinaciones.

—Ven, confía en mí. Serás el actor principal de una película que haremos para nuestras feligresas. No temas, es todo placer. Un engaño para que esas guarras pasen un buen rato.

María le empujó para que subiera a la escalera y acomodara los pies en el poyete del poste de la cruz. David se dejó atar los pies y las muñecas, sólo deseaba dormir.

Cuando María metió la mano dentro del pantalón y cogió el pene, David deseó que se lo chupara. Protestó cuando vio que metía con habilidad su miembro en un sucio tubo de vidrio.

De pronto, el tubo vibró, David contuvo la respiración.

—Serás Semen Cristus a partir de ahora, te enseñaré que has de decir en todo momento y sólo tendrás que correrte. Sólo eso, Mi Semen Cristus.

A David se le escapó una risa ebria. Y de fondo, el placer que le producía aquel aparato, le hacía jadear.

—Repite David: “Bienaventurados vuestros coños sedientos de mí”.

David repitió con un hilo de voz. Las frases que María pronunciaba, se grababan en su cerebro certeramente. Todo era placer: la droga en su sangre, el viaje de su cabeza, su cuerpo descansado y lacio. Su pene gozando…

—Mi leche es la hostia bendita con la que habéis de comulgar.

Cuando David eyaculó, entendió su trabajo. Y le gustó.

María lo liberó de la cruz. El chico estaba demasiado colocado para volver a casa; lo dejó durmiendo en el establo, el cerdo roncaba contento de tener compañía y un par de escarabajos se enredaban en el sucio cabello del drogadicto.

Cuando María escuchó el motor de un coche aproximándose a la casa, se guardó en el bolsillo de la bata el pasamontañas negro con el que cubriría la cabeza de David para que siguieran creyendo que era Leo el de la cruz. Una penitencia que le había ofrecido a su Padre y a su hermano Jesucristo.

Martín bajaba del coche.

—¿Dónde lo tienes trabajando?

—Ahora ha ido a comprarme un par de cosas al pueblo.

—No te fíes de estos chicos, María. Ya sabes lo que son y lo que ocurre cuando el mono se les sube a la chepa.

—Sí, lo sé. ¿Por qué te crees que te he encargado todo ese caballo? Y te voy a comprar muy a menudo. Me tienes que bajar el precio.

—Bueno, ya hablaremos, si me haces otro pedido como éste en dos semanas, hablaremos de ello. Eso si aún conservas a David y no se te va corriendo con toda la mierda que pueda coger.

—Te aseguro que no lo hará.

—Bueno, tú sabrás lo que haces. Me debes dos mil euros, contando el suministro de un yonqui para tus tareas domésticas.

María soltó una carcajada con ganas.

—¿Alguien ha preguntado por David?

—Claro, un par de amigos del campamento. Les he dicho que me compró un par de papelinas hace un par de días y no lo he vuelto a ver más.

—¿Crees que le habrá dicho a algún amigo que venía a mi casa?

—Seguro que no, no se fían entre ellos. Si se enteran de que un amigo trabaja y lleva dinero encima, le roban lo que pueden y le rajan. Son como animales.

María pensó que así debía ser.

—Si alguien pregunta por él, no digas nada. Y me avisas, aunque no tenga importancia.

—Así lo haré, María.

Martín se subió al coche y cuando salió al camino, hizo sonar el claxon a modo de saludo.

María abrió un armario superior de la cocina, retiró los vasos y platos y tiró de la balda descubriendo un doble fondo, allí ocultó las drogas.

Acto seguido cosió en un pasamontañas un par de cintas rojas y anchas para crear una cruz cuyo poste bajaría entre los ojos y el travesaño quedaría en la frente.

Una vez acabado, con la agenda en la mano llamó a todas las feligresas anunciándoles que a la mañana siguiente se iniciaban las misas de Semen Cristus.

A Candela la cito dos horas antes de la primera misa.

—Candela, mañana empiezan las misas a Semen Cristus. Ha resucitado.

—María… Es maravilloso. Tan muerto que estaba… Es increíble lo que hace la fe y Dios.

María guardó silencio unos instantes, esperaba oír la voz angustiada y deprimida en la mujer. Esperaba sentirla apagada y estaba preparada para pasar un largo rato convenciéndola para que asistiera a la primera misa desde la resurrección. Quería matarla, zanjar el asunto antes de que flaqueara su ánimo y a través de ella se pudiera descubrir todo.

—Y yo me alegro de verte tan animada. Entonces te espero mañana a las nueve, me ayudarás a preparar la misa y conocerás al nuevo Semen Cristus…

Una voz lejana la interrumpió, había creído entender “bendeciremos el vientre de la loca”. Y era terriblemente familiar.

—¿Qué tienes a alguien en casa, Candela? Me ha parecido escuchar algo.

—Mi hijo está en la cama con gripe; y no ha hablado, debe tratarse de algún cruce en tu línea, yo no he oído nada —dijo Candela sonriendo a su hijo que se encontraba desnudo ante ella, con una fuerte erección—. No te preocupes, ya es mayorcito para quedarse solo, mañana seré puntual.

Colgó el teléfono, se arrodilló ante Semen Cristus y besó su sagrado bálano. Semen Cristus sujetó su cabeza y empujó la pelvis para hundir más el pene en la boca de su devota madre.

Cuando Carlos llegó a casa para comer, encontró a su mujer extrañamente animada, como si se hubiera repuesto en pocas horas de una depresión que la hundía en el desánimo más desconsolador.

—Lávate ya y no fumes, la comida está servida —le dijo tras besarle.

—Hoy estás muy animada.

—Sí, lo sé. Supongo que unas cuantas horas de sueño me han hecho bien. Fernando está en la cama con gripe.

—¿Ha tenido que salir a media mañana del colegio?

¬—No ha ido. Esta mañana ya tenía fiebre.

—Pues ahora la pasaremos todos, como cada año. Prepárate para pasar algún día más de sueño reparador.

Durante la comida escucharon y comentaron las noticias del informativo de televisión. Carlos durmió como cada día una siesta de veinte minutos y Candela limpió la cocina, escuchando música en la radio.

No había nada que la preocupara, Semen Cristus la protegía de todo mal.

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